El diario de aprendizaje de Rick Jones 16

Después de un hiatus de 8 meses, veamos cómo se desenvuelve el bueno de Rick en la cena literaria del padre de su novio.

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario de aprendizaje de Rick Jones 16: Aprender a contentar al suegro

Estábamos en un amplísimo salón, entre cuyas paredes se hospedaba el lujo más absoluto. Jamás en la vida había estado en un sitio tan pijo como ése. Numerosas mesas, coronadas con amplios manteles blancos de tela inmaculada, custodiaban una hermosa decoración que hacía las veces de jardín. En el centro de cada una se encontraba un ramo de violetas azules sobre un jarrón de porcelana china, y, a su alrededor, estaba dispuesta de forma armoniosa y simétrica la refulgente cubertería de plata. Los platos, colocados entre los elegantes cuchillos, tenedores y cucharas con un orgullo que rozaba la prepotencia, refinaba la imagen de aquéllos que se colocaban ante ellos, elevando, así, su belleza humana a divina. Junto a cada uno de ellos, una copa esperaba apacible a que escarciaran sobre su convexa figura una corriente del más apetecible vino.

Las paredes estaban pintadas de un tono púrpura, y las ventanas estaban ocultas bajo el aterciopelado manto de unas cortinas rojas. En el techo, una lámpara de araña dotada de un puñado de velas blancas servía como elemento decorativo, pues se veía, delante y detrás de la misma, la luz de las bombillas alargadas. En el fondo de la estancia se había levantado un escenario hacia el que estaban orientados nuestros asientos. De momento estaba vacío, exceptuando un atril con micrófono y un fondo negro a sus espaldas que rezaba: “Felicidad, Sr. Wright”.

Como el invitado de honor no había llegado, los demás estábamos dispersos, de pie. Algunos gordos se hinchaban a canapés mientras se descojonaban, lo que hacía que algún proyectil alimenticio saltara de sus hocicos y bañara a sus acompañantes. Era gracioso verlos sacar su pañuelo del bolsillo (siempre bordado con sus iniciales, claro. Vaya a ser que se le pierde y se coman los mocos de otro…) y arquear las cejas molestos en dirección a los orondos cabroncetes. Otros se habían posicionado ante el escenario y chocaban las copas de martini los unos con los otros, como si ésa fuera su forma de saludarse. Un viejo bastante animado, lo hacía con tanta fuerza, que parecía que iba a resquebrajársele la copa y le iba a saltar el ojo a alguien con una aceituna. Yo, por mi parte, permanecía alejado de todos ellos, apoyado contra la pared y mirando porno a escondidas en el móvil. Aunque, obviamente, sin volumen.

En ese momento, Peter y Justin atravesaron la puerta que había en la pared contraria al escenario. Venían acompañados de un tío de mediana edad. No sabría especificar si era mayor o no. Cuando tienen canas o son calvos es fácil darlos por viejos, pero en caso contrario los suelo encuadrar entre los 40 y los 70.

El tipo en cuestión tenía el pelo de color ceniza, corto que no alopécico, y una barba moldeada a la perfección. Su ojos eran eran risueños y centelleantes, como los de Justin, mientras que su fina nariz y sus labios perfilados era idéntica a los de Peter. No parecía musculado, pero para nada tenía panza en plan barriga cervecera. Se podría deducir que se cuidaba sin moldearse. El único defecto que le sacaría es que era algo bajito. Peter era más alto que él; no obstante, a Justin le pasaba algo parecido. En conclusión, el tío estaba de bastante buen ver. Era el típico madurito interesante, un PQMF, vamos.

Al producirse su inclusión en la sala, todos lo vitorearon y alzaron sus copas al cielo, ante lo que él sonrió con lo que me pareció un ademán muy risueño. Me quedé petrificado. Ese gesto de su boca… ¡Era idéntico al de Peter! Dos hoyuelos hendían sus mejillas en el mismo punto exacto. Q-qué belleza… Era absolutamente deslumbrante.

Me jode un poco no poder decir lo mismo de sus acompañantes. Justin tenía el ceño fruncido y apartaba la mirada, como protestando, y Peter forzaba una sonrisa que no podía rivalizar en lo más mínimo con la verdadera.

Creo que me estuvo buscando, porque, en cuanto me vio, me hizo un gesto tensando la frente. Capté el mensaje rápidamente. Supuse que mi pose, con una mano en el bolsillo del pantalón y la otra en el móvil, no iba a causar muy buena impresión, de modo que guardé el teléfono en el bolsillo y me acerqué al grupo que los rodeaba para abrirme paso entre ellos.

Entre educadas peticiones (tenía que comportarme) y algún codazo obligado (un tío con dientes capaces de hacer de abrelatas no se apartaba) llegué hasta ellos. El semblante de Justin se iluminó, y se colocó a mi lado ante el atento escrutinio del tipo que los acompañaba.

─¡Rick, a estos dos no hay quien los aguante! ¡Se han puesto a hablar de poesía y me han excluido totalmente! Jo, es de mala educación pasar de alguien que está delante de tus narices. Y que lo haga tu propio padre…

Alcé la vista. Conque ése era su padre… Lo suponía.

─Usted debe ser Rick, ¿no es así?─dijo el hombre en tono amable─. Espero que esté disfrutando de la fiesta. Cualquiera que sea amigo de mi hijo será bien recibido aquí.

¿Amigo? De soslayo, dirigí mis pupilas a Peter, y éste estaba con la cabeza gacha, visiblemente nervioso. Mira que era capullo… No me iba a cabrear por eso. Lo entendía. Yo tampoco se lo había dicho a mis viejos.

Le di las gracias al hombre por invitarme, y le expresé que era un placer conocerlo. Y, en realidad, lo era. ¿Quién me iba a decir que iba a tener un suegro buenorro? Por supuesto, yo sólo tengo ojos para Peter, pero que el espejo de los años reflejara una imagen tan optimista para el futuro, no podía sino alegrarme.

─Sólo lamento que mi otro hijo no se haya decidido a traer a nadie. Y con “nadie” ya sabe a lo que me refiero. Entiendo que Justin sea muy joven aún para dejarse ver con una dama por la fiesta de su padre, pero Peter ya tiene dieciséis años.

En ese momento algo recorrió mi pecho con ímpetu violento y devastador. Mi interior se removió como deben revolverse los barcos que caen en un violento torbellino oceánico. La metáfora es más que acertada, porque sentía algo descomponiéndose en mi interior, haciéndose partes ante la inclemente fuerza de la naturaleza.

De repente, mi garganta comenzó a arder, y un temblor febril se deslizó por mi columna corporal, dejando tras su paso, como un terremoto, réplicas en forma de un picor repulsivo. Mi apariencia exterior no experimentó el más ligero cambio, pero por dentro era una bomba de relojería. Mi corazón se había desbocado, y los nervios se habían hecho ajenos a mí. Me veía a mí mismo como un espectador, y observaba sin saber exactamente cómo iba a reaccionar. Odiaba la hipocresía y esas mierdas, así que llegué a pensar que me pondría a llorar y saldría corriendo por ser incapaz de fingir.

Justin me agarró la mano con fuerza, y susurró que lo sentía. No respondí. Mi mente sólo tenía entre menos un pensamiento: “¿Por qué no podía ser Peter el que me pidiera perdón por aquello?

─Jajajaja─me reí poniéndole el brazo a Justin por encima del hombro─, que sepa que su hijo siempre está quejándose de que su hermano Peter no para de traer chicas a casa.

─Oh, qué sorpresa. ¿Es eso cierto, Peter?

─N-no, padre. Está de broma─respondió nervioso.

Me fijé en que estaba totalmente sumiso. Su cuerpo estaba rígido, tenía la cabeza gacha y mantenía la vista en el suelo, aunque atento a todo lo que su padre decía o hacía. Jamás lo había visto así. ¡Si era la persona más rebelde e indomable que conocía! ¡¿Cómo se podía humillar de esa manera?!

─No tienes de qué avergonzarte. Como dijo Oscar Wilde: “La única forma de acabar con la tentación es caer en ella”. ¿Y qué si deseas entregarte a las dulces llamas de la lujuria? Aquí no hay cuadros acusadores; aquí no hay culpa. Vivimos en una sociedad mucho más abierta que antaño. ¡Disfruta de tu juventud! Sólo te pido que uses protección.

─¡Papá!─le regañó Justin─. No es momento de que le des la charla de las abejitas.

─Ah, Justin, aún recuerdo cuando eras un niño y decías que de mayor querías ser una princesa─se rió.

─¡Y mucho menos de que saques a relucir eso!─gritó colorado como un tomate─. Si vamos a recriminar cosas, lo primero es que tú siempre me ignorabas y me tratabas fríamente por decirte eso.

─¿Recriminar?─repitió el señor Wright pensativo─. No, nada más lejos de la realidad. Son recuerdos divertidos que me vienen a la memoria. Y, respecto a que te ignoraba, es que ya sabes que cuando tengo una fecha de entrega cerca, estoy cansado y distante. Ahora que lo pienso, puede que en aquella época pasara mucho tiempo así. Desde que tengo secretaria me organizo mejor, y tengo hasta mis ratos de ocio.

─No te las des de padre del año─le reprendió Justin─. Tu trabajo no justifica que…

Peter puso su mano en el hombro de Justin y suspiró melancólicamente.

─Justin, basta… Por favor.

Inflando los mofletes de pura indignación, el chico se calló, y su padre nos indicó una mesa donde sentarnos mientras él saludaba a la gente. Aseguró que la comida no tardaría en llegar, y que podíamos empezar sin él con total confianza.

Se hizo un silencio incómodo. Justin estaba cabreado porque su hermano no le había dejado decirle unas cuantas verdades a su padre,  Peter estaba cabizbajo y ausente, y yo intentaba asimilar lo que había pasado.

Sin embargo, supe reaccionar a tiempo, y comenté con Justin el aspecto de la gente de la fiesta para animarlo un poco: que si uno tenía nariz de cerdo, que si otro tenía pinta de pedófilo, que si otro se parecía a Donald Trump pero con una peluca menos conseguida… A veces pienso que habría sido un hermano mayor de puta madre si no hubiera sido por las jodidas apariencias.

Me importaba una mierda lo que pensaran esos gilipollas de mí, de modo que hasta nos permitíamos el lujo de señalar. Alguno que otro se dio cuenta y cuchicheó sobre nosotros, pero eso sólo nos causó más risa. El camarero, que parecía una fregona, porque era esmirriado como un perchero, y de pelo largo como un metalero; no pudo evitar carcajearse un par de veces al oír de pasada nuestros comentarios. Éramos un par de críos, es lo normal en gente de nuestra edad, ¿no?

─¿Queréis parar? Estáis dando un espectáculo─espetó Peter de malas pulgas.

─Lo siento, tío. Mi amigo y yo sólo nos estamos divirtiendo─contesté encogiéndome de hombros.

─Pérfido rencoroso y desagradecido… No he tenido otra opción que mentirle. No estoy preparado para contarle a mi padre que soy gay. ¡Ten algo de sensibilidad por una vez en tu vida!

─Me la pela si le dices que eres maricón, que eres un delfín atrapado en el cuerpo de un hombre, o que trabajas de prostituto a las puertas de un Foster’s Hollywood. Pero es que el hecho de que no me presentes ni cómo amigo demuestra que ése no es el problema, sino que te averguenzas de mí.

─Además, le ha explicado a mi padre, sin que él se lo pidiera, que tenías un año más que yo, pero que habías repetido, y que éramos amigos porque a ambos nos gustan las pelis de Marvel. Ha quedado sospechoso, la verdad─añadió Justin.

─Vosotros no lo entendéis─murmuró Peter molesto─. Si se entera…

─Vamos, por favor, si te ha citado a uno de los tíos más maricas de la historia. Que no te extrañe que él sea maricón también─sentencié.

─¿Quieres que le diga que Rick es mi novio a ver cómo reacciona?─propuso Justin─. Ya verás cómo pasa del tema, como con todo.

─Dejad de decir tonterías y centraos en ser agradables. Esta es gente refinada y culta, y tenemos que causar una buena impresión para ayudar a nuestro padre.

No pude responder, puesto que el señor Wright apareció y se sentó con nosotros.

Durante la cena, Peter y su padre estuvieron discutiendo sobre un poema, “Adonáis”, de Percy Shelley, mientras Justin y yo charlábamos a nuestro aire, porque, evidentemente, no podíamos entrar en una conversación sobre un tema del que no teníamos ni idea. Esta gente parecía no entender que cuando uno no tiene qué decir, no sabe qué decir. Te quedas ahí delante, con cara de panoli, asintiendo para no quedar mal, pero realmente no te importa mucho aquello de lo que te están hablando, y te sientes un poco culpable por la otra persona. A continuación, propones un cambio de tema, no por nada, sino para no sentirte incómodo por más tiempo.

A ver, es que ¿qué iba a añadir yo a lo que discutían? Peter le preguntó a su padre si esa elegía a Keats podía ser, a su vez, un canto fúnebre al ideal griego de belleza, ya perdido en los tiempos de Shelley, y una reivindicación de los poetas de su época como inicio de la lírica romántica para volver a alcanzarlo. El señor Wright le respondió que es cierto que se nombra al resto de poetas que Shelley adoraba o que pertenecían a su círculo, como Byron o Milton, pero le acusó de una sobreinterpretación del texto. La hermenéutica (ni puta idea de lo que es eso) estaba clara, según él: un lamento por la muerte de Keats, aquél que fue su rival en vida, aunque más por lo que él representaba que por su persona en sí. Era un lamento por aquellos escritores que no eran reconocidos en su tiempo y que su genio les hacía perdurar en la historia. Shelley no tenía mucho éxito en su época, y él se consideraba claramente merecedor de una importante consideración literaria. Por eso escribe a Keats, que había sido maltratado por la crítica en muchas revistas.

Pues ahí está el asunto. ¿Qué puedo comentar al respecto? ¿Que se comían demasiado la cabeza? ¿Que seguramente los dos eran amantes secretos y se daban banana en las fiestas victorianas? Pues no. Ni idea. Así que estaba mejor calladito.

De repente, el hombre dirigió su atención hacia mí. Peter siguió hablando, pero, al darse cuenta de que no era escuchado, se calló dócilmente. En serio, ¿quién era ese tío y que le había hecho con mi novio?

─Rick, ya que es nuestro invitado, me gustaría preguntarle algo: ¿cuál es su libro favorito? Seguramente la cara que acaba de ponerme sea la que pondría Dios si le preguntasen por su humano favorito. Diga, no se corte.

─Pues… no sé. Hay tantos que no sabría elegir.

─Ah, ciertamente, ciertamente. Dígame entonces uno de sus favoritos. Vamos, quiero conocer al amigo de mi hijo.

Como le diga Harry Potter, me niega la mano de su hijo. ¡Y, además, le estaría mintiendo! Me molan las pelis, pero ni puta idea del libro. Tenía que pensar algo que hubiera leído en el instituto. ¿”El viejo y el mar”? No, Brent dijo que el autor era un puto borracho. ¿”El principito”? Qué va. Muy de críos. ¿”La broma asesina”? Eso es un cómic, tío. ¿L

os comics son literatura? No sé, pero libros son.

─Eh… Verá, es que yo no soy de leer mucho.

─¿Ah, no? Vaya─suspiró con un deje de indiferencia─. Yo sí. A veces hasta discuto con los libros. Me grito con ellos, ¿sabe? Pero no suelen responderme, y mucho menos si tienen las páginas en blanco.

Peter alzó la cabeza sorprendido, pero ni Justin ni yo entendimos muy bien lo que quiso decir. Entonces pasó a otra cosa. Interrogó a su segundo hijo acerca de su libro favorito, y él respondió que le gustaba mucho el cuento de la bella y la bestia. Su padre coincidió con él, y, a continuación quiso saber cuál era su versión favorito. Sin embargo, no supo decirle, sólo recordó que era de una versión que tenía Peter en casa, y éste aclaró que se trataba de la versión de Perrault.

El hombre quedó decepcionado, pues su favorita era la de Beaumont, y el niño, algo irritado, se sinceró revelando que en realidad le pareció aburrido, y que prefería la película de Disney; es más, especificó que la que más le gustaba era la de dibujos. Más que el live-action con Luke Evans. Sé que hay más actores, pero es el único que me importa, porque está buenísimo el cabrón.

Justin aprovechó entonces para preguntarle a su padre si la había visto, y resulta que sí, ya que quería asegurarse de que la adaptación era fiel al cuento original. Entonces le pidió su opinión sobre el hecho de que Lefou fuera un personaje abiertamente homosexual. Peter se quedó en silencio, como si pensara en otras cosas y el tema no fuera con él.

─Me es totalmente indiferente. Opino que la sexualidad no debe ser algo que influya en la ficción. La ficción debe ser objetiva, y, por tanto, el lector debe estar por encima de las preferencias de los personajes. Quizás sea un poco de entender para vosotros─Justin frunció el ceño─. Digamos que cuando ves una película o lees un libro debes dejar atrás quién eres, y sumergirte profundamente en el mundo de la historia. Si sale un personaje homosexual, como has sacado a relucir, y tú eres heterosexual, debes ser capaz de emocionarte con su historia de amor, así que debes dejar atrás tu “envoltorio” y meterte en el del personaje. Es una explicación algo burda, puesto que no dejas de ser lo que eres, pero es para que lo comprendáis─dicho esto, me miró─. Me molesta enormemente no entenderme con una persona que habla mi mismo idioma.

─Lo entendemos, papá. No somos tontos─bufó Justin.

Joder con el tío, ¡cualquiera se aclara con él! No podía saberse si hablaba sólo de literatura, o de la vida en general. Al parecer, el pavo no sabía hablar de otra cosa. ¡Y luego dicen que yo sólo hablo de follar! Que conste que, desde que estoy en la fiesta, me corto bastante. Espero que Peter me recompense bien por todo este teatro. Y espero que me dé la recompensa en la cama. ¡Y espero que use su lengua para dármela!

La comida acabó una hora antes del evento de presentación, por lo que el señor Wright se fue a dar apretones de manos y a lamer unos cuantos culos mientras Justin y yo jugábamos al Candy Crush en mi móvil bajo la iracunda mirada de Peter. Le iba a dejar a él intentar un nivel, pero, como tenía esa cara de malfollado, que a mí me ofende por razones obvias, pues se iba a quedar con las ganas. Aunque en realidad me daba pena que se aburriera. Me rayaba un poco por esas cosas. No obstante, estaba claro que el capullo era él y no yo. Si él era un estirado de mierda, ¿qué culpa tenía yo?

Justo en el momento en el que, apenado, le ofrecí el juego, apareció de nuevo su padre. Su rostro parecía reflejar una ilusión traviesa, y agarró a su hijo para llevarlo ante uno de los señores que permanecían ante el escenario. Me dio hasta miedo. Con la cara siniestra que traía, me daba la impresión que lo iba a vender como prostituto de lujo. ¡Y no me había pasado meses amoldando su culito a mi falo para que me lo robaran! Bueno, y aparte lo quería, ¿no? Es obvio.

El tipo en cuestión se llamaba algo así como Lepé Titbite, un crítico francés medio bizco y con los dientes amarillentos. Peter lo definiría posteriormente como “un Sartre bigotudo y de aspecto malévolo”. Sus dedos esqueléticos se alejaron de su tronco enjuto y se establecieron en el hombro de mi novio. Allí jugaron un poco, deslizándose rítmicamente, mientras su dueño analizaba a su interlocutor.

Monsieur

Wright, es un placer conocerle al fin. Su padre me ha hablado maravillas sobre el ingenio y la pericia de su joven hijo.

Justin, que, al igual que yo, tenía la oreja pegada, aseguró que eso era una mentira muy gorda.

Monsieur

Titbite es un espléndido crítico francés. Me he releído varias veces sus escritos sobre Molière, porque son apasionantes.

─Ah,

non, non

. No puedo ni compararme a usted. Su

El escritor, ese moderno prometeo

es sencillamente

magnifique

. Yo lo único que hice fue loar aquello que sabía que gustaba a todo el mundo. ¿Quién no se ha reído con las desternillantes aventuras de Tartufo, o de Sganarelle, o con aquella obra que lo llevó, literalmente, a la tumba,

El enfermo imaginario

?

No había oído ninguno de esos tres nombres en la puta vida. A veces me sorprende lo extraordinariamente grande que es el mundo y su historia, y lo poco que, en consecuencia, podemos llegar a saber de ella.

─Oh, yo adoro el existencialismo francés. Camus es uno de mis escritores favoritos de la literatura francesa─redirigió Peter el tema.

─¡Qué buen gusto!─exclamó el crítico─. Sin duda Camus es excelente.

El extranjero

es una de mis novelas favoritas. Ese constante desinterés del hombre por todo lo que rodea, ese crimen

terrifiant

… ¡Esa filosofía tan diluida en la obra! Cuando uno se pone excesivamente filosófico le sale un bodrio. Pero, cuando cubre esas ideas con un mar de retórica, se consigue una obra absolutamente fantástica.

─Ciertamente. Es como cuando barro mi despacho: acumulo el polvo con la escoba, y si lo tiro a la papelera, las visitas me felicitan por tenerlo limpio, pero si lo meto debajo de la alfombra, lo ven, y me llaman la atención por ello.

Justin me informó de que eso era una fantasmada que se había sacado de la manga, porque su secretaria se lo hacía todo. Es más, recalcó que no le extrañaba que le duchara y le cortara las uñas de los pies.

Estuvieron hablando un rato de gilipolleces varias. Y digo “gilipolleces” porque mi madre, cuando nos ponemos a hablar de series o de pelis en la mesa, dice que lo hacemos, de modo que hablar de libros no puede ser muy diferente, ¿no? O sea, ¿Qué te puede aportar esa conversación? Quizás un entretenimiento momentáneo, pero no an verdad absolutao algo así.

Aunque, al fijarme bien en Peter, había dejado atrás su aura sombría y parecía AHORA mucho más risueño. ¿Quizás era porque hablaba de aquello que le gustaba? Puede que la cuestión no sea si es relevante o no, sino si eso le hace feliz. Es lo mismo que lo de los libros: lo importante es la feliz. ¿No es ése el fin máximo de la vida? ¿El objetivo que todos perseguimos? Es posible. Y también es posible que debamos hacer todo lo posible para obtenerlo, siempre que no estorbemos a los demás en la consecución de la suya.

Perdido en mis pensamientos, no me di cuenta de que el señor Wright me llamó. Entonces el hombre tuvo que acercarse e invitarme a que lo acompañara. Le dediqué una mirada de preocupación a Justin, pero éste asintió, por lo que decidí seguirlo. Para que no se aburriera, dejé al chico con el Kingdom hearts X (pensé que era porno, pero no), que había descargado él mismo con toda confianza.

El padre de Peter me condujo hasta un anciano de pelo blanco y barba prominente. Iba apoyado en un bastón cuyo extremo estaba coronado por una esfera dorada que formaba la figura de un busto antiguo. Alguien dijo que se parecía a Homer, pero no era calvo, así que no lo pillé.

─Señor Dedalus, ruego que disculpe la demora. Ya sabes usted que quien pone el reloj en hora, se pincha con las manecillas. Le traigo al joven del que le he hablado─ahora se dirigió a mí─. Rick, éste es Steven Dedalus, un sobresaliente mitógrafo y experto en la cultura grecolatina. Precisa de una persona de tu… dote─sonrió.

─¿De mi dote? ¿Se refiere a mi cip…?─me callé en el acto. Casi la cago y suelto una rima. ¡No puedo evitarlo!─. ¿...A mi cinematográfico sentido del humor? Porque otra cosa…

─Es un placer conocerlo, señor Jones. ¿Se apellida Jones, cierto? Bien. Verá, con los años, cómo no, he empezado a añorar mi juventud perdida, y eso me ha hecho obsesionarme con los mozos de hoy día. ¿Cómo allanarles el camino para que su genio llegue a los estratos que yo piso en mi etapa cana? Para empezar, necesitan una educación clásica. ¡Ésa debería ser la base de todo sistema de enseñanza! ¡Hay que leer las obras de la Antigüedad, pues el presente no es más que una repetición constante del pasado! Esto sería sencillo, pero, ay de nosotros, los chicos ya no profesan el más mínimo interés por esos libros que moldearon las mentes más potentes de la historia.

─Entiendo. ¿Y qué quiere que haga? ¿Quiere que salga en algún anuncio diciendo: “Menos

facebook

y más

Greek books

”, o  “Lee libros romanos. Has de saber estrategia militar si nuestro presidente es Donald Trump”.

El hombre se rió, y creo que su dentadura estuvo a punto de desprenderse de su boca maloliente. Tío, qué falta le hacía un caramelito de menta.

─En realidad, quería pedirle su opinión al respecto. ¿Ha leído algo que se corresponda con la descripción que acabo de darle?

─Creo que sí. En el insti. ¿Cómo era? Peter me ayudó a estudiar para el examen… Era algo así como

Y líala

…─solté, pero luego pensé: “Espera, que la líe. ¿Que la líe con quién? No, eso no podía ser…”

La Ilíada

, sí, de Homero. ¡Excelente ejemplo! ¿Qué le pareció?

La mierda más grande que jamás se ha escrito. Sin embargo, no le podía decir eso al abuelete.

─Bueno, la verdad es que me pareció que se centraba demasiado en la batalla y todo ese rollo; en plan, bueno, se tira prácticamente todo el libro definiendo detalladamente el enfrentamiento entre griegos y troyanos. Hay poca historia aparte de eso: sólo el rollo de Apolo, que se cabrea porque le quitan la esclava y luego porque le matan al primo/novio. Supongo que la definición de la moral de guerra y del fragor de la batalla es preciosa a su manera, pero a mí no me dice nada, y creo que a la gente de mi generación tampoco. Prefiero historia a belleza, si le soy sincero. Aunque, de todas formas, tampoco es que me pareciera muy bonito. Y eso de que se tire mil años para explicar que si el escudo tenía la imagen de no sé quién haciendo no sé qué, me echaba para atrás. No es relevante para la historia.

─¿Pero lo ha leído detenidamente?─preguntó el padre de Peter, rascándose la barbilla en pose pensativa.

─¡Y tanto! Era para un trabajo de clase. Me leía cada página varias veces.

─Las veces que la leas no cuentan si no la lee─respondió con una carcajada por lo bajo─. A los niños de hoy no les enseñan comprensión lectora. Leen una página tras otra para no detenerse cuando deberían detenerse para leer una página tras otra.

─Me temo que en la sociedad moderna ya no hay lugar para el ideal grecolatino. Y ello no puede sino apenarme─suspiró Dedalus.

─No se alarme, señor. Si este muchacho lee las novelas como quien lee la lista de la compra, es normal que no aprecie la épica de Homero. No le culpe, no está acostumbrado a leer palabras con sentido sintáctico. Más allá de los “¡Catapum!” y los “¡Aaaaagh” de sus tebeos.

En ésas Peter ya se había librado del franchute pegajoso, y se vino a nuestro lado. Observaba con una expresión incrédula, de modo que yo le sonreí. Podía estar tranquilo. Me iba a callar, para no cagarla más. Su padre no parecía cabreado, pero, al parecer, no le hizo gracia que pusiera de vuelta y media ese libro sagrado.

Su hijo explicó que a la hora de leer un libro a veces hay elemento circunstancial en la lectura. El contexto personal y emocional del momento afecta a la lectura. Alegó que leyó por primera vez Romeo y Julieta a los 7 años, pero que no tenía nada que ver con la obra que leyó a los 15, ¡y eso que era la misma, y hasta la misma edición!

No puedo creerlo, pero me defendió. Explicó que no se podía saber si en unos años la leía de nuevo y esa vez me encantaba. Aquel no era el momento, y ya está.

Después, dejamos al viejo, al que le faltaba poco para ponerse a llorar porque ya nadie valoraba lo bueno, y volvimos los tres con Justin. Éste me contó no sé qué sobre que estaba arreglando la nave espacial de Donald y Goofy, pero mi atención estaba fija en otra cosa. Con una cara de alelado bestial y una sonrisa de gilipollas monumental, miraba a Peter sin pestañear siquiera. Él no me respondía abiertamente, pero encaminaba, de soslayo, su pupila en mi dirección, aunque se mantenía con la cabeza al frente, a su padre.

Creo que el señor Wright se olió la tostada, porque me dedicó un gesto de sospecha ligeramente consternado. Después, se retrepó en su asiento y se dirigió a mí.

–Dígame, Rick, ¿cuáles son sus planes de futuro? Y no me venga con que no tiene. Todo el mundo sostiene algún sueño en su mano, aunque éstos sean, en realidad, inasibles.

–Pues supongo que iré a la universidad. Aunque aún no tengo claro qué estudiar. No hay nada así que me llame.

–Entiendo. Cuando a uno no se le da bien nada, no quiere hacer nada.

Justin apagó el móvil y lo dejó sobre la mesa, con una ira feroz dibujada en sus globos oculares.

–¿Y si no quieres ser nada? Para eso no hay que estudiar. Y se está bastante bien.

Mi cuñadito iba a saltar en cualquier momento. Se le notaba en las manos, que le temblaban de pura impotencia; en los dientes, que apretaba con fuerte enojo; en las cejas, que, arqueadas, tensaban su frente.

–Además, no debe uno esforzarse. ¿Para qué? Hay cientos de “nadas” en este mundo, cientos de conformistas. Si no se puede sobresalir entre lo plano, no hay ninguna necesidad de ascender. Evita uno el vértigo–rió–. Dejemos las alturas para los tontos. Diga que sí, es usted muy inteligente.

Y no pudo más, Justin se levantó de la mesa de un golpe, pero, justo cuando iba a hablar:

–¡Basta!–gritó Peter haciendo el mismo gesto que su hermano–. ¡No puedo más! ¡¿Qué es lo que quieres de mí, padre?! Durante años he tratado de parecerme a ti. Sólo para agradarte. ¡Pero nunca ha sido suficiente! De niño, leía todo lo que pasaba por mis manos, porque te veía a ti hacerlo, y quería que me felicitaras por ello. Pero eso jamás sucedía. Sólo me observabas con indiferencia, y cuando suscitaba ligeramente tu interés, siempre hablabas tú de la obra, sin permitirme decir mi opinión. Por eso, cada vez me esforzaba en aprender más de lo que leía para acercarme a tu nivel. ¿Y sabes qué? Con los años me he dado cuenta de que no leía por mí, es más, no leo por mí. ¡Leo por ti! ¡No disfruto de la lectura! Es un mero ejercicio de asimilación de datos, y quizás de algo de hermenéutica, pero ya no hay gozo, no hay felicidad, ni siquiera hay entretenimiento.

Toda la sala nos miraba. Había levantado demasiado la voz. Sin embargo, a su padre no parecía molestarle en absoluto. Sólo actuaba como un espectador más, atento a los gestos de su hijo y sus reproches.

–Nos abandonaste, padre, nos abandonaste, y no dije ni una sola palabra. ¡¡¡Tampoco derramé una puta lágrima delante de ti!!! ¡¡¡Te largaste porque cuando pasó lo de mamá, no te daba la gana quedarte con dos críos!!! Y yo he tenido que cuidar de Justin. ¡¿Sabes lo duro que ha sido para mí?! ¡Lo he recluido, y lo he apartado de todo el mundo! Tenía miedo de que cualquier cosa le hiciera daño. ¡Toda la responsabilidad recaía sobre mí! ¡Y, encima, si le pasaba algo, ¿qué me quedaba?! ¡Nada, absolutamente nada!

En este punto, como podéis imaginar, Peter estaba llorando a mares, y Justin también.

–Hermanito, yo nunca he querido ser una carga para ti… Entiendo cómo te sientes, pero si me dejaras ayudarte, la carga no sería tan pesada.

–¡No! No permitiré que caiga sobre ti una sola gota de este veneno.

–Ya ha caído. Al privarme de mi libertad, las consecuencias de todo esto me afectan.

–No sé a qué viene todo esto, Peter. Creía que tú siempre me habías adorado–respondió el señor Wright, perplejo, pero de algún modo indiferente.

–¡Así era!–gritó volviéndose hacia él–. ¡Pero jamás respondiste al cariño que te tenía! ¡Has sido un padre de mierda! Y tenía que haberte denunciado por abandono de hogar hace mucho. Pero te he encubierto, y no sólo ante Justin, también ante mamá.

–¿A qué viene todo esto de repente? Has tenido años para decirlo, ¿por qué ahora?

Peter, enrojecido de pura rabia y con los ojos llorosos, me agarró del brazo de forma muy violenta y, mirándole con determinación, dijo:

–Porque no me importa que me mangonees, que me castigues, que me desprecies. No, espera, es que ni siquiera es eso. ¡Es indiferencia lo que recibo de ti! ¡Nada más! Si fuera odio sería mucho más fácil. Como decía, me da igual que no te importe una mierda, pero no te atrevas a meterte con la persona a la que más quiero en el mundo. Él ha llenado una vida que dejaste vacía. ¡Justin y él son mi única familia ahora! Así que no toleraré que te burles de él. ¡Yo soy el único que puede hacerlo!

Sus ojos se abrieron como platos, y Peter me besó ante aquel público tan variopinto, que vitoreó y vituperó a partes iguales. Para mí no existían, de todas maneras. Lo único que había en mi mundo, eran esos labios que se entrelazaban de forma tan dulce, tan desesperada con los míos, buscando, a partes iguales mi calor y mi cariño, aquel que ya no necesitaría de su padre.

Lo rodeé con un abrazo y le acaricié las mejillas a la par que seguía besándolo. Era algo inocente, tierno, sin lengua y sin deseo; sencillamente era amor. Una risita ahogada se escapó de su garganta en mis labios, y le sonreí. Vi una luz en su rostro que nunca antes había visto. La sombra habitual de su semblante había desaparecido, como desaparecen las nubes oscuras tras la tormenta.

–Qué bonito, jo–dijo Justin, y se dirigió a su padre–. ¡Te jorobas, porque a mí también me gusta un chico! No está muy claro si me quiere, pero lucharé por él, que conste.

El señor Wright alzó una ceja.

–Ah, y papá–sonrió Peter con su habitual arrogancia mientras me daba golpecitos en el pecho con el dedo–, que sepas que este tío, este tonto, este “nada” es mil veces mejor hombre que tú. Más que nada porque él no nos abandonaría. Ni él es Shakespeare ni yo el pequeño Hamlet, si prefieres que te dé una analogía literaria. Pero me la suda.

–Me aterra que empieces a hablar como Rick, hermanito–añadió Justin secándose las lágrimas.

El tío se quedó ahí sentado, como un pasmarote, sin responder nada. No tenía expresión alguna, así que no sé si estaba arrepentido, orgulloso, cabreado, o pensando en algún correo que tuviera que escribir por trabajo.

–Ah, y señor Wright–me acerqué a su lado y me incliné hasta quedar muy cerca de su cara, con cara de pocos amigos–. Como vuelva a hacer llorar a Peter o a Justin, le parto la cara. Y me la sopla cuantos abogados me mande. Si soy un nada, no tengo nada, y por tanto, no tengo nada que perder.

Cogimos a Justin y salimos los tres de la habitación, riendo y hablando, ajenos a las caras de completa incredulidad que nos rodeaban. Peter mencionó que su padre, con sus frases ingeniosas, se creía Oscar Wilde, y no llegaba a Paulo Coelho, a lo que respondimos descojonándonos aún más fuerte.

Justo antes de salir, rodeado por la aurea luz del pasillo que atravesaba la puerta, con gesto risueño, Peter miró a su padre, y le dedicó estas palabras.

–Adiós, papá. Ya no te necesito.

CONTINUARÁ...