El diario de aprendizaje de Rick Jones 17

Episodio independiente para amenizar el confinamiento y realizado con mucho afecto y admiración a cierto personaje.

El mariquita se peina

en su peinador de seda.

Los vecinos se sonríen

en las ventanas postreras.

—Federico García Lorca—

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latumbadelenterrador@gmail.com

Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario de aprendizaje de Rick Jones 17: Aprender a ser tolerante

ADVERTENCIA

: todo lo representado en este capítulo es ficción salvo un par de nombres, así que nada debe tomarse como real.

A Jessie Montgomery, mi actor porno favorito

Menuda mierda lo del confinamiento. Pero mierda enorme. Ah, ¿vosotros también estáis igual? Pues ya lo siento, peña. No hay nada que hacer: no puedes ir a echar una meadita en el césped de ese vecino que tiene el cartel de «Make America great again» en la puerta; no puedes quedar con algún tío de Internet para un mete-saca rápido en un callejón, no puedes dar un paseo por el barrio en bolingas... ¿Eh? Ah, ya, sólo os tomaba el pelo. Sé que tampoco puedo hacer ninguna de esas cosas cuando no estamos en cuarentena; sobre todo la segunda, porque Peter me corta el rabo. Y es mi mejor cualidad.

Hablando de Peter... Justo cuando estaba consiguiendo verlo un poco más, un chino tiene que comerse un murciélago y, bueno, ya sabéis el resto. Que no, que yo no soy racista: pobrecito el chino, porque mucha hambre tenía que tener para comerse eso, que es prácticamente una rata negra con alas como de cartílago. Mal rollito. En fin, no quería tener esa conversación telemáticamente, así que le dije que hiciéramos skype, pero no pensaba sacarle el tema. ¿Y sabéis cuántas veces hemos hecho videollamada? Adivinad. Cero. Putas. Veces. Que si tiene que hacer deberes, que si está leyendo, que si va a ver una peli con Justin. ¡Si yo tampoco quiero que se pase una tarde entera! ¡Con un rato me basta! Pues no, ni eso me concedía. Hablábamos por whatsapp de vez en cuando. Me contó que estaba leyendo el Putamerón, de Pancracio, porque decía que pegaba con la situación. ¡¿Qué tenía el tal Pancracio que no tuviera yo?! Si es que los latinos siempre nos ganan. Por eso Marcos consiguió ligarse a David y a mí nunca me hizo ni caso. Joder, qué diferentes habrían sido las cosas si me hubiera ligado a David, ¿no creéis? Aunque quizás nos habríamos dado de hostias por ver quién ponía el culo.

Pues vaya coñazo todo. Sin novio y sin poder salir de casa, sólo me quedaba una cosa a la que entregarme: mi mano. Cuántas horas de porno. Hubo una tarde que cayeron ocho. Luego estuve tres días con el glande rojo, pero, tío, mereció la pena. Es que era eso o recoger mi cuarto. ¡Y eso nunca! ¿Que por qué os cuento lo de mis pajas? Porque es el núcleo de esta historia. ¡Ja! Eso sí que no os lo esperabais, ¿eh? Una gayola como hilo argumental; si es que soy un genio de la narración. Ni el Dicky ése ni hostias: Rick Jones es el puto amo contando mierdas.

Pues bien, nuestra historia comienza un día de confinamiento. Espera, eso es un asco de principio. A ver, pensemos. Es una verdad universalmente conocida que un hombre cachondo ha de hacerse una paja. Muy soso. Vine a mi cuarto porque me dijeron que acá vivía mi amor, una tal Manola. Poco directo. En un lugar de mi casa, de cuyo nombre no quiero acordarme (porque me pongo cachondo), no ha mucho tiempo que estaba aburrido un tío de los de rabo en astillero, mano juguetona, dedos agitados y huevos corredores. Macho, que no hay quien dé con la tecla. ¡Venga, una última vez! Hoy ha revivido mi polla. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un aviso del pantalón. «Revivió su polla. Hágase una paja. Que se le rompe la bragueta». Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer. ¡Mira, voy a empezar como me dé la gana y ya está! A veces, cuando más vueltas le das a algo, peor te sale. Sólo hay que ver esos inicios improvisados. ¡A nadie en su sano juicio se le ocurriría empezar así una narración!

El caso es que estaba tan feliz meneándomela con un vídeo de Jessie Montgomery y me dio por pensar. «Joder, hace mogollón de tiempo que no veo nada nuevo de este tío. Es mi actor porno favorito, y, por mucho que busque vídeos nuevos, encuentro los de siempre. Al principio lo soporté porque me dije a mí mismo que igual se estaba dando un descanso, pero no, voy a investigar». Busqué en la página oficial de Helix studios, que es donde más solía trabajar, y vi que había un enlace a su Twitter. Sin embargo, descubrí algo que jamás hubiera querido descubrir, algo que me acojonó desde lo más profundo de mi ser, un horror del que mi polla, triste, no se podría recuperar. ¡Vosotros no lo visteis! ¡Mi Jessie, mi precioso Jessie, mi buenorro, mi chulazo, mi ángel! ¡Ahora era... ahora era...!

—Una drag queen, sí —dijo la enana tranquilamente, mientras se zampaba los cereales—. ¿Y qué?

—¡¿Cómo que «y qué»?! ¡Que mi Jessie era muy masculino! ¡A ver, tampoco es que fuera de los tíos machotes con barba y pelo en el pecho, pero no era una loca como Tom!

—Cabezón, sabes que se puede ser «masculino», como tú dices, y vestir de mujer, ¿no? Y «femenino» pero luego ser fuerte y rudo. De hecho, ¿qué es ser masculino y qué es ser femenino? ¿Quién decide lo que es propio de cada género?

—No me vengas con un discursito LGTB. ¡Sabes a lo que me refiero!

—Yo sólo oigo lloriqueos porque alguien no cumple tus expectativas de género, tus etiquetas y tus estereotipos. ¿Pues sabes qué? La gente es muy variada, y no todo el mundo entra en los estándares.

—¡Enana! ¡Eres mi hermana pequeña; tienes que darme la razón en mis disparates y no demostrar con madurez y argumentos que estoy equivocado!

Suspiró y siguió engullendo sus cereales. Iba a seguir insistiendo con el tema, porque estaba muy traumatizado, pero entraron mis padres (ambos confinados) y tuve que callarme. Por estas cosas es duro ser maricón: porque no puedes decirle a tus padres que tu actor porno favorito se ha metido a drag en Las Vegas y eso te está afectando mucho. Vamos, es que seguro que eso afectaba a mis estudios, y aun así no se lo podía decir. Tendría que soltarles algo como que lo de la pandemia me había descentrado porque estaba preocupado por ellos. Tonterías, por otra parte: el presidente Trump dice que esto se quita bebiendo lejía.

No os riáis, hijos de puta. Sé lo que estáis pensando. Esto es un episodio de relleno, un extra humorístico que usa el Enterrador como excusa porque no sabe cómo continuar las historias y para que no abandonéis la novela (o lo que sea esto). ¡Pues no! Es un drama de verdad. Imaginad que os liáis con alguien que os mola mucho, alguien que os pone superburros, y que, aunque lo dejáis, ese calentón sigue ahí cada vez que lo veis. Bien, ¿qué pasa si se cambia de sexo? ¡La carne innominable! Le empieza a colgar algo de sus partes que no estaba o se pierde el badajo y ya no cuelga nada. Oye, que respeto a esa peña, ¿eh? Soy maricón, después de todo. Y seguramente me tiraría a un chico trans sin problema si no estuviera con Peter, ¡pero no al contrario! Soy gay, joder, gay. Vale, sé que no debería comparar a los trans con los drags porque no son lo mismo, pero... Joder, qué mal suena todo. ¡¿Me entendéis?! No, seguro que no. ¡Mi Jessie! ¡Mi ángel del porno!

Pasaron los días y no fui capaz de enfrentarme a ninguno de sus vídeos. Me pasé a Calvin Banks, que también me la ponía muy dura. Sin embargo, había algo en el fondo de mi alma que seguía llamando a Jessie. No era amor, claro: mi corazón sólo llamaba a Peter. Pero... A ver, ¿habéis visto porno alguna vez? Bueno, cuando ves porno a veces te da por un actor porque te pone muchísimo, como me pasa a mí con Banks, pero hay otras veces que hay algo más. Con Jessie no era solamente atracción física. Veía sus vídeos no tanto en busca de sexo como de cierta belleza, cierta ternura. Es que era tan guapo... Su cuerpo esbelto y marcado, sus preciosos ojos azules, su pelo rubio. Sus movimientos gráciles y juguetones. Su forma de hablar, su voz, sus gemidos. Joder, hasta su puta sonrisa. No sé muy bien cómo explicarlo. Veía en él como cierta pureza. Tampoco me malinterpretéis, ¿eh? No es que me vaya ese rollo virginal ni nada de eso, pero, no sé, a veces se me aceleraba el corazón con lo precioso que era Jessie y lo precioso que era cómo lo hacía.

—¡Ay, Jessie! ¡Con lo guapo que eras!

—¿Piensas sacar el tema todos los días? —dijo Maggie otra vez con los cereales.

—Enana, que le tenía hasta cariño.

—Pues a la gente a la que le tienes cariño se la acepta tal y como es. Deja de comportarte como un niño llorón y acéptalo.

—¡Y tú deja de comportarte como una adulta! ¡Tienes trece años, joder!

—Es que fui a varias charlas LGTB con la orientadora de mi instituto.

—Hostia, ¿eres bollera? Menudo disgusto le vamos a dar a papá y a mamá. El niño marica y la niña bollera. Se quedan sin nietos.

Suspiró.

—No, cabezón, no soy lesbiana. Y, afortunadamente, no nos parecemos, porque si llego a heredar tu cerebro y tus prejuicios, ambos de macaco, iba lista... Fui porque mi hermano me dijo que era gay y quería apoyarle y ayudarlo en todo lo que pudiera. Quería entenderlo mejor.

Lo dijo con toda la naturalidad del mundo, pero aquellas palabras me atravesaron como un haz de luz que se cuela por una ventana, con calidez y suavidad. No lo habría dicho en voz alta, pero mi hermana era la hostia. ¡Qué coño! Le di un beso en la mejilla y la abracé como un puto loco. Ella me dijo que me quitara un poco sonrojada. Tío, creo que el confinamiento me tenía más sentimental de lo normal, porque casi se me escapa alguna lagrimilla y todo. Eso era sentirse apoyado. Mi hermana me quería, fuera lo que fuera. No le importaba nada aparte de mi propia felicidad. ¿Debía hacer yo lo mismo por Jessie? Supongo que sí, aunque en el fondo sabía que mi apoyo daba totalmente igual. Vamos, que a él se la hubiera sudado, y con razón. A nadie debería importarle la opinión de alguien que sólo está siendo egoísta, alguien que se molesta por razones absurdas, alguien que no acepta al otro aun cuando el otro no ha pedido ni necesita su aprobación.

—A-alguien muy sabio dijo una vez. Si te hace feliz y no hace daño a nadie, ¿qué tiene de malo? —continuó Maggie, avergonzada.

Cómo había podido olvidarlo... Esto era igual. A ver, tengo que aclarar que no había repudiado a Jessie ni lo encontraba asqueroso ni nada por el estilo. Pero, de forma inconsciente, no lo aceptaba, porque juzgaba su situación y consideraba un desperdicio que alguien tan guapo hiciera algo así. ¡Pues no! ¡Como que me llamaba Rick D. Jones que iba a ver los vídeos de Jessie y lo iba a ver guapo, q-quiero decir, la iba a ver guapa! ¡Y le iba a aplaudir! ¡Y a apoyar!

Después del desayuno, encendí el ordenador y volví a entrar en el Twitter de Jessie. «Jessica» ponía que se llamaba en sus actuaciones. Tragué saliva y reproduje un vídeo. Vale, típico maquillaje de drag: pestañas largas, ojos y labios pintados, brillitos. Una imagen de los preciosos ojos azules de Jessie mirando a Aiden García mientras se la chupaba. Volví al vídeo y me traumé. ¡Tranquilidad, Jones, tranquilidad! Céntrate. Llevaba peluca, una de ésas largas con un color clarito que no sabría definir: ¿gris suave, blanco oscuro o...? Una imagen del hermoso pelo rubio de Jessie sujetado por Max Carter mientras lo penetraba. Me empalmé. Pero se me bajó al volver al vídeo. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Me estaba esforzando, lo juro! A ver, ¿qué más? Ah, sí, llevaba relleno (en las tetas, digo): bajo el vestido negro abultaban dos pelotitas o lo que mierda fuera, pero artificiales. Una imagen del vientre de Jessie, desnudo, tan marcado y plano, mientras Evan Parker se corr... ¡Aaaagh! Cerré el portátil de un porrazo. «¡Me cago en la puta!».

¿Y Peter dónde estaba?, os preguntaréis. Quise hablarle de mi problema a pesar de que sabía que se iba a poner celoso e insoportable. Le escribí varias veces diciéndole que estaba mal y que si podía hablar. Me dejó en visto una semana el cabrón, y cuando me respondió sólo me dijo: «Lo siento, es que estoy aprovechando el confinamiento para leerme el Fuckises de Toys, y requiere toda mi atención». O sea, un libro de juguetes sexuales era más importante que yo. Decidí dejarle en visto yo también, pero no volvió a escribirme el hijo de puta.

—¡Maggieeeeeeee! —grité tocando en su puerta con un porrazo tras otro.

La puerta se abrió y apareció la enana con cara de malas pulgas.

—¿Qué quieres? Estaba jugando al Animal Crossing.

—¡No puedo empalmarme con la versión trapo de Jessie!

—Ay, señor. Mira, vamos a acabar con esto de raíz. En cuanto acabe el confinamiento, cogemos el coche y vamos a verlo. En directo. Da igual lo que haya que pagar; lo pongo yo de mi hucha.

—A ver, es Jessie Montgomery, no Cher. ¡Pero que no! Que no creo que sea capaz de enfrentarme a esa experiencia.

—Cabezón, me tienes ya hasta la mismísima magnolia con tu plumafobia. La voy a cortar de raíz. Vas a ver a Jessie, vas a ver que es un ser humano de carne y hueso que no deberías idealizar y vas a ver que es igual de guapa con ese maquillaje que sin él. Fin. Ahora déjame, que voy a vender nabos.

—Yo sí que voy a vender mi nabo. Me ahorraría un montón de disgustos.

Cerró la puerta sin dignarse a responderme.

El tiempo se fue deslizando como una oruga, y pasaron las semanas, los días y las horas. Le hablé a Peter, me ignoró un tiempo, me respondió que estaba escribiendo un poema sobre George Floyd. Habían empezado las protestas. Todo el país estaba triste. Yo estaba triste. Maggie me dijo que tenía miedo. La abracé. Tenía varios amigos negros en el colegio; ella era genial y abierta y mucho mejor persona que yo. Le prometí que todo iba a cambiar. Pero yo no podía saberlo. Nadie podía saberlo. George, colega, ojalá todo cambie. Porque serías tú el que lo ha logrado. Habrías dado tu vida por algo. ¡Joder, no puedes haber muerto para nada! Estados Unidos tiene que cambiar: su gente, su presidente, yo.

Armados con un par de mascarillas y un gel hidroalcohólico de marca blanca (gracias, mamá, por tu tacañería en un momento tan delicado), Maggie y yo nos largamos a Las Vegas en coche. Ella se empeñó en llevar una camiseta en la que ponía «Black lives matter», así que yo hice lo mismo. Cuando nos encontrábamos con alguna manifestación en la carretera, la gente nos sonreía. Sé que hay algún hijo de puta que se ha aprovechado de esto para robar y todas esas mierdas, pero os aseguro que la mayoría no son así. La mayoría iba sonriendo, joder. Con esperanza, no con resentimiento. Otros sencillamente lloraban.

Llegamos a Las Vegas. Jessie (¡Jessica!) actuaba en un local llamado «El jazmín sinvergüenza». Nos sentamos y pedimos dos coca-colas; en primer lugar, porque ambos éramos menores de edad; en segundo, porque quería distinguir bien a Jessie; y en tercero, porque tenía que conducir esa misma noche para volver a casa.

El sitio no tenía mucho de especial. Era un antro oscuro con luces de neón: lo típico. Un montón de mesas altas y taburetes que daban hasta vértigo. Si os soy sincero, me esperaba un sitio más salvaje, y hasta tenía ya preparado el carné falso de mis años de malote, pero nos dejaron entrar sin más (con la condición de llevar puesta la mascarilla, eso sí). La peña no tenía mala pinta: casi todos parecían parejas gays acarameladas, cogidas de la mano y todo ese rollo; algunos se besaban y todo. Otros eran grupos de amigos que reían estrepitosamente y señalaban al escenario diciendo que iba a salir un actor porno famoso. Me dio pena Jessie... ¡Jessica! O sea, él merecía más que eso.

Igual creéis que pensé en Peter, pero, no sé por qué, quien vino a mi cabeza fue Tom. ¿Había sido injusto con él? Coño, me drogó con setas el tío psicópata, pero es verdad que yo lo usé y me burlé de él. Eso no lo justifica, pero tampoco me justificaba a mí. Le pedí perdón mentalmente, aunque una parte de mí tenía miedo de que fuera el telonero de Jessie o algo. Vale, perdón por el chiste. ¡Si a él le hubiera hecho gracia! Lo siento otra vez, Tom.

Las luces de neón se apagaron y aparecieron otras en el escenario: del color del arco-iris. Rodé los ojos y Maggie me echó una mirada asesina. ¡¿Cómo coño lo había visto en la oscuridad?! Entonces apareció en el escenario Calvin Banks, sin camiseta. DÓBEL IU TI EF. ¡¿Él también?! Aunque no estaba maquillado de drag ni nada. Todo estaba en silencio. Igual nos habíamos colado en una orgía sin querer. Cuando tenía ya las manos preparadas para tapar los inocentes ojos de mi hermana, apareció Jessie (Jessica, joder, Jessica). Maggie silbó y rompió el silencio. Entonces la gente se animó e hizo lo mismo.

Se puso delante de Calvin Banks con expresión totalmente seria y le agarró de la barbilla. Banks se inclinó hacia él (¡ella! ¡O él! ¡No sé!), pero fue rechazado de un empujón y cayó al suelo. Entonces empezó a sonar Womanizer, de Lady Gaga, una canción que creo que era inapropiada, pero que nadie se atrevió a criticar. Y pasó. Jessie empezó a bailar: no eran los movimientos gráciles y pausados que yo recordaba, era más bien una danza convulsiva, casi tribal.

De repente, en mi cabeza apareció el Jessie de mis vídeos, sonriendo, pero, por primera vez, su sonrisa no parecía sincera. Los preciosos ojos que tanto me gustaban también habían perdido su brillo y el pelo rubio se había vuelto gris, casi blanco. ¿Qué le había pasado a su belleza? Ahí lo comprendí todo. No sólo había sentido algo parecido al amor (un amor inocente y platónico) por Jessie; también lo admiraba. Había visto en él un aire de libertad y un grito de rebeldía. E, inconscientemente, deseaba eso para mí. Joder, no era sólo que me molara su cuerpo y quisiera tenerlo para mí, sino que también quería ser igual de libre que él. Ser como me diera la gana sin que me importara nada, sin sentirme cohibido, sin que los ojos ajenos se me clavaran como alfileres en las alas de una mariposa.

Sin embargo, me equivocaba. Si bien Jessie debía de sentirse libre grabando porno, cuando verdaderamente lo era, era ahora: bailando como un colibrí sobre las flores. Su cuerpo no se movía despacio porque ya no tenía cadenas, porque ahora sus alas podían volar.

Mi corazón se aceleró como nunca antes con uno de sus vídeos. Era lo más bonito que había visto jamás. Ya vislumbraba un poco lo que había a mi alrededor, y ahí estaba la enana, mirándome feliz. Entendió que ya lo había entendido. Luego se acercó a mi oído y me gritó, por encima de la música, que Jessie estaba buenorro, pero que le molaba más Banks. Negué con la cabeza. En ese preciso instante, no había nadie más hermoso en toda la faz de la Tierra que Jessica Montgomery.

☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆

El espectáculo se acabó en un éxtasis que es difícil de narrar y de describir. Digamos, solamente, que Calvin Banks acabó en el suelo con la cabeza alzada hacia esa diosa, que extendía sus brazos hacia nosotros como el ángel que siempre había sido para mí. Los aplausos duraron más de diez minutos. Los dos actores se abrazaron muy cariñosamente y Banks le plantó un beso en la mejilla. Suspiré de tanta emoción y me giré hacia Maggie. «Bueno, nos vamos, ¿ena...?». Pero no estaba en su taburete; estaba corriendo hacia ellos mientras se retiraban del escenario. Se agarró a la mano de Jessica, que estaba de espaldas y le dijo algo. Luego me señaló. Entonces me puse colorado como un puto tomate. ¡Joder, joder, joder! ¡Estaba caminando hacia mí con mi hermana de la mano! Le gritó a Banks que en un momento iba y se plantó delante de mis narices. No me desmayé de puto milagro.

—Así que tú eres el hermano mayor de esta chica tan mona, ¿eh?

—Ho-o-o-o-o-o-o-o-o-o-ola...

Se rió.

—Tranquilo, cielo, que no muerdo. Si no me lo piden.

«¡Mierda, polla, no es el momento! ¡Que estamos saliendo con Peter!».

—Rick es muy admirador de tus vídeos. Es todo un pajillero —dijo Maggie con una expresión maligna.

Me cagué en todos sus muertos.

—¿Ay, sí? Me alegra muchísimo. Echo mucho de menos mi vida en el porno, ¿sabes? Y a mis chicos.

—P-p-pero, Jessie. ¡Pe-perdón, Jessica!

¡¿Qué coño me pasaba?!

—Puedes llamarme como quieras, guapo.

¡ME ACABABA DE DECIR GUAPO!

—Dios, no sé ni por dónde empezar. Es que eres guapísimo, eres majete y, bueno, tu cara, tu cuerpo, tu pelo, tus ojos, todo es perfecto en ti. ¡¿Por qué eres tan perfecto?!

—Eso es un gran cumplido viniendo de él —intervino Maggie—. Te ha alabado sin usar ni un solo taco.

—Vamos, no es para tanto. Soy un tío normal, un tío cachondo, sí, pero normal.

—J-jessie, ¿vas a volver a hacer porno? O-o sea, entiendo que lo hayas dejado, p-pero me gustaría saberlo.

—Míralo, si tartamudea y todo. —se burló Maggie.

—No, cielo, lo dejé hace mucho. Volví a la uni, me puse a trabajar de drag... En fin, encaminé mi vida de nuevo.

—Hostia, me alegro mucho por ti. De verdad. Aunque siempre echaré de menos tus vídeos.

—Créeme, si pudiera, volvería a hacer porno —dijo riendo.

Algo raro pasó de repente. «¿Por qué no puedes?» resonó en mi cabeza, pero una punzada en mi corazón y el rostro de Maggie, que perdió la sonrisa, me impidieron preguntar. Jessie agachó un poco la mirada. No entendía lo que estaba pasando. ¿Por qué Maggie estaba a punto de llorar? Empecé a temblar sin poder evitarlo. Serían los nervios, pensé.

—Jessie, quiero que sepas todo lo que has significado para mí —empecé—. A ver, es verdad que me he hecho muchas pajas viéndote, pero no es sólo eso. Contigo siempre había algo más. No es que me esté declarando ni nada por el estilo. Es sólo que... quería que supieras que...

No pude seguir. No sabía por qué, pero no pude seguir. Puso la mano en mi hombro.

—Gracias, Rick. Hay cosas de las que me arrepiento de aquella época, pero al oír tus palabras sé que ha merecido la pena. Bueno, tengo que irme. Espero que volvamos a ve...

—¡No! —le agarré de la mano violentamente. Un segurata de dos metros miró a Jessie y él le hizo un gesto con la mano para que no se acercara. Maggie estaba llorando—. ¡No me he explicado bien! ¡Tengo que decírtelo! ¡Tengo que decírtelo todo! Mierda, nunca se me han dado bien las palabras. El que sabe escribir y expresarse mejor es mi novio, Peter. ¡Jessie! Tú me has enseñado a hacer algo más que follar, me has enseñado a ser afectuoso mientras lo hago, a abrazar a la otra persona, a besarla, a sonreírle. Me has enseñado que el sexo es mucho más que un intercambio de fluidos, que es una forma de dar y recibir amor. Porque, a pesar de que grababas porno, se notaba que querías a tus compañeros y que querías que disfrutaran. ¡Eso es importantísimo! El porno suele ser asqueroso: un tío grande y dominante te agarra del cuello y te hace lo que te da la gana hasta que se corre; después se larga y tú te las tienes que arreglar solo. ¡Yo nunca quise eso! Yo quería lo que tú hacías y lo que tú tenías. —Sus ojos se abrieron enormemente. Esos preciosos ojos ahora estaban también acuosos—. Cada vez que veo tus vídeos, pienso: «Joder, Rick, tienes que ser como él. Tan guapo, tan majo y tan cariñoso como él. Así harás feliz a Peter y serás feliz tú». Pero no sólo eso, Jessie. También me has enseñado a ser libre, sin complejos. Tú follabas con una entrega y un buen rollo que sólo podían significar que no te importaba nada, que sólo tú eras dueño de ti mismo y que no te importaba nadie más. ¡¿Y qué si grababas porno?! Y ahora, ahora has bailado de la misma manera, pero aún más libre. ¡¿Y qué si te vistes así?! ¡Que les follen a todos, joder! ¡Eres la puta Jessica Montgomery, y eres jodidamente preciosa! ¡Y al que no se lo parezca que le den por culo!

No pude continuar más. Mi eluencia se había acabado. Jessie se limpió las lágrimas con el dedo y se giró para irse, pero antes le dio un golpecito en el hombro a Maggie.

—Tienes mucha suerte de tener a este muchachote de hermano mayor, Maggie. Y su novio, ese tal Peter, también tiene mucha suerte. Ojalá haberlo conocido cuando todo era posible.

—Gracias, Jessie —añadí—. De verdad.

No se giró. Alzó el brazo en señal de despedida.

Maggie estaba llorando y no pudo decir nada, así que la cogí de la mano y me volví hacia la salida. No me había dado cuenta hasta ahora, pero todo el mundo se había agolpado alrededor de nuestra mesa y ahora me aplaudían. Pero yo les ignoré: no era ningún héroe, sólo era un gilipollas.

Durante el camino de vuelta, vimos de nuevo a los manifestantes, a pesar de que eran las tantas de la madrugada. Esa gente no se cansaba de luchar por la libertad. A Estados Unidos le quedaba mucho camino. Joder, ¿por qué había que luchar por ser negro, por ser mariquita, por poder vestirte de tía? Vaya mierda de país. ¡El país de la libertad! Todo era una mierda, una puta mierda. ¿Había esperanza? A veces sí y a veces no. Hay batallas que ya están perdidas. Pensé en Jessie (y en Jessica: eran uno y dos a la vez). Con lo guapo que era, con lo guapo que es...

Maggie lloró todo el camino. Y yo también. Pero ya sabía por qué.

CONTINUARÁ