El diario de la inocencia de Justin Wright 12.5
Cuando Justin se despierta de un sueño intranquilo, se encuentra a Axel mirándolo con monstruosa impasibilidad.
Diario de una adolescencia gay
_______________
Un relato del Enterrador
El diario de la inocencia de Justin Wright 12.5: Vamos, no seas inocente
Alguien había levantado la manta y ahora estaba al descubierto.
─¡Axel, ¿por qué lo has hecho?! Que me congelo.
─Es que quería verte esa cara tan bonita que tienes. No podía dormir. Estoy demasiado nervioso por tenerte a mi lado.
Se me subieron los colores.
─¡N-no digas tonterías y duérmete, tonto!
─Ya no creo que me duerma. Son las 12 de la mañana.
¿Tan tarde y mi hermano no me había llamado? Le habría dado vergüenza con Axel aquí. ¡Lo voy a invitar siempre!
─Oye, se me ocurre algo: ¿por qué no me llevas a tu casa?
─¿A mi casa? Pero…
─Vamos, porfa. Allí estaremos más tranquilos.
─Es que yo n…
─¡Porfa, porfa, porfa, porfa! Me voy a aguantar la respiración hasta que me digas que sí.
─¿Es que tienes 3 años…?
Cumplí mi amenaza, así que no le quedó otra que aceptar. Y, después de vestirnos y de desayunar algo, ─Peter se había ido con Rick. Mejor que mejor─, salimos en dirección a su casa. El viaje fue bastante agradable: hablamos y reímos juntos. Sólo me parecía rara una cosa…
─¿Qué hacemos en el instituto?
─Tú espera ─me ordenó.
─Jo, pues no me gusta pasar un día libre en este sitio.
Entonces sacó una llave y entramos en el edificio. Vale, creo que estábamos robando. O, como mínimo, allanando una propiedad privada. No puedo asegurarlo, puesto que cada vez que trataba de hablar con Axel, me siseaba. Llegamos a la biblioteca y entramos como si nada.
─¿Vienes a devolver un libro que se te había pasado para que no se enteren? Dudo que importe. El de la biblioteca pasa de todo. Si le das un bocadillo, puedes sacarle lo que quieras.
─Vaya, hablando del rey de Roma… Hola, Rex.
Ante nosotros, contra una de los estantes, estaban Rex y el director del club de teatro y bibliotecario, bastante pegados. Le dije a Axel que nos fuéramos, que no estaba bien espiar y que los dejáramos solos.
─¿Qué hacéis? ─dijo Axel, ignorándome claramente.
─Nada. Perder el tiempo ─espetó el del club de teatro.
Echó a andar y el otro trató de detenerlo.
─¡No, Mickey, espera! ¡Aún no hemos hablado!
─No me interesa.
─¡Te daré un bocadillo si te quedas!
─Si lo has hecho tú, seguro que sabe a mierda ─musitó el director con un desprecio que me erizó todo el vello.
Entonces el tal Mickey dejó la biblioteca y nos quedamos solos con Rex.
─¡Axel, hijo de puta, te voy a partir el careto! ¡Me dijiste que me dejabas la biblio hoy!
─Sí, pero pensaba que me la pediste para «estar a solas con tus pensamientos». Eso dijiste, ¿no? Y me traes aquí a un ligue. Qué feo está eso.
─¡Él no es ningún ligue! No soy maricón, ¿vale? Es sólo un colega. Bueno, al menos lo era cuando éramos críos.
─Lo que tú digas. Ahora lárgate, que queremos estar tranquilos.
─¡Axel! ─fruncí el ceño─. ¡No seas así! Es obvio que tu amigo acaba de sufrir un desengaño amoroso. Deja que se quede. Necesita tu apoyo.
─¡¿Qué desengaño amoroso ni qué ocho cuartos!?
─Si tu Julieta de los bocatas te ha roto el corazón, puedes quedarte. Si no, déjame vía libre. Ya me entiendes. ─le guiñó un ojo.
─Tsk. No vuelvo a pedirte un favor.
Dicho esto, se fue dando un portazo.
─Bueno, pues ésta es mi casa. Duermo ahí, en esa mesa, junto a la sección de «novela juvenil».
─¿Q-qué?
─Huí de casa, Justin. Y no tengo a dónde ir. Por eso no me queda otra que dormir en la biblio. Lo acordé con Brent hace mucho. Él me consiguió una beca para poder estudiar y este sitio. Aquí he pasado tantos ratos solo…
─Espera, ¿entonces lo de la literatura…?
─Exacto. De alguna manera tenía que pasar el rato, ¿no? Ya sólo me queda la sección de literatura infantil. Pero es que lo de que «Theo va a la escuela» no me termina de convencer. Es decir, dame algo más. Si lo hubiera escrito Salinger igual…
─Lo siento mucho…
─¿Mmm? ¿Por qué te disculpas?
─Por todo. Lo primero es que has tenido que echar a tu amigo por mi culpa. Y encima te he forzado a traerme aquí, cuando no querías.
─No es que no quisiera. Iba a decirte que no tengo casa, porque es la verdad.
─¡Pues vente a vivir conmigo y con…!
─¿Peter? ¿De verdad crees que lo aceptará? Vamos, no seas inocente.
─Pero yo no quiero que te quedes aquí, solo y triste.
─Entonces quédate alguna noche y me haces compañía, ¿vale? ─se agachó y me dio un beso en la cabeza.
No sé muy bien por qué, pero me puse a llorar, y él me abrazó con una dulzura más desesperada que cariñosa.
─Sniff… S-sí. Lo prometo.
CONTINUARÁ...