El diario de la inocencia de Justin Wright 8

Justin, emocionado con su inocente cita, se enfrenta a la realidad.

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Diario de una adolescencia gay

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El diario de la inocencia de Justin Wright 8: Inocencia. ¿Mentira?

Dormitaba perezosamente en un luminoso jardín, manos en la nuca y boca trazando bostezos. Todo a mi alrededor irradiaba una esplendorosa belleza. Cada pétalo de rosa, cada fragancia de lirios, cada danza de jazmín al viento, cada estudiado peinado que poseían los arbustos eran para mí un reflejo de mi alma, de mi espíritu, de mi interior. No podía sentirme mejor. Hay ocasiones en las que el mundo se presenta lúgubre y oscuro, pero hay otras en las que la Naturaleza ordena los astros de tal manera que los rayos de Sol alcanzan la Tierra con más fuerza. Mi vida siempre ha sido una vorágine de desgracias, de terribles infortunios que se lanzaban los unos sobre los otros para formar una montaña de desesperación. Sin embargo, no todo en este mundo puede ser dolor; también deben existir los días hermosos, las sonrisas sin razón y la ternura amorosa del siempre cruel Destino.

Alcé la vista y observé con detenimiento los arbustos que formaban las paredes del jardín. Estaban cortados de forma totalmente regular, sin el menor atisbo de imperfección en su figura. En su interior, escondían las flores sus tallos, pues sólo asomaban tímidamente las cabezas, bendiciendo mi figura sin llegar a otorgarle del todo su confianza. Inhalé su delicioso aroma y fijé mi atención en el cielo, en cuya extensión no se hallaba ni una sola nube. El faro eterno alumbraba la Tierra con el mimo que sólo un padre puede emanar.

Una tremenda sonrisa se apareció en mi rostro. Nada podía ser más maravilloso. Era como si el júbilo que me invadía se hubiera materializado en mi presencia, y, por tanto, no iba a desaprovechar la ocasión de regodearme en él.

Entonces el astro rey se alzó alcanzado su cénit, para rozarme con su luz. Mis ojos eran incapaces de asimilar tal esplendor, de modo que los cerré un instante. Pero, al abrirlos, ya no había ni cielo ni Sol, ni siquiera había luz en el firmamento. Una sempiterna oscuridad rodeaba al jardín. Repentinamente, noté una mano que se posaba en mi hombro y pegué un pequeño salto hasta quedarme sentado con las rodillas flexionadas. Miré a mi acompañante y no pude reconocerlo, parecía alguien totalmente desconocido. Sus facciones eran finas y delicadas, como las de una chica, pero a la vez tenía unos ojos fríos y severos, como los de un hombre. Una ligera risita se escapó de sus labios y me besó con un gesto risueño. Quise resistirme mas ejercía un extraño poder sobre mí. Mis ventanas al mundo se rindieron y dejaron que mis pestañas descendieran débilmente hasta ocultarlas. Su lengua parecía no sólo penetrar en mi boca, sino también en lo que estaba dentro, muy dentro de mí. Sentí el impulso irrefrenable de aferrarme a él, a ella, y no soltarlo. No sabía si era un Dios, un demonio o una simple ilusión, pero necesitaba sentirlo.

De nuevo, mis ojos volvieron abrirse, y entonces lo vi claro. Sus características femeninas se fueron atenuando hasta desaparecer, y tan sólo prevaleció esa severidad varonil que me había impresionado. Sin duda se trataba de Axel. Susurré su nombre como movido por un delirio y me agarró de la nuca para que posara su cabeza sobre su hombro y nos fundiéramos en un abrazo. Me sentía flotando. No podía creerlo. Parecía un sueño, tan sólo un sueño y nada más. “Lo siento”, susurró. Y mis sospechas se cumplieron, ya que simplemente era una ensoñación de la que, en ese momento, desperté.

Lo primero con lo que se encontró mi visión fue con el ceño fruncido de Peter. Estaba de pie ante la cama, de brazos cruzados. Yo tenía una sonrisa boba en los labios y creo que hasta se me caía un poco la baba, pero no era eso lo que le irritaba. Una de dos: o había hablado en sueños y había dicho algo que le había molestado o llegábamos tarde.

Justo cuando mi hermano iba a decir algo, una extraña sombra apareció en el pasillo. Se movía a duras penas, como tambaleándose, pero su paso tenía algo de decidido, como si tuviese un destino en mente y  estuviera en la obligación de alcanzarlo costase lo que costase. La sombra trajo consigo a su dueño, que ingresó en mi habitación con la cara totalmente pálida y unas ojeras que parecían llegar al suelo. Se trataba de Rick.

─Me muero, Peter, me muero. Lo veo─soltó en tono quejoso.

─Llevamos faltando un montón de días. No podemos permitirnos quedarnos en casa más tiempo─espetó mi hermano sin ni siquiera mirarlo.

─Ah─sonrió débilmente con expresión soñadora a la par que alzaba la cabeza y señalaba hacia arriba─, creo que veo a San Pedro.

Me incorporé en la cama y tardé unos segundos en asimilar la realidad. Todavía me hallaba en ese estado de adaptación por el que tiene que pasar el cuerpo para atravesar del todo el mundo onírico y regresar a la realidad. No obstante, ya enteramente consciente de todo, hice una mueca de disgusto y examiné a mi hermano con cierta malicia.

─Tú lo que quieres es ir hoy para espiarme mientras veo a Axel.

Sus párpados se bajaron en intención provocativa. Jo, como si no lo conociera: pretendía estar presente cuando hablara con Axel, y seguro que si había algo que no le gustaba, intervendría. No tenía que haberle contado nada, pero claro, las personas, cuando nos sentimos asolados de alegría, tenemos la necesidad de contarlo. No es, en verdad, para presumir ni para compartir nuestra felicidad, es tan sólo para rememorar el objeto de ese sentimiento.

Lo mejor que podía pasar era que se quedara en casa con Rick; de ese modo no me molestaría. Además, que era lo mejor también para el pobre chico, puesto que, aunque se notaba que estaba exagerando con lo de que se iba a morir, no tenía buena cara; y ya era viernes, por lo que podría usar todo el fin de semana para recuperarse. Me levanté y, de  la mano, conduje a Rick a la cama ante la atenta mirada de Peter. Le toqué la frente y sonreí con malicia. El enfermo pareció darse cuenta, porque me respondió con otra sonrisilla.

─Tiene fiebre. No creo que sea conveniente que vaya─declaré─. No te preocupes por mí, Peter, me las arreglaré, como ayer.

─Rick está en condiciones de ir, ¿verdad, Rick?─le interrogó Peter sin moverse un ápice.

─¿Abuelita, eres tú? Ya voy para allá─respondió éste alzando la mano de nuevo.

─Deja de hacer el payaso, o te mando con tu abuela de una patada.

Rick clavó en mí su mirada durante un instante. Mis labios entonaron un “porfa”, que, al no hacer ruido alguno, no salió de mis profundidades. No es que yo le estuviera obligando a mentir, puesto que estaba claro que no estaba en condiciones de ir a ningún lado, pero iba a ir sin pensárselo, por mi hermano. Hasta ese punto llegaba su pasión por él; era capaz de hacer cuando le ordenara. No importaba que su cuerpo no fuera capaz de soportarlo, pues su corazón estaba totalmente entregada a él. Se levantó y caminó hasta Peter para, finalmente, dejarse caer ante él, posadas sus manos en su su pecho. Mi hermanito lo agarró de ambas y lo alzó. Acto seguido, me dedicó un gesto de furia y, cogido del brazo, se lo llevó a su habitación. Nadie dijo una sola palabra má. El último atisbo de comunicación que tuve antes de salir de casa fue la boca de Rick, que, aun sin emitir ruido, pronunció un “suerte”.

Habiéndome librado de mi hermano, estaba más feliz que una perdiz. Me preparé rápidamente y hasta con ilusión. La vida me sonreía. ¿Qué podía salir mal? Con una tostada en la boca─sí, hasta había tenido ganas de prepararme el desayuno─, salí por la puerta y me dirigí al encuentro con mi maravilloso Destino, esa “cita” con Axel. Quizás no se podría considerar como tal, pero el engrandecimiento se cría en el seno de la ilusión. Mientras paseaba despreocupadamente en mi camino al instituto, mi cabeza estaba repleta de ideas. Es curioso, cuando andamos por la calle, se nos colma la mente de pensamientos y vacíos, a veces inconscientes: una cancioncilla, el sentido de la vida, planes para el futuro... ¿Y si esto fuera nuestro subconsciente? ¿Y si fuera nuestro interior gritándonos el tema en el que debemos pensar? Si así era, en aquel momento, debía de pensar en Axel.

Era bastante misterioso. Y si alguien es misterioso debe de ser porque oculta algo, ¿no? Todo el mundo decía que era un monstruo, un macarra sin apego que lo único que anhelaba era la destrucción, la suya propia y la del mundo. Eso es imposible. El ser humano es incapaz de desear la aniquilación total. Esa gente confunde la muerte con el cambio, y es comprensible, porque lo primero siempre trae lo segundo. Si se quiere resurgir, cambiar, primero hay que morir, o lo que es lo mismo, destruir. Sus acciones son un deseo de llamar la atención, un deseo de cambio. No, Axel no deseaba un final, deseaba un principio.

Así como el perecer de unos es el vivir de otros, como es el caso de las plantas o animales que mueren a manos de bestias que los devoran para que éstas puedan vivir; se necesita erradicar algunos corazones para que surjan otras mejores. Ése es el ciclo eterno de la vida, una dualidad constante: luz y oscuridad, vida y muerte, felicidad y tristeza. El mundo tiene dos caras, y se alimentan la una de la otra. Podría decirse que él y yo somos una de las tantas representaciones de ese “yin y yan”. Sin embargo, ninguno de los dos estamos completos, porque ambos permanecemos cerrados al otro lado; por eso nos hacemos tanta falta, yo lo necesito para abrir los ojos a la maldad, y él a mí para abrir los ojos a la bondad, a la inocencia.

Esa clase de divagaciones pasaban a veces por mi cabeza. Peter decía que tenía buenas ideas, inteligentes incluso; pero que, al no leer, no era capaz de tornarlas en palabras. Mi hermano suele decir que no se lee para saber más, sino para aprender a entender lo que sabes y así poder expresarlo. ¡Jo, es que los libros me dan dolor de cabeza! Hay que concentrarse mucho. Yo prefiero dejarme llevar por los dulces brazos invisibles del televisor, que te envuelven y te acarician en una especie de sueño consciente. Es más fácil, la verdad.

Cada vez que le decía algo como eso, se enfadaba bastante. Hasta me llamaba tonto e ignorante. ¡Qué malo! ¿Yo qué culpa tengo de ser un zoquete?

Perdido en mis pensamientos, acabé llegando a clase. Fruncí el ceño. Ahora seguro que me tocaba esperar un buen rato a que llegara todo el mundo. Qué injusto. Pero mi sorpresa fue tremenda cuando, al abrir la puerta, encontré que, al otro lado, estaban ya la gran parte de mis compañeros sentados en sus respectivos asientos. Me quedé unos segundos embobado, sin poder asimilarlo del todo, hasta que noté que alguien me rozaba el hombro con el suyo.

Dylan Twin, perdido en su habitual cara taciturna, pasó a mi lado con un libro en la mano. En éste ponía: “La vida simbólica, por Carl Justav Jung”. Ni siquiera se disculpó, cosa que me molestó un poco, pero decidí ignorarlo. Sabía que ese chico era así.

─¡Dylan!─oí una voz que venía de detrás de mí─, ¿es que no tienes educación? Pídele perdón.

El aludido, haciendo gala de una indiferencia exorbitante, se giró y clavó las pupilas en mí. No se podía intuir qué pensaba o qué sentía a través de ellas. Eran los ojos más vacíos que había visto en mi vida. Los de Axel eran fríos, pero expresaban cierta altivez y una dulzura envuelta en una coraza de crueldad, pero éstos no, éstos parecían un espejo, un espejo en el que me veía reflejado, sin que hubiera un fondo tras ello.

─Perdón.

Dicho esto, siguió su camino. Yo, por mi parte, me giré y me encontré de frente con Mark, su hermano. Parecía reprochar a su hermano la actitud que había mostrado, con una expresión desaprobadora, pero éste ni le miraba. Suspiró.

─Lo siento, Justin. Discúlpalo, ¿vale? Es que este chico es imposible.

Un escalofrío de incredulidad me zarandeó el corazón. ¡Me había hablado! ¡Alguien de mi clase acababa de hablarme! Bueno, no es que nunca me hubieran dirigido la palabra, pero solían hacerlo con monosílabos y sin prestarme atención siquiera. Sin embargo, Mark acababa de llamarme por mi nombre. En serio, si no me controlo en ese momento, me pongo ahí mismo a llorar desconsoladamente.

Presa de una pasión desbordante, iba a responderle que no pasaba nada. No obstante, mi boca no me respondía. La timidez, cual fuego naciente en mi garganta, evaporaba mis ideas para que jamás se solidificaran en sonido. Asentí con una un gesto nervioso y me fui a mi asiento sin más. En aquellos momentos no podía estar más contento. Si el día anterior había sido perfecto, ¡éste era requeteperfecto! Me había librado de mi hermano, Mark me había hablado... Además, ni Jordan ni su novia se fijaron en mí ese día. Y, para rematar, Jared no había ido a clase. Mejor, la verdad, porque no había hablado con él desde nuestra tarde de sexo, cuando Rick nos pilló. ¡No quería acercarme más a él! ¡No, señor!

Por fin, tras la clase de Angela, llegó la hora del almuerzo, y yo, una vez más, estaba ante las puertas de esa azotea, en las que ponía: “Si entras, mueres”. Respiré hondo y conduje mi mano hacia la manivela. Cuál fue mi sorpresa al darme cuenta de que estaba abierta, pero fue aún mayor cuando vi al otro lado, frente a frente, a Axel y Jared.

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Mi cuerpo se anquilosó en un estado tembloroso, paralizante y hasta algo febril. Ni mis piernas ni mis brazos me respondían. La sorpresa, nacida en el fondo mismo de mis entrañas, estalló en mi interior provocando que sus llamas expulsaran pequeñas mechas de arcadas que ascendían por mi garganta, pero que no coronaban mi boca. ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué estaba Jared allí? ¿Lo habría citado allí Axel? Y si era así, ¿por qué habría hecho tal cosa? Pasó por mi cabeza que quizá lo hizo para ponerme a prueba, para que le demostrara que no temía a mis demonios y que era digno de él.

Jo, ¿por qué era yo siempre el que tenía que estar demostrando cosas? ¿Por qué era el único que mostraba afecto? ¿Por qué era el único que parecía enamorado? Nuestra relación no había sido más que una noria eterna que giraba constantemente por el mismo recorrido. ¡Y la vida no es eso! La vida es constante cambio, constante avanzar. Si te paras, estás muerto. Lo cual me llevaba a pensar que nuestra relación estaba muerta desde que comenzó. A lo mejor ni siquiera éramos una noria, sino una atracción averiada, parada, que no se había movido en ningún momento. Sí, no habíamos avanzado, así que realmente no había empezado nuestro viaje. En tal caso, ¿no es mejor dejarlo? Como un loco que se sube a un tiovivo esperando llegar a las montañas, no había hecho más que soñar, soñar con algo que estaba fuera de mi alcance.

¡Qué estaba pensando! Aquél no era momento para dudas. Hacía mucho que había decidido dejar mis vacilaciones atrás, y eso iba a hacer, ultimando todas las consecuencias. Cerré los ojos con fuerza para calmarme y, al abrirlos de nuevo, me dispuse a entrar en la azotea. Jared no se percató de mi presencia; no obstante, Axel clavó su gélida mirada en mis pupilas. Una mueca de determinación se dibujó en mi rostro, desafiante. Pero paré en seco antes de avanzar. Me estaba diciendo sin palabras, sólo con su vista severa, que no me moviera, que observara. Ni yo mismo comprendía cómo podía entenderlo. Puede que fuera tan sólo mi instinto; pero aun así, me escondí para escuchar lo que hablaban. Sonrisa en cara, Axel se dirigió a Jared con total naturalidad; mas el otro habló primero.

─¿Para qué coño me has llamado? Tengo el ojo morado─se señaló el susodicho─, ¿sabes? Hoy no me apetecía salir de casa.

─Quería hablarte de ese crío tan apetitoso que has estado pasándote por la piedra. Pongamos las cartas sobre la mesa, ¿vale? Quiero que sea mi juguete. No es que me vayan los tíos especialmente, pero el chaval la chupa bien, y con eso me basta. ¿Qué te parece? ¿Me lo pasas? Qué más te da, ¿no? Solamente lo quieres para follar. Y seguro que ya te has hartado de él, por lo que no te costará desprenderte del chico.

Jared se echó a reír en un tono de desprecio y burla. El otro no cambió un ápice su expresión.

─Ya lo compartimos una vez. Pero soy muy posesivo, lo siento. Lo que es mío, es mío. La respuesta es no─sentenció.

─¿Qué te cuesta? Puedes conseguir otro. ¿Cuántos has tenido ya? ¿Cuatro? ¿Cinco? Te lo pido como favor personal. Dame a éste─los labios de Axel permanecían fruncidos, dando a entender que iba en son de paz, que le estaba pidiendo un favor personal a Jared─. A cambio, si quieres, te ayudo a buscar uno nuevo.

─Axel─le detuvo Jared ya con cara de pocos amigos─, Justin es mío. Si lo tocas, te...

─Ahí te equivocas. Ese llorón está por mí. Tú ya sólo le generas pavor. Es lo normal cuando el lobo usa el chantaje y el terrorismo para hacer que las ovejas se metan en su boca.

Jared apretó el puño. Estaba algo tenso. Parecía no agradarle la idea de perderme. Pero no creo que fuera porque me quisiera, sino que más bien era porque me consideraba de su propiedad, suyo, y no quería permitir que le arrebataran lo que se había ganado. Es un deseo típico infantil. En eso se basa el egoísmo, básicamente. Del mismo modo, cuando le quitas algo a un niño, aunque no lo esté usando, lo deseará inmediatamente.

Axel se cruzó de brazos y alzó ambas cejas en pose interrogante. Le preguntó que por qué tenía tanto interés en mí, si yo era tan sólo “uno más”. No sabía muy bien a qué se refería con eso. Creía que se refería a que Jared había tenido varios amantes antes que yo. Éste, algo exaltado, se acercó a él y le agarró del pecho de la camisa. Axel no hizo ningún movimiento; tan sólo relajó los labios y tornó sus ojos tamaños. Jo, ni con ésas parecía tener miedo. Jared reflejaba furia por cada poro de su piel, y Axel rezumaba tranquilidad, calma, una calma fiera que estaba dispuesta a romperse ante la más mínima perturbación. Su mejor arma era la intimidación, aunque no creo que en este caso le fuera a funcionar.

Sentí un impulso de entrar; sin embargo, las pupilas de Axel se fijaron en mí y me ordenaron no hacerlo. Aun a sus pupilas tenía que obedecerlas. ¡Qué malo era conmigo!

─Pedazo de hijo de puta, ¿quieres que te arranque la cabeza?

─Déjame adivinar─respondió Axel ignorando su amenaza─: ésta es tu mejor obra, tu corderito más sumiso y obediente. Tuviste que trabajar mucho para moldearlo, ¿cierto? Imagino que no lo hiciste de forma muy limpia. ¿Qué hiciste para que te adorara, para que te necesitara, para que se rindiera a tus pies?

─Los humanos somos tan necios y cobardes, Axel, que si nos ofrecen un Salvador, nos aferramos a él sin dudarlo, como sanguijuelas, y no nos separamos nunca de la sangre que de él emana, la cual chupamos como si se tratase de la fuente de la vida. Si quieres que una persona haga lo que tú quieras, conviértete en su Salvador─dijo sin soltar al otro de su agarre.

─¿Eso es lo que hiciste? ¿Salvarlo con el único objetivo de que dejara que le perforaras el culo?

Jared no pudo reprimir una fuerte risotada. De sus bárbaros labios escapaba cada sonido con una violencia máxima, anunciando lo sórdido y malintencionado de su salvación. Aún no sabía lo que iba a decir y ya notaba mi garganta atorada y mis brazos muertos y doloridos. Era una premonición de lo que se disponía a contar. Su mandíbula, abriéndose y cerrándose ,masticaba la maldad que su boca exhalaba para que, al salir al mundo, no contaminara por entero a éste, sino que se evaporara poco a poco y se disolviera en su atmósfera. Axel no le quitaba la vista de encima, expectante.

─Recuerdo muy bien el primer día de curso. Volvía a repetir, por supuesto, de manera que tuve que desprenderme de mi presa anterior, cuyo nombre ya ni siquiera recuerdo. Examiné a las ovejitas ya en el comienzo del año escolar. Ninguna llamaba mi atención: todas tenían demasiada nobleza en su mirar, demasiada malicia, demasiada experiencia. Sólo una oveja despertó mi apetito, y mi polla: Justin. Su cuerpecito endeble y delicado caminaba inseguro, pero a la vez tenía un aire de lucha, de sendero hacia la valentía, de intención por sobrevivir. No hay nada que nos atraiga más a los lobos que esas deliciosas chuletas con patas que atraviesan la delgada cuerda entre que separa la infancia y la madurez.

─Así que te gustaba porque aún guardaba rasgos de niño, pero también poseía algunos rasgos de adulto, ¿no?─interrumpió Axel.

─No exactamente. Si ése fuera el caso, la gran mayoría de los de este instituto me atraerían. Él tenía algo que nadie tenía, que todos habíamos perdido, que no se hallaba ya en un cuerpo de nuestra edad: inocencia. No supe descifrar por qué en un primer momento, pero se notaba que permanecía en su interior. Más tarde, cuando supe que era hermano de Peter Wright, lo comprendí al instante. Ese niño fue criado entre algodones, en un mundo de luz y de color. Vivía encerrado en las 4 paredes de su castillo, custodiado por el dragón que es su hermano. Lo que no sabía ese idiota de Wright es que, al hacer eso, estaba tiñendo esa luz de sombras. El deseo y la curiosidad por lo sórdido crecerían en su cuerpo a una velocidad mucho mayor que en la del resto. Por ello, aprovecharme de él me resultó más sencillo.

─¿Me estás diciendo que fue él el que fue hasta ti?

─No. De hecho, yo lo tuve que preparar todo. ¿Qué se necesita para armar un cuento caballeresco, Axel? Tres cosas: un héroe, una doncella en apuros y un villano.

─¿Y eso quiere decir que...?─alzó una ceja su interlocutor.

─Que para poder ser un héroe, tuve que crear primero un villano; o, lo que es lo mismo, obligar a Jordan a serlo.

Mi mente se nubló en aquel momento. Es más, su conversación se alejaba de mi consciencia como un tren que deja una estación. Un torrente de emociones me asoló embravecida, pero, como mi razón estaba desconectada, no identificaba a ninguno en concreto, y danzaban en mi estómago furiosos, exigiendo atención, exigiendo ser reconocidos.

Mis párpados se habían escondido para no perder detalle; sin embargo, veía sin ver y escuchaba sin oír. Ningún pensamiento me alcanzaba. Estaba ajeno a ellos, ajeno a la situación, ajeno a mí. Ni siquiera podía ver los dos riachuelos que brotaban de mis globos oculares, que, como toda cascada, se perdían en un abismo de desesperación similar a ése del que habían nacido. Mi respiración se agitaba, se entrecortaba; se agitaba, se entrecortaba; se agitaba, se entrecortaba. Y, aun con toda aquella situación, no emitía sonido alguno, pues quería seguir espiando el encuentro, quería conocer los detalles del engaño, quería descubrir la verdad del engaño.

Dejados de lado mis sentimientos, aunque no por ello desaparecieron de mi interior, me esforcé en concentrarme para percatarme de su charla.

─¿Entonces─señaló Axel─, a cambio de hierba, el tal Jordan hacía lo que tú querías?

─Sí. Es un niño pijo, así que le encanta sentirse superior. Era el candidato perfecto. Luego sólo tenía que comprarle la maría a Trixie de su parte y ya está─relató Jared.

─Pero, espera, ¿no crees que ese plan era un poco arriesgado? O sea, ¿no podría habérsete adelantado otro Salvador? Imagina que alguien con cojones que odie las injusticias presenciara esos actos y le ayudara.

─Por eso, ya desde el primer día, hablé con todos los de clase y les dije que si se acercaban a Justin lo iban a pasar muy, pero que muy mal. El aislamiento es la mejor forma de debilitación. Si no tenía apoyos más allá de mi persona, todo su cariño, toda su esperanza y toda su confianza irían a parar a mí

─¿Me estás diciendo que alejaste a todo el mundo de ese crío e hiciste que le maltrataran para que así se quedara desamparado y se refugiara en tu polla?─resumió Axel.

De puro nervio, mis articulaciones se movían solas en el caos intrínseco a la desesperación. Todos esos meses en los que creía que no estaba solo, que tenía un amigo, alguien que se preocupaba por mí, alguien que velaba por mí, alguien que permanecía a mi lado, habían sido mentira. Nuestros encuentros sexuales nacieron tan sólo de la lujuria, la extorsión y la soledad; tres de los males más demoledores que puede sufrir el ser humano. ¿Qué había hecho? Había entregado mi cuerpo sin pensar, dejándome llevar. Me había vendido como una vulgar prostituta. No, ni siquiera así. Las prostitutas, al menos, tienen un objetivo: obtener dinero o mantenerse con vida (en caso de estar siendo obligadas a ello).

¿Pero yo qué? Yo me había lanzado a la bragueta de Jared para hallar una falsa sensación de salvación, que era más falsa incluso de lo que yo creía. Era deleznable, puesto que yo sabía que aquello estaba mal y que no serviría para nada, y aun así lo hacía. Me odiaba, le odiaba: nos odiaba. Sobre todo a él. No, sobre todo a mí. Peter me dijo una vez que “cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros”. Lo dijo un tal Hesse, un escritor.

No podía ser más cierto. En su maldad estaba reflejada mi ingenuidad, mi inocencia, mi estupidez. Mas también mi lujuria, porque sí, yo también lo deseaba. Por estas razones lo odiaba a él, y, por tanto, a mí. No hay más estúpido en el mundo que el que comete errores a sabiendas, no hay más estúpido en el mundo que yo.

No podía parar de llorar, y llegó tal punto, que, en un temblor, abrí la puerta con el brazo. Ambos se giraron y me miraron; Jared sorprendido y Axel con una expresión solemne. El primero soltó rápidamente al segundo y se quedó paralizado. No sabía dónde meterse.

Experimenté, en ese momento, una liberación. Dejaba de estar oculto, así que ya no tenía que reprimirme. De rodillas, me arrojé sobre el suelo y un fuerte bramido escapó de mi garganta. Fue un grito potente, desgarrado, fruto de la desolación absoluta. Parecía que se me había muerto alguien o algo peor. Entonces me di cuenta: estaba sufriendo un ataque de ansiedad. El Sol me golpeaba en la cara de forma ruda y salvaje; y yo ya no sabía si era para que reaccionara o para que me ahogara en mis gemidos y respiraciones agitadas.

Al verme así, Jared echó a correr y se fue de la azotea, dejándome atrás. Su expresión reflejaba pánico y hasta algo de vergüenza. He de decir que apenas me di cuenta de ello, pues mi vista estaba clavada en Axel, en sus ojos fríos, en su gesto sádico e indiferente. En mi alma, no había reproche alguno para Jared; sólo había reproche para Axel, puesto que era él quien me había mostrado la verdad. Él me hizo consciente de lo cierto, pero sabiendo que así me haría dicho; seguramente queriendo que me hiciera daño. Para mí, se presentaba como un ángel y un demonio a la vez, como un padre y un asesino, como un salvador y un condenador.

Caminó con la mayor tranquilidad hasta mí y se inclinó ligeramente para que su cara quedara a mi altura. Su postura y actitud clamaban: “Yo te he destruido. Así que no vuelvas a acercarte a mí nunca más”. Se giró sin molestarse siquiera en ayudarme, aun con los gritos que seguían brotando de mi interior, y se dispuso a alejarse; pero lo agarré del brazo. Se paró en seco.

─Ah... Sniff... ¡Ah...! Sniff...

─Déjalo ya. ¿No te das cuenta de que me das asco?─musitó aún de espaldas a mí.

─Sniff... ¡Te quiero! Ah... Sniff... ¡Ah...! ¡Te quiero, te quiero, te quiero!─grité desesperado tirando de él.

─Pues yo a ti no. Ríndete.

─¡No! Sniff... Ah... ¡Ah...! ¡No me rindo! Ah... ¡Te quiero!

─Si ahora te tapo la boca con la mano, no tardarás en morir. Podría hacerlo. Aquí no hay nadie más. Les dijo a los de la azotea que hoy no vinieran al instituto. Dime, bebé llorón, ¿debería matarte? Habrás oído los rumores, ¿no? Ya maté una vez.

─¡Te quiero!─volví a chillar.

─Cállate.

─¡Te quiero! ¡Te quier...! ¡Ah....! ¡¡¡¡Te quiero!!!!

─¡¡¡¡¡Cállate!!!!─gritó henchido de ira.

─¡¡¡¡¡¡¡Te quie...!!!!!!

Colmado de la furia más absoluta como estaba, se giró y me tiró el brazo para librarse de mi agarre. No he sentido más miedo en mi vida. Su cara era la de un loco, la de un enfermo iracundo dispuesto a matar. Pero eso no me iba a detener. Si la noria no paraba de girar en el mismo lugar, habría que arrancarla de cuajo del suelo para que comenzara a dirigirse a algún sitio. Hay momentos en la vida en los que el cambio no se produce, y es necesario forzarlo; aunque eso conlleve destruirlo todo, aunque eso conlleve destruir el mundo, aunque eso conlleve destruirte a ti mismo.

Dirigí mi mano libre hasta su pecho, incierta, tambaleante, nerviosa. Él la tomó también y se postró ante mí de rodillas, de igual manera en la que estaba yo. Con ambas extremidades superiores sujetas, relajó la tensión en su rostro, y aun estando yo presa de la congoja de la muerte, me besó. Introdujo su lengua en mi boca, que estaba sedienta de vida, para matarla. ¿En serio planeaba arrancarme el aire de los pulmones con la dulzura de un beso? ¿Sería aquello como el último beso de Romeo y Julieta en el que compartieron el veneno? Quería luchar, pero la belleza de mi interior no me lo permitía. Aquello era tan bello... Era amor y odio a la vez, era pulcritud y oscuridad, era vida y muerte, era cariño y desprecio. Sentía que debía aprovechar esa agonía dulce.

Y, de repente, salió de mi interior y me soltó para posar sus manos en mis mejillas. Mis ojos estaban llorosos y mi boca salivaba cual río que va a morir al mar. Entonces me lamió la barbilla hasta llegar hasta mis labios para limpiarla y después volver a internar la lengua en mi interior. Su tacto era tan relajante, tan calmante, tan sosegado. Acto seguido, volvió a separarse de mí y, en tono estricto, me dijo:

─Respira conmigo.

Hicimos juntos un par de ejercicios de respiración. Yo pronunciaba su nombre una y otra vez y le decía que le quería, que le necesitaba, que le amaba. Y él me decía que me calmara, que inspirara, que espirara. Tras un rato haciendo lo propio, conseguí calmarme. Sin embargo, no se separó de mí, sino que permaneció en esa misma posición, ante mí, y me rodeó con sus brazos.

─¿Axel?─pregunté sorprendido.

─Tú ganas, Justin. Te quiero.

Aquella fue la primera vez que me llamó por mi nombre.

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No entiendo por qué la gente se queja tanto. No hay nada irresoluble realmente. Puede que haya momentos en la vida en los que te envuelvan las tinieblas, el fuego o las aguas del mar, pero, con que una leve brisa llegue a tus pulmones, esos males desaparecen. Al oír aquello que dijo, al apreciar su tono delicado y rendido, el ataque de ansiedad que estaba sufriendo se desvaneció de golpe. La congoja se fue, el llanto cesó y mi respirar volvió a su estado normal. Lo único que prevaleció fue el nerviosismo que percutía mi pecho; es más, éste aumentó de intensidad, adoptando la fuerza de una tormenta que cae ruidosamente sobre la naturaleza salvaje.

Pero no era una excitación negativa, sino todo lo contrario; era la alegría la que golpeaba mi corazón para que éste llevara la noticia, con los mensajeros de la sangre, a todas las células de mi cuerpo. Estaba que no cabía en mí de gozo. Era tal mi estado de júbilo que mi ser era incapaz de asimilarlo del todo, lo que creaba en mí una sensación de ansia por obtener más. Me aferré a él con todas mis fuerzas y le llené el cuerpo de besos. Hecho esto, se separó del abrazo y se me quedó de frente con una cara que nunca jamás en la vida podré olvidar. El gran Axel McArthur, terror del terror, maestro de la delincuencia, la violencia y el chantaje, estaba lacrimando a moco tendido.

Una ternura incomparable nació de lo más recóndito de mi alma. Le pedí permiso con los ojos, haciendo pucheros, para que me dejara juntar mis labios con los suyos. No contestó, sino que en su lugar, fue él el que arrojó su boca sobre la mía, llenándome violentamente con su lengua. Al instante lo aparté e inflé los mofletes como protesta. “¡Tengo que ser yo quien lo inicie!”, dije enfurruñado. Una leve risita escapó de su garganta y asintió levemente. Ahora fui yo el que inicie nuestro roce, nuestro encuentro bucal. Introduje la lengua tímidamente, y ésta fue rápidamente devorada por la suya. Parecía un león peleando con una ardilla. Como pude, posé ambas manos en sus hombros y me dejé llevar. Con esto, se fue calmando poco a poco. Y su sosiego clamó de nuevo mi alegría, puesto que ver que era capaz de animarlo me puso súper contento. ¡Sí que me quería, sí que tenía poder sobre él!

─He intentado destruirte, y aun así, tú...

─Voy a luchar por lo que quiero, Axel. Ya te lo dije. Y lo que quiero eres tú─sonreí.

─Qué asco te tengo─soltó como sin fuerzas.

─Me quieres y lo sabes─alcé una ceja divertido─. ¿Pero por qué acabas de admitirlo? ¿Qué te ha hecho decirlo en voz alta? Y lo que es más importante: si me querías, ¿por qué te negabas mi amor?

─Te he visto roto ahí en el suelo. Todo había terminado para ti. Había acabado contigo, pero tú seguías aferrándote a mí, seguías queriéndome. Y entonces vi tu cara, vi que me necesitabas; y me di cuenta de que no soporto hacerte daño. Soy débil; he acabado compadeciéndome de ti, porque tú eres mi debilidad─sentenció.

─Jaajajaja─me salió sin poder evitarlo─. Soy tu debilidad.

Alzó ambas cejas y suspiró como riendo.

─Y, respecto a tu otra pregunta, primero debería explicarte lo que pretendía hacer: como no era merecedor de estar contigo ni con nadie, pero tampoco te apartabas, se me ocurrió que la única solución era desbaratar tu mundo, que descubrieras la verdad sobre ese capullo de Jared. Lleva haciendo esas cosas muchos años; de modo que sabía que la historia no sería bonita precisamente. Así, partiéndote el corazón y sabiendo que yo soy el que te lo ha partido, huirías de mí. Por otro lado, hasta pensaba que dejarías de creer en el amor.

─Es un plan tonto. ¿Por qué iba a culparte a ti?─argumenté tratando de disimular que lo había hecho mentalmente─. En todo caso, te daría las gracias por hacerme darme cuenta de lo cómo eran las cosas.

─Bueno, ¿quieres conocer el relato de cómo un chaval se convirtió en la sombra de sí mismo, en un espectro andante inmerecedor de la felicidad del amor? ¿Quieres conocer el relato de cómo maté?

Mis facciones se tensaron ligeramente; pero ya estaba decidido a oír lo que tuviera que contarme. Pensaba escuchar su pecado y ayudarle a redimirse. No permitiría que ningún obstáculo nos separara. No diré que no seguía doliéndome lo de Jared, pero eso tendría que esperar. Primero prestaría atención a la horrible historia de un chaval de 18 años que mató a su propio primo.

CONTINUARÁ...