El diablo de ojos blancos...#Capítulo del 1 al 10.

-Lo único que he hecho es proteger lo que es mío -Quitó la mano de Takumi de su rostro, y ella bajó la mirada de nuevo, aturdida por lo que acababa de oír-.

Buenas a todos, muchos me conoceréis como Snooker. Aquí he vuelto con mi relato "El diablo de ojos blancos" que dejé a medias. Por ello he decidido volver para seguirlo ya que tuve comentarios muy positivos.

A aquellos que no lo siguieron os haré un breve resuem:

Takumi vuelve a su hogar con su mayoría de edad después de pasar casi toda su vida en el internado a la que fue mandada por petición de su padre, un empresario de élite, y justo al abrir la puerta, ¿con qué se encuentra? Con su primo, al cual jamás llegó a conocer, semidesnudo. Estos mantienen un choque desde el primer momento y se llevarán fatal haciendo que varios sucesos ocurran a causa de ello. Sin embargo, aparece otro personaje en acción, el prometido de la chica, matrimonio concertado por su padre. Esto causará en Eichi, el primo, una gran obsesión por ella que le hará cometer acciones únicamente para avergonzarla cada vez que tiene oportunidad.

Espero que disfruten de estos diez capítulos y me digan su opinión.

Un besazo...~69

El diablo de ojos blancos.

Primer capítulo:

Una y otra vez se tomaban y se despedían, hacían el amor y volvían a ser iguales ante el mundo: tía y sobrino, parte de una familia. Ante los demás tenían una cara, en la intimidad solían ser pura pasión. Sólo se dejaban llevar por el sexo, un concepto único que les hacía irresistibles el uno al otro.

Ella era una mujer casada, madura y con una hija. Él un joven que apenas rozaba los veintiuno. Su romance, su pequeño lío extra-matrimonial estaba prohibido y no era más que una hermosa utopía que volvía a la realidad cuando ambos se separaban y volvían a sus rutinas diarias.

Hasta el instante en que esa rutina cambió, en que esos días de sexo duro se convirtieron en cero contra uno; cuando esa niña de ojos grises llegó de nuevo al que fue su hogar en la infancia. Una niña convertida en mujer.

Únicamente eso, daría pie a todo lo demás. Lo que complicaría su etéreo paraíso terrenal.

&

Su marido en la empresa y ellos dos en la cama revolcándose. Era el rito de cada día. Cuando su marido y la única criada de la casa se iban comenzaban a acariciarse, besarse y desvestirse, deshechos en el placer de la carne. Revolvían las sábanas y contorsionaban sus cuerpos en posturas arriesgadas. No importaba que hubiese infidelidad de por medio: el morbo les podía más.

Después de acabar, algunas palabras salían de la boca de ambos. Algún "me ha gustado" ocasional, uno que otro "te quiero" por otro lado cuando llegaban al orgasmo… Siempre las menores menciones, sólo el deseo reprimido. Sus vidas eran simples pero a la vez complicadas al extremo por sus propios sentimientos.

Kaede Hoshina era una mujer insatisfecha con un marido recio, presidente de una gran compañía de productos informáticos que no le dedicaba ni una palabra cariñosa. Por si fuera poco, cinco años después de dar a luz a su única hija, la había obligado a firmar los papeles para el ingreso de la niña en un internado; según él para darle una buena educación. Para ella sólo había significado perder a lo que más amaba, y por otra parte había comenzado a odiar a su cónyuge.

Eichi Hoshina sólo era el sobrino de ambos. Vivía en la mansión principal de momento mientras acababa la carrera; pronto sería un ejecutivo más de la empresa de su tío. Había perdido a su padre de adolescente, así que fue educado por su madre hasta que ésta murió; entonces se había trasladado a vivir con sus únicos tíos paternos. Si bien Yashamura Hoshina —su tío— se había negado a acogerlo en un principio, luego se lo había pensado mejor y lo había dejado vivir allí hasta acabar la carrera.

Con el sol proveniente de la ventana sobre sus hombros y los ojos entrecerrados, Kaede habló pausadamente, como si tuviese todo el tiempo del mundo.

—Eichi, ¿Sabes que ésta tarde llega mi hija? —preguntó la mujer; sólo una fina sábana cubría su desnudez.

—Algo de eso había oído a Yashamura-sama —dijo él, haciéndose el desentendido mientras se entretenía acariciando la fina piel de su amante—. Supongo que estarás contenta.

—Cómo no… hace trece años que no la veo —respondió ella con una sonrisa dulce—. Además, tengo muchísimas ganas de que conozcas a tu prima.

—Me encantará —respondió fríamente; nunca había sido bueno con los sentimientos. Restó callado unos segundos y luego volvió a hablar nuevamente—: Pero ahora me tengo que ir.

La mujer le abrazó por la espalda impidiéndole que se levantase. Él no deshizo el agarre.

—No quiero que te vayas —ronroneó—. No me dejes sola tan pronto…

Eichi curvó una sonrisa y se deslizó de nuevo en la cama. Después de todo, un revolcón más no le haría daño a ninguno de los dos.

Nuevamente, las sábanas se deslizaron por sus cuerpos, que volvieron a fundirse el uno con el otro.

&

Vestida con su única ropa de calle y unas gafas de sol en sus ojos, Takumi Hoshina miraba hacia el aeropuerto del que había salido, dejando atrás todo lo vivido anteriormente: El internado donde había aprendido tantas cosas, sus compañeros, su —digamos— vida.

Despidiéndose de todo eso, se dio la vuelta, alzó la mano para parar a un taxi y tras varios intentos al fin lo consiguió. Con el coche parado, abrió el maletero para acomodar sus pocas pertenencias —una bolsa de viaje y un pequeño bolso—. Subió al asiento del copiloto y el conductor arrancó el motor.

— ¿A dónde vamos, señorita? —le preguntó mientras encendía la radio y ponía en marcha el indicador de tiempo.

Ella simplemente se acomodó las gafas que cubrían sus ojos y se abrochó el cinturón de seguridad.

—Aquí —le informó, dándole un papel con una dirección. El taxista miró la dirección y luego a ella, y luego otra vez al papel, escrutándola.

—Muy bien —el taxi se puso en marcha.

Las calles pasaban a toda velocidad, como si fuesen meras ilusiones. Llegado un punto, Takumi pudo distinguir las calles que había recorrido de pequeña en las manos de su madre, incluso pudo ver el parque donde solía llevarla para que jugara.

Podía sentir que ya estaba cerca de la que había sido su casa por tan poco tiempo; hasta el momento de partir a ese colegio en el que estuvo recluida por tanto tiempo. Luego ya nunca volvió a ver a su madre, a su padre o sus primos. Fue una niña miedosa, jamás sonrió en la escuela primaria.

—Hemos llegado —Takumi salió de sus recuerdos, cogió el dinero que le habían enviado sus padres de uno de los bolsillos de su falda y le pagó al taxista.

—Muchas gracias —sonrió—, no se moleste en darme el cambio.

La joven bajó enérgicamente del coche y abrió el maletero, sacando sus pertenencias de él en un santiamén. Al cerrarlo vislumbró su antiguo hogar, impresionada: Era una pequeña mansión de un blanco deslumbrante. Grandes ventanales surcaban y una puerta de cedro hacía las veces de entrada principal. Realmente era una casa de ensueño.

Tomando su equipaje en un sólo brazo, abrió la verja de hierro y entró, caminando hacia la puerta de entrada. Divisó las plantas, flores y el césped que rodeaban el caminito que llevaba a la entrada. Estaba emocionada por volver a ver a sus padres. Notaba como sus piernas temblaban y una sonrisa tonta se formaba en sus labios; quizás ilusión o felicidad.

Subió los escalones que llevaban al porche y paró al borde de la puerta. Aproximó uno de sus delgados dedos al timbre y lo pulsó.

Ya que tardaban en abrirle decidió volver a intentarlo; y ésta vez hubo suerte. Pero, ciertamente, no esperó que un tipo en esas fachas le abriera la puerta.

— ¿Quién se supone que eres?

Un hombre atractivo y de ojos opalinos le había abierto la puerta, la única diferencia entre una persona normal era que la única prenda que lo cubría era una sábana envolviendo su cintura. No pudo evitar fijarse en su torso; esos abdominales tan sensualmente marcados provocarían a cualquier mujer. Enrojeció ahora, notando que estaba mirando esa parte de su cuerpo; por dios, acababa de salir de un internado repleto de monjas, era normal que se le hubiese pegado algo de ellas.

Se tapó la boca con la mano y la molestia comenzó a azuzarla; no le conocía y ya le caía mal... ¿Quién se creía que era él para dudar de quién era ella?

— ¿Quién se supone que eres tú? —preguntó, algo molesta con aquel panorama.

—Para ti Eichi, niñita —le respondió, altanero.

¿Quién diablos era esa mujer para venir a molestarlo cuando estaba en pleno polvo?, ¿cómo se había atrevido, la muy estúpida? Sólo la perdonaba porque estaba bastante "follable", no por otra cosa.

—Vamos, dime tu nombre —continuó, empezando a molestarse—. No tengo todo el día.

Ella enrojeció y se quedó callada, pensando en el insulto más adecuado para él; quería darle una lección o hacerle sentir avergonzado. Quitándose las gafas de sol, habló decididamente:

—Soy Takumi Hoshina, la primogénita de la familia Hoshina.

Segundo capítulo:

Después de que el sujeto de la entrada le diera la "bienvenida", la hizo acompañarle por el pasillo hasta una salita de estar, diciéndole que tomase asiento en el sofá. Mucho más calmada, Takumi no pudo evitar notar la irreal situación que estaba viviendo en la que había sido su casa: un extraño semidesnudo le abría la puerta y estaba sentada en el sofá como si sólo fuese una invitada, no la hija de los Hoshina.

No pudo evitar preguntarse dónde estaban sus padres y quién diablos era ese tío. Además de eso, también se preguntaba cuándo le iban a ofrecer algo para beber, porque llevaba más de medio día sin beber nada y afuera hacía algo de calor —no por algo estaban en pleno agosto—. La espera, más la sed que tenía, la iban a acabar por volver loca.

Hacía más de trece años que no veía a absolutamente nadie de su familia y estaba ansiosa por saber de alguien. Por razones que no conseguía entender, a los seis años la habían enviado a un colegio de monjas donde le enseñaron a ser toda una respetable señorita. Entendía desde cocina hasta matemáticas avanzadas, sin descuidar los idiomas, la forma correcta de hablar, la manera de coger los cubiertos... cosas que necesitaría saber en un futuro.

Recostó la espalda en el sillón y pudo notar que la decoración había sufrido un cambio drástico en su ausencia: En vez de aquella lámpara de araña que solía detallar con tanto entusiasmo en su niñez, había varios ojos de buey apagados. El sol entraba tras unas hermosas cortinas blancas —a juego con los sofás— sin estampado que cubrían los ventanales verticales. Todo era muy sencillo y espacioso, dando un aire de serenidad poco usual.

Se podía decir que había vuelto a casa. Hogar, dulce hogar.

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—Parece que tu niña ha vuelto pronto —Pronunció Eichi, dejándose caer en la cama; tenía una notable cara de fastidio.

La mujer ya estaba sentada en la cama, a medio vestir. Se giró a ver a su amante a la cara y sus ojos brillaron extrañamente.

— ¿En serio? Creía que no volvía hasta esta tarde. —respondió, animada.

Se levantó de la cama y cogió sus demás prendas, poniéndoselas rápidamente. A veces, a Eichi le sorprendía esa energía que poseía. A sus casi treintaisiete años tenía la misma energía que a los veinte, y por supuesto el cabello negro y la hermosa figura que tanto le habían turbado de adolescente.

—Pues parece que nos ha arruinado la fiesta —suspiró con tono de "amargado a quien le han jodido el polvo de media mañana".

—Vamos, Eichi —susurró, acercándose a su oído—. Prometo compensarte esta noche.

Él no respondió a aquel sugerente juramento, sólo se dio la vuelta y suspiró pausadamente:

—Me quedaré un rato más en la cama, ve a ver a tu hijita, Kaede.

—Está bien, parece que vuestro primer encuentro no ha sido muy cándido —rió de nuevo—, pero sería una gran alegría para mí que te llevaras bien con tu prima.

Eichi pudo oír la puerta de la habitación abrirse y cerrarse con la misma fuerza. Cerró los ojos, dispuesto a volver a dormirse. Igualmente era sábado, y no tenía clases, así que no haría nada en todo el día.

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Aquellos pasos femeninos que tanto había escuchado de pequeña volvían a su mente con más intensidad; parecían incluso reales. Pero cuando sintió las manos cálidas de su madre en sus hombros, sintió un gran peso distenderse de su ser, y algunas lágrimas acudieron a sus ojos, aunque no estaban dispuestas a salir.

—Mi niña, cómo has crecido… —preguntó aquella voz tan conocida que ahora se escuchaba frágil y temblorosa— ¿En serio eres tú?

El viento atizó las cortinas y una onda de emociones encontradas las invadió a ambas. Takumi se dio la vuelta rápidamente y corrió a abrazar a su madre; a su vez, la mujer hizo lo mismo. De la nada, los ojos de ambas se llenaron de lágrimas.

—Te he echado tanto de menos, mamá… —sollozó la joven, sin poder reprimirse más—. Nunca entendí por qué papá me llevó a ese colegio… yo sólo quería estar con vosotros.

Kaede abrazó con más fuerza a su hija, dejando que le reprochase todo aquello que por tanto tiempo ella había guardado en su interior. Sentía como la culpa impregnaba su ser… ¿cómo le había podido causar tanto daño a una parte de ella? Lo cierto es que le dolía.

—Lo siento tanto, Takumi —murmuró, sumergiendo la nariz entre su cabello—. Tengo tantas cosas que explicarte… Lo bueno es que has vuelto y ahora estaremos juntas.

La escena se quedó congelada en aquella habitación, como si se tratase de una fotografía. Nadie fue testigo de ella, pero sería imborrable para ambas.

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Pasaron el resto de la tarde contándose todo lo que había ocurrido en los años en que no se habían visto. Resultaba raro para Takumi, pues después de tanto tiempo sentía que le contaba sus cosas a una extraña; y fue por esa falta de confianza que se calló muchas cosas que le parecieron demasiado íntimas. Quizá con el tiempo recuperarían la confianza, pero aún era demasiado pronto.

—Umm, ¿quién es el chico que me ha abierto la puerta, mamá? —preguntó Takumi. Era algo que la estaba carcomiendo desde que había llegado; su madre pareció dudar un momento.

Su madre le cepillaba el cabello frente al tocador de su antiguo cuarto, como solía hacerlo cuando era niña. Ahora que observaba con detenimiento aquella habitación, notaba que no había cambiado en nada. La misma cama de madera con sábanas infantiles se hallaba en uno de los rincones y el escritorio seguía en su lugar, cubierto de polvo. Algunos cuadros colgaban de las paredes, dándole un aire lúgubre. Habría que hacer una limpieza generalizada en aquel cuarto.

—Ese chico es tu primo Eichi —le confesó—. Me extraña que no le recuerdes, de pequeños os llevabais muy bien.

— ¿E-Enserio? —Dudó. Recordaba de manera difusa a aquel niño con el que solía jugar de pequeña, pero no salía de su asombro al notar el cambio que había sufrido con el tiempo. Enseguida, su expresión se tornó ceñuda: ese tipejo era un verdadero idiota creído—. ¿Pero por qué salió medio desnudo a abrirme, nadie le ha enseñado modales?

—No te molestes con él —rió su madre y luego mintió descaradamente—: la verdad es que a veces, Eichi se trae amiguitas a casa.

Takumi enrojeció visiblemente, imaginando para qué las traía.

—E-Entiendo. Igualmente, es muy molesto que salga así…

—Querrás decir que a ti te molesta —pronunció, guiñándole un ojo pícaramente—. Hay que decir que tu primo se ha convertido en un hombre muy atractivo, es normal que tenga a tantas chicas a sus pies.

La muchacha evadió aquella respuesta y volvió a centrarse en el reflejo que le devolvía el espejo y los continuados movimientos que su madre ejercía en su cabello. Bajo hasta sus ojos grises claro y pudo notar el parecido con los de ella. Entonces algo interrumpió su tranquilidad: oyó la puerta tras ella y aún sin verle, pudo saber a ciencia cierta de quién se trataba.

—Siento interrumpir —habló aquella voz masculina que Takumi ya conocía de antes—. Sólo quería disculparme contigo —se dirigía a Takumi—. Siento mi comportamiento de antes.

—Es muy considerado de tu parte, Eichi—habló Kaede, sonriente.

Takumi se levantó enseguida y sacudió la cabeza ligeramente: no era correcto seguir enfadada por lo de antes. Ambos habían comenzado con mal pie y, sinceramente, ella no quería seguir de aquella manera. Sin embargo, enseguida que le miró a los ojos supo que aquella disculpa por parte de su primo no había sido sincera.

— ¿Podrás perdonarme por lo de antes? —le preguntó él. Había algo en aquellos grises irises que Takumi despreciaba con todas sus fuerzas, quizá las ganas que él parecía tener de burlarse de ella.

—Claro, estás perdonado —sonrió falsamente. Su mirada se clavó en él con algo de resquemor, y así, ambos juraron un pacto silencioso de odio mutuo.

Se tomaron de las manos, estrechándolas. Takumi sintió un fuerte calambre y vio los fríos ojos de su primo clavarse en ella con altanería y burla: puro desprecio.

Kaede sonrió al verles, feliz de que aquel mal comienzo se hubiese disipado.

Pero ellos lo sabían: lo que mal empezaba, mal acababa.

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Después de comer, pasaron la tarde al completo comprando ropa y cosas que necesitara a la recién llegada. Por supuesto, en todos aquellos años, a las monjas ni siquiera se les había ocurrido el comprarle algo de ropa decente a su hija, por lo que la niña venía con un una ropa muy hortera y, por supuesto, una falda que le llegaba hasta los pies. En la maleta, como no podía ser de otro modo, estaban las mismas prendas con las que había llegado años atrás al internado. Kaede no paraba de maldecir a las santas por todo el camino a su tienda favorita: ¿cómo podía caber tal desfachatez en la cabeza de alguien? Criticándolas en todo lo que vio posible, llegó a la conclusión de que estaban amargadas por no haber echado un buen polvo en su maldita vida.

Cuando al fin llegaron a la tienda, Takumi al fin pudo librarse de la palabrería de su madre, quien se limitó a mirar algunas prendas con sumo interés. Ella comenzó a pasearse por el negocio, admirando todos los objetos que allí se encontraban. Realmente, parecía una tienda muy elegante además de cara, y no se equivocaba, pues cuando miró la etiqueta de una camisa, se espantó.

— ¿Qué te parece esta camisa, Takumi? —su madre se acercó a ella, sonriendo y mostrándole una bonita camisa de seda blanca que por supuesto costaba un ojo de la cara.

—Mamá, aquí todo es muy caro… –le dijo al oído, con modosidad— ¿Podríamos ir a un sitio más barato?

—Cariño, tu padre se lo puede permitir —su madre rió por su comentario y siguió enseñándole prendas—. Elige lo que quieras… y si te asustan los precios, el truco es no mirarlos.

—E-Está bien… —la joven intentó no mirar las etiquetas de la ropa, y revolvió entre los percheros por si acaso encontraba algo de su gusto. Como estaban en plena estación de verano, los modelos eran cortos y de telas finas, en su mayoría vestidos.

Eligió uno blanco de gasa, corte recto y vuelo en la parte de abajo, y se dirigió al probador después de la aprobación de su madre, que puso el pulgar hacia arriba en señal de que le había gustado. Se desvistió y se lo puso, notando que le quedaba como si lo hubiesen cosido especialmente para ella. Justo cuando iba a salir para preguntarle a su madre qué le parecía, ésta entró, sujetando entre sus dedos unos bonitos tacones blancos con tiras brillantes.

—Ponte estos, creo que combinaran bien —le dijo, sonriente—. Te has convertido en una chica preciosa.

Takumi se sonrojó levemente ante el comentario, y es que hacía mucho tiempo que no oía a su madre decirle esas cosas. Se dedicó a ponerse aquellas diminutas sandalias —que no estaba segura si le entrarían, pero al final resultó que sí— y salió del cambiador, mirándose al gran espejo que había justo en uno de los lados de la pared.

— ¿Te gusta? —Preguntó su madre, cogiéndola por los hombros—. Te queda como anillo al dedo.

—Me encanta —le respondió—. Nunca había llevado nada parecido, mamá.

Una de las dependientas se acercó a ellas mientras aún charlaban, y dirigiéndose a Kaede, preguntó:

— ¿Se lo va a llevar puesto? —Luego, agregó—: Déjeme decirle que a su hermana le queda muy bien el vestido. Está preciosa.

— ¡Ay, pero qué cosas! —Exclamó la mujer, avivada por aquella errata—. ¡No es mi hermana, es mi hija!

La dependienta rió y se disculpó por su error, haciendo que Kaede riera aún más; ésta parecía no darse cuenta que simplemente era un halago para que comprase más, o quizás, es que era buena clienta.

Una vez eligieron varias prendas más y compusieron todo el ropero que tendría la recién llegada, salieron de la tienda con la tarjeta de crédito un poco más vacía y más sonrientes si cabe. Takumi nunca había tenido una experiencia como aquella. Sólo de pequeña había salido a comprar con su madre, pero ahora las cosas habían cambiado totalmente, ya que ambas podían compartir sus gustos y aconsejarse el qué comprar.

Por no decir que Takumi tenía bastante buen gusto, y a veces, las tendencias que le gustaban eran las mismas que a su madre. En pocas horas, parecían haber recuperado un poco del tiempo perdido en todos aquellos años.

&

Pasaban de las ocho de la tarde en la mansión Hoshina. Eichi estaba sentado en el salón, esperando a que la empleada de hogar acabara de servir la mesa. Escribía en su portátil, que reposaba sobre la mesita del té; parecía estar ocupado en algo importante. A su lado, reposaba una taza de té caliente, que despedía un vapor oleoso. Dejando la escritura a un lado, la cogió, llevándosela a los labios y probando el oleoso líquido. Kaede entró al salón sin hacer ruido, posando sus manos encima de los hombros de Eichi, que dio un bote, asustado. Takumi, entrando detrás de su madre, rió tímidamente al visualizar la escena: ése tipo se merecía que le dieran más sustos, incluso que se derramara el té que estaba bebiendo en la camisa.

¡Ay, dios, se lo había derramado!

— ¡Diablos! —Exclamó el moreno. Takumi corrió enfrente del sillón, dispuesta a socorrerlo.

Con un trapo que había sobre la mesa, la joven secó a duras penas la camisa manchada de té. Eichi sólo intentó apartarla, diciéndole que no se había quemado, que podía quedarse tranquila.

— ¿Estás bien… en serio? —preguntó una vez más, preocupada. Pensar que momentos antes le había deseado que se quemase con el té y ahora le secaba la camisa… Su primo la miraba sorprendido.

—Lo siento, Eichi, no pensé que te ibas a derramar la taza de té encima —habló Kaede, con algo de pena—. Perdóname, por favor.

—No pasa nada, Kaede —habló él, sonriendo levemente—. Comprendo que ha sido sólo una broma. No hay problema.

Las mejillas de la mujer se sonrojaron al notar una leve caricia de Eichi en uno de los hombros. Takumi lo notó, pero decidió callar; no quería incomodar a su madre. Se levantó del suelo, en el que hasta ese momento estuvo en cuclillas y se quedó callada viendo como su primo subía a cambiarse. Madre e hija se sentaron en el sofá hasta que la sirvienta avisó de que la cena estaba lista. Cuando ya estuvieron sentadas en sus respectivos lugares, Eichi bajó y se sentó en una silla al lado de su prima.

— ¿Papá no vendrá? —preguntó Takumi, rompiendo el silencio de la sala.

La situación se tensó visiblemente. Parecía que se hubiesen estrellado contra un iceberg, porque el ambiente candoroso habitual cambió a uno helado. El que partió por lo sano la tensión, fue Eichi, que respondió:

—Mientras estabais fuera, Chihiro, su secretaria, llamó para avisar que no llegaría esta noche —respondió con calma—. Mañana a las once en punto estará en casa para verte, Takumi.

—Muchas gracias por la información, Eichi —respondió Kaede.

Prosiguieron con la cena hasta que Kaede alegó que tenía que retirarse por indisposición, por lo que Eichi y Takumi continuaron solos. Por suerte, la tensión del ambiente disminuyó. Lo que acababa de ocurrir era un verdadero misterio y Takumi no sabía qué ocurría pero creía que tenía que ver con su padre.

Rápidamente, se disculpó con Eichi y subió arriba, en donde se fijó en el reloj del pasillo, que marcaba las nueve menos cuarto. Takumi hizo amago de golpear la puerta, pero algo se lo impidió: unos sollozos a través de la madera. Tenía miedo de molestarla; sabía que cuando una persona lloraba, dejarla sola hasta que se desahogara era lo mejor. Así la habían educado, así se había criado; en el respeto a la intimidad de las personas. Sin embargo, no pudo evitar preguntarse por qué lloraba su madre, aunque de lo que sí estaba segura ahora es que tenía que ver con su padre. Aun pensando en ello, se dirigió a su habitación, tirándose a la cama. Había sido un arduo día y estaba demasiado cansada para hacer nada más. Sus ojos se fueron cerrando y, lentamente, se quedó dormida.

Tercera parte:

Nueve en punto de la mañana.

Takumi se levantó mucho más descansada. El día anterior había sido terriblemente cansador, y agradecía a los dioses que pudiese descansar como Dios manda. Corrió las cortinas, dejando entrar la luz matinal. Tras esto, entró al baño, que era contiguo a su habitación y se desvistió; se dio cuenta que llevaba la misma ropa del día anterior, pues al acostarse se le había olvidado quitársela. Abrió el grifo, y se metió en la ducha, dejando que el agua tibia corriese por su cuerpo.

Al salir, tomó la toalla y miró el reloj de pared: ya eran las nueve y media, y su padre llegaba a las once. Lo había añorado mucho, y ahora, después de tantos años, al fin lo vería. Divisó las bolsas a un lado de la habitación, plagadas de la ropa que había comprado el día anterior. Rebuscó en ellas hasta dar con algo adecuado que ponerse.

Tras maquillarse levemente y secarse el cabello, bajó al comedor para comer. Para su sorpresa, un exquisito desayuno ya estaba servido sobre la gran mesa, y sus dos parientes más cercanos –por el momento- estaban sentados ya en sus asientos.

En cuanto la vio, su madre le dio los buenos días.

— Hasta que despertaste, dormilona. –Le sonrió, indicándole que se sentara.

Takumi no dudó demasiado a la hora de aceptar, y una vez sentada, comenzó a tomar su desayuno tranquilamente. La ansiedad por la llegada de su padre empezó a hacerse presente a mitad de la comida, cuando no pudo evitar preguntar algo que creía que a su madre le sentaría mal:

—¿Papá llegará a las once, o se retrasará? –Para su sorpresa, Kaede sonrió y le contestó ávidamente.

—Llegará a las once en punto –Se dirigió hacia ella, mirándola fijamente-. Supongo que tienes muchísimas ganas de verle.

—Sí –Takumi sonrió.

Siguieron comiendo tranquilamente, sin hablar. Por el rabillo del ojo, la hija vio como Eichi le echaba miraditas a su madre, guiñándole de vez en cuando un ojo, y ésta le sonreía, sonrojándose. ¿Qué significaría eso? Se limitó a pensar que entre ellos había mucha confianza, por nada del mundo podía malpensar de ambos. Era lindo ver como tía y sobrino se llevaban tan bien.

Una vez acabaron, se sentaron tranquilamente a tomar el té, esperando la llegada del cabeza de familia, que tendría lugar en un poco tiempo. Conversaron largo y tendido de la vida de Takumi en el internado durante todos aquellos años, y ella les habló a ambos sobre banalidades, cosas neutras y pequeñas situaciones que habían tenido lugar en los primeros años de la preparatoria.

Algunas veces se sonrojaba gracias a las pícaras y burlonas sonrisas de su primo, que no parecía ver otro medio para joderla; pero no era un sonrojo de vergüenza, sino de ira. Su madre escuchaba sus comentarios y vivencias como si fuese lo más interesante del mundo, lo que rebajaba en gran parte su enojo y ganas de tirarse a los brazos de Eichi -y no exactamente para hacerle cariñitos-. Era extraño como en tan poco tiempo le había pillado tanta tirria a ese pedazo de idiota; y más porque no solía pasarle con nadie.

Kaede incluso le preguntó por sus "novios", -lo que uno de los presentes aprovechó para reírse más descaradamente- pero Takumi evadió bastante el tema, ya que, aunque no lo dijo, le era especialmente doloroso hablar de ello.

Sin embargo, cuando comenzaban a charlar de más temas sin importancia, oyeron el timbre de la puerta, y vieron como la empleada de hogar acudía rauda a abrir. No pudieron más que ponerse de pie para demostrar respeto, comprendiendo al instante de quién se trataba: Hoshina Yashamura.

Pasos resonaron en el corredor, y el señor Hoshina entró con su porte recto y serio, recorriendo el comedor hasta ponerse frente a la mesa y sus familiares. Una pequeña sonrisa torcida se pintó en su rostro, y saludó de forma muy cortés:

—Takumi, hija –Sus palabras eran aceradas, casi sin sentimiento-. Es agradable volver a tenerte aquí… entre nosotros.

—Pa-Padre… -Tartamudeó quedamente. Tras esto, vio como su padre le dirigía una mirada de disfrazado desprecio a su madre, y ésta bajaba el rostro, acongojada. Sólo se dignó a saludar a su sobrino con un meticuloso gesto de cabeza.

—Me gustaría que me acompañaras a mi despacho, hay asuntos que quiero comentar contigo –Se dirigía a Takumi-. Nos veremos en la comida, si me disculpan.

Ella no pudo más que seguirlo, sorprendida por el trato indiferente que le había dado su progenitor. Casi ni la había mirado a la cara, ni un beso en la mejilla, ni una caricia en el pelo. Las lágrimas comenzaron a formarse en sus lagrimales, mas no se atrevió a derramarlas, con miedo a una reprimenda. Después de todo, parecía ser que las cosas no habían cambiado en tantos años, sino que habían ido a peor. Con ligereza, se deslizó por los pasillos, siguiendo a su padre, dejando a su madre y a su primo atrás.

Cuando finalmente llegaron al despacho, pudo notar la frialdad con que ahora la trataba. No es que de pequeña lo hubiese visto como un padre cariñoso y comprensivo, más bien había sido muy severo con ella, pero en aquel entonces había sentido mucha protección por su parte, y sabía que siempre hacía lo mejor para ella. Sin embargo, los años parecían haber abierto un gran trecho entre ellos, una distancia insalvable.

Tenía un gran nudo en la garganta que le impedía hablar, y si sus ojos se hubieren posado en los suyos, habría tenido que apartar la mirada. Cuando él empezó a hablar, fijó la vista en un punto frente a ella, y no dijo más.

—Veo que tus notas han superado a la media, y estoy contento con eso, Takumi –Le dijo, revisando unos papeles sobre su escritorio.

Takumi elevó la mirada, encontrándose con las adustas facciones de su padre: —Sí, espero no haberle decepcionado.

—Para nada –Respondió-. Los Hoshina siempre hemos demostrado gran dominio para los estudios, y tú no podías ser menos.

—Gracias, padre.

—Supongo que tomarás la misma carrera de tu primo y harás las prácticas en la empresa familiar. –Observó-. Debes dar lo mejor para ser la heredera de los Hoshina, el futuro de la familia estará en tus manos dentro de unos años.

—Esos son mis deseos, quiero lo mejor para esta familia –El nudo en la garganta seguía ahí, no dejándola soltar sus lágrimas.

—Ya puedes retirarte, hija –Finalizó el padre.

Sólo de sentir estas palabras, la joven salió por la puerta con un "con permiso" como despedida, y una vez en el pasillo, se dejó llevar por el llanto y sus sentimientos reprimidos. Corrió hasta su habitación y cerró la puerta con pestillo, sintiéndose sola y amargada.

Ahora entendía por qué su madre lloraba la noche anterior. Lo entendía todo, y lo peor es que no tenía la solución a nada.

&

Aquel día comió junto a su padre, su madre y su primo, y como siempre, no dijeron nada durante aquel rato, pero cuando ya estaban a punto de acabar, el cabeza de familia habló, dándole algunas órdenes a Eichi, el cual no las pudo evadir.

—Quiero que lleves a Takumi a conocer la ciudad, estoy seguro que después de tantos años no conocerá mucho de aquí. -Le había dicho, con un tono que no permitía reproches. Y es más, Eichi no los haría:

—Está bien, tío, me encantaría.

La joven levantó una ceja, confusa: parecía que su primo sabía esconder muy bien sus verdaderas emociones. Estaba claro que no quería salir con ella a enseñarle la ciudad. ¿Cómo?, ¿Es que nadie notaba lo que él se burlaba de ella cada vez que decía cualquier cosa? A su padre poco parecía importarle su opinión, pues ya se había levantado de la mesa y se dirigía de nuevo a su despacho.

Y a pesar de todo, tuvieron que salir el uno con el otro por toda la tarde, dispuestos a patearse la ciudad entera; Eichi le enseñaría los puntos importantes, como la Universidad, algunos colegios e institutos, museos y tiendas nuevas, así como otras cosas, como monumentos de interés, parques, etc.

Nadie parecía saber lo mal que le caía Eichi. Y el sentimiento era compartido. Él era una de esas personas que le caían mal a la primera, y la llenaban de histerismo y nervios. Siempre que le veía tenía ganas de meterse con él, de mandarlo a freír espárragos a la sartén más cercana. Pero en todo eso se le adelantaba, y era ella la que salía escaldada y con ganas de matarlo.

Por eso seguro que no acabarían bien.

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—Oye, ¿Dónde estamos? -Preguntó Takumi, confundida y malhumorada. Ella también no sabía esconder bien sus expresiones, así que se limitaba a mostrar serenidad, sin curvar demasiado sus cejas o sus labios por el disgusto.

Y es que no era para menos, estaba sentada en el taburete, apoyada en la barra de un bar, y el muy necio de Eichi se tomaba tranquilamente un cóctel, cóctel que probablemente contenía alcohol.

—Tranquila, primita -Dijo, apoyando su bebida en la barra, al tiempo que pedía su tercera ronda-. Necesitas quitar esa cara de amargada que tienes. Tantos años en un colegio de monjas no te hicieron bien.

—No tengo cara de amargada -Contestó-. Y me educaron muy bien en ese colegio.

—Lo que tú digas -Atrevido e indiferente; así era él. La dejaba completamente descolocada.

Siguieron en silencio por un rato, Takumi con la misma cara, y Eichi tranquilo, con media sonrisa y consumiendo su bebida a paso de tortuga. Y por supuesto, la paciencia de la gente tenía un límite, y el de cierta persona ya había llegado a los topes.

—Se acabó -Confesó, exasperada-. Me voy a casa.

Se dispuso a levantarse de la silla, pero un pequeño comentario la paró: — Y no podíamos olvidar la impaciencia, por supuesto.

—¿Podrías hacer el favor de callarte? -Se arrugó la tela de la falda plisada que llevaba, mientras se exasperaba, y pensaba en que tenía que ordenar su armario en cuanto llegase a casa-. No necesito de tus comentarios sutiles para vivir. Estoy mejor sin ellos.

—Menuda heredera estás hecha -Habló, como quien no quiere la cosa-. Espero que tu padre no se equivoque contigo.

—¿Tratas de ofenderme, Eichi? -Preguntó, ligeramente temblorosa-. Papá dijo que me llevaras a recorrer la ciudad, y visto lo visto, son las seis de la tarde y todavía estamos en el bar; ¡y de eso hace una hora!

Varias miradas se elevaron, viéndola directamente a ella. Takumi se tapó la boca con la mano; había elevado demasiado la voz. Notó como Eichi se reía levemente, y una especie de sonrisa curva se dibujaba en sus labios.

—Definitivamente, eres igual que tu madre -La niña se quedó allí clavadita, sin saber que decir, mientras Eichi se levantaba de la silla, y dirigiéndose al barman decía-: Apúntamelo a la cuenta, ¿quieres?

A largos pasos, avanzó hacia la entrada del establecimiento, y abrió la puerta lentamente. Takumi se dio prisa en seguirlo; de verás no quería quedarse en ese antro de perdición, tal como lo llamaban las religiosas con las que estuvo por tanto tiempo.

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Fueron directamente al campus de la Universidad donde Eichi estudiaba. Era un enorme parque, con pequeños edificios, en los que se impartían las diferentes especialidades, carreras y materias. Había algunos parques aquí y allá, donde los alumnos podían descansar en sus horas libres, además de un par de cafeterías. Aunque ahora, al ser Verano y finalizado ya el curso, el lugar se encontraba prácticamente vacío, exceptuando algunas personas, que venían a recoger sus notas o a matricularse al siguiente curso.

Pasearon largo rato, mientras el chico le señalaba dónde estudiaría ella, y le decía algunas curiosidades del lugar. Por primera vez en todo el día, Takumi se sintió bastante tranquila con su compañía. Notaba que era una persona bastante culta, y se había equivocado con él en algunos aspectos; aunque eso no quitaba que la siguiera poniendo histérica, y fuese un-estúpido-de-mierda-creído.

Al acabar el paseo, se sentaron en uno de los parques. Era un lugar tranquilo, pequeño y confortable, con algunos árboles de los que no logró catalogar la especie.

—No sabía que te gustara tomar -Le dijo-, me gustaría saber que piensan mamá y papá de eso.

—Es algo que no les importa -Respondió, necio-. Son ellos los que deberían resolver su vida.

—No puedo opinar sobre eso, me siento una completa extraña entre ellos -Le comentó-. Han cambiado tantas cosas desde que me marché.

—No puedes solucionarlo, eso es algo entre ellos dos -Le dijo.

—Vaya, señor necio, ¿Cómo hemos llegado a este tema? -Se burló-. Creía que sólo sabías meterte conmigo.

—¿Cómo iría yo a meterme con mi querida prima? -Comentó, con una gota de picardía-. Le faltaría el respeto a tu madre y a tu padre.

Takumi se sonrojó levemente, notando el doble sentido de esas palabras: —No me refería a involucrarse conmigo de esa manera.

—¿Qué manera? -Preguntó.

—Definitivamente, sabes cómo ponerme de los nervios con tu estupidez -Apretó los puños contra sus piernas.

—¿Eso ha sido una maldición? -Fingió sorpresa.

—¡Venga ya! -Exclamó, levantándose del banco en el que se encontraba sentada-. Me voy.

Salió andando, pero él se levantó con prisa y la siguió, tomándola del brazo y parándola. Subiendo hasta su hombro, la inmovilizó, bajando hasta su oído y susurrándole: — Te oí llorar ayer.

Algunas lágrimas se formaron en sus ojos al recordar como la había tratado su padre el día anterior. No debía llorar por eso, y menos enfrente de su primo, que la había estado fastidiando por días.

—¿Acaso te tiene que importar? -Preguntó, haciendo fuerza para soltarse de su agarre-. ¿No, verdad? Entonces déjame en paz.

—Claro que me importa, todo lo que él te haga a tu madre o a ti me importa -

—¿Qué sabes de eso? -Las lágrimas ya descendían por sus mejillas.

—Sólo quiero que te desahogues -Sonrió tras su cabeza, besando sus cabellos.

Y Takumi se dejó llevar, amparándose entre esos brazos que se le antojaban tan protectores en ese momento.

&

Salió de la ducha sólo envuelta por una toalla, y le vio allí, frente a ella, esperándola. Siempre que venía lo hacía, y aunque ella se negara a satisfacer sus deseos, él la obligaba, la hacía suya pese a todo. Mientras veía como se quitaba el cinturón, decidió no hacer las cosas más difíciles, y simplemente dejó caer la toalla al suelo, dejando al desnudo su anatomía femenina.

-Siempre has sido tan puta, Kaede -Ella sólo cayó, mientras contenía las ganas de huir. Su marido besaba sus pechos y todo su cuerpo con algo de rudeza, para después tomarla y lanzarla a la cama; hacía tiempo que a ella había dejado de gustarle, que se había convertido en una tajante controversia el característico acto sexual.

Con los años, todo había acabado convirtiéndose en algo sin sentido.

Cuarta parte:

Ya había oscurecido cuando volvieron a casa. Siendo casi las diez de la noche, no había ni rastro de Kaede o Yashamura; ni siquiera la criada parecía haber llegado, y el sabroso olor a comida recién hecha no se encontraba en el ambiente, como solía ser normal a aquellas horas.

Takumi y Eichi avanzaron por el corredor que daba a la entrada de la casa, y al entrar al comedor notaron que la cena ni siquiera estaba servida. Sin embargo, antes de que ambos primos se alarmasen, la dueña de la casa acudió a recibirles con una dulce sonrisa pintada en el rostro, portando un vestido rojo de manga corta y un lindo fino y elegante pañuelo en el cuello.

—Mamá, estás muy linda -Sonrió Takumi gentilmente.

—Gracias, hija -Su madre le devolvió el gesto y acabó de descender las escaleras.

—¿Va a salir, Kaede-san? -Preguntó Eichi, que ya comenzaba a entender el por qué esa noche no había cena.

—Sí, Eichi-Respondió, con la misma sonrisa-. Tu tío y yo vamos a cenar juntos para celebrar que volvió de su viaje.

El chico no respondió, simplemente se quedó de pie, mirándola fijamente. No hubo reacción por parte de Kaede. Por lo que respecta a Takumi, no notó en ningún momento la mirada que se echaban su madre y su primo, pues su mirada estaba fija en la esquina superior de la larga escalera de caracol por donde bajaba su padre, trajeado con un Armani de color gris perla. Mientras su padre bajaba los últimos escalones, Takumi no pudo más que sonreír al ver que se habían arreglado al fin.

—Te ves muy bien, papá -Le dijo, dándole su mejor expresión de felicidad-. Que lo paséis bien.

—Que tengan una buena velada -Pronunció el castaño, cortés.

Yashamura Hoshina se limitó a asentir con un refinado movimiento de cabeza, y a avanzar hacia la puerta a pasos lentos. Su esposa le siguió sin rechistar, pero antes de cruzar el umbral de la entrada, se giró a su sobrino y a su hija, y les dijo:

—Eichi, lleva a Takumi a cenar algo, ¿de acuerdo? -Dijo Kaede, antes de tomar su bolso del perchero-. Hoy no hemos llamado a la criada.

Eichi le respondió con un silencioso "sí", y tras eso, la pareja de casados desapareció tras la puerta de entrada. Tras unos cuantos minutos de silencio, ambos quisieron hablar a la vez...

—¿Puedo cocinar? -Esa era Takumi-. ¿Dónde vamos a cenar? -Y ese Eichi.

—¿Sabes cocinar? -Preguntó el castaño, algo sorprendido.

—Claro, es una de las primeras cosas que me enseñaron al llegar a la escuela.

—Tu padre no querrá que te ensucies las manos -Objetó Eichi.

—¿Acaso va a enterarse? –Eichi se calló al notar la expresión ceñuda de su prima.

No es que la respetara, pero quería ver qué tantas sorpresas escondía esa chica; porque hasta ahora parecían ser bastantes, y ninguna le era desagradable. La vio caminar directa a la cocina, y decidió acompañarla, por el simple de encontrar la mejor manera de ponerla nerviosa y que todo le saliera mal.

Observó cómo se ponía el delantal que la cocinera solía usar, la manera en que se recogía el cabello en una cola alta y luego se lavaba las manos sin prisa pero sin pausa. Vio cómo revisaba los armarios y cajones en busca de ingredientes y utensilios esenciales para hacer la cena, y tras esto, le decía:

—¿Piensas ayudarme o te vas a quedar ahí parado? -No pudo reaccionar hasta que ella le lanzó una cebolla directamente a la cara. Por suerte, Eichi la esquivó, y el bienaventurado vegetal fue a dar contra la pared.

—Ups... -Pronunció Takumi, sonriendo levemente.

—¿Acaso quieres matarme antes de hora? -Preguntó, haciéndose el ofendido-. ¿Olvidas que soy el único primo que tienes?

Takumi se carcajeó abiertamente, y una risa cristalina salió de sus labios, para golpear a Eichi donde no lo había hecho la cebolla. Se sacudió levemente la cabeza, tratando de sacarse el atontamiento, y tomó un cuchillo que había encima del mármol de la cocina. Recogió el vegetal caído en el suelo, y comenzó a pelarlo cuidadosamente. La joven la observó, mientras cascaba un huevo en un plato y esparcía su contenido por él. Con un tenedor, comenzó a remover su contenido con gracia.

—Pensé que al ser un niño rico, no sabrías ni pelar una cebolla -Le comentó ella, mirándole fijamente-. ¿Dónde aprendiste?

—Para tu información, heredera de la familia principal, en mi familia siempre hemos tenido que ganarnos el pan con nuestro propio sudor. -Le dijo, con algo de amargura-. Cuando tú estabas entre algodones en un colegio de monjas, yo tenía que trabajar para pagarme los estudios. Y consecuentemente, sin mi madre, tenía que cocinar.

La Hoshina tragó saliva.

—Lo siento, Eichi. No sabía que lo habías pasado tan mal.

—Pues ahora ya lo sabes -Acabó de pelar la cebolla y comenzó con otra-. ¿Cuántas necesitas?

—Tr-Tres... -Pronunció, algo incómoda, fijando la vista en las cebollas. Se frotó los ojos, notando que le picaban, y unas cuantas lágrimas se habían formado en ellos. Pudo ver como Eichi también lo hacía, y siguieron en silencio hasta acabar de hacer la cena.

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Para sorpresa de Eichi, la cena que había preparado Takumi estaba riquísima. Sólo ver la pinta que tenían los platos, se le había hecho la boca agua, y ahora que los probaba, eran de lo mejor; cocinaba incluso mejor que la sirvienta que venía todos los días de la semana. Sin embargo, no dijo nada. Quería que se siguiese sintiendo culpable de lo que había pasado en la cocina. Las niñas que se portaban mal, tenían que tener un justo castigo.

—¿Có-Cómo sabe? -La oyó preguntar, sin esperar respuesta.

—Se puede comer -Respondió, indiferente.

No hablaron demasiado en toda la cena, y si Takumi preguntaba algo, le era respondido con "nada, no, sí, vale". Ella casi no probó bocado, y después de que su primo se excusara que tenía que descansar, recogió todos los platos y los lavó en la pila de la cocina. Se sentía mal por lo que le había dicho a Eichi, y después de que ella hubiese consolado en el parque, era una muy mala persona. ¿Cómo había podido herir sus sentimientos de tamaña manera?

Sacudió la cabeza, tratando de quitarse esos sentimientos que querían hacerla llorar. Se secó las manos con un paño de cocina, y se dirigió al piso de arriba para tratar de dormir. Probablemente sus padres no llegarían hasta más tarde, y su primo ya estaría durmiendo; esperaba que al menos al día siguiente le hablara como normalmente.

Avanzó por el pasillo, y subió las escaleras. Podía oír el canto de los grillos en el exterior por algunas ventanas abiertas. Caminó por la planta superior, directamente a su cuarto, y entonces lo oyó: Un gemido, agudo y musical. Y luego más sonidos que cada vez se hacían más rápidos y contundentes: jadeos, extrañas palabras subidas de tono, ruidos; todos provenientes, -ahora que lo notaba- de la habitación de su primo. ¿Qué diablos pasaría allá dentro?

Se asomó por un resquicio de la puerta con curiosidad. Sabía que no debía hacerlo, pero parecía demasiado importante saber lo que estaba haciendo él. Y entonces los colores le subieron al notar lo que pasaba en el cuarto, y exactamente con su primo, Eichi... o como quiera que se llamase.

Se estaba masturbando. Desnudo, fibroso, hermoso, todo un hombre hecho a imagen y semejanza de... ¡Oh, Dios! ¿Cómo podía existir una cosa así? Takumi se balanceó de un lado a otro, causando con esto que la puerta se abriese y que la persona que estaba en su interior dirigiese la vista hacia allí y la viese.

—¿E-Eichi...? -Pronunció-. ¿Qu-Qué haces?

—Takumi, Takumi, Takumi -Una sonrisilla pícara-. ¿Acaso no lo ves, pequeña practicante de voyeurismo?

—Y-Yo no quería -Dijo, al borde de las lágrimas, y con algo latiendo en su intimidad-¡Lo siento!

La muchacha se fue corriendo hacia su habitación, dejando a un Eichi sonriendo casi con demencia.

"Así que te gustan esas cosas, primita"...

&

Después de salir corriendo del cuarto de Eichi, Takumi se encerró en su habitación, dispuesta a no salir en tres o cuatro días si le era posible: ¿Cómo le iba a mirar a la cara después de verle de esa manera y que encima la descubriese? No creía poder soportar la vergüenza que estaba pasando en esos momentos, y menos si la ponían delante de su primo. Una cosa sería si no la hubiese pillado in-fraganti, ya que en ese caso podría haberlo ocultado fácilmente; pero ahora era imposible. Lo peor probablemente sería el día siguiente, no tenía por qué preocuparse por aquella noche.

Como para aliviarse de sus remordimientos, Takumi sacó su diario de la mesilla de noche, abriéndolo con una pequeña llave que colgaba de su cuello. Hacía tiempo que no escribía en él, pero suponía que sería buen momento. Desde muy pequeña, tener un diario y narrar en este sus aventuras diarias había sido todo un desahogo; y esperaba que en este caso también lo fuese.

En cuanto lo abrió, pasó las páginas rápidamente hasta encontrar una en blanco. Tomó una pluma de su escritorio y empezó a plasmar en el papel, todas y cada una de las cosas que le habían ocurrido desde que llegó a aquella casa...

&

Eichi abrió con cuidado la puerta de la habitación de su prima, tratando -con éxito- de no despertarla. Observó el cuarto vagamente iluminado por la lamparilla de la mesita de noche, y la vio a ella tumbada de espaldas en la cama, y con la cabeza apoyada sobre una libreta. Entró sin pedir permiso, y con toda la poca vergüenza de la que a veces hacía gala, le quitó el objeto de debajo de la cabeza, ojeándolo en el camino.

—Así que un diario, ¿eh? -Murmuró, sonriendo vagamente. Lo dejó en la mesita de noche, y luego levantó a su prima de la cama, acomodándola entre sus brazos-. Niña descuidada.

—Mmmm... Estúpido... -La oyó murmurar. ¿Quién sería ese?

—Primo...

Ah, claro, ¿A quién si no? Abrió con algo de dificultad, la cama, y después introdujo a su prima en ella, arropándola bien con las sábanas. Rió un poco: Se iba a morir de calor.

Se quedó un rato dentro de su habitación, observándola, mas luego volvió su interés por el diario y volvió a tomarlo de la mesita, y comenzó a leer algunos fragmentos. Para él, simples secretos de niña tonta, un amor que la dejó marcada con un tal Tatsuya Fukuoka (se tiraba medio diario hablando con él), y... Esperen un momento, no podía ser cierto. ¿Una santita como ella?

Definitivamente, Eichi estaba a punto de leer algo demasiado interesante, y la noche era larga; muy larga.

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Casi a la una de la madrugada, la puerta de entrada de la mansión Hoshina se abrió, dando paso a Kaede y Yashamura Hoshina. El patriarca fue directamente arriba a cambiarse, y Kaede se acercó a la cocina. Una vez allí, tomó un vaso de uno de los armarios, y abriendo el grifo del agua fría, lo llenó de agua y se lo llevó a los labios, sorbiendo su contenido de un trago. Lo llenó una vez más, pero esta vez, en vez de llevárselo a los labios, se lo derramó en el escote.

—Parece que tu nena tiene más secretos de los que parece -Y el culpable de que el agua no fuese al lugar correcto, había sido Eichi Hoshina, su sobrino. Sus manos estaban en su cintura, y su nariz absorbía el aroma de su perfume, que horas antes no había tenido el mismo olor-. Pensé que siendo tu hija, te lo solía contar todo.

—¿De qué hablas, Eichi-Kun? -Habló, comenzando a sentir los besos de su sobrino en el cuello y parte de la espalda.

—De que tu niñita ya no es virgen -Le dijo al oído, con un sutil tono de voz-. Lo leí en su diario.

—Oh, Eichi, ¿Por qué miraste su diario? -Le reclamó débilmente la mujer-. Es su intimidad.

—Es que tenía curiosidad. Parece tan santita, y resulta que no lo era tanto -Alegó-. Yashamura-sama se enfadará si se entera.

—Lo sé -Kaede no podía pensar bien, ya que el erecto miembro de su sobrino se estaba clavando entre sus nalgas, y sus pálidos y fuertes dedos no paraban de estrujar sus pezones a través de la tela del vestido-. Mmm... Eichi... Aquí no, Yashamura...

—La puerta está cerrada, nadie vendrá.

Eichi empujó a la mujer, y ésta se apoyó sobre el fregadero, dejando que él subiese la parte de abajo de su vestido, y arremangase sus bragas blancas de encaje. Muy pronto, pudo sentir aquella húmeda lengua recorrer su intimidad, y tuvo que morderse los dedos para no gritar. En poco tiempo, su lengua fue substituida por la virilidad de Eichi, que entró rápidamente en ella, creando así un placentero vaivén, que duró hasta que él decidió cambiar de posición. La quitó del fregadero, y ella se aferró a él con fuerza, pasando sus dedos por debajo de la camisa, y tocando los definidos músculos de su abdomen. No tuvo casi tiempo de seguir tocando, pues él la empujó hacia la pared, y ella no tuvo más que seguirle, y aferrar las piernas a las caderas de él, siendo penetrada contra la pared.

—Mmmm... -Su grito fue ahogado por un apasionado beso, convirtiéndose en un pequeño gemido que sólo oyeron ellos dos.

Tras esto, se besaron largamente, y salieron de la cocina sin comentar nada al respecto; un mutuo silencio que sólo sería roto por el profundo suspiro de otra persona, que había abierto un poco la puerta para entrar a la cocina a buscar agua, y se había encontrado con todo aquel panorama...

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Takumi despertó gracias al calor que la sábana le proporcionaba. Tenía una sed terrible, y en cuando se destapó y pudo los pies en el fresco suelo, tuvo claro qué hacer: Iría a la cocina a por un vaso de agua. Bajó por la escalera, y caminó por el pasillo, llegando a la puerta de la cocina, donde oyó unos jadeos misteriosos. Abrió la puerta con curiosidad, y entró sigilosamente, para encontrarse con la escena más irreal y extraña que jamás pudo haber imaginado: Su madre y su primo, allí en la pared, follando como ojos se ensancharon, y como si de un ente sin alma -o en el mejor de los casos, una enferma mental- se tratase, se escondió bajo la mesa de la cocina, sin dar cabida a más pensamientos que lo que acababa de ver. Se encogió bajo la mesa, aferrándose a sus rodillas, y sólo cuando ellos dos salieron, pudo al fin levantarse y amarrarse directamente al grifo del agua caliente -primero- y luego al del agua fría. Luego se fue a su habitación, deseando que todo aquello no hubiese sido más que una lúgubre y excitante pesadilla.

Quinta parte:

Después de tan terrible disgusto con su primo y luego de ver esa escenita entre su madre y él, Takumi se quedó más que traumatizada y se durmió sin demasiadas ganas de recordar el peliculón que había vivido hacia tan pocos minutos. A la mañana siguiente despertó antes de lo normal, no había dormido bien y se sentía algo cansada pero de nuevo se dedicó a lo que venía haciendo desde hacía unos días: Sacó una caja de su ahora armario y la destapó, sacando de ella un pequeño libro -con decoraciones variopintas y bastante estrafalario, por cierto- que ojeó por cuarta vez aquella semana; era su diario.

Leyó por centésima vez las palabras de aquella única página y se quedó pensativa:

"Sé que sólo fue sexo, pero te amo; ¿Te suena esa oración? Quieres seguir con él y nada calma tu ansia, nada cambia lo que sientes. Cometiste el error de acostarte con él, cometiste el error de entregarle tu ser, cometiste el error de enamorarte de él. ¿Para qué sirve recordar? No puedes olvidarle, no puedes quitarte los recuerdos de sus ojos cerrados ante los tuyos, besándote, dándote el placer que jamás habías sentido con un hombre. Recuerdas tiempos más oscuros en los que no había luz para ti, no había nadie que quisiese estar contigo de esa manera. Pero no puedes olvidar que sólo fue sexo y que él ya te olvidó y se acostó con otra.

Porque él te lo advirtió, dijo: "Tan sólo quiero un polvo sin compromiso". Tú aceptaste, creyendo que quizás así podrías tenerle un poco más, pararle lo suficiente como para que te aceptase, te amara tanto como tú lo amabas a él. Pero no fue posible porque él te malinterpretó y ahora posiblemente te odia; Pensó que lo querías amarrar. ¿Y dime qué queda ahora? Tu consuelo es levantarte cada día y pensar en si te perdonará o no. Tu consuelo es que algún día se añada el valor a tu lista de requerimientos; fuerza y valor para pedirle perdón".

Recuerdos, recuerdos de otros tiempos en los que Tetsuya  –su primer amor- y ella fueron más que eso, más que amigos, pero menos que novios. La usó, y ella no pudo resistirse a esa necesidad que la corroía. Creyó que podría separar sexo y amor, hacerlos dos términos completamente diferentes sin relación entre uno y otro. Leyó el diario en que había apuntado tantas cosas años atrás.

Se conocieron en una salida de ambos colegios, y resultaron ser del mismo curso. Se enamoraron poco a poco –o al menos ella lo hizo- y lo siguiente pasó rápido. En un sólo curso perdió la virginidad, fue tres veces más idiota de lo normal sacando malas notas y para colmo la plantaron como una idiota en un compromiso estúpido, la engañaron tontamente haciéndola esperar por casi otro año y finalmente para no conseguir nada. Fue un trago realmente amargo, porque realmente se sentía culpable de su situación.

Ahora todo eso ya casi no le pesaba -habría sido una mentirosa si hubiese dicho que ya estaba todo olvidado- pero casi había dejado de sentir su corazón apretarse cada vez que lo recordaba. El sexo no había sido una experiencia especialmente grata para ella: se podría decir que la primera vez le dolió, ya que él no fue del todo fino pero al fin y al cabo fue la primera que tuvo por lo tanto le era difícil olvidarla -por no decir imposible-. Y es por eso que había sufrido tanto con él, porque había sido su primer chico.

Pasó la página dispuesta a leer la siguiente -que por cierto se sabía de memoria- y se llevó la gran sorpresa de que no estaba allí. Durante un momento pensó que quizá la había perdido o se había desenganchado de su soporte pero sin embargo se fijó en que esta estaba cortada a ras de la libreta.

Reaccionó con rabia: esa era la página donde describía a la perfección –por centésima vez- cómo y dónde había hecho el amor con Tetsuya  por primera vez, y toda una sarta de detalles que no le importaban a nadie. Entonces supo al instante quién había sido el responsable de que la hoja de su diario no estuviese allí, y al instante siguiente tuvo la mejor idea que se le hubiese ocurrido en su corta existencia -o la más maligna, si alguien quiere verlo así-.

Sin perder el tiempo fue a la última página escrita del diario, comenzando otra en blanco: "Ayer por la noche vi algo sorprendente -por no decir acojonante- en la cocina de la mansión Hoshina. No eran nada más ni nada menos que Eichi Hoshina, mi primo, y mi mamá: Kaede Hoshina teniendo"…

"Te vas a enterar, pedazo de necio". Pensó Takumi, sonriendo como una verdadera loca, algo impropio en ella.

Realmente, nadie pudo haber dicho que la frialdad con la que actuó fuese lo mejor en esa situación… y las cosas iban a cambiar mucho a partir de aquel día, porque si Takumi era buena en algo, ese algo era escribir con detalles.

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Takumi y Kaede Hoshina bajaron a desayunar tarde ese día. El señor Yashamura Hoshina, cabeza de familia, se había marchado pronto ese día: supuestamente tenía mucho trabajo pero tampoco dio motivos; ciertamente no acostumbraba a darlos. Cuando ambos se sentaron, la primera en hablar fue la primogénita Hoshina.

—¿Os lo pasasteis bien anoche? –Su voz sonó fría y monocorde por un momento, pero luego volvió a su tono dulce de siempre-. En la coci… Digo en el restaurante donde fuisteis papá y tú.

Eichi la miró raro y algo alertado por su extraña equivocación al principio de la segunda frase pero su madre se limitó a responderle como normalmente: —Claro, hija. Fue una linda velada –Takumi se preguntó si su madre ignoraba su doble sentido o es que sabía disimular muy bien. Probablemente, pensó, era lo segundo.

Su primo se limitó a mirarla fríamente, algo raro había en ella esa mañana. Takumi no acababa de actuar como normalmente, y eso era para sospechar… o temer en el peor de los casos. ¿Qué se traería entre manos? Su prima no era del tipo de mujer que hacía planes de venganza ni mentía descaradamente, ¿se habría dado ya cuenta de que había arrancado aquella página de su diario? Se sonrió con burla al pensar en la cara que habría puesto; realmente le gustaría haberla visto.

—Me alegro de que la noche acabase bien -Sonrió con ironía, o al menos lo intentó, porque la mueca que hizo fue demasiado forzada y dio a entender otra cosa.

—Takumi-chan, ¿te encuentras bien? -Le preguntó Kaede. Decididamente, fingir ironía no era lo suyo-. Tiene mal color de cara, ¿te duele el estómago?

—No, mamá. No te preocupes -La Hoshina se dispuso a servirse un poco de leche y tostadas, pero su madre la interrumpió-. Únicamente es que ayer pasé mala noche, pero ya se me pasó.

—Insisto, hija. Estás amarilla -Pronunció la mujer, preocupada. Seguidamente se dirigió a su sobrino-. Eichi, ¿podrías acompañarla a su habitación?

—Pero mamá... -Intentó quejarse Takumi- Insisto, me siento muy bien.

—Hazle caso a tu madre, Takumi -Soltó Eichi desde un lado de la gran mesa-. No querrás preocuparla, ¿verdad?

Takumi le lanzó una mirada a su primo, dando a entender que no le pasaba nada, pero su madre insistió de nuevo diciéndole que no quería que se enfermase y que siguiera teniendo mala cara. Por lo cual, después de echarle una mala mirada a Eichi y levantarse de la mesa, se dirigió arriba subiendo una a una las escaleras. El chico la siguió después de dirigirle una sonrisa a su tía. Ambos desaparecieron en el segundo piso y Kaede se quedó desayunando solitariamente en el comedor.

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Subieron la escalera y caminaron por el pasillo. Takumi no había dejado que Eichi la tocara y le miraba de reojo con enfado; él se sentía bastante divertido con la expresión de su prima, una de las más raras que la vio poner desde que llegó. La inútil preocupación de Kaede había sido uno de los exponentes para que la niña tuviese esa cara, y es que parecía no haberle sentado demasiado bien que la mandaran arriba con su primo como guardaespaldas.

—¿Qué te pasa, primita? -Preguntó Eichi, con desprecio-. ¿No dormiste bien anoche o es que tienes la regla?

—La verdad es que no te importa -Contestó Takumi con molestia-. Lo que me pase es problema mío, ¿lo sabías?

—¿La tímida Takumi-chan hablándole mal a su primo? Quién lo diría... Claro que me incumbe, soy tu primo -Objetó él-. Además, vivimos en la misma casa y tu humor también me afecta. Normalmente no estás tan borde.

—Nada te da derecho a inmiscuirte en mis asuntos -Finalizó Takumi, tratando de ponerse dura, cosa que casi nunca conseguía-. Ni a decirme lo que tengo que hacer o que no.

—¿Eso crees, primita? -Preguntó-. Nadie ha hablado de lo que tienes o no que hacer.

—¡Claro que lo creo! -Sus ojos destellaban de algo parecido a la furia, aunque quien lo viera, no se lo habría creído-. ¡Eres el primero que se mete en mis asuntos sin pedir permiso!

Ambos se quedaron quietos el uno en frente del otro, de repente levantando la vista. Sus ojos se encontraron y se descubrieron llenos de sentimientos de rabia. Venganza y enfado por parte de ella, sarcasmo por parte de él. Una mezcla totalmente heterogénea y que combinaba a la perfección, pero que en dos personas diferentes daría lugar al principio de una batalla. La joven quiso retirarse, dándose la vuelta y haciendo la tentativa de caminar. Fue entonces cuando Eichi la tomó del brazo, evitando que se alejara.

—Dime, ¿qué te pasa en realidad? -Le preguntó.

—Ojalá fueras más discreto -Dijo con rabia contenida y mirándole por el rabillo del ojo-, así quizás entenderías lo que me ocurre, ¿o es que quizá te ocurre a ti?

Takumi dio media vuelta para evitar discutir y se marchó a su cuarto, no quería saber nada más de su primo; al menos por ese día.

—Qué estúpida -Se dijo Eichi antes de caminar de vuelta al comedor.

Y por supuesto, aún quedaba mucho día por delante.

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El día pasó como cualquier otro. Takumi salió con su madre a hacer diversos recados -y también con intención de despejarse-, Eichi salió a "vete a saber dónde", y Yashamura estaba ocupado trabajando, por supuesto. Un día normal para la familia Hoshina, obviamente. Pero no era del todo normal, porque Takumi, en vez de despejarse estaba oyendo la cansina conversación de su madre con una de sus amigas y estaba más que harta del hijo de esta intentara tocarle el trasero. Eichi, en vez de estar divirtiéndose con una de sus amigas, se había quedado compuesto y sin novia, plantado como una palmera en plena playa. Hoshina Yashamura... bueno, Yashamura Hoshina simplemente estaba en su oficina, -sí, eso... trabajando-. Se podía decir que en vez de aliviar sus dudas y limar asperezas, Eichi y Takumi se estaban poniendo aún más nerviosos de lo que ya estaban; y eso no era especialmente bueno para ninguno de los dos.

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Y como todo día, llegó la noche. La oscuridad ya casi asomaba por el cielo cuando Eichi llegó a la residencia de la familia Hoshina. Recordó como tiempo atrás no había sido más que un simple visitante de aquella mansión; las tripas se le revolvieron. Traspaso la verja y se adentró en el caminito que llevaba directamente a la entrada. Una vez allí presionó el timbre y un agudo sonido resonó por todo el porche. Enseguida, la criada que se encargaba de la casa por la tarde le abrió la puerta.

—Bienvenido a casa, Señorito Hoshina -Habló con sumo respeto, haciéndole una reverencia.

Él pasó al recibidor sin ningún saludo, y fue directamente al piso superior, ascendiendo por la escalera de manera rápida y precisa. En el camino a su habitación, se paró en la de su prima, abriendo la puerta y echándole un ojo al interior. Perfecto, no había nadie. Abrió la puerta del todo y entró sin mucho sigilo, distinguiendo un diario con las tapas decoradas grotescamente. Se sentó en la butaca frente a la cama y al lado del escritorio, recostando la cabeza en ella. Por lo que sabía de labios de Kaede, su prima no regresaría hasta más tarde, ya que habían ido a visitar a una amiga cuyo hijo parecía estar interesado en la primogénita Hoshina.

Abrió por la página en que había terminado el día anterior; quizá ella hubiese escrito algo desde esa noche y la verdad es que no se decepcionó al encontrar la pulcra letra de su prima impresa en las siguientes páginas. Aunque lo que leyó no fue del todo halagador...

"Querido diario, soy yo de nuevo, Takumi Hoshina

Ayer por la noche vi algo sorprendente -por no decir acojonante- en la cocina de la mansión Hoshina. No eran nada más ni nada menos que Eichi Hoshina, mi primo, y mi mamá: Kaede Hoshina teniendo la conversación más amena y apasionada que pude ver en mi vida; realmente parecían estárselo pasando bien, así que no les molesté. Todavía cuando escribo esto, me pregunto si aquellas posiciones y esos jadeos eran una simple conversación, porque hasta yo misma me sentí extraña al verlos. Sabía que hablar de sexo era algo normal, pero me pregunto si es posible que mi madre, Kaede y mi primo Eichi estén engañando de esa manera a mi padre teniendo esas conversaciones a escondidas... Quisiera haber expresado esto tal como lo vi, pero habría sido una grosería de mi parte contarlo con detalle"...

Y ahí no acababa, pero en el cuello de Eichi se habían marcado claramente sus venas, pronosticando que un enfado considerable estaba a punto de caer sobre la hija única de Yashamura Hoshina. No, esa niñata no se saldría con la suya; no iba a manipularlo, ¿o es que acaso eso de escribir lo que había visto la otra noche en la cocina no era una manera de querer manipularlo? Por un lado se preguntaba que le tendría preparado esa niña, pero una cosa le había quedado clara de la rama del hermano de su padre: casi todos ellos tenían la misma naturaleza manipuladora y rastrera. Si es que todo se heredaba y Takumi no parecía tener ni una cualidad de su madre, excepto sus rasgos.

—Encima de estúpida, manipuladora y rastrera -Se dijo el Hoshina con crudeza, una sonrisa torcida se dibujó en sus labios-. Esta familia está llena de basura.

Incluso él lo era, por pensar de esa manera.

&

Takumi y Kaede llegaron a la mansión Hoshina cuando el poco sol que quedaba ya se había escondido entre las oscuras nubes que anticipaban la noche. Las farolas ya estaban encendidas, esparciendo su luz por la calzada y parte de la acera de la calle más rica de toda la ciudad. Takumi suspiró aliviada cuando al fin entró en porche de la casa; su madre, a su lado, no parecía mucho más feliz que ella. El día había sido uno de los más aburridos que había tenido la desgracia de vivir, y es que del mediodía a la tarde no habían hecho otra cosa que soportar la algarabía incesante de la señora Tomoeda, una "amiga" de Kaede. Como factor alterno, Takumi había tenido que soportar al hijo de dicha señora, que se la estaba comiendo con los ojos nada más llegar; por supuesto, la siguió durante toda la tarde, le preguntó que qué carrera pensaba seguir y trató de tocarle el trasero en diversas ocasiones. Luego tuvo que soportar que la madre de ese idiota se había dedicado a interrogarla sobre lo que haría en el futuro, ¿qué mierdas les importaba a ellos? En fin, nunca lo entendería.

—No sé cómo puedes soportar a ese tipo de gente, mamá -Takumi no se pudo reprimir más sus palabras-. ¿Qué pretendían?

—Cuestión de protocolo, hija -Le contestó ella con una sonrisa-. Algún día quizá lo entiendas.

Takumi calló y ambas entraron, recibidas por la sirvienta, que aún se encontraba en la casa. Una vez en el salón, anunció que la cena pronto estaría lista, desapareciendo nuevamente por el pasillo, probablemente en dirección a la cocina. Kaede se sentó en el sofá mientras que su hija subió a su habitación a ponerse algo más cómodo.

Takumi atravesó el pasillo e ingresó en su cuarto, donde comenzó a desabotonar los primeros botones de su camisa y a bajarse la cremallera de la falda plisada que vestía. Se deshizo de los zapatos y relajó los ojos en la oscuridad, mientras su falda caía al suelo y cerraba la puerta con uno de sus pies. Se dirigió a la cama y se tiró en ella, cansada de ese día. Se puso boca arriba y observó sus piernas desnudas, doblándolas y acariciándolas; suaves y sin vello. Era una suerte que hubiera tenido una "noche de chicas" justo antes de acabar la escuela, una especie de despedida. La depilación a la cera había sido algo doloroso, pero no tanto como para morirse...

—Lindas piernas -Habló una voz en la oscuridad.

A Takumi le dio un salto el corazón; conocía esa voz.

—¿E-Eichi? -Tartamudeó, temiendo que no fuese quien decía.

—El mismo -Respondió. Ya no había duda de quién se trataba.

Takumi reaccionó. Se levantó de la cama y corrió a la puerta, donde encendió la luz y comprobó de quién se trataba: Sí, el mismo Eichi Hoshina en persona. ¿¡Pero que mierda hacía allí, en su habitación!?

—¿Qué mierda haces en mi habitación? -Se le escapó por la boca. La verdad es que ir a una escuela de chicas no le había hecho mucho bien a

Su vocabulario. Se puso una mano en la boca, tratando de controlarse. Ella era tímida y recatada, se repitió en su interior.

—Pues como ves, tengo tu diario -Le mostró el pequeño cuaderno que había en su mano.

—¿Y qué se supone que haces con él? -Le preguntó, suavizando el tono esta vez.

—Lo había acabado leer, pero me pasé por aquí y noté que habías escrito más, así que también lo leí -La mirada de Eichi se endurecía mientras hablabas.

—¿No sabías que las cosas ajenas no se curiosean? -La pregunta era retórica, Takumi casi no podía controlar sus nervios y comenzó a temblar imperceptiblemente.

—Entre familia no hay que tener secretos, ¿no crees, primita? -Le preguntó, con rostro tranquilo. Sin embargo, había algo en sus ojos que la hacía temerle.

—Pues si has leído bien -Comenzó Takumi, reuniendo valor-, sé que Kaede y tú tenéis uno muy grande.

Eichi se levantó y Takumi hizo amago de abrir la puerta, sin embargo la voz de su primo la paró:

—No te atrevas a abrirla sin antes haberme dado una razón por la que has escrito esto -Takumi tembló. Su primo la estaba asustando, en gran parte porque nunca le había oído hablarle en aquel tono. Notó como la mirada de aquel hombre parecía escrutarla, recorriendo cada centímetro de ella y pronto se dio cuenta que era porque su piel estaba más expuesta de lo normal. Sin embargo, no podía moverse, estaba como paralizada por esos ojos grises.

—N-No te tengo por qué dar razones... -Le costaba reunir el valor y las palabras- cuando tú, que fuiste el que leyó sin permiso algo que era mío, algo que... realmente no te importa. Por favor, márchate.

—¿Y por qué debería marcharme? -Preguntó, sonriendo socarrón-. Estoy en mi casa.

Eichi avanzó unos pasos, amenazador. Los nervios de Takumi se acrecentaron hasta hacerse más visibles. Sus manos temblaban y sentía algo de frío; el ambiente ya se notaba la venida del otoño.

—Porque esta es mi habitación, estás invadiendo mi espacio vital. -Eichi no paraba de avanzar y pronto estuvo a pocos pasos de ella, tan cerca que Takumi pudo oler su aroma, transportado por el poco aire que quedaba en el cuarto-. Por favor... vete.

Él hizo caso omiso de sus palabras y se acercó aún más, invadiendo del todo el espacio de su prima. Puso una mano a cada lado de la pared, rodeándola y rozando la piel de su mejilla contra la suya, le susurró al oído:

—Si le dices algo a tu padre que nos incluya a Kaede o a mí, te haré algo que no olvidarás nunca -Bajo hasta su cuello y aspiró lentamente, como si necesitara su dosis. Takumi estaba paralizada, en shock. Notó, sutilmente, como la mano de su primo acariciaba su muslo desnudo. Quiso hablar, pero sus de sus labios no salían palabras. Su primo no intentaría nada, ¿verdad?

—Takumi, Eichi, ¿bajáis a cenar? -La voz de Kaede resonó por el pasillo, invadiendo los cuartos de toda la planta superior-. Os espero abajo, venid rápido o se enfriará.

Eichi retiró sus manos de su prima y la dejó apoyada en la pared, pálida y temblorosa.

—Recuerda lo que te he dicho -Le dijo, cogiendo el pomo de la puerta y girándolo, abriendo la puerta y abandonando la habitación.

Cuando la puerta se cerró, Takumi se abrazó a sí misma y se deslizó hasta el suelo. Esa noche no pudo dormir, tratando de sacarse las imágenes de los ojos de su primo mirándola de esa manera, sus manos tocando sus muslos, su voz susurrándole una amenaza que no se le iba de la cabeza, su aroma.

No podía perdonar esa humillación, pero por más que quisiera no podía olvidarlo.

&

Eichi se apoyó en el otro lado de la puerta, respirando descompasadamente. Ver a su prima semidesnuda no había hecho ningún bien en su anatomía baja. Notó como lo que tenía entre las piernas seguía latiendo por las imágenes frescas del bien formado cuerpo de su prima. La manera en que sus piernas se cruzaron y en cómo se las tocaba, le había provocado una prominente erección. No pudo evitar sentirse molesto pero tendría que darse una ducha bien fría si quería quedarse tranquilo y con el mal día que había pasado, no le vendría nada mal. Sin más dilación, se dirigió a su cuarto para tomar una ducha de lo más helada.

Porque ciertamente, aquello no se le olvidaría en mucho tiempo.

&

Eichi bajó al comedor quince minutos después y Kaede le miró desde su asiento, extrañada.

—¿Por qué no te sientas a cenar? -Preguntó, pero le chico hizo caso omiso.

—Hay algo importante que deberías saber -Le respondió-. Takumi lo sabe, sabe que somos amantes.

El bello rostro de la mujer se contorsionó en una especie de mueca, se echó las manos a la cabeza y sonrió con amargura. En menudo lío se habían metido.

Sexta parte:

Amanecía en la residencia Hoshina: el sol se colaba por las ventanas, las aves daban la bienvenida al día con su canto y los habitantes de la mansión se levantaban y empezaban una nueva jornada. Sólo Hoshina Kaede estaba en el comedor comenzando a tomar su desayuno cuando Eichi bajó; ella le sonrió, dándole los buenos días. El joven tomó asiento a su lado y comenzó a servirse arroz en una pequeña fuente en el centro de la mesa. Sin embargo, antes de que llenara su cuenco del todo, la mujer le interrumpió, preguntándole:

—¿Y Takumi-chan? -Su tono era de preocupación-. ¿Por qué no ha bajado a desayunar?, ¿todavía está enfadada?

—Ni idea, pero supongo que por ahí van los tiros -Dijo sin más dilación-. Takumi lo sabe, ¿recuerdas, Kaede?

—Oh, claro, pero... -Antes de terminar la pregunta, para acabar de poner peor el asunto, Yashamura apareció por la puerta. Con su imponente presencia se sentó al otro lado de la mesa.

—Buenos días, cariño -Dijo su esposa dulcemente- ¿Cómo has amanecido?

—Igual que siempre -Respondió-. ¿Qué es lo que Takumi sabe?

Ninguno de los dos supo qué responder y se quedaron helados, sin ideas, ¿qué pasaría si Yashamura los descubría o algo así? Sin embargo, el ingenio de Kaede Hoshina solía ser brillante, y enseguida empezó a hablar.

—Oh, sí -Apuntó la mujer, buscándose una buena excusa-. Eichi y yo comentábamos que sería buena idea decirle a Takumi el asunto de buscarle un prometido para perpetuar esta rama de la familia Hoshina.

—Comprendo -Habló el cabeza de familia-. No quiero que la noticia le ataña cuando comience sus estudios, así que lo conocerá a finales de esta semana.

—Perfecto, seguro que se alegrará -Sonrió la mujer.

Realmente parecía creérselo del todo.

Eichi levantó la vista al oír la noticia. ¿Así que su tío ya tenía un hombre para su prima? Tomó los palillos y durante todo el desayuno nadie volvió a nombrar a la primogénita.

&

No sentía ganas de nada, ni siquiera de levantarse. Por entre las sábanas escrutó el reloj de su mesilla de noche: Las diez de la mañana. Probablemente su padre ya se había ido, pero no sabía si su primo aún estaría allí. Porque si lo estaba, no querría salir por ninguna razón del mundo. Se frotó los ojos, hinchados por haber estado llorando casi toda la noche -realmente era una tonta por llorar, pero no podía evitarlo- y retiró un poco las sábanas que la cubrían.

Se levantó con dificultad y vio el día: soleado, por supuesto, ¿acaso no podía llover? Maldijo su suerte. Solía ser optimista, pero es que ese día no había motivos para serlo... Si al menos pudiese estudiar lo que en realidad le gustaba, o simplemente contactar con una amiga... pero eso no era posible, ¿para qué engañarse? No tenía la suficiente confianza con sus antiguas compañeras de clase para contarles algo y el único chico con el que la había tenido era un traidor estúpido. Ni su padre, ni su madre, ni su primo eran de fiar. Sólo se tenía a ella misma, a su mente y a su diario para contarle sus cosas, y dado que su mente no era buena idea, prefirió sacar su diario.

Lo encontró encima de su mesilla pero al abrirlo descubrió casi todas las páginas ralladas o rotas.

¡Maldito Eichi! Ahora tendría que comprar otro pero para eso tendría que pedirle dinero a su madre, porque ella no trabajaba...

—¡Claro! Eso es... -La bombilla dentro de su cabecita se encendió- ¡Trabajar!

De ese día no pasaba, tenía que encontrar un trabajo. Así que levantándose como un espíritu rabioso de la cama y yendo al baño, se dio una ducha rápida y se vistió. Luego cogió una carpeta con varios Currículum Vitae, -que había hecho en unas clases extras en el internado- sus documentos importantes, algunos objetos personales como su móvil, bolso y demás, y desapareció por la puerta profiriendo un grito de despedida que sólo la sirvienta oyó.

Con el poco dinero que tenía, cogió el autobús que la llevaba directamente a la ciudad. Tras diez minutos de trayecto, paró en plena metrópoli, donde había muchísimos edificios que Takumi sólo había visto en fotos o de muy pequeña. Recorrió las calles bastante perdida, preguntando en varias tiendas si buscaban empleados, pero en todos le dijeron que no necesitaban a nadie. Se preguntó qué mierda le pasaba al trabajo y por qué no había casi ningún puesto disponible, pero se calmó y siguió paseándose arriba y abajo, hasta que sin darse cuenta llegó al centro de la ciudad. Se dedicó a recorrer todo el centro, con sus grandes edificios de empresas tan característicos en las ciudades y cuando creía que estaba perdida del todo, divisó algo:

"Hoshina S.A."

—Caray -Murmuró Takumi antes de adentrarse en el gran edificio-. ¿Esta es la empresa que tendré que llevar en el futuro?

Por un momento fue consciente de que era demasiada responsabilidad y se sintió pequeña, demasiado pequeña para algo tan grande.

&

Eichi miró el reloj: las diez de la mañana. Llegaban tarde a la empresa gracias a un atasco, pero no le importaba demasiado. Su tío le había pedido que le acompañase en unas gestiones y él no había podido negarse; de hecho nunca lo hacía. Tenía, por así decirlo, un contrato de prácticas en la empresa de su tío; aunque todo esto sólo sería hasta que acabase la carrera, y probablemente Takumi estuviese en su mismo lugar en unos años. Pensando en Takumi miró por la ventanilla del asiento del copiloto: la noche anterior no había sido especialmente buena con todas esas imágenes frescas rondando por su cabeza y recordarlas sólo le hacía ponerse un poco más a tono. Eso no debía ser muy sano, no, porque Eichi Hoshina sólo estaba con mujeres para pasar el rato, un simple divertimento para aliviar tensiones y que una en especial permaneciera una noche entera en su cabeza no era buena noticia. Ojalá desapareciera.

Con la fresca brisa de la mañana dándole de lleno en la cara, le pareció verla, pero al enfocar la vista ya no estaba; no debía haber sido más que una mera ilusión óptica.

&

Las grandes puertas de Hoshina S.A. se abrieron ante ella, mostrándole la riqueza e inmensidad de la empresa de su padre; sin embargo, la idea de tener un cargo tan alto en el futuro no se le hacía demasiado interesante. De niña tuvo idea de estudiar diversas cosas, entre ellas informática o letras, pero lo que más le había llamado la atención eran los nuevos avances médicos, la ciencia, la biología y todo lo que tuviese que ver con un laboratorio. Las cadenas de ADN, la medicina, los milagros de la ciencia. Todo eso le había impresionado de tal manera, que no se lo había podido sacar de la cabeza; un deseo que le había ocultado a todo el mundo.

—Joven, ¿me disculpa? -Oyó una voz varonil a su lado y al salir de sus divagaciones descubrió que le estaba bloqueando el paso a un hombre de mediana edad.

—Perdóneme -Se disculpó la joven, abriéndole la puerta y pasando ella también.

Después de que el señor pasase, cerró la gran puerta de cristal. Ante ella, empleados de todas las edades paseaban atareados, tratando de no llegar tarde a sus respectivos puestos. Unos iban con millones de papeles en sus manos, otros corriendo y otros con sus maletines; el clásico de una oficina. Takumi se sintió perdida entre tantos trabajadores y aquel edificio tan amplio y atestado. La sensación de inquietud volvió a ella, atosigándola con fuerza. Sin embargo, antes de sucumbir a aquel sentimiento, notó una mano en su espalda que la obligó a girarse.

—¿Eres la nueva? -Un joven de mirada penetrante, trajeado y con el cabello más negro y brillante que había visto en su vida -¿quizás más que el de Eichi? Se golpeó mentalmente, no podía estar pensando en él...- le estaba cogiendo el hombro con cierta libertad-. Podrías contestarme, ¿por favor? No tengo todo el tiempo del mundo.

"Kimura Kohaku" Leyó su tarjeta de identificación.

Takumi no pareció notar lo poco cortés que aquel joven era con ella, pero cuando finalmente salió del pozo en que aquellos ojos negros la habían sumido, no pudo atinar a contestarle debidamente; y es que pese a todo y tomando prestadas algunas palabras de sus compañeras de instituto, aquel chico era uno de esos que debían estar por encima de las nubes, realmente un ángel caído del cielo; una hermosura de hombre. Por dios, estaba para hacerle un favor.

Se golpeó en la cabeza levemente haciendo que el tal Kimura la mirase raro. Ella no podía pensar en esas cosas: era la tímida e introvertida Takumi Hoshina.

—Di-Disculpe Kimura-san... -Comenzó la joven, tratando de darle una buena respuesta, sin embargo, antes de decir nada, él la arrastró de la muñeca hasta el ascensor, donde ambos se perdieron tras sus puertas.

&

Eichi y su tío entraron por las grandes puertas del edificio justo cuando Takumi y el recién conocido Kohaku desaparecían tras las puertas del ascensor. De nuevo, como si se tratase de un reflejo, Eichi pudo volver a divisar una oscura y larga melena que desaparecía en un punto intermedio de su visión. Sin embargo, no pudo captar el lugar.

"Estúpida prima, la veo por todos lados". Pensó mientras caminaba directamente hacia el ascensor con el cabeza de la familia Hoshina. "Si esto sigue así tendré que ir al psiquiatra".

—¿Has vuelto a trasnochar? -Apuntó Yashamura con cierta ironía llamando la atención de Eichi, que parecía sumido en sus propias divagaciones-. Si no te das prisa llegaremos tarde.

—Sí, Yashamura-san -El joven salió de sus propias divagaciones y se puso en marcha nuevamente. Con su descuido no se dio cuenta que había parado de caminar.

Una vez llegaron a las puertas del ascensor presionó el interruptor y se ajustó las solapas de su pulcro traje de chaqueta; arregló medianamente su cabello y cuando las puertas del ascensor se abrieron, entró junto a su tío, que presionó el botón de la sexta planta.

—¿Cuándo vas a cortarte ese pelo, chico? -Comentó cuando se cerraron las puertas. Eichi se limitó a encogerse de hombros, respondiendo: -No lo sé, quizá cuando me licencie.

—Me parece bien -Respondió su tío-. Sólo te queda un año. Espero que no me decepciones a mí… ni a tu padre; ya sabes que esperaba lo mejor de ti.

El joven se limitó a callar pese a la rabia que sintió en el momento que el cabeza de familia nombró a su padre. Sin girarse esta vez, respondió: -Soy consciente de ello.

La puerta del ascensor abriéndose en el piso indicado hizo que Yashamura no pronunciara ni una palabra más.

&

La sección de recursos humanos resultó estar en la sexta planta del edificio, justo al lado de una sala de juntas, una máquina de café y unos lavabos. Por lo demás, la subida fue bastante claustrofóbica para Takumi, ya que no se esperaba que un hombre la llevase allí sin que ni siquiera le pudiera responder a la pregunta que en primer lugar le había formulado.

-Kimura-san, ¿no cree que sus métodos son muy poco ortodoxos? -Preguntó Takumi en voz baja, sentada en una de las escuálidas sillas frente a una gran mesa de roble y un hombre sentado en una butaca de cuero negro, por lo visto bastante cómoda. Le dio la impresión de que el único efecto que eso hacía en los futuros empleados era sentirse claramente inferiores.

Dudaba que él la hubiese oído, ya que sabía que su pregunta era un poco estúpida y no debía cuestionar las órdenes de su posible futuro superior, sin embargo no se le había ocurrido otra cosa mejor. El joven hombre, que hasta ese momento había estado sumido en las referencias de la joven, levantó la cabeza de repente y la escrutó ávidamente: -Con qué primer empleo "señorita Hoshina", ¿eh?

—Sí -Respondió simplemente ella-. Estoy a punto de entrar a la universidad.

—Y dígame, apartando el hecho de que me ha pedido trabajo a mí en vez de a su padre, esto demuestra que pertenece a la familia Hoshina -Le enseñó el documento de identidad que ella le había proporcionado-... y dice que quiere trabajar en un lugar de la empresa en el que no sea demasiado vista, que quiere comenzar por los cimientos y sobretodo no quiere que no lo sepa su padre.

—Exacto -Afirmó Takumi-. No quiero facilidades por ser de la familia Hoshina.

Kohaku Kimura la estudió con interés. -Supongo que es consciente, señorita Hoshina, de que podría alcanzar un puesto alto por ser la hija de uno de los hombres que fundó esta empresa.

Takumi se sintió ofendida por el hecho de ser tratada de esa manera por ser la hija del "jefe" de la empresa. Sabía que era normal, pero no podía evitar entristecerse al oír a Kimura-san.

—Ajá -Se limitó a decir para luego preguntar con inocencia: -¿Podría ayudarme, por favor?

Kohaku pareció pensárselo… Takumi se pasó un mechón de cabello detrás de la oreja, acalorada; el ambiente se le hacía húmedo -quizá por desgracia- porque el aire acondicionado estaba apagado; no pudo evitar desabrocharse el primer botón de su camisa, haciendo, sin darse cuenta, que al tipo en cuestión se le secase la boca.

—¿Kimura-san? -Preguntó de nuevo- ¿Podría ayudarme?

—Sí, claro -Atinó a responder una vez apartó los ojos del escote de Takumi-. Por ser tú, haré una excepción.

A la joven se le iluminaron los ojos de ilusión. Por fin había conseguido su trabajo, lo que tanto deseaba. Sin esperar a que el hombre dijera nada más, le preguntó: -¿Cuándo comienzo?

—Puedes comenzar mañana -Concretó- de nueve a doce, ¿te parece? Por lo demás, no podrás decirle nada a tu padre o se me caería el pelo. Me tendrás que traer el número de tu cartilla bancaria y un número de contacto, ¿de acuerdo?

—Sí, claro, estoy de acuerdo con todo -Respondió ella-. Mañana aquí a las diez, me ha quedado claro.

Con esto, la joven se levantó, avanzó hacia la puerta, tomó el pomo metálico y girándolo abandonó la habitación. No pasó mucho tiempo hasta que Kimura  Kohaku sonrió, reparando en que se había dejado su documento identificativo sobre la mesa. Había sido una coincidencia encontrarse con ella antes de la fecha estipulada que había puesto Yashamura Hoshina.

Lo cogió y lo observó atentamente: -Y pensar que dentro de poco estaremos prometidos, pequeña Hoshina.

Sí, encontrarse con ella había sido el destino, irrevocablemente.

&

Takumi salió del despacho con todos los papeles que había traído revueltos entre sus brazos. A pesar de esto, se echó a correr como una cría por el pasillo, por lo que no vio a un transeúnte que salía por una de las puertas, probablemente de la sala de juntas: ella cayó el suelo, por lo contrario, la otra persona se mantuvo en pie, frotándose el brazo izquierdo.

—Mira por dónde vas, estúpida -Una insultante y conocida voz la agredió, sin indicios de querer ayudarla; le miró y por supuesto no era otro que él: su primo, o sea, el idiota de turno. Diablos, no era complicado comprender lo que él hacía allí.

Sin darse tiempo a pensar, recogió sus papeles y salió corriendo, y por fortuna vio la salvadora puerta del baño de mujeres a poca distancia. Cuando la atravesó, agradeció a los dioses por dejarla salvarse de las garras de su primo. Sí, Dios sabía que él era un ser perverso. Por otra parte, en una dimensión aparte, Eichi Hoshina estaba parado en el pasillo comprendiendo que lo que había visto era un fantasma, una visión; y por supuesto, de nuevo vio el cabello intensamente negro de su prima.

Otra vez, nuevamente.

No sabía si iba a soportar esas estúpidas visiones un minuto más. Debería visitar a un loquero lo más pronto posible o se volvería loco del todo. Con las ideas revueltas y la sensación de no estar sano a flor de piel, Eichi siguió su camino a la máquina de bebidas; aquella tarde pensaría las cosas con más calma con lo buena "psiquiatra" que solía ser su tía las tardes en las que Yashamura no estaba.

No pudo evitar sonreír; iba a ser un día entretenido estando con ella.

&

Takumi se escabulló del cuarto de baño y bajó las escaleras; por suerte su primo ya no estaba allí y eso la tranquilizó sobremanera. Corrió hasta la planta inferior, atravesando la puerta de entrada a la empresa y saliendo al aire libre, una vez allí respiró el característico aire de la ciudad inundado de polución y contaminantes; para acabar dio un largo suspiro y se dijo que no volvería a cometer el error de no mirar antes de correr como una idiota; estaba decidido: miraría y luego correría.

Se puso en marcha. Caminó por la metrópoli sin un destino fijo, admirando los escaparates de librerías, tiendas de moda y supermercados que ofrecían todo tipo de productos al consumidor. No buscaba nada en especial, simplemente caminar. En un punto de su trayecto divisó una parada de autobús y avanzó hacia ella con intención de sentarse a esperar al más próximo; ni siquiera se inmutó de la hora a la que pasaban, sin embargo, lo que sí recordó fue que no llevaba reloj, y por lo tanto no tenía ni idea de la hora que era.

Reunió valor, preguntándole a la primera persona que vio pasar cerca de donde estaba:

—Disculpe -Llamó la atención de un viandante y cuando éste le hizo caso le dijo educadamente-, ¿Me podría usted dar la hora?

—Claro -El hombre, de avanzada edad y rasgos adustos le sonrió-, es la una del mediodía, joven.

—Muchas gracias, señor -El viandante prosiguió su camino con algo de prisa-. De nada, señorita.

Enseguida se alertó: había estado mucho rato paseando, sumida en sus pensamientos y se le había hecho tarde. En vez de hacer algo, se quedó allí sentada, con las piernas cruzadas y la cabeza apoyada en el cristal de la parada de autobuses.

Cerró los ojos.

Entonces lo oyó: el pitido de un claxon. Abrió los ojos y lo que vio no le gustó nada de nada.

&

¿Qué hacía ella allí? No pudo obviar la pregunta cuando la vio allí, descansando en una parada de autobús.

Bueno, recapitulemos:

Eichi había salido del trabajo sin Yashamura a la hora de comer, dispuesto a no volver a la empresa hasta dos o tres días después. Las juntas eran agobiantes, acababa casi agonizando de lo largas que podían llegar a ser. Ciertamente ¿Qué le importaba ser un mantenido ahora si antes de los dieciocho sólo había estado hundido en la miseria, trabajando por ganarse un plato de comida?

Cambiando de tema: había llamado a Kaede y su conversación con ella, al contrario de lo que había pensado en un principio, no había sido tan favorecedora como había esperado:

—Kaede, ¿sabes que hoy llegaré pronto a casa? -Le había dicho pícaramente, para luego añadir-: Estoy estresado, quizá necesite una de tus terapias alternativas para curarme, ¿me sigues?

Ella rió, divertida.

—¿Ah, sí? -Le contestó al fin, teléfono en mano- Pues siento decepcionarte, pero hoy tengo un compromiso.

—Bah, bobadas -Se quejó Eichi, decepcionado-. ¿Qué clase de compromiso tiene una mujer desocupada como tú?

—Tengo un compromiso con mi ginecólogo y luego otro con mi editor, por lo tanto estaré ocupada toda la tarde -Habló sin ningún tapujo-. Por cierto… tengo un favor que pedirte.

—¿Cuál? -Preguntó, medio molesto.

—Cuida de Takumi-chan por mí, ¿sí? -Rogó- Parece que esta mañana salió para dar un volteo -según la sirvienta- así que me gustaría que cuando volviese cuidaras de ella. Te estaré eternamente agradecida sobrinito.

Inesperadamente, el teléfono se colgó y Eichi bufó molesto. A veces esa mujer tenía ideas rarísimas y molestas.

En fin, después de esto y antes de salir de la empresa, tonteó con algunas administrativas y secretarias jóvenes -y también maduras-, cogió uno de los coches de la empresa, lo condujo hasta llegar a un semáforo, después del semáforo tuvo que rodear una rotonda que le llevó a otro cruce y en ese cruce vio a su "primita".

Claramente no podía dejarla allí, porque Kaede le rajaría, pero tampoco quería hablarle como normalmente, así que se le acercó con el coche y tocó el claxon un par de veces. La distraída joven dio un salto asustada y luego le miró fijamente, como constatando que era él y que no se había equivocado.

Eichi no pudo evitar soltarle un comentario sarcástico.

—¿Qué haces aquí tú, el autobús no vuelve a pasar hasta las cinco de la tarde? -Objetó, como si hablarle después de lo que pasó la noche anterior fuese lo más normal del mundo-. Vamos, sube; te llevaré.

Ella le ignoró. La "conversación" iba a dar para largo.

&

La cosa no podía ir peor… ¿por qué él estaba allí, por qué intentaba convencerla de subir a su coche, y… para acabar de joderla?  ¿por qué le hablaba con tanta normalidad, acaso creía que se le había olvidado lo del día anterior? Menudo baboso e idiota, cretino. Por Dios, les había prometido a las monjas que no diría palabras malsonantes en su "nueva vida" por así decirlo, pero es que su primo la tenía hasta las narices, realmente la sacaba de sus casillas, la llevaba al límite de su indiferencia y timidez.

Sin esperar a que él bajara del coche se puso en marcha, avanzando por la acera a paso rápido y seguro. Él avanzó sinuosamente por la carretera sin apartar la vista de la silueta de su prima.

—Si no subes tendré que ir a por ti -Advirtió. Ella le siguió ignorando-. Va en serio, primita.

La joven siguió caminando sin hacerle el más mínimo caso, es más, creía que él desistiría en su afán de seguirla con el coche; pero se equivocó: ella no le estaba dando más que motivos para ir a buscarla y Kaede le mataría si no cuidaba de esa estúpida hija suya, así que se decidió: bajaría del coche. Sin esperar que ella le contestara, aparcó el coche en doble fila, encendió las luces de emergencia y puso los pies en el suelo. Takumi ni siquiera le vio hasta que oyó pasos tras ella y se giró con cierto cuidado. Lo que vio la espantó: Eichi yendo hacia ella, demasiado deprisa para su gusto.

—¡No te me acerques! -Exclamó de repente dejando de lado su timidez; con lo que le quedaba de ella, tartamudeó-: No me toques o… o llamaré a la policía.

Él se rió.

—¿En serio? -Ironizó, acortando las distancias entre ambos-. ¿Y qué les dirás, que tu primo te acosa? Además, ¿con qué teléfono piensas hacerlo?

—Cualquier cosa con tal de que me dejes en paz -Le respondió con tal de que la dejara en paz. No quería gastar más palabras con él, no valía la pena.

En medio de la calle, con casi todos los habituales transeúntes comiendo en sus casas u oficinas, no había ni un alma rondando por allí. Los ojos de ambos primos se cruzaron sin simpatía alguna, delatando el estado de ánimo de cada uno.

—Vamos, acompáñame al coche -Repitió, incrédulo. Realmente, no podía entender a esa niña.

—Te he dicho que no quiero -Le respondió sin levantar la voz-. ¿Acaso no te ha quedado claro, o es que eres sordo?

Ahora ambos estaban a pocos pasos, ella se había parado, pero realmente no sabía el por qué. Tenía una mueca horrible en su rostro. Quizá si Eichi hubiese tenido menos valor las cosas no habrían ido de la manera en que fueron…

Y es que, lo siguiente que pasó no fue para nada agradable, ya que Eichi finalmente se acercó a Takumi, la agarró del brazo con fuerza y la arrastró hasta el coche pese a sus quejas y amenazas. Cuando llegaron al automóvil, la joven se agarró tan fuerte al capó que dejó unas leves señales de uñas en la carrocería. Eichi pudo preguntarse si su prima tenía las uña de hierro, pero decidió no hacerlo; bastantes estupideces estaba soportando ya para fijarse en otras.

Una vez dentro del coche, Eichi echó el seguro por si ella intentaba escapar, sin embargo, se dio cuenta de que Takumi ya no se quejaba; simplemente lo ignoraba. Eichi se abrochó el cinturón de seguridad y le pidió "amablemente" a su prima que hiciera lo mismo, pero obtuvo más de lo mismo: nada.

Mientras la paciencia de Eichi se iba agotando poco a poco, la mente de Takumi era un hervidero de ira contenida y sentimientos incontrolables por estrangular a su familiar más cercano. En su cabeza, las mismas palabras de contención se repetían una y otra vez: "Aguanta, Takumi, aguanta"... Pero en realidad no podía, no podría soportar a ese idiota mucho rato más sin llevarle las manos al cuello.

De nuevo sintió aquel sentimiento incontenible de la noche anterior, uno de vergüenza seguido por dos más: irritabilidad y enfado. Opuestos, totalmente diferentes; como ella y Eichi. Realmente no podía tragarlo, no le había soportado desde el primer momento en que lo había visto y le soportó aún menos cuando lo pilló acostándose con su madre, y menos… menos… con lo que había pasado la noche anterior entre ambos. Su mano en su muslo, su piel rozándose con la de él… ¡No! Realmente no quería recordar eso. Sus mejillas se colorearon levemente y nuevos sentimientos afloraron de su interior: ira, rabia y rencor. ¿Cómo se había atrevido siquiera a tocarla, qué se le había pasado por la cabeza a ese intento de hombre? No, realmente no podía estar en paz con todo lo que aconteció y quizá, lo que quedaba por suceder. Sus amenazas, el malestar que le había causado, su amabilidad de ahora, ¿acaso creía que le perdonaría o le volvería a hablar amablemente?

Sumida en sus pensamientos, no se dio cuenta que su primo llevaba la mano hasta su cinturón de seguridad y se lo abrochaba. -No quiero que tu madre me mate cuando estés en el hospital con la cabeza abierta.

-Ojalá lo hiciera -Dijo en voz baja. Enseguida se cubrió con la mano, avergonzada repentinamente. Por suerte -o por desgracia- su primo no la había oído, por lo que pudo respirar tranquila.

Pero un momento… ¿por qué respiraba tranquila? Se lo tenía merecido, se lo tenía merecido… ¡Bah! No merecía la pena seguir enrabiándose. De todas maneras, nunca había sido una chica que se enfadara fácilmente.

Cuando el motor arrancó todos sus pensamientos se escurrieron de repente. Pudo, finalmente, pensar en otras cosas, como que el paisaje de la ciudad se le hacía bastante similar a las fotos de grandes ciudades que había visto en libros de ilustraciones cuando estaba en la escuela, y también que algo olía bastante bien a su lado, justo como la noche anterior. Dándose cuenta de lo que había pensado, se llevó las manos a la cabeza y se masajeó las sienes, como si un ataque de enajenación mental hubiese acabado con la poca cordura que le quedaba: ¿qué le estaba pasando, y sobre todo, por qué a ella?, ¿por qué tenía que pensar en eso si no quería?

"Vamos, Takumi, tranquila. Nunca has sido así y nunca lo serás". Se dijo, tratando de sacarse de la cabeza. "No, realmente no lo eres, él es el culpable, sólo tienes que tranquilizarte".

Miró a su primo de reojo: Sí, él era el culpable de todos sus pensamientos, de todas sus desdichas desde que había llegado a "su hogar".

No podía soportarlo, tenía que irse de ahí; huir de él.

—Quiero que me bajes -Pronunció sin levantar la voz-. Quiero que me bajes por las buenas.

Él no le hizo caso, estaba demasiado impaciente como para volver a hacerle caso. -Quiero que me bajes o saltaré.

Eichi la miró por un momento: -¿Estás mal de la cabeza?

En un momento de locura, sin esperar a que le hiciera caso, se desabrochó el cinturón, quitó el seguro y abrió la puerta tratando de abalanzarse a la carretera, pero para su mala suerte su primo previó sus movimientos, con lo que la cogió ante de que cayera. El joven suspiró tranquilo: al menos la tenía sujeta, segura. Sin embargo, Eichi había soltado el volante en un cruce con el semáforo en rojo. Vio, horrorizado, como un turismo se abalanzaba hacia ellos desde la derecha.

Takumi cerró los ojos, asustada. Había cometido una imprudencia y lo malo era que quizá lo pagaría con la vida.

Séptima parte:

Eichi y Takumi caminaban uno tras otro, separados por barreras invisibles, enfadados por lo que había sucedido momentos antes, cuando la grúa se había llevado el coche y Eichi había guardado un silencio mortal; y eso había sido un momento antes de gritarle que estaba loca y mandarla a la mierda. No fue agradable, sencillamente se quedó callada e hizo oídos sordos; sin embargo, estaba temblorosa aún por el trauma del accidente. Recordó, vagamente, lo que había sucedido justo después de que hubiese casi saltado del coche en marcha...

Su primo Eichi no dudó un segundo en agarrarla a ella y descuidar el volante, que giró sin control. En un momento, automóvil se salió de la vía y se estrelló contra la farola que estaba al otro lado de la calle... Varios cristales se rompieron y el capó quedó destrozado. Milagrosamente, ambos salieron sanos y salvos ayudados por un par de personas que pasaban por allí. Después de hacer el parte, se habían marchado caminando.

Aún le dolían las cervicales. Se fijó en la mejilla de su primo, donde un fino corte se dibujaba en su piel. No pudo evitar pensar que habría pasado si él no la hubiese sujetado y si no hubiese sujetado el volante a tiempo... Un escalofrío la recorrió; tuvo ganas de echarse a llorar allí mismo. Su primo podría haber muerto por su culpa. ¿Dónde estaba su serenidad, su seriedad en aquellos momentos? Toda la vergüenza de la noche anterior se esfumó de un plumazo. En su lugar, se encontraba el arrepentimiento y la ira por ser tan estúpida de haber hecho algo sin sentido y la hacía parecer una niñata en lugar de una chica de dieciocho años a punto de entrar a la Universidad.

Se fijó en el cielo, que ahora le parecía absurdo con toda la polución de la ciudad. Un par de lágrimas se escurrieron por sus mejillas; eran de rabia. Ella había sido una inmadura por intentar bajar de un coche en marcha, pero él era un cerdo por intentar tocarla, simplemente por obligarla a subir al coche sin que ella quisiera. Simplemente no, no quería verle más después de lo que he había hecho.

—Escucha, ¿sabes lo que te digo? –Eichi ni se molestó en mirarla-. Que tienes trescientas veces más culpa que yo de lo que ha pasado… y qué...

Siguió caminando. Takumi se enjugó las lágrimas, no quería que ese necio la viera así.

—...y que te odio… ¡No quiero que vuelvas a acercarte a mí, ni a tocarme! -Exclamó firmemente-. Te… Te juro que si me vuelves a tocar, le diré a mi padre lo que sé...

Eichi paró y se giró; y entonces, Takumi pudo verle una mirada que no le había visto nunca. El camino a pie era largo, y la tarde ya comenzaba a dejar sus rastros en el cielo, que se había vuelto de un azul que ya amarilleaba.

—¿Acaso te has asustado?, ¿Ahora sientes el miedo? -Le preguntó ella, levemente asustada. Los ojos de su primo tenían una tonalidad gris, casi azúrea; los sentía helados sobre su cuerpo.

—¿Lo sientes tú? -Le preguntó-. Hace años le perdí el miedo y el sentido a todo, ¿cómo una mosquita muerta como tú me lo iba a dar?, ¿Dime, cómo?

Takumi dio unos pasos atrás. -No te acerques.

—He intentado ser amable contigo, pero no se puede -Le dijo, acercándose más-. Una estúpida como tú no puede entender eso, ¿verdad?

Takumi trató de reprimir sus lágrimas, pero no pudo; las palabras eran demasiado hirientes. Se sentía débil y pequeña. Jamás, nunca se había sentido tan mal cerca de alguien de su propia familia.

—No… No… -Trató de decir, tartamudeando.

—¿No qué? -Le preguntó- ¿No puedes más que tartamudear? Las niñas ricas sois lo peor, ¿cómo no podría odiarte yo, en vez de tú a mí?

Eichi se acercó aún más. Takumi maldijo que la calle estuviese vacía. Como por una especie maldición, nadie venía a ayudarla, nadie podía socorrerla de ese intruso que se había adueñado de su mente con el temor y la duda. Lo peor era que, pese a intentar defenderse, las palabras no salían de su boca. No podía alejarse; él estaba muy cerca, demasiado para su gusto. No reaccionaba.

—Quiero que me odies con razón, primita -Le dijo, tomando su barbilla con algo de fuerza, haciendo que la mirase.

Takumi reaccionó, trató de apartarle, pero le fue imposible, ya que él aferró una de sus manos y apretó su mentón aún con más fuerza, acercándola a su boca.

—¿Qu-Qué pretendes? -Maldijo la joven, deshaciéndose de su agarre-. ¡Suéltame!

El ruido de un golpe sonó en toda la calle, y Takumi se sobó la mano. Eichi, por su parte, se tocó la mejilla, donde había una marca con la marca de una palma y cinco dedos. La joven se cubrió la boca, sorprendida por lo que había hecho y los pocos segundos salió corriendo camino a ras, quizá a su casita de ricos -donde por desgracia tenía que vivir él también- donde quizá su mami la estaría esperando con los brazos abiertos de par en par.

Estaba enfadado, enfurecido, sin embargo sonrió. La iba a hacer sufrir, a partir de ahora le iba a hacer la vida imposible a su primita. Se juró y perjuró que se las iba a pagar. ¿La había lastimado la última vez?, ¿Sí? Pues ahora le iba a hacer un daño mucho mayor. Ella se lo había buscado, oh sí.

&

En una oficina cerrada con llave, lejos de la calle, dos amantes se revolcaban sobre un escritorio en uno de sus muchos encuentros sexuales. Era un repartimiento mutuo de sentimientos de curiosidad el uno por el otro. Ella quería la experiencia; él quería innovación. Ella era hermosa, joven, con toda la vida por delante., y él era un viejo cansado de su mujer y su familia en general. ¿Qué mejor pareja de amantes que esa?

—Oh, señor Hoshina -Gemía la mujer- ¡Siga, por favor!

—No van a oír, pequeña.

—No importa -Murmuró ella-. No hay casi nadie a estas horas.

Las embestidas se sucedían, una y otra vez con más fuerza. Ella abrió más sus piernas, encantada con la penetración. La mesa daba golpes contra la pared en que estaba apoyada, creando un ruido molesto; pero no les importaba. El vaivén se hizo tan placentero que finalmente llegaron al éxtasis de la relación. Él la llenó con su placer mientras ella se daba placer con uno de sus dedos y llegaba al orgasmo. Luego se acabó. Así era, casi cada semana.

El hombre salió de encima de ella y esta bajó del escritorio, limpiándose con un pañuelo de papel los rastros de semen. Ambos se vistieron con lentitud, obviando el hecho de tener que ir recogiendo las prendas esparcidas por el suelo. Se miraron y volvieron a besarse.

Las aventuras extra-matrimoniales eran divertidas, muy divertidas.

Cuando Yashamura Hoshina y su secretaria salieron del despacho, nadie se les quedó mirando raro. Ya era normal que se quedaran largos ratos en la oficina organizando las cuentas de la empresa y preparando los actos a los que debían asistir. Ella, Chihiro Ichinoise, era el ojito derecho de Yashamura  Hoshina. Jamás asistía a un acto sin ella, nunca sin su consejo, y las malas lenguas decían que le había abierto una cuenta con "ingresos extra". En sí, todo esto eran rumores, pero nadie podía negar que una secretaria tan bella no hubiese sido la tentación de su jefe. Su cabello liso de un tono chocolate, sus ojos grises, casi perlados cubiertos por unas gafas, su cuerpo de infarto y su corta edad: veintidós años. Nadie había podido obviar eso, ni siquiera un hombre casado.

—Me voy a casa, Chihiro -La informó su jefe-. Tenme lista la agenda para mañana.

—Sí, señor Hoshina -Unas pupilas grises centellearon tras la montura de sus gafas-. Mañana a primera hora estará todo listo. Descanse.

Yashamura le dirigió una sonrisa, y la agarró del trasero, haciendo que ella diese un respingo.

-No te escapes, pequeña.

El hombre caminó por el pasillo y cuando desapareció por las puertas del ascensor, Chihiro enfiló el corredor y giró a la derecha y subió las escaleras hasta la planta seis. Allí, se paró ante una puerta que decía:

"Kohaku Kimura, sub-director adjunto"

No pudo evitar sonreír. Le tenía en el bote. Yashamura confiaba ciegamente en ella; su secretaria, la única que le comprendía, la única que entendía sus problemas, la única que podía substituir a su frígida mujercita. Pero Yashamura Hoshina ignoraba quién se ocultaba tras la joven, pasional y brillante Chihiro Ichinose.

&

Takumi se metió en la oscuridad de su cuarto; la estora estaba echada y la persiana bajada. Cerró la puerta y se tiró a la cama, pensando en cosas que lo único que hacían era ponerla de los nervios, hacerla revivir una vez más lo que había sucedido. Triste, se revolvió, dejando las sábanas arrugadas. Recordó la cara de su primo con el entrecejo arrugado, una mueca hostil en los labios, entre sorprendida y enfurecida; sus ojos habían centelleado con ira. Debía odiarla, y eso era lo que quería, que supiera que ella le profesaba un sentimiento mutuo.

Era lamentable como en un par de semanas habían acabado odiándose y tratándose como a pura mierda. Takumi no sabía ni entendía de dónde había sacado el valor para decirle aquellas palabras que acabarían con su relación de familiares que se trataban con formalidad. Ya no eran ni eso. Takumi confiaba que las ofensas de Eichi se acabaran entonces. Sin embargo, Takumi no sabía lo equivocada que estaba. Y es que sus palabras, sólo fueron en inicio de una larga línea de hechos que les convertirían en enemigos.

&

—Su novela no es lo que buscamos, señora Hoshina -¿En cuántas editoriales había oído la misma frasecita? Para que engañarse, sus escritos no eran demasiado buenos, si no ya le habrían aceptado la novela en algún lado.

Miró la simple decoración de la sala; tenían dinero, se notaba. Una mesa de cedro justo en el centro de la habitación con una cómoda butaca. Un carísimo Dalí colgaba de la pared color crema. Si no lo aceptaban en ningún lado más, tendría que optar a la auto-publicación. Su libro había sido revisado por varios editores y correctores, y más de un crítico, por supuesto. El resultado no había sido malo, pero no entendía por qué no lo quería nadie.

—Quizá debería probar con algo con más gancho -Le dijo el director de la editorial, sacándola de sus pensamientos-. Quizá una novela de romántica o erótica.

—¿Acaso la ciencia ficción no es un terreno rentable?

—No demasiado, señora Hoshina -Comentó- En nuestra editorial, dado que el público es más joven, apostamos por la sexualidad y el romance. El gancho de la historia, por supuesto, es una de nuestras prioridades. Se lo digo como consejo si quiere vender. Véndanos una historia interesante y nosotros compraremos su idea.

—Está bien, lo pensaré -Kaede se levantó, algo contrariada.

Cuando salió, su agente-editor la esperaba sentado en la sala de espera. -Por tu cara, parece que no te fue muy bien.

—No realmente -Suspiró la mujer, asqueada-. Es la vigésima vez que me rechazan esta novela. No lo comprendo.

Caminaron por el gran edificio, atravesando unas cuantas puertas hasta encontrar la salida.

—Encima ese hombre tuvo la decencia de decirme que escribiera otro tipo de narración: romance y erotismo. Siempre me ha gustado la ciencia ficción y el misterio. ¿Por qué debería escribir sobre algo diferente?

—¿No crees que sea hora de escribir algo así? -Argumentó el hombre que la acompañaba-. Algo que realmente llene tu vida. Siempre me hablas de lo mal que te trata tu marido, de la culpabilidad que sientes por tu hija. Soy tu editor, pero te conozco bastante bien.

—Gracias, Akiyama -Le sonrió dulcemente-. Eres mi mejor amigo, no sé a quién le contaría las cosas sino a ti. Pensaré en lo que me has dicho e intentaré tener un borrador de la idea para el jueves.

Caminaron por la acera un poco más, y después se despidieron, subiéndose cada uno a su automóvil. Kaede arrancó y puso la radio; enseguida sonó uno de sus discos favoritos. El apoyo moral de Akiyama era indiscutible, siempre la hacía sentir bien dondequiera que fuese con él. Conseguía sacarle una sonrisa en los peores momentos; casi igual que con Eichi. Sin embargo, nada la habría hecho tan dichosa como ver su novela publicada en esa editorial o en cualquier otra. Todo un año de trabajo, -sobretodo evitando que su marido la descubriese escribiendo para que nadie tomase sus escritos en serio; deprimente. Volvería a casa y realmente pensaría en lo que hacer, si escribir una novela romántica o no.

Verdaderamente, quería demostrarle a su marido que era más inteligente que él, que era capaz de hacer cosas mucho más grandes que él; y por ende demostrárselo a sí misma. Ser escritora había sido siempre su sueño, y lo lograría; aunque tardase años en alcanzar ese mérito.

&

Eichi entró a la casa dando un portazo en cuanto atravesó la puerta. Enfurecido, subió por la escalera dispuesto a darle su merecido a esa niña. Había vuelto corriendo tras ella, aunque ésta no se había dado cuenta. Abrió la puerta del cuarto de su prima con fuerza, haciendo un sonido estruendoso. Takumi dio un bote en su cama, pero se quedó como estaba, sorprendida. No se atrevió a girarse.

Eichi observó con ira a la figura tendida en la cama. Estaba de espaldas, respirando descompasadamente; podría hacerse la dormida, pero él sabía que estaba despierta. La muy idiota se pensaba que era tonto. Como una exhalación, se acercó a la cama y la agarró de la ropa, tirándola al suelo.

—¡¿De qué vas?! -Exclamó Takumi, perdiendo la paciencia-. ¡Me has hecho daño!

—Te lo dije, estúpida -Exclamó él, como si un demonio le hubiese poseído-. ¡Me vas a odiar porque a mí me da la gana!

—¡Idiota! -Su dulzura se había ido al carajo-. ¿Quién te crees que eres para tratarme así?, ¿Acaso no has tenido suficiente?

—Realmente no.

La vio desaprobadoramente: tenía los primeros botones de su camisa desabrochados, denotando su escote. Su cabellera negra estaba despeinada y bajo sus ojos había marcas de llanto. Le pareció terriblemente perversa y tentadora; era un demonio, ¡un maldito diablo con forma de mujer! La iba a castigar, la iba a hacer odiarlo con todas sus ganas.

—¿Te he mencionado que no quiero que te acerques?

-Sí.

Fueron las últimas palabras de Takumi, antes de que Eichi hiciera algo muy, demasiado indebido. Algo que quizá cambiaría el curso de esta historia.

Cuando Kaede aparcó el coche en la entrada, vio como Eichi entraba por la puerta con prisa y un rostro demasiado enfadado. No le siguió. Había días en que Eichi estaba así, aunque se preguntó dónde estaría su hija y si él la habría recogido, tal como le dijo horas atrás.

Cogió las llaves y su bolso, y caminó hacia la entrada. La tarde casi había desaparecido, dejando paso a un cielo oscuro. Empujó la puerta y entró; no le extrañó que estuviese abierto, Eichi la habría dejado así.

—¡Mamá ha llegado! -Quizá lo dijo demasiado bajo, porque al parecer nadie la escuchó. Quizá Eichi se hubiese atragantado con su propio orgullo, porque no quiso contestar; Takumi tampoco, por lo visto-. Ellos se lo pierden.

Se fue a la cocina y tomó un vaso de agua del grifo. Se sentía realmente bien llegar a casa y tomar un buen vaso de agua después de un largo día; realmente era una buena sensación.

Con el bolso al hombro, subió por la escalera, y en su avance por el pasillo, oyó unos cuantos ruidos e improperios. También algunas quejas de una voz femenina. Paró para tratar de escuchar de dónde venían y llegó a la conclusión que era desde el cuarto de Takumi.

Dio unos cuantos pasos, ya que para ir a su habitación tenía que pasar primero por el de ella. Vio la puerta abierta, y presa de su curiosidad, se asomó.

Quizá no debió asomarse, porque lo que vio no le gustó tanto como había supuesto; más bien la disgustó sobremanera.

No fue para menos: Su hija y su sobrino besándose.

No, esa no era una escena que se viese todos los días. En ese momento, la ira y los celos se colaron en su alma; por un momento, la odió como si fuese una extraña que le hubiese robado a su hombre.

No. Debía desechar esa idea. Callada, se negó a creer en lo que había visto. Tenía que haber algo de errado en esa imagen; quizá enajenación de su mente. Ignoraría eso; aunque sólo por el momento.

Callada y silenciosamente, siguió su camino por el pasillo, como si nada hubiese ocurrido.

"Está bien, yo no he visto nada"...

Después de todo, su hija ya los había pillado en una ocasión y no había dicho nada hasta tiempo después. Ya llegaría su momento de echárselo en cara a Eichi.

&

Un beso: sus labios unidos por la humedad, sus cuerpos lo suficiente unidos para profesarse calor, una electricidad intensa invadiéndoles. Un instante, sólo un momento, lo suficiente para que ambos sintieran algo lo suficientemente fuerte como para separarse rápidamente.

Takumi fue lanzada a la cama con fuerza. Cuando levantó la vista vio esos ojos grises mirándola de nuevo, como nunca lo habían hecho; se sintió desnuda, tonta… sonrojada. Bajó la vista, mientras él salía atizando la puerta y dejándola cerrada. Cuando volvió a levantar los ojos, él ya no estaba; se había esfumado.

&

Eichi se encerró en su habitación, tratando de no pensar en lo que había sucedido. Suspiró largamente, como nunca lo hizo en su vida. Esto no le podía estar pasando; no a él.

Ver a su prima así, después de su pelea, le había exaltado. Y lo peor es que algo entre sus piernas había despertado. La vio sonrojada, enseñando su escote, su cabello revuelto, su debilidad. Pero eso no fue lo peor que ocurrió en la habitación. Lo terrible fue cuando se pegó a su cuerpo y la besó; entonces se puso horriblemente tieso, algo comenzó a despertarse…

¡Oh, madre mía, no le podía estar pasando!

¿Cómo se podía pasar de estar enfurecido a estar excitado?

Definitivamente, necesitaba un psiquiatra.

&

En su cuarto, Takumi no estaba mucho mejor. Apretó las sábanas con los puños e intentó rememorar el rostro de Tetsuya, su antiguo amor; con terror, notó que lo veía difuso. Se llevó las manos a la cara, sintiéndose realmente mal, extraña; no podía verle.

Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mostrando su debilidad. Realmente y más que nunca, le necesitaba. Extrañaba a Tetsuya más que nunca, aunque la hubiese traicionado en su momento.

Ahogó un sollozo con la almohada. Necesitaba a alguien que la socorriese, alguien que la animase. El rostro de su amor se aclaró, pero no pudo ver otro que el de Eichi, mirándola fríamente, con odio. Ya no lo aguantaba más. Si volvía a cruzarse con él saldría corriendo, no tendría valor para enfrentársele de nuevo. No pensaba bajar a cenar y verle la cara a él o a su madre, o quizá a su padre, pero dudaba que se encontrase a éste último.

Se cubrió su sonrojado rostro. Recordó que cuando él la había mirado, una sacudida intensa había azotado su cuerpo; quizá sólo nervios de adolescente, pero diablos, ya era casi una mujer.

No podía sacárselo de la cabeza, por mucho que lo intentase seguía preso en su cabeza, como una impresión en un papel.

Oh, por dios, ¿qué había hecho ella para merecer eso?

¡Un psiquiátrico! Sí, eso le hacía falta. Se juró a sí misma acudir a uno esa misma semana para que la encerrasen y ya no la sacasen. Desechó esta idea, sabía que no estaba en sus cabales.

No podía estar deprimida al comenzar la Universidad. Faltaban menos de cuatro días para su gran día: la entrada al mundo universitario para cursar una carrera con la que jamás había soñado. Ah, estúpida vida.

Acostó su cabeza en la almohada, envuelta en un mar de lágrimas. Ya, después de todo lo sucedido, no podía pasarle nada peor, ¿verdad?

&

Se despertó a las dos horas y bajó al comedor, de mejor ánimo. No sabía la noticia que le esperaba. Miró el reloj: la nueve, hora de cenar. Su estómago gruñó, pidiéndole que lo alimentara. Takumi se arregló lo mejor que pudo y bajó la escalera. Para su sorpresa, cuando entró por las puertas del comedor, su padre se encontraba allí y no había ni rastro de su primo. En realidad, eso la alegró.

—Buenas noches -Saludó la joven, sonriendo levemente-, papá, mamá.

Se sentó en el asiento de la izquierda. Su madre dijo un ligero "hola" y su padre se dirigió a ella, cosa que extrañó a Takumi.

—Takumi, hija -Habló su padre, con su habitual tono serio; aunque parecía estar más alegre que de costumbre-. Ya que estás aquí… mañana por la mañana tenemos que ir a un sitio, tu madre, tú y yo.

—¿Dónde, papá? -Preguntó educadamente.

—Es una simple formalidad -Argumentó-. Una entrevista para formalizar tu compromiso con uno de mis subordinados en la empresa.

Su boca se abrió, formando una perfecta O. ¿Qué es lo que su padre estaba diciendo? No pudo hablar. Miró a su madre, dubitativa; ésta le devolvió la mirada, con tristeza.

—Es mi mejor empleado, proveniente de una acaudalada familia -Siguió hablando-. Será el mejor esposo para ti, Takumi.

Después de oír eso, Takumi no probó bocado en toda la cena.

&

En una discoteca del centro de la ciudad, Eichi Hoshina se divertía. Su motivo: tratar de olvidar todos los percances que habían ocurrido. No tardó mucho hasta que alguien se le acercó, una mujer de hermosas curvas.

—¿Te gustaría divertirte, cariño? -La sugerente voz de una desconocida le deleitó. La propuesta era demasiado tentadora.

Con gusto, se dejó llevar a la pista de baile por una morena de cuerpo impresionante. Iba a ser una noche de copas y sexo. Mientras bailaba al son de una sugerente melodía, no pudo evitar desear ver arrastrándose a su prima mientras él se reía y esperaba que ella le rogase cosas indecibles por esa boquita suya. No, mejor aún: eso pero en su cama.

Sonrió con deleite.

La melena de su acompañante le recordaba irremediablemente a ella. Si no podía sacársela de la cabeza, ¿por qué no hacerle la vida imposible, por qué no amargarla hasta decir basta?

Oh, sí, Eichi necesitaba un psiquiatra urgente.

Octava parte:

Takumi se levantó aquella mañana con un extraño sabor de boca; y es que la idea de acudir a una entrevista de matrimonio aquella mañana no se le hacía del todo halagadora; más bien era una idea aterradora. ¿Ella, casada tan joven y con alguien que no sabía ni siquiera quién era?

Definitivamente no era algo que la entusiasmara.

Aparte de eso, estaba el tema de que tenía su primer día de trabajo esa misma mañana, a la misma hora de la dichosa entrevista y no quería faltar y que la tomaran como una irresponsable. ¿Qué le diría al señor Kimura cuando llegase al día siguiente, excusándose con que había faltado porque su padre la había llevado a una entrevista de matrimonio? Sí, obviamente sería una excusa muy pobre.

Se metió al baño contiguo a su habitación y se duchó. Eligió del armario un traje de chaqueta beige, con el que se vistió lo más lentamente que pudo. Después de eso se maquilló y peinó con una pequeña coleta que dejaba el resto de su cabello suelto. Cuando el reloj del comedor daba las nueve, bajó por las escaleras.

Su madre y su padre ya la esperaban cada uno en su sitio y en cuanto ella se sentó, la criada comenzó a repartir el desayuno. Takumi reparó en que su primo no estaba; casi parecía haber olvidado el suceso de la noche anterior, pero no era así, porque en cuanto lo rememoró, las imágenes volvieron, y con ellas todo el odio reprimido hacia él. La noche anterior se había prometido guardarle tanto rencor como fuere necesario.

—¿Cómo has dormido, hija? -La pregunta de su padre la sacó de sus pensamientos y al mismo tiempo la sorprendió, ya que él no solía decirle ese tipo de cosas.

—B-Bien, padre -Titubeó, nerviosa.

Su padre la miró raro al notar como tartamudeaba, pero decidió no decir nada. Al mismo tiempo, Takumi se metió un pequeño trozo de comida en la boca, pero no pudo tragarlo. No solía estar desanimada por tanto tiempo, pero estaba asustada y preocupada por lo que iba a pasar al mismo tiempo. Su primo la odiaba y necesitaba un psiquiatra, su padre la había comprometido sin decirle nada y su madre no le hablaba (o eso parecía, porque no le había dirigido la palabra en lo que llevaba allí). Por otra parte, se había quedado sin su primer día de trabajo y consecuentemente sin su trabajo.

No podía estar más deprimida: ella también necesitaba un psiquiatra.

Y por lo visto, no sabía cuánto.

&

Eichi entreabrió los ojos; el sol le cegaba y algo le oprimía el pecho, impidiéndole casi respirar.

Abrió un poco más los ojos y notó la figura de una mujer. Por un momento pensó que era Kaede, pero pronto supo que no: conocía las curvas de su tía política a la perfección y sabía que no era ella. De todas maneras no le importaba.

Ahora que lo recordaba, había pasado una noche realmente impresionante. Después de tirarse casi toda la noche de discotecas con aquella chica colgada del brazo. Borrachos, llegaron a la mansión a las cuatro de la mañana e hicieron el amor como locos.

Recordándolo, se pasó la lengua por los labios resecos y entonces cayó en la cuenta de que no se acordaba de la cara de aquella mujer con la que había compartido la noche y la cama.

Sólo recordaba haber pensado en ella con ansia, con odio, con agresividad y resentimiento. De repente, la cara que menos quería ver en ese momento se le apareció.

Se levantó rápidamente de la cama, no importándole echar a su acompañante hacia el lado contrario; buscó su móvil por toda la habitación y buscó el teléfono por todos lados. Cuando al fin lo encontró, revisó en la agenda hasta encontrar un número. Lo marcó y se puso a la espera.

«Clínica de Salud Mental Sakurai. ¿En qué podemos ayudarle?»

—Buenos días, quería cita para hoy.

De ese día no pasaba: Necesitaba un psiquiatra rápido.

&

Kaede cerró la puerta del Lexus y se puso el cinturón. Su marido, en el asiento del conductor, arrancó el coche y se pusieron en marcha; a través del retrovisor, vio la mueca de disgusto de su hija.

También vio la suya.

No había sido una buena mañana, ¡y una mierda! Estaba realmente disgustada, al borde del enfado. No podía quitarse la imagen de Eichi acostado con otra mujer que no era ella. Le podía perdonar haberle visto besar a su hija la noche anterior -otra cosa que quería olvidar-, pero esto ya era el colmo; ¡se había acabado!

Estaba tan celosa, tan absolutamente llena de ira… Quería llorar, matar a alguien, lanzarse del coche en marcha, pero era una mujer adulta y por lo tanto, razonable.

Todo había comenzado aquella mañana, cuando había entrado al cuarto de su sobrino para despertarle; entonces les había visto: Una chica morena y él, durmiendo tranquilamente encima de la cama; como tantas veces habían hecho ellos dos cuando Yashamura no volvía.

Le odiaba tanto, pero también le amaba tanto… Muchas veces se había dicho a sí misma que no se enamoraría de su amante, que era su sobrino y por lo tanto su familiar -aunque político- y que no debía sentir nada más por él que no fuese sexual; pero el inicio de aquel sentimiento había sido irremediable.

Le necesitaba a cada segunda y no había sido capaz de confesárselo a sí misma hasta aquel momento. Sin querer, una lágrima se resbaló por su mejilla, pero nadie fue consciente de ello.

&

A las diez de la mañana en punto, Takumi bajó del asiento trasero del coche de su padre. Un nerviosismo innato la carcomía, pero lo que más: estaba intrigada por saber quién sería su pretendiente.

Entraron a un restaurante que parecía caro y se sentaron en una mesa libre. Enseguida, un camarero con pajarita y que a Takumi le pareció cómico vino a atenderles. La joven se fijó en los grandes cristales a modo de paredes de aquel lado del establecimiento, y también en la mesa, adornada con un impecable mantel blanco.

Mientras sus padres ordenaban, se fijó de nuevo en los cristales y vio pasar a la gente que iba a trabajar, a un grupo de niños de excursión, una chica embarazada, un hombre que se le hacía conocido y una mujer...

—¿Qué le pongo a usted, señorita?

Takumi giró la cabeza. Había estado tan entretenida que no se dio cuenta que le hablaban a ella.

—Agua, por favor.

Vio como su padre miraba la hora en su reloj de muñeca, impaciente, y enseguida le vio sonreír: Parecía que ya habían llegado. Takumi se tensó y bajó la mirada, preparándose para el momento fatal.

Cuando subió la cabeza ató cabos finalmente, al verlo allí frente a ella, dirigiéndole una mirada altiva: era él.

«Uno de mis subordinados en la empresa"..., "Es mi mejor empleado, proveniente de una acaudalada familia»...

¡Oh, madre mía, era él!

Kohaku Kimura se sentaba ahora ante ella, pero esta vez no en calidad de jefe, sino de prometido.

&

Ya no estaba asustada, sólo sorprendida. Sólo hacía un día que se habían conocido y fue toda una coincidencia que él fuera su prometido sin ella saberlo. Se había pasado toda la noche angustiada por quién sería esa persona, pero ahora que lo veía, y por alguna razón que desconocía, no se sentía tan mal como antes; digamos que se había quitado un peso de encima.

Pero ahí seguía aquel sentimiento de temor a lo desconocido, de desconocerse incluso a sí misma… Notó frío a pesar del soleado día y tembló ligeramente. Quizá era porque no había comido, pero empezaba a sentirse cansada.

—Y bien Takumi, ¿qué edad tienes? -Le preguntó Kohaku con una sonrisa, como si no la conociera de nada.

—Tengo dieciocho años, Kimura-san

—Llámame Kimura, por favor.

—Está bien, Kimura-san -Trató de sonreír, pero en vez de eso una fea mueca se formó en sus labios. No tenía ganas de echarle en cara que le conocía del día anterior; tampoco quería que su padre lo supiera.

—Hace buen día, ¿no crees? -Trató de conversar.

—Sí, claro -Respondió ella vagamente.

La conversación fue meramente esa, al igual que la que tuvo con la madre de Kohaku; Takumi descubrió que era una mujer realmente agradable y fácil de tratar a pesar de sólo haber intercambiado unas palabras con ella. Por otra parte, se preguntó dónde estaría el padre de él, pero desechó este pensamiento ya que otra cosa la distrajo.

—¿Qué le parece si celebramos la boda cuando Takumi acabe la carrera, señor Hoshina? -Oyó decir a la madre de Kohaku-. Mi hijo está muy ilusionado con la propuesta, pero ha pedido tiempo para conocer a su hija más en profundidad.

—Lo veo bien -Contestó Yashamura-. Es una de las cosas que había tenido en cuenta. Quiero que ambos estén preparados para llevar la empresa en el futuro.

—Supongo que comparte el deseo por la felicidad de ambos -Siguió hablando la mujer-. Me gustaría que su compromiso se fortaleciese y no tuvieran lugar ciertas discrepancias.

—La entiendo perfectamente, señora Kimura.

Takumi prefirió no seguir escuchando; no quería pecar de cotilla.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en que estaban planeando su boda tres o cuatro años antes de lo esperado -muy pronto para ella, ya que nunca había planeado casarse-. Su plan de vida no constaba de una boda con alguien que casi ni conocía, y porque sus padres se lo habían mandado discretamente. Y sobre todo, porque todo eso lo hacían si su consentimiento.

La culpable debía ser ella, por no quejarse nunca de nada; por no tener carácter.

La herida de tantos años sin verles ni tener noticias de ellos -sus padres- había hecho mella en ella y aún no se había cerrado: Más bien se estaba abriendo más y más, pronto sería tan grande que no habría manera de coserla.

Quiso explotar ahí mismo, pero no tenía fuerzas ni valor suficiente. Para acabar de empeorar la cosa, empezaba a sentir molestias en el estómago y unas náuseas horribles que le subían a la boca. Luego un ardor en el pecho, la sensación de no poder respirar. Se sentía mareada, así que tomó un poco de agua por si se le calmaba: la frescura del líquido la alivió bastante y pudo, al fin, calmarse un poco.

Lo había estudiado en la clase optativa de Psicología de su instituto: aquellos síntomas eran el principio de un ataque de ansiedad.

Le iría bien un psiquiatra: Quizá su madre le podría recomendar uno y pediría cita, así se calmaría y quizá, con algo de suerte, le recetara algo para calmarse.

&

Visto que eran las once, pidieron el almuerzo. Fue entonces cuando Takumi sintió ganas de ir baño; poco antes de llegar, Kohaku Kimura la siguió y la tomó del brazo antes de que entrara, entregándole algo:

—Éste es el documento identificativo que dejaste en mi oficina ayer -Le dijo con rostro inexpresivo.

—Gracias, Kimura-san -Respondió ella-. Aunque preferiría que me lo hubiera entregado hoy en la empresa.

—Lo siento, Takumi-san, pero no te puedo dar un puesto en la empresa -Se disculpó él-. No me está permitido, y ayer no te quise decir que no. Sin embargo, espero que nos llevemos bien; ojalá no me guardes rencor.

—Claro que no… -Se le pasó un poco el resentimiento-. Sólo me hubiera gustado que me dijeses la verdad.

—¿Entonces me perdonas? -Una media sonrisa iluminó el rostro de él, y ella no pudo decir que no.

—S-Sí, claro.

Takumi se fue al baño, y Kohaku volvió a la mesa. Siguieron comiendo y Takumi se unió al poco rato, mucho más alegre de lo que había salido de casa ese día -aunque con las mismas molestias estomacales-. Pero de algo estaba segura: Ya no la amargarían más ese día.

Quizá no debió confiarse de aquella manera.

&

En la clínica de salud mental Sakurai, Eichi esperaba su turno en un cómodo asiento acolchado. Por no tener coche, había tenido que caminar un buen rato y coger un autobús que lo dejase cerca, así que estaba extremadamente agobiado: no estaba acostumbrado al transporte público. Había sido una pena que le hubiesen robado la bici hacía unos años… Quizá era el momento de comprar otra.

Había despachado a su "chica" hacia más de una hora y ésta había aceptado gustosa una nueva invitación para el sábado siguiente. Aunque Eichi sabía la cruda realidad: era probable que no se volviesen a ver.

Pero es que él no estaba acostumbrado a tener a una cada noche, porque desde hacía un año y medio sólo se acostaba con Kaede. Ni una chica más en ese tiempo: sólo ella. Se había hecho algo común estar con ella y con ninguna más. Casi se había acostumbrado.

No le tenía pena a su tío Yashamura; no dudaba que él hiciese lo mismo con otras mujeres. Más bien, odiaba la manera que tenía de tratar a Kaede, por lo pronto su prima le daba igual, estaba demasiado cabreado con ella como para cuidarla o hablarle. Pasada la borrachera del día anterior, se había propuesto "intentar" -a ver si podía- no hacerle la puñeta ni fastidiarla. Ni siquiera volver a besarla.

Muy a su pesar, no había podido desprenderse de ese recuerdo: ese era el motivo por el que ahora se encontraba en la consulta de una de las psiquiatras más brillantes de todo el país. Tamaka Ayame era una de las psiquiatras más prestigiosas en la clínica, con todos sus diplomas colgados de la pared, sus gafas de media luna y su bolígrafo en mano. Había sido amiga de su padre, y hacía muchos años, cuando aún era un adolescente, había acudido a ella

Se sentía del todo agradecido con ella, y era a la única a quien podía confesar sus problemas, más que a cualquier otro médico.

—¿Hoshina Eichi? -La voz de una chica de bata blanca le sacó de sus pensamientos.

—Sí, soy yo -Respondió.

—Ya puede pasar, la doctora Ayame le está esperando -Le sonrió.

—Gracias -La joven se retiró y él avanzó hasta la puerta, abriéndola y entrando.

Lo primero en que se fijó, fue en el agradable tono melocotón de las paredes; en la suave luz que entraba por los ventanales y en las cortinas blancas. Luego vio a la doctora en psiquiatría Tamaka Ayame: Se conservaba tan bien como años atrás.

—Eichi, me alegra verte de nuevo -Habló con tranquilidad-. Ha pasado mucho tiempo.

—Sí, lo sé -Respondió mientras se acomodaba en una de las cómodas sillas del despacho-. Pensé en hacerte una visita, pero estuve ocupado con las clases; además, no sentí la necesidad de venir.

—Te entiendo perfectamente -Afirmó la mujer-. Pero dime, Eichi, ¿qué es lo que te preocupa?

—Es mi prima -Dijo con rotundidad.

—¿Qué hay con ella? -Preguntó la psiquiatra, sacando un bloc de notas de un cajón, y empezando a apuntar en él algo ilegible.

Eichi se mordió el labio, contrariado en decirle eso que tanto le preocupaba o no, pero al fin se decidió, y comenzó a hablar; realmente necesitaba contarlo.

—Llegó hace un par de semanas a casa y se me hace insoportable tenerla cerca -Empezó-. Es como un virus, se me ha pegado y no puedo sacármela de la cabeza. Empiezo a preguntarme qué diablos me pasa con ella.

—¿Puedo suponer que te gusta? –Eichi se azoró ligeramente al oír la pregunta.

—No, no me gusta -Objetó-. Más bien me disgusta; creo que incluso he empezado a odiarla. ¿Puedes creer que el ayer casi tenemos un accidente por su culpa?

—¿Qué hizo? -Le miró dubitativa, con el bolígrafo al filo del cuaderno.

—¡Trató de tirarse del coche, la muy estúpida!, ¿Puedes creerlo?

—Ajá. Realmente es un comportamiento algo psicótico, pero, ¿hubo algo que le molestase de ti en estas dos semanas, Eichi? Piénsalo bien.

Eichi recordó en aquel momento, todas las pequeñas putadas que se habían hecho -y las que aún le quedaban- y bufó exasperado: -Claro que sí, supongo que son demasiadas cosas; ya me conoces.

—¿Pasó algo después de eso?

Recordó borrosamente aquel beso que no debió darle; había sido un castigo.

—Nos volvimos andando, y quise atemorizarla por medio de la violencia verbal, pero me dio una bofetada y salió corriendo. Luego en casa… la besé contra su voluntad; quería castigarla, hacerla sentir mal.

La psiquiatra apuntó todo escuetamente y le miró fijamente; le habló amablemente, con tono profesional.

—Entonces pensaste en venir a verme, ¿me equivoco?

-Siento decir que sí. Ya llevaba tiempo pensándolo, pero esta mañana surgió la gota que colmó el vaso.

—Cuéntame.

—Anoche me acosté con una chica, y cuando he despertado y la he visto, me ha pasado la imagen de Takumi por la mente.

—Debo suponer que Takumi es tu prima, ¿cierto?

Eichi asintió y fijó la vista en la ventana; a lo lejos se veían montañas de las que desconocía el nombre, carreteras, edificios… pero sólo podía pensar en su problema.

—Eichi, tienes que entender que lo que has hecho está mal. Mi consejo es que te centres en tus estudios y busques un trabajo a media jornada; trata de no estar cerca de ella, no es conveniente que sigas obsesionándote. No caigas en el error hacerla víctima de tu pasado, Eichi.

Eichi se reprimió la rabia. Sabía que Tamaka Ayame tenía razón, pero no quería admitirlo.

—Cuando viniste hace cuatro años, te costó mucho contarme lo que te había ocurrido, lo que habías hecho; pero mejoraste, Eichi. Fuiste uno de mis pacientes más difíciles, pero con ayuda superaste lo que te había ocurrido -La mujer hablaba firmemente-. Y sabes que no quieres volver a lo mismo, ni yo tampoco; no quiero volver a verte así.

Recordó cuando había acudido a la consulta de Tamaka Ayame hacía cuatro años, tras la muerte de su padre. Como amiga de Ryu Hoshina, ella no le había cobrado nada y le había atendido en su propia casa.

Sentía tanto o más rencor hacia su tío Yashamura de lo que ahora, ya que ni siquiera les había ayudado en su pobreza; no tenía dinero ni un hogar al que ir, porque le habían embargado; iba de calle en calle, rondando por allí y por aquí, haciendo trabajos que le dañaron el cuerpo y el alma, que le hicieron ver la crudeza del alma de los hombres. Se metió en peleas, sufrió toda clase de abusos, olvidó lo que era una vida.

Llegó a la consulta traumatizado, a la defensiva, sin nada que le diese fuerzas para seguir viviendo.

Pero con el tiempo su mente sanó, más no su alma. Sin embargo, Takumi había venido para torturarlo un poco más, para hacerlo sentirse como uno de esos asquerosos hombres que le habían torturado en su adolescencia.

Aunque lo había superado, se odiaba en cierta forma. Repudiaba lo que en su día había tenido que aguantar y hacer por dinero.

Y lo peor es que quería hacer sentir a su prima lo que él había vivido, quería que se sintiese como una rata miserable.

Sin embargo, aunque le costase una vida, trataría de no hacerlo trataría de reprimirse, de callar, de alejarse de ella como fuese; aunque tuviese que alejarse de Kaede y de la fortuna de la familia Hoshina.

&

Takumi se echó a la cama, agobiada por tanta formalidad. Acababa de entrar a casa sola con su madre, ya que sus padre las habían dejado en casa y se habían ido vete a saber dónde. Su madre se había disculpándose por dejarla sola; momentos después había cogido el otro coche y también se había largado.

Por lo demás, después de la sorpresa que se había llevado en el restaurante, no le vendría mal un baño de espuma. Se sonrió. En el internado nunca habría podido darse esos lujos, ya que sólo había duchas. En su actual habitación también había duchas, pero sabía que al final del pasillo, justo al lado de la habitación de sus padres, había un baño enorme.

Lo había descubierto hacía unas noches, cuando rondaba por el pasillo sin poder dormir. Había abierto una puerta, y… ¡Bualá! Un pequeño cuartito a la entrada para desvestirse, después de eso una bañera con hidromasaje de las caras, botellas de jabón y sales de baño en una pequeña estantería de cristal, y una ventana grande desde donde podían verse todas las casas del barrio y más allá. ¡Menudo lujo!

Recordando que había dejado ese baño para otro día, se preparó la ropa que se pondría y atravesó su cuarto hasta llegar a la puerta, la cual abrió; salió fuera y se dirigió directamente al famoso baño. Cuando llegó, suspiró, sonriendo: al fin podría quitarse el estrés de todos los días que había pasado en aquella casa, podría estirarse en aquella gran bañera llena de agua calentita, podría relajarse, aunque dudaba que se durmiera.

Cuando entró, abrió el grifo y empezó a desvestirse, Takumi olvidó cerrar con pestillo.

&

Eichi se adentró en la mansión Hoshina resoplando; la puerta estaba cerrada con llave, así que había tenido que buscar las llaves por todos sus bolsillos, hasta recordar que guardaban una bajo la alfombra. Siendo que nadie iba a robar a ese barrio -ya que era relativamente seguro- se suponía que dejarla ahí no era algo malo. Sin embargo, Eichi pensaba que cualquier día les iban a entrar a robar.

Subió las escaleras hasta su cuarto, notando que no había absolutamente nadie. Cuando entró, se echó a la cama, cansado mentalmente por su visita al psiquiatra. Había recordado cosas del pasado que no le habían gustado, cosas que preferiría no recordar, pero seguían ahí, preparadas para amargarle en cualquier momento o situación.

Pero sabía que podía guardárselas. Porque nunca revelaría nada de aquellas vivencias pasadas.

Levantándose de la cama, Eichi se quitó la camisa y los pantalones, abrió el armario -de donde cogió una toalla y algo de ropa- y caminó directamente hacia su puerta. Era hora de usar el baño que se encontraba al lado de la habitación de sus tíos; ese gran baño que adoraba.

Caminó por el pasillo y se situó ante la puerta, entreabriéndola. Y lo cierto es que Eichi no esperó encontrarse con tal espectáculo: Su prima en todo su esplendor, extendida a lo largo de la bañera con las finas hebras de su cabello flotando en el agua; completamente desnuda. Eichi no pudo evitar quedarse mirando fijamente sus curvas, sus pechos redondos y grandes, su vientre plano, sus ojos cerrados y sus labios entreabiertos.

Sintió como su vello se erizaba y su amigo se le empalmaba; tragó saliva. Y entonces su razonamiento empezó a nublarse.

—Al demonio contigo, tú te lo has buscado -Susurró, fuera de sí.

&

En cuanto oyó aquel susurro, Takumi abrió los párpados, asustada. Se encogió en la bañera y miró a su "agresor" a la cara. Cubrir su desnudez como pudo, agarrando una toalla que había dejado en el suelo anteriormente; todo eso antes de que él llegara hasta ella. Con brusquedad y una fuerza de la que no le creyó capaz, la sacó de la bañera y la arrimó contra la pared.

—Te has dejado el pestillo abierto para que te vea, ¿verdad? -La había agarrado por las muñecas y la miraba con furia, hablándole muy cerca de la boca-. Eres una zorra.

La joven se sonrojó, hiperventilando por el susto. Notaba como su pecho subía y bajaba rápidamente junto al de él. Estaba en una posición degradante, pero gracias a dios tenía la toalla como barrera, porque si no se hubiese muerto de la vergüenza. Intentó zafarse de su agarre, pero sus intentos fueron frustrados; era demasiado fuerte para ella. Tragó saliva, impotente. Un nudo se había formado en su garganta, impidiéndole casi hablar.

—E-Eichi, por favor... Déjame en paz -Le rogó, aguantándose las lágrimas que luchaban por salir. Una mueca deformó sus labios.

—¿Por qué te tendría que dejar? -Argumentó-. Para eso has venido aquí, ¿no? Para que no te deje de follar en toda la tarde, ¿verdad? Se ve que en el colegio al que ibas te dieron duro. Siempre me pregunté cómo serías, pero ahora lo he descubierto: eres la gran mosquita muerta que pensé que eras en un principio.

—¿T-Te estás oyendo? -Respondió con un par de lágrimas bajando por sus mejillas; incrédula-. Estás enfermo.

Estrujó sus muñecas, haciéndole saber que estaba de verdad cabreado. Ella gimió y contrajo su rostro, tratando de no llorar más.

—¿Ahora lloras? -Se rió-. ¿Acaso no te gusta esto?

Se restregó contra ella, y Takumi notó algo bajo sus pantalones; duro, erecto, palpitante. Se impactó: Esto no podía estarle sucediendo a ella. Quería que la dejara ir, marcharse de ese baño y no volver más, quería volver al internado y estar con Tetsuya, disfrutar de su sonrisa otra vez. Olvidarse de que tenía una familia, olvidar el odio mutuo de Eichi y ella. Pero eso ahora no podía ser.

Y por más que no le gustara como Eichi se frotaba contra ella, sus sentidos la traicionaban. Sentía un calor iracundo deslizarse hacia su intimidad, sentía las manos de su primo infiltrarse por debajo de su toalla, su boca buscando fieramente sus labios, casi con ansiedad. Se enojó con sí misma por ser tan débil al calor masculino de aquel que no la soportaba y que sólo quería burlarse de ella... Sentía que se estaba volviendo loca, pero eso debía parar.

Y de hecho paró, porque Takumi le empujó en aquel momento de debilidad, tirándolo al suelo. Cogió su ropa rápidamente y salió corriendo directa a su habitación.

&

Desde su coche, Kaede pudo ver a Yashamura entrar a la casa de una desconocida. Sabía quién era ella: Chihiro Ichinose, su secretaria.

Se habían besado al entrar y no le había afectado para nada; para él siempre sería un témpano de hielo. Aunque dolía pensar que se había casado con ese hombre no por amor, sino por un estúpido compromiso. Pensó que podría amarle, pero jamás fue así. Los primeros años había sido amable, pero al tener a la niña se había vuelto frío y distante. Qué pena haber desaprovechado la vida al lado de un ser asqueroso, sólo podía descartar algo en aquellos años, y era el haber tenido a Takumi. La había dado a luz en una fría noche de Diciembre, y para ella esa sería una de las noches más felices e importantes de su vida.

No se quedó más. Tenía que volver a casa rápido para escribir un poquito; en realidad, echaba de menos sus ratos a solas con el portátil.

Arrancó el coche y puso una de sus canciones preferidas a toda pastilla; a parte de su cita con la escritura, tenía una conversación pendiente con Eichi.

&

Yashamura miró por la ventana como el coche de su esposa se alejaba. Era ella, no había duda. Le había seguido cuando le tenía dicho que no le importaba dónde iba o dejaba de ir. Mujer estúpida. Cuando llegase a casa la insultaría hasta hartarse, le pegaría si hacía falta.

—¿Qué pasa, cariño? -Preguntó Chihiro, zalamera.

—Nada, preciosa -Respondió, encontrándola desnuda.

La agarró por la cintura y la encaminó hasta el cuarto, donde ambos fundieron sus bocas apasionadamente. Se deslizaron en la cama de sábanas blancas, dando rienda suelta a su pasión...

&

Eichi estaba en el baño aún, mirando al techo desde la bañera, absorto en su blancura; pero en realidad no pensaba en eso, sino en la desnudez de su prima y en su pelo, en sus labios, en sus pechos... Su mano se movía bajo el agua, trabajando en su miembro, subiendo y bajando aquella frágil piel que le llegaba a causar tanto placer. Oh, Dios, sabía que era un error, pero no podía parar de pensar en ella. La recordó bajo sus brazos, resistiéndose, tan débil... tan provocativa, tan endemoniadamente tentadora...

Estar así con ella había creado en él algo que no comprendía; su prima se había convertido en su particular obsesión.

Novena parte:

Al fin. Su primer día de Universidad, el inicio de una fase que había esperado durante mucho tiempo, pero que al final no había sido la esperada.

Se observó ante el espejo, vestida con unos tejanos y una camisa blanca de manga corta; ese sería el primer año sin llevar el largo y oscuro uniforme del internado.

Se fijó en sus ojos, que le devolvían una mirada de extrañeza; y sus ojeras... sus ojeras eran a causa de no haber dormido bien por tres noches. Desde aquel día.

Nadie sabía lo que había ocurrido en aquel baño. Se había guardado el secreto y procuraría no contárselo a absolutamente nadie. Sin embargo, no podía obviar que el no haber dormido bien por pensar en "eso" era su culpa.

Por él: La causa de todos sus males, de todas sus inquietudes… el causante de que se hubiera pasado tres noches pensando en lo que había pasado. No había podido evitarlo: Todas aquellas sensaciones, aquel temor… aquella excitación tan parecida a su pequeña experiencia con Tetsuya.

Pero no, ¡ni hablar! No era para nada igual, ¡Él había intentado forzarla!

Su timidez se indignaba cada vez que recordaba sus pieles rozándose, aquel sabor amargo en sus labios. Sus mejillas se tiñeron de carmín.

Aquella noche había entrado a su cuarto como una exhalación, cerrando el pestillo; se había tirado a la cama, roja como un tomate, asustada, y aun así deseosa de haberle sentido. Su debilidad como mujer había actuado por ella.

Pero se lo había prohibido a sí misma y creía que eso era lo mejor.

Porque no quería absolutamente nada con Eichi. Le odiaba. Detestaba cada parte de él, tanto que le habría gustado no volverle a ver, olvidarse de su cara, incluso de su nombre. Era su familiar y había ultrajado -desde el principio- su voluntad.

¿Acaso no tenía alma? No, eso no. Era muy vano e infantil pensar en que el alma cabía en él. Podría tener un cuerpo de ensueño, pero a ella no la engañaría. Si algo la había enseñado estar recluida en un colegio de monjas durante tanto tiempo y tener una mala experiencia en el amor, había sido a pensar en su propia salud mental. En liberarse de demonios como Eichi Hoshina.

Y es que había llegado a la conclusión de que él, al contrario de estar enfermo, estaba demasiado cuerdo. Conclusión: Era un degenerado.

Casi no lo había visto desde aquel suceso, y sabía que era lo mejor. No le hablaría a nadie respecto a eso por respeto, pero le iba a guardar el aire a Eichi.

Se había acabado la Takumi Hoshina buena, se había acabado la amabilidad. Todo. Se forzaría a no ser la misma con él.

Mirándose una vez más al espejo, se arregló un mechón de cabello que le caía por la frente y se volvió. Cogió su bolsa y salió por la puerta, suspirando.

Ahora tenía un prometido por conocer, una carrera por estudiar y un futuro; no iba a echarlo todo a perder por el idiota de su primo.

—¡Vamos allá, Takumi! -Se dijo mientras caminaba por el pasillo.

&

Eichi remoloneó en la cama. No se quería levantar, no después de haber -al fin- dormido dos horitas esa noche. Digamos que algunos problemas le acosaban: Empezaba la universidad ese mismo día, su tía le había confesado algo que le había dejado patidifuso y también estaba el otro problemita con su prima...

Recordó la desastrosa conversación con su "tía" hacía tres días, cuando después del suceso del baño con Takumi, entró a su cuarto sin que se diera cuenta...

—Te he visto esta mañana -comenzó ella.

—¿Y? -Alcanzó a decir, hastiado. Las imágenes de su prima aún estaban demasiado frescas, quería que le dejara tranquilo un rato-. ¿Acaso es eso una novedad?

—...con una mujer -Acabó, seria.

Eichi subió la cabeza y la miró, dubitativo. Pronto vio la rabia en sus ojos a pesar de no mostrarla con palabras fuertes, ¿celos?, ¿acaso eso podía ser posible en ella? Nunca, jamás antes los había visto.

—¿Acaso lo tengo prohibido? -Atinó a pronunciar, sorprendido-. ¿Estás celosa?

Sonrió. Era demasiado cómico que ella pudiese estar enamorada de un tipo como él, que nunca se había enamorado de ninguna de ellas. Sí, realmente gracioso.

—Te voy a ser sincera, Eichi -Kaede tragó saliva y de repente él sudó frío.

¿Qué pasaba ahora mismo en esa habitación, qué diablos estaba ocurriendo? Sabía que algo se aproximaba, algo que rompería lo que hasta ahora tenían.

No quería oírlo; no aún. Sin embargo, escuchó muy bien aquellas palabras fatales que lo cambiarían todo de la mañana a la noche.

—Estoy enamorada de ti.

Por un momento aquella idea le conmocionó. No podía ser cierto, no quería que lo fuese. Necesitaba una amante, no una compañera para toda la vida. Pronto racionalizó las cosas: La conocía, sabía que nunca había tenido las cosas claras respecto a ambos. Quizá estaba confundida.

—Desde el principio dijimos que no iba a ser una relación seria, ¿te acuerdas? -Le dijo él después de unos segundos-. Que no iba a ser más que una mera distracción a nuestros problemas.

—Lo sé -Respondió decidida-, y también sé que no tengo derecho a decirte nada por traer a tus amigas a casa, pero... no puedo soportarlo. Te ruego que si quieres tener sexo con alguien, no lo tengas en esta casa. Es realmente insoportable.

Tan rápido como había venido, se fue. Y él se quedó allí, sin nada más que decir.

Volviendo al presente, levantó la cabeza con pesadez y miró el despertador: casi las nueve. Echó cuentas: La ceremonia de inicio de curso empezaba a las nueve, y eran las ocho y media.

Sin prisa, se levantó de la cama y se vistió con efectividad, como era costumbre en él. Ese año "ella" empezaba, y no lo había recordado, porque después de recordarla también venían aquellas imágenes subidas de tono.

¿Por qué no decirlo?

Tenía un problema, y de los gordos: No tenía remordimientos, sólo una obsesión enfermiza que no hacía más que atormentarle.

¿Estaba enfermo, mal de la cabeza, loco?, ¿acaso todo eso no era lo mismo?

Oh, no. Seguramente eso era autocompasión. Estaba peor, mucho peor que eso. No pensando más en cómo diablos estaría su cabeza de bien o mal, se dirigió al baño y abrió el grifo, dejando salir abundante agua fría. Se remojó el largo cabello, peinándolo para luego recogerlo en una coleta alta.

—Al menos soy un poco guapo, ¿no? -Le dijo a su reflejo; este le respondió con una sonrisa cínica, como siempre.

Digamos que todos los días su vida era igual: Salir con chicas, ir a clase, estudiar, acompañar a su tío a la empresa, acostarse con su tía… Había sido divertido durante un tiempo, pero comenzaba a cansar. Creía que una obsesión le daba un punto interesante a su vida, cuando había perdido interés en casi todas las que hacía. Esta "cosa", obsesión, como se llamara, había hecho que se interesara en todas ellas, pero que también tuviese nuevos quebraderos de cabeza.

Por suerte, en sólo un curso más se largaría de aquella pesadilla de casa y viviría cómodamente con algo de dinero que tenía guardado de cuando trabajaba.

—Vamos allá -Se dijo, incentivado por sus pensamientos.

Se olvidaría de todo, de su obsesión, de Kaede, de su prima...

Viviría su vida sin ataduras, sin mujeres que le atosigaran. No iba a dejar que, en un futuro, su existencia estuviera envuelta en basura.

&

El estómago de Takumi rugió exageradamente en cuanto bajó por las escaleras. No queriendo decepcionarle, fue a la cocina para desayunar algo; abrió la nevera y descubrió un brick de leche y unas galletas en uno de los armarios de arriba.

—¿Cómo has dormido, cariño? -Su madre la sorprendió, entrando como una exhalación en la cocina, con lo que a Takumi casi se le derramo la leche en la camisa limpia.

Notó que ya llevaba el bolso, así que supuso que le iba a decir que salieran ahora mismo. Sin embargo, no fue así.

—Bien, mamá -Mintió ella, recomponiéndose del susto-. ¿Nos vamos ya?

—Eichi me ha dicho que te llevará él. Yo no puedo, hija, tengo asuntos urgentes que atender -Se disculpó.

Takumi suspiró. ¡Cuán desdichada era! Se juró a sí misma comprarse una bicicleta en cuanto encontrase un trabajo a media jornada.

—¿Enserio tengo que ir con él? -Su día comenzaba mal de nuevo.

—Sé que estará encantado de llevarte. No le hagas esperar, él comienza a la misma hora que tú.

Sin que Takumi pudiera siquiera responder, la figura de Eichi entró en la cocina.

—¿Vamos o qué? -Sonrió. Menudo cínico. ¿Qué se había creído el muy cínico, qué le podía sonreír y olvidar lo que había pasado hacía unos días?

Aquella ansiedad de unos días atrás volvió a adueñarse de su estómago, llenándola de náuseas. Decidió dejar la leche y las galletas donde estaban anteriormente y caminó hacia la salida de la cocina.

—Está bien, mamá. Adiós -Resopló molesta, atravesando la cocina y pasando de largo a su primo.

Y es que, la problemática era exactamente esta: Yashamura había ido al trabajo en uno de los tres coches -cosa normal en él; cada mañana lo hacía-, Kaede se tenía que ir urgentemente a algún lado y no podía llevar a Takumi a la Universidad porque simplemente tenía prisa. Pero la mayor problemática era que sólo quedaba un coche y Eichi iba a cogerlo (y por supuesto era el único que tenía carné de los dos).

En resumen, que la parada de autobús estaba bastante alejada y no paraba en el campus, así que tenía que irse con Eichi o a pie, lo que sería cansado y por lo que probablemente llegaría tarde.

No es que a ella le importase caminar, pero es que eso de llegar tarde el primer día no era algo típico en su persona.

Definitivamente comprar una bici sería la mejor idea de todas; aunque no supiera ir en ella.

&

Takumi abrió la puerta del coche, se sentó y se puso el cinturón. Trató de relajarse, pero cuando la puerta del conductor se abrió y su primo entró por ella, los nervios volvieron con más intensidad por haberlos estado reteniendo. Jugueteó con sus dedos, empezando a temblar mientras sus tripas se retorcían y se notaba un nudo en la garganta.

No tenía ganas de mirarle ni hablarle. Sólo estaba en el coche con él para que la llevara a la Universidad; nada más. Cuando el motor arrancó, él echó el seguro y entonces ella levantó la mirada, notando lo que estaba sucediendo.

—Es por si intentas lo de la otra vez -Agregó Eichi-. Suicídate si quieres, pero no en el coche; me podrías matar a mí también.

Sin querer, sus miradas se cruzaron y Takumi se sonrojó notoriamente. Sin embargo, muy pronto se dio cuenta de lo que había dicho. Su manera de cortar el silencio no había sido muy grata.

Ofendida, apartó sus ojos de él y miró por la ventana, concentrándose en el paisaje que pasaba cada vez más rápido a través de esta. Siguió jugueteando con los dedos en su regazo, sin darse cuenta. Sus mejillas seguían rojas y sentía como era escrutada de vez en cuando, aunque de reojo.

Y es que, de vez en cuando, ella cometía el error de curiosear si él sentía remordimientos por lo que le había hecho.

Sin embargo siempre apartaba la mirada decepcionada, no descubriendo ni rastro de esa culpa que esperaba encontrar. ¿Eichi no tenía alma? Lo sospechaba, pero había acabado por saber que era verdad, que él era un ser inhumano, carente de todo sentimiento. Pese a todo, su lado racional salió a flote: pese a haber convivido con monjas, no creía en un alma. Además, su pasión por la Medicina, la Bioquímica y todos sus ramos la había hecho ver el lado humano de las cosas. Digamos que el alma era inexistente según la ciencia. Y ella lo creía firmemente.

Takumi no quiso entretenerse más con él. Era obvio que no tenía remedio.

No hablaron durante todo el viaje. Al parar y salir del coche en el aparcamiento ni siquiera se dirigieron la palabra o se miraron. La frialdad y la tensión eran palpables en el ambiente.

Quiso mirar la hora, pero se dio cuenta que no llevaba ninguna clase de reloj, por lo que no le quedó más remedio que preguntarle a él.

—E-escucha... -La voz le falló momentáneamente, sin embargo prosiguió con renovadas fuerzas-. ¿Qué hora es?

Él la miró, como si no esperase eso de ella.

—Faltan diez minutos para las nueve; más vale que te des prisa.

Ese trato tan impersonal molestó un poco a Takumi, pero empezó a caminar deprisa en cuanto él lo hizo. No perdía nada siguiéndole.

Por lo que parecía, Eichi sabía hacia dónde se dirigía, porque no tardó en ver a una gran multitud congregada a las puertas de un gran edificio, más parecido a un anfiteatro que a otra cosa -digamos que una sala de juntas se hubiese quedado pequeña-. Takumi recordó brevemente como hacía unas semanas Eichi la había llevado a un bar de copas (aunque eso no estaba en los planes) y luego a visitar el campus por orden de su padre. En aquel momento habían tenido sus piques, pero luego él le había demostrado cierto tipo de cariño.

Recordaba con claridad cómo la había agarrado por el brazo y la había abrazado; como ella se había echado a llorar como una niña.

"Claro que me importa, todo lo que él os haga a tu madre o a ti me importa"...

Las recordaba. Se acordaba ahora de esas palabras mientras le seguía, observando como su cabello -recogido en una coleta alta- se movía al compás del viento de primeros de Septiembre… No entendía la manía de los hombres Hoshina por conservar el cabello largo, ¿sería algún tipo de rito ancestral? En fin, no importaba demasiado, quizá le preguntara a su madre (y pensando en eso, la lista de lo que quería preguntarle a su madre se iba haciendo extensa). En su escrutinio, se fijó en lo alto que era su primo, por lo menos le pasaba seis o siete centímetros…

En cuanto se supo pensando en la altura de su primo se quiso golpear, pero no lo hizo para que no la trataran de loca. En su primer día de Universidad no era nada conveniente.

Y de nuevo volvió a los fustigantes pensamientos anteriores, a revolver su cabeza con cosas que quizá no tenían tanta importancia pero le causaban migraña. Porque no entendía cómo él había tenido que cambiar tanto como para tratarla tan mal, tan funestamente; hasta el límite de intentar forzarla.

Fue recordar aquel momento y se le volvieron a subir los colores. Decidió no pensar más en ello, pero fue demasiado tarde para reaccionar cuando se dio de morros contra "algo", o más bien dicho contra "alguien".

Volvió a sonrojarse sobremanera al descubrir que ese alguien era su primo; aunque por suerte él no se giró y puso suspirar tranquila.

Se reprimió a sí misma mientras retomaba el paso: Debía controlar sus nervios, no pensar en cosas desagradables, y lo más importante de todo: no ser tan patosa.

Avanzó unos minutos más detrás de él, hasta que al fin llegaron a la multitud, que ya se iba introduciendo en el edificio. En unos pasos más estuvieron en el interior del recinto. Takumi no se impresionó demasiado, pero se sorprendió al no ver un sitio más lujoso. Dado que estaban en una Universidad privada, lo normal sería haber visto sillas más cómodas, quizá un palco, paredes mejor adornadas... pero aquello se asemejaba más al teatro de un Instituto público: Cientos de sillas plegables estaban repartidas por todo el lugar, donde los alumnos se iban acomodando. En una plataforma un poco más alta, algunos profesores se iban congregando y sentando, preparados para un supuesto discurso de primeros de año.

—Esta es la sala de conferencias -Anunció Eichi, sin gota de sentimiento.

"¿Quién le ha preguntado?" Se dijo Hoshina, ignorándole. Casi todo lo que él decía le molestaba relativamente.

Una vez tomaron asiento -extrañamente, uno al lado del otro-, tuvieron que esperar varios minutos para que todo empezara. Takumi estaba un poco enfadada consigo misma porque se habían sentado juntos, pero por otro lado sabía que hasta no encontrar algún buen compañero, él era su única opción para no perderse en esa Universidad tan grande. Por eso no quería perderle de vista. Amigo o enemigo, por interés propio o por necesidad, necesitaba contar con alguien para conocer aquel lugar lo mejor que pudiese.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el comienzo del discurso del rector, que abarcaría gran parte de la mañana...

&

Eran justamente las nueve de la mañana cuando Kohaku Kimura entró a la sala de conferencias de Hoshina S.A. Yashamura Hoshina ya le esperaba allí junto a Chihiro, su secretaria, que le estaba sirviendo una taza de café recién hecho. El aroma era exquisito; siempre había gustado del café de Chihiro por las mañanas, y siempre solía pedírselo a ella.

En cuanto él entró, ella tomó una taza de la mesita auxiliar y vertió un poco de aquel líquido negruzco para servirle a él también. Se acercó, y con una pequeña sonrisa le ofreció el vaso:

—¿Café, Kimura-san? -Le preguntó en tono afable.

Desde su lugar, Yashamura Hoshina les miró un momento, para luego bajar la cabeza a los documentos que estaba revisando.

—Gracias, Chihiro-san.

Aceptando la taza, acomodó su maletín en la mesa y tomó asiento junto al jefe de la empresa, que no le dijo ni pío. Se aflojó ligeramente la corbata y miró el cielo azul tras el cristal de la ventana.

Ese día era relativamente importante: Un par de socios extranjeros querían hacer un trato importante: Exportar productos de Hoshina S.A. a sus tiendas en Europa y América, un negocio que jugaba un papel importante en la economía de los Hoshina. Los productos informáticos de la empresa se harían internacionales, conocidos a nivel mundial y eso, por supuesto, les daría muchísima fama.

En un principio, Hoshina Yashamura no estuvo dispuesto a recibir a accionistas y aún menos a extranjeros -a saber con qué intenciones- en su empresa. Sin embargo, después de pensarlo detenidamente, vio un gran negocio gracias a esto.

Le había pedido consejo a Kohaku, y él le dijo que era un buen negocio, que se haría de oro en el mercado occidental; no por algo Japón era un país avanzadísimo en el terreno de la electrónica y la informática. Por eso, en aquel día y en aquel lugar iban a cerrar un trato millonario que les elevaría.

Hohina S.A. se enriquecería, se volvería de oro.

Fundada sobre las bases de un Japón en crisis, la empresa se había solidificado con el paso de los años. Hirai Hoshina había sido el primer hombre de la familia en atreverse en aquel terreno, y había salido ganando, dejando la empresa a sus hijos Yashamura y Ryu al morir él. Después de eso habían seguido avanzando, ganando; pero una trama corrupta, un acto ilícito había separado a los dos hermanos.

Kohaku Kimura se conocía la historia completa, y también otras muchas. Sabía además que su superior no era trigo limpio del todo. Pero a pesar de todo, había aceptado aquel puesto, se había ganado su confianza y ahora iba a casarse con su hija. Dentro de unos años quizá, pero él haría de las suyas para que fuera pronto, muy pronto.

Takumi Hoshina era una chica guapa, pero nada del otro mundo para él. Lo único que le importaba de ella era el dinero de su padre, suficiente para vivir como un rey toda su vida. Y por supuesto, una niña rica como ella debía estar harta de hacer ve a saber qué cosas, así que por unos meses tendría disfrute asegurado.

Por no decir que él era un conquistador de primera, -de eso no cabía duda- así que no tardaría mucho en caer en sus redes. Después de casarse, ya vería lo que hacer...

Salió de sus pensamientos al oír la puerta abrirse, fijándose en Chihiro, que desde esta le dirigía una sonrisa. Sin que Yashamura lo notase, se la devolvió. Ella abandonó la habitación poco después, haciendo que Kohaku Kimura recordase la conversación que habían tenido unos días antes...

Chihiro había entrado en su despacho sin siquiera llamar a la puerta. Cuando entró, él la miró de arriba abajo, comprobando que era ella y le sonrió animadamente.

—¿Qué se te ofrece, Chihiro? -Le había preguntado-. ¿No habíamos quedado para mañana?

—Ajá, pero tenía que decirte algo.

—Dime, entonces -La vio ahora con seriedad.

—¿A que no adivinas lo que me ha dicho Yashamura? -Sonrió enorgullecida- Se va a divorciar.

Kohaku se carcajeó. Los hombres siempre les decían eso a sus amantes, pero nunca era así; siempre eran el segundo plato. Aunque, por decirlo de alguna manera, Chihiro estaba muy lejos de ser una verdadera amante.

—¿De qué diablos te ríes? -Exclamó, enfadada. Sus ojos chispeaban; enseguida sus labios dibujaron una mueca parecida a una sonrisa-. Esto mejora sumamente nuestros planes, Kohaku.

—Lo sé, pero quién sabe -Contestó, reprimiendo una sonrisa de burla-. Quizá sólo te quiere como segundo plato.

—¡Ja! Llevo demasiado tiempo estudiándole, Kohaku -Agregó, y acentuando más su mueca-sonrisa dijo-: Él lleva años harto de su mujer; y no me extraña, es una completa frígida que ni siquiera disfruta con el sexo.

Kohaku se echó a reír.

En realidad no le gustaba que ella hiciese eso, pero era su deseo, su venganza. La conocía desde los dieciséis años pero ignoraba lo que había ocurrido para que ella llegara al extremo de querer destruir a Hoshina Yashamura. Sin embargo, como buen amigo la había apoyado en su plan. Habían tardado años en llegar a aquel punto, trabajando codo a codo para que todo aquello llegase a buen puerto.

—Creo que podrías tener razón, pero sé cautelosa antes de dar otro paso, Chihiro -Advirtió, antes de que ella se deslizase hasta la puerta a paso lento.

—Llevo demasiados años en esto para no serlo.

Con una última sonrisa, abandonó la habitación, dejándole seguir trabajando.

Sus recuerdos se desvanecieron en cuanto la puerta se abrió nuevamente. La lengua inglesa inundó sus oídos mientras "sus" socios se acomodaban en los sillones alrededor de la mesa.

Esa iba a ser una reunión larga. Muy larga.

&

—¿Te concentras o no?

Una voz masculina la sacó de sus pensamientos; nuevamente volvió a observar dónde se encontraba. Akiyama la había invitado aquella mañana a su pisito de soltero, como siempre lo llamaba ella con intención de burlarse. Su reunión era para juntar ideas para una nueva novela: esta vez habían decidido hacer una de amor, ya que por lo visto, el género de la ciencia ficción no había dado resultado últimamente.

Para Kaede, cambiar de género era venderse; caer realmente bajo. Sin embargo, para Akiyama Nakamura eso era ser inteligente y no dejarse vencer por el mercado. Como su editor, él siempre le daba ideas para nuevas y buenas historias, pero ella pocas veces las usaba. Era una mujer difícil de complacer.

—Lo siento, Akiyama -Pronunció, estresada-. Realmente no sé lo que me pasa.

—Yo creo que lo sabes, pero no quieres decírmelo -Le contestó con un brillo interesante en los ojos.

—Has acertado -Le sacó la lengua, un poco más animada de repente-. Pero mejor me voy, olvidé que tengo que comprarle unas cosas a mi hija.

—Está bien -Bufó exasperado él. Kaede acababa de contagiarle su pesimismo anterior-. Nos vemos otro día, entonces.

Kaede se levantó, recogió su cuaderno y la pluma con la que solía escribir, y se dispuso a marcharse. Akiyama se adelantó, abriéndole la puerta de su piso con educación.

—Por cierto, Akiyama… -Su socia le miró una última vez antes de marcharse.

—¿Sí?

—Búscate novia, tienes el piso hecho un desastre -Con esto, Kaede se marchó, riéndose por lo bajo.

&

Por fin, tras dos horas de agotador discurso, el rector había terminado y por fin podía salir a despejarse. Takumi se desperezó y bostezó, sintiendo un aire ligeramente fresco inundarla.

Ya no necesitaba a Eichi para nada (al que por cierto había visto con dos chicas cuando estaba saliendo): Había conseguido un mapa de todo el campus, además de otro del edificio donde se le impartirían las clases. Y los tenía porque al entrar se había dado cuenta que había una gran mesa con todo tipo de folletos, entre ellos, esos que ahora tenía y que le habían salvado la vida. Había cogido también uno de la facultad de medicina, ya que tenía gran interés en ella. Desde muy joven quiso estudiar algo relacionado con ella, pero pese a tener buenas notas, por obligación tenía que estudiar algo completamente diferente.

Suspiró.

¿Por qué se resignaba, por qué se tenía que dejar manipular? Oh, claro; casi lo había olvidado: Era la hija única de Yashamura  Hoshina, la única heredera disponible. Aquella hija a la que habían olvidado por tantos años...

Caminó, abriendo el mapa y mirándolo: La facultad de Ciencias Informáticas estaba justo al lado de la de Ingenierías y delante de la de Medicina.

Sin más dilación, avanzó hacia su lugar de destino, que según el mapa no quedaba muy lejos. Árboles, zonas repletas de césped y bancos, hacían aquel lugar más familiar; quizá la palabra correcta era natural, espaciosa. A Takumi le daba fuerza, optimismo, ganas de estudiar y trabajar. Se sentía realmente bien allí.

Decididamente, aquel sería un buen año.

&

Eichi la miró a lo lejos: Takumi era inconfundible. Su cabello moreno se esparcía por su espalda, y aquellos sugerentes tejanos le marcaban bastante bien el trasero. Sonrió; su vista era realmente buena.

Acababa de salir de la sala de conferencias-anfiteatro, se había deshecho de un par de "amigas" y había comenzado el camino a la facultad. Al cabo de unos minutos pudo distinguirla entre toda la multitud, la única que podía tener un cabello así de largo casi sin recoger.

Esperaba que su último año fuese bueno y poder irse de allí cuanto antes; también poder librarse de aquella visión que le atormentaba.

Confiaba en aprobarlo todo. No por algo tenía una de las notas medias más altas de su curso. Después haría algún tipo de máster, o quizá se pondría a trabajar en algo que realmente le gustase; o estudiaría algo que le gustase más. Nunca se sabía, pero lo que sí era verdad es que al acabar el curso, después de las vacaciones con los Hoshina, se largaría.

Y no lo volverían a ver más.

Las cosas se habían suavizado, y quería que siguiesen así. Que Takumi no le provocase, a pesar de que su mente quería lo contrario.

Intentaría no volverse más loco de lo que ya estaba.

Décima parte:

Ir a clase, estudiar, ir a trabajar... Takumi nunca había hecho tantas y tantas cosas seguidas. Aquello sólo se podía comparar a su último curso de Bachillerato pero con trabajo incluido. Por la noche llegaba a casa tan reventada que sólo podía estirarse en la cama y dormir dos horas antes de la cena. Tenía un trabajo duro en una hamburguesería, que le iba bastante bien con la Universidad, de la que nada más salir, tenía que dirigirse a él.

A pesar de su obediencia, se había permitido contarle una pequeña mentira a su padre, quien tenía entendido que estaba en un club y por eso venía tan tarde. Por supuesto, su madre sabía lo que estaba haciendo y se lo permitía. No por algo había firmado su contrato, ya que por desgracia, su mayoría de edad no la cumpliría hasta los veinte.

Por otro lado, con Eichi ya no era lo mismo. Para su tranquilidad, él no la había vuelto a molestar, por no decir que ni siquiera la miraba. Lo único que hacía era llevarla a la escuela por la mañana, pero eso se acabaría cuando se comprase la bicicleta que quería, con la cual ya no tendría que ir con él todas las malditas mañanas.

—Hoshina, hemos acabado la clase -Su compañera vio oportuno "despertarla" de sus pensamientos, ya que se estaba durmiendo-. ¡Hoshina!

Pareció hacerle gracia como ella salía de sus ensoñaciones con un pequeño saltito.

—¡Eh!-La muchacha saltó en su asiento- ¿Qué...?

—Hemos acabado la clase -La joven le sonrió y se levantó de la silla, marchándose-. Hasta mañana, Hoshina.

Oh sí, estaba en clase de cálculo, lo había olvidado completamente.

Takumi se quedó allí un rato, sin saber lo que hacer, hasta que cayó en la cuenta que debía llegar al trabajo o la volverían a reñir. Por eso empezó a recoger sus apuntes y estuche a toda prisa, metiéndolo todo en su bolsa de mano. Olvidó apuntar lo que había en el gran pizarrón y bajó por las pocas escaleras que conducían desde su asiento hacia la puerta. Al otro día se encargaría de preguntarle a su compañera de al lado lo que tocaba, pues era bastante amable con ella y no dudaría en hacérselo saber; o eso creía ella.

Tocaban las cuatro y cinco de la tarde mientras salía por la puerta de la facultad y se encaminaba a la parada de autobús más cercana. Algunos alumnos aún rondaban por los alrededores, celebrando el fin de las clases por aquel día. Takumi se sentó en un banco a esperar su transporte y mientras lo hacía, se dio cuenta que estaba sedienta.

Como no se había traído ni una sola botella de agua, caminó un poco, hasta una fuente de la que usualmente bebía. Enseguida, un chorro de agua refrescó la sequedad de su boca. Volvió a la parada del bus, donde todo parecía estar tranquilo, pero tarde se dio cuenta que el autobús que debería llevarla a la ciudad acababa de enfilar la carretera, y no pasaría hasta cuarenta y cinco minutos más tarde.

Takumi suspiró contundentemente. ¿Qué haría ahora?

Como respuesta, oyó el sonido de un claxon. Pero se decepcionó al ver que iba dirigido a otra persona.

Bueno, no estaba todo perdido: caminaría. Tenía una hora para llegar y prepararse, ya que no comenzaba hasta las cinco. Y tomando el camino del autobús, avanzó sinuosamente por las calles que la llevarían hasta su destino.

&

Kohaku Kimura recién salía de una conferencia en la universidad, totalmente aburrida y de cosas que conocía muy bien. Ocasionalmente, su jefe le obligaba a asistir a algunas que le parecían interesantes y le hacía comentárselas, ya que él no podía asistir debido a su poco tiempo. ¿Aquel viejo excéntrico se pensaba que era una especie de sirviente, o qué? Así Yashamura Hoshina se mantenía informado del mercado, las nuevas oportunidades, todo con el fin de modernizarse.

Cuando un mes antes habían aprobado el plan de volver Hoshina S.A internacional, la innovación había acertado en él como un remolino de hechos totalmente nuevos. Quería mejorar y vender sus productos, acertar en todo.

Para él, el hijo único de los Kimura, todo iría de fábula si la cosa seguía así.

Mientras pensaba en esto, vio a una joven que le era familiar caminando de espaldas a él, probablemente hacia el aparcamiento. Pensó en tocarle el hombro y cuando se volviese, ponerle su mejor rostro de seductor, pero otra cosa, o mejor dicho, persona, le llamó sumamente la atención.

Un chico moreno con el cabello recogido en una coleta alta. Tez clara y ojos grises o más claros, casi blancos. Aquel extraño color sólo podía provenir de una familia, y él sabía muy bien cuál.

Aquel era Eichi Hoshina, que salía de la misma conferencia que él. Aquel que alguna vez fue un pobretón pero que ahora residía en la misma casa que su prometida. El que alguna vez le sorprendió con su genio y que le había igualado en ligues cuando iba a la Universidad.

Si no recordaba mal, a él le faltaba más o menos un año para terminar la carrera y empezar a trabajar en la empresa, aunque ya había comenzado a hacer sus pinitos. Su tío, Yashamura, ya le estaba preparando para trabajar, y lo había podido ver en más de una reunión.

Él era el pequeño desliz de sus planes con Chihiro, para el cual no tenían un plan aún.

No podía subestimarlo; el tiempo le había enseñado a no subestimar a sus enemigos, aunque él sólo fuera un antiguo rival en la universidad.

Sin embargo, tenía su punto débil, como todos.

Él, Kohaku Kimura, tenía un irracional interés en conocer el pasado de ciertas personas, y en todas las ocasiones que alguien le había interesado se había encargado de enterarse por cualquier medio. Aunque sólo lo revelaba cuando le hacía falta. Y el de Eichi Hoshina, por supuesto, lo tenía en la punta de sus dedos, aunque no lo conocía por entero.

Únicamente había revelado ciertas cosas en los primeros cursos de Universidad, y Eichi había dejado de ir con ciertas chicas.

Sin quererlo, quiso cambiar de tema y cuando se giró nuevamente a la chica de antes, ésta había desaparecido.

&

Eichi salió de aquella estúpida conferencia. No entendía por qué su tío tenía que enviarlo a aquellas idioteces. Si no fuese por ella, podría haber dedicado el tiempo a otras cosas mucho más interesantes, como por ejemplo salir con chicas, dormir o ir al bar de copas más cercano. Y por supuesto, antes de nada, ir al encuentro de Tamaka Ayame, su psiquiatra, que le había llamado diciéndole que acudiera a su hogar en cuanto pudiera para una nueva consulta.

Desde que había tomado distancia con Takumi, sin embargo, creía estar mejor. Sin embargo, el mero contacto de ambos en el coche le hacía volver a su enfermiza obsesión por ella. En ocasiones, tenía la tentación de entrar a su habitación de noche y observarla. Pero no lo hacía, se controlaba demasiado.

Aunque eso probablemente le llevaría a explotar en el momento menos pensado. No tenía miedo, simplemente sonreía cuando pensaba en esto.

Era lo que ella causaba en él.

No podía controlar esos sentimientos de obsesión y locura que poblaban su mente en cuanto la veía. Ella era como una enfermedad para él; una enfermedad que aceptaba en cualquier caso, y que no dudaría en explotar al máximo en cuanto tuviera ocasión.

A pesar de todo, Takumi estaba mucho más tranquila, y él también.

Pasaba mucho menos tiempo con ella, con lo que aquel sentimiento se disipaba en sus clases y cuando estaba en la empresa, trabajando. Entre lo malo y lo bueno, aquello estaba más enfocado hacia lo bueno.

Eso, creía Eichi, era lo más importante.

No quería hacer creer a su psiquiatra que estaba cambiando, portándose bien, que se estaba recuperando de su enfermedad.

De un modo u otro siempre salía, no podía pararla, y era mejor aceptarla que estar huyendo y conteniéndose. Sabía que de no ser por las cosas que ocurrieron en su pasado, él tendría una mente sana, pero iluso sería si creía poder cambiar un pasado que sólo él había elegido.

Algunos recuerdos siempre volvían en sus pesadillas para volver a destrozarlo, pero no importaba. Era un ser traumatizado, lleno de rencor hacia los hombres y tan sólo a algunos tipos de mujeres.

No tenía interés en cambiar.

Y una pregunta no paraba de rondar en su cabeza.

Ahora estaba tranquilo pero, ¿qué sería de él cuando perdiese el control de todo?

Volvió a fijar sus ojos en la calle por la que caminaba, y allí la vio; a ella. Hacía tiempo había perdido todo contacto con la realidad, y ahora que volvía a retomarlo, no sabía ni dónde estaba, pero podía ver, junto frente a él, a su prima Takumi.

Volvió a fijarse en aquel cuerpo vestido con una camisa amarilla, unas pantalones tejanos que le llegaban a las pantorrillas y unas sandalias.

¿Acaso no tenía frío? Bah, seguro que quería volver a provocarlo, y no sólo a él, sino a todos los de su clase.

Decidió seguirla con el coche, ya que por supuesto, no se dirigía al club de fotografía al que había dicho que pertenecía.

&

Llegó a su trabajo a las cinco en punto, con la particular bronca de su jefe por haber llegado tarde un día más. Mientras se cambiaba y oía sus amenazas de despido, no pensó en nada más que en llegar de una vez por todas a su puesto para no seguir oyendo reclamos. En parte había sido culpa suya el llegar parte, por ir a beber agua. Por otro lado, el maldito conductor del autobús -y que la perdonaran por la expresión- no había esperado ni un minuto a que alguien se subiese, sino que se había largado al no ver a nadie en la parada; directamente había pasado de largo.

En cuanto acabó de ponerse el uniforme se situó en una de las cajas para tomar los pedidos y ponerlos, substituyendo a un compañero que ya se marchaba y que le dio las gracias de antemano. Takumi se dedicó a apuntar en la pantalla LCD lo que el cliente quería tomar, y comenzó a poner las bebidas, para luego ir directa a por las hamburguesas y gritar un par de pedidos a la cocina con algo de timidez. Ciertamente aún no se había acostumbrado a aquella rutina, pero confiaba en que lograría hacerlo.

Recordaba cómo hacía dos semanas había visto un anuncio en aquella hamburguesería y le había comentado a su madre -que era en quien más podía confiar- que si la dejaría trabajar allí y firmaría su contrato. Ella había estado contenta en que su hija quisiese trabajar y no había dudado en decirle que sí. Sólo le hizo prometer a su madre que no se lo contaría a su padre o a Eichi, y ella estuvo de acuerdo.

No es que se llevara del todo con su madre después de todo lo que había sucedido, pero aun así la quería muchísimo, ya que no tenía otra.

Continuó trabajando, sin pausa para comer, hasta las ocho y media de la noche. En media hora más se acabaría su turno y volvería a su casa para descansar. Casi a quince minutos para acabar, sin embargo, pasó algo en lo que ni siquiera había creído posible: Kohaku Kimura, frente a ella, haciéndole un pedido.

&

Había sentido hambre después del trabajo, por lo que fue a la hamburguesería más cercana para conseguir algo rápido. No era muy de comer comida basura, pero habían pasado ya muchas horas desde la comida y no resistía con un simple café, por no decir que cuando llegase a casa no quería tener que cocinar nada, sabiendo cómo acababa de mal la cocina cuando lo hacía.

Era un hombre soltero, sí, y bastante ordenado, ¿por qué no decirlo?

Pero, por desgracia, la cocina se le daba fatal.

Al entrar al establecimiento, ni por asomo se esperaba con quién se iba a encontrar allí, pero cuando le atendieron, reconoció al instante a la persona tras el mostrador.

—¿Takumi? -Preguntó.

—¿Kimura-san? -Tartamudeó ella.

—Menuda sorpresa -Le sonrió enseguida, escondiendo su exclamación al saber que ella trabajaba en lugar de esos.

—Pues sí -La joven curvó sus labios en una bonita sonrisa.

—¿Cuánto te falta para salir? -Preguntó ahora, sin darle tiempo a responder.

—Quince minutos -Agregó Takumi, sin saber muy bien por qué se lo había dicho.

Llevaba poco sin verlo, contando con que habían tomado el té varias veces con sus padres con el interés de que se conocieran más. No es que se llevaran mal, pero Takumi lo veía con poco interés, y aún no le tenía mucha confianza.

—¿Quieres que te lleve a tu casa? -Le preguntó su "prometido" con amabilidad.

—No hace falta -Respondió Takumi con timidez-. Cogeré el autobús, no te preocupes.

—Insisto.

La mirada de su jefe apresó a Takumi, que se dedicó a preguntarle a Kohaku lo que quería tomar. Éste comprendió al instante, y comenzó a pedirle a Takumi varias cosas.

—Quiero una doble con queso, una ensalada y agua para beber. Todo para llevar.

Ella caminó rápidamente y en cuestión de tres minutos, el pedido estaba listo para llevar.

—Qué eficiente -La halagó Kohaku. Te espero fuera para que te cambies.

—E-Está bien -Takumi no pudo negarse. Su encanto era irresistible, aunque le recordaba a Eichi en varias cosas no muy buenas.

Transcurrieron quince minutos desde aquel singular encuentro y al fin terminó su turno. Se desperezó y fue hacia el vestidor, donde ya varias chicas se estaban cambiando para salir. Ella las imitó, y en medio minuto ya estaba lista, hasta que oyó algunos comentarios subidos de tono de sus compañeras de trabajo dirigidos a ella.

—Qué suerte tienes, niña -Le dijo una, desde su taquilla. Era una chica rubia bastante bien dotada y sobretodo muy salada- ¿Quién es ése tío bueno que te está esperando fuera?

Takumi se sonrojó violentamente, dando a entender lo avergonzada que se sentía por aquel comentario. Sus compañeras se rieron, y una de ellas le respondió a la otra:

—Inoue, no avergüences a la chiquilla -Le dijo otra, un poco más recatada pero igual riéndose-. No es culpa de nadie que tú no tengas novio.

Mientras ambas seguían peleándose y las demás reían, Takumi se cambió y salió del vestidor sin ser vista. Si bien quería reírse, pero tenía algo de temor a que la tomaran a mal.

Se despidió de algún compañero y de su eternamente-cabreado-jefe, que la fulminaba con la mirada. Saliendo del local, se desperezó y sintió el aire frío correr por su rostro. Era una sensación reconfortante.

Y allí estaba Kohaku Kimura, esperándola en su coche. Le sonrió al verla, y ella le devolvió el gesto tímidamente, subiendo al asiento del copiloto.

Recordó aquella situación, e irremediablemente la comparó con el camino a la facultad que hacía con Eichi.

¿Por qué ése idiota tenía que meterse incluso en sus pensamientos? De ninguna manera eso tenía respuesta, pero sabía que todo había mejorado mucho desde que ambos no se dirigían -sólo en variadas ocasiones- la palabra.

—¿Estás bien? -Le preguntó su prometido al arrancar el motor del coche-. Te noto extraña.

—Sólo es que he trabajado mucho.

—Ya veo -El chico fijó la vista en la carretera y siguió preguntando-. ¿Y cómo es que trabajas aquí, tu padre te deja?

—Ehmmm... -Ella dudó-. La verdad es que no, pero quería trabajar.

—Así que sigues con eso, ¿eh?

—Sí.

Takumi rogó porque no se lo contara a su padre, porque aunque no lo conociera mucho, sabía muy bien que la mataría -no en el estricto sentido de la palabra- si se enteraba.

—No te preocupes, no le contaré nada -Habían parado en un semáforo. Él se giró con una sonrisa angelical. Diablos, sí estaba bueno, sí. Se sonrojó inmediatamente al pensar esto y giró la cabeza hacia el paisaje.

—Gracias, Kimura-san.

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Habían discutido de nuevo. La había insultado, le había dicho lo mala esposa que era por haberse negado a mantener relaciones sexuales con él. Incluso había intentado golpearla, pero ella había huido hacia el baño, donde hasta ahora estaba segura.

No se lo permitiría, no de nuevo, como años atrás, donde tenía que ocultar sus moretones a los vecinos y amigos; donde tenía que ser un florero para él.

Siempre ocurría algo que le hacía ser violento, pero ahora no tenía motivos. Desde hacía años sólo soportaba sus instintos de vez en cuando, pero esta vez había sido demasiado.

Escuchó la puerta cerrarse con violencia y luego todo quedó en silencio. Aun así, no se decidió a salir.

Deseaba que Eichi, o su hija estuviesen allí, pero no regresaban hasta tarde.

Sollozó, y lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.

El teléfono aún reposaba en su mano por si tenía que llamar a la policía, pero en este caso no sería así. Sólo había una persona a la que llamar: Akiyama Nakamura.

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Eichi Hoshina corrió las cortinas hacia un lado y miró por la ventana; Takumi llegaba más tarde de lo normal. Ya eran las nueve y media, se preguntaba qué había estado haciendo para que fuese esa hora y aún no hubiese aparecido.

No es que le importara su vida, pero nada le impedía saber lo que hacía ella o no.

Pero como si sus pensamientos se hubiesen hecho realidad, observó aquel deportivo negro llegar, y a ella salir de él.

Se preguntó quién era esa persona que la había traído. No dudaba que su prima fuese una cualquiera, pero por las cosas que veía en ella, cada vez le parecía más obvio que salía con más tipos desde que había entrado en la Universidad.

"Así que aparte de mentirle a tu padre diciéndole que estás en un club, vienes en coches de tipos con dinero". Sonrió, inquieto.

¡Qué ironía!

Una niña rica como ella trabajando; idílico, jamás visto.

Porque sí, Eichi Hoshina había espiado a su prima y había descubierto que trabajaba en una hamburguesería del centro.

Dejó la ventana y se metió en la cama, estirando sus músculos.

Hacía poco, cuando bajaba a por algo de comer, había descubierto a Yashamura durmiendo en el sofá pese a ser las nueve de la noche. En la cocina no había nada preparado, por lo que tuvo que hacerse algo rápido. Después de eso intentó ir a ver a Kaede, pero su habitación estaba cerrada a cal y canto, por lo que decidió ir a su cuarto y estudiar un poco.

Ahora oía la puerta de entrada cerrarse, y a alguien deslizándose por la planta inferior. Suponía que sería ella, tampoco se iba a levantar para averiguarlo.

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Después de un recorrido más o menos largo, al fin llegaron frente a la casa de los Hoshina. Takumi no tardó en bajar del automóvil, consciente de que llegaba un poco más tarde de lo habitual.

—Hasta otra, Takumi -Le dijo Kohaku desde el coche- Espero que podamos vernos más.

—Bien -Atinó a contestar ella-. Eso espero.

Se inclinó levemente como despedida y se alejó mientras oía el motor rugir en la noche. Atravesó la verja y todo el jardín hasta llegar a la entrada, donde se encontró la puerta ligeramente abierta. Cuando entró, se encontró todo oscuro y apenas con visibilidad.

—¿Mamá? -Preguntó al aire, pero nadie respondió.

Dio algunos pasos en la oscuridad. Era extraño que todo estuviera así a esa hora. Pensó en encender la luz, pero algo la dejó completamente helada...

—¿Qué haces aquí tan tarde? -La voz de su padre la espantó, haciéndola dar un bote en su sitio.

—Pa-papá -Tartamudeó, viendo cómo se le acercaba-. Si-Siento llegar tarde, pero me entretuve.

Tragó saliva viendo el rostro severo de su padre acercarse, a pasos lentos y controlados él se iba aproximando. Sus ojos refulgían con ira; parecía realmente enfadado. Takumi nunca había visto a su padre así, y ahora que lo veía más detenidamente, podía decir que la asustaba. Convenio que era mejor bajar la mirada y disculparse de nuevo; quizá así la dejaría marcharse rápido.

—L-Lo siento.

—No quiero que vuelvas a llegar tarde, ¿me has escuchado? -Yashamura Hoshina no había levantado demasiado la voz, sin embargo, su hija notó en su tono una ira latente-. ¡Te he preguntado si me has escuchado!

Puede que siendo una niña se hubiese puesto a llorar, pero no lo era, por lo que siguió enfrentándole con la cabeza gacha, sin ningún reparo. Cuando respondió, temblaba imperceptiblemente.

—Sí, padre.

Era realmente temible. Se sentía pequeña ante él, como la menuda y temerosa niña que había sido alguna vez. Ignoraba por qué estaba enfadado, pero parte de ese enfado se debía a ella. Su presencia imponente y la oscuridad de la habitación la hacían temblar sin control ahora y tenía unas ganas locas de huir de aquel lugar.

Y es que Yashamura Hoshina estaba enfadado, demasiado enfadado como para no pagarlo con alguien en ese mismo instante. Había discutido con la estúpida de su mujer. Tenía a Chihiro, sí, pero quería tener sexo con Kaede; un simple capricho que había acabado en pelea porque ella se había negado. La había insultado, incluso querido golpear, pero la muy maldita se había encerrado en el baño con pestillo y no pudo derrumbar la puerta.

La mantenía, le daba todos sus caprichos; incluso mantenía a aquella niña que era hija de ambos.

De un puñetazo, tiró uno de los jarrones que decoraban una pequeña mesita de noche y le levantó la mano a su hija. Takumi cerró los ojos, asustada.

—¿Crees que puedes hacer lo que te dé la gana, como llegar tarde? -Dijo fríamente, esta vez levantando la voz-. Puede que hayas pasado toda tu vida sin mano dura en ese internado, pero conmigo no será así. Te lo aseguro.

No tuvo tiempo de decir nada, cuando una mano se descargó contra su mejilla. Enseguida notó el líquido corriendo por la comisura de su labio. No lo entendía, podía ser muy duro con ella, pero jamás se lo habría esperado.

Abrió los ojos, a tiempo para ver como otro golpe se dirigía a ella, pero alguien se interpuso en el choque. En un principio creyó que era su madre, pero luego oyó aquella voz masculina tan conocida, y tras eso abrió los ojos y le vio allí: Su padre había golpeado a su primo en lugar de a ella, mientras éste se quedaba frío como la piedra. El otro hombre se quedó estático por unos segundos, hasta que se dio cuenta de lo que había dicho.

—¡No quiero que te metas en esto, Eichi! -Exclamó su tío, enfurecido; trató de apartarle, pero él le agarró fuertemente.

Takumi seguía en la escalera, patidifusa. Acercó sus dedos justo a aquel punto de su boca donde le dolía, notando un pequeño corte producido por la fuerza del golpe. Miró la sangre en sus dedos, notando como ésta seguía saliendo.

—No pienso dejar que la toques -Afirmó su primo.

Takumi abrió los ojos desmesuradamente al oír esto… Pero si era él quien siempre quería lastimarla, ¿por qué se contradecía ahora?

Kaede, que había escuchado ruido en la planta baja, descendió rápidamente las escaleras; inmediatamente después de ver la escena que se desarrollaba abajo, se abalanzó hacia su marido como una fiera.

—¿Qué mierda has hecho, hijo de puta? -Gritó, como una leona defendiendo a sus cachorros-. ¡No te atrevas a ponerle otra mano encima a mi hija!

Eichi actuó entonces, separándola de su marido; la mantuvo firmemente sujeta mientras la puerta delantera de la casa se cerraba de un portazo y un furioso Yashamura Hoshina desaparecía por ella.

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Eran cerca de las diez y media de la noche cuando el teléfono empezó a sonar en casa de Akiyama Nakamura.

—¿Diga? -Una voz somnolienta se puso al aparato.

La voz de Kaede sonó; su seriedad asustaba:-Necesito hablar contigo, Akiyama.

—¿Qué ha ocurrido? -Se le había ido completamente el sueño al escuchar ese tono en ella.

—Es Yashamura.

—¿Te ha tocado? -Preguntó, incorporándose en la cama.

—No, pero sí a Takumi.

—¡Ese bastardo! -Exclamó Akiyama al escuchar esto último, levantándose de la cama de un salto-. ¿Qué le ha hecho?

—Le ha partido el labio de un golpe; por suerte, Eichi se ha interpuesto cuando le iba a dar el segundo.

—¿Quieres que vaya? -Preguntó preocupado-.

—No, no te preocupes, él se ha ido -Su voz sonaba tirante.

—¿Ni siquiera piensas llamar a las autoridades? -Hubo un silencio al otro lado de la línea.

—Sé mejor que nadie que no nos harán caso. Yashamura no es cualquiera, lo sabes bien, Akiyama.

—Espero poder verte pronto, Kaede.

—Ojalá. Hasta pronto.

Su voz dejó paso a un pitido distante, señal de que ella había colgado el teléfono.

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Había conducido por las calles sin querer llegar a ningún lugar, perdido en sus pensamientos. Pero inevitablemente, ahora estaba allí, en casa de Chihiro Ichinose, su secretaria y amante. Mientras bajaba del coche, supuso que ella estaría despierta, así que apretó el timbre. Ella no tardó en abrirle la puerta, vistiendo una ligera bata de seda; su bonito rostro expresaba sorpresa.

—¿Qué haces aquí? -Fue todo lo que dijo-. No sabía que venías.

—Quería verte -Mintió.

—Pasa entonces -Aceptó con una sonrisa nada inocente.

No quería contarle nada de lo que había ocurrido, pero inevitablemente, ella se lo sacaría tarde o temprano, así que empezaría cuanto antes. No por algo Chihiro era la mujer en la que más confiaba. Hermosa, comprensiva, joven. Ella era ideal, tal como lo había sido Kaede hacía ya años. Sin embargo, ya se le había pasado el arroz.

Él tenía dinero, se podía permitir a cualquier mujer, por eso ya no la quería. Era la cruda verdad. Hacía tiempo que se había cansado de su esposa y todo lo que conllevase estar con ella.

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—Te voy a poner un poco de yodo, estate quieta -Era su primo el que hablaba.

Su madre le había mandado curarla, ¡cómo si ella no fuera capaz de hacerlo! Takumi había insistido en hacerlo ella, pero su madre era tan exagerada que había acabado accediendo a que "ése" le hiciera lo que tuviese que hacer.

"Tengo que hacer una llamada, y ese corte no puede esperar" Había dicho su madre.

Y ahora estaba en el baño de la primera planta, dejándose curar por Eichi mientras trataba de pensar en otra cosa que no fuese en él; y no era para menos...

Tenía el cabello suelto ligeramente despeinado y vestía una camisa con los dos primeros botones desabrochados, dándole una hermosa panorámica que no podía dejar de mirar. Una marca roja surcaba su mejilla, probablemente el golpe que había sido dirigido principalmente a ella.

Bajó la vista aún más, dolida.

A pesar de no caerle bien odiaba verlo con aquella marca en el rostro. La había sorprendido al defenderla, pero aún más al llevarse aquella bofetada por ella.

-Si-Siento que te hayas llevado ese golpe por mí -Se sorprendió al tartamudear; hacía años que no lo hacía tan seguido.

En un ademán tierno, llevó sus dedos hasta aquel rostro masculino y acarició la parte dañada con cuidado. Eichi paró de apretar la gasa contra la herida en su labio, mirándola como si se tratase de un extraterrestre. Por fin, tras un momento en que ambos se miraron a los ojos, habló finalmente, con una expresión que erizó todo el vello de Takumi.

-Lo único que he hecho es proteger lo que es mío -Quitó la mano de Takumi de su rostro, y ella bajó la mirada de nuevo, aturdida por lo que acababa de oír-.

Listo, he acabado.

Tal cual, se marchó por la puerta del baño, dejándola sola con sus dudas.

Continuará...