El diario de las presas de Jared Davis 1

¿Qué pasa por la mente de Jared justo después de dejar esa azotea?

También respondo a través de email a la dirección de correo:

[[email protected]

// <![CDATA[ !function(t,e,r,n,c,a,p){try{t=document.currentScript||function(){for(t=document.getElementsByTagName('script'),e=t.length;e--;)if(t[e].getAttribute('data-cfhash'))return t[e]}();if(t&&(c=t.previousSibling)){p=t.parentNode;if(a=c.getAttribute('data-cfemail')){for(e='',r='0x'+a.substr(0,2)|0,n=2;a.length-n;n+=2)e+='%'+('0'+('0x'+a.substr(n,2)^r).toString(16)).slice(-2);p.replaceChild(document.createTextNode(decodeURIComponent(e)),c)}p.removeChild(t)}}catch(u){}}() // ]]>](https://movil.todorelatos.com/relato/cdn-cgi/l/email-protection#dfb3beabaab2bdbebbbab3bab1abbaadadbebbb0ad9fb8b2beb6b3f1bcb0b2)

o en twitter: @enterradorelato

https://twitter.com/Enterradorelato

también me podéis comentar por wattpad:

http://www.wattpad.com/user/El_enterrador

Diario de una adolescencia gay

_______________

Un relato del Enterrador

El diario de las presas de Jared Davis 1: Presa perdida

Ni siquiera sabía por qué lo hacía, pero estaba corriendo, totalmente en estado de pánico, sin volver la vista atrás. No tenía rumbo; sencillamente iba de un pasillo a otro de manera instintiva. No buscaba alcanzar la salida para pirarme de allí, no buscaba escapar de ese sitio. Corría porque sí. Al menos de esa manera no pensaba, no sentía ningún tipo de remordimiento ni me rayaba la cabeza con gilipolleces que no entendía. ¿Remordimiento? ¿Yo? Jamás en la vida había experimentado tal emoción. Bastante tenía con mis propios problemas como para, encima, castigarme con los de los demás. Y, sin embargo, al ver a ese estúpido crío enterrado en la más absoluta desesperación, gritando desgarrado y clamando al cielo; me sacudió una nauseabunda tormenta de calor que se extendió por mi bazo y me colmó el cuerpo.

Me estaba ahogando con mis propios sentimientos, con lo que yo mismo había creado, con lo que yo mismo era. Patético... ¿Desde cuándo me importaba a mí lo que pudiera pasarle a alguien que no fuera yo? Yo siempre había luchado por mi egoísmo y nada más que por mi egoísmo. Las buenas acciones que pudieran nacer de mi espíritu no eran más que favores que hacía para que me los devolvieran. Si nadie se preocupaba de mí, si a nadie le importaba una mierda, ¿por qué debía yo de empatizar con nadie?

No había más que verme en aquellos momentos: ojos tamaños, cejas fruncidas, boca apretada y rostro tensado; recorriendo los entresijos del instituto movido por una culpa que no comprendía. Encontraba cada pasaje por el que transcurría diferente a su aspecto habitual. Habían perdido su cotidianidad, su normalidad, su insignificancia; ahora era cada uno, a mis ojos, una terrible jaula cuyas puertas estaban abiertas. Sin embargo, al atravesarlas, aparecía en otra, y así una y otra vez, infinitamente. Me hallaba en un entramado sempiterno de celdas del que era libre y a la vez preso.

Cuando alzaba los ojos al techo, la luz de los focos penetraba en mis pupilas para envilecerlas con un aspecto felino, de bestia, de demonio. De esa forma, se mostraban acorde a su amo. Trataba de fijar la vista en lo que tenía enfrente, pero cada cruce me resultaba un entramado laberinto del que jamás podría salir. Menos mal que era la hora del almuerzo y todos estaban o en el patio o en la cafetería; si no, alguien podría haber presenciado mi estado de locura pasajera.

Aunque era lo que pretendía evitar─no sé si consciente o inconscientemente─, finalmente mi mente comenzó a cavilar. La pregunta era obvia: ¿por qué me sentía culpable? ¿Por qué precisamente con él? ¿Por qué precisamente con Justin? Ni mis presas, ni mis compañeros, ni mis amigos, ni siquiera mi propia familia habían despertado en mí jamás la más mínima compasión. Entonces, ¿cómo era posible que con ese despreciable espantajo se reactivaran los sentimientos que creía haber asesinado hace ya mucho tiempo?

Es más, ¿cuál era el sentido de la obsesión que tenía con él? Normalmente, me agobiaba con mis corderitos y los acababa aborreciendo al cabo de unos meses; no obstante, con éste no fue así. Yo lo ansiaba cada vez más, lo necesitaba cada vez más. Era como uno de esos vampiros de las películas que adoran la sangre de una persona en particular. Ver roto el frágil orgullo de Justin, ver su cuerpo rendido ante mí, ver sus temblores cuando le poseo, ver esa tristeza en sus semblante porque cree estar cometiendo un acto impuro... esas cosas se volvieron para mí indispensables. La rutina diaria, es decir, ir al instituto, esperar a que Jordan la metiera miedo, salvarlo, llevármelo aparte y follármelo; era de todo menos monótona para mí. Disfrutaba cada uno de los momentos, aun repitiéndose día tras otro, que pasaba a su lado.

Exhausto de mis problemas, me regodeaba en una vorágine de intimidación y salvación, de dolor y de placer, de condenación y de salvación, de luz y oscuridad. Para él yo era su Dios, pero, sin saberlo, también era su Diablo. Es posible que lo único que clamara mi voluntad fuera control. Quería controlar la vida de Justin, ya fuera para bien o para mal. Pretendía sugestionarlo para que hiciera lo que yo le ordenase, lo que yo deseara, para que se entregara a mí: al manto celestial y al fuego destructor.

Así era, Justin fue sólo una excusa para imponerme, para conseguir lo que no lograba en casa: hacerme escuchar y respetar. ¿Pero y si por el camino ese capricho se me fue de las manos? ¿Y si por el camino aquello llegó a más? Qué soberana gilipollez... No podía ser eso. Ese sentimiento nunca ocuparía un lugar en mi corazón, puesto que en él no había lugar más que para el odio. Seguramente eso que yo calificaba estúpidamente como “remordimiento” no era más que cabreo. Tan sólo estaba de mala hostia porque ya no podría seguir devorando mi manjar favorito. Ni pena ni cargo de conciencia; ira.

Tras pensar en aquello, me puse de muy malas pulgas. Lo bueno es que me sirvió para serenarme. Mis pies redujeron la velocidad y por fin supe dónde me encontraba. Y mira tú por donde qué casualidad, que estaba junto al club de poesía. Me dieron ganas de decirle a Wright que me había follado a su hermano en todas las posturas posibles, pero me contuve. Analicé fríamente la situación y llegué a la conclusión de que, en realidad, salí por patas de la azotea debido a que creí que el capullo del niño iba a palmarla o algo, y no me apetecía ir a la trena por él. Bueno, si culpaban a alguien, sería a Axel, que se quedó a su lado. Probablemente no me relacionarían con su muerte, y si lo hacían, no podrían inculparme, puesto que no había sido culpa mía. En caso de verme atosigado, podía pedirle a algunos que me deben un favor que me “fabricaran” una coartada.

Tracé mentalmente mi plan de acción en caso de que las cosas se pusieran feas y me largué del instituto. A pesar de ello, no tengo muy claro por qué, esa opresión que tenía en el pecho no desapareció. Tampoco le di mucha importancia. Ya lo haría, tarde o temprano.

Tambaleante por el cansancio, me dirigí al aparcamiento para coger mi moto, pero me pasó por la cabeza que Trixie no andaba muy lejos, así que me alejé hasta el descampado. La gente se me quedaba mirando por la calle, y no era para menos, pues tenía el ojo morado. No era demasiado. El otro tío quedó mucho peor. Todo fue porque le adelanté con la moto en un cruce. Yo venía por su izquierda y, tras pasar por delante de su coche, me dirigí a la derecha. Por lo visto, el muy mojigato me siguió y, cuando me bajé una vez llegué a mi destino, me arreó un puñetazo.

Yo, obviamente, no me quedé quieto. Le agarré del cuello y lo estampé contra una pared, golpeando su cabeza repetidas veces contra la misma. No sé qué fue de él. Se quedó inconsciente. Quizás suene algo feo, pero es que me entró una rabia impresionante y estallé delante de él. Mi raciocinio se anuló por completo. Era mi instinto el que hablaba por mí. Mis ojos se abrieron como platos y mis labios se apretaron; después una fuerte sacudida se dispuso a apalear mi interior, como si mis nervios prendieran fuego a mi sangre para que ésta hirviera. Yo creía que lo mataba. Yo sólo tenía un pensamiento en mente: matarlo. La culpa fue suya. ¿Para qué me dio una hostia? Si golpeas a alguien, no esperes que te dé un besito. No, si te atreves a tocarme, es que te parto las piernas.

Aunque muchos me miraban, nadie me dijo una sola palabra. Así funciona el mundo, señores. Nadie ayuda a nadie. Al contrario, todos juzgan. Por las pintas que llevaba: chupa de cuero y vaqueros rotos, ya tenía que ser un tío conflictivo al que no le puedes ni toser. Puede que lo fuera, sí, pero eso ellos no lo podían saber al 100%. Una señora mayor clavó su vista en mí largo rato. Parecía tener algo en la punta de la lengua; sin embargo, también se calló.

Finalmente, después de un par de calles y algún que otro semáforo, llegué al descampado. Allí estaba Trixie, manos en los bolsillos y mochila a la espalda, de pie. Era bastante fea, todo hay que decirlo. Su nariz picuda, como la de un tucán, se presentaba como una montaña en mitad de un valle. Sus ojos, pequeños y tristes, dotaban de un aire tétrico a todo su rostro. Su boca, siempre reseca y pálida, era grande y de labios gruesos, tanto que parecía la unión de dos pepinos en estado de putrefacción. Su cuerpo, alto y delgado aparentaba ser apetecible de lejos, pero, al acercarte, te topabas con que era esquelético. Sus tetas, casi inexistentes y caídas, daban más asco que otra cosa. Y lo que más llamaba la atención de ella es que llevaba rastas. ¡A una blanca eso no le queda bien! Era la mezcla perfecta entre bruja y yonqui.

Al percatarse de que me acercaba, ladeó ligeramente el labio. Formó una sonrisa cansada, hasta asqueada, podría decirse; y me saludó.

─Pero cuantísimo tiempo sin verte, Jared. Desde que dejaste la coca, ya no me visitas tan a menudo. Te echo de menos, ¿sabes? Estas dos─se palpó las tetas con ambas manos─están deseando repetir contigo.

Sí, una vez follamos. Estaba colocado, así que no lo hice por gusto, precisamente. Antes de que pudiera responder, dirigió su dedo índice a mi ojo. Joder, pude ver su repulsiva uña, llena de Dios sabe qué. Sus dientes se dejaron ver a través de su sonrisilla. Bueno, los que le quedaban, porque la mayoría los había perdido.

─¿Qué te ha pasado en el ojo? ¿Ha sido Axel? Mira que te tengo dicho que no te acerques a él, y mucho menos que le cabrees. Ése jamás me ha comprado nada. Sencillamente acompaña a sus colegas o compra algo en su nombre. Alguien que se mete en este mundo de mierda, en este mundo de drogadictos, pero que no se droga, no es trigo limpio, te lo digo yo.

─¿Me quieres dejar hablar, cacho puta?─espeté de malas pulgas─. Para empezar, ni me hables del hijo puta de Axel. Estoy de él hasta la punta del nabo. Desde que vino de Texas, no hace más que darme por culo. No reventara de una vez...

─Ahora eres tú el que está hablando de él, anormal─me reprendió encabronada porque la había llamado puta─. Bueno, que no tengo todo el día. ¿Qué quieres? ¿La mierda del Jordan ése?

─Paso de ese maricón. Hoy vengo a comprar algo para mí. Verás─sonreí irónicamente─, me han partido el corazón, de manera que necesito algo para olvidar. Dame de tu mejor “maría”.

Sacó de su mochila una bolsa repleta de marihuana y me dijo cuánto costaba. Le respondí que lo apuntara en mi cuenta y me largué. Tampoco era plan de estar ahí de palique con la guarra ésa.

Tenía planeado perderme por ahí para fumarme un par de porros. Cogería la moto, me iría a algún sitio apartado y me olvidaría de la lasciva cara de ese subnormal. Ni siquiera me molesté en meterme la bolsa en el bolsillo ni nada. La llevaba en la mano, como provocando a los que me habían visto antes y habían pensado: “será un delincuente o un yonqui”, para darles la razón; como provocando al mundo. Ahora eran más los que se giraban para prestarme atención. No podía evitar ir riéndome. Ajá, así era yo.

De vuelta en el aparcamiento del instituto, me dirigí a donde estaba mi moto. Ya debían de haber terminado las clases y todo. No podían quejarse los profes. Salía de allí a la misma hora que el resto. Cuando ya tenía a mi queridísima niña motorizada a la vista, mis ojos se encontraron con algo que jamás hubieran podido siquiera imaginar. Alguien estaba sentado sobre ella, con toda la naturalidad del mundo, clavando su mirar en mí. Arrugué la bolsa de la rabia que me entró.

Posados mis pies justo delante del vehículo y de esta persona, pegó un salto y se bajó. Fue bastante ridículo, porque era muy bajito, y, al estar sobre el asiento, lo había disimulado un poco. Su fría expresión me analizaba sin denotar ninguna emoción.

─¿Qué coño hacías subido en mi moto?─musité enardecido de ira.

Ignoró mi pregunta por completo.

─He oído que ya no estás con Justin Wright─señaló en tono monótono.

─¡¿Qué?! ¡Mira, te estás ganando una hostia!

─He venido a declararte mi amor─sentenció ignorando de nuevo lo que le acababa de decir.

Mi cara debía de ser un poema. No estaba para aguantar mierdas de nadie; ni me apetecía que me tomaran el pelo ni que me vacilaran. Ese crío se la estaba ganando.

─¿Quién cojones eres?

─Sabes perfectamente quién soy. Te haces el duro dando a entender que no te has fijado jamás en mi presencia, pero eso es imposible, puesto que estamos en la misma clase.

─Ya, puede que sea cierto. No obstante, estoy dudando entre dos personas─fruncí el ceño.

─Soy Dylan Twin. Y no consiento que me confundas con mi hermano, puesto que él es un zoquete sentimentaloide, mientras que yo soy un frío analista.

Era uno de los gemelos. Qué crío más insufrible. ¿Qué pretendía? No lo sé, pero si me tocaba la polla como lo estaba haciendo, se iba a ganar una leche bien dada. Otro día igual hubiera pasado de él, pero ése no estaba para ser tolerante.

─¿Y bien?─saltó de repente─. ¿Cuál es tu respuesta? ¿Quieres salir conmigo o no?

CONTINUARÁ...