El diablo hecho mujer. Ilse, una morena cachonda

El encuentro entre el escritor y una fan en los baños del aeropuerto de México. Historia de una entrega.

Aunque parezca imposible, con  cuarenta y siete años y una larga experiencia en mujeres, estaba nervioso. Había quedado con una fan de mis relatos y eso era nuevo para mí. En todo el tiempo que llevaba escribiendo, nunca había llegado más allá de unos intercambios de correos más o menos picantes con mis lectoras pero, en el caso de Ilse, todo fue diferente.

Todavía recuerdo que estaba en la oficina cuando leí el email que me mandó a mi cuenta de Hotmail. El título no tenía desperdicio, esa muchacha  sin cortarse lo más mínimo al escribir a un desconocido, escribió como encabezado de su correo “Mira que rico”.

Extrañado por esa sugerente frase, lo abrí temiéndome que fuera publicidad de una página porno, pero en contra de lo que había imaginado, me encontré con dos fotos del trasero de una joven trigueña. Me hubiese encantado el haberos anexado las imágenes para que también vosotros pudieses disfrutar de la visión de semejante monumento pero mi querida amiga me ha pedido que no lo haga y que las mantenga para mi uso personal. Solo puedo deciros que esa cría tiene un par de preciosas y poderosas nalgotas. Se nota a simple vista que Ilse ha modelado esas dos bellezas a través de largas horas en el gimnasio y que, en las dos instantáneas que me mandó, un tanga amarillo realzaba la sensualidad de esa mujer.

“Quien fuera su dueño”, pensé al observar con detenimiento ese trasero.

Incapaz de controlarse, mi pene no necesito nada más para alzarse inquieto bajo mi pantalón.

“Que buena que está”, me dije mientras veía las fotos en pantalla completa para no perderme detalle de esas maravillas.

Queriendo agradecer a mi fiel lectora el obsequio la contesté y esa muchacha que solo me conocía por medio de mis relatos, me regaló en otro correo otras dos fotos de su culo ataviado con una escueta minifalda contra un fregadero.  Al recibir su segundo email, todos los reparos a iniciar un diálogo por internet con esa desconocida desaparecieron y completamente alborotado, decidí que ese culo tenía que ser mío. Ningún hombre con su sexualidad bien definida podía ser inmune a los encantos de esa mujer y por eso tras unas cuantas conversaciones e intercambio de imágenes mutuas, decidimos vernos en persona.

El problema residía que ella vivía en México D.F. y yo en Madrid, por lo que tuve que tomar un avión y cruzar el charco para disfrutar de esa preciosidad. Al llegar a al aeropuerto Benito Juárez, sabía que Ilse me iba a estar esperando en la sala de espera y por eso al recoger mi equipaje, me sentía como un caballo de carreras en espera que dieran la salida.

Los trámites de la aduana mexicana son al menos curiosos para una mentalidad europea, lo creáis o no, hay un semáforo aleatorio que decide si los policías deben revisar o no tus maletas. Si os preguntáis la razón de ese despropósito no es otra que evitar la corrupción consiga que un individuo tenga asegurado que no lo van a registrar y por otra parte, también sirve para limitar los abusos sobre turistas inocentes. Aun sabiéndolo, no pude evitar ponerme tenso al tocar el botón que iba a determinar si pasaba sin revisión. Afortunadamente, me salió verde y por eso cogiendo mis bártulos me dirigí hacia la salida.

Nada más traspasar los controles de seguridad, la vi esperando. Saludándome con el brazo estaba mi amiga cibernética y lo que vi, no me defraudó en absoluto.  Las fotos no le hacían justicia, en persona esa chaparrita era todavía más atractiva. Saltando para asegurarse que la viera tras el montón de gente que esperaba a los viajantes, se la veía super sensual. Sus pechos botando y rebotando sin descanso, eran motivo suficiente para no perderse a esa monada.

Al comprobar que la había visto se tranquilizó, pero no sé qué fue peor porque se puso a escuchar la música de sus cascos y sin darse cuenta, empezó a bailar contorneando su cintura siguiendo el ritmo. La sensualidad que esa criatura trasmitía, dejó embobados a todos los presentes. Yo no fui una excepción, completamente absorto, fui recorriendo los metros que me separaban de esa joven de piel morena con la que tanto había soñado.

Mientras me acercaba no pude evitar el recordar las noches que me había liberado sobre mis sábanas, pensando en ese momento. Aunque me había preparado mentalmente para no parecer un payaso cuando la tuviese enfrente, os tengo que confesar que me resulto difícil porque esa cría era un peligro.

Era la lujuria hecha mujer.

Si el diablo hubiera decidido crear un ser que llevara a la perdición a todos y cada uno de los habitantes de la tierra, la hubiese tomado como modelo.

En un momento dado, ese portento  luciendo una sonrisa, se agachó para recoger su bolso y se acercó a mí. Si tenía alguna duda de que era Ilse, desapareció al observar su trasero. Era ella, ese culo perfecto era único y por eso, impaciente esperé que llegase a mi lado.

-¿Fernando?- preguntó un tanto indecisa.

Sus ojos color miel dejaban entrever una mezcla de curiosidad y de miedo. No en vano, nunca nos habíamos visto y la única información que tenía de mi carácter era la que relato tras relato había dejado caer.  Interiormente, Ilse sabía que lo que le había atraído de mí era mi carácter dominante. En sus mensajes, me había confesado que estaba cansada de las medias tintas y que lo que realmente la excitaba era la idea de ser la compañera de un hombre que la sedujera y consiguiera controlar su carácter pero aun así temía dejarse llevar por su pasión y ser incapaz de estar a mi altura.

Siendo consciente de su estado, la sonreí mientras pasaba una mano por su cintura y la atraía hacía mí:

-Eres preciosa- le solté mientras le daba un suave beso en los labios.

Ilse  no pudo reprimir una carcajada y pegando su cuerpo contra el mío, me dijo:

-Tú en cambio eres enorme. Me siento una muñeca en tus brazos-.

Tenía razón. Aunque llevaba unos tacones de aguja de más de trece centímetros, con dificultad me llegaba a los hombros. Quizás nunca había estado con un tipo de uno noventa como yo y por eso, deseando descubrir nuevas sensaciones me abrazó mientras me decía lo mucho que había deseado que llegase ese momento.  Su proximidad hizo que mi sexo se irguiera protestando por el encierro por lo que no deseando que todo el mundo se diera cuenta que estaba empalmado, agarré del brazo a la muchacha y sin darle opción, la llevé por los pasillos de la terminal hasta el Snack Bar. Ya dentro del local, nos sentamos en una mesa un tanto apartada, ubicada  en un rincón.

Se la veía encantada con mi presencia y caballerosamente, le pregunté si quería algo de tomar.

-Una coca cola- respondió sin dejar de removerse inquieta de su silla.

Llamando al mesero, pedí que le trajera su consumición y para mí, ordené una cerveza. Con la tranquilidad que da la edad, aguardé a que volviera con nuestras bebidas y entonces cogiendo la mano de la mujer, le dije:

-Espero que te hayas puesto las pantaletas que te pedí-.

No debía esperarse que mis primeras palabras fueran acerca de su ropa interior y poniéndose colorada, me confesó que me había hecho caso y que esa mañana se había colocado  las braguitas de encaje blanco que tanto me habían gustado cuando me mandó una instantánea de ella en el cuarto de su casa.

-¿Y qué esperas para enseñármelas?- le solté mientras apuraba mi chela.

Avergonzada porque estábamos en un sitio público, se debatió durante unos instantes sobre la conveniencia de mostrármelas pero el saber que si no me complacía podía enfadarme e irme sin más, la obligó a, mientras disimulaba, levantarse la falda y demostrarme que había cumplido con mi pedido. Para lo que tampoco estaba preparada fue que, aprovechando que había separado sus rodillas, llevara mis manos a su entrepierna y sin cortarme en lo más mínimo por estar en un lugar tan concurrido, le empezara a acariciar el sexo. Como accionada por un resorte, Ilse intentó cerrar sus piernas pero se lo impedí diciendo:

-¿Qué haces? ¿No has jurado que era mío?-

Humillada pero excitada a la vez, la chilanga estuvo a punto de llorar pero en vez de hacerlo, puso su bolso en sus piernas para ocultar al público que atestaba el lugar que la estaba masturbando. Con las mejillas ruborizadas y el sudor recorriendo el collar que rebotaba en su escote, la muchacha se dejó hacer mientras miraba a su alrededor, temiendo en cada instante que alguien se percatara de lo que estaba sintiendo. Sé que me porté como un verdadero cabrón pero os tengo que reconocer que disfruté de cómo su angustia se iba transmutando en deseo y el deseo en placer. El primer síntoma de su calentura fue que a tenor de mis caricias a la muchacha le contaba respirar.

-¿Te gusta?- susurré a su oído mientras mis dedos separando sus labios, se habían apoderado de su clítoris.

No pudo contestarme, pegando un grito ahogado se retorció al sentir que jugaba con su botón y removiéndose indecisa en el sillón, cerró los ojos para evitar que me diera cuenta que estaba a punto de venirse. Desgraciadamente para ella, al cerrar los parpados, se magnificaron sus sensaciones y sin poderse reprimir, se corrió calladamente entre mis yemas.

Sabiendo que estaba en mis manos, sintió que las cadenas que su educación había instalado en su mente iban cayendo una a uno rotas por la acción de mis dedos, de forma que cuando el orgasmo le nubló su razón, unas nuevas ataduras estaban firmemente anudadas en su cerebro pero curiosamente se sentía libre. El saber que esa noche, ese gachupín cuarentón iba a tomar posesión de todos sus agujeros le alegró y por eso una vez recuperada, me miró sonriendo, mientras me decía:

-¿Qué quieres que haga?-

-Vete al baño y mastúrbate mientras me  esperas-

No sabiendo a ciencia cierta cómo actuar, Ilse se levantó y sin protestar se dirigió hacia el servicio ubicado al final del local. Apurando mi copa, la observé mientras se marchaba.  Sus pasos eran inseguros, su mente protestaba por mi trato pero al sentir que la humedad anegaba su cueva, la mujer comprendió que deseaba con locura entregarse a mi juego y por eso, al cerrar la puerta se puso a cumplir mis órdenes sin más. Buscando ahondar su excitación, la dejé unos minutos sola y cuando comprendí que había llegado el momento, me acerqué donde estaba y tocando en su puerta, le exigí que me abriera.

Al ver sus ojos inyectados con una lujuria sin límite comprendí que estaba dispuesta. Sin hablar me bajé los pantalones y sacando mi miembro de su encierro, di la vuelta a la muchacha y comencé a jugar con mi glande en su sexo. Ilse estuvo a punto de venirse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Agachada sobre el lavabo, solo podía imaginarse lo que ocurría a su espalda.

Me alegró comprobar que estaba empapada y por eso cogiendo un poco de su flujo, embadurné su esfínter. Ella misma me había escrito en sus mail que solo en dos ocasiones había tenido sexo anal pero que aunque le dolió, era algo que le encantaba y por eso no me extrañó que sin tenérselo que pedir, esa cría separara sus nalgas con sus manos para facilitar mi labor. No había metido ni medio dedo en el interior de su ojete cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Ilse moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, llevé otro dedo a su interior y durante unos instantes, recorriendo sus bordes relajé sus músculos.

-Cógeme, por favor- gritó fuera de sí.

No tuvo que repetírmelo dos veces, acercando mi glande lo puse sobre su entrada trasera y forzando con una pequeña presión de mis caderas, lo fui introduciendo lentamente a través de ese rosado ano.  Poco a poco, mi extensión fue desapareciendo en su interior mientras Ilse apretando sus mandíbulas hacia verdaderos esfuerzos para no gritar.

-Ufff- exclamó a sentir que finalmente había terminado -¡Es enorme! Creí que no iba a caberme-

Contra toda lógica, el culo de esa morena había absorbido tanto el grosor como la longitud de mi miembro sin quejarse y felicitándola con un pequeño azote, le pregunté si podía empezar a moverme.

-Papito, dame fuerte-

Ni que decir tiene que la hice caso. Moviéndome lentamente en un principio, fui incrementando el ritmo mientras la muchacha no dejaba de susurrar en voz baja lo mucho que le gustaba. Os tengo que reconocer que no me había dado cuenta que mientras metía y sacaba mi pene de su estrecho conducto, Ilse se las había ingeniado para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.

-Más duro- me pidió dando un grito.

Fue entonces cuando comprendí que esa mujer necesitaba caña y por ello aceleré mis caderas, convirtiendo mi tranquilo trote en un alocado galope. Ilse al sentir mis huevos rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.

-Me vengo- chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el lavabo.

Al caer, me llevó con ella, de manera que sin quererlo, mi pene forzó más allá de lo concebible su trasero. Ilse aulló al notar que su esfínter había sobrepasado su límite pero en vez de apartarse, dejó que continuara cogiéndomela sin descanso.  Afortunadamente para ella, no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y por eso sabiendo que tenía una semana para disfrutar de ese cuerpo, me dejé llevar  derramándome  en el interior de su culo.

Tras unos minutos durante los cuales estuvimos besándonos como si fuéramos novios mientras descansábamos, nos acomodamos la ropa y disimulando, salimos del servicio. Se veía a la legua que Ilse estaba encantada porque al recorrer los pasillos en busca de su coche, me cogió de la cintura y pidiéndome que bajara la cabeza, me susurró al oído:

-Eres un cabronazo, me da miedo pensar cuando tenga que ir al baño-

Solté una carcajada al oírla y muerto de risa, la besé mientras le decía:

-No te preocupes, cuando me vaya, te costará incluso andar-



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En él, encontrareis este y otros relatos ilustrados con fotos que me gustan.