El diario de aprendizaje de Rick Jones 13

Después de unos meses de sequía sexual que Peter le había impuesto, Rick está ya hasta los huevos. Y ahora encima ocurre algo que hará que las cosas entre los dos vuelvan a ponerse delicadas.

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

El diario de aprendizaje de Rick Jones 13: Aprender a extrañar

Joder. Mierda. Me cago en la puta. Hostia. Coño. Ya se me estaban inflando los cojones. Literalmente, porque hacía mucho que el cabrón de Peter había puesto el cartel de “cerrado” en su culo, y desde entonces había tenido que conformarme con alguna triste paja esporádica, que, más que por placer, me hacía por costumbre. ¡Nada me llenaba! Ni sentarme sobre la izquierda para luego fingir que era Peter el que me la tocaba, ni usar toallitas para cambiar el tacto, ni echar mano de mis antiguas revistas porno. ¡Joder, me tenía salido perdido, hambriento de él, hambriento por tocarlo, por saborearlo, por tenerlo bajo mis brazos! ¡Qué hijo de la gran puta!

Puedo parecer exagerado, colegas, pero soy muy pasional, y necesito desfogarme a menudo (muy a menudo, de hecho). Es que estoy en la edad en la que mis pelotas tienen más poder de decisión que mi cerebro. Me estaba rayando a tope, pero a él no parecía importarle tenerme a pan y agua hasta que se solucionara lo de Justin. Apreciaba al chaval; sin embargo, como por su culpa estuviera mucho tiempo sin descargar, iba a acabar cargándomelo, lo veía.

La situación era más o menos sostenible, al menos hasta el último día de clase antes de las vacaciones de Navidad, en el que fuimos al club de teatro. El sitio estaba hecho una puta pena, como siempre, aunque por lo menos era mejor que el de canto. Ése sí que era un desastre. Tampoco es que hubiera mucho: un escenario y un montón de butacas delante. Cuando llegamos, Rooney estaba sentado en primera fila, mirando el ensayo mientras se zampaba un bocata de anchoas.

Con una mirada asesina, Peter le echó la bronca por manchar la butaca con las migas del pan. Rooney, como respuesta, le mantuvo la mirada unos segundos y después eructó. Creo que eso no le hizo ni puta gracia a mi acompañante, ya que se giró y farfulló algo como: “¿Por qué tengo que aguantar que un mono cuyo apetito por los bocadillos excede los límites de la lógica me dirija?”. Estaba de mala hostia.

Peter se fue a la parte trasera del escenario, de modo que yo me senté al lado de Rooney en las butacas. Le pedí un poco de su comida, y me respondió de la misma manera que a Peter, con un eructo. La diferencia está en que yo me descojoné donde él se encabronó.

Según parece, estaban preparando una obra que se llamaba “La vida me da ganas de sobar”. No, espera, era “La vida me da sueño”, de un tal Medallón de no sé cuántos, o al menos eso me dijo el director. También añadió que era una obra española, por lo que le preguntaría a Marcos por más detalles para impresionar a Peter, porque pedirle conversación a Rooney es como pedirle a los del día del Orgullo Gay que no se comporten como locazas en forma de diva.

Peter hacía de Segismundo, un nombre jodidamente feo, a mi parecer. Mientras él se comportaba como un puto chiflado, metido en el personaje, yo planeaba mentalmente cómo íbamos a celebrar la Navidad. Yo estaría sentado en el sofá, leyendo el periódico junto a la chimenea mientras él prepara el desayuno, y entonces Justin bajaría corriendo las escaleras para recoger su regalo de debajo del árbol. Vería que es una edición especial de Elsa, la princesa de Frozen y me daría un abrazo agradecido; entonces Peter nos llamaría para que fuéramos a desayunar. Allí, charlaríamos y reiríamos juntos, como la típica familia norteamericana.

─Tu visión de la Navidad es muy machista─añadió Rooney.

─¡Coño, ¿es que lo he dicho en alto?!

─Sí.

─No me juzgues─me reí algo avergonzado.

─No.

Después de eso, se calló. A ese tío no había quien lo entendiera. Bueno, de todas formas sólo estaba pensando en eso en plan broma. Lo que de verdad deseaba para Navidad sería que Peter me dejara follármelo otra vez. Molaría que se pusiera un lazo en la polla y me dijera: “Rick, tu regalo de este año soy yo. Saboréame todo lo que quieras”.

─Has vuelto a decirlo en alto─señaló Rooney.

─Sí, pero esta vez ha sido a propósito. ¿Qué te parece?

─Que o bien eres un inconsciente o bien estás muy salido.

─Que era coña, hombre─me reí─. Aunque no digo que no me gustara que Peter lo hiciera.

─En ambas fantasías, Peter hace lo que tú quieras. Eso es egoísta.

─¿Eh?─solté sorprendido.

─Deberías pensar más en qué hacer tú por él que en lo que él haga por ti.

─Joder, ¡y parecías tonto!

─Cuanto más se calla uno, menos tonterías dice. Si hablo es porque tengo algo inteligente que decir.

En ese momento me di cuenta de que ésa era la conversación más larga que había tenido con él. ¿Podía ser que estuviera intentando ayudarme con la Navidad? De su expresión no se podía deducir, puesto que no había, en su cara, expresión. No quise añadir nada más; simplemente me quedé mirando el ensayo con él a mi lado, hasta que acabaron, y mi novio se acercó a mí.

─¿Vamos?

─Venga─respondí sonriente.

Nos despedimos de Rooney, aunque sin obtener respuesta alguna, pues estaba empanado mirando la representación; y nos abrimos. Caminando por el pasillo, me sentí un poco culpable por ser tan cabezón y pensar sólo en mi mismo.

─Oye, Peter, ¿qué te apetece para Navidad?

─¿Mm?─contestó mirando al frente, sin dirigirme la mirada siquiera.

─¿Te gustaría que te hiciese un regalo o algo? ¿Hay algo que quieras?

Se giró y se me quedó mirando con una sonrisa burlona. No decía nada, y me estaba poniendo nervioso, de modo que decidí castigarlo, acercando mi cara a sus labios; sin embargo, me la alejó de un manotazo y dijo:

─Me sorprende que el poeta que compuso el verso “Mientras tenga el cipote caliente, me la suda la gente” diga algo así. Has dejado atrás tu egoísmo…

─No soy egoísta. Es que no hablo mucho de lo que siento.

─De nada que sea serio, para ser exactos. No se puede hablar en serio contigo─alzó una ceja.

─Vale, pero intento arreglarlo. ¿Qué quieres para Navidad?

─Vaya, qué considerado. No sé lo que quiero. Pero mereces una recompensa por preocuparte de eso. ¿Quieres que me unte el cuerpo entero de nata y me ponga un lacito en la cabeza?─alegó.

─¿Eh? ¡Joder, sí, claro! ¡Y después…!

─Y después te despiertas. No vamos a pasar la Navidad juntos. Nos veremos en el instituto a la vuelta de vacaciones─volvió a echar andar sin dirgirme la mirada.

─Espera, ¡¿qué coño…?!

─Rick Jones, no quiero ver tu alelado careto al menos hasta Año Nuevo─me señaló con el dedo.

Y así fue como me abandonó en Navidad.

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Ni lo vi en Nochebuena ni lo vi en Nochevieja. No hablamos en todas las fiestas. Pasó de mí como pasa un perro de su mierda una vez la ha enterrado. Y lo más acojonante es que, una vez retomamos las clases, hablaba conmigo como si nada hubiese pasado. Sonreía, se burlaba de mí y seguía con su tono sarcástico de siempre. Todo el dolor, todos esos días de soledad, de tristeza, de anhelo… habían sido sólo cosa mía. Por cosas como ésa, a veces me pregunto si realmente me quiere, o tan sólo soy una especie de juego para él. No sé, igual nunca me amó, sino que, como es tan celoso, cuando me vio con Tom, quiso que fuera suyo; sólo por el hecho de ser de otro, sólo por el hecho de que ya no me pudiera tener, sólo por el hecho de sentirse superior. Su puta arrogancia infantil era la culpable de que estuviera conmigo.

Sé que parezco un gilipollas, y hay hasta quien dice que lo soy, pero, joder, yo también sufro cuando no puedo estar con la persona que más me importa en el mundo. Qué curioso… Hubo un momento en que ya no fantaseaba con tener sexo con él; simplemente deseaba estar a su lado. Nada más. No era necesario que me montara, que me besara, que me acariciara o que me mirara; tan sólo era necesario que estuviera allí, conmigo. Puto Peter… Por su culpa me estaba convirtiendo, poco a poco, en una especie de maricón sensiblero.

¿Qué era ese anhelo? ¿Qué era, en realidad, ese sentimiento de necesidad, de extrañeza, de soledad? Me sentía solo, jodidamente solo. ¡Me cago en la puta! ¡¿Por qué coño me he vuelto tan dependiente de una sola persona?! ¡Es que parece como que no puedo vivir sin él! Ese capullo…. Me dan ganas de… Qué estupidez. Estoy tan hechizado por los dulces labios de ese mierda, por el precioso color de los arrebatadores ojos de ese cabrón, por cada suave y delicioso rincón de la pálida piel de ese hijo de puta… Qué impotencia. A mí solía sudármela todo. ¿Cómo acabé enamorándome como un subnormal?

Los humanos somos la hostia. Nos pasamos la vida aprendiendo a ser independientes, trabajadores, responsables, ¿y para qué? Para acabar lloriqueando si no hay nadie a nuestro lado. No aprendemos a estar solos. ¿Y por qué? Porque eso es imposible. Me he vuelto un puto blando, y no creo que pueda volver atrás, a ese pajillero despampanante y buenorro que sólo quería meterla en caliente dentro del agujero de su presa, Peter Wright.

Tumbado en la cama con la mirada perdida en el techo, suspiraba con desgana ante toda aquella situación. No recordaba siquiera cómo ni por qué había empezado a divagar, y, entonces, al dirigir la vista al suelo, me acordé de lo que iba a hacer: se suponía que me iba a poner a ordenar mi cuarto. La exagerada de la enana había ido a chivarles a mis viejos que estaba hecho una mierda, y éstos me echaron la bronca para que lo ordenara.

Eso me había hecho pensar en que nunca había llevado allí a Peter. Bueno, es normal, ¿no? Nadie querría invitar a su novio a un cuarto lleno de pañuelos con manchas sospechosas, migajas de patatas por el suelo, papelajos ocupando el escritorio y más polvo que los que se echan en un puticlub vietnamita. No me apetecía nada ordenar. Me la sudaba, sinceramente, que el cuarto oliera a estercolero bañado de lefa.

Pero, de repente, la puerta se abrió sin previo aviso. La criaja estaba al otro lado, con una sonrisilla burlona que se transformó en mueca de desagrado al echar un vistazo a lo que rodeaba mi cama.

─¡Serás guarro! ¡Limpia esta pocilga, cabezón!─gritó tapándose la nariz.

─Piérdete. Aquí no puedes entrar, y lo sabes─espeté moviéndome en la cama para mirar a la pared.

─Oye, cerdo, estoy aquí para que no venga un loquero a examinar tu síndrome de Diógenes. Así que arregla esto. ¡Ah!─señaló un cómic─. ¡Creo que algo se ha movido ahí!

─¿Mmm? Debe de ser Pepsi. No la molestes; estará buscando papeo para sus hijas. Hace poco que su parienta ha parido.

Se le puso la cara totalmente blanca, y me miró con el horror marcado en la mirada.

─¿Qué es P-pepsi... exactamente?

─Pista─me giré hacia ella y coloqué mis dedos índices, extendidos, sobre la frente─: dos antenas, muchas patas y rastro pringoso al andar.

Pegó un chillido de ésos que pegan las tías cuando quieren que un tío bueno las salve, y salió corriendo. Lo de Pepsi era mentira, por supuesto, pero me molaba tomarle el pelo. La muy imbécil no cerró la puerta al salir. ¡Será maleducada! Tuve que levantarme─de milagro no me arrastré por el suelo, debido al estado en el que estaba─e ir a cerrar la puerta por mí mismo. “Los solitarios no nos molestamos en limpiar. ¿Para qué? No esperamos visita”, solté para mí.

Sin saber muy bien por qué, me dieron ganas de salir a dar una vuelta. Miré el reloj: las 20:30. Perfecto. Así comenzaría a anochecer y podría regodearme un poco en mi tristeza. Mierda, ya hablaba como un puto emo. Me prometí a mí mismo que si Peter me había mandado algún mensaje al móvil, no iría a pasear, sino a su casa; mas, al revisarlo, los únicos que se acordaban de mí eran los de la compañía del móvil. Sonreí sarcástico. Después, me lancé escaleras abajo, y, sin despedirme de nadie, salí a la calle.

Aunque creía que el aire fresco me iba a sentar bien, ocurrió todo lo contrario. Fue como si un estado febril se apoderara de mí. Veía a todo el mundo a mi alrededor como figuras ajenas, lejanas, distantes. Era como si lo viera todo a través de una ventana, como si no fuera consciente de mí mismo, como si fuera todo una ilusión.

Pensé que tal vez toda aquella gente me la sudaba completamente y que, por eso, no les prestaba la más mínima atención. Sin embargo, también sucedía lo mismo con las farolas, que se fueron encendiendo poco a poco conforme iba caminando; con los semáforos, que se ponían en verde cuando mis pies se posaban justo al final de la acerca; con las tiendas, que se iban cerrando mientras yo pasaba por su lado.

Me sentía como en un sueño, una especie de ilusión o de delirio. Caminaba sin rumbo, con la mente en blanco, como si mis pies ya supieran a dónde debían dirigirse. Qué hijos de puta… Sin darme cuenta, llegué a casa de Peter.

Alcé la vista y vi que las luces estaban encendidas. Cómo no. Ellos nunca salen de casa. Miré al timbre con cierta indiferencia, chulería incluso. “No me da la gana tocarte”, le decía con la mirada, aunque no sé si era a Peter o al timbre. Metí las manos en los bolsillos y suspiré mientras me apoyaba en la pared, junto al timbre.

“¿Qué coño estoy haciendo?”, suspiré, “Debería irme a casa. No sé qué hago aquí”. Aquello me aburría. Me estaba dando demasiada pena a mí mismo, de modo que me dispuse a pirarme; sin embargo, la puerta se abrió repentinamente. Alcé la vista y me encontré con Justin, que sonreía con aquella inocencia suya tan característica.

─¡Rick!─exclamó alegre.

─Hey─sonreí ladeando ligeramente el labio.

─¿Vienes a ver a Peter?─preguntó.

─¿Eh? No, qué va. Sólo pasaba por aquí, y había pensado en saludar, pero ya me largo.

─Ah. De todas formas, no está en casa─aclaró.

Aquello llamó mi atención. ¿No estaba en casa? No me había dicho nada esa mañana en clase. Aunque no era raro, puesto que él y yo no hablábamos casi nunca de cosas serias. Culpa mía, lo reconozco. Me encabronó bastante no saber dónde estaba, pero no quería parecer un puto celoso, de modo que me controlé.

─¿Y dónde está?

─Ha ido a comprar. Normalmente hace la compra por Internet, pero, al parecer, sacaban una nueva edición limitada de uno de sus libros favoritos, y tenía que ir sí o sí a la librería─explicó a la par que se rascaba la ceja algo distraído.

Sus libros favoritos… ¿Qué cojones…? ¿Cuáles son? Siempre está leyendo libros, pero nunca le he preguntado cuáles son sus favoritos. Recuerdo uno de un tío que, por culpa de los celos que le había metido su alférez─sigo sin saber qué coño es eso─, mató a su mujer; otro de un médico que visitaba a un enfermo y dejaba atrás a su criada, para que la violara un tío raro; otro de un tío que quería volver a casa, pero se iba parando isla por isla luchando contra monstruos… Recordaba algunos, pero… ¿eran sus favoritos?

¿Cómo podía no saber eso de la persona a la que quería?

─Rick, ¿estás bien? Llevas un rato callado...─me llamó la atención Justin.

─¿Eh?─me espabilé─. ¡Ah, perdona, tío, estaba en mi mundo!

─¿Estás triste porque no os visteis en Navidad?─soltó de repente, con el ceño fruncido en señal de tristeza y en un tono de voz cortante.

Sonreí irónicamente de nuevo; no obstante, no respondí.

─No me gusta verte tan apagado. ¡Tú siempre estás alegre! ¡Ańimate, Rick!

De nuevo, me quedé callado, con aquella misma expresión en la cara.

─Mira, no debería decirte esto─bajó el tono─, pero creo que mereces saberlo. Estas Navidades nos fuimos. Todos los años hacemos lo mismo. En nochebuena cenamos con mamá, y en nochevieja con papá.

Al oír eso, mi semblante adquirió un tono mucho más solemne. ¿Sus padres? Poco había oído de ellos. Y, aunque no les había preguntado para no presionarles, obviamente sentía curiosidad.

─¿Por qué no me dijo eso? Lo hubiera entendido─dije.

─Es que a Peter le da miedo que descubras la verdad, porque…

─No es de tu incumbencia─oí a mis espaldas.

Me giré. Allí estaba; abrigo, bufanda, bolsa en mano y cara de pocos amigos; Peter Wright.

─He-hermanito…

─Borra esa ridícula sonrisita de la cara, Jones. Me pone de los nervios─espetó echando a andar hacia nosotros.

─Es normal sonreír cuando ves a la persona a la que amas─le reprendí.

─Justin─me ignoró─, entra. Voy a hablar con Rick.

El chaval no discutió y se metió en casa sin decir una sola palabra más.

─¿Qué haces aquí?─inquirió dejando la bolsa en el suelo.

─Te echaba de menos─respondí con total naturalidad.

─Sabes que no me gusta que vengas sin avisar.

─¿Cuál es tu libro favorito?─pregunté.

No sé por qué, pero empezaba a sentir algo de ansiedad. Tenía un nudo en la garganta que estaba haciendo que se me acalorara el pecho. Estaba ansioso, tembloroso, y con taquicardia.

─¿Qué?

─El libro que has comprado─señalé la bolsa.

Una fuerza sobrehumana se estaba apoderando de mi razón. Necesitaba gritarle, necesitaba abrazarle; necesitaba pegarle, necesitaba besarle; necesitaba hacerlo llorar, necesitaba hacerlo reír. No me entendía. Un torrente de emociones, como un tornado nacido de la naturaleza más embravecida, se cernía sobre mi tiritante corazón.

─¿Ahora te interesa lo que leo?─emitió una risita que no supe muy bien interpretar─. En fin, si tanto te empeñas… Es “Crimen y Castigo”, de Fiodor Dostoievsky, una obra maestra de la literatura universal.

─Vale─fue lo único que atiné a responder.

Me miraba raro. ¿Por qué no decía nada? ¿Por qué no decía de una vez que no me quería, que me odiaba? ¿Por qué no decía de una vez que yo sólo era un juego? Mi corazón no paraba de latir desbocado, expectante de que lo rompiera de una vez. Quería que lo rompiera, que lo destrozara, que lo aniquilara por completo. Si era él quien lo hacía, ¿qué más daba?

─Ja… Jajajaja… ¡Jajajajajaja!─estallé en risa.

─¿Qué demonios te ha dado?─se echó a reír también.

─Qué divertido─le miré a los ojos aún riendo─. Te quiero tanto que te perdonaría aun si me rompieras el corazón.

─¿Rick?─preguntó poniéndose serio de repente.

─Lo siento, lo siento tanto...─susurré─. Por favor, no me dejes. Sigue fingiendo que te importo, sigue fingiendo que me quie…

Una lágrima se deslizó por mi mejilla en aquel instante. Tanto mis ojos como los de Peter se abrieron como platos. Joder, más patético no podía ser… Estaba llorando. Agaché la cabeza. La ansiedad aumentaba. Quería parar, quería parar de llorar. Cerraba la garganta con fuerza, apretaba los ojos para que cesaran las lágrimas, mas eso no servía de nada. El nudo en mi pecho iba a hacerlo estallar de un momento a otro. Mi corazón estaba listo. Alcé la vista y le vi con esa expresión de cabreo que siempre ponía. Apretó los dientes al máximo y dejó la bolsa en el suelo bruscamente.

─Te odio─farfulló.

─Lo sé─sonreí de nuevo, con las lágrimas bañando aquella sonrisa.

─No te soporto.

─Lo sé.

─Eres mal hablado, sucio, estúpido, maleducado y pasota.

─Lo sé─continué dejando que las lágrimas emanaran ya sin ningún control.

─No se puede hablar contigo en serio; eres un payaso que todo lo convierte en broma. Además, eres una mala influencia para mi hermano.

─Créeme que lo sé.

─¡Si lo sabes, entonces dime por qué, aun así, no puedo evitar amarte tanto!─gritó fuera de sí.

Antes de poder reaccionar, se abalanzó violentamente sobre mí y me estampó contra la pared, a la par que juntaba sus labios con los míos en un arranque de rabia. Por fin, por fin volvía a sentir esa boca que tanto había anhelado. Dios, su lengua era tan delicada, tan tierna, tan temblorosa. Intentaba llevar la iniciativa, pero se movía torpemente buscando la mía para que le guiase. Ese lado tan infantil, tan débil, tan tierno de Peter me tenía loquito.

Esa pasión que sentía, toda aquella ansiedad, prevaleció, mas ahora estaba allí por otro motivo: necesitaba calmar mi sed de él. Mis lágrimas no cesaron, mas ahora expresaban alegría, y no dolor.

Me estaba dejando sin respiración, de modo que le aparté con un suave toque, al que él no se resistió. Se dejó llevar por mi mano, que, posada en su hombro, era dueña de sus acciones. Sus ojos se posaron ahora en los míos. Él también estaba llorando. Hacía todo lo posible para que no se lo notara, como aseverar su expresión, pero no podía esconder nada de mí.

─Peter...─susurré.

─¡Cállate! Sniff...─se limpió con la manga de la camisa.

─Te quiero─me reí.

─En ese caso, abrázame, idiota─exigió.

Le envolví con mis brazos y le di un beso en la mejilla, aquella mejilla tan suave que me llenaba de dulzura.

─¿Me quieres?─pregunté con tono infantil.

─Créeme, soy al primero al que no le gusta que sea así; sin embargo, es un hecho; ¡de manera que no vuelvas a dudar jamas de mis sentimientos!

─Si no quieres que dude, vas a tener que recordármelo más a menudo.

─Te quiero─sentenció─. Te quiero, te quiero, te quiero, con toda mi alma, con cada partícula de mi cuerpo. Paso las noches en vela anhelando que estés a mi lado, pienso en ti constantemente, y una estúpida sonrisa se dibuja en mi rostro, y… lo que es peor, ¡me masturbo con tu imagen en la cabeza! ¡¿Contento?!

─Contentísimo─le besé.

─¿Y qué te ha dado de repente?─preguntó separando su cara de la mía.

─Peter, necesito follarte. Ahora─le pedí con pose relajada.

─Ya sabes que…

─Joder, Peter─dije entrecerrando los ojos─, creo que te quiero tanto que me voy a desmayar.

Y acto seguido caí sobre los brazos de ese chico, perdiendo el conocimiento. Él, alarmado, comenzó a gritarme que despertara. Sin embargo, yo no quería hacerlo. Ahora, en mi sueño, Peter y yo estábamos besándonos en la cama y estábamos a punto de hacerlo, porque yo lo quería, lo queria con todas mis fuerzas, y él me quería a mí de la misma manera.

En la realidad, un Peter avergonzado porque se le había olvidado que estábamos en plena calle hasta ese momento, se aseguró de que nadie nos había visto, y, con la ayuda de Justin, me metió en su casa y en su cama.

CONTINUARÁ...