El diablo de ojos blancos...#Capítulo 20.
El chico exploró con su lengua su abdomen, dando suaves mordiscos cada vez más abajo, hasta perderse bajo sus bragas, que deslizó fuera de sus piernas y tiró a un lado. Ella movió la cabeza en negativa pero él la ignoró mientras ella gemía al notar su lengua saboreándola. Cuando subió para...~
Buenas a todos los lectores de este relato.
Primero decir que siento mucho la espera de el capítulo 19, y para compensar subí rápidamente el 20. Mi excusa ante esta tardanza eran los exámenes finales, lo sé, muy obvio.
Como segundo punto daros las gracias a todos aquellos que me leen, valoran y comentan. Acepto críticas para poder mejorar la lectura, así que no os cortéis.
Y como tercer y último punto, decir que pronto volveré a subir la historia de Esclava Sexual, quizás modificando los primeros capítulos que escribí anteriormente. Qué me recomendais, ¿esperar a terminar este relato o comenzar a subir los primeros capítulos ya?
Un saludo a todos de parte de Snookers.**
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Mañana del lunes, principios de noviembre
Sus pulsaciones aumentaban conforme aquellos ojos tan oscuros se acercaban. Tragó saliva, incapaz de moverse. Otra vez no podía hacer nada, como hacía más de cuatro noches. Cerró los ojos fuertemente, con cobardía, rindiéndose al terror y esperó, sin embargo, el momento del enfrentamiento nunca llegó. Abrió los párpados y notó como aquellos ojos pasaban de largo. No era él. Suspiró, apoyándose en una pared. Se arrodilló, sin importarle que alguien pudiera verla así y se tapó la cara con ambas manos, respirando profundamente y preguntándose cómo podía su mente jugarle esas malas pasadas. En un segundo, había imaginado que era Kohaku Kimura el que venía a buscarla para terminar con lo que empezó.
—Joder, ¿sabes lo que he tenido que correr para llegar hasta aquí?
Una voz conocida y una mano que la movía bruscamente y la giraba la sobresaltaron: su primo estaba frente a ella, con la frente perlada por el sudor, moviendo la cabeza de un lado a otro con el entrecejo fruncido. Ella sólo sonrió, tan aliviada de verle que no dudó en abrazarle con fuerza. Eichi abrió un poco los ojos, sorprendido. Cuando ella se separó, la miró con gesto hosco y sin mediar palabra, la arrastró un buen rato de vuelta a casa de Tilo, sin embargo, pararon en el mismo parque por el que había pasado ella antes y él se sentó en un columpio mientras Takumi lo miraba, dudosa de si acompañarle o no. Finalmente, se sentó en el de al lado y se balanceó, acordándose de cuando era pequeña y su madre la empujaba.
— ¿Por qué no dijiste que querías salir? —preguntó Eichi, con voz más tranquila que la habitual.
—E…Eres tú quien me tiene prisionera —contestó, molesta, sin pensar. Después, pareció rumiarlo un poco y comentó—. Si te lo hubiese pedido, no habrías querido, ¿no?
—Habría buscado la manera —sus ojos grises la atravesaron.
Takumi le miró y tragó saliva, impresionada por su sinceridad y sosiego; hacía tiempo que había olvidado cómo sonaba su voz sin esa molestia e irritación características. Le enfrentó, más tranquila:
— ¿Seguro?
—No pienso repetirlo.
Eichi la observó bajar la cabeza y suspirar. Como una visión lejana, apareció en su mente el recuerdo de una tarde de verano, cuando él tenía siete años y su prima cuatro: él la había balanceado en un columpio como aquel en el que ahora estaban sentados. Ella ni siquiera se acordaba pero en ese tiempo, todos juntos parecían una familia. Una familia que se desmoronaba. El sonido del hierro al ser forzado le despertó de sus recuerdos: observó a su prima darse impulso con las piernas y balancearse, cada vez más arriba, como si quisiese rozar el cielo con los pies.
El chico se levantó de su columpio y cogió la cadena del de su prima, parándolo en seco y haciendo que ella casi se cayese al suelo. Ella gritó, asustada, pero él la abrazó desde detrás y dijo a su oído:
—Me acuerdo de haber empujado en un columpio a una niña ruidosa y llorona hace años.
— ¿A mí? —preguntó, sonrojándose violentamente por la acción de su primo.
— ¿Tú qué crees?
Takumi compuso una pequeña sonrisa. Parecía que, cada día más, lograba algún avance con su primo. Le parecía increíble que hubiesen pasado menos de tres meses y hubiesen ido de un extremo a otro, desde el odio a algo que no lograba discernir.
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Kaede
Hoshina dejó el bolso en la mesita y se echó en el sillón, cansada por haber caminado durante tanto tiempo. Se quitó las sandalias y reposó los pies en la mesita de té, resoplando tranquilamente. Cuando la modorra casi la vencía, el tintineo de unas llaves trasteando la cerradura resonó hasta el comedor y ella bajó los pies de la mesa y, más por costumbre que por ganas, se arregló un poco el pelo. Para su sorpresa, su marido hablaba amenamente con alguien, una mujer por su voz. De repente sintió la sangre hervirle en las venas; pura rabia convertida en sofocación. ¿Es que acaso no podía respetarla un poco? No quería hablar, pero parecía que el demonio que llevaba dentro se lo pedía a gritos, así que cuando entraron, dijo lo primero que se le pasó por la cabeza:
— ¿Qué, aquí con la zorra de tu amante? —preguntó en voz alta, para que ella también lo oyera—. ¿Sabes? Me tiene sin cuidado lo que hagas o dejes de hacer, pero no vengas a restregarme a tus zorras por aquí.
Chihiro frunció el ceño un poquito al oír el comentario pero no dijo nada. Yashamura, rojo de furia, contestó por ella:
—Aquí la única zorra que veo eres tú.
—Me alegra que lo digas, porque una zorra es lo único que quiero ser para ti ahora. La peor zorra de todas, la que te haga la vida imposible...
"El uno para el otro"
pensó Chihiro, poniendo los ojos en blanco.
La mirada de Kaede era desafiante y el rostro de su marido se iba tiñendo de rojo más claro al carmín conforme oía cada palabra.
—Chihiro, sal.
La chica dudó, con una sensación que no pronosticaba nada bueno, pero finalmente se decidió a salir. Sin embargo, antes de que la puerta de entrada se cerrara, Kaede habló de nuevo:
—Así que quieres quedarte a solas conmigo para pegarme, para hacer conmigo lo que quieras… —escupió, cada vez más cabreada—. Pues no te voy a dejar, ya te lo dije. ¡Tú, chica!
Chihiro se giró y la miró con desconfianza. Le pareció que aquella mujer no estaba en sus cabales, así que no dirigió la palabra y cruzó la puerta, a pesar de sentir que cometía un error al dejarles solos. Pero aún no cerró.
—Sí, me refiero a ti —elevó el tono de voz—. Ten cuidado con él; no sabes el bastardo con el que te has cruzado.
—Cierra el pico —se interpuso Yashamura—. Chihiro, vete al coche mientras yo acabo lo que he venido a hacer.
Dándole una última mirada a la mujer, Chihiro cerró la puerta con un sonoro chasquido, dejándoles solos.
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Tilo sintió el sudor frío correr por su espalda mientras avanzaba hacia la oficina de Yashiro Kimura. Se había pasado desde los dieciséis años matándose a trabajar en aquel lugar pero al parecer eso no bastaba para acostumbrarse a la aterradora presencia de su jefe ni, en ocasiones, sus quejas por "su pobre desempeño", como solía decir. Evitaba siempre que podía recibir cualquier queja de sus clientes con tal de no tener que ir a verle pero siempre hacía algo mal y suponía que las constantes visitas de Kohaku Kimura y el haber sido un buen amigo de Eichi tenían algo que ver en eso. Sin embargo, ese día él quería verle, no sabía para qué (aunque no se olía nada bueno) y era una visita ineludible.
Finalmente, ante la puerta, respiró hondo y golpeó la madera, que resonó en sus oídos con estrépito. La voz de su jefe diciéndole que pasara le crispó los nervios al extremo. Entró y le enfrentó con su sonrisa de siempre.
—Tilo, siéntate, siéntate —allí estaba ese hombre, con sus ojos puestos en él mientras se fumaba un cigarro—. Vamos a hablar, hace mucho que no lo hacemos.
El chico fingió lo mejor que pudo su sonrisa, tragando saliva con disimulo.
— ¿Qué pasa jefe, de qué querías hablarme? —Preguntó, y se atrevió a bromear—: ¿Me vas a subir el sueldo acaso?
—No, no, ¿sabes qué? —Empezó, sacándose el cigarro de la boca y exhalando humo por las comisuras de sus labios—. Estoy buscando a Eichi para unos asuntos, nada grave, y quería saber si tú le has visto últimamente, ya que erais amigos.
— ¿Pero Eichi aún tiene deudas contigo? Pensé que las saldó todas cuando dejó de venir…
—Claro, pero no soy yo quien quiere encontrarle —dijo—. Respecto a eso, Tilo, ¿sabes que la curiosidad mató al gato? Responde a mi pregunta.
—No lo he visto últimamente.
Yashiro chasqueó la lengua varias veces y negó con la cabeza. Tilo tragó saliva, notándose escrutado por sus terribles ojos oscuros.
—No te creo —sentenció—. Sé de buena tinta que lo trajiste aquí hace unas semanas.
Tilo maldijo entre dientes a quien hubiese hablado más de lo cuenta pero pensó que no era muy difícil, puesto que demasiados testigos les habían visto llegar. Suspirando, se decidió a hablar.
—Bueno, sí, me lo encontré y lo pasamos bien un rato con una chica. Pero eso es todo. No lo he vuelto a ver desde entonces.
Se felicitó a sí mismo por saber mentir tan bien pero no podía cantar victoria tan pronto. Aquellos ojos de depredador seguían fijos en él y tenía prohibido descuidarse si no quería ser descubierto. Si Kohaku estaba detrás de todo aquello, como no podía ser de otra forma, él no pensaba soltar una palabra. Bajo ningún concepto podía decirle a su jefe que quien buscaba estaba en su piso junto a su prima. Porque por mucho que Eichi lo tratara como a un enemigo, seguían siendo amigos. No podía traicionarle.
&
En cuanto se quedaron solos, Yashamura sacó una carpeta de su maletín y la puso sobre la mesita del café con un golpe seco.
—Me tienes que firmar estos papeles.
— ¿El divorcio? —sonrió, irónica, sin acercarse a mirarlos—. Sabes, sí me quiero divorciar de ti pero antes quiero joderte la vida como tú me la has jodido a mí, así que bien sabes que no los firmaré, por mucho que me amenaces.
Yashamura gruñó.
—No es eso, estúpida.
— ¿Entonces qué son esos papelitos de mierda?
Componiendo una sonrisa cínica, Yashamura empezó a explicarle:
—Ya que tú no vas a darme más hijos (ni los querría) lo mínimo que podrías hacer es firmar los papeles dando el consentimiento materno para la boda de tu hijita.
Kaede se acercó a la mesa y sin tomar asiento, agarró el papel de mala manera. Leyó el contenido y bufó mientras hacía un gesto negativo.
—Cierto, ¿para qué querría yo darte más hijos? —rio, sarcástica—. Además, los puedes tener con esa puta. Pues no pienso firmar esto sin Takumi delante.
—Eres estúpida. ¿Traicionas a tu hija y ahora quieres arreglarlo negándote a todo lo que te pido? Eso es tan cínico, Kaede. Eres tan falsa como madre…
Kaede endureció su expresión.
—Mira quién habla —le exhortó, con rabia—: Un padre que no aprecia a su hija sólo por ser del género femenino, un machista que sólo piensa con la polla y disfruta pegándole palizas a las mujeres… ¿Quién acumula más puntos para ser un mal padre, Yashamura?
— ¿Vas a firmar o no? —la voz del hombre sonaba irritada.
—Mira, no puedo firmar esta mierda —sacudió el papel— Si ella no está de acuerdo y delante, no puedo, y por supuesto no está aquí, así que ya me dirás lo que haces.
—Da igual que ella no esté —endureció la mirada y los puños— Lo firmarás por ella.
— ¿Me vas a obligar? —le desafió.
—Te estás pasando de lista últimamente.
— ¿Sabes qué, Yashamura? —empezó, muerta de la rabia, sin saber el error que estaba cometiendo—. Hace poco aborté.
Yashamura Hoshina se quedó blanco como la pared, tratando de asumir lo que acababa de oír. Apretó los puños y la mandíbula con saña, tanto que podrían haberse roto.
— ¿Un niño o una niña? —preguntó, la voz le temblaba.
—Un niño, como tú siempre quisiste —los ojos le brillaban con furor. Pese a que no había abortado por venganza, perder al futuro bebé ahora le servía para restregarle lo que, seguramente, nunca iba a tener.
Sin previo aviso, Kaede recibió un puñetazo, con tanta fuerza que la hizo caer de bruces al suelo. Respiró hondo mientras poco a poco un dolor pulsátil invadía parte de su mejilla.
—Adelante, pégame, maldito cobarde… —gritó, mientras se llevaba las manos al rostro.
Kaede se retorció adoptando la posición fetal al recibir una fuerte patada en el abdomen, seguida de tres más que parecieron reventarle las entrañas. Gritó con pánico y sufrimiento al recibir unas cuantas más en las costillas, cada una peor que la anterior. Sin ninguna piedad, Yashamura le asestó una patada en la mandíbula que se la desencajó.
—Patética —fue lo que dijo, con una furia fría y sin el mínimo de compasión—. Puta asquerosa…
Le atizó una patada en el rostro y su nariz crujió, rompiéndose, mientras la mujer gritaba y lágrimas corrían por sus mejillas. Su cabeza recibió un fuerte puntapié y quedó inconsciente, chorreando sangre por la boca mientras él seguía golpeándola una y otra vez.
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Ya era mediodía cuando Eichi y Takumi volvieron al piso. Tilo ya los esperaba sentado en el sofá y se levantó nada más verles, con un gesto de preocupación que Takumi jamás había visto en su alegre rostro. Eichi no puso su mala cara de costumbre y habló:
— ¿Qué pasa?
—Os tenéis que ir. Kohaku te está buscando y no creo que tarden mucho en buscar por aquí.
Takumi tragó saliva. ¿Dónde iban a ir?
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Yashamura Hoshina procuró no dejar huellas de su crimen pero unas pequeñísimas gotas de sangre habían caído en su blanquísima camisa y Chihiro, impresionada, no pudo evitar observarlas cuando él entró en el coche. Tragó saliva e intentó parecer tranquila pero las manos le temblaban debido al nerviosismo.
— ¿Qué tal con ella? —se atrevió a preguntar.
—Ha firmado el papel.
—Muy… Muy bien.
Chihiro suspiró despacio, meneando la cabeza afirmativamente y sintiendo que poco a poco se iba metiendo en la boca del lobo. Después de todo, Kohaku tenía razón cuando decía que entre malas personas se conocían.
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Recogieron sus cosas rápidamente, algo de comida y varios objetos más (puesto que no tenían muchas posesiones) y salieron del piso. Takumi se dejó abrazar por Tilo, quien le dijo que se cuidara mucho y le sonrió con simpatía. No habían tenido tiempo de conocerse mucho pero las pocas conversaciones que mantuvieron le sirvieron para recapacitar sobre algunas cosas. Después de soltarla, Tilo se volvió a Eichi, y sin darle tiempo a quejarse, le abrazó un buen rato, apretujándole y rogándole que tuviese cuidado. Tras eso se marcharon, y al verle menear la mano en señal de despedida, la chica tuvo la desagradable sensación de que nunca más iba a compartir con él una conversación.
Mientras caminaban calle arriba, rumbo a vete a saber dónde, Takumi observó las hojas secas cayendo y acumulándose entre los coches y esparciéndose por la acera (hecho característico del otoño) y se dio cuenta que hacía más de tres meses que había llegado desde el colegio de monjas. Parecía mentira que hubiese pasado tan poco tiempo pese a haber vivido tantas cosas y ahora encontrarse en una situación como aquella, huyendo ella y su primo como dos fugitivos en la noche.
— ¿Dónde vamos?
—Ya lo verás.
Caminaron hasta lo que parecía ser un bloque de pisos bastante destartalado y en malas condiciones. La fachada estaba gris y desconchada por varias partes y al entrar, le pareció que nadie había pasado una fregona en años. Por el suelo y la pared, habían desaparecido baldosas y tuvieron que subir cuatro pisos por una interminable y quebradiza escalera. Finalmente, llegaron a una puerta fina y que parecía rota a martillazos y el interior no estaba mucho mejor. Takumi arrugó la boca y frunció el ceño pero no dijo nada.
— ¿Qué? ¿Mi humilde hogar no se adecua a sus necesidades, señorita Hoshina?
Su primo la miró con una sonrisa burlona y ella relajó su expresión ceñuda. Eichi miró a su alrededor: los pocos muebles que habían estaban rotos de la misma manera que la puerta. No había sido bonito cuando le habían echado, después de morir su madre; el dueño, hecho una furia, debió romperlo todo al abandonar ese lugar.
—Y pensaba que lo peor que había visto era el piso de Tilo… —murmuró su prima, medio en broma.
—Bueno, eso poca cosa lo supera —sonrió de lado.
Takumi no apartó la vista de aquel gesto, un poco sonrojada, ya que no era común que él regalara sonrisas así porque sí.
— ¿E-Este lugar es tuyo?
Eichi, que parecía entretenido observando las grietas del techo, se demoró un poco en contestar.
—Es el antiguo piso de mis padres.
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Chihiro cerró la puerta del baño de su casa con pestillo y marcó en su móvil un número a toda velocidad.
—Kohaku, creo que la ha matado —sus palabras salieron corriendo, sin orden alguno.
« ¿Qué?, ¿de qué hablas? Aclárate.»
preguntó su amigo a través del teléfono.
—Que tenías razón y Yashamura Hoshina es peligroso —confesó la chica mientras su voz temblaba—. Estoy un poco asustada. Su mujer debe estarse muriendo en este momento y no ha hecho ni un gesto de sentirse mal.
« ¿Qué ha pasado?»
—Él está en mi habitación, así que te lo explicaré más tarde o mañana. Su camisa está manchada de sangre y he pensado en llamar a la policía.
«No, Chihiro, no lo hagas».
Notó la alerta en la voz de su amigo
«Tenemos que esperar una semana más a que me case con esa niñata».
Chihiro bufó mientras se pasaba los dedos por el pelo compulsivamente, tratando de aclararse y no dejarse llevar por el ataque de miedo que la había invadido. Ahora que sabía de lo que ese hombre era capaz, no quería seguir con aquellos planes mucho más tiempo, pero tenían que esperar dos semanas más.
«Sólo dos»,
suspiró. El hecho de que hubiese cometido la atrocidad que —seguramente— había cometido con su esposa, les daba la oportunidad de ver cómo se pudría en la cárcel el resto de sus días. Ella se conformaba sólo con eso, lo malo es que Kohaku, no.
—Me jode que tengas razón —cerró los ojos—. Hay que esperar. De todas maneras, ya tengo los papeles que necesitábamos y en cuanto te cases con ella, serán válidos. Ya sabes lo que significa eso.
«Contrólate. Sigamos con el plan entonces, no hagamos locuras ninguno de los dos.»
Una sonrisa sarcástica se pintó en sus labios rojizos al oír aquello.
—Lo mío ha sido un segundo de debilidad —le advirtió—. Contrólate tú, Kohaku.
«Ya sé lo que me hago».
Chihiro se despegó el teléfono de la oreja y colgó. Suspiró. Tenían lo que querían: los papeles conforme se traspasaba la mitad de la empresa al marido en cuanto se casara con la primogénita; una camisa manchada de sangre que incriminaría y situaría a Yashamura en la escena de un crimen que él mismo había cometido… Después Yashamura entraría en la cárcel y… ¡Voilà! Nada podía salir mal. Kohaku sólo debía encargarse de encontrar a su prometida prófuga lo cual, Chihiro, esperaba que hiciera pronto.
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Noche del lunes, principios de noviembre
La llama de la vela parecía querer hipnotizarle mientras iba de un lado a otro, balanceada por el aire que entraba desde un cristal roto. Aunque aún no hacía mucho frío de día, por la noche sí helaba, y su prima, frente a él, se frotaba las manos mientras exhalaba sobre ellas, buscando un calor que no llegaba. Desvió la vista y recordó las palabras de su amigo a su oído cuando le había abrazado aquella mañana, y les encontró más sentido que horas atrás:
«No dejes que todo esto te haga tirarte por la borda, Eichi. Resiste. Recuerda que, si decides superarlo, tendrás a alguien al lado que te comprenderá».
¿Ella?, ¿Tilo se refería a ella al decirle todo aquello? Sacudió la cabeza de un lado a otro mientras sonreía con ironía, negándose a aceptarlo.
Miró a su prima, que ahora se rodeaba a sí misma con los brazos, sin siquiera una queja. Se levantó y cogió una manta que había junto a una almohada en el suelo (la única limpia y sin agujeros de polilla que quedaba en el piso) y la tiró sobre su prima, que le miró dubitativa desde abajo.
—No hacía falta… —murmuró, bajando la cabeza.
Sin prestarle mucha atención, el chico se tendió en el suelo con la cabeza en la almohada y, sin quererlo, se quedó dormido.
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Los fuertes golpes en la puerta hicieron a Tilo pensar en escapar, pero no. Si hubiese querido huir, lo habría hecho horas atrás, junto a Eichi y a Takumi. Quizá le interrogarían. Tenía miedo, no podía negarlo, y sólo de pensar lo que podían llegar a hacerle se le secaba la boca y sentía ganas de quitarse la vida él mismo. Sabía cómo habían acabado algunos que habían cabreado a los Kimura, ya que las noticias sensacionalistas, por desgracia, eran explícitas con los casos más desagradables. No tenía miedo de traicionar a sus amigos porque ni siquiera sabía dónde se encontraban ahora mismo.
Tenía el móvil fuertemente apretado en la mano, no sabía ni por qué pero al final, reuniendo todo el valor que le quedaba, avanzo hacia la puerta y la abrió. Detrás de la puerta encontró lo que esperaba: tres de los hombres de Yashiro cruzados de brazos y con expresiones amenazantes y a un lado Kohaku Kimura, con media sonrisa cínica pintada en el rostro.
—Hola, Tilo, nos vemos de nuevo.
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Takumi se pasó un rato mirando a la vela, ya con menos frío a causa del calor que la manta le proporcionaba. Miró a su primo, que yacía dormido sobre el frío suelo de terrazo mientras su cabeza reposaba sobre la almohada. Gateando, se aproximó a él y lo cubrió con la manta en tanto le observaba. Se permitió sonreír por un momento. La expresión sería que había acompañado a Eichi durante todo el día había dejado paso a una de tranquilidad absoluta. La chica suspiró y acarició las hebras castañas que cubrían la almohada. Se alegraba de volver a hablar con él, de haber hecho las paces en el parque. ¿Era una tonta, una estúpida adolescente por seguir aquel camino con él? No… Se había dado cuenta que no importaba estar en aquel lugar o en cualquier otro, con la única condición de estar con él. Querer así a alguien, a pesar de todo el daño, el llanto y el sufrimiento debería estar prohibido.
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Mañana del martes, principios de noviembre
Despertó bajo el peso de una manta y el calor de un cuerpo pequeño acurrucado a su lado. Abrió los ojos lentamente para encontrarse a su prima dormitando a su lado. Se relamió los labios, con sed, y el cuerpo pegado al suyo acrecentó la acostumbrada erección de las mañanas. Cerró los ojos, intentando calmarse; no era momento de eso.
Al cuarto no entraba mucha luz, así que no podían ser más de las cinco de la mañana. Se movió un poco, intentando separarse de su lado pero entonces notó sus brazos aferrarse a él con suavidad.
— ¿Eichi…? —preguntó, medio dormida.
La chica se movió y sin querer, rozó su erección con uno de sus muslos, cosa que le hizo suspirar. Él quiso apartar aquella pierna pero sólo consiguió que su mano recorriese toda la extensión de su piel, deleitándose con su suavidad y tersura. La oyó gemir bajito en su oído izquierdo, acción que sólo significó la pérdida del control que había estado conteniendo durante tantos días. A oscuras, acortó la distancia entre sus labios y la besó con ansia y fervor, aferrándola de las caderas y la cintura mientras ella a duras penas le respondía. Takumi, aún medio dormida, buscó su espalda, recorriéndola por encima de la tela con las puntas de sus dedos mientras reaccionaba poco a poco al beso, notando su propia excitación acrecentarse en su bajo vientre. Las manos de Eichi, desbocadas, recorrían cada prenda de ropa, forzándola a quitarse de su camino.
Un tirón demasiado fuerte y un débil quejido después, los movimientos de Eichi cesaron y sus manos acariciaron el lugar que habían dañado casi con ternura. Avivada por aquello, Takumi cogió su rostro con ambas manos y lo acercó a ella, besándolo casi con devoción. Los dedos masculinos se perdieron entre su cabello, enredándose en él y dejándola prácticamente con el alma en vilo mientras bajaba por su cuello, sus hombros, sus pechos… Takumi se dejaba hacer mientras le ayudaba subiéndose el jersey hasta encima del sujetador y dejando que él explorase con su lengua sus pezones erectos.
El chico exploró con su lengua su abdomen, dando suaves mordiscos cada vez más abajo, hasta perderse bajo sus bragas, que deslizó fuera de sus piernas y tiró a un lado. Ella movió la cabeza en negativa pero él la ignoró mientras ella gemía al notar su lengua saboreándola. Cuando subió para besarla, ella se relamía los labios y mantenía los ojos cerrados con fuerza.
Gruñó, recargando todo su peso en ella, que se mordió el labio de una manera que a él le pareció turbadora, sonrojándose mientras la amarillenta luz del amanecer se hacía presente en la habitación y él la miraba tan intensamente que no necesitaba palabras para expresar nada más.
Takumi, con una sonrisa boba, se quedó en el piso mientras Eichi bajaba a un bar a comprar unos cafés para desayunar. Le parecía que, pese a lo malo, tenía la (casi) certeza de que él sentía algo más por ella, o quizá ese pensamiento era producto de las endorfinas liberadas con el sexo. La verdad es que se sentía tan bien que no podía pensar en mucho más que en que él volviera. Sin embargo, cuando subió, el chico traía una expresión más seria de la habitual y un periódico arrugado en la mano. Ni rastro del desayuno.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Takumi, mientras le temblaba la mandíbula.
Sin aguantar la ansiedad, corrió a mirar lo que él traía en la mano. Casi le arrancó el periódico y cuando leyó, sus ojos se abrieron con terror.
—N-No puede ser…
"La esposa del acaudalado Yashamura Hoshina ha sido encontrada esta noche en su casa, con signos de violencia. Permanece en estado grave en el hospital, donde se teme por su vida. Se sospecha de su sobrino como principal autor, quien ya secuestró a su hija hace más de una semana y ha sido denunciado…”
Por un momento, no supo ni qué hacer. Después, sin mediar palabra, retrocedió en el comedor, cogiendo su bolsa con sus pocas pertenencias y se dirigió hacia la puerta. Sin embargo, su primo corrió hacia ella y le impidió la salida.
— ¡Tengo que ir a verla! —Cuando se giró hacia él, su rostro estaba bañado en lágrimas—. Aunque sea yo sola.
—Joder, no puedes ir —le impactó que él tuviera ese tono de súplica.
—Si piensas que voy a decir algo… —bajó la mirada—. Tranquilo, no lo haré.
—No es eso —Eichi maldijo entre dientes. Le costaba expresar cualquier clase de preocupación—. Pero no quiero que te hagan daño.
Takumi, demasiado empeñada en querer ir al hospital, no distinguió lo que él intentaba manifestarle.
—Si vienes, te cogerán —juntó las cejas y habló con voz cargada de temor—. A mí no me pasará nada pero si te pasara algo...
Eichi notó un pinchazo a la altura de su corazón al oírla hablar así, como llevaba pasándole desde aquella noche en que la había visto humillada y había tenido la urgencia de matar a aquel gilipollas y romperse la cabeza a sí mismo por ser capaz de hacerle cosas tan horribles a ella. Su boca se convirtió en una fina línea y sus ojos se llenaron de odio hacia sí mismo al notarlo de nuevo. Quería sacar eso de su cuerpo y de su mente. De su alma. No soportaba sentirse así cada vez que veía su expresión triste. Ella era una niñata estúpida por hacerle sentir así. No lo aguantaba. No quería aceptarlo.
— ¿Por qué tienes que preocuparte por mí? Si me pasara, sería mi problema —dijo, con voz rabiosa y desafiante mientras apretaba los puños y fruncía el entrecejo—. ¿Piensas que yo no quiero verla, que no saldría corriendo de aquí para estar con ella? Eres una ingenua si crees que vas a entrar allí y te vas a ir de rositas sin que nadie te reconozca. Tonta. Eres tonta.
Él resopló y se dio la vuelta, poniéndose las manos en la cabeza con furia. Takumi sintió la punzada de los celos en su alma y notó que se le caía el alma al suelo. ¿Cómo, por enésima vez, podía ser ella tan ruin de sentir aquellos celos cuando Eichi hablaba así sobre su madre? Sus ojos ardieron sin derramar las lágrimas que guardaban.
—No quiero que te pase nada, quédate aquí y yo iré a verla… —suplicó, sin querer experimentar otra vez los horribles sentimientos que la embargaban.
—Pues ve si quieres —dijo, y una sonrisilla sarcástica y oscura se mantuvo en sus labios—. Pero cuando tu prometido vuelva a verte, va a traer a más amigos (o quizá lo haga él solo, no lo sé) pero de cualquier manera, no vas a tener manera de escabullirte de él, y cuando te pille, vas a saber cosas que no podrás soportar sin querer suicidarte después.
Takumi mantuvo sus ojos abiertos de par en par expresando su temor y se percató de la repentina sequedad de su boca. Tragó saliva y Eichi acentuó su sonrisa por su éxito en asustarla. Bueno, asustarla… No le estaba contando ni una mentira acerca de cómo las gastaba ese idiota de Kohaku Kimura y el resto de su familia.
— ¿Y có-cómo lo sabes? —preguntó, cada vez más llena de ansiedad mientras se arrugaba la tela de la chaqueta que vestía.
—Porque le conozco, y su familia… —bajó la mirada y una mezcla de odio, temor, vergüenza y asco tomó forma en su cara por un momento—. En su familia no son trigo limpio.
Takumi se estremeció al darse cuenta como, poco a poco, algunas escenas vividas con Eichi se entremezclaban, palabras y expresiones que él no pudo contener en diversas situaciones, que comenzaban a tomar forma en algo que su mente sólo rozaba y luchaba por estallarle dentro. Un secreto. El secreto de Eichi. Lo que siempre evitaba decirle, por lo cual se torturaba, aquello que no dejaba a su alma descansar... Pero ella no lo sabía. Sus neuronas no hacían aún las conexiones necesarias para descubrirlo y decidió que no le contestaría. Tenía que ver a su madre a como diese lugar, dejando atrás cualquier tipo de sentimiento que le enturbiase la mente.
—Le tienes miedo, ¿no? —Eichi siguió intentándolo con aquella sonrisilla tétrica—. Pues no se lo tienes sin razón, porque para acabarla de joder, te tiene cruzada, así que alberga algo más contra ti por haberte escapado de él.
—Voy a ir igualmente, digas lo que digas —dijo, cabezona.
—Tú misma.
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El puñetazo que le arrearon dejó a Tilo tendido en el suelo de la oficina de Yashiro Kimura. No pudo levantarse pero no hizo falta, porque volvieron a ponerlo en la silla y a inyectarle, sin cuidado, aquella sustancia que lo hacía irse de la boca con una facilidad pasmosa y exaltarse de forma que no experimentaba ningún miedo.
—Lo repetiré: ¿dónde está Eichi? —preguntó Kohaku, por vigésima vez.
Por supuesto, no era él quien le pegaba sino tres hombres que no le eran desconocidos, y llevaban desde la noche anterior queriendo sacarle cualquier información. En estado normal, pensar que el "gran" Kohaku Kimura necesitaba unos matones para que le hicieran el trabajo sucio, y así tapar su máscara de cobardía le hubiera hecho enrabiarse y querer vomitar pero ahora, lo único que le causaba era risa. El muy gilipollas no tenía el valor de hacer él mismo las cosas. Menudo miedica cobarde con complejo de mafioso.
—No lo sé, y aunque lo supiera… no te lo diría —contestó y se rio, recibiendo un puñetazo que lo tiró al suelo.
Desde el suelo, le guiño un ojo al que le había pegado y comentó:
«Qué matones más guapos, Kohaku, pero si quieres que te diga la verdad, sigo prefiriendo la fusta y el látigo».
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Takumi llegó al hospital sobre las diez de la mañana, camuflada con unas gafas de sol y la misma ropa oscura del día anterior. Orientándose por los carteles, llegó hasta las puertas de cristal de la UCI, que no se abrieron. Sin embargo, a través del cristal, observó a una mujer intubada y conectada a una máquina para poder respirar, con una vía para administrarle sueros y medicamentos y con cardenales y verdugones hasta donde le alcanzaba la vista. Si era su madre, estaba irreconocible. Sus sentimientos ruines quedaron atrás al verla en ese estado. No quería perderla, por mucho que no hubiese ejercido nunca de madre. Quería estar con ella junto a la camilla.
—Mamá… —se puso las manos sobre la cara, tapando las gafas de sol—. Lo siento.
Cerró los ojos con fuerza mientras lágrimas de desconsuelo se deslizaban por sus mejillas. Se sentía egoísta, una persona horrible y odiosa. Ella en la cama con Eichi mientras su madre luchaba entre la vida y la muerte. Se acuclilló frente a la puerta, negando con la cabeza y llorando silenciosamente.
—Takumi, ¿qué haces aquí?
Akiyama vio a la chica coger un autobús mientras la despedía con la mano. Entró en el hospital de nuevo y se dirigió directamente hacia la UCI, donde su amiga permanecía en coma después de recibir la paliza de su vida. Revivió cómo, después de encontrar la horripilante escena en la mansión Hoshina, llamar a la ambulancia y que la atendieran de urgencia en el hospital, el médico le dio tan pocas expectativas de que sobreviviera…
«Tiene cuatro costillas rotas y una ha perforado el pulmón izquierdo, la mandíbula y muchas piezas dentales rotas; hemorragia interna debido a patadas en el abdomen, que por poco revientan el estómago y han dañado los intestinos. Tiene el brazo roto y no sabemos hasta qué punto los golpes en la cabeza la afectarán si despierta… algún día. Se han ensañado bien, Hatake-san. Quien sea, quería matarla y ha pensado que lo había logrado. Se agradece que no tuviera conocimientos médicos».
Agradecía al médico el no haberse ido con rodeos, ya que cualquier otro no habría sido tan sincero. Dejó que su mente divagara y elaborara algunas ideas. Admiró el rostro amoratado de su amiga y le acarició el cabello, ahora aseado y sin rastro de sangre pero igualmente irreconocible. No podía dejar de preguntarse quién habría osado cometer semejante salvajada, aunque tenía una idea de quién podría haberlo hecho, y le parecía bastante realista… Quizá ya nunca, pensó con tristeza, podría decirle nada de sus sospechas y de lo que había hablado con Takumi.
Después de que Kaede le pidiera que investigara sobre Kohaku Kimura, estuvo buscando datos sobre su apellido pero al poco de empezar, cayó en la cuenta de que tenía un sitio mejor donde hallar información: un pequeño dossier de una investigación que había realizado en el pasado. Se preguntaba si todo podría formar parte de un plan por parte de los Kimura contra
los Hoshina o sólo de una parte, o simplemente era que les interesaba el tamaño patrimonio que tenían y querían, a toda, costa, poseerlo. Tragó saliva. Si era así, y ellos pretendían ir contra los Hoshina, podía afirmar, con bases sólidas, que los Kimura tenían grandes probabilidades de ganar.
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Eichi no estaba cuando Takumi traspasó la maltrecha puerta del piso y oyó el persistente sonido de una llamada de móvil. Tampoco cuando la chica se dio prisa en buscarlo, y al cogerlo vio un nombre escrito en la pantalla: Tilo. Ni se lo pensó.
— ¿Diga?
«Eres Takumi, ¿no? »
A ella se le heló la sangre al escuchar aquella voz. No supo ni pudo decir nada. Una mezcolanza de sentimientos se entrecruzaban en su cerebro, unos queriendo insultarle y otros colgarle el teléfono para no oírle más.
« ¿Cómo te sentó lo del otro día, te gustó?»
preguntó, cínico.
—Eres repugnante —habló, con toda la ira de la que fue capaz mientras su boca y sus manos temblaban sin control.
Se giró hacia la puerta, dispuesta a estampar el móvil contra cualquier cosa, al tiempo de ver a Eichi llegar, tan sudoroso y cansado que no imaginó que le arrebataría el móvil en menos de un segundo.
«Hoshina, ¿no?»
— ¿Qué quieres?
« ¿Cómo está tu prima? Tan ingenua como siempre, supongo
—rio—.
A lo que voy: tengo a tu amiguito Tilo en el bar. Si no vienes con MI prometida pasarán dos cosas: primero, que le fallarás a tu "preciosa" amistad con él y segundo, que lo mataré».
Eichi frunció el ceño y maldijo, colgando el teléfono y llevándose las manos a la cabeza, exclamó:
— ¡Mierda!
—Haz el favor y no te muevas de aquí. -le había ordenado él antes de salir disparado por la puerta.-Tú te has ido a ver a tu madre; yo voy a solucionar mis problemas. Respeta eso, joder.
— ¡No puedo dejar que vayas solo! -Gimió, presa de un ataque de nervios- ¿Y si le hace algo a Tilo… o a ti?
—No puedo asegurarte nada –habló, apartando la mirada-. Piensa en ti misma por una puta vez.
Takumi frunció el ceño y la adrenalina la invadió mientras se movía rápido para no perder la pista de su primo, que cada vez andaba a más velocidad. Lo presentía: Tilo estaba en peligro y ella, por mucho que dijese su primo, no se iba a quedar de brazos cruzados. Bastante tiempo llevaba ya así, llorando y auto compadeciéndose, escondida en un rincón y sin saber qué hacer. Esa actitud estaba muerta y enterrada.
Continuará…~ ♡**