El diario de la inocencia de Justin Wright 10

Justin está teniendo un mal día, un muy mal día. Y lo malo de eso es que empiezan como acaban: es decir, mal.

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario de la inocencia de Justin Wright 10: Qué inocencia…

Estaba enfadado, profundamente enfadado. Más enfadado de lo que había estado en toda la vida. Primero Axel se portaba como un tonto y se negaba a ayudarme. Después, mi padre, que vive en Narnia─o en cualquier fantasía literaria que se os ocurra─, nos invitaba a una fiesta. ¡Y encima se portaba tan mal con Rick!

Vaya semanita, en serio, ni que me hubiera mirado una convención de tuertos. ¿Quién fui en mi vida anterior? ¿Hitler? Porque desde luego yo no creo que me mereciera tantos obstáculos en el camino. Es que, vamos, a veces parece que mi vida la escribe un guionista que oculta su falta de talento y confianza con la continua desgracia de su protagonista.

Al menos aquella mañana Peter no había venido a despertarme. Lo prometió, y llevaba cumpliéndolo desde entonces. Sinceramente, pensaba que se haría el loco y volvería a mi cuarto al día siguiente, como cada mañana, a llamarme marmota. Di gracias al cielo porque no fuera así. No estaba para aguantar eso en ese momento. Me hubiera puesto a gritarle, y habría acabado diciéndole cosas muy feas. Soy terrible cuando estoy de mal humor. Incluso más que Peter, a pesar de que ambos lo hayamos heredado de mi madre.

Cuando sonó el despertador le dí tal patada que lo estampé contra la pared, y reventó. Eso, en lugar de tranquilizarme, me hizo encolerizar aún más. ¡Ahora tenía que comprar otro despertador de Mickey, jolines!

Respiré hondo, y caminé hasta el baño. Allí, abrí el espejo y saqué el cepillo de dientes y el tubo de dentífrico. Al apretar éste último no salía nada, de modo que lo espachurré con todas mis fuerzas, con la suerte de que apuntaba a mi cara en ese momento, y esa masa viscosa y densa me llenó el pijama, la cara entera, y, lo mejor, los ojos.

Emití un grito de dolor, porque me escocía bastante, y dejé caer el tubo. Entonces, al caer delante de mis pies, me llenó igualmente las zapatillas de casa. Creedme, en ese momento me acordé, de una forma no muy elegante, de todos y cada uno de los dioses del Olimpo.

Del berrinche arrojé los dos objetos al interior del armarito del espejo y me volví a mi cuarto. ¡Ya no me apetecía lavarme los dientes, y tampoco la cara! ¡Tenía un mal día, ¿vale?! ¡O una mala vida!

Me vestí a toda prisa  y miré al despertador. Llegaba tarde. Tenía diez minutos para recorrer un camino de veinte. Sólo me quedaba correr, y a toda prisa. Creo que bajé las escaleras de casa de un solo salto─aunque en realidad sea físicamente imposible─de la prisa que llevaba. Alcancé la cocina como un rayo y volé a la puerta como una exhalación.

Una vez en la calle, y habiendo cerrado, me di cuenta de tres detalles que me hicieron hervir la sangre: el primero era que llevaba la camiseta del revés, el segundo era que me había dejado la mochila en mi cuarto, y el tercero y más divertido era que tenía las llaves en ella. En aquel momento me dije que no sabía si Dios existía, pero que si ése fuera el caso, una cosa era segura: me odiaba.

Hasta que Peter no regresara del instituto no podría entrar en casa. Y él siempre se iba unas cuantas horas antes─y me forzaba a acompañarlo─, así que no podía abrirme. Resignado, pensé en irme a algún parque o algo a pasar la mañana. De todas formas no llegaría hasta él antes de que empezara su clase, y me daba vergüenza irrumpir en el aula y que todos esos ojos se posaran sobre mí mientras me acercaba al sitio de Peter para pedirle la dichosa llave.

Opté por ir a clase. Me sentaría en mi sitio, solo, y prestaría atención a la clase. Al menos así podría disfrutar de la explicación sin preocuparme de tomar apuntes. ¿A quién quería engañar? Me iba a aburrir como una ostra cerrada. Sin embargo, fui. Llegué tardísimo, y como teníamos clase de arte con Devil, no me dejó entrar. Con su habitual sonrisa de acosador alegó que si hubiera sido una chica y me hubiera levantado la falda, igual se lo habría pensado, pero dado mi

salchicha

, no lo permitía.

Estuve un buen rato caminando por los pasillo, y me quedé mirando la puerta de la azotea. Pero me aparté rápidamente de allí. No quería ver a Axel bajo ningún concepto. ¿Qué clase de persona no defiende al chico del que está enamorado? ¡Era lógico que estuviera así con él!

Es curioso, porque no sentía realmente ningún tipo de tristeza. La indignación era tal, que no cabía en mi interior otro sentimiento que no fuera ése. Normalmente me habría pasado la hora arrastrándome por el edificio y lloriqueando, pero no. Caminé como ensimismado, concentrado en mi propia rabia y saboreándola. De vez en cuando me daban arrebatos violentos y sentía la necesidad de patear las taquillas o de gritar con todas mis fuerzas. ¿Cómo conseguía Axel ese efecto sobre mí? Yo no me cabreo fácilmente. Siempre soy un angelito, y ese chico había sacado la bestia que llevaba dentro.

Si me ponía así, era porque me importaba, ¿no? A pesar de que a él no. ¡Para él sólo era un juego! Bueno, no creo que fuera eso. En realidad, muchas de sus acciones no tienen sentido si no me quiere. ¿Pero de qué me sirve que alguien me quiera si no me defiende? No creo que sea normal que permanezca impasible al ver que me están haciendo

bullying

. Que no es cualquier cosa: mucha gente se ha suicidado por ello. Es un infierno, un auténtico infierno. Te sientes una molestia, un problema para los demás. Es como si tu mera existencia ya fuera algo que va a importunar al resto del mundo. Y eso te hace sentir defectuoso, repugnante e insignificante. Insignificante… Así me hacía sentir Axel al demostrar que no tenía el menor interés en mi seguridad.

Después de un buen rato de paseo, terminó la primera hora, y me dirigí a clase de Peter a ver si podía volver a casa y ponerme a ver

Bambi

o

El rey león

. Necesitaba algo con muertes. Como estaba bastante cerca, no tardé mucho en llegar ese chico latino que era amigo de Rick y de mi hermano. ¿Cómo era? ¿Marcial? ¿Matías? Da igual, forcé una sonrisa y me acerqué a saludarlo.

─Perdona, soy el hermano de Peter. ¿Podrías pedirle que salga para pedirle una cosa?─dije con el tono más cordial que mis nervios me permitían.

No quería meterme dentro si podía evitarlo. Axel podía estar en clase.

Con una expresión de desagrado profundo, se giró para mirarme y respondió:

─¿Tengo pinta de chico de los recados? ¿O de secretaria? Además, ha salido con Jones.

Aguanté como pude las ganas de asesinarlo allí mismo, y pregunté:

─¿Y sabes a dónde han ido?

─Ni lo sé ni me importa. Es más, prefiero no saberlo. Seguro que sea donde sea, están dándole al tema como conejos.

Efectivamente, eso sonaba muy a ellos. Más de una vez me he traumatizado al oír los gritos del sexo a través de la pared de mi habitación. Creo que hay veces en las que me concentro tanto en un punto para evadirme del ruido, que me quedo frito. Sí, me he puesto auriculares, pero se les oye por encima de ellos.

─¿Aún sigues aquí? Lárgate, que estoy esperando a alguien─me dijo de muy malas maneras.

«Ojalá caiga un rayo que atraviese el techo y te reviente, aunque tenga que morir yo contigo. Morimos los dos, pero que te mate», pensé en ese momento. Me despedí de él, y vi desde lejos como un chico alto y guapo se le acercaba con una sonrisa. Márquez lo recibió con un ademán cínico, como de dolor. Me pareció curioso, pero no era asunto mío, así que me fui al baño a ver si encontraba a Peter y a Rick.

No hubo suerte, y no me quedó otra que entrar a la siguiente clase. Como era con Angela no creí que hubiera problema. Ella no había llegado cuando entré al aula. Nadie reparó en mi presencia; cada cual estaba a lo suyo. Me senté en mi asiento y me quedé mirando hacia Jordan, que estaba hablando con Ann, su novia. Él parecía preocupado, y la chica le estaba abrazando mientras le acariciaba la cabeza. Aquella escena me revolvió el estómago y me provocó unas náuseas profundas.

¿Cómo podían demostrarse unas emociones tan puras, tan tiernos si eran tan crueles conmigo? Si no sentían compasión por mí, ¿cómo podían sentirla entre ellos? Si tenían sentimientos, ¿por qué conmigo no los mostraban? ¿Acaso yo era una mierda a la que podían pisotear cuando les diera la gana?

Me estaba hirviendo la sangre, y muchísimo. Un sentimiento muy oscuro se apoderó de mí, y deseé que murieran en ese instante. Antes ese pensamiento me habría espantado, pero ahora me llenaba de una satisfacción siniestra.

Miré alrededor. Jared no estaba. Mejor. Me levanté y caminé hasta ellos; entonces se separaron y Jordan me dedicó una mirada de incertidumbre.

─¡Estoy harto de ser el bueno!─grité.

Por debajo de la mesa, con un movimiento rápido y certero, le di una patada en los huevos con todas mis fuerzas. Ese idiota emitió un chillido desgarrador, parecido al de un cerdo al que acaban de degollar, y cayó al suelo. Ann se levantó para intentar detenerme, pero mis ojos la pararon en seco. Supo que no iba a poder pararme y que lo que hacía era justo en el fondo.

Dí un par de pasos hasta el chico, que estaba tendido en el suelo, y le pisé el estómago con un empeño que rozaba el ensañamiento. No podía controlarme.

─¡¿Te crees que soy una basura a la que puedes tratar a tu antojo?! ¡Pues ahora vas a probar lo que llevo aguantando todo un año, hijo de puta!

─No, Justin… Te prometo que no volveré a tocarte, pero…

─¡Que te calles!─le aticé una patada más fuerte─. ¿Sabes lo irónico? Que todos están mirando, y nadie va a hacer nada. Eso es lo maravilloso de la violencia y el maltrato. Generan una consecuencia magnífica: el miedo. ¡Y no hay mejor medio de manipulación! Con este temor tan maravilloso que se respira, dudo que alguien abra la boca.

─¡Justin, para, por favor!─suplicó Ann.

─No quiero─fruncí el ceño─. Me va a pagar lo que me ha hecho. ¿Sabes?─me dirigí de nuevo a Jordan─, me da igual que fuera Jared el que te enviara a por mí. ¡Fue tu cara la que vi a través de mis ojos llorosos! ¡Fue tu puño lo que sentí en mi piel trémula! ¡Fue tu risa lo que oí a través de mis oídos tensos! Ya ajustaré cuentas con él. Primero voy a hacerte experimentar lo que me has hecho durante todo este tiempo.

Había sido mucho más fácil de lo que hubiera esperado jamás. Ahí estaba, a mis pies, absolutamente atemorizado. Quizás sólo era cuestión de plantarle cara. Ay, si lo hubiera sabido mucho antes… Aunque también es posible que sin esa ira no hubiera sido capaz.

Me sentí malvado, y me encantó. Me sentía como el Joker. Sólo me faltaba echarme a reír.

Y, de repente, algo en mi interior se removió. Toda esa cólera acumulada se desvaneció, y se transformó en un nudo que creció desde mi estómago hasta mi garganta. Mi cuerpo comenzó a temblar, y casi me dieron ganas de vomitar.

¿Qué… qué estaba haciendo? Yo… yo no era así. Me horroricé por lo que acababa de hacer y aparté la pierna. Acto seguido, Ann se arrodilló ante Jordan, y, llorando, lo abrazó. «Lo siento», fue lo único que pude decir, y dos ríos de lágrimas colmaron mis mejillas.

No sabía por qué se me había ido la cabeza de esa manera. Puede que, en un ataque de locura, quisiera demostrarle a Axel que podía arreglar solo mis problemas, como él decía. Desconozco con qué objetivo.

Le pedí disculpas a Jordan una y otra vez, pero Ann me apartaba de su lado. Y eso me ponía triste, y lloraba más. ¿Quién mejor que yo iba a saber lo que estaba sufriendo? Me sentía fatal. Había perdido totalmente el control.

Siempre había evitado pagarle con la misma moneda porque eso sería rebajarme a su nivel. Sería convertirme en uno de ellos, y utilizar sus mismas prácticas. Y sólo hay una cosa que odiaba más que mi propia situación: ¡y era precisamente ésa, tornarme un maltratador!

Angela irrumpió en la clase, y al ver a Jordan en el suelo preguntó que quién le había hecho eso. Nadie habló, como siempre. Excepto una voz, que hizo retumbar mi corazón como un tambor.

─He sido yo─contesté entre sollozos.

La profesora, sorprendida, me envió al despacho del director. Desde luego, ése no era mi día. Pero al menos había pasado de un frenesí iracundo a una tristeza controlada. Tan sólo esperara que Peter no me matara cuando se enterase.

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El director no se lo podía creer. Es más, me pidió en varias ocasiones que le repitiera los hechos, porque le parecían de lo más insólitos. Quizás no ayudaba la congoja con la que se lo relataba. Más que el perpetrador, parecía la víctima. Pero es que en cierto modo lo era: ¡era mi propia víctima!

─Me cuesta asimilar lo que me está contando, señor Wright. Todos los profesores le tienen por un joven intachable y alegre. ¿Por qué ha atacado al señor Macpherson?

─Bueno, yo… Verá, es que tenía un mal día, y…

─¿Y eso le da derecho a golpear a un compañero? No, señor Wright. Me decepciona usted. Nada le diferencia de los demás. ¿Cree que un mal día le diferencia del resto? Todos los tenemos, y no vamos por ahí dando patadas.

─No me deja terminar...─murmuré abatido, como sin fuerzas para alzar la voz.

─Ya sabe que le tengo un gran cariño y respeto a su hermano, que ha colaborado en tantas actividades promulgadas por esta institución. No obstante, no puedo pasar por alto este incidente. Me veo obligado a llamar a sus padres.

«Inténtelo. Dudo que respondan siquiera», me dije para mis adentros.

Ni el enchufe que tenía mi hermano con el señor Rabbit me iba a salvar. Estaba cantado que me iban a expulsar, y eso mancharía mi expediente para siempre. Pero eso no me importaba realmente. Lo que lamentaba era que Peter me iba a matar. Seguro que me quemaba todas las pelis Disney que he ido recolectando a lo largo de los años─y en edición especial, claro─.

También me preguntaba cómo respondería Jordan al día siguiente. Probablemente me daría una paliza, o le diría a todo el mundo que era un monstruo y que jamás se acercaran a mí, lo cual no cambiaría mucho mi situación. Sin embargo, yo me sentiría mucho peor, porque ahora sí tendrían razones para odiarme. Jo, si es que hasta yo me odiaría.

El señor Rabbit comenzó a soltarme una charla sobre lo malo que es el

bullying

, y yo dirigí mi atención a la ventana distraídamente. Era tan irónico y humillante, que me pareció más de lo que podía soportar.

Fuera había un pájaro reposando en la rama de un árbol. No sabía de qué tipo era; después de todo, no tenía ni idea de ornitología, pero me imaginé que era un ruiseñor, porque necesitaba abstraerme, y no se me ocurría nada mejor que perderme en la dulce melodía de ese animal, que alimenta tantas fantasías. Me acordé de Cenicienta y recité para mí: «Canta, ruiseñor. Canta, por favor».



Canción de la película de Disney de 1950 La Cenicienta.

El dulce y delicado pajarillo accedía en mi cabeza a mis ruegos y me tranquilizaba con su precioso canto. Yo me perdía en aquel sonido envolvente, entregado por completo al mismo, y trataba de disimular dirigiendo la vista al director de vez en cuando.

A veces me sorprende el poder de la concentración. La representación que evocaba era tan vívida y nítida, que el mundo lúgubre y gris que se abría ante mí se difuminaba por completo. Los reproches del señor Rabbit se perdían en una niebla de embeleso, y mi espíritu volaba a los bosques nocturnos de un país lejano


. Allí, planeaba sobre los árboles, y gozaba de las caricias del viento.


Aunque Justin quiera verlo como un ruiseñor, éstos no forman parte de la fauna americana, y, además, sólo cantan durante la noche.

De repente, un sonido me devolvió a la realidad. ¿Aquello había sido una visión o un sueño? La música se había ido. ¿Estaba despierto? ¿O estaba dormido? Pero daba igual en aquel momento. Jared había irrumpido en el despacho y se dirigía al asiento que estaba a mi lado. Ni me miró siquiera; sencillamente dio un golpe en la mesa con las dos manos y se dirigió al señor Rabbit con las siguientes palabras:

─Tío, que sepas que si este niño─me señaló─ha dado de hostias a Jordan, ha sido porque el muy mamón lleva acosándolo desde principios de curso. Ha tenido que soportar tanto, que ha acabado explotando. Es lo lógico, ¿no? Así que corta el rollo y no le eches más la bronca.

─Señor Davis, en primer lugar, ¿qué hace usted aquí?─al ver que Jared se retrepaba en el asiento y le observaba con indiferencia, continuó─. Aunque sea cierto lo que ha dicho, cosa que no puedo aceptar sin la existencia de pruebas, eso no librará al señor Wright del castigo. Pues debería haber denunciado el

bullying

a algún profesor.

─Devil lo sabía─sonrió con cierta sorna─. Justin no se lo dijo porque eso habría empeorado los abusos, pero el tío lo vio e hizo la vista gorda. Jordan estaba sobre Justin y le daba capones en la frente. Pero el muy inútil sólo les dijo que se sentaran y pasó del tema.

Mis ojos se abrieron como platos. Aquello no era verdad. Ningún profesor había visto jamás ningún ataque. Pero parecía estar inventándoselo para defenderme… Me pregunté por qué.

Lo de Devil fue una jugada maestra, porque siempre estaba metido en algún lío por su conducta irresponsable y su trato a los alumnos. Era perfectamente creíble que hubiera pasado de ayudarme. Es más, creo que su comportamiento real habría sido, sin duda, ése.

En cualquier caso, no iba a perdonar a Jared lo que me había hecho simplemente porque se sacara esa treta de la manga. ¡Su plan para usarme fue espantoso! Y lo había llevado a cabo con una crueldad y una frialdad absolutamente malévolas.

Sin embargo, permanecí en silencio expectante. Esperaba que sus intenciones fueran buenas, aunque en el fondo no me fiaba mucho de él.

─¿Cómo dice? P-pero eso es imposible… Me habría informado.

─¿Ah, sí? Sabes que esa escoria va a su bola. Hace lo que le sale de los huevos, y no tiene ningún sentido del deber con los putos estudiantes─añadió incorporándose y colocándose cara a cara al director─. Ahora dime, ¿vamos a tener que denunciar, o esto se va a solucionar pacíficamente?

─¡S-sigo sin tener ninguna prueba de que…!

─Mi palabra, la de Justin, y la de toda la clase. Pregunte. Nadie negará lo evidente. Investigue, gordito, que es su trabajo. O no nos quedará otra que llevaros a los tribunales. Qué mala publicidad para el instituto, ¿verdad?

El señor Rabbit puso una expresión fría y sombría, y, después de unos segundos de cavilación, aceptó dejarme libre y poner en marcha una investigación para averiguar si Jordan había estado maltratándome o no. No me esperaba para nada ese desenlace. Jo, estaba supersorprendido. ¡Y más teniendo en cuenta gracias a quién lo había conseguido! Mi peor enemigo me había librado de las tinieblas del pozo en el que él mismo me había sumido.

Dediqué una nueva mirada al pájaro de fuera, y me cuestioné si alguna vez algún ruiseñor había sufrido tanto como yo. Seguro que no le habrían atravesado el corazón como a mí. ¡En sus baladas habría mucho amor, pero a la hora de la verdad no sabían nada de él! Yo sí que había sufrido por amor, y por odio. ¡Eso me recordaba a una frase que soltaba Peter de vez en cuando! ¿Cómo era? Era en latín, de eso sí me acordaba. ¿

Odi ex ano

? ¡No!

Odi et amo.


Creo que no hay mejor expresión para definir lo que Jared sentía hacia mí. Me asustaba su bipolaridad...


Ambas frases son en latín: la primera dice «Odio desde el ano», y la segunda, famosa frase del carmen 85 de Catulo, dice: «Odio y amo».

Cuando ambos salimos del despacho, Jared se llevó la mano a los bolsillos y se apoyó contra la pared, dedicándome un ademán chulesco y divertido, como si su expresión sentenciara: «De nada». Fruncí el ceño y eché a andar, sin dignarme a contestarle. No soportaba su presencia, por mucho que acabara de salvarme.

─Estamos en paz─oí a mi espalda. Entonces me giré hacia él.

─Más o menos─atiné a decir─. Bueno, más bien menos. Jamás podré perdonarte lo que me has hecho, Jared.

─Vamos, pequeño, algo tenía que hacer para llamar tu atención. No es el mejor método de seducción, que digamos, pero el fin justifica los medios, y más cuando es algo tan preciado y valioso como tú.

─No te voy a delatar. Pero me gustaría que desaparecieras de mi vida. Ya no quiero volver a verte.

─¿De verdad vas a romperme el corazón de esa forma?─alzó una ceja, aunque noté cierta rotura en su voz─, Vamos, Justin, recuerda los buenos tiempos. Nadie te ha hecho gozar tanto como yo.

─¿Por qué has hecho esto?

─Ignoras mi currada declaración. No te culpo. Pero tenía que intentarlo─se encogió de hombros algo contrariado─. En fin, ¿que por qué he hecho esto? Pues está claro. Es porque no soy tan mal tío como tú te crees.

Noté en el acto que esa frase era un intento de manipulación, y me sentí orgulloso por darme cuenta.

─Que sepas que Jordan no volverá a molestarte─continuó tras una leve pausa─, independientemente de que le castiguen o no. Hoy lo has acojonado bastante. Mírate─se rió─, y yo que creías que eras un adorable gatito. ¡Y has acabado siendo un león de garras afiladas! Ah, además, le he dicho a toda la clase que ya no tienen que ignorarte ni a ti ni lo que te pase, y que testifiquen a tu favor si les interrogan sobre el acoso.

Sonreí ligeramente porque pensé que igual ahora tendría una oportunidad para hacer amigos. No obstante, lo del león me recordó a aquel sueño tan perturbador que tuve con él, y un escalofrío me sobrecogió haciendo que pusiera mala cara.

─Adiós, Jared─sentencié tajantemente volviendo a reanudar el paso.

Al dirigirme a la puerta me fijé en que en una de las sillas de la sala de espera había alguien que había presenciado nuestra conversación. ¡Y ese alguien no era otro que Axel! ¿Cómo no me había dado cuenta?

─¿A-axel?─inquirí desconcertado.

─Bueno, yo os dejo para que habléis de vuestras cosas─soltó Jared echando a andar y saliendo al pasillo. Pero justo antes de perderse por completo se volvió y echó una miradita a Axel─. Cuídalo bien, colega.

El recién interpelado se quedó impasible, como era costumbre en él. Después, una vez se hubo perdido la causa de todas mis desdichas, alzó su vista hacia mí, y de forma fría e indiferente, me soltó:

─Hey.

CONTINUARÁ...