El diablo de ojos blancos...#Capítulo 18.

— ¿Qué mierda pasa ahí dentro? — ¡Eichi! —gritó Takumi, desesperada. Kohaku miró a la puerta, disgustado y le hizo una señal al otro. —Venga, haz lo que sea con ella, y date prisa.

Quiero pedirles a todos disculpa por subir los capítulos de manera tan irregular, pero los exámenes ocupan muchísmo

mi tiempo. Gracias a los comentarios que algunas personas me dejan me motivan a seguir escribiendo con rapidez

para que puedan seguir disfrutando de esta lectura, así que ya saben, acepto valoraciones tanto buenas como malas

al igual que los comentarios.

Un enorme besazo de mi parte. *♡***

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Takumi tembló en el asiento del copiloto, nerviosa. Lo que acababa de suceder no era para nada normal. Se habían dejado hasta la ropa en casa de Akiyama, y todo por la pelea entre Eichi y Kohaku. Ella había besado a Eichi frente a Kohaku, y él no es que tuviera muy buena cara. Por alguna razón, aquello que Kohaku había dicho en una parte de su pelea con Eichi la tenía pensativa desde hacía unos instantes: "Y si le cuento lo que te pasó, ¿qué crees que pensará ella?, ¿Crees que te seguirá queriendo después de saber todo lo que eres?" Estaba tan intrigada y a la vez atemorizada... ¿Kohaku sabía que ella quería a Eichi? ¿Cómo lo sabía, si ella no le había hablado en ningún momento de él?, ¿y qué le había sucedido a Eichi y qué es lo que ella no sabía? Enseguida su cabeza hizo "clic" y recordó las noticias sobre él, la prensa acosándole... ¿Eichi de verdad había hecho eso que todos decían, se había prostituido, había tomado drogas?

—Necesito poner gasolina —la voz de su prometido la sacó de sus pensamientos.

Takumi le prestó atención: aún tenía puesto el disfraz, al igual que ella. Se sintió un poco mal de haberle hecho marcharse así de la fiesta.

—Siento que vayas vestido así.

—No importa, tengo ropa de recambio detrás —no sonrió—. Después me cambio en tu casa.

—Está bien.

Kohaku condujo hasta la gasolinera más cercana y paró el coche, saliendo de éste y entrando al establecimiento. Una vez dentro, sacó su móvil y marcó un número. La voz de su tío sonó al otro lado de la línea:

— ¿Eres tú, Yashiro?

—Sí, sobrino —al otro lado del teléfono se escuchaba mucho ruido, como si hubiese una fiesta en el local—. Más vale que sea importante, ¿qué pasa?

—Creo que no voy a soportarlo más, va a tener que venir alguien esta noche —Kohaku tragó saliva, intentando que las palabras le salieran suaves. —. No aguanto más sin que esta zorra tenga su castigo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—Se lo ha vuelto a tirar, en mis narices —un tono peligroso surgió del fondo de su garganta—. Y lo que no aguanto es que haya sido con él, con Eichi Hoshina. Él también tendrá su merecido, pero no ahora, no ahora...

—Hijo, ese rencor no puede ser bueno... —río a través del teléfono—. ¿Por qué no la traes aquí? —Preguntó su tío, aclarándose la garganta—. Se le quitarían las ganas de volver a hacértelo.

—Esto es más que rencor, Yashiro, no te burles, y no puedo llevarla ahora. Después de todo lo que ha pasado, sospecharía.

—Entonces puede ir uno de los chicos, el que elijas.

Kohaku calló un momento, pensándoselo. Después de unos segundos, al fin respondió:

—Trae a quien quieras, que esté bien dispuesto.

Cuando entraron por la puerta de la mansión no había ni rastro de personas en la casa. Supuso que Hoshina Yashamura  se habría quedado en una de las habitaciones de invitados, pero lo encontró dormido en el sillón, roncando. Quiso reír pero se contuvo. No quería despertarlo.

—Ve pasando, Takumi. Te robaré un vaso de agua de la cocina —sonrió un poco, intentando aliviar la tensión que parecía haberse instalado en ella desde que abandonaran al asqueroso de Eichi Hoshina en la fiesta.

Takumi asintió y subió por la escalera. En vez de ir a la cocina, Kohaku se dirigió hacia la puerta, que había dejado entornada y la abrió, viendo que un sujeto con ropa oscura ya se encontraba allí. Miró a todos lados, viendo si había alguien y tras el escrutinio, le dejó pasar.

—Primo, ¿cómo estás? —preguntó Kohaku, viendo a uno de los muchos miembros de su familia.

—Aquí, esperando que me digas dónde está la zorrita —Rio bajo mientras subían las escaleras—. ¿Qué haces vestido así?

—Cállate ahora, la verás en un momento y más vale que no preguntes por mi traje. No te importa.

—Vale, vale, señorito. Sin hacer preguntas.

&

Eichi cogió un taxi, no sabiendo muy bien si estaba cabreado o no. Había una mezcla extraña en su interior y no era por el alcohol, estaba seguro. No dejaba de pensar en esa maldita niña, que seguro que ahora estaba en casa de su estúpido prometido, follándoselo o vete a saber qué. Apretó los puños y la mandíbula, maldiciendo en silencio. ¿Por qué estaba tan cabreado? Aquello no tenía razón de ser.

—Hemos llegado —avisó el taxista.

Se bajó del coche, vislumbrando la mansión Hoshina. Todas las luces apagadas. Seguro que nadie lo molestaría para terminar de recoger sus cosas.

&

Takumi se encontraba nerviosa aún por lo sucedido. No podía dejar de pensar en el rostro de Eichi al marcharse. No podía arrepentirse de sus palabras. Tenía que ser fuerte y fiel a lo que le había dicho. Aunque verle otra vez significase pecar de nuevo. Al entrar a su habitación se empezó a quitar los zapatos y las medias y se masajeó los pies doloridos. Suspiró: había sido una noche muy larga y llena de emociones. Se sentó en la cama y se desperezó, bostezando. De repente, la puerta se abrió y un hombre vestido de negro se adentró en la habitación, seguido de su prometido, que cerró la puerta con pestillo y se quedó mirándola fijamente.

—Mira, si hasta está arreglada para mí —dijo el otro, alegre.

Era un hombre de espalda ancha, ojos brillantes y cabello negro. Vestía completamente de negro, sin exceptuar ninguna prenda. Takumi tardó unos segundos en reaccionar: se levantó de la cama y miró a Kohaku, buscando una respuesta pero no la encontró.

— ¿Qu-Quién es usted? —preguntó, con labios temblorosos.

El tipo avanzó un poco más; se crujió los nudillos y pintó una sonrisa socarrona en sus labios, ignorando su pregunta. Takumi le vio avanzar hacia ella poco a poco pero seguro de lo que hacía. Ella retrocedió un poco hacia la cama.

— ¿Cómo estás, Takumi-chan?

—Qu-quiero que salga de aquí... —habló, sintiéndose violenta de repente.

—Eres muy guapa y casi nunca puedo estar con una chica como tú.

Ella abrió los ojos mucho y se alejó lo más que pudo de aquella persona. Caminó hacia atrás hasta que no quedó más por recorrer y su pie dio contra el borde de la cama. Su pecho empezó a subir y a bajar más deprisa y todo su cuerpo temblaba incontenible.

— ¡Ko-Kohaku! —se atrevió a gritar.

El sujeto sonrió, acercándose aún más y se quitó la camiseta negra que llevaba puesta.

—No sé ni para qué lo llamas: él me ha traído aquí.

Takumi miró a Kohaku, incrédula. No era posible.

— ¡Y-yo no he hecho nada, Kohaku! —chilló ella, asustada, con las mejillas bañadas en lágrimas y poniendo las palmas de sus manos contra el tipo—. ¡No lo hagas, por favor!

—Eres una perra ridícula—le dijo Kohaku  desde su posición y Takumi notó aún el escozor de las lágrimas en sus ojos—. Me has engañado con el asqueroso de tu primo. Para mí es suficiente.

Takumi no tuvo tiempo de contestar. El sujeto la cogió de un brazo y la estampó sobre la cama, tirándose sobre ella. Esta se revolvió, le arañó y forcejeó con él hasta que él la agarró por el pelo y acercó sus rostros a milímetros. La chica cerró los ojos y gimió, dolorida.

—Quieta, joder.

Con furia, dejó su cabellera libre y tironeó del pecho del vestido, rompiéndolo un poco, pero Kohaku se acercó y le paró:

—Espera. Suéltala.

Takumi sintió el peso del cuerpo del extraño abandonarla, y pensó en salir corriendo, pero la puerta estaba cerrada y la ventana no era una opción. Tragó saliva, y alerta, se levantó poco a poco de la cama, sosteniéndose el vestido por la parte rasgada.

—Ah, que quieres participar —dijo el extraño, con una sonrisa socarrona—. ¿Por qué no lo has dicho antes? Habríamos hecho esto de otra manera...

Los ojos de Takumi se llenaron con nuevas lágrimas al verles a los dos hablando sobre lo que le iban a hacer. Caminó, tragando saliva, hasta la pared que daba a la puerta del baño. Quizá si se encerraba allí... pero no daría tiempo. No quitó la vista de los dos hombres y tembló cuando Kohaku la volvió a mirar con una sonrisa fría y carente de sentimiento.

Espantada, Takumi corrió al baño, pero justo antes de llegar a su meta, Kohaku fue más rápido y se adelantó, golpeando con la palma de la mano la pared. Ella se encontró de frente con sus ojos, profundos y oscuros como la boca de un lobo. En unas pocas décimas de segundo, él se inclinaba hacia ella. Takumi puso las manos sobre su cara, pero él las apartó con fuerza y besó sus labios a pesar de su negativa. Esta apretó los puños y movió la cara de un lado a otro, intentando quitárselo de encima. Él siguió forzando el beso y cuando la soltó, ella tenía los labios rojos. La miró, suspirando y después le arrancó lo que quedaba de la parte de arriba del vestido, dejándola con el sujetador expuesto.

— ¡No! —lloró, cogiendo aire rápidamente cada vez, sintiendo que iba a ahogarse. Oyó las risas de ambos, y entró en pánico. Le iban a hacer lo que fuera entre los dos, y no tendría oportunidad.

Kohaku la cogió de los dos hombros y se vio empujada hacia el otro hombre, que al alcanzarla le arrancó un poco más de vestido y aferró fuertemente sus manos mientras la chica luchaba por soltarse. Gritó, histérica, y el desconocido le tapó la boca mientras ella intentaba respirar por la nariz. Kohaku se acercó a ambos y bajó hasta el oído de la chica, diciéndole:

—Tenía ganas de tenerte así, Takumicita —la chica odió la manera en que la llamó—. Muerta de miedo, sin el gilipollas de tu "novio" para defenderte.

El acompañante de Kohaku rebuscó en su pantalón y sacó una navaja. Kohaku miró la navaja y después besó el cuello de la chica, que tembló aterrorizada, sumida en un ataque de ansiedad. La visión del arma blanca eliminaba todas sus fuerzas para luchar.

— ¿Ves eso? —le dijo al oído; el reluciente filo atemorizó a la chica—. No creo que haga falta usarlo, ¿cierto?

La chica tiró la cabeza hacia abajo y cerró los ojos con fuerza al notar los dedos de Kohaku desabrochar el sujetador. Lo hacía con horrorosa lentitud, como si quisiera hacerla sufrir más. El extraño que la aferraba por detrás le levantó la cabeza, obligándola nuevamente a fijarse en Kohaku. En aquellos ojos oscuros, viles, cargados de lujuria. La oscuridad de aquellos ojos anidaba en su mente, eliminando toda la luz, todo lo demás...

—Por favor, Kohaku... —lloró, desconsolada, negando con la cabeza—. No lo hagas.

Sin hacerle caso, apretó sus pechos con fuerza entre sus manos y ella gimió, humillada y dolorida. Entonces, como una tabla de salvación, la voz de su primo sonó a través de la puerta, llenándola de esperanza.

— ¿Qué mierda pasa ahí dentro?

— ¡Eichi! —gritó Takumi, desesperada. Kohaku miró a la puerta, disgustado y le hizo una señal al otro.

—Venga, haz lo que sea con ella, y date prisa.

Takumi luchó de nuevo con fuerzas renovadas pero el hombre la estampó contra la cama. Oyó el cinturón de su pantalón y después la bragueta bajando y su corazón palpitó fuerte, asustado, tanto que creyó que sufriría un ataque. A pesar de su negativa, el hombre apretó sus labios con los suyos, haciendo que sintiera ganas de vomitar. Abrió los ojos y alcanzó a ver a Kohaku vigilando la puerta que su primo estaba aporreando.

— ¡Socorr...! —aulló, pero fue silenciada por una mano.

El desconocido abrió sus piernas y ella las cerró obstinadamente pero bastó la fuerza bruta para conseguir abrírselas del todo. Fue entonces que la puerta se abrió de par en par y su primo apareció por ella y Kohaku le impidió el paso hacia ella. Avivada por su presencia, Takumi acertó una patada en la entrepierna del desconocido, que ahogó con una bofetada su dolor, maldiciendo a Takumi por lo bajo.

— ¡Hija de perra, asquerosa!

&

Eichi subió a la planta superior. Por el momento no percibió ningún ruido. Seguramente su prima estaba en casa de aquel gilipollas, haciendo vete a saber qué. Pasó a su cuarto y recogió un par de cosas que había por su habitación: más ropa, ropa interior y algunos objetos de aseo más. Rebuscando en el cajón de su ropa interior, encontró la hoja del diario de su prima y unas cuantas más. Sonrió levemente. Seguro que ella aún estaba buscándolas. Se las guardó en la bolsa de mala manera.

Salió de la habitación deprisa y entonces paró en el pasillo al oír un ruido proveniente de la habitación frente a la suya. Se acercó y pegó la oreja a la puerta.

— ¿Takumi? —exclamó, alarmado.

Escuchó el grito ahogado a través de la puerta, y forcejeó con el manillar como un loco.

— ¿Qué mierda pasa ahí dentro?

Oyó un ruido, como un golpe y una voz masculina que reconoció. No se lo pensó mucho a la hora de abalanzarse hacia la puerta y golpearla con toda la fuerza de su pierna. No lo consiguió y volvió a intentarlo una vez más. Oía los sollozos ahogados de su prima cada vez más fuertes.

— ¡Eichi! —la oyó gritar y no pudo contenerse en golpear la puerta con todas sus fuerzas.

— ¡Abrid la puta puerta! —bramó, oyendo los postigos rechinar con cada sacudida.

Sintió un escozor molesto en el pie, pero no importaba ahora mismo. Lo único en que pensaba era en abrir esa puerta a como diera lugar y sacarla de ahí, ocurriera lo que ocurriese en el interior del cuarto. Finalmente, la puerta cedió, astillándose la madera que rodeaba el pomo y abriéndose un poco. Eichi la golpeó otra vez, abriéndola del todo. Sus ojos se abrieron por la impresión al ver lo que allí dentro sucedía.

Su prima estaba tirada en la cama, prácticamente desnuda y un hombre estaba sobre ella, con los pantalones bajados hasta las rodillas y sosteniéndole las piernas. Se le secó la boca. Era tan irreal. Fue consciente de todo al verla moverse con frenesí bajo él. El hombre tenía una mano en su boca que le impedía gritar. Kohaku estaba al otro lado de la habitación, mirándolo con mal humor, como si le hubiera fastidiado el plan. No supo lo que le entró al ver todo aquello, pero sin pensárselo, corrió hacia Takumi pero Kohaku se puso en medio, impidiéndoselo. Sin pensar siquiera, Eichi le atinó un puñetazo, otro y otro más y él no los esquivó, cayendo al suelo con la nariz chorreando sangre. Su prima gritaba y trataba de liberarse por todos los medios y él, lo único que entendía era la necesidad de quitarle a ese tipo de encima y matarlo.

— ¡Quítate de encima de ella, hijo de puta!

El hombre le superaba en altura y envergadura, pero él no se acobardó. La adrenalina no lo dejaba pensar en otra cosa que en matarlo, acabar con aquel sujeto asqueroso. Al verla allí, indefensa, le hervía la sangre. ¿Desde cuándo le cabreaba tanto que ella sufriera, desde cuándo sentía algo así por su prima? Avanzó hacia él, pero el hombre sacó una navaja y la puso entre él y Takumi.

—Me acuerdo de ti, de cuando estabas en el bar —mientras hablaba, el hombre jugueteó con su navaja entre los pechos de Takumi. Ella estaba quieta, muy quieta y él la miraba sonriente, entrecerrando los ojos de puro placer.

—Me importa una mierda de qué me conozcas —habló, bajo, peligroso—. Levántate de ahí.

—Eichi, Eichi... —sonrió el otro—. Ni siquiera he empezado, ¿me vas a joder el polvo más aún?

Takumi no pudo evitar un sollozo cuando él apretó la navaja contra su piel e hizo un pequeño corte. Pero no osó abrir la boca.

— ¡No! —Gritó Eichi, sintiendo un miedo descomunal instalarse en la boca de su estómago—. ¡No lo...!

— ¿Tienes miedo? —Preguntó el otro, haciendo el corte más largo y profundo, haciendo que manara sangre—. ¿Te da miedo que la mate?

—Aleja eso de ella —elevó la mano, llevándola en dirección a él y haciendo el amago de pararlo.

De repente, un ruido llegó desde las escaleras, haciendo abrir los ojos al tipo sobre Takumi.

—Vete —le dijo Kohaku, ya habiéndose levantado del suelo. La nariz y parte de su cara comenzaban a amoratarse—. Yo me encargo.

—Bueno —sonrió cínicamente a Eichi y le dio un beso a Takumi en la mejilla, susurrándole al oído—: Volveré para terminar.

Guardó la navaja, se subió el pantalón y en cuestión de segundos había salido por la ventana, perdiéndose en la oscuridad del jardín.

&

Yashamura despertó sobresaltado por gritos y golpes fuertes dados en algún lugar dentro de su casa. Se levantó y subió al piso de arriba, exaltado. ¿Qué pasaba a aquellas horas de la noche? Por otro lado lo agradecía: quedarse dormido en el sofá teniendo su cama de matrimonio arriba (sin su "mujer", que dormía en uno de los cuartos de invitados) era una estupidez. Subidas las escaleras y recorrido un poco del pasillo se encontró con su mujer, que salía de su habitación. Le dirigió una mirada de desprecio y caminó directo hacia la única habitación abierta y con luz. Al asomarse, abrió mucho los ojos con sorpresa al ver a su futuro yerno a un lado de la habitación con la cara llena de sangre sujetándose la nariz, a su hija semidesnuda en la cama con los ojos enrojecidos y la ropa rasgada y a su sobrino demasiado cerca de ella.

— ¿Qué ha pasado aquí? —Preguntó, con chispas saliendo de sus ojos—. ¿Qué has hecho con mi hija?

Esperaba respuestas, y muchas.

&

Oyó a su tío decir algo, pero realmente no lo escuchó; sólo la veía a ella y a su mirada perdida en un mundo que él mismo había visitado alguna vez. Apretó su hombro, sujetándola con firmeza mientras ella tragaba saliva y temblaba como un flan. Segundos después, Kaede apareció por la puerta y él ni siquiera se giró a mirarla.

—Te estoy preguntando que-diablos-has-hecho-con-mi-hija.

Molesto, Eichi se dio la vuelta y contestó: —Alejarla de ese imbécil. Sí, el imbécil de tu "yerno".

—Kohaku, ¿qué ha pasado? —Yashamura Hoshina dirigió una mirada a Kohaku, esperando contestación.

—Él la ha... oh, dios... la ha violado... —movió la cabeza con desesperación, actuando como un perfecto actor—. Y yo no he podido hacer nada...

Por primera vez desde que su padre había llegado, Takumi abrió mucho los ojos y abrió la boca para decir algo:

— ¡No! —Gritó, aún con lágrimas en los ojos y la cara completamente roja de ira—. ¡Eso es mentira! Ha sido…—se quedó sin voz al recordar la promesa que aquel hombre le había hecho "volveré para terminar". Su piel se tornó pálida de nuevo, casi como la de un fantasma.

Los peores demonios parecieron adueñarse de la cara del cabeza de los Hoshina al decir: —Ni siquiera la habrá violado… —estaba furioso—. Lo han hecho, y ella, obviamente se ha roto el vestido para fugarse con él, ¿no lo ves? —sonrió, cáustico—. Encima va vestida como una puta, ¿eh, Kaede? —se giró hacia ella—. ¿Qué cojones le has enseñado a tu hija desde que está contigo?

Un rayo cruzó los ojos de Kaede pero no dijo nada. Takumi empalideció aún más y un hondo sollozo surgió de su garganta. Ella... Ella... Quería desaparecer de la vista de todos. Irse. Vio como Kohaku la quería alcanzar, tendiéndole una mano, pero se apartó con terror en el rostro, aferrándose a la espalda de Eichi.

—Nos ha atacado en la habitación de arriba, díselo, Takumi, no te quedes callada —Kohaku parecía desesperado. Takumi lo miró y se sujetó aún más a la camisa de Eichi.

—Mira como finge —la increpó su padre—. Es eso, ¿no? Quieres estar con él, te haga lo que te haga. ¿Pero sabes qué? Vas a aprender a obedecerme y a ver quién manda en tu vida.

Avanzó hacia ella, alzando una mano para darle una bofetada. Eichi hizo el gesto de interponerse, pero antes de nada, Takumi gritó, sorprendiendo a todos los presentes:

— ¡No me toques!

Su padre bajó la mano, mirándola con los ojos como platos y entonces su tez enrojeció y formó un puño con sus manos, que fue directo a la chica, pero antes de llegar, Eichi aprovechó para interponerse, recibiéndolo en su lugar, en la mandíbula.

—Gilipollas —le espetó el chico por lo bajo, con rabia, pero el susodicho lo oyó—. Te importa tan poco tu hija que no ves lo que ese malnacido está haciendo. No te queda una gota de seso en esa cabeza tan pequeña para pensar en otra cosa que en tu empresa y tu mierda de dinero.

—Desagradecido... ¿Cómo te atreves a insultarme así?

Kohaku avanzó un poco hacia ella buscando tocar su hombro y un gemido de terror cruzó la garganta de la chica, que salió corriendo por la puerta, bajando las escaleras a toda prisa. Eichi, ignorando a su tío, la siguió hasta el jardín, donde ella se arrodilló en el césped, vomitando toda la cena. Se echó a llorar como una niña, perdida en un mar de sensaciones que no tenían nada que ver con lo feliz.

Eichi se arrodilló junto a ella, poniéndole una mano en los hombros. Takumi pegó un brinco, pero se tranquilizó al notar que era él. Eichi abrió la boca para decir algo, pero se calló y la miró una vez más: los labios rojos e hinchados, las pestañas espesas, los ojos grises, brillantes y rojizos por las lágrimas, su vestido y temblando de frío. Se le puso la piel de gallina. En su mente, volvió a verla tirada en la cama y la imagen de aquel hombre apareció como la suya propia. Él había hecho eso mismo. Él también había sido tan vil o más con ella.

—N-no quiero quedarme a-aquí —tartamudeó sin poder evitarlo, llorosa—. Dijo que vendría a terminar...

Con un gruñido, Eichi arrancó un poco de césped del jardín y tragó saliva. La iba a proteger, aun cuando él fuese una persona aún peor, porque ella era suya, era suya... y era su responsabilidad.

—Vas a venir conmigo.

Ella levantó la mirada, dejando de llorar por un momento, demasiado sorprendida para pensar en nada más. Antes de poder decir nada más, la voz de su padre resonó por el jardín con una amenaza.

—Si te la llevas, te denunciaré

Se puso frente a ambos jóvenes. Kaede lo siguió de cerca, sin decir nada y Kohaku estaba cerca de la puerta, mirando la escena.

—Me importa una mierda —contestó Eichi.

Eichi apremió a Takumi, dándole la mano para que se levantara del suelo. Ella no osó mirar a su padre. Sin pensarlo, Eichi se quitó la chaqueta y se la pasó a la chica, quedándose ella con la prenda en las manos, sin saber bien qué hacer con ésta.

—Muy bien, Eichi, tú te lo has buscado. ¡Te voy a arruinar la vida!

— ¿Aún más?

Sin mirar atrás, la pareja se alejó del jardín de la mansión Hoshina.

&

Takumi se mordisqueaba las uñas, manía que no llevaba a la práctica desde su infancia. Su mente borraba indiscriminadamente todos los hechos que habían acaecido esa noche, pero apenas conseguía hacerlo durante unos minutos. La cruda realidad es que quería desaparecer de la faz de la tierra. ¿Y si aquel tipo volvía? Respiró profundo. Parecía que se iba a ahogar. Quería meterse en la ducha, borrarlo todo... La voz de Eichi la sacó de sus pensamientos.

—Deja de hacer eso.

Sin mirarle, Takumi vio sus uñas destrozadas y las dejó en el regazo, evitando tocarlas más. En vez de eso, se puso a jugar con la tela rasgada de su vestido, estirándola y apretándola compulsivamente, rompiéndola aún más. Otro flash de aquel tipo cruzó su mente, cuando él había roto su vestido. Miraba el paisaje tras la ventanilla del taxi, intentando por todos los medios borrar aquellos pensamientos suicidas de la mente. Hasta que él la pilló desprevenida, poniendo una mano encima de las suyas y parando lo que estaba haciendo.

—Para. No lo aguanto.

Ella le miró, confundida, ¿no quería que parara con lo otro? Eichi le devolvió la mirada, una de pesadez que la hizo bajar la cabeza, dolida.

—Lo siento —le picaban los ojos de nuevo.

—No te disculpes, joder.

&

Después de unos quince minutos, el taxi paró a las puertas de un bloque de apartamentos de varios pisos, con una escalera de metal por fuera que llegaba a cada planta. Caminaron, subiendo escaleras de metal hasta llegar a una puerta pintada de blanco, como todas las demás, con un letrero en el que Takumi no se fijó. Eichi se arrodilló y buscó bajo la alfombra, de donde sacó un pequeño manojo de llaves.

— ¿D-de quién es esta casa? —se atrevió a preguntar Takumi.

—De un amigo —fue la escueta respuesta de él.

Sus dedos buscaban la llave, rápidos y nerviosos. Ella bajó la cabeza; quería llorar. Se había ido de casa e iban a denunciar a Eichi por su culpa. Se adentraron en el piso. Era pequeño y parecía un trastero con tanto revoltijo de cosas. Takumi no entendía cómo se podía vivir entre tanto desorden. Aquello era tan diferente a la enorme mansión en la que vivía... Su corazón latió con fuerza. Su habitación en la mansión.

Eichi entró por un pasillo que conducía a las habitaciones mientras Takumi se quedaba en el comedor sin saber qué hacer. Cayó en la cuenta que no llevaba zapatos y sus pies estaban sucios, con puntos rojos por todos lados. Después de un momento, él volvió a aparecer por el pasillo con un par de prendas de ropa. Ella las miró, intentando distinguirlas, ocupar su mente en otra cosa que no fueran sus pies. La miró, bufando.

—Ponte esto.

Ella asintió y notó que él evitaba mirarla demasiado. Se cubrió un poco más con la chaqueta, avergonzada, acentuándose la sensación de querer llorar.

— ¿Dónde está el baño? —preguntó, tomando la ropa que él le daba.

—Al fondo.

&

Takumi entró al baño y cerró la puerta con pestillo. Rehuyó al espejo y abrió el grifo del agua caliente. Se quitó toda la ropa y descubrió, estúpida de ella, que no llevaba ni bragas ni sujetador, sólo aquel estúpido vestido. Algunas lágrimas surgieron de sus ojos, inclementes. De un manotazo, borró las lágrimas que se amontonaban en sus ojos y se metió en la ducha desnuda, tratando de que no la afectara. Gritó al notar el agua hirviendo sobre su piel y lo ajustó mejor, pero sólo salió agua fría. Con impaciencia, lo ajustó hasta que quedó como ella quería y se duchó rápidamente, restregando todo su cuerpo con jabón, pero no frotó demasiado fuerte, ya que cualquier lugar sensible le ardía.

Una vez salió de la ducha y se vistió, se olió las manos: fuera como fuese, ni con una ducha, ese olor le seguía recordando a algo. Algo asqueroso que le daba arcadas. Tragó saliva y se cubrió el largo cabello con la misma toalla con que se había secado el cuerpo. ¿Estaba demasiado largo ya o se lo parecía a ella? ¿De quién sería esa casa, de un amigo, como decía Eichi? Salió del baño y se quedó parada en el pasillo un momento, mirando en todas direcciones. Al final se dirigió al comedor, y allí estaba él, sentado en el sofá y con un cigarrillo casi completo en la mano, fumándoselo. Había un olor raro en el ambiente. En la atestada mesita reposaba un vaso repleto de un líquido color ámbar.

— ¿Qué estás fumando? —preguntó ella, muy sorprendida.

—Marihuana.

— ¿Lo haces mucho? —preguntó ella, recelosa.

—Sólo cuando lo necesito —la fulminó con la mirada y ella la bajó.

—Es malo para la salud —intentó distraer su atención con las pelusas del suelo—. Dicen que quita neuronas.

Pasó un rato en que ella se quedó de pie con la mirada baja y él sentado en el sofá, mirándola fijamente con el ceño fruncido. Sin dejar de mirarla, llevó el vaso a sus labios y le echó un trago.

—Mentirse a una misma también lo es.

Ella subió la mirada, nerviosa y se cruzó con sus ojos. Se lamió el labio inferior y apretó los brazos contra su vientre, atenazada por una sensación de vacío. Con pasos vacilantes, se acercó a la mesita donde estaba Eichi y cogió el vaso, dándole un trago ella también. Él se levantó y le quitó el vaso de las manos, dándole otro trago él.

— ¿Por qué no dices nada, maldita sea? —bufó él, furioso, apagando el cigarrillo y tirándolo al cenicero.

Al ver a su primo levantarse, ella se alejó un par de pasos, tragando saliva y saboreando una vez más el sabor del alcohol en su boca.

— ¿Y qué quieres que diga? —Preguntó, levantando el tono de voz—. No…no sé qué quieres decir.

—Ah, ¿no lo sabes? —preguntó él, ácido, sonriendo cínicamente—. ¿Estás segura?

Eichi levantó la cabeza, apretando la mandíbula y estrechando los ojos. Takumi negó con la cabeza, rehuyendo su mirada y caminando hacia atrás poco a poco. Sus ojos bajaron, evitando los suyos.

— ¿Sabes lo que ha hecho ese tipo, Takumi, lo sabes? —preguntó, acercándose unos pasos más. Ella intentó correr, alejarse de él, pero él lo impidió, cogiéndola del pescuezo de la chaqueta y acercándola a su rostro.

—No… ¡No lo digas! —ella intentaba no llorar y el velo que había echado sobre su mente se iba descorriendo rápidamente.

— ¿Qué pasa, ha pasado una hora y ya se te ha olvidado?

— ¡Eres cruel! —Gritó ella, gimiendo entre lágrimas—. ¡Eres horrible, te odio!

—Esa es la idea: que me odies —respondió él, cogiéndole los brazos. Hablaba lentamente, con ira—. Que te enfades.

— ¡Basta! —Gritó mientras negaba con la cabeza—. ¡No digas nada más! ¿Por qué me hostigas de esta manera?

—Es lo mismo que yo hice contigo... ¿no? Deberías estar odiándome por ello, alejándote de mí lo más posible. Lo mismo que yo... —cerró la boca antes de decir nada más.

Sus palabras sonaban simples pero duras. Takumi se revolvió entre sus brazos, tratando por todos los medios de escabullirse. Quería estar sola, llorar; quería por un momento no estar bajo su control, bajo esa mirada que siempre le escocía.

—No… ¡No ha sido lo mismo! —Se le secó la boca—. Y tú... tú... si no fuera por ti...

Con aquellas palabras, Takumi se quedó laxa entre sus brazos, sin resistirse más. Era consciente, por un momento, que aquello era cierto, pero no lo comprendía. Recordó a Eichi atosigándola, amenazándola y obligándola. Sí, era cierto y por mucho que le costara aceptarlo, él también había sido horrible con ella. Eichi no tenía perdón, pero no... No era lo mismo. Para nada. Kohaku Kimura y ese otro hombre se habían reído de ella, la habían humillado pero, ¿qué diferencia había entre una cosa u otra?

— ¿Por qué lo niegas? Yo soy igual, primita.

— ¡No! Tú no lo has hecho —cerró la boca fuertemente y tragó saliva. Sollozó antes de hablar, y sus lágrimas caían como torrentes—: Mientras me desnudaban, Kohaku me miraba y se reía. Se reía de mí. Se turnaban para arrancarme la ropa... —se hundió totalmente, aferrándose a Eichi—. Me sujetaban tan fuerte y no podía… no podía hacer nada. Me hacía mirarle a los ojos. ¡No puedo dejar de ver sus ojos, no puedo dejar de oler a él!

Eichi no decía nada pero lo sentía temblar. No sabía por qué. Notó como él la apretaba entre sus brazos y solo lloró. Lloró hasta que se le terminó el alma.

Continuará...~ *♡***