El diario de aprendizaje de Rick Jones 18

Rick decide hablar con Peter sobre lo que siente y lo que quiere, pero, repentinamente, surge un imprevisto.

Diario de una adolescencia gay

_______________

Un relato del Enterrador

El diario de aprendizaje de Rick Jones 19: Aprender a dejar marchar

A Ailira, por enseñarle la minga de Trump

Conocer a Jessie me hizo darme cuenta de algo: la vida es demasiado corta y demasiado chunga para estar todo el día andándose con mierdas. Si iba a estar perdiendo el tiempo con Peter, lo mejor era… No, no quería tener ninguna idea preconcebida ni ningún plan. Iba a hablar con él y ya se vería. Maggie y yo habíamos estado hablando, y llegamos a la conclusión de que tenía que decirle lo que quería y lo que esperaba de él. No podía seguir así. Para empezar, quería que habláramos y nos viéramos más seguido: tampoco estaba pidiéndole que viviera conmigo; con un mensaje al día me daba por satisfecho. Sólo quería saber que le importaba, que pensaba en mí, hostia. Y otra cosa: quería ser libre, como lo había sido Jessie. Quería salir del armario, a su lado. Si ya se lo había dicho a su padre, ¿por qué no podíamos hacerlo público? Todo el instuto lo sabía ya de todas formas y a la gente se la sudó bastante. En resumen, pasar más tiempo juntos y liberarnos. ¡Lo lógico!

Tuve que esperar que pasara la puta cuarentena para poder tratar el tema cara a cara. Lo curioso es que, cuando yo estaba decidiéndome a escribirle, me llegó un mensaje suyo: «Rick, como sabrás, el confinamiento forzado llegó a su fin hace escasos días. Ahora han empezado a abrir las universidades para trámites administrativos y algunos equipos de investigación. Si fuera posible, me gustaría que me llevaras a la universidad de Yale. Me encantaría informarme sobre su programa de estudios literarios. Justin también se vendría. En fin, espero tu respuesta. Un saludo». Suspiré. ¿En serio? ¿«Un saludo»? Pues nada, supongo que podría llevarlos; de todas formas Connecticut está aquí al lado: ya fui a Las Vegas, y ahí tuve que atravesar todo el país. De hecho, el viaje nos llevó como una semana a Maggie y a mí. Éste podría hacerse en un solo día.

Le respondí al mensaje con un «yo por mi amorcín haría lo que hiciese falta. Dalo por hecho» para irritarlo un poco. Pequeñas venganzas personales. Bueno, el caso es que a los dos o tres días me presenté en su casa con el coche, la asfixiante mascarilla y todo el material médico para ir a la universidad de Yale. Justo cuando rocé el timbre con mis manos y el sonido escapaba, tímidamente en sus primeras notas, la puerta se abrió de golpe y Justin se abalanzó sobre mí como un toro como una cabra montesa desbocada. Me cubrí los huevos en un acto reflejo, pero no el estómago, que es donde acabó su cabezón. Os podéis imaginar el puto dolor.

—¡Riiiiiiiiiick! ¡Menos mal que vienes tú también! ¡Menos mal que no me dejas solo con este ogro!

Le acaricié el pelo con un gesto amistoso, aunque por dentro me cagué en todos sus descendientes desde los tiempos de Matusalén. Por supuesto, como soy un tío tan enrollado y un ejemplo a seguir, le tranquilicé diciendo que si el monstruo malvado se ponía aterrador, encendería la radio y pondría una canción de Bo Burnham a toda hostia. Me encantaba ese tío; me desocojonaba con él. Y seguramente a Peter le irritaría, porque, bueno, a él le irrita todo lo que sea mínimamente divertido.

Mientras criticábamos un poco al capullo de mi novio, Peter apareció por la puerta. No lo había visto en varios meses, así que me impresionó mucho ver todos sus cambios. Su pelo estaba más largo de lo que se lo había dejado jamás. Como lo tenía tan caótico, no solía dejarlo crecer demasiado, pero tengo que decidir que estaba muy mono con ese pelo desordenado. Su cuerpecito, siempre tan delgado y delicado, había cogido algo de peso; supongo que por no moverse. Pero eso le había hecho más guapo: tenía mejor color y su cara estaba más redonda, menos marcada. Aun así, sus bracitos me recordaron que él es incapaz de ponerse gordo. Y por mi cabeza pasó que eso me la sudaba completamente. Seguro que estaba monísimo estuviera como estuviera. También me llamó la atención que no tenía sus habituales ojeras. ¿Peter durmiendo bien? Eso era muy sospechoso. Bueno, creo que lo he descrito un poco todo por partes, pero esto lo percibí todo a la vez en un instante, y el impacto que tuvo en mí fue muy fuerte. Sentí esa sensación de belleza que había sentido con Jessie, pero, a la vez, una ternura y una ilusión nuevas. Y todo porque pensaba en lo afortunado que era porque alguien así quisiera estar conmigo: alguien tan especial, alguien tan interesante, alguien tan guapo. Casi se me había olvidado lo que quería hablar con él. Sin embargo, cayó en mi mente de repente, como una guillotina.

—Estás muy guapo —balbuceé apartando a Justin, que se aferraba a mí como koala.

—Lo que estoy es gordo —me corrigió.

—Pues si eso es estar gordo, John Goodman es un jodido planeta entero.

—No le hagas caso —intervino Justin—. Le gusta mucho quejarse.

Peter no se dignó a respondernos a ninguno de los dos. Se giró para cerrar la puerta y después nos encaminamos todos juntos hasta el coche.

Durante el trayecto no hablamos mucho. Tan sólo les pregunté por qué no habían traído mascarillas con todo lo que estaba pasando, y Peter respondió que su padre, el excelentísimo señor George Wright, les había estado financiando generosamente durante la cuarentena y les había dado mogollón de mascarillas. Ni siquiera tenían que salir de casa: todo se enviaba por paquetería. No obstante, el hombre les había dicho en su última carta que no hacía falta usarlas, que el presidente Trump había desaconsejado su uso porque creaba una alarma innecesaria. Justin suspiró. Yo no dije nada.

Como estuvimos un rato en silencio, decidí poner la radio en una emisora al azar.

Roses

, de Chainsmokers. Nah, demasiado cursi y poco original.

Lose you to love me

, de Selena Gómez. La cambié inmediatamente. ¡Era el peor momento para escuchar esa mierda! La última no la reconocí. Peter dijo que era horrorosa, pero deduje que porque era de una cantante latinoamericana. Ahora estaban de moda esos ritmos sabrosones tan tropicales, así que la dejé; bueno, por eso y por joderle un poco. Luego dijeron el título:

Tu mirá

, de Rosalía. Se notaba la influencia de la música mexicana; seguro que esa tal Rosalía era de México. O sea, no soy experto en música ni nada del estilo, pero me sonaba como una ranchera de ésas.

Tuvimos que aguantar un discurso de Peter a favor de la ópera clásica y la música pura. Que si Vergui, que si Mamazart, que si Metoques, Chupán… Insistió una y otra vez en que eran formas rítmicas vulgares sin ninguna complejidad compositiva ni un concepto detrás. O algo así. Si os soy sincero, peña, acabé desconectando. Justin sólo dijo que su música favorita era la de las pelis de Disney, así que tampoco encontré apoyo de su parte. Hostia, tampoco es que me hubiera vuelto loco la canción, ¿pero era necesario atacarla de esa manera? El tío del programa había dicho que ganó varios premios latinos; ¿no quiere decir que algo hace bien? Pues nada: cambié a música country, que con lo conservador que era Peter, seguro que le gustaba.

—Por cierto, —le dije antes de que volviera a quejarse de la banda sonora—, ¿por qué tienes tanta prisa por ver la universidad si aún nos queda un año para graduarnos?

—Me gusta decidir las cosas con antelación. Además, ahora seguro que no hay nadie y la puedo ver tranquilamente, sin estorbos.

—Cuando estudies allí, no podrás librarte de la peña, niño oscurito.

—Desgraciadamente —sentenció—. Supongo que también me servirá para confirmar qué es lo que quiero estudiar. ¿Tú aún no lo sabes?

Ya estábamos con la mierda de siempre. ¿Y qué si no tengo ni puta idea de lo que quiero hacer? ¿Por qué tiene que estar la gente preguntando veinticuatro siete? Esperad primero a que acabe el instituto, si es que lo acabo. Porque no, estudiar no me mola nada, y encima se me da fatal. Si no me motivan de ninguna manera, ¿cómo voy a saber lo que quiero hacer y qué me gustaría estudiar? Joder, tío, que sé que preguntan porque están preocupados por mí y todo ese rollo, pero me estresan más. A ver si la gente se entera de una puta vez de que no tener título no te hace más inútil ni peor persona ni nada. ¡Yo ya era inútil mucho antes de empezar el instituto, y dudo mucho que un diploma cambie eso! En otras circunstancias, habría respondido, al menos, que no tenía claro dónde estaría, pero sí con quién estaría: con Peter. Pero ahora ni eso. Vaya puta mierda todo.

—Me gustaría ser actor porno. Sexo con tío buenos todo el día: me parece un ofertón.

—Ah, sí. Y encima no sólo te dan un sueldo; también sífilis, gonorrea, ladillas y sida. Todo un ofertón —respondió Peter con una media sonrisa.

Aunque lo mío había sido una broma, ese comentario me puso triste.

—¿Y tú, Justin?

—Jo, ¿por qué tienes que sacar ese tema? ¡Bastante problemas tengo ya en mi día a día como para preocuparme por eso!

—¿Tú qué problemas vas a tener, si eres un prepuberto?

—Pues muchos que no te puedo contar. Pero, para empezar, mi novio no tiene casa y está durmiendo en la biblioteca del instituto. ¿Te parece poco?

—Pobre Axel —dije—. Al menos ese gato obeso que tenéis le hace compañía.

—¡Churchill no está obeso! Bueno… Un poco. El caso es que yo no pienso en el futuro; vivo día a día.

—Vale, Rumbo —contestó Peter—. En fin, imagino que este viaje también puede seros útil a vosotros. Igual descubrís vuestro verdadero sueño.

Mi verdadero sueño… Hace unos meses habría sido pasar el resto de mi vida con él: terminar juntos el instituto, ir a la misma universidad, vivir en la misma ciudad y que ambos tuviéramos un curro, casarnos (aunque hubiera que irse a otro estado), adoptar una niña china, criarla hasta que se avergonzara de mí por ser un padre gilipollas, ir a su graduación, ir a su boda, verla irse de casa, quedarnos solos pero juntos y que yo me muriera antes que él, porque no habría soportado verlo apagarse. Ése era mi verdadero sueño, toda una vida de sueño. Pero ahora se desvanecía por el peso de la realidad. Y tenía miedo, porque, en el fondo, aunque deseaba que cambiaran las cosas y no quería perderlo, eso seguía siendo lo que más deseaba en el mundo.

☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆

Llegamos a las puertas de la universidad, y creo que Peter fue el único sorprendido cuando descubrimos que estaba cerrada. Había un cartel que ponía: «el profesor Latien Ecorta es un asaltacunas. No os acerquéis, chicas». Perdón, lo relevante era lo que ponía encima, pero es que me hizo gracia y quería compartirlo. Arriba estaba escrito: «cerrado por la pandemia del COVID-19. Sólo personal imprescindible». Por lo visto, las unis ya no abrirían hasta el nuevo curso, y las visitas habían quedado canceladísimas. Eso le pasaba por no haberse informado por Internet, pero como es un antiguo, pues simplemente escuchó en la tele que abrían los colegios y ya se creyó que eran todos y con el aforo máximo.

Sin embargo, la puerta se abrió y apareció un chaval chino bastante guapete: pelo negro con tupé, rostro de porcelana, sonrisa gatuna, cuerpo fibrado (aunque con brazacos) y una camiseta de «Black lives matter». Se nos quedó mirando un momento y luego se acercó.

—Hola, ¿queríais algo? La universidad está cerrada.

—Pues, verás, tío, veníamos a informarnos un poco. Pero visto lo visto, nos tendremos que volver a casa —respondí encogiéndome de hombros—. Venga, Peter.

Pero me ignoró.

—Perdona, ¿sería mucha molestia ver las instalaciones aunque sea? Hemos venido desde California sólo para esto.

¡¿California?!

—¡¿California?! —coreó Justin a mis pensamientos.

—Vaya, eso está muy lejos. Habréis estado de viaje varios días. —el chaval hizo una mueca de preocupación—. Está bien, haré una excepción.

Peter sonrió (seguramente de forma falsa) y nos hizo un gesto para que siguiéramos al chino. Vale, puede que sea prejuicioso decir que es chino sólo por sus rasgos, pero que sepáis que luego nos lo confirmó. Se llamaba Cheng Xun; había estudiado literatura y filología china en la universidad de Pekín, y ahora estaba haciendo su segunda carrera en Yale, literatura comparada. Os podéis imaginar el entusiasmo de Peter cuando se enteró. Y también os podréis imaginar que Justin y yo quedamos totalmente apartados de la conversación. ¡El tío encima era perfecto! No sé cuántas matrículas de honor, tenía un pie dentro del equipo de investigación de estudios poscoloniales de la facultad (ni idea de qué es eso, pero creo que produjo cierto rechazo en Peter, porque perdió la sonrisa un momento).

El caso es que estuvo orientándolo sobre qué carrera escoger, porque si bien Peter sabía que quería estudiar literatura, no tenía claro qué opción específica coger ni en qué especializarse. ¡Con todo lo que se había metido con nosotros y al final resulta que sólo tenía una idea general el muy cabrón! Lo cierto es que Justin ya ni se esforzaba en entender su conversación; simplemente intentaba llamar mi atención para que jugáramos a algún juego del móvil o incluso que los dejáramos solos y diéramos una vuelta. Pero no. ¡Esta vez tenía que enterarme de lo que pasaba! Ese Cheng no me daba buena espina. Y no porque fuera extranjero, sino porque era CONDENADAMENTE GUAPO.

—¿Pero los estudios culturales están aún en boga? —preguntó Peter con un tono de voz preocupado.

—Claro. Además, yo, siendo chino, feminista y bisexual, tenía que unirme sí o sí. —Se rió—.

Mierda, mierda, mierda. Encima era bi. Todo el mundo sabe que los gays tenemos un clarísimo fetiche con los bisexuales; son como los heteros, pero con posibilidad de tirárnoslos: la fruta prohibida al alcance de la mano. ¿Y por qué le soltaba eso de repente? No viene muy a cuento comentarle tu sexualidad a alguien a quien acabas de conocer, ¿no? Joder, ¿y si iba a saco a por mi Peter? Bueno, al menos me quedaba el alivia de que Peter jamás le diría a un desconocido que es gay, y el chino se detendría ahí. Seguramente lo estaba tanteando porque nos había visto juntos y tal. Por una vez, la discreción de mi novio me iba a ser útil. ¡Ja, ja, ja!

—Ah, nosotros somos gays. Ése de ahí es mi novio. —Me señaló con total naturalidad—. El otro es mi hermano pequeño.

¡No me lo podía creer! O sea, yo le pido que nos cojamos de la mano por los pasillos del insti y es como: «No, que nos pueden descubrir. ¿Y si alguien la toma con nosotros?», y ahora va y se lo cuenta al chino a la primera de cambio. ¡Todo porque tiene ese brillo en la piel propio de las estrellas del Kpop! ¡Pues no, hostia, eso no se hace! ¡No se juega así con mis sentimientos!

Claro que luego lo pensé mejor. Se lo había confesado a alguien bisexual y, por tanto, más abierto, seguramente, a ser tolerante con nosotros. Por otra parte, era un total desconocido y, aunque nos juzgara o insultara, no tendríamos que volver a ver. Y también estaba el hecho de que era una figura de autoridad dentro de la universidad: jefe de un equipo de investigación, y encima tenía acceso a estar por aquí a pesar de que estaba cerrada. Vale, lo entendía, pero aun así me cabreaba. Tenía derecho a estar cabreado, ¿verdad? ¡¿Verdad?!

—Me lo figuraba. —Me miró—. Pues aquí tendréis un espacio completamente seguro, que lo sepáis. Hay departamentos de teoría

queer

, profesores y alumnos LGTB y un sistema que tolera cero cualquier tipo de agresión, sea al colectivo que sea.

—Seguro que ha caído algún trabajo sobre Oscar Wilde o Proust por tu parte, ¿verdad? —dijo Peter algo irónico.

—Eso está muy visto. Mira, precisamente mi tesis va sobre la transexualidad en la novela hongkonesa de Ang Lee

Adiós a mi concubina

. ¿La conoces?

—No. Lo cierto es que no sé nada de literatura china.

—Cuidado con esas controvertidas declaraciones. —¡Le guiñó un ojo!—. Los hongkoneses no estarían muy de acuerdo con que los incluyas como chinos. Pero, bueno, precisamente porque la literatura china está olvidada, mi papel aquí es tan importante. Mi sueño es que la gente se empiece a preocupar por una literatura que, como decía Borges, «es casi tres veces milenaria».

Los ojos de Peter empezaron a brillar. ¡Mierda, le había citado a Borges! ¡Eso era jugar sucio! Más me valía ponerme a buscar citas suyas en el móvil para írselas soltando en el coche durante el camino de vuelta. Aunque, pensándolo bien, eso sería bastante patético. Mierda.

Siguieron hablando un rato de cosas que no entendí del todo, y se notaba que Peter estaba encantado y que le escuchaba atentamente. Él, que siempre había despreciado todo lo que no fuera americano o, como mucho, europeo. Su única excepción era precisamente Borges, pero porque, además de ser argentino, era descendiente de ingleses, y su literatura está muy influida por la literatura inglesa. Espera, ¿qué coño? ¿Cómo sé yo todo eso? Supongo que algo se me ha quedado. ¡Y es lógico! No para de hablar de ese tío. Una vez hasta me puse celoso, pero luego busqué una foto en google y se me pasó. Era un viejo camaleónico y con cara de estreñido.

Vuelvo al tema, que me disperso con la cara de culo de Borges. ¡Siguieron hablando, sí! Y el chino ofreció llevarnos al departamento de literatura comparada a conocer a su jefa, Sultan Wahdefoc, una señora que, según dijo, daba un poco de miedo, pero que era toda una eminencia analizando la representación del pueblo judío en toda la literatura mundial. Parecía que en esa universidad estaban más obsesionados con las minorías que todo el movimiento del #MeToo.

Por el camino, Peter mencionó que Harold Bloom había dado en esa universidad allí hace mucho tiempo, y Cheng puso cara de asco para responder un escueto «sí». Se ve que no le caía bien ese señor. Peter se avergonzó un poco y no volvió a sacar el tema. Al menos ahí tenía una ventaja contra él: buscaría en google frases de Bloom y se las soltaría a mi novio en el coche como el que no quiere la cosa. «Ay, mira, ese coche es un Nissan. Por cierto, leer bien es uno de los grandes placeres que puede aportar la soledad, ¿verdad?»; ¿que a Justin se le han escapado unas gotitas de pis? No pasa nada, todo el mundo desea que un prodigio falle. Hace nuestra mediocridad más soportable»; «¿que ese pandillero nos está apuntando con una pistola? Bueno, es difícil vivir sin alguna esperanza de hallar lo extraordinario». Y luego le pondría mi sonrisa de medio lado seductora y mi cara de tío bueno.

Llegamos a una sala de conferencias presidida por una mujer mayor, pero rodeada de un montón de chavales jóvenes que mecanografiaban en su ordenador a toda velocidad. La señora frunció el ceño al vernos, pero ninguno de los otros se inmutó. Daban un poco de mal rollito, la verdad.

—Por fin llegas, Cheng. Que tu tesis avance a buen ritmo no es razón para que te descuides, ¿está claro?

El mencionado no le dio ninguna importancia; sencillamente asintió, dejó la mochila en un rincón y nos presentó. Al principio, la profesora no aprobó nuestra presencia, pero luego Peter, que se lo había estado callando todo este tiempo, mencionó quién era su padre.

—¡El gran crítico George Wright! Sin duda el nuevo Harold Bloom, ahora que nos ha dejado el anterior.

Cheng puso los ojos en blanco.

—Por supuesto que su hijo es más que bienvenido. ¿Sabes si tu padre está trabajando en algo nuevo? Su último ensayo:

Whitman y el arte del onanismo

me encantó tanto, que lo he leído al menos cinco veces.

—¿Qué es onanismo, Rick? —me preguntó Justin al oído.

—Pajas.

Se quedó un poco traumatizado, pero no me preguntó nada más.

—Bueno, la madre del cordero de los estudios literarios ahora son los estudios culturales —siguió la señora—. Aun así, nadie los toma de las altas esferas los toma en serio (y con razón). A mí me pusieron a liderar este grupo de investigación porque tampoco me toman en serio. ¡Es una humillación! Menos mal que tengo este grupo de estudiantes tan brillantes; sin ellos, esto sería peor que el desierto de Moisés.

—En realidad, ella nos eligió personalmente, así que tampoco puede quejarse —añadió Cheng.

—Ah, y este chico, éste es el más brillante. Deberías haber leído el precioso artículo que escribió para revista de la universidad:

Los asesinos de palomas de Federico García Lorca

, donde desgrana la representación de la homosexualidad en este poco conocido poeta español. Y lo mejor es que no se olvida de aspectos literarios, como casi siempre suelen hacer los que postcolonialistas. ¡Un excelente análisis literario y social!

—¿Conoces a Lorca, Peter? —preguntó Cheng.

Negó con la cabeza.

—Hay más literatura española aparte de Cervantes, ¿sabes? Aprovechando que unos primos míos tienen en Granada un supermercado (es un tópico, sí, pero  es verdad), pedí una beca y asistí a clases de literatura española. Descubrí verdaderas maravillas, créeme.

Siguieron hablando y hablando y hablando. Hablaban, hablaban, no paraban de hablar. Y yo estaba como en si no estuviera. Era una sombra en la pared, un objeto en segundo plano, una reliquia del pasado. ¿Habéis visto

Toy Story 3

? Me sentí como los juguetes. Una cosa de una etapa de su vida, sin más. Cuando Peter fuera a esa universidad, le tocaría abrirse a nuevas experencias, a conocer gente, a ampliar sus horizontes. Y él lo deseaba: sus ojos brillaban más de lo que yo nunca había visto en ellos. Literatura china, literatura española… Todo eso se abría ante él, y detrás quedaba yo. A lo mejor no hacía falta tener esa coversación. A lo mejor todo se acababa por sí solo, sin más. Porque le llegaba su fin natural. Nunca fuimos compatibles, ¿verdad? Siempre lo supe, ¿pero entonces por qué dolía tanto darse cuenta ahora?

Justin bostezó y Peter se giró hacia nosotros. Nos dijo que estaría ahí un buen rato y que, para aburrirnos, nos diéramos una vuelta por el campus, que Wahdefoc nos daba permiso. Me quedé paralizado un momento, como ensimismado, pero Justin me tiró del brazo y me sacó de allí. Todo el rato le di la espalda: quería observar a Peter hasta el último momento, quería ver cómo se alejaba con cada paso, cómo reía, cómo aprendía, cómo hablaba, cómo se cerraba la puerta del departamento y con ella, quizás también, una parte de mi vida. Observé por última vez la figura de Peter, gesticulando enérgico para defender un argumento; después, Justin cerró la puerta.

El resto es silencio.

CONTINUARÁ...