El diablo de ojos blancos...#Capítulo 21.

—No lo volveremos a repetir, supongo —habló Tilo, mientras se vestía y se levantaba de la cama.

Mañana del martes, principios de noviembre

Eichi entró, golpeando la puerta del antro de mala muerte al que lo habían citado. El ambiente lleno de humo de cigarro y la carrera hasta allí lo hacían respirar con dificultad mientras la ira e irritación que sentía supuraban por sus poros, de forma que sus ojos destellaban con un brillo peligroso. Veloz, uno de los chicos más jóvenes subió las escaleras y desapareció, probablemente para avisar a su jefe (y bien que hacía) de su llegada y los demás, sorprendidos y alertados con su intrusión, se quedaron estáticos, mirándole. Reconoció a algunos de los más mayores, que habían empezado a trabajar allí con él a sus quince años y aún seguían presos de ese hombre, quizá por falta de recursos económicos.

—Eichi Hoshina —una voz que no oía desde hace un par de años le llegó desde lo alto de las escaleras—. Cuánto tiempo.

«Pasa chaval, claro que tengo comida".»

El chico subió la mirada para enfrentarse a unos rasgos fríos y a unos ojos negros que parecían querer arrancarle el alma una vez más, como tantos años atrás. Retuvo todo el aire que quería salir de sus pulmones, incapaz de contener el temblor de su cuerpo.

«Vamos, no llores, te acabará gustando»

No podía despegar la mirada de sus ojos negros, y de repente, toda la adrenalina se disipó, siendo sustituida por una fría y oscura serpiente que le llenó el pecho.

«Me gusta esa cara de nenita que tienes.»

Apartó la mirada, con un escalofrío y su voz resonó temblorosa cuando habló:

—No vengo por ti, Kimura Yashiro.

— ¿Y por quién vienes? —preguntó con lentitud, como si disfrutase de sus reacciones.

—Por tu sobrino… —su voz fue bajando gradualmente, hasta convertirse casi en un murmullo.

Parecía que sus ojos negros lo absorbían y se quiso mantener firme, pero sus piernas amenazaban con ceder y dejarlo caer al suelo.

«Nadie te va a oír, por mucho que me supliques»

Fijó sus ojos en un punto vacío de la pared pero sólo consiguió ahogarse en sí mismo. La ira desaparecía, sustituida por la vergüenza, el dolor y el asco de tener que enfrentarse a su miseria.

« ¡Vamos, grita, me gusta oírte!»

Todo ese tiempo intentando guardar aquellos hechos en un rincón y después de tantos años, las ganas de huir llenaban cada segundo hasta la eternidad y su cerebro luchaba por obedecer a la desesperación. Pero algo lo mantenía allí, firme y batiéndose para mantener la serenidad: Tilo. Tenía que sacar al estúpido de Tilo de allí.

— ¿Dónde está la chica? —preguntó Yashiro Kimura.

—Estoy aquí.

Eichi resucitó desde su agujero y se dio la vuelta al oír la conocida voz: Takumi estaba allí, con una mirada decidida que no le había visto jamás mientras apretaba los puños y miraba fijamente Yashiro.

Takumi no pudo haber aparecido en un momento menos indicado, pues Kohaku Kimura hizo acto de aparición pocos segundos después que ella, apoyándose en la barandilla con una sonrisa de oreja a oreja.

—Así que has venido —comentó.

— ¡Takumi! —Exclamó Eichi, totalmente ido de sus casillas—. ¡¿Qué mierda haces aquí?!

Ella le miró, y percibió la decepción y el miedo grabados en sus ojos. Bajó la vista, notando un vacío invadirle el pecho. Cerró los párpados y suspiró.

—Tenía que hacerlo —susurró para que sólo la oyera él.

Una vez más, la maliciosa voz de Kohaku resonó por todo el local, esta vez dirigida a Eichi:

—Míralo por el lado positivo: ella finalmente se ha decidido y ha volado a mis brazos como un pajarito asustado.

—Cierra la boca —escupió Eichi, clavando la vista en él de forma amenazante.

Takumi miró hacia arriba con todo el asco y la rabia que fue capaz de juntar.

—Si tanto me quieres, aquí me tienes.

— ¿Te entregas a mí, sin más?

Aquellas pupilas negras estaban repletas de violencia, llevando en ellas la promesa de terminar con todo lo que ella estimaba y con ella misma sí así él lo quería. Sin embargo, su respuesta fue la misma que tenía en mente desde esa mañana.

—Sí —empezó y tragó saliva—: Pero con una condición.

— ¿Condición? —El moreno sonrió con sarcasmo—. ¿Piensas que puedes poner condiciones?

Eichi mantenía los ojos muy abiertos, incrédulo, y la tomó de un brazo con fuerza.

— ¿Qué mierda haces, Takumi?

—No, Eichi, por favor, no me pares —se rehusó ella, deshaciéndose de su mano como pudo.

Takumi estaba harta de que todo el mundo le sacase las castañas del fuego. Quería ser ella sola la que enfrentase aquello, porque al fin y al cabo, era un problema suyo y no de él. Con un suspiro, siguió con lo que le estaba diciendo a Kohaku en primera instancia.

—Quiero que dejes a Eichi y a Tilo en paz, no intentes hacerles daño, ni ninguna de tus tretas. A cambio…

Su mente se debatió mucho en su última frase, y avanzó un par de pasos hacia la escalera, evitando darle la cara a Eichi (aunque sentía su mirada clavada en la nuca). A su vez, Kohaku fue bajando poco a poco las escaleras hasta la mitad de su recorrido.

—A cambio, ¿qué? —la apremió él, con voz peligrosa y la misma sonrisa.

—Yo… me casaré contigo.

Al oír esto, Eichi acortó la poca distancia que les separaba y la volteó bruscamente del hombro. Cuando ella le miró, vio sus ojos muy abiertos, furiosos:

— ¡Estás loca, no sabes…! —exclamó Eichi, recuperando el empuje que había perdido poco antes—. ¡Parece que no sepas quién es él, quiénes son ellos!

— ¡No, Eichi! —Acarició la mano de él, que apretaba su hombro, y con dulzura, murmuró—: Déjame hacer esto…

—No lo hagas —gruñó, como un animal herido y dirigió una mirada de profundo asco hacia la barandilla, donde reposaba Yashiro Kimura—. Yo ya le pagué a ese ser hace mucho tiempo. No hagas ningún trato con ellos.

Takumi abrió mucho los ojos y enseguida bajó la mirada, mordiéndose el labio inferior. La expresión de dolor que le dirigía Eichi no le pasó desapercibida, y toda su determinación se esfumó como cenizas al viento. Se obligó a controlarse: no podía faltar así a lo que se había prometido a sí misma. Debía llegar al final. Pero antes de poder proseguir, un comentario la paró:

— ¿Cómo pagaste a "este" ser, Eichi? —Rio Yashiro, con una mueca divertida y una mano apoyada en la cara—. ¿Con el dinero robado a tu tío o haciendo otras cosas? –su expresión se tornó llena de malicia.

Eichi apretó la mandíbula y Takumi le miró, pasmada, sin querer entender nada. Se mordió el labio y sus ojos ardían de tristeza; sin querer, su mente imaginaba lo que Eichi había tenido que padecer a causa de ese hombre y un inmenso dolor mezclado con rabia se le instalaba donde tenía el corazón.

— ¡No hables de algo que tú mismo provocaste! —gritó el chico, saliéndose de sus casillas; de su miedo no quedaba ni rastro.

— ¿Y le has contado a ella los detalles de lo que hacías? –soltó el tipo, sus palabras plagadas de veneno, cambiando el rumbo de la conversación.

Yashiro rio de nuevo bajo la inclemente mirada de Eichi, que cada vez le veía con más odio.

—Cierra la boca… Parece que no llegas a entender todo el desprecio, el asco y el odio que siento por ti —Eichi desprendía frialdad en cada palabra.

La voz temblorosa de Takumi, entre curiosa y asustada, habló una vez más:

— ¿Qué… detalles?

La chica sabía que la única intención de ese hombre era hacerle todo el daño posible a su primo pero ella quería saberlo; quería oírlo de la boca de alguien.

—Vamos, Eichi, ¿prefieres decirlo tú o tengo que contárselo yo?

Pero Eichi calló, incapaz de hablar y perdió la mirada en un punto intermedio del suelo.

—Pequeña Hoshina —empezó aquel hombre—. Eichi se vendía a hombres, ¿te imaginas? Antes de estar contigo, estuvo con tantos hombres como quieras imaginar.

Sin darse cuenta, la chica había abierto la boca, incapaz de creerse que él estuviese diciendo una cosa así con tanta tranquilidad.

— ¡Cierra la puta boca! –bramó Eichi, con los puños apretados; su mirada seguía en el suelo.

—Dijo que por necesidad de dinero, yo digo que por puro vicio y que disfrutó de cada vez… —se rio y entonces, con regocijo, soltó—: Incluso me entregó a mí su primera vez.

Takumi no podía desprender la vista de los ojos de Yashiro, horrorizada mientras su mente asumía aquella cruel y vil revelación dicha con una sonrisa en los labios. Se giró hacia el chico, rezando porque nada de aquello fuese cierto, que todo formase parte de una terrible pesadilla, pero lo que vio en los ojos grises de su primo la asustó tanto que quiso olvidarse de lo que había oído. Porque ahora sí, estaba segura que todo lo que Yashiro había dicho era cierto.

De un momento a otro, Eichi sintió su mundo tambalearse, porque ahora no había vuelta atrás, y soltaría todo aquello que hacía tantos años llevaba dentro. Todo ese odio almizclado con que cargaba debía salir en algún momento y creía no poder contener más lo que llevaba dentro.

— ¡QUIÉN LE JODE LA VIDA A UN CRÍO DE ESA MANERA! —Bramó, descontrolado, avanzando un par de pasos—. ¡Maldita sea! ¡Tenía quince años! –los ojos de Eichi estaban húmedos y muy abiertos, llenos de dolor e ira. Negaba con la cabeza compulsivamente—. ¡ME ARRUINASTE LA VIDA!

Preso de un ataque de nervios, dio otro par de pasos atrás y volteó a ver a Takumi, que le miraba con… ¿lástima? Le dio una furiosa patada a un sofá al comprobar que parecía que iba a ponerse a llorar en cualquier momento. Ahora mismo, la odiaba. Odiaba que sintiesen pena por él.

— ¿Quieres decir que una puta como tú no disfrutó mientras me la follaba? —aquella sonrisa tan horrible, tan demente, terminó por romper todas sus barreras.

Oír la misma verdad dos veces era como un balde de agua helada cayendo sobre el cuerpo de Takumi; imaginarlo tan doloroso que te hace desaparecer el corazón y seca tus órganos de sangre y nutrientes. Oír a Eichi gritar, constatar una verdad ahora ya innegable, amenazaba con matarla en vida.

— ¡VETE AL INFIERNO! –gritó el chico y bajó la cabeza, temblando sin control.

Takumi, que observaba todo perpleja y empezaba a respirar con dificultad, corrió a agarrarle al verlo en ese estado. Le cogió las manos, y notó como el adulto se deshacía como un castillo de arena, dejando paso a un adolescente de quince años que siempre estuvo allí escondido y que él había escondido tras una máscara que se había roto.

—Eichi… —susurró. Quería protegerle, quería que ese horrible Yashiro perdiera su sonrisa, su cinismo; quería acabar con su crueldad de un manotazo.

— ¡Déjame! –el susodicho sacudió la mano para que le soltara pero ella se aferró a él con todas sus fuerzas.

— ¡No! Por favor, Eichi… —una lágrima traicionera corrió por su mejilla—. ¡No dejaré que te siga haciendo daño!

— ¿Eso es todo lo que tienes que decirme, que me vaya a la mierda? –le provocó Yashiro.

Eichi, con los puños cerrados con fuerza, levantó la vista y le miró. Parecía cansado de todo:

— ¿Alguna vez…? —El dolor compungía su rostro mientras hablaba, hasta que su voz se volvió un hilo—. ¿Alguna vez dudaste al hacerlo?

—Jamás te tuve compasión, Eichi Hoshina.

—Esto está muy bien pero una cosita —Kohaku habló, metiéndose en medio de la conversación—: ¿No ibas a subir, Takumi-chan?

Su dedo se movía, instigándola a subir la escalera. Para entonces, la chica ya no sabía qué hacer pero ahogó un grito al ver aparecer, acompañado de un hombre de aspecto peligroso, a Tilo al inicio de las escaleras, tambaleándose y con la cara amoratada producto de innumerables golpes. Prácticamente sin ganas de dejar a Eichi allí, derrumbándose, salió corriendo escaleras arriba para socorrer a su reciente amigo.

Para entonces, Kohaku (con la sonrisa más enorme y maniaca que poseía) ya la esperaba y la cazó como un águila a una liebre, sin darle oportunidad de escapar. Aun temblando, Eichi miró a Tilo y a su prima, no sabiendo a por quién de los dos ir primero pero no tuvo dudas cuando vio al matón soltar a Tilo y éste tambalearse peligrosamente, apunto de rodar por las escaleras que sin duda podrían hacerle partirse el cuello. Le capturó casi al vuelo antes de que se diera de cabeza contra el suelo y lo arrastró escaleras abajo.

Mientras, Takumi se debatía intensamente contra su prometido pero éste anulaba cualquier intento de escabullirse de ella.

—Creo que ya va siendo hora de terminar con todo esto —la voz de Yashiro se escuchó alta y clara en aquel silencio—. Ya sabes lo que hacer.

El matón sacó un arma y apuntó a ambos amigos:

— ¡Dios mío, NO! —gritó Takumi, histérica al ver el arma, luchando por escapar con fuerzas renovadas—. ¡NO LES HAGAS DAÑO!

—Quizá yo sí hubiese cumplido mi parte del trato —le dijo Kohaku al oído, riendo—. Pero para tu mala suerte, no soy yo quien manda…

— ¡Eichi, vete! ¡VETE! —Bramó la chica al ver como el hombre ya apretaba el gatillo—. ¡CORRE!

El chico miró la escena con la mandíbula apretada y los ojos muy abiertos. Su prima estaba en manos de ese hijo de su madre y uno de los tantos asesinos de los Kimura sostenía una pistola hacia ellos. Pensó, impotente, que no había manera de ir a por ella. Bajó a Tilo y a él al suelo justo a tiempo antes de recibir el primer balazo, que impactó de lleno en la pared del otro lado del local.

—Eichi… —gimió Tilo, con debilidad, hablando por primera vez desde que lo cogiera—. Estos cabrones pretenden matarnos…

Sin responderle, y con casi todo el peso de Tilo a cuestas, Eichi gritó cuando otra bala resonó en el aire y un dolor lacerante invadió su hombro derecho. Pero no le dolió tanto como oírla gritar a ella desde donde el cabronazo de Kimura la tenía.

— ¡Eichi, Tilo! –la oyó llorar, desesperada. Se debatió entre ir a buscarla y poner a salvo a Tilo.

—Joder, ¡qué hijo de puta! —sintió la sangre escurrirse desde su brazo hasta su mano.

—Escucha —oyó a su amigo a su oído—. Déjame aquí, total, no sé qué me han dado, pero estoy hecho una mierda.

— ¡Cállate y deja de decir tonterías! —exclamó, irritado.

Aún con aquel dolor insoportable en el brazo, y aún a su pesar por dejarla allí atrás, siguió caminando.

—Es en serio, Eichi… —gimió su amigo—. Tienes que ir a buscar a Takumi-chan.

— ¡HE DICHO QUE TE CALLES! —bramó irritado, mientras seguía arrastrándolo—. ¡Y muévete!

Pero él no se movía y Eichi comenzó a desesperarse. En algún momento, los forcejeos de Takumi dieron resultado, y tras una fuerte patada que dio justo en las partes de Kohaku, la chica salió corriendo escaleras abajo, no sin tropezarse en el último escalón y caer de bruces al suelo. Aun así no le importó, y a pesar de los disparos, se levantó y corrió a todo lo que daban sus piernas hacia los dos chicos.

—Puta imprudente –murmuró Kohaku, irritado por el dolor de la patada.

— ¡Se supone que me quieres viva! —exclamó Takumi, extendiendo los brazos a modo de escudo. Respiraba con dificultad por la carrera.

Kohaku miró a Yashiro y este, a su vez, le hizo un gesto de cabeza a su subordinado para que parase. Por primera vez, la adrenalina que la recorría se disipó un poco y pudo notar el temblor en sus manos y como su propia voz parecía suplicante.

—Déjalos, por favor… —rogó Takumi—. Déjalos irse.

—Quizás el jefe —Kohaku, aun sujetándose la entrepierna, le echó una rápida mirada a su tío.

Yashiro pareció pensárselo durante unos segundos, y al final soltó:

—Podría dejar irse al estúpido de Tilo pero el Hoshina tiene que quedarse. Tenemos asuntos pendientes —remarcó el "tenemos" con una sonrisita en los labios.

Takumi no entendía cómo él se podía estar riendo en una situación así. ¿Qué clase de mente enferma tendría ese hombre?

—No… has mentido ya una vez, ¿cómo sé que no lo harás otra vez?

—Sólo tienes mi palabra —tras aquello, volvió su atención a Eichi—. Vamos, Eichi, deja que Tilo se vaya tranquilamente por la puerta. ¿No crees que esté en su derecho?

Takumi apretó los dientes con impotencia: era imposible que Tilo abandonara el local él solo y ese hombre lo sabía.

— ¡NO! Se irán los dos, yo me quedaré… —exclamó, dándose cuenta de las pocas oportunidades que ambos tendrían.

—No, te vas a ir tú con Tilo, estúpida —la voz de Eichi resonó tras ella, al tiempo que notaba unas manos fuertes apartándola—. Yo me quedo con estos dos miserables.

—Tu brazo…

Abrió mucho los ojos al ver la cantidad de sangre que goteaba en el suelo y acercó su mano para examinarlo pero él lo apartó con brusquedad para evitarlo.

—No es nada. Vete de una vez con Tilo, él sí está grave.

Takumi le miró una última vez y tragó saliva, bajando la mirada, pensativa. Si dejaba allí a Eichi, herido, no tenía ni idea de lo que pasaría pero su conciencia no podría soportarlo. Aunque por otro lado, Tilo, como Eichi decía, estaba en pésimas condiciones, apenas pudiendo sostenerse. Así que, depositando un fugaz beso en los labios de Eichi, le miró un momento a los ojos y le dijo:

—Por favor, ve con cuidado —y sus últimas palabras, fueron apenas un susurro que él escuchó—: Te quiero…

Eichi la miraba pasmado, como si se tratase de una visión surrealista y Takumi, comenzando a enrojecer por lo que se había atrevido a decirle, se apartó antes de que él respondiese, cogiendo a Tilo del brazo y sosteniéndolo con fuerza para que no cayera.

Ni siquiera pudo reaccionar ante el primer fogonazo de la pistola. El gemido de Tilo la hizo empalidecer, y vio, horrorizada, como uno de los asesinos de los Kimura sostenía la pistola en alto; le recordaba: era quien la había atacado aquella noche, en su propia casa.

— ¡Cobarde! –gritó, angustiada, viendo como Tilo caía.

—Lo siento, jefe, se me ha escapado –dijo, con malicia.

Takumi

a duras penas sostuvo a Tilo, haciéndolo resbalar hasta tenerlo en el suelo, con la cabeza sobre sus rodillas. Quizá por la adrenalina que corría a montones por sus venas, le arrastró por el suelo hasta cerca de la entrada, donde le examinó la herida, de la que manaba una gran cantidad de aquel líquido vital.

—Takumi… escucha —le habló, respirando pesadamente—. Llevamos muchos años… bajo las órdenes de Yashiro… Todos los chicos. Busca… en mi casa… —casi susurró—. …tengo unos archivos que les inculpan.

—Tilo, tranquilo… —le ordenó, aunque ni ella misma lo estaba.

La chica estaba mortalmente pálida y temblaba un poco ante la visión de tamaña cantidad de sangre. Sacudiendo la cabeza, actuó con una frialdad poco propia: se quitó la chaqueta y pidió (y ayudó) a Tilo a sentarse recostado en su pecho; apretó la chaqueta contra el hombro del chico, tratando de contener la hemorragia.

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El graznido de una pistola y la voz de Tilo gimiendo hicieron que se le parara la sangre. Se giró con lentitud y sus latidos se enlentecieron al ver la escena: Tilo estaba en el suelo, en las rodillas de Takumi y aquella simple visión despertó recuerdos pasados…

—Eichi, ¿no? —Preguntó un Tilo más joven, con una sonrisa encantadora—. Yo llegué hace un mes.

Un tembloroso Eichi le miró con recelo desde la cama, donde estaba sentado. Tilo trató de darle una palmada amistosa en el hombro pero él rehuyó el contacto como un gatito desconfiado y con el lomo erizado.

— ¡No me toques!

—Tranquilo, fiera —lo tranquilizó.

—Por qué estás aquí, ¿eh? Yo hace un año discutí con mis padres, me fui de casa y en la calle me ofrecieron este trabajo. Nos descuentan el alojamiento de lo que ganamos y el resto nos lo ingresan. Es fácil pero tienes que valer. Me parece algo bastante bueno.

—No sé si quiero estar aquí… —fue lo único que dijo Eichi desde la litera de abajo.

—A alguien tendrás... —vaciló—. Si no estás seguro, deberías marcharte y buscar otra cosa.

—No tengo nada.

Una especie de amistad se había formado entre ambos compañeros de litera pero ese día, el chico más joven estaba irritado por la manera en que lo habían engañado. Ahora no le quedaba otro remedio que pagarle a ese hombre para poder salir de allí algún día. Una deuda que saldaría a costa de su cuerpo.

—Yashiro te ha hecho firmar, ¿no?

—En contra de mi voluntad.

Tilo tragó saliva.

—Lo siento.

Eichi no quería mirarle pero le resultaba imposible huir de unos ojos tan sinceros como aquellos.

—Odio este sitio y este tipo de trabajo —entrecerró los ojos, con rabia.

—Deberías haberlo pensado antes de venir.

—Odio a todos los hombres.

Tilo abrió mucho los ojos, sorprendido. Escrutó en la mirada de Eichi y lo supo.

—Alguien te hizo daño, ¿no? —insinuó.

—No te importa —respondió fríamente, dándose la vuelta.

—Tu mirada no me dice lo mismo.

—Algunos querrán que lo hagas tú mientras otros buscarán hacértelo a ti. Si no te gusta, sólo tendrás que aguantarlo. Piensa en el dinero. Ahora ya no puedes echarte atrás. No pienses más por ahora. Relájate.

Tilo se mantenía encima de él, con sus brazos a cada lado del cuerpo del chico mientras éste le miraba, nervioso, y temblaba visiblemente. No había nadie allí.

—Hazlo de una vez —dijo, cerrando los ojos y tragando saliva.

—Te voy a proteger, te voy a enseñar todo lo que sé, Eichi… —acarició su rostro con suavidad—. No tengas miedo.

Entonces, acortó la distancia que les separaba y le besó. Un beso tan dulce que no osó interrumpirlo. Entonces, todo se difuminó…

—No lo volveremos a repetir, supongo —habló Tilo, mientras se vestía y se levantaba de la cama.

Eichi no habló, sólo le miró, diciéndoselo todo.

—Está bien. Me conformo, aunque me gustaría haber repetido.

—El sobrino del dueño está cabreado contigo, pero de verdad —repitió por enésima vez su compañero de litera—. ¿Lo rechazaste, en serio? Ahora te pillará una manía bestial. Te va a arruinar.

—Me importa una mierda. No le voy a dar el gusto de tocarme al muy gilipollas. Es un envidioso que me ha jodido mucho.

Tilo se rio mientras se cambiaba la camiseta.

En poco tiempo, Eichi corrió hacia la entrada y se arrodilló ante su amigo. Algo de lo que aún quedaba en su pecho se arrugó mientras abría los ojos mucho y una mueca de dolor cruzaba su semblante.

—Estoy hecho polvo —Tilo sonrió, débil. De repente lo miró, y sus cejas se enarcaron— ¿Estás… llorando?

Tilo levantó la mano derecha, secándole las lágrimas con un gesto tierno. Eichi frunció el ceño y se llevó las manos a los ojos, incrédulo, desorientado por un momento, notando cómo lágrimas manaban de sus ojos, desbocadas. Intentó hablar pero sólo logró boquear como un pez mientras miraba a su amigo, quien parecía incrédulo. Finalmente reaccionó, sin molestarse por darle una explicación a aquel hecho increíble.

—Tenemos que irnos ahora mismo –fue lo único capaz de decir.

Les seguían.

Habían logrado salir de un infierno de balas pero el peso de Tilo a cuestas, sostenido a duras penas entre los brazos de Eichi, no ayudaba a que avanzasen demasiado. Más bien se arrastraban entre las callejuelas, que aunque estuviesen a pleno sol, estaban cubiertas de oscuridad. El ruido de pasos apresurados tapó los suyos propios y se encontraron aumentando el ritmo hasta llegar a una de las calles principales. Antes de salir a pleno sol, Eichi tuvo la prudencia de dejar a su amigo en el suelo y agacharse a su lado. Lo sacudió levemente pero no hubo respuesta.

— ¡Tilo! –Gritó, sacudiéndolo con más fuerza—. ¡Reacciona!

Viendo la situación, lo único que atinó a hacer Takumi fue marcar el número de emergencias y rezar porque una ambulancia llegase pronto porque, a pesar de no ser médico, sabía que la pérdida de sangre podía hacer perder la oportunidad de vivir.

— ¡Ayuda! ¡Está herido! –gritó Eichi con voz desesperada, respirando agitado.

Enseguida, varios extraños voltearon a mirar y algunos se acercaron con intención de prestar ayuda. Los curiosos se apeaban alrededor y en poco tiempo una multitud se había reunido en la calle. Todo pasaba como a cámara lenta a los ojos de ambos, y cuando las sirenas de una ambulancia y de policía empezaron a sonar, una mano tiró de Eichi pero el chico no parecía dispuesto a levantarse: todo lo que hacía era mantener los ojos fijos en su amigo, como si se le fuese a escapar en cualquier momento.

—Eichi, tenemos que irnos… —la voz angustiada de su prima le devolvió a la realidad—. La policía está aquí.

Entonces él levantó la vista y no hizo falta decir nada más; una simple mirada bastaba. Tilo estaría a salvo en un hospital, con suerte vivo, aunque preferían no pensar mucho en ello. Enlazando su mano con la de ella, ambos corrieron, desapareciendo entre la multitud sin que les prestasen atención.

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Takumi arrastraba a Eichi entre calles y callejuelas, ante las miradas extrañadas de los viandantes, pero ambos jóvenes parecían ignorar el cuadro de terror que ofrecían: ninguno de los dos llevaba chaqueta (como si aún estuviesen en verano) y la sangre había manchado su camisa clara y los brazos de ella; él, en cambio, parecía un muerto viviente, de piel cetrina y ojos muy abiertos, pálido y sudoroso.

Tras un rato corriendo y caminando a intervalos, Takumi suspiró aliviada al divisar el edificio casi abandonado que había dejado por lo menos una hora antes. Por un momento, sus ojos recayeron en el brazo de Eichi, y cayó en la cuenta, atemorizada, que éste había ido dejando gotas de sangre durante todo el camino, que habían manchado el suelo con formas irregulares.

Casi tuvo remordimientos por dejar a Eichi en aquel lugar y cogerle dinero para ir a la farmacia en busca de algo con lo que limpiar y curar sus heridas. Ante la interrogativa mirada del farmacéutico, tuvo que decirle que un inexistente perro había sufrido un corte bastante dantesco y quería curarlo. Cuando volvió, cargando con media farmacia con ella, su primo estaba sentado en la ventana, mirando sin mirar el exterior.

Con cuidado, le cogió de la mano y le llevó al centro del comedor, sentándolo sobre el suelo, donde había dispuesto todos los útiles necesarios para la cura.

—La camiseta… —murmuró—. Tienes que ayudarme a sacártela.

Tras hablarle, le pareció que la observaba por un segundo pero enseguida desvió la mirada. Sin más, él mismo se sacó la camiseta y Takumi examinó su herida, impactándose por la cantidad de sangre que manaba de la herida. Aun así, se mordió el labio y procedió a lavarla.

—Sólo… Sólo te han rozado.

A parte de algún estremecimiento momentáneo, Eichi no se quejaba mientras limpiaba su herida. Takumi le veía con amargura y tristeza, muerta de ganas de oír su voz o verle hacer algún gesto, pero él se mantenía impertérrito ante cualquier estímulo externo.

—Se supone que tú eres el fuerte, ¿por qué no reaccionas? —Empezó ella, mientras aplicaba antiséptico para evitar la infección—. Si te sientes tan mal, sólo debes decirlo…. ¿sabes?

Takumi sentía la picazón de las lágrimas sin derramar. Con un suspiro, enrolló la venda alrededor del brazo de su primo, obligándose a pensar en otra cosa.

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Kohaku sentía unos sentimientos muy dispares: por un lado, estaba cabreado porque sus presas habían escapado; por otro, tremendamente excitado por toda esa situación. Casi no podía creer que su tío hubiese estado a punto de matar al iluso de Tilo. Aunque bueno, quizá a estas horas ya se habría desangrado, lo que no le causaba lástima alguna. Recorrió el piso de abajo, frotándose las manos mientras se le iban los ojos al suelo manchado de sangre y los agujeros que las balas habían hecho en la pared y el suelo. Sabía a lo que se dedicaba su tío pero nunca había visto un tiroteo en directo, y sólo el hecho de recordarlo enervaba sus emociones. Una sonrisilla se pintó en su semblante y un temblor desconcertante se adueñó de su ser: era diversión. Joder, no dejaba de pensarlo, que Eichi debía haber muerto.

—Pareces asustado —se burló su tío, bajando por la escalera.

— ¿Asustado? Nunca había presenciado algo así.

—Es mi deber: en otros casos, sólo le habría cortado un meñique pero este tipejo me ha cabreado —soltó, frunciendo el ceño.

—Pero se han escapado los tres –comentó su sobrino, frunciendo el ceño.

—No tiene importancia. Uno a uno, todos caerán. No se puede escapar de este lugar así como así.

El hombre asintió, entendiendo que su tío tenía la situación totalmente dominada. Miró entonces a los chicos que observaban la escena, asustados.

— ¿Y ellos? —Los señaló con la cabeza—. ¿No dirán nada?

—Oh… No dirán nada —sonrió de una manera que tranquilizó a su sobrino pero que causó que casi todos los allí presentes retuvieran la respiración unos segundos.

—Entonces supongo que puedes mandar a alguien para que averigüe dónde están esos tres.

—Quizá sigan en casa del traidor –meditó unos segundos—: Pondré vigilancia por los alrededores.

Los ojos de Kohaku

brillaron con malicia y una sonrisa demente cruzó su rostro pensando en lo mucho que iba a gozar al tener a Takumi y después destrozarle la cara al asqueroso de su primo. Le dio las gracias a su tío, quien le dijo unas últimas palabras antes de marcharse a su oficina:

—Este asunto me está gustando más de lo que pensaba… Por cierto, vosotros –se refirió a los chicos de abajo y a su subordinado—. Recoged este estropicio.

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Con intranquilidad, Chihiro observaba a Yashamura Hoshina dormir. Kohaku había dicho muy claro que no avisase a la policía pero si su "amigo" seguía actuando como un idiota (sólo obedeciendo a sus impulsos), ella iba a hacer lo que le viniese en gana. Dio un respingo al oír la voz de su amante pronunciar su nombre:

— ¿Has dormido bien? —respondió la mujer con suavidad.

—Perfectamente —dijo, con un bostezo.

Desayunaron en el comedor mientras el telediario daba las noticias del día. Chihiro ni siquiera le vio inmutarse ante la noticia sobre la paliza a su mujer. La chica se estremeció y perdió las ganas de comer al verle actuar con absoluta frialdad. Por poco que le importase Kaede Hoshina, no podía soportar ver a otra mujer sufrir lo mismo que su madre por culpa del mismo hombre. Yashamura Hoshina pagaría por sus crímenes.

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Takumi miraba entristecida cómo Eichi no era ni la sombra de lo que había sido horas antes. El chico que había plantado cara a dos de los miembros de la familia Kimura y que, por desgracia, había sufrido un hecho terrible en su adolescencia, ahora se quebraba y ella no sabía qué hacer para sacarlo del socavón. Se sentía culpable, porque a pesar de que implícitamente entendió a Yashiro, le había preguntado por los detalles. Había escuchado algo que habría preferido dejar flotando en la otra dimensión. Resignada, observaba como el chico a quien amaba seguía mirando por la ventana, aislado y sin soltar palabra. No sabía qué decir ni qué hacer para ayudarle y, en ese momento, el sentimiento de impotencia lo llenaba todo. Desesperada a la búsqueda de una posible salida a esa situación, recordó una conversación que había tenido con Akiyama y se hizo la luz para ella…

"—Akiyama-san, no puede decirle a nadie que estoy aquí —rogó Takumi.

La chica bajó la mirada, avergonzada, mientras sumergía la mirada en la taza de té a la que él la había invitado. Miró para un lado y otro, pareciéndole que todos los allí presentes la observaban.

—Entonces, ¿no ha sido Eichi quien lo ha hecho? —preguntó él, con cuidado.

—Estuvo conmigo todo ese día.

—Kimura… —empezó Akiyama, y a Takumi se le revolvió el estómago al oírlo—. Hace años ayudé a elaborar un libro sobre corrupción, prostitución y mafias del país, y mientras buscábamos información, salió ese apellido. Tengo un dossier sobre ellos.

Takumi abrió mucho los ojos, sorprendida por la información.

—Son una gran y antigua familia que se remonta a cientos de años atrás. Pero bueno, los últimos veinte años se han dedicado a la prostitución y al contrabando de armas y drogas, aunque eso no lo sabe mucha gente —esbozó una sonrisilla irónica—. Nunca pudimos sacar el libro porque, según nos dijeron, era demasiado arriesgado para su editorial.

—Qué ciega he estado —negó, moviendo la cabeza de un lado a otro.

— ¿Y estás comprometida con él, Takumi? —preguntó—. Qué fachada más buena se ha buscado… ¿Tu padre sabía quién era él?

—No lo sé —bajó la mirada aún más, si eso era posible.

—Debería irme… Akiyama-san.

— ¿No quieres ver a tu madre?

Ella sonrió un poco, con la tristeza impregnada en sus ojos y asintió.

—Entonces, ven".

Kohaku Kimura y su familia eran peligrosos, eso le quedaba claro tras su conversación. Que su padre hubiese elegido a aquel hombre como su prometido, sin importarle nada más, le resultaba como poco preocupante.

Con disimulo, cogió el móvil de Eichi del suelo y sacó un arrugado papel de la chaqueta que había estado usando esos días y se marchó fuera, muy decidida a intentar, de nuevo, solucionar algo. Tenía la esperanza que esta vez sí lo iba a conseguir.

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Akiyama se sorprendió mucho ante la llamada de la hija de su amiga Kaede, puesto que no había esperado que ella tuviese la valentía de hacerlo al estar entre la espada y la pared. Por eso ahora él la esperaba, con una copia de aquel archivo en sus manos y todas las ganas de escucharla y que ella le escuchase. Por eso cuando ella llegó, resollando y asustada mirando a ambos lados de la calle por si alguien la seguía, no pudo más que suspirar e invitarla a pasar.

—Aquí tengo lo que pediste —habló, mirándola con fijeza—. Pero aguarda un segundo, tómate un té.

Takumi lo miró con duda por lo que parecieron minutos pero al final suspiró y acompañó al hombre hasta el comedor, donde se sentó en el suelo junto a una pequeña mesita baja donde reposaban dos tazas y una tetera de cerámica. La chica observó el lugar: un pisito pequeño, algo desordenado pero aun así confortable y hogareño. Tranquilizándose antes que nada, y con el reconfortante calor que la taza emanaba en sus manos, cerró los ojos y respiró.

—Tu madre sigue igual, no reacciona a nada —habló Akiyama, arrodillándose en el suelo.

Takumi le prestó atención, interesada de repente en la información pero bajó la mirada enseguida, siendo consciente que su madre permanecía en el hospital, en coma, y que no había muchas posibilidades de que despertase; o al menos no con sus facultades intactas.

—Se recuperará. Tiene que hacerlo —la chica miraba a otro lado, con los ojos húmedos.

Akiyama suspiró y decidió que era hora de cambiar de tema.

— ¿Qué harás con ese archivo? —señaló con la cabeza hacia los papeles.

—Se lo enseñaré a mi padre para que entre en razón sobre mi… boda.

El hombre la miró fijamente. No quería comentarle sobre sus sospechas hacia ese hombre porque no sabía cómo reaccionaría ella ante sus comentarios. Aun así, decidió arriesgarse.

— ¿Quieres decir que él va a reaccionar bien a eso? —preguntó.

—Aún es mi padre, ¿no? —preguntó, y Akiyama pensó que aquella niña era de lo más inocente.

—Pienso que deberías ver más allá de todo esto, Takumi—la advirtió ante la cara dudosa de ella—. Eres muy ingenua.

Takumi bufó.

— ¿Qué puedo hacer entonces?

—Mira, si estás totalmente convencida de que quieres enseñarle esos papeles a tu padre, no me opondré. Pero déjame acompañarte.

Un súbito espasmo lo obligó a despertar de una pesadilla grotesca y horripilante en que los principales protagonistas eran los Kimura. Casi agradecía el favor que su cuerpo había hecho volviéndolo a la realidad, comprobando que algunas lágrimas habían dejado sus ojos. Las retiró con el dorso de la mano y una aprensión poco común se instaló en el fondo de su pecho. Horas antes, no se sentía capaz de hablar ni de sentir más que la constante revisión y cura de sus heridas su prima ejercía sobre él como si se tratase de una experta enfermera pero ahora, una descomunal ola de sensaciones le inundaba. Sus ojos otra vez buscaban derramar lágrimas que durante tanto tiempo no pudo soltar. Sólo las cebollas, el maldito ardor que le provocaban, podían hacer que se sintiese con ganas de llorar. Aún en contra de su voluntad. Pero ahora su voluntad no tenía nada que ver. Simplemente, lo necesitaba. Se odiaba, se llenaba de ira por ello, porque le parecía una debilidad, una estupidez pero era inevitable.

El recuerdo de sus propios gritos ahogados por una mano corrompida, el llanto aterrorizado demandando clemencia, el dolor iracundo colándose en sus entrañas… Se llevó las manos a los oídos, intentando pararlo pero sus gritos le parecían ensordecedores. Miró a todos lados, con la paranoia impresa en sus rasgos. Ella tampoco estaba y se sentía tan malditamente solo que las paredes parecían venírsele abajo. Por eso, esta vez se llevó las manos a la cara, avergonzándose de lo que iba a hacer, y un amargo y profundo sollozo surgió de sus labios.

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Takumi volvió casi de noche y sonrió dulcemente al comprobar que Eichi dormía plácidamente. Acarició su cabello, agradecida por no tener que llevar a cuestas su falta de palabras. Incluso una pequeña expresión de mal humor bastaría pero ya ni eso. Suspiró y se recostó junto a él, rezando porque, al día siguiente, todo saliese tal y como lo había planeado.

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Mañana del miércoles, principios de noviembre

Yashamura Hoshina caminó de vuelta a su oficina aquel día, bajo la mirada atenta de sus trabajadores, que comentaban por lo bajo los últimos sucesos acontecidos. Los miró con ira al oír ciertos murmullos que le acusaban a él directamente. Si sólo esa puta no hubiese salido en la prensa contando todos sus secretos… Si no fuera por eso, ahora él parecería inocente de todo cargo.

Chihiro se había marchado esa mañana para preparar su agenda de ese día; enseguida la vio llegar a su lado con una expresión desconcertada.

—Hay alguien esperando en tu despacho… —comentó por lo bajo.

"¿La policía?"

—pensó el hombre, tragando saliva.

Pero cuando recorrió los metros que quedaban hasta su despacho y entró, la sorpresa fue mayúscula al encontrarla a ella allí, a su hija, sentada en uno de los asientos con pose erguida.

—Hola, papá…

Continuará...~