El diario de johnny 2

Sus comienzos como gigoló son tan inesperados como agradables. Aunque resulte inverosímil pensar que en aquellos años pudieran existir gigolós como el nuestro, la etapa del destape fue de alguna manera tan delirante como esta historia.

EL PUB DE PACO/CONTINUACIÓN

Fue entonces cuando se me acercó una chica a la que tampoco conocía. Con todo desparpajo me pidió que bailara con ella. Estaba sonando una canción lenta y todo el mundo aprovechaba para arrimarse y sobarse con esmero. Recordé haberla visto con el anfitrión de la fiesta o alguno de sus amigos. Podría muy bien ser su novia. Me juré ser discreto. Cumplí mi juramento, pero no así ella que enseguida se arrimó todo lo que pudo dentro de un espacio físico que no presentaba obstáculos a los cuerpos, y desde luego pudo mucho, creo que hasta el aire debió sentirse un tanto comprimido. No contenta con ello bajó las manos y me sobó el trasero y si me hubiera descuidado un poco hasta me hubiera bajado la cremallera de la bragueta. Semejante actitud no era muy frecuente en las mujeres, al menos en las que yo conocía, que solían limitarse a poner el semáforo en rojo, en ámbar o en verde o a dirigir el supuesto tráfico hacia ellas con un “savoir faire” que daba gusto. Eso me indicó que se trataba de una chica “progre” y tan libre como se lo permitía el entorno y las circunstancias.

A pesar de que supuestamente el ambiente universitario era de lo más libre y “progre” del país, el escándalo que se armó fue mayúsculo. Por suerte no duró mucho porque un chico se acercó hasta nosotros con una mirada luciferina en sus ojos de jaguar nocturno, me separó a empujones de la chica y continuó empujándome como si le estorbara en cualquier espacio que ocupara mi cuerpo. Al parecer era el novio porque ningún otro ser querido, ni siquiera su padre, se habría comportado de aquella manera, como un toro que cornea la capa roja una y otra vez.

Tuve que ponerme serio, agarrarle del cuello, hacerle una llave inmovilizadota y gritarle a la oreja que yo ignoraba que la chica fuera su novia, que no tenía obligación de saber acerca de las relaciones de las chicas que me pedían un baile, que no fui yo quien la invitó a bailar, sino ella a mí y que eran sus manos, las delicadas manos de su novia las que me estaban magreando a mí, tocándome el culo con mucho salero y no las mías, humanoides y bastas las que habían buscado su delicioso culo. O sea, dicho en plan pijo, que arreglara sus problemas con su novia y no conmigo, un discreto invitado que no conocía a nadie en la fiesta, y rematé diciéndole con cierto “recochineo” que si yo fuera su novia ya le hubiera mandado a tomar por donde amargan los pepinos, dicho con toda fineza.

El muy estúpido no me hizo el menor caso, emperrado en que nos diéramos de puñetazos. Como estaba bien sujeto comenzó a forcejear con las piernas y en un descuido me acarició un poco el tobillo. Eso colmó mi paciencia y lo lancé con todas mis fuerzas contra unas mesas, donde quedó espatarrado. Un amigo suyo intentó separarnos y la novia del mencionado amigo se puso de uñas por salir en defensa de aquella guarra que iba también a por su novio…Detuvieron la música, todo el mundo intentó separar a todo el mundo, acabaron por pelearse quienes no tenían la culpa de nada y llovieron puñetazos y patadas por todas partes. Yo salí de allí, tan discreto como si no tuviera la culpa de nada, y tan precavido como si tuviera la culpa de todo, incapaz de aclarar mi mente de la confusión en que había caído, puesto que ahora no sabía muy bien si la chica que me había metido mano era la novia del que me había golpeado o en realidad era la novia del anfitrión que supuestamente me había invitado y el que se enfrentara conmigo era un amigo del anfitrión o si la chica que llamara guarra a “mi chica” era novia del anfitrión, de su amigo o del amigo de su amigo. Aquello era un rompecabezas que daba dolor de cabeza. ¡Menudo follón!

En el camino hacia la salida recibí algún golpe perdido, alguna colleja sin importancia, y una chica se acercó a mí pidiéndome que la acompañara a casa y a cambio de recompensaría. Con la oscuridad que se hizo cuando las bombillas se rompieron y las luces se apagaron no supe, hasta que estuvimos fuera, que en realidad era la chica que me había metido mano y por la que se había organizado todo aquel “guirigay”. Cuando estaba a punto de aceptar su amable invitación y sacar algo positivo de aquella noche nefasta un chico se acercó poniéndome de chupa de dómine. No sabía quién era y no me paré a averiguarlo. Salí de allí como alma que fuera a llevar el diablo, sin culpa por su parte, un poco magullado y bastante malhumorado.

Tal vez se debiera a esa confusión que me perdiera por calles que conocía muy bien y en lugar de seguir en línea recta hasta mi destino, de regreso al piso que compatía con varios compañeros de universidad, terminara frente al pub de Paco, también llamado The Saylor o tal vez fuera Popeye, the saylor, porque mis ojos se fijaron más en un letrero que colgaba de la puerta que de las luces de neón que parpadeaban como si fueran bizcas. En letras manuscritas mayúsculas aquel letrero decía: SE BUSCA CAMARERO, PREGUNTAR EN EL INTERIOR.

Aquello me dio una idea. Estaba ya harto de hacer de portero de discoteca, recibiendo todos los golpes e insultos que se les escapaban a aquellos energúmenos y ninguna solicitud de compañía por parte de las chicas que frecuentaban el antro, –item más- habida cuenta de que el dueño de referido antro había desestimado mi solicitud de ascenso a relaciones públicas, un cargo más adecuado a mi prestancia, mi cultura universitaria y mi necesidad de cobrar un poco más, la posibilidad de cambiar de oficio que me estaba ofreciendo el destino… me pareció de perlas.

Me colé en el interior, pensando que por mal que me fueran las cosas no me irían peor que en la fiesta, y al menos me podría tomar una cerveza o una “copichuela” para el camino. Me sorprendió la decoración. Lo más que había esperado era un poster de Popeye o un barquito dentro de una botella en alguna estantería. En realidad todo el interior semejaba la proa de un barco, con el timón en su sitio, las paredes decoradas en madera y repletas de artilugios marineros, brújulas, sextantes y todo tipo de objetos cuyo nombre y utilidad ignoraba, como buen marinero en tierra que era (acababa de leer el poemario de Alberti). Incluso pude observar la existencia de pequeños camarotes, sin duda lugares íntimos para que las parejas necesitadas pudieran darse un ligero achuchón, algo así como un beso a hurtadillas, porque no estaban los tiempos para otras cosas en los lugares públicos.

Sin ninguna prisa, observando el entorno como un detective que se introdujera en la boca del lobo para investigar la mala vida de la esposa de su cliente, me acerqué hasta la barra, donde pedí una cerveza negra. Un hombre, mitad oso, dada su envergadura, y mitad humano, a juzgar por su tripita cervecera, se acercó hasta el lugar donde me había aposentado, con una sonrisa servicial en la boca.

-¿Qué va a ser?

-Una cerveza negra.

-¿Cualquiera?

-Cualquiera.

Me sirvió una jarra.

-A esta invita la casa.

-¿Y eso?

-Me da en la nariz que vienes a algo más.

Me enfadé un poco por su soberbia de creerse capaz de leer mis pensamientos.

-¿Cómo a qué? Si puede saberse.

-No te enfades, chico, ¿no has visto el letrero en la puerta?

-Así es, pero cómo puede saber que me interesa.

-Pareces universitario y perdona que te lo diga así, pero también se te ve como necesitado de redondear tus ingresos.

Me miré la ropa. Llevaba la camisa desgarrada y con manchas, tal ves de la copa que alguien me arrojara por encima. Eso me ablandó un poco.

-¿Sigue en pie la oferta?

-Pues claro. Si tuviera camarero ya habría retirado el cartel. ¿No crees?

Así se inició mi relación con Paco. Así dijo llamarse mientras me tendía su manaza de oso.

-El empleo es tuyo, si lo quieres.

-¿Así, sin más?

-¿Quieres que te haga una entrevista de trabajo?

-No, claro pero no me conoce de nada. Ni siquiera sabe si he trabajado alguna vez de camarero.

-¿Lo has hecho?

-Sí, pero…

-Pero nada. Eres un chaval fuerte y pareces despierto. Aprenderás pronto.

Con el tiempo, otro camarero (el pub tenía tres, además de Paco) me sacaría de dudas. Fue mi prestancia la que le hizo decidirse tan pronto. El atractivo físico era una condición básica para trabajar allí. Al parecer acudían muchas damas solitarias buscando compañía fácil. Cuando no encontraban algo de su gusto entre la clientela habitual acostumbraban a invitar a una copa al camarero de su gusto y luego podían pedirle que les acompañara a casa o donde fuera que hubieran situado su nidito de amor.

Paco hacía la vista gorda de todos estos tejemanejes a cambio de un porcentaje, un tanto por cien que cobraba al camarero de turno o al cliente de turno que quisiera utilizar las habitaciones que poseía el dueño en el piso de arriba. En resumidas cuentas que Paco era un discreto y amable celestino. Incluso solía invitar al pelma de turno que iba por allí solo a echar un “vistazo” con el fin de saber si se trataba de un cliente potencial o si acabaría por dar más problemas de lo que valía, como el mismo Paco me contaría con el tiempo.

Pidió a uno de los camareros que ocupara su lugar tras la barra y me hizo pasar a la trastienda. Me invitó a sentarme en una silla y él ocupó un sillón tras una pequeña mesa de despacho. No había lugar para más en aquel diminuto cuartucho. Iniciamos la conversación hablando de lo que más nos interesaba a ambos. Quise hacerme el duro y puse mis condiciones.

-Soy universitario, necesitaré una noche libre la víspera de exámenes y horario a tiempo parcial cuando tenga que preparar alguna asignatura difícil.

-Hecho.

-Antes de abandonar mi trabajo como portero de discoteca me gustaría saber cuánto voy a ganar aquí. Para perder dinero no necesito cambiar de trabajo.

-¿Cuánto ganas allí?

Inflé mi salario, intentando hacerme el listillo, a ver si colaba.

-Hecho.

-Y paga usted el uniforme.

Había observado que los camareros llevaban camisa negra con pajarita, con pantalón de tergal del mismo color.

-Hecho. ¿Algo más?

Abrí la boca buscando conseguir mejores condiciones puesto que me lo había puesto tan fácil, “a huevo”, pero no se me ocurrió nada más. Paco escupió en la palma de su mano derecha y me la tendió con una sonrisa.

-Soy de pueblo, hijo mío, allí sellamos los tratos de esta manera. Nada de papeles. Si estás descontento con algo me lo dices y veremos qué se puede hacer. Si estás enfermo llamas y yo me lo creo, siempre que no abuses. ¿Podrías empezar ahora?

-¿Ahora? Tendría que trabajar tal como voy vestido.

Y señalé mi camisa. Paco rió.

-¿Has tenido alguna batalla campal con una chica?

-Algo parecido.

Su sonrisa se ensanchó.

Así me gusta. Vamos a probarte uno de mis uniformes.

Abrió un armario disimulado en la pared y descolgó de una percha una camina y un pantalón.

-Nadie va a fijarse en tus zapatos por esta noche. ¿Tienes zapatos negros?

-Sí, un par para vestir. No me desagrada el negro.

-Me gusta tu honradez, chico, podrías haberme dicho que no para que te comprara un par. Pues mira, por “honrao” te voy a dar para un buen par de zapatos y un pequeño adelanto. Mañana quiero verte con zapatos negros.

Abrió un cajón, rebuscó en él y me tendió un par de billetes.

-Y ahora pruébate esto, mañna por la mañana pasarás por la dirección que te voy a dar para que te hagan unos arreglos y te confeccionen una camisa y un pantalón de repuesto. Mucho ojo, chaval, la chica es mona pero es del pueblo, es como si fuera una hija para mí. ¿Me entiendes? Como se te ocurra camelarla y luego dejarla tirada te voy a dar una somanta de “ostias” que no te va a reconocer ni tu padre. Y te lo dogo muy en serio. ¿Lo has pillado?

-A sus órdenes.

-Nada de bromitas con esto. Y ahora quítate la ropa y ponte esto. No te preocupes que te vea en calzones. Estoy curado de espantos y además me gustan las mujeres y mucho. Si fueras una mujer y te viera en bragas no respondería de mis instintos. Pero tú llevas calzones, ¿no, chaval?

-Imagino lo que quiere decir. Me gustan demasiado las mujeres para hacer tonterías.

-Eso espero, porque aquí los camareros somos todos muy machos. Te adelanto que si alguna dama te tira los tejos debes hacerle caso. Habla conmigo y podrás salir antes. Si luego te hace un “regalito”. ¿Sabes lo que quiero decir? Pues me lo dices y hacemos cuentas. Confío en ti, chaval, tienes cara de “honrao”.

Me probé sus ropas, las mangas me quedaban largas. Paco las recogió con mimo. El pantalón era un poco ancho. Paco me apretó el cinturón sin contemplaciones. Apenas me sobraban unos dedos de largo. Nuestra estatura era muy parecida. Recogió un poco los bajos y me colocó la pajarita.

-Listo. Si tienes alguna dificultad vienes a la barra y te pongo al loro. Hoy te echarán una mano los compañeros, pero mañana quiero que te defiendas tu solito y dentro de una semana serás el amo en “The Sailor”.

Lo pronunció tal cual, “De Sailor”. De esta guisa me acompañó hasta la barra. Me colocó a su lado mientras echaba un vistazo a la concurrencia.

-De momento está tranquilo. Te enseñaré dónde están las botellas, cómo servir una jarra de cerveza “como el fó” y cómo preparar un martín, los cócteles los dejaremos para mañana. ¿Ves aquella dama del rincón? Es la señorita Julia, una solterona aceptable, tiene mucha pasta, vive de las rentas, y ya te ha echado el ojito. Esta noche no te invitará, no te conoce de anda, antes querrá ver cómo te desenvuelves, pero lo hará un día de estos, seguro. Hazte un poco el remilgado, no mucho, porque a ella no le gustan demasiado fáciles, pero tampoco muy complicados. Tú mismo sabrás cómo maniobrar, ni demasiado fácil ni se lo pongas muy complicado. Te llevará a su piso y te dará una buena propina. Quiero el veinte por ciento y no me engañes. Sería una estupidez por tu parte.

Continuará