El diario de la inocencia de Justin Wright 7.5
¡Especial de Halloween! Aunque algo tardío. Responderé a todos los comentarios. ¡También contiene un aunncio imrpotante!
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Diario de una adolescencia gay
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Un relato del Enterrador
El diario de la inocencia de Justin Wright 7.5: Inocencia convertida en pesadilla antes de navidad
Siempre me ha gustado Halloween. Jo, ¿a quién no le gusta disfrazarse y hartarse de chuches? Como el estirado de mi hermano no me dejaba comer muchos dulces porque decía que se me pondrían los dientes negros, y todos creerían que no tenía, pues se confundirían con el fondo, de modo que los pájaros creerían que era una cueva para refugiarse de los depredadores; se colarían en mi boca, y, tras atravesarme la garganta, pondrían huevos en mi estómago que, después, romperían el cascarón y querrían salir por… por ahí atrás.
¡Podía engañarme de niño, pero ya tenía la suficiente madurez para saber la verdad! ¡En realidad, el pájaro me ahogaría al intentar atravesarme la garganta! Aunque, bueno, realmente, creo que eso es más horrible que lo otro. No obstante, pensaba ir disfrazado de vampiro, y, como el disfraz trae dientes falsos, pues no tendría que preocuparme porque un ave quisiera penetrar en mi interior.
A decir verdad, mi hermano me tenía totalmente prohibido salir en Halloween; sin embargo, como había quedado con Rick, no estaría en casa, lo cual me dejaría vía libre para salir con mis ami…
Cierto, en Halloween se sale con amigos. Lo divertido es ir todos disfrazados y competir para quién obtiene más caramelos. Yo no tenía ningún amigo. ¿Cómo, entonces, iba a ir a buscar caramelos? Pensé en llamar a Axel, pero aún no había conseguido seducirle. Se dice así, ¿verdad? Ponerle cachondo, para hablar claro. Había oído esa expresión de Rick. Me estaba enseñando vocabulario erótico para, según sus propias palabras, “que se le empine a Axel con mi simple presencia”.
Definitivamente, no querría ir conmigo. ¿Y Jared? No, no quería volver a verlo. ¡Fue muy malo conmigo! Además, nunca había quedado con él por la tarde más que dos veces, y en las dos acabé siendo violado. ¡No, me negaba! ¡Amaba a Axel! ¡Y no le iba a poner la cornamenta! Aquello también lo había oído de Rick. Curiosamente, cuando dijo eso, mi hermano le dio con uno de sus libros en la cabeza, gritándole algo así como: “¡No le hables a mi hermano de adulterio! Espera, ¿es que es algo a lo que estás acostumbrado? Como se te ocurra engañarme, te arrancaré los testículos y se los haré tragar por el cuello a tu tétrico cadáver descabezado!”. Uno nunca se aburría con esos dos.
Sinceramente, creo que Rick perdió el conocimiento, porque tenía una cara muy rara y porque el libro con el que le dio era uno muy gordo, que se llamaba: “En busca del tiempo perdido”*.
*”En busca del tiempo perdido” es uno de los libros más largos de la historia. Contiene 9.609.000 caracteres aproximadamente (espacios incluidos).
¿Por qué la gente creaba esas fiestas pensando en un colectivo? Si estás solo, no puedes festejar, no puedes disfrutar la fiesta, no puedes participar. Yo no elegí estar solo, así que… ¿por qué? ¿Por qué sufro el castigo de la soledad, además del de la exclusión? Como estaba solo, pues debía acabar más solo aún, sin salir, encerrado. No me quedaba otra que posarme en lo alto de la cama y taparme hasta la cabeza mientras mi cuerpo temblaba al son de mis sollozos.
Ojalá supiera hacer amigos. ¿Cómo se hace? No es tan sencillo como acercarte a alguien y decirle: “Hola, ¿quieres ser mi amigo?”. Te mirarán raro, se apartarán y, más tarde, probablemente, se burlarán. Desde siempre, he espantado a la gente, y no entiendo por qué. Quizás el hecho de ser sólo amigo por las mañanas. Mi hermano no me permitía llevar amigos a casa, y, claro, las amistades no suelen consolidarse estando sólo en clase, supongo.
Eso me ponía triste. Al igual que una pobre mosca que, al intentar liberarse de una tela de araña, sólo consigue atarse aún más a ella; yo, cuanto más intento hacer amigos, más solo acabo. Halloween es para gente feliz, para gente sociable, para gente extrovertida, para gente con amigos.
La mañana del 31 de octubre llegué a la conclusión de que era inútil salir solo. Aunque lo hiciera y buscara amigos, nadie consigue una amistad en una noche. La amistad, como el más delicioso helado, tiene que tener muchas capas, capas que debes construir con paciencia, si no quieres desbordar la terrina y arrojar dicha amistad hacia la desconfianza. Estaba deprimido, muy deprimido, pero, como siempre, eso le daba igual a mi hermano. Me dijo que bajara a desayunar de inmediato. Jo, hasta en sábado me tenía que despertar a las 7:00.
Mis cabellos, desorientados y erguidos, direccionaban sus finos cuerpos cada uno en una dirección, quizás para huir de la prisión de mi peinado y de sus camaradas de cautiverio. En cualquier caso, bajé las escaleras con unas ojeras que debían caminar a mi lado de lo hondas que eran. Peter estaba en la mesa de la cocina, escribiendo algo con una mano mientras con la otra sorbía su taza de café.
Alcé ligeramente la cabeza y vi que mi desayuno estaba sobre la mesa. Al menos tenía algo bueno el estirado de mi hermano, y ese algo era que me preparaba la comida. Jamás me ha permitido cocinar; supongo que por miedo a que quemara todo el vecindario, aunque se agradecía, porque yo, por la mañana, no puedo hacer nada hasta que no pasan algunas horas.
─...días─articulé como pude.
─Justin─alzó la cabeza de su escrito─, no habrás pasado la noche con Charlie Sheen, ¿verdad? Estás hecho un asco.
─Ja. Ja. Ja─reí irónicamente─. Muy gracioso─me senté en la silla ofreciéndole un sonoro bostezo, durante el cual, me lanzó una de mis tostadas a la boca. Gracias a Dios, falló, y me dio sólo en la cara─. ¡Auch! ¡Oye!
─¡No vuelvas a bostezar así! ¡Es de mala educación! Se tapa uno la mano con la boca, mozo pueblerino de modales rudimentarios.
─¡¿Y qué más da?! ¡Si estamos en casa! ¡Nadie nos ve!
─Yo te veo. Y tú mismo te ves─alegó dando por finalizada la conversación, ya que siguió escribiendo.
Inflé los mofletes con tal fuerza, que casi me quedo sin aire; no obstante, creo que no se dio ni cuenta, porque siguió a lo suyo como si nada. Decidí seguir comiendo en silencio. Discutir con él era una pérdida de tiempo. Aunque no tenga razón en algo, sigue insistiendo, y jamás se rinde. Siempre tiene que tener la última palabra. ¡Qué pesado!
Tras acabar lo que había escrito, se me quedó mirando unos segundos. Yo hacía como si estuviera concentrado con mis tostadas y no le viera; entonces preguntó en un tono algo desinteresado:
─Oye, Justin, ¿quieres oír la poesía que he escrito?
¿Eh? ¿Mi hermano compartiendo conmigo algo así? ¡Sí que le estaba cambiando ese Rick! Dejé mi enfado a un lado y asentí con la cabeza, acompañando mi gesto con una amplia sonrisa cordial.
─La he escrito en 5 minutos, y bastante a desgana, pero es que tenemos que presentar una a un concurso de Halloween que organiza Brent y me da pereza. Tampoco importa mucho el concurso; sólo dan de premio un cheque de 10 dólares en libros. No lo necesito por dos razones: 1. No hay libro que no pueda conseguir en la biblioteca. 2. Soy tan bueno, que, debido a que mi victoria sobre esos macacos cuyo cultivo ha sido arrasado por la tormenta de la ignorancia está asegurada, no debería molestarme ni en participar.
A veces me preguntaba si todo esa arrogancia no era, en verdad, un intento de esconder el miedo. Puse los ojos en blanco un momento por su discurso, y le pedí que me la leyera ya, que estaba muy impaciente.
─¿De verdad quieres oírla?─alzó una ceja con expresión pícara.
─¡Sí, porfa, porfa! ¡Ya no puedo contener mi curiosidad! ¡Ahora tengo que oírlo!
─Pues te quedas con las ganas─cerró los ojos, regalándome así una mueca solemne─. Ahora, vamos, que llegamos tarde.
─Hermano─le miré con cara de pocos amigos─, hoy es sábado. ¡Y no juegues conmigo!
─Mmm… ¿Sábado? ¿Y por qué no me has dicho que no tocaba ir a clase cuando he ido a levantarte?─preguntó algo confuso.
─¡Te lo he gritado como novecientas veces, pero sólo me has respondido: “Excusas. A clase, marmota”!
─Bueno, mejor, así disciplinas tu cuerpo para levantarte a esta hora. Te he hecho un favor en el fondo.
Esta escena se repetía todos los sábados. Y, como era costumbre, inflé los mofletes. Pero esta vez iba a ser valiente e iba a vengarme de su jugarreta. Pegué un salto de la silla que hizo que ésta se desplomara al suelo y corrí hacia Peter. Éste, con cara de incredulidad, cogió el papel en el que había escrito y se levantó para después alzarlo hacia el techo.
¡Maldito malvado! No podía ganarle en altura. Al llegar a su lado, intenté saltar, pero no llegaba. Una carcajada salió de su boca, lista para burlarse de mí. Molesto, grité señalando tras él: “¡Mira, es Shakespeare!”. Me miró como si fuera tonto, cosa que hizo que me sonrojara de rabia; por lo que salté con más ímpetu. De repente, como si un rayo cayera sobre mí, me vino la respuesta, la manera de hacer que Peter soltara el papel: ¡cosquillas!
Con movimientos rápidos de dedos, recorrí su pecho y brazos en busca de su punto débil. Creo recordar que de niños jugábamos a eso, y yo siempre ganaba, porque tenía muchas cosquillas. Y acerté, puesto que se echó a reír mientras me insultaba, y dejó caer el papel, papel que yo recogí del suelo y que decía lo siguiente:
“La noche había llegado al oscuro mundo urbano, obligando a que miles de luciérnagas
metalizadas dieran vida al tenebroso paisaje de un lugar muerto. Un edificio se alzó,
en el centro de aquella grisácea ciudad. Sólo era estructura, y las vigas, recién formadas,
parecían frágiles ante un viento que podía ser amable y dulce, pero también muy cruel.
Dos amantes desconocedores el uno del otro, al anunciar la campana la medianoche,
acudían a la azotea de aquel lugar para encontrarse y desfogar su impaciente pasión.
Abrazados ambos por entes oscuros que cubrían sus cuerpos de anonimato, dábanse
esperanza, porque se entregaban falsos "te quiero", se entregaban falso amor.
Uniendo sus cuerpos, un sentimiento nació, así que decidieron confesar lo que sentían.
Un día, tras el crepúsculo, él se arrodilló y su amor declaró; ella, eufórica, le dijo
que sentía lo mismo. Y, de aquel júbilo, nació el abrazo más puro y cariñoso que podían.
Sin embargo, la Luna, celosa de que ellos pudieran tener lo que ella perdió con el Sol,
los irradió con la luz de la verdad. Y ambos se lanzaron de lo alto del edificio al ver
la cara del otro. Deforme, podrida, terrorífica, escalofriante. Eran cadáveres los dos.
Su cara sí que parecía un poema ahora. Sumado a que estaba colorado por haberse reído, la vergüenza debido a que había leído uno de sus trabajos acentuó aún más ese color. ¡Y no tenía por qué! ¡La verdad es que me pareció muy interesante! Aunque el final no me gustaba nada. Siendo sincero, yo era más de finales felices. Además, me había descolocado un poco. Me coloqué la mano en la barbilla, pensativo, para intentar descubrir qué significaba.
Mi hermano, totalmente serio, me quitó el papel de las manos y, sin otra palabra u otra mirada más, subió a su habitación y cerró la puerta de un portazo. No se hizo esperar mucho; la culpa me invadió por completo: llenando mis ojos de lágrimas a punto de salir y anudando mi cuello y mi corazón para que ni mis palabras ni mis sentimientos pudieran escapar a mi conciencia.
Quizás no debería haber hecho eso. Los escritores suelen ser muy celosos de su trabajo, y no les gusta que nadie los mire hasta no asegurarse de que son perfectos, e incluso así, la inseguridad a la que son condenados por el afán de superación no les deja hacerlo. Lo sentía, lo sentía mucho. Jo, en serio, de verdad. ¡Tenía que creerme! Lo único que yo quería era compartir con mi hermano lo que había escrito.
Me gustó mucho, en serio. Yo no era un entendido de poesía; no obstante, aquel poema me dio una imagen bella y oscura, y, además, me endulzó con su amor. Lo único que no me convencía era el final. ¡Eso es! ¡Tenía que decirle lo que pensaba del poema! Se lo debía. Era mi hermano, después de todo, y, como compensación por haber leído su trabajo sin permiso, tenía que decirle que estaba muy bien, y que lo último me parecía que merecía un final feliz.
Con el rigor de la determinación en mi semblante, subí al piso de arriba y llamé a su puerta. No hubo respuesta. Volví a hacerlo, y de nuevo ignoró mi llamada.
─¿Peter? Hazme un poema de Halloween. Venga, vamos a componer. Ahora ya no te puedo ver. Lo sé muy bien. ¿Qué ha podido pasar? Éramos inseparables, y ahora ya no. No lo logro comprender. Hazme un poema de Halloween. O lo que sea, me da igual
Aquí Justin hace un intento de hablar para que lo dice suene como un poema, pero no se da cuenta de que ha imitado la famosa canción de Frozen “Hazme un muñeco de nieve” (“Do you wanna build a snowman?”). Como teóricamente estos personajes son americanos y hablan en inglés, en realidad Justin habría dicho algo así:*
“Peter? Do you wanna build a Halloween poem? Come on, let’s go and form it. I never see you anymore. Come out the door. It’s like you’ve gone away. We used to be best buddies, and now we’re not. I wish you would tell me why. Do you wanna build a Halloween poem? It doesn’t have to be a Halloween poem”.
─Fuera─se oyó al fin.
─¡Vamos, he venido a pedirte perdón!
De nuevo la puerta sólo me devolvía silencio. Suspiré y me di la vuelta para volver abajo. Si no quería mis halagos, no había nada que pudiera hacer. Repentinamente, la puerta se abrió, mas al otro lado no estaba mi hermano, ni su habitación, sino una densa oscuridad que acababa en espiral.
Mis ojos se abrieron como platos. ¿Cómo era posible? Antes de poder meditarlo, un payaso salió de entre las sombras y, agarrándome de la camisa, me atrajo hasta su cara. Era la cosa más horrible que había visto en mi vida. Sus ojos, luminosos y en forma de triángulo, como los de una calabaza de Halloween, se posaban en mí, a pesar de la falta de pupila; sus puntiagudos dientes torcían su boca en una escalofriante sonrisa que parecía llegar hasta el límite de su pálido rostro; su nariz, redonda y carmesí, parecía chorrear un líquido rojo que bajaba hasta su boca y se perdía en ésta. Aunque era un bufón, un arlequín, un payaso, lo único que tenía colorido era el gorro, puesto que el resto de su indumentaria: ojos, piel y labios pintados, guantes, traje y peluca sólo eran de dos colores: o bien blanco o bien negro.
─Otra vez no...─lo miré inquieto.
Una risa se escapó de su pestilente interior acompañada de una disonancia que me resulta imposible de describir. Aunque lo hiciera, no creo que existan palabras en este mundo que puedan reflejar lo horrible, tétrica, escalofriante y tenebrosa que era. No sé, era como si fuera una especie de coro el que hablara, pero muchos de ellos estuvieran hablando a través de una especie de pared. El caso es que se me pusieron los pelos de punta. No me duró mucho. Cuando me quise dar cuenta, ya me había tragado.
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Cuando recobré la consciencia, ya no estaba vestido de la misma manera. Unas alas de murciélago coronaban mis hombros; unos afilados e imponentes colmillos sobresalían, sedientos de sangre, del interior de mi boca; la piel que rodeaba mis ojos se coloreó de oscuridad; y mi ropa era blanca y negra, dándome así un tono tétrico y escalofriante. Estaba listo para Halloween. Estoy seguro de que si hubiera tenido un espejo delante y me hubiera mirado, me habría muerto de miedo.
Tras analizar mi disfraz, observé el paisaje que me rodeaba. Estaba en una carretera tan larga, que se perdía en el horizonte. El cielo era tan sólo una superficie de sombras sin rastro de Luna que se confundía con un abismo al final del camino. Vaya, si hay una película de Disney que me da miedo, ésa es “Pesadilla antes de navidad”
. ¡No quería vivir una experiencia parecida, no quería enfrentarme a monstruos, fantasmas y esas cosas! Sin embargo, supongo que, movido por el recuerdo de que estábamos en Halloween, decidí continuar por la carretera para ver si encontraba una casa y me daban caramelos.
También conocida como “El extraño mundo de Jack” o “The nightmare before christmas”*
Caminé durante un rato que se me hizo, pero, finalmente, pude ver una ciudad al final del camino. Estaba repleta de niños disfrazados que iban de casa en casa para conseguir dulces. Yo, emocionado, corrí hasta ellos; no obstante, aquello era sólo un espejismo creado por mi mente. Llevaba tanto tiempo andando, una eternidad, que mi cerebro, en un intento de crear una válvula de escape, hizo aparecer esa mentira ante mis ojos.
En cuanto puse un pie en la ciudad, ésta desapareció, y en su lugar apareció un gigantesco espantapájaros con cabeza de calabaza. Todas y cada una de las células de mi piel se estremecieron y comenzaron a temblar ante tal visión. El espectro tenía un sombrero de punta, como los de las brujas; una camisa roída; unos pantalones tejanos; unos brazos que parecían ser sólo guantes; y lo que más me asustaba: una sonrisa perturbadora rajada a cuchillo. Intenté correr en dirección contraria a él, en la dirección por la que vine, mas, al darme la vuelta, vi que estaba al borde de un acantilado, en el que, en su fondo, bramaba un mar de oscuridad chocando contra él.
La ansiedad se volvió insoportable. Mi respiración se agitó de tal manera, que creí que se me iba a salir el alma por la boca. Ya sólo me quedaba rezar, aunque inútilmente, porque estaba claro que iba a morir. La bestia se reclinó hacia mí y sacó su cabeza para colocarla a mi lado. Una vez hecho eso, se alzó, descabezada, se agachó para coger impulso y así dar un salto por el cual consiguió ascender al cielo y perderse en sus sombras.
En ese momento me acordé de una camiseta que solía llevar mucho Rick, en la que ponía en letras grandes: “WTF!!??”, y que tenía grabada una cara muy graciosa. Imaginaba que mi cara debía estar así. Me acerqué a la calabaza con una curiosidad inhumana, y, algo dudoso, le di un toquecito con el dedo. No sé en qué pensaba; quizá en que igual se convertía en carroza y me llevaba a casa. Nada más lejos de lo que ocurrió, pues encogió hasta un tamaño más o menos similar a una mano y se volvió plana; después, se ancló a mi cabeza.
No le di mucha importancia, puesto que era sólo uno más de los imposibles que estaba viviendo esa noche. Ya nada podía sorprenderme. O, al menos, eso creía hasta que un palacio gótico de extensión increíble se armó ante mis ojos. Me acerqué a su puerta desorientado y toqué un par de veces formando una melodía infantil. Nadie me abrió. “¡Serán maleducados!”, pensé inflando los mofletes. Le di una patada a la puerta molesto y, obviamente, me hice la puñeta. No pude evitar gritar de dolor, lo que hizo que un guardia saliera.
─¿Quién es usted y por qué insiste tanto en llamar a la puerta del conde del crepúsculo sempiterno?─preguntó cerrando la puerta tras de sí.
─¿Sempi... terno? ¿Es ese conde una serpiente o algo?
─En fin, si no tiene más que preguntas absurdas, me voy─frunció el ceño.
─¿Y a dónde va?
─A la tumba, ¿a dónde si no? Todos vamos hacia allí.
─Deben de ser ustedes una panda de suicidas─asentí pensativo.
─¿Suicidas? Ah, se refiere a los niños. Sí, siempre están preguntando: “¿Cuánto falta?”, “¿Queda mucho?”, “Jo, me quiero bajar”.
─Definitivamente no quiero entrar a este sitio. Si vuestros niños son suicidas, está claro que los adultos estarán muertos.
─Pues buenas noches y hasta luego─se despidió dándose la vuelta para volver a entrar al castillo.
─¡Normalidad!─se oyó al otro lado de la puerta─. ¡¿Se puede saber qué es todo este jaleo?!
─Pffff... ¡Tiene nombre de chica!─pensé para mí aguantándome la risa.
─S-señor, es sólo un crío idiota que no debería suscitarnos ningún interés.
─¡Eso lo decidiré yo! ¡Que pase!─respondió la voz.
─P-pero, señor conde...
─¡¿Te atreves a contradecirme?! ¡Haré que camines solo por el sendero de la muerte durante toda le eternidad, sucio e ingrato gusano!
El guardia frunció el ceño y me miró de forma desaprobadora. Más tarde, abrió la puerta y se colocó, erguido, a un lado, permitiéndome el paso. Sonreí porque, aunque no quisiese entrar, me gustaba haber ganado la batalla. Ese sitio me daba algo de miedo, sobre todo por eso de que los niños se suicidaban; sin embargo, los dulces son dulces, te los dé una amable anciana o una serpiente que, por alguna razón, ha llegado a conde.
Me parecía divertido que a una serpiente la hubiera elegido un pueblo para que fuera conde. Porque los condes se elegían así, ¿no? Pero qué tonterías digo... ¡Pues claro! Un conde es algo así como un alcalde, pero en guapo, y robando de forma mucho más descarada. Mientras caminaba por los intrincados pasillos caí en la cuenta de que el guardia tenía que haberme acompañado para indicarme el camino. ¡Será rencoroso! Ahora tenía que encontrar al conde por mi cuenta.
Encima, como todo estaba tan oscuro porque no había luces en los pasillos, estaba muy asustado. Podía discernir en los cuadros, muy tenuemente, una figura familiar, acompañada de un chico de aspecto pálido e infantil al que no conocía. ¿Sería el conde alguno de ellos? Miré por la ventana el hermoso paisaje celestial que ahora sí era apreciable. Las estrellas, antes ocultas por las tinieblas, eran ahora visibles, por lo que pude defenderme mejor en los pasillos.
Recorrida gran parte del castillo, llegué a la cocina. Me asomé a la puerta y vi al chef discutiendo con su pinche de cocina.
─¿Qué preparamos para el señor y su invitado, Mickey?─preguntó el chef con una mueca cansada.
─Bocadillos.
─¡Eso es muy cutre! ¡Quiébrate más la cabeza!
─Bocadillos con pan de sésamo.
─Me agotas.
─Me quieres.
El chef suspiró y le lanzó al otro una mirada asesina.
─Pues claro que te quiero, idiota.
─Yo también te quiero─declaró el pinche con una mirada inexpresiva.
Como si fuera lo más normal del mundo, se abrazaron y se pusieron a besarse ahí mismo con una dulzura impropia de simples amigos. Huí rápidamente de allí. Creo que vi más de lo que debía. Llegué a unas escaleras en las que había dos chicos limpiando. Justo cuando fui a llamarlos para que me indicaran el camino hasta el conde, el más alto de ellos, de improviso, subió a sus hombros al más bajito.
El pequeñajo se sonrojó por completo, y yo me quedé, como cualquier cotilla, mirándoles.
─¡E-eric! ¡¿S-se puede saber qué haces?!─gritó el que estaba en las alturas.
─Es que, como he visto que no llegabas a ese cuadro, te he aupado─se rió.
─Bájame. Ya─soltó tajante el pobre chico.
─No tenemos escaleras, Mark. Es mejor hacerlo así. Vamos, date prisa. Eres un gnomo, así que no tienes otra opción.
Se notaba que el muchacho se sentía humillado con la resolución, pero, al parecer, no tenía otra. Con el trapo que sostenía en la mano, le quitaba el polvo a ese viejo cuadro de Christopher Lee en su papel de Drácula. El conde serpiente sería fan de él o algo. Por otro lado, el tal Eric parecía estar disfrutando del control que ejercía sobre el pobre muchacho. La escena me resultaba algo ridícula; aun así, no podía dejar de mirar.
─Vaya, qué bien limpias el polvo. Eres todo una sirvienta─se burló el tal Eric.
─Déjame en paz, ¿quieres? Cuando terminemos la escalera, cada uno por su lado. No me apetece seguir aguantándote.
─Me partes el corazón, Mark.
No hubo respuesta, lo cual no me extraña, porque más falso no había podido sonar. Además, era imposible que el otro muchacho lo creyera. Ahora que lo pensaba, el tal Mark me resultaba familiar.
─Mark─intentó llamar su atención.
─¿Qué quieres ahora?─respondió enfurruñado.
─Bésame.
Dijo esto con tal seriedad, que hizo que el otro chico se pusiera mucho más nervioso, tanto que casi pierde el equilibrio. Menos mal que supo controlarse. De nuevo, aunque temblaba, no se dignó a responder aquella provocación tan absurda.
-No te lo pido por capricho, Mark. Necesito que me beses. Si no lo haces, me moriré-dijo en tono apesadumbrado.
─¡¿Quieres dejar de decir tonterías?! ¡Me pones nervioso!
─No son tonterías; es la verdad. Sin tus besos, moriré de amor, de amor por ti.
─Deja de decir esas cosas─su voz era tan débil que apenas se oía─, o acabaré por creérmelas.
De un movimiento rápido, Eric bajó a Mark de su espalda y se giró atrapándolo para besarlo. El pobre sirviente no se lo esperaba para nada. Sus ojos, abiertos hasta la extenuación, adoptaron un brillo especial al sentir los labios del chico de mayor estatura. Entonces Eric se separó y susurró con voz dulce y una sonrisa:
─Créetelas.
¡Vaya castillo más porno! ¡Debía de ser la mansión playboy o algo! Salí corriendo otra vez a ver si encontraba a alguien que no le estuviera metiendo mano a otra persona. Jo, que esas cosas sólo se hacen con la persona a la que amas. ¿No? Bueno, parecían quererse, pero... aun así... ¡No me parece bien hacer eso en el trabajo! Sí, y lo dice alguien que lo hizo con Jared por toda la escuela.
En el fondo de los pasillos había una puerta, así que entré en ella para ver si estaba al otro lado el dichoso conde. No obstante, lo que encontré fue un jardín interior, en el que dos jardineros estaban trabajando agachados. Una era claramente latino. Cuánto racismo...
─Marcos, ¿tú crees que el color rosa se llama así por la flor o que la flor se llama así por el color rosa?─preguntó el que parecía americano.
─Pues nunca lo había pensado, la verdad─respondió el latino.
─Es como ese enigma: “¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?”. Esas cosas le hacen a uno pensar.
─¿Pensar en qué?─preguntó el otro mientras descabezaba una desgraciada petunia.
─No sé, en la fugacidad de la vida, en lo insignificantes que somos, en que algún día podríamos quedarnos calvos...
─¡¿Calvos?!
─Marcos, ¿tú seguirías queriéndome aunque fuera calvo?
─E-eh... Vaya preguntita, David...─soltó algo nervioso.
─Si dudas tanto-se levantó con una sonrisa triste─, supongo que es porque la respuesta es un no.
─¡No es eso!─gritó Marcos.
─¿Eh?
─Fue tu cuerpo perfecto lo que me llamó la atención, pero e-es quien eres l-lo que me enamoró─dijo completamente avergonzado.
─Marcos...-sonrió.
─Y, ahora, terminemos con las flores─agachó la vista para que su mirada no se cruzase con la suya.
─¿Y después...?
─¿Y... d-después qu-qué?
─¿Qué quieres que te haga después, Marcos?─alzó una ceja con expresión juguetona.
Vale, era hora de rendirse. Nadie en ese sitio se salvaba de un estado de erección permanente, por lo que parecía. Dejé atrás al pobre latino, que se quedó titubeante y casi al borde del desmayo cuando el otro chico le dijo eso, y me fui a buscar, ya no al conde, sino la salida de aquel mundo de lujuria y depravación. Eran todos muy sueltecillos. Durante mi intento de escape, comenzó una tormenta fuera, lo que provocó que varios truenos cayeran y me hicieran sentir intranquilo.
No me gustaban las tormentas. ¡¿A quién le pueden gustar?! No son más que ruido, mucho ruido, y una luz cegadora. Es como si alguien diera un porrazo muy fuerte en la mesa y se encendiera la lámpara que apunta directamente a tu cara. ¡Muy desagradable, vamos! Me refugié en una de las habitaciones a ver si se pasaba, y resultó ser un gran salón. La sala estaba en completa oscuridad, pero, como se iluminaba con la caída de cada rayo, pues me di cuenta de su estructura.
Parecía ser un salón de ésos de baile como el que sale en “La bella y la bestia”; sólo que éste preludía a unas escaleras que llevaban a la segunda planta. No me lo podía creer; ¿había segunda planta? ¿Entonces lo único que había recorrido era la primera? Madre mía, ese castillo debía ser más grande que mi barrio entero.
Hubo un momento en el que los truenos cesaron y la habitación quedó totalmente a oscuras por un largo tiempo, cosa que me puso muy intranquilo. Sobre todo por el hecho de que notaba a alguien pegado a mi espalda. Su cabeza parecía acercarse peligrosamente a mi cuello. Teniendo en cuenta la de violadores que parecía haber en ese sitio tan raro, probablemente sus intenciones no serían puras, precisamente.
De repente, escuché un ruido, un ruido muy parecido al típico bufido que hacen los gatos cuando se enfadan, y, justo cuando cesó, un relámpago iluminó la sala, y me di la vuelta, con lo que vi a quien se hallaba allí conmigo: Axel. Tenía la boca abierta, y unos gigantescos colmillos le colgaban de ella. Además, llevaba un traje muy elegante, con capa.
─Mierda, ahora que iba a cenar─espetó molesto.
─¿Axel?─pregunté sorprendido.
─¿Axel? ¿Quién es ése? Mi nombre es Lexa, conde del crepúsculo sempiterno─dijo ya sin que pudiera verle.
─Pues te pareces a Axel sólo como él se parece a sí mismo, ¡de modo que tienes que ser él!
─¡Bobadas! Con la luz apropiada, nuestros cuerpos, meros espejismos, mutan en las gentes a las que nuestro observador desea ver.
─¿Has dicho “bobadas”? No, entonces no eres Axel. Él hubiera dicho algo más... Mmmm... ¿masculino?
─¡¿Cómo dices, puto maricón con estatura de ramera agachada?!
─Un poco mejor, creo.
─¿A qué has venido a mi castillo?─dijo dándome por imposible.
─No sé. Estaba en mi camino, así que entré.
─Ya veo. Pareces una presa deliciosa. ¿Qué te parece si hacemos un trato?
─¿Un trato?
─Déjame devorarte, y, a cambio, te daré el mayor placer que hayas experimentado en tu insignificante vida─pronunció con voz seductora.
─Creía que no querías hacerlo conmigo, Axel.
─Y dale. ¡Que no soy Axel!
─¡Entonces no! Yo sólo amo a Axel, y sólo lo haré con él. ¡No hay trato!
─Joder, me has pillado en un día de flojera, así que no me apetece violarte─suspiró.
─Pues me voy. ¡Adiós!─inflé los mofletes molesto.
Entre la oscuridad, difícilmente iba a encontrar la salida, pero no quería quedarme junto a ese tipo-serpiente más tiempo; lo único que tenía en mente era volver a casa y poner Disney Channel para ver Phineas y Ferb. Mis planes, aunque no afectaban demasiado negativamente al conde, le enfurecieron, porque, dado el primer paso hacia la salida, se abalanzó sobre mí y me cogió en brazos de forma violenta.
─¡¿Qué haces?! ¡Detente, detente!─pataleé todo lo que pude─. ¡Si no eres Axel, no te quiero! ¡Déjame, déjameeeeee!
─¡Bebé llorón!─gritó con rabia─. ¡Deja ya de darme patadas o te parto los dedos y te dejo la puta mano hecha un muñón!
─¡Suelt...! Espera, ¿me has llamado bebé llorón?
Me colocó encima de lo que creía que era una mesa, pues la oscuridad no me permitía asegurarlo. Me arrancó la ropa sin decir una palabra más y acarició mi cuerpo con una delicadeza más propia de un amante que de un monstruo. No podría describir lo que se siente al hacer esas cosas en la oscuridad. Es todo mucho más sensorial. Creo que el cuerpo, al no recibir datos visuales, tiene que agudizar el resto de sentidos para obtener suficiente información.
De un momento a otro, su boca se posó en mi pecho y su lengua, acompañada por el ligero roce de sus colmillos, lamió mi pecho y acarició fugazmente mis pezones, lo que hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo entero. No sé si era Axel, pero mi cuerpo lo aceptaba como tal. Leves gemidos ansiosos salieron de mi boca deseosos de más.
─A-axel...─gemí.
─No pienso permitirte que pronuncies el nombre de otro mientras estás conmigo, bebé llorón─replicó bajando su boca hasta mi miembro.
Envolvió mi sexo con la lengua y llevó un dedo a mi entrada con la intención de profanarla. En serio, estaba loco por él, loco por Axel. Era él, tenía que ser él, ya que nadie, aparte de Axel, me había llamado jamás bebé llorón, y nadie, aparte de Axel, provocaba que mi corazón se desbocara de una forma tan exagerada.
Subiendo y bajando sus labios por mi pene, hizo que notara cómo se calentaba rápidamente. ¡No, yo era eyaculador precoz! A veces se me olvidaba. ¡No podía permitirle seguir, pues se daría cuenta de que no podía evitar descorchar el champán antes de la fiesta!
─P-por favor, A-axel... deja de hacer eso. Te quiero... dentro... ya. Por favor...
─¿Axel?─se lo sacó un momento de la boca para hablarme en tono burlón─. No sé de quién me hablas.
Creo, no sé por qué, que en aquel momento una sonrisa se le dibujó en la cara. Dicho eso, volvió a su tarea de chupar, esta vez con más ímpetu y con maś velocidad. No me iba a poder aguantar.
─Lexa, p-por favor...
─Así sí. Si tan ansioso estás por probar mi polla, no puedo negártela. Después de todo, yo lo estoy deseando tanto como tú.
Sacó el dedo y, a los pocos segundos, noté cómo algo largo y cilíndrico me estaba perforando. No tuvo la menor compasión: lo introdujo de un tirón y con la mayor brusquedad. Un enorme gritó escapó de mi garganta, y mi cuerpo entero se estremeció por el dolor. Ya, sé que no era la primera vez que me trataban duro, pero esa noche estaba sensible. Era la primera vez que lo hacía con Axel después de darme cuenta de que lo amaba, después de todo.
Me embriagó con todo su ser. Cada uno de los centímetros de su miembro, los cuales podía notar, me hacían sentirlo junto a mí, me hacían sentir que era suyo y que él era mío, que él era Axel y yo Justin, que él me amaba y yo lo amaba. Me hacían sentir que estábamos hechos el uno para el otro, y que, jamás, por mucho que buscase, encontraría a otra persona a la que quisiese tanto o más que a él.
Mi cuerpo, lejos de intentar echarse para atrás o algo, a pesar del dolor, se juntó instintivamente a él, se pegó a Axel. Todo en mí lo deseaba con todas sus fuerzas. Axel era, para mí, lo que más quería. Nunca había tenido a nadie en mi vida; siempre había estado solo. Sin embargo, tampoco deseé que nadie en particular estuviera a mi lado. Y con él, que era un delincuente, que se metía conmigo, que era borde y que tenía mala leche, con él quería pasar el resto de mi vida.
Sus embestidas me hicieron gritar como nunca antes habría gritado, y sus gemidos, suspiros de placer, en realidad; me calentaban como si estuviera a la intemperie bajo los rayos de mil soles. Dos ríos de lágrimas caían de mis ojos debido a la felicidad que sentía, los dedos de mis pies estaban contraídos por la excitación y mi pene iba de un lado a otro por el vaivén.
─¡Axel! ¡Oh, Axel! ¡Dios! ¡Me encanta, me encanta!
─¡Que no─gritó dándome aún más fuerte─me llames Axel!
─¡Aaaaaaagh!
Yo había tenido sexo muy duro con Jared, pero no llegó a ser intenso como esa sesión con Axel. Todo mi cuerpo, en total tensión, temblaba al son de las entradas y salidas de la persona a la que amaba. No podía verlo, pero sabía que estaba ahí, y sabía que no me dejaría solo. Colocó las manos a ambos lados de mi cabeza y sus jadeos aumentaron de intensidad. Iba a hacerlo: se iba a correr.
Yo ya estaba listo para recibir su esencia cuando, en el último momento, otro relámpago iluminó la sala por completo, y pude ver de nuevo el rostro de Axel, lleno de lágrimas. Eso sí que no me lo esperaba. ¿Axel, el insensible, llorando? Alcé la mano y le acaricié la mejilla, lo que le hizo sonreír un poco.
─Justin, te quiero. No lo olvides─susurró antes de correrse y que el resplandor fuera tragado por las sombras.
Pero no podemos estar juntos.
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─ito...
¿Eh? Oía como una voz lejana. Jo, con lo a gustito que estaba durmiendo. ¡Sólo 5 minutitos más!
─¡Cuñadito!─gritó Rick dejándose caer sobre mi cama.
─¡Jooooooooooo!─inflé los mofletes incorporándome─. ¡Hoy es sábado, Rick! ¡¿Por qué me despiertas tan pronto?!
─¿Pronto? Son las 12 de la mañana, tío─se rió.
─Pues eso, pronto.
─¿Te ha dicho mi amorcín lo de hoy? Ya sabes, lo de follar esta noche y eso.
─Sí, me ha dicho que se va contigo─fruncí el ceño aún con cara de sueño.
─¿Y tú qué vas a hacer? ¿Vas a buscar al capullo de Axel? ¡Coño, si ya acojona sin disfraz, no me lo quiero ni imaginar con uno!
No tenía ningunas ganas de escuchar a Rick en esos momentos. Lo siento, sé que no tiene mala intención y que intentaba animarme, pero, después de ese sueño y su inesperado final, sólo tenía ganas de taparme por completo y no salir de la cama en todo el día. Me volví a tumbar e intenté quedarme dormido otra vez.
─Joder, ¿duermes con un peluche? ¿A tus años?─cogió al señor Miau.
─¡Déjalo! No salgo esta noche, Rick. ¿Contento?
─Vaya, veo que alguien se levanta encabronado-alzó una ceja.
─Ahora vete y déjame dormir, por favor─me cubrí la cabeza con la manta en un movimiento rápido, como un niño con una rabieta.
Pareció hacerme caso, porque se levantó y se dirigió a la puerta. Sin embargo, justo antes de llegar al pasillo, se dio la vuelta y me preguntó con un tono de voz de preocupación:
─Si no tienes nada que hacer, podemos ir contigo a recoger caramelos.
¿Eh? ¿Lo decía en serio? Yo... jamás había ido a pedir caramelos.
─Aunque, claro, si prefieres hundirte en tu propia mierda durante todo el puto día, allá tú.
Fue a cerrar la puerta, dándome la espalda, pero antes de que lo hiciera del todo, pegué un salto de la cama y le agarré de la camisa. Me sentía un poco ridículo, me sentía un niño, pero... ¡estaba deseando ir a coger caramelos!
─¿Lo dices en serio?─pregunté avergonzado.
─Claro─se dio la vuelta y me ofreció una sonrisa.
─Pero... creía que ibais a ir a tu casa a...
─Bah, follar puede esperar. ¡Hostia, qué rima más perfecta para una poesía! ¡La escribiré!
─Entonces... ¿iremos los tres a por caramelos? ¿Seguro que mi hermano querrá?
─Si no quiere, que le follen; vamos tú y yo y ya está─asintió pensativo.
─No digas eso muy alto─me reí.
─Vamos, vístete, y bajamos a decírselo juntos.
─¡Sí! ¡Genial! ¡Qué ilusión, qué ilusión!
─Jajajaja, tengo que cuidar de mi cuñadito de vez en cuando.
─Gracias, Rick, de verdad─sonreí.
─De nada, tío. Ah, y feliz Halloween.
─Feliz Halloween-cerré los ojos poniendo una expresión de felicidad.
Peter accedió a ir también siempre y cuando le diéramos la mitad del botín. No conocía ese lado de mi hermanito. ¡Nunca imaginé que le gustaran los dulces, con lo aburrido que era! Al final, los tres fuimos a pedir caramelos y lo pasamos bomba. Hacía mucho tiempo que no me divertía. Hay quien dijo que un chico tan mayor pidiendo caramelos era ridículo, pero Peter los insultaba de forma elegante y, como no entendían lo que decía, lo dejaban pasar.
Esa noche fue el mejor Halloween de mi vida, y uno de los mejores días de la misma. No vi a Axel esa noche, pero estaba seguro de que volvería a verlo.
Bueno, no olvidéis disfrutar de una noche de Halloween genial, como yo.
¡FELIZ HALLOWEEN!
FIN
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Aprecidados lectores:
Siento mucho deciros que me encuentro en un paréntesis respecto a mi actividad literaria en todorelatos. No he tenido, por problemas personales, mucho tiempo para escribir, y ahora que he recuperado algo del mismo, he decidido dedicarme a escribir otro tipo de literatura. Así es, dejo la literatura homoerótica. Es más, quiero alejarme de todo lo erótico por un tiempo. Como esto es un renacer, he creado un nuevo wattpad para empezar los nuevos relatos. Si alguien está interesado en leerme, que me lo pida. De verdad que lamento mucho todo esto.
Aparte, me gustaría pedir disculpas por la simplicidad de este escrito que hoy os presento. Llevo mucho tiempo sin escribir más allá de algunos poemas que intentaban expresar mis emociones en un periodo tan oscuro de mi vida. No sé cuándo volveré, pero no es mi intención dejar mis historias sin final. Puede, queridos lectores, que, algún día no muy lejano, volvamos a cruzar letras con vista.
OS SALUDA
EL ENTERRADOR