El diablo de ojos blancos...#Capítulo 17.

Hizo otro intento y ella volvió a esquivarle, con una sonrisa divertida. Por primera vez, Eichi sintió el ansia recorrer todo su interior. Quería tenerla. —Niña mala —susurró, con la voz ligeramente ronca, sonriendo de medio lado—. Quieres algo más que cosquillas, ¿verdad?

Sábado, 31 de octubre

Takumi removió su comida con pocas ganas y cogió el agua, dándole un largo trago. Miró de reojo a todos los presentes. En las puntas de la mesa estaban sus padres, que no parecían reconciliados pero se dirigían miradas que no sabía cómo identificar. Justo frente a ella faltaba alguien: Eichi, pero su lugar lo ocupaba quien sería su marido en pocas semanas, Kohaku Kimura. Éste sonreía, y a ojos de Takumi, era totalmente ajeno a todo lo que había sucedido en las semanas anteriores.

—En fin, Kohaku —empezó Yashamura—. Me parece increíble que os vayáis a casar en tan poco tiempo ya. Si es en dos meses, tendremos que correr bastante.

Su padre sonreía, como un triunfador. Takumi suspiró. Había estado hablando de la empresa, de la boda, de la prensa... el periódico había llegado hacía casi una semana cargado de las declaraciones de su madre en televisión y él pareció no darse por aludido. Bajó la mirada, sintiendo cómo se formaba un nudo en su garganta y el escozor de las lágrimas subía a sus ojos. Estaba cansada de escucharlo, de oír toda aquella pajarera de que en dos meses se iba a casar... Quería largarse, a donde fuese.

— ¿Sólo dos meses ya? —Oyó a su madre—. El tiempo pasa rápido. Tenemos que hacer muchos preparativos aún: el vestido, las invitaciones, y tenemos que saber qué tipo de boda va a ser, si tradicional o...

—Sí —respondió Yashamura, cortándola—. Chihiro se ha ofrecido a hacerlo, de todas maneras.

Kaede le miró con chispas en los ojos: —Sí, claro, nos podemos turnar.

¿Quién era Chihiro? En fin, daba igual, porque a Takumi le importaba, hablando claro, un comino quién iba a asistirla o no en su preparación para la boda. Sin querer, dejó ir el tenedor con el que removía la comida y este cayó al suelo, resonando por la estancia y alertando a los presentes. Se levantó, lo recogió y dejándolo sobre la mesa, dijo:

—Lo siento, pero no tengo hambre. Subiré a mi cuarto.

Vio a su padre de reojo, que la miró con mala cara, y a pesar del temor que esto le inspiró, avanzó hacia la escalera y subió sin mirar atrás ni una vez.

Kohaku la vio comer despacio, casi sin ganas. Estaba perfecta aquel día: su cabello ligeramente ondulado sin recoger y un jersey blanco con algo de escote. Sin duda, era una chica preciosa, pero indigna de él por razones obvias: se había acostado con Eichi. Estaba pensando muy seriamente si cedérsela a su tío para uno de los clubs de alterne de la zona cuando se cansara de ella, porque obviamente, su padre se iba a despreocupar de ella en cuanto se casara. Si tan solo se hubiese portado bien con él; si simplemente hubiera elegido a otro chico para tener sus aventuras.

Durante toda la comida, en la mesa se habló de aspectos relacionados con la empresa, la boda y la prensa, que después de la tormenta ya les había dejado en paz. En un momento dado, oyó el sonido de un cubierto caer y después a ella, diciendo que no tenía hambre y subió por la escalera. El rostro de Yashamura se tiñó de ira y él no esperó mucho para decirle que subiría a ver qué le pasaba a Takumi. Su suegro le contestó con un: "Como quieras, es una desagradecida".

Takumi se sentó sobre la cama, se descalzó, subió las piernas y hundió la cabeza entre sus rodillas. Sentía una tristeza difícil de describir. En su cuerpo sufría los síntomas de la ansiedad, se ahogaba, tenía palpitaciones y además, aunque quizá no tenía nada que ver, tenía una sensación de abandono, de que no tenía nada por lo que luchar. Parecía que en cualquier momento se quedaría sin aire. Quería correr, estar con Eichi, pero aquello no podía ocurrir. Él no quería; nadie quería.

Volvió a ver su rostro despidiéndose de ella, y quiso decirle, ahora sí, "quiero ir contigo, no me dejes aquí". No se callaría esta vez, pero es que el tiempo no retrocedía. No había nada más en su mente ahora: solo Eichi, Kohaku, la boda y sus padres ocupaban ahora su cabeza. Ya no podía estudiar, no la dejaban, y su compañera de clase era la única que la llamaba, pero para qué, porque no se veía capaz de contarle nada.

Unos toques en la puerta la hicieron sentarse bien en la cama y arreglarse un poco la ropa. Enseguida, contestó.

— ¿Sí?

— ¿Puedo pasar, Takumi? —preguntó la voz de Kohaku al otro lado de la puerta.

—Claro.

Kohaku cogió la silla del escritorio de Takumi y se sentó delante de ella, mirando por la ventana.

—Bonita vista la que tienes desde aquí.

Kohaku estaba mirando la curva de sus pechos, pero Takumi ni tan siquiera lo notó. En vez de eso, se giró hacia la ventana, con la mirada perdida.

—Supongo —contestó.

— ¿No quieres hablar? —Preguntó, con una sonrisa—. Ya que nos vamos a casar, deberíamos hablar de algo al menos.

La chica le prestó un poco de atención, sintiéndose algo apenada por él. Quiso decirle que ella no deseaba casarse, que odiaba aquella situación pero no se atrevió. Parecía un tema demasiado difícil de abordar, y más con una persona que, como aquel que dice, casi ni conocía.

—Entonces, qué dices, ¿vamos a dar una vuelta con el coche?

Takumi le prestó aún más atención ante la inesperada proposición, pero tan agobiada como estaba y queriendo compensar a su prometido de alguna manera, no pudo decirle que no.

&

Al quedarse sola con su marido en el comedor, Kaede sintió remordimientos de volver a verle allí, tan pancho, después de que ella se lo hubiese contado todo días atrás. Y con todo, se refería a lo sucedido entre su sobrino y su hija. Casi sin darse cuenta, Kaede se llevó las manos a las sienes, masajeándolas. Los celos, aquellos malditos celos la habían hecho hacer algo horrible días atrás. Ahora Yashamura sabía muchas cosas, quizá, más de las que debería. Él, por supuesto, se enfureció e inmediatamente echó a Eichi de casa, con casi todas sus cosas. Si pudiera volver atrás ahora...

— ¿Qué, angustiada? —la voz de su marido, burlona, la sacó de sus pensamientos.

Kaede puso los ojos en blanco y le ignoró.

—Te he hecho una pregunta.

— ¿A ti qué te importa? —preguntó, airada—. Sabes que por mucho que te contara el otro día, sigues asqueándome.

—Es por eso que nos vamos a divorciar.

— ¡Y una mier...!

—Si quieres seguir viendo a tu hija —la interrumpió—. Es lo que te conviene.

Kaede se puso muy recta en su silla. Su piel palideció un poco.

— ¿Quién eres tú para decidir eso? —preguntó, entrecerrando los ojos.

Yashamura se levantó y se acercó a Kaede, poniendo las manos sobre la mesa con un golpe.

—Si no te divorcias de mí, la voy a mandar lejos después de que se case, a otro país, y me voy a encargar de que no la veas más —le dejó ir tranquilamente—. Te estoy dando una oportunidad, Kaede, te estoy casi perdonando por contar esas cosas de mí en televisión.

El interior de Kaede sufrió una convulsión. Por un lado pensó en Eichi... le tendría para ella sola, sin que Takumi se interpusiese. Se pegó un golpe mental... ¡Pero en qué pensaba! Takumi era su hija, no una mera mujerzuela que estaba con Eichi. No podía estar en contra de su hija, pero sus celos por ella eran algo que no podía remediar. ¡A la mierda! Takumi era su hija, no podía anteponer sus malditos celos a ella. Se negaba, se negaba a que se repitiera su propia historia, a que la enviaran lejos de ella, perdida a su suerte con un hombre que su padre había elegido para ella. Sola, tan sola como ella.

—No te pienses que voy a divorciarme así como así —contestó al fin, oponiendo un poco de resistencia, a sabiendas que no podría negarse mucho más.

—Lo harás, lo harás porque quieres demasiado a tu niñita, ¿no? —preguntó, malicioso.

Yashamura no tenía ni idea de en qué la estaba haciendo decidir. La mujer respondió con una significativa mirada, con todo el odio que podía permitirse. Ella misma se odiaba por haber sido una estúpida toda su vida, y ahora, estar fallando una vez más.

&

Salir no fue muy difícil. Su padre cedió casi al instante, dirigiendo una sonrisa que parecía casi de felicidad bobalicona hacia su futuro yerno. Una vez en el coche, Kohaku condujo hasta un precioso parque donde muchas parejas paseaban y la gente llevaba a sus perros. Casi no hacía frío, como aquellos días en que aún no ha llegado el invierno y se puede disfrutar de salir sin abrigo a la calle. El parque era grande, con montículos de hierba, árboles y bancos repartidos por toda su extensión.

—Me gusta —Takumi sonrió, mirando al horizonte.

—Bueno... ¿y a ti qué te parece lo de casarte?

Ella pareció no escucharle, porque se alejó del coche unos metros, bajando una montañita de césped y sentándose en un banco cercano a esta. Kohaku hizo el mismo camino y se sentó con ella.

—Yo... —suspiró. No sabía si contarle todo lo que pasaba por su cabeza. Él era tan comprensivo, tan atento... aquella vez, al contarle lo que le había hecho su padre, había confiado ciegamente en él. Sin embargo, ahora, por algún curioso motivo, su cabeza se negaba a repetir lo de aquella vez.

—Pensaba que me podrías contar —el chico resopló. Calló un momento, y después prosiguió, dejando a Takumi con los ojos como platos— Lo sé: hay otra persona, ¿verdad?

— ¿Có-cómo?

—Es evidente, Takumi: te casas conmigo y se te ve tan agobiada, y encima no paras de suspirar —con toda la intención, Kohaku pintó en su rostro una expresión comprensiva.

Ella miró al suelo, con expresión triste, desganada; entonces se desmoronó y las lágrimas se desbordaron por sus ojos, silenciosas.

—Lo siento —se disculpó—. Por ponerme así.

—Te entiendo —acarició su hombro—. Puedes contarme sobre él, en serio.

Por dentro, Kohaku parecía dinamita a punto de estallar. Quería irse, no aguantaba estar hablando con esa zorra, pero tenía que quedarse allí, haciendo su papel.

—Nunca he querido casarme —intentó calmarse, respirando acompasadamente—. Quería estudiar, hacer tantas cosas antes de siquiera pensarlo... —varias lágrimas se volvieron a escapar al pensar de nuevo en todo lo que ya no haría, en él—. Y luego sí, está él, pero es una persona que no puede querer a nadie. Jamás podrá corresponderme.

Él pasó un brazo por sus hombros y una de sus manos se posó en su rostro, acariciándolo. Se inclinó en su oído y le dijo, casi murmurando:

—Para ese tipo no tengo solución pero podrás seguir estudiando cuando te cases conmigo —prometió, mintiendo como un bellaco—. Te lo prometo, y esperaré lo que haga falta, para lo que quieras...

Takumi lo miró, esperanzada, pero lo de casarse con él seguía sin parecerle correcto. Se negaba a casarse sin amor sólo por un capricho de su padre. No quería hacerlo. Pero, muy a su pesar, debía resignarse.

—Kohaku-san, no hace falta que te preocupes así por mí —ella cerró los ojos y se apartó un poco, mirándole con la sonrisa más alegre que pudo componer—. Pero gracias, de verdad. De todas maneras, tengo que obedecer a mi padre.

—No me gusta que llores —acarició su mejilla. Esta apartó la mirada, enrojeciendo.

—Bueno, para tratar de relajarte, qué me dices, ¿vienes a mi casa? —Takumi le miró, sin muchas ganas de hacer nada—. Quizá prefieres volver a casa...

—Sí, me gustaría ir a casa —sonrió, agradeciéndole con la mirada. Sin preguntar, Kohaku obedeció.

"No me preocupo" , pensó Kohaku, apretando el puño con fuerza y luchando para no soltarle un insulto allí mismo. "Es solo que necesito que te creas estas cosas..."

Otra vez aquello que ella decía le recordaba que Eichi lo tenía todo antes que él. Se consoló pensando que si bien él no sería el primero, aquel asqueroso no sería el único en tocar a Takumi, aunque fuera por la fuerza. Él obtenía las cosas por sus propios medios, fueran los que fueran.

&

Lo primero que vio al despertar fue un techo rojo, lo segundo, que estaba resacoso y desnudo en un sillón de hotel. No sabía lo que había ocurrido el día anterior, ni dónde estaba; sí lo que no había hecho, y eso era beber poco. Se levantó, y mientras alcanzaba un pantalón tirado en el suelo, un chico desnudo salió de un baño contiguo al comedor, mojado y secándose el corto cabello con una toalla. Los ojos de Eichi se abrieron con sorpresa, y por un momento, la imagen de un hombre desnudo le hizo confundirse.

— ¿Qué pasa, Eichi? —el otro le miró de soslayo—. Pareces asustado. Ah, ya sé —una chispa de genuina inocencia cruzó su rostro—. No te acuerdas de lo que hicimos anoche. Sólo mira la otra habitación, ya verás.

Se terminó de poner el pantalón y fue por un pasillo, asomándose a la primera habitación cuya puerta estaba abierta: allí vio a una chica tapada hasta la cintura con unas sábanas. La ropa se extendía por toda la habitación, incluyendo algunas prendas suyas. Un flash cruzó su mente: su prima abrazándole. Lo borró de su mente, sintiéndose molesto. Eichi entró, recogió unas cuantas prendas de ropa y volvió al comedor para terminar de vestirse. El otro chico seguía desnudo y ahora estaba abriéndose una lata de refresco. Eichi puso los ojos en blanco al ver la sonrisa que él le dirigía y cómo se acercaba.

—Supongo que te acuerdas de quien soy —el chico le puso una mano en el hombro, a lo que él reaccionó apartándose.

—Sí, Kibuka —dijo, metiéndose la camiseta por la cabeza—. Te recuerdo.

—Veo que sigues igual que siempre —sonrió, haciendo un puchero—. Hacía tiempo desde que no teníamos una juerga como esta, los dos juntos.

—Sabes que ya no me dedico a esto —le contestó—. Tengo otra vida.

Kibuka soltó una carcajada y después le miró con unos ojitos brillantes y maliciosos:

—De eso ya estoy bien informado —le puso una mano en la cara—. Aun así, piénsalo: sigues teniendo una cara bonita. Podrías hacernos ganar dinero.

Eichi apartó la mano de su cara y lo ignoró. Comenzaba a recordar cómo es que había acabado allí, en ese hotel de mala muerte que empezaba a reconocer. Todo estaba en buenas condiciones, pero aquellas paredes y aquella cama guardaban una inmensa cantidad de recuerdos. Entre las cuatro paredes de aquel edificio, habían sucedido cosas no precisamente aptas para todos los públicos...

"El día anterior, después de irse de casa de sus tíos, caminó sin parar hasta llegar al primer bar que encontró. Uno de muy mala muerte, con un techo que parecía querer venirse abajo y un dueño con malas pulgas; lo único bueno del local era la bebida. Todo tipo de bebidas alcohólicas estaban puestas sobre un estante de cristal, relucientes y a rebosar. Pidió una copa: Whisky con hielo, para empezar estaría bien. Pensó que no tendría compañía, pero cuando llevaba sólo unos tragos, algo le interrumpió:

—Ey, tío, ¡cuánto tiempo sin verte!

Reconoció la voz al instante, pero decidió ignorarla. Hacía unos años que no la escuchaba, pero no cambiaba. Y no quería saber de él. Tenía sus propios problemas y enajenaciones mentales. Y gran parte de esas cosas eran culpa de esa persona. Quizá era una burda mentira, la culpa la tenía él, pero en su espalda todo pesaba demasiado. La copa ayudaba.

— ¡Eichi, Eichi! —Gritó, y al cabo de un momento, una mano se posó amistosamente en el hombro de este, quien giró la cara de mala gana—. Mírate, pero si estás aquí, y estás buenísimo...

Kibuka era un chico joven, pelo castaño y ojos brillantes y vivaces, un poco más mayor que él. Eichi lo conocía bien: habían sido compañeros durante varios años en su particular trabajo. Recordaba cuando lo había conocido: él tenía quince años y Kibuka dieciséis. Le enseñó todo, desde las cosas más básicas hasta las más asquerosas pero prefería no acordarse mucho de eso.

En aquel bar, muchísimas copas después, ambos salieron, probablemente en coche y terminaron en aquel lugar...

Maldita sea, ¿quién le mandaría beber? Terminó de vestirse, e iba a salir por la puerta, cuando Kibuka le cogió por un hombro y se acercó a su oído:

—Solo una cosa, Eichi. Ten cuidado con Kimura. Va a por ti.

— ¿Y te piensas que no lo sé? —preguntó, incrédulo.

—Bueno, si necesitas cualquier cosa, ven a mi casa. Ya sabes dónde vivo.

Eichi le echó una mirada nada agradecida y salió de la habitación. Bajó por las escaleras oliendo todo aquel pestazo a Marihuana de la noche anterior, que ahora recordaba con mayor claridad. El olor le recordaba cierta etapa de su adolescencia, al comenzar allí, cuando la fumaba de vez en cuando para calmar la ansiedad y el pesar de tener que vivir de aquella manera. Deshaciéndose de esos pensamientos, siguió su camino. Para su suerte, al salir no se encontró con ningún indeseable. Caminó por las calles sin rumbo fijo y, por primera vez aquel día, pensó en ella: la había dejado sola, pero era necesario. Frunció el ceño, molesto consigo mismo por haberse vuelto de repente tan permisivo con ella: que se espabilara, no iba a estar siempre dependiendo de él, la muy tonta.

Caminó durante largo rato, pasando de aquella parte de la ciudad que conocía bien. No podía seguir allí mucho rato sin que le reconocieran. Poco después, salió a la parte inocente de la ciudad. Suspiró, más tranquilo. Despistado, no se dio cuenta cuando una persona se cruzó con él, pero se ve que ella sí y para molestia de Eichi, le saludó efusivamente.

— ¡Oye! —la chica corrió hacia él, cogiéndolo de un brazo y sonriéndole.

Trató de ignorar aquella voz y sacudírsela de encima, pero si ella ya le había visto, y encima lo tenía bien agarrado, era casi imposible librarse de su presencia.

— ¿Qué? —él se dio la vuelta con cara de pocos amigos. Oh, dios, aquella pesada de nuevo. No estaba de humor para hablar con nadie.

— ¿Qué es esa cara de perrito amargado? —preguntó, haciendo una mueca muy expresiva—. ¡Sonríe un poco!

Quiso llevarle las manos al rostro para hacerle una sonrisa ella misma, pero él se lo impidió, apartándose. Ella hizo un gracioso mohín de disgusto. Eichi se quedó callado, con las manos en los bolsillos y sin moverse; la mochila, llena a rebosar, le colgaba de un hombro. Se quería ir inmediatamente, pero aquella chica no le iba a dejar.

—Bueno, Eichi, te puedo llamar así, ¿no? —La sonrisa no decayó de su rostro— ¿Cómo está Takumi? Ya no la veo por clase.

Eichi formó una mueca de disgusto: así que al final Yashamura la había quitado de la universidad. Maldito gilipollas.

— ¿Por qué no se lo preguntas a ella? —comentó él, bufando—. En la mansión hay teléfono. Mira que eres pesada.

— Bueno, ya que me he encontrado contigo, te lo puedo preguntar a ti, ¿no? —Ella sonrió aún más—. Si la ves, dile que venga a mi casa esta tarde.

Le alcanzó un par de tarjetas con su dirección y su nombre.

— ¿Y por qué debería decirle algo a ella? —Preguntó, girando la cara—Ya no estoy en su casa. Llámala o búscala.

La compañera de clase de Takumi cambió su perpetua sonrisa por la sorpresa, pero enseguida la recuperó.

—Bueno, bueno... Tú también puedes venir, ¿vale? —Le sacó la lengua—. No te olvides de llamar a Takumi-chan, ¿eh?

Sonrió una última vez y se fue por donde había venido. Eichi miró la tarjeta y bufó. No pensaba ir, pero quizá... sonrió de medio lado. Quizá, después de todo, iría.

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Llegaron a casa después del paseo. Al abrir la puerta, el teléfono sonaba insistentemente, pero nadie parecía oírlo. Takumi se acercó hasta él y descolgó:

— ¿Sí?

—Tú, primita —la voz de su primo la dejó pasmada-. Tu amiguita la pesada dice que tenéis una fiesta esta noche y que tienes que ir, sí o sí.

Takumi palideció, recordando que su amiga ya le había comentado ese tema hacía más de dos semanas, cuando pasó aquello con Eichi.

— ¿Y por qué no ha llamado ella? —con todo lo que tenía que decirle, a Takumi sólo le salieron esas palabras.

—Pues pregúntale.

—M-Muy bien...

El teléfono se colgó y ella se quedó con el auricular en la oreja, oyendo el molesto pitido.

— ¿Algo importante? —preguntó Kohaku.

—Mmmm... —Takumi se repensó lo que hacer. Sabía dónde vivía Samusa, el problema era que su padre la dejase ir o que Kohaku quisiese acompañarla al sitio—. ¿Te importaría acompañarme a un sitio, Kohaku-san?

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Eran casi las ocho de la tarde cuando llegaron a la mansión de la familia de Samusa. Desde el exterior, la mansión de los padres de esta era enorme, con la fachada pintada del color de los ladrillos y grandes ventanales. Estaba engalanada de una manera especial con motivo de la fiesta de Halloween: el jardín estaba lleno de fuentes repletas de un líquido rojo que se asemejaba a la sangre y había estatuas de brujas y duendes espantosos. Telarañas artificiales cubrían el porche y los bordes de las ventanas y una persona disfrazada de mayordomo con aspecto de demonio aguardaba a los invitados en la puerta. Takumi y Kohaku le miraron, y con una sonrisa entre malévola y divertida, él les hizo entrar:

—Tened una buena velada... si podéis —Takumi tuvo un escalofrío. No le gustaban para nada las cosas terroríficas.

Al adentrarse por el pasillo, todo se asemejaba a una especie de pasaje del terror, donde monstruos, brujas y fantasmas aterrorizaban a Takumi, quien se mantuvo al lado de Kohaku todo el rato.

—No temas —comentó él, aguantándose la risa—. No creo que te muerdan.

Ella lo miró con el ceño fruncido y después bajó la cabeza, avergonzada. Sin embargo, después de un par de sustos, se aferró al brazo de él con fuerza y así continuó hasta salir de aquel pasaje del terror. Respiró tranquila al llegar a una gran sala de baile, que a juzgar por su apariencia, debía ser el comedor de aquella mansión, o mejor dicho, aquel palacio, porque así lo parecía: por donde quiera que mirase, allí no había rastro de esqueletos, brujas o muertos vivientes. Más bien, parecía el escenario de un cuento de hadas: lámparas de araña, blancas y brillantes, colgaban del techo y la moqueta roja cubría todo el suelo. Lujosas mesas estaban a los lados de la gran pista de baile, con sus respectivos asientos y al fondo de la sala, había una barra con todo tipo de bebidas. Al parecer, una auténtica fiesta de Halloween iba a celebrarse allí, y Takumi se dio cuenta que se iba a hablar durante mucho tiempo de ella.

Mientras miraba embelesada todo aquello, la voz de Samusa llegó desde la derecha. Takumi, soltando el brazo de Kohaku, se giró para ver que desde una gran escalera de caracol, su ex-compañera de clase bajaba por ésta, con un brillante y volátil disfraz de ángel; unas pequeñas alas se asomaban por detrás de su espalda. Con la misma sonrisa de siempre, llegó a saludar a Takumi y miró a Kohaku, entre dubitativa y sorprendida.

—Samusa, este es mi prometido: Kohaku Kimura. Espero que no te moleste que venga hoy... —sonrió un poco, avergonzada de haberle traído sin preguntarle antes.

—Claro que no —Samusa no se lo pensó mucho. Sonrió, emocionada—. Cuantos más seamos, mejor. Pero hay un problema: no venís disfrazados.

— ¿Necesitamos disfrazarnos? —la voz de él se tornó un poco hosca.

—No os preocupéis, tengo muchos trajes arriba —empezó a subir de nuevo la escalera, indicándoles que la acompañaran.

Ambos la siguieron, Takumi no sabiendo muy bien lo que se encontrarían arriba, y para su horror, la planta superior parecía otro pasaje del terror, con el pasillo lleno de telarañas, pintura negra y roja por las paredes además de esqueletos colgados aquí y allá.

"Samusa, no me gusta tu casa" pensó Takumi, sintiendo escalofríos al pasar por allí.

Samusa se paró delante de una puerta y la abrió. La pareja la siguió, viendo que el interior era un gran vestidor repleto de armarios, espejos y cómodos sillones.

—Bueno, empecemos.

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Kaede marcó el número de móvil de su sobrino y esperó. Quizá él no lo cogería o lo tendría desconectado, pero valía la pena sólo por oír su voz una vez más. Le habría gustado disculparse, pero él seguramente la odiaría. Para su alegría, al otro lado del teléfono, él contestó:

— ¿Qué quieres? —era su voz.

—Pues... —contestó, dubitativa—. Escucha, aún tienes cosas aquí. Podrías venir a recogerlas luego. Te las puedo preparar.

—No prepares nada. Ya iré si tengo tiempo —dijo, secamente.

Hubo un momento de silencio en que Kaede no supo qué decir. Lo sentía tan frío, tan enfadado con ella. Bajó la mirada, entristecida. Estaba muy claro que él no quería saber nada de ella.

— ¿Ya tienes donde quedarte? —al menos, si no la soportaba, quería saber si estaba bien.

Tras un denso silencio, él contestó con un seco: —Sí.

—Bueno, pues ven cuando quieras a buscarlo todo.

Colgó el teléfono. Con eso tenía bastante de momento, pero no podía engañarse: se sentía destrozada por dentro. Ella tenía la culpa, por sus malditos celos. Él definitivamente la odiaba. Suspiró, agachando la cabeza y sujetándose el pecho. La odiaba, y no había solución.

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"La Blancanieves sangrienta" , la había bautizado Samusa. Eso parecía ahora, mirándose en el espejo: el cabello negro revuelto y rizado, un maquillaje que la hacía ver más pálida de lo que ya era y el vestido blanco y de tela vaporosa que dejaba ver más de lo que le gustaría: un escote generoso y la falda rota por los bajos, mostrando sus piernas. Todo ello manchado de sangre artificial.

Kohaku salió de detrás de un armario, y lo que vio casi la hace caerse de culo: parecía salido de una película de romanos. Se tapó un poco la boca, riendo disimuladamente. Notó como la miraba: la debía ver extraña, con todo aquel potingue en la cara, el pelo y el vestido roto.

—Bueno, ¿vamos? —preguntó Kohaku,  con los ojos en blanco.

—L-lo siento —comentó ella, a modo de disculpa—. Es que nunca te había visto así.

Salieron del cuarto, oyendo ya la música estridente de la fiesta, y bajaron por la escalera sin entretenerse en la decoración, que ya no parecía asustar tanto a Takumi. Al bajar, el salón no parecía lo mismo: todo estaba oscuro, únicamente iluminado por las luces de discoteca y las personas llenaban la pista de baile, moviéndose al compás de la música de moda.

— ¿Nos sentamos?

Takumi sonrió y asintió. Localizaron unos sillones y allí se quedaron sentados, observando la pista de baile. Al cabo de un ratito, esta se comenzó a cansar de mover la pierna, animada por el ritmo de la música.

—Voy a buscar algo para beber —dijo, en voz alta, haciéndose oír entre todo el enjambre de sonidos.

—Muy bien —Kohaku hizo una señal con un dedo, dejándola marchar.

Takumi se perdió entre la gente, siendo imbuida por el ritmo de la música, moviéndose un poco mientras avanzaba. No es que bailara bien, más bien siempre se había considerado una patosa en la pista de baile, pero se permitía, por un momento, estar libre de todo pensamiento que la hiciera sentir mal.

Salió de la pista y se acercó a la barra, donde pidió una bebida donde le pusieron alcohol, no sabía de cuál, pero no le importaba mucho. Una canción sexy y de frases soeces sonaba ahora en la pista, donde la gente movía sus cuerpos como poseídos. Cogió su bebida y sin preocuparse por Kohaku se dirigió a una de las largas mesas, sentándose en el borde de una de ellas. Miró la pista, y poco después una persona se puso a su lado, demasiado cerca para su gusto. Rehuyó un poco el contacto, pero él se acercó, inclinándose en su oído.

— ¿Te lo estás pasando bien, preciosa? —le preguntó, y Takumi, a pesar de la música a toda pastilla, hizo lo posible por entenderle. El chico llevaba una máscara de diablo que a ella no le hacía ninguna gracia.

Sonrió nerviosamente al extraño y asintió con la cabeza, bebiendo un poco más de su copa. Se mordió el labio. El alcohol le proporcionaba un calor agradable y un hormigueo invadía su cuerpo. El extraño se giró hacia ella, subiendo un poco la máscara y bebiendo un trago de su bebida. A Takumi esos labios la llamaron como dos llamas en medio de la noche. Ah... ¿pero en qué estaba pensando?

— ¿Bailas? —preguntó el extraño, y apuró su copa. Takumi se lo pensó un poco, pero él la cogió de la mano y no tuvo tiempo a decir la palabra no.

—Creo que no sé bailar —Se echó a reír ella, mientras la arrastraba hacia la pista.

No sabía por qué, pero esa persona no se le hacía tan desconocida. ¿Le habría visto en la escuela alguna vez, o es que...? No le dio tiempo a pensar cuando comenzaron a moverse por la pista al ritmo de una canción muy popular en aquel momento. El chico se defendía muy bien en la pista, grácil y espectacular, tanto que ella se sintió aún más torpe de lo que ya era normalmente.

—Déjate llevar, mujer —comentó él, riendo a través de la máscara—. Que pareces un pato.

—Es que he bebido —Volvió a reír ella, gritando para hacerse oír. Se sujetó la barriga riendo mientras intentaba bailar, pero sólo consiguió moverse más torpemente, presa de un ataque de risa.

—Ya se ve, ya —comentó el otro.

La canción movida se acabó, y empezó otra muy sensual, sexy, con un toque atrevido. El chico la pegó a él como si se tratara de una muñeca; Takumi pegó un respingo. Deslizó las manos por su trasero, aferrándola firmemente contra sí.

— ¿Quieres bailar esta canción conmigo? —su voz, a pesar del ruido, era la de él; su olor, todo. Podría reconocerle en cualquier sitio, de cualquier modo. Eichi.

Suspiró. Oh, dios, no podía ser él, no podía estar allí... Quizá era simplemente que le echaba de menos. El poco alcohol que ya había tomado le había subido demasiado pronto a la cabeza. No estaba acostumbrada. Se movió, y ella también, pero sólo consiguió frotarse contra él. Suspiró. Se movió hacia un lado, tratando de no parecer torpe. Las notas de la canción comenzaron a enloquecer y él se movió a su alrededor, moviéndola junto a él, llevándola a un ritmo que ella no se creyó capaz de seguir. La tomó de las caderas y ella le siguió, dejándose llevar por un ritmo frenético. Movió brazos y piernas, sintiéndose completamente imbuida por el tempo del sonido que les envolvía.

—Así me gusta —pronunció él a su oído y ella se mordió los labios.

La música se hizo densa, casi como chocolate derretido, y ambos se pegaron un poco más. El chico subió desde sus caderas hasta su cintura y llevándose una mano a la máscara, se la levantó un poco, dejando su boca al descubierto, pasándose la lengua por los labios. Takumi se mordió una vez más el labio inferior y él cortó la distancia que les separaba, ambos fundiéndose en un beso que acabó con la poca cordura que quedaba en el ambiente.

Ella abrió los ojos desmesuradamente, dándose cuenta de lo que estaba haciendo, y salió del trance en que la sumían el alcohol y la música. Se deshizo de sus manos en su cintura y se alejó deprisa de aquel hombre, saliendo de la pista de baile y perdiéndose entre los pasillos.

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Llevaba por lo menos un cuarto de hora intentando perderle de vista pero él la seguía, lo notaba. Caminó por los pasillos, paranoica por momentos; cualquier sombra la asustaba. Que todo estuviese oscuro y lleno de esqueletos, la copa de más que había bebido y el bailecito sugerente en la pista no ayudaba en nada a que se calmara. Se notó perseguida: el chico con el que había bailado se encontraba a pocos metros de ella, estaba casi segura. Se giró y, muy sorprendida, vio que él la estaba siguiendo de verdad. Mientras bailaba con él, le había resultado familiar, sabía que se trataba de alguien conocido, de él: Eichi. De todas maneras, no creía que fuera él. Era imposible. Él no podía haber adivinado que ella estaba allí e ir expresamente. Caminó más rápido, pero él parecía tener prisa y aceleró aún más sus pasos. Takumi intentó correr, pero en un momento ya le tenía allí, y giró, reuniendo valor para enfrentarle.

— ¿Q-Qué quieres? —preguntó, sintiéndose agresiva. Él se quedó de pie, quieto y mirándola fijamente con unos ojos de los que no alcanzaba a distinguir el color.

— ¿Me tienes miedo? —preguntó, y su voz sonó como la de él. Definitivamente, la mente le estaba jugando una mala pasada.

Cuando él daba un paso hacia adelante, ella lo daba hacia atrás; sin embargo, hubo un momento en que no hubo más espacio que recorrer y chocó contra la pared de uno de los tantos pasillos de la casa. Estaba asustada, no sabía qué hacer ni a qué atenerse. ¿Qué pretendía?, ¿Y por qué sentía aquel calor en su interior, y... por qué estaba tan ansiosa? Sus pensamientos se volatilizaron cuando la acorraló contra la pared. Posicionó un brazo a un lado de su cabeza, atrapándola, y con el otro se quitó la máscara; entonces ella le vio y suspiró: era él.

—N-No sabía que estabas aquí —se apresuró a decir, recuperándose del sobresalto—. Me has asustado.

—Bueno, yo también estaba invitado —sonrió de medio lado—. Yo ya tenía ganas de verte, primita, ¿tú no me has echado de menos? Ya he notado que no, por cómo te ponen de cachonda los desconocidos.

El estómago le dio un vuelco, "¿que tenía ganas de verla?", De alguna manera, aquellas palabras no parecían muy sinceras cuando él las decía. Y por qué no decirlo: no se fiaba de él. Y eso de que le ponían los desconocidos... se notó abochornada.

—Y-yo... —Takumi giró un poco la cara, avergonzada. ¿Qué se supone que debía responderle? ¿Qué habría hecho cualquier cosa por verle una semana atrás, que se había muerto de la preocupación, por saber dónde estaba...? Todo eso le parecía poco importante ahora que le tenía allí delante.

—Ese vestido... — él dirigió una mirada a su pronunciado escote y ella se sintió desnuda ante sus ojos e intentó taparse—...me entran ganas de matarte, pero de matarte de otra manera.

Ella le miró a los ojos, indecisa. Él se inclinó y pasó la lengua por el lóbulo de su oreja, cogiéndola entre sus dientes. A ella este acto la tomó por sorpresa y se mordió el labio inferior, excitada por aquel gesto. Se revolvió un poco, sin ninguna intención de escapar. Cuando él descendió un poco hasta sus labios, ella no dudó mucho en responderle el beso, un beso fresco en que podía percibirse un deseo arrebatador. Takumi se sintió morir, y sus piernas temblaban mientras se sostenía de su cuello. Eichi la tomó del rizado cabello, enredando sus mechones en sus dedos y ella se entretuvo con sus manos por su espalda, bajando y notando cada músculo a través de la tela, colándolas por debajo, sufriendo el contacto con aquella piel que la abrasaba. Él soltó un gruñido y dejó sus labios para hacer un camino de pequeños mordiscos desde su mandíbula hasta su cuello.

—Me haces cosquillas —rio ella, esquivando sus labios y Eichi la miró, aturdido—. Para, por favor.

Hizo otro intento y ella volvió a esquivarle, con una sonrisa divertida. Por primera vez, Eichi sintió el ansia recorrer todo su interior. Quería tenerla.

—Niña mala —susurró, con la voz ligeramente ronca, sonriendo de medio lado—. Quieres algo más que cosquillas, ¿verdad?

Takumi gimió cuando él la apretó contra su erección. La giró poco a poco, hasta tenerla de espaldas a él y ella se apoyó contra la pared, notando sus pechos apretados contra ésta. Eichi se agachó detrás de ella y le subió la falda, acariciándole la pierna en el proceso, y la chica notó su lengua y pequeños mordiscos en su glúteo, subiendo por su espalda poco a poco, y suspiró, extasiada. De repente, él se separó y Takumi sólo sabía una cosa: no quería que se separase, no quería que se fuese y la dejara con aquel ardor en el cuerpo, a pesar de que su otra parte le decía que no estaba bien, que mejor todo se quedara en eso.

—E-Eichi... —casi rogó—. Por favor...

— ¿No quieres? —de nuevo él estaba en su oído, quizá con una mueca de disgusto en el rostro.

—Ha... Hazlo de una vez —contestó, tragando saliva. Quiso separarse de la pared y girarse para verle, pero fue retenida contra la misma.

—Buena chica —susurró cerca de su hombro, produciéndole escalofríos—. Ahora abre bien las piernas.

Takumi contuvo el aliento. Una de sus rodillas se coló entre sus piernas, haciendo que las separara y una de sus manos recorrió su muslo y glúteo, acabando en su entrepierna. Abrió la boca, quedándose casi sin aire. No rechistó, aun sintiéndose culpable de sus propios deseos carnales pero deseándolo una vez más, siempre. Enseguida, sintió su miembro introducirse a través de sus piernas abiertas, sacándole un par de gemidos. Intentó ocultarlos contra la pared, pero no se silenciaron del todo. Se sentía sucia pero a la vez tan bien... Dios mío, que la perdonaran, pero aquello era genial.

—Vamos a otro sitio —Eichi la cogió del brazo y la arrastró por el pasillo, pero ella se escurrió entre sus dedos y se puso fuera de su alcance.

Takumi corrió por el pasillo todo lo que le daban sus piernas, sintiéndose como una presa, con la adrenalina llenando cada una de sus células. Sabía que él vendría a buscarla, que la encontraría pero no le importaba. Pensar en lo que él haría la hacía sentir una ansiedad que no podía explicar con palabras. Cansada de correr, se metió a la primera habitación que vio; no encendió la luz, pero por las tenebrosas luces que venían del jardín, pudo divisar una pequeña cama de invitados. Esperó durante unos segundos allí, de pie, recuperando el aliento y entonces una mano tapó su boca desde detrás. El grito que iba a salir de su garganta se convirtió en un gemido ahogado cuando otra mano se posicionó en su cintura y la apretó contra otro cuerpo.

—Me has hecho correr mucho, primita —murmuró a su oído—. Ahora vas a tener que compensarme.

La chica se removió entre sus brazos y él usó ahora sus dos manos para sujetarle las caderas y apretarla contra él, suspirando al sentirla, en su contoneo, rozarse con su lugar más sensible. En su forcejeo, ella fue girando poco a poco y sintió el aliento femenino en su cuello, en sus labios, buscándolos, y le respondió una vez más, devorándolos con ansia. Mientras se besaban, Takumi tironeó de su camiseta con impaciencia y él sonrió maliciosamente, invitándola a sacársela. A pasos cortos, avanzaron hacia la cama y cayeron, quedando ella sobre Eichi, con una pierna a cada lado de su pelvis.

—Mira cómo me tienes —susurró en su oído, y el vello de Takumi se erizó.

Apretó su hombría contra su prima, tanto que ella gimió. Desde su trasero, sus manos subieron por su cintura hasta apretarse contra sus pechos. Ella se mordió los labios, notando pinchazos y un hormigueo que iba desde su cabeza hasta sus piernas, recorriendo todos sus nervios.

—Venga, vamos, desabróchame el pantalón —algo contrariada, Takumi desabrochó el botón de sus tejanos. Su miembro, duro y erecto sobresalía a través de los calzoncillos. Sabía que aquello no estaba bien pero, por algún motivo, el pensar que aquello estaba ocurriendo la hacía querer seguir un poco más, y más aún—. Sácala y bájate las bragas.

La chica se humedeció los labios y obedeció. No podía eludirle, y él parecía disfrutar de cómo ella lo hacía todo, como dudando. Se retiró las medias y la prenda de ropa interior y desvistió totalmente su erección.

—Métetela —dijo, claro, más un temblor imperceptible podía distinguirse en su voz. Takumi respiró con dificultad, y poco a poco, se fundió con él, que soltó un suspiro de placer—. Mue... Muévete.

Ella sintió, avergonzada, como se humedecía aún más al oírle suspirar. Apoyó las manos contra su pecho, bajando la cabeza y gimiendo, llorosa. La tomó de la cintura, apretándola y ella empezó a moverse a un compás lento.

—E-Eichi... —respiraba cada vez más fuerte, subiendo y bajando una y otra vez sobre su primo. Se tapó la boca, intentando no gemir. Cada vez el calor era más insoportable, más furioso. La cadencia más peligrosa.

Durante un momento, el calor cesó y por un instante tuvo miedo de que él no siguiera, sin nada que le quitara aquel ardor que amenazaba con consumirla pero casi al instante se vio bajo él, siendo invadida una vez más. Una y otra vez, una y otra vez, se consumían, terminaban con la poca cordura que ya reinaba en la habitación. Nada importaba. Sólo él y ella.

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Kohaku se adentró por los pasillos de la mansión de Samusa, en busca de Takumi. La había visto desaparecer después de haber estado bailando con un sujeto con una máscara de demonio. Oyó voces tras una de las puertas. ¿Sería una de las parejitas de la fiesta teniendo sexo? Con más diversión que otra cosa, Kohaku entreabrió la puerta, y la luz de fuera le dejó ver una escena que no se veía todos los días: sí, como había sospechado, una pareja teniendo sexo.

Se quedó mirando un rato, viendo el torso desnudo del chico subir y bajar con parsimonia y a la chica moverse cada vez más rápido, como poseída. Suspiró, excitado, duro como una piedra. Aquello lo ponía enfermo. La chica se movió más rápido, gimiendo, suspirando, perdiéndose en el placer. Deslizó su vista por su trasero subiendo y bajando, por la curva de sus senos, por su deliciosa desnudez. Con suavidad en sus movimientos, la pareja cambió de posición, situándose él encima. Estaba disfrutando con la vista. Subió por la espalda del tipo, y su pelo le resultó conocido: era largo, liso y castaño, recogido en una coleta, exactamente igual al de Eichi. Tembló, con ira. Estaba con ella: se la estaba follando delante de sus narices. Y él, que estaba con aquel puto disfraz de romano, haciendo el ridículo, sintiéndose como un gilipollas. Agarró la puerta para entrar, pero la silenciosa ira se apoderó de su mente. Le iba a dar un escarmiento a los dos, a esa puerca y a él, por hacerlo en sus narices... ¿ella quería follar? Iba a follar como una puta, durante toda la noche. Él se iba a encargar de ello. La iba a hacer sufrir la mayor humillación de todas.

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De nuevo había caído presa de sus propios sentidos, de nuevo se había entregado a él, sin nada que añadir. Una vez que se terminaba el placer, que volvía a ser ella misma todo cambiaba radicalmente. Ambos estaban en la cama: ella de espaldas a él, su cuerpo cubierto por las sábanas desarregladas y él girado hacia un lado, apoyado sobre un brazo y con el otro rodeando su cintura. Apoyaba la boca contra su oreja, respirando en ella y Takumi sabía que sonreía con triunfo. Porque ella era débil, porque se entregaba a él una vez más, volviendo a incumplir aquello que se había impuesto: nunca más sucumbir a su primo.

—No te tortures más —dijo, con una voz que no parecía burlarse de ella—. Lo hecho, hecho está.

Takumi quiso llorar, tirarse del pelo. ¿Es que acaso se había vuelto loca?, ¿por qué hacía todo eso? Había llegado a un punto en que necesitaba todo de él, pero no podía permitirlo. Se dio la vuelta para enfrentarlo, apretando los puños. Quizá sí se había vuelto loca... loca por Eichi. No podía dejar que aquello ocurriera más. Él jamás querría algo serio, él jamás la correspondería; con él nunca podría estar. No podía sucumbir. Por Dios, por mucho que le gustase, no iba a hacerlo más. No de nuevo. No debía.

—No quiero volver a... hacer esto contigo —dijo en voz baja, tragando saliva e intentando mirarle lo menos posible.

—Volverá a pasar, aunque tú no quieras —la apretó hacia él de la cintura y ella suspiró al notar de nuevo su erección—. Hasta que dejes de hacerme sentir esto.

Ella abrió la boca, perdiendo el aire, olvidándose de sus palabras.

—Pero no quiero... —gimió ella, revolviéndose, reticente, aun sabiendo que no podía negarse a lo obvio.

—Sí que quieres —afirmó él, con una voz tan suave como el terciopelo—. Y lo vas a hacer. No intentes huir de mí, Takumi.

No quería escuchar más sus palabras, no quería probar de nuevo el veneno que ocultaban. Takumi se deshizo de su agarre y se sentó, buscando sus medias. Eichi también se sentó del otro lado de la cama y se levantó a buscar sus calzoncillos y sus pantalones.

— ¿Es que me vas a seguir? —preguntó ella mientras se subía las bragas y después las medias.

—Lo que haga falta —comentó, pendiente de los pechos de su prima—, con tal de verte más veces así.

Ella notó lo que miraba y se cubrió con las manos su delantera, aún más avergonzada que antes.

— ¡N-No me mires! —exclamó, nerviosa y abochornada.

—Pero qué dices, si está todo oscuro —respondió él, burlón—. Así no hay quien mire a gusto.

Takumi bufó, y con desconfianza, rebuscó su vestido por el suelo girándose cada dos por tres por si él miraba algo. Cuando al fin lo encontró y se vistió con él, suspiró, más tranquila. De alguna manera, estar desnuda al lado de Eichi siempre significaba peligro.

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Eichi la siguió durante todo el camino abajo, cosa que la puso aún más nerviosa de lo que ya estaba. Había estado ausente mucho rato y había posibilidades de que su prometido preguntase, por eso le buscó con la mirada por los sillones esparcidos al otro lado de la pista de baile. Mientras la cruzaban, la mano de Eichi se cerró en torno a su muñeca, y se acercó a su oído, preguntando:

— ¿Buscas al idiota de Kimura? —su voz la hizo tener escalofríos.

"¿No ves que sí?" pensó Takumi, mordiéndose el labio inferior y preguntándose si él sabría ya lo nerviosa que la ponía su sola presencia. Con paso firme, pasó al otro lado de la pista, viendo en uno de los sillones la figura esbelta y el cabello negro y corto de Kohaku Kimura. Caminó hacia él, rezando porque su primo se fuese de allí. No quería otro lío, ni que su padre se enterase de nada. Por favor, ningún problema por el momento.

— ¿Vamos ya a casa? —le preguntó, intentando hacerse oír con aquella música ensordecedora que ahora le producía jaqueca.

Kohaku asintió, sin expresión alguna y se levantó de su asiento. Ignoró a Eichi deliberadamente, y Takumi intentó no prestarle demasiada atención, pero estaba claro que para ella era imposible, porque le iba echando miraditas de reojo cada poco tiempo. Salieron al fresco del exterior y la chica cerró los ojos, notándose un poco más liberada.

—Tu primo nos sigue —Kohaku miraba hacia atrás, con una de sus manos cerrada formando un puño.

—Ignóralo —Takumi trató de transmitirle tranquilidad, pero cómo hacerlo cuando ella misma era un mar de nervios.

—Espera un momento.

Se alejó de ella, acercándose a Eichi y cogiéndolo del hombro antes de que él tuviera tiempo de apartarse.

— ¿Qué pasa, que me tienes envidia porque yo puedo estar con ella y tú no? —se la soltó así, al oído, deleitándose con la cara que Eichi iba poniendo conforme le escuchaba—. Pues que sepas que puedes tenerla, pero no serás el único.

Takumi no escuchó lo que hablaban debido a la distancia, pero se imaginó que sería alguna especie de insulto por la cara que su primo ponía. Tembló, nerviosa al no saber lo que sucedería. Sin embargo, para su sorpresa, Eichi rió con sarcasmo.

— ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? —preguntó, en voz tenue—. Que ella... Takumi... es mía.

—Eichi... Kohaku... ¿Qué hacéis? —habló ella, anticipando que aquella noche no iba a acabar muy bien entre ambos. No escuchaba nada de lo que hablaban.

— ¿Cómo crees que se va a sentir cuando sepa lo que eres, lo que tienes dentro, lo podrido que estás? —pronunció, sonriendo, tratando de hacer todo el daño posible—. Lo asqueroso que eres en realidad.

—Cállate —Eichi notó un agudo pinchazo en sus entrañas.

Takumi se acercó un poco más, y pudo escucharles.

—Y si le cuento lo que te pasó, ¿qué crees que pensará ella? —Eichi abrió los ojos, temblando de furia—. ¿Crees que te seguirá queriendo después de saber todo lo que eres?

— ¡Cállate! —bramó.

El puño de Eichi golpeó a Kohaku en la mejilla. Takumi se quedó sin voz. Alcanzó a ver los ojos de su prometido brillando como los de un animal salvaje y los de Eichi igual de furiosos.

— ¿Qué te has creído, asqueroso? —bramó Kohaku, encolerizándose y devolviéndole el golpe con una patada que atinó en su estómago y después un puñetazo que dio en el labio, haciendo que se doblara por el dolor; sin embargo, esto no le hizo derrumbarse.

— ¿Qué pasa, te he estropeado tu cara bonita, Kimura? —Preguntó él, con labia venenosa y levantó la cabeza, dejando ver como un hilo de sangre corría por su boca; Takumi ahogó un gemido—. ¿No vas a poder soportarlo cuando te mires al espejo?

Takumi tuvo miedo de que se mataran. Era ya de madrugada, y nadie pasaba por allí, por lo tanto, nadie podía pararles si no lo hacía ella.

— ¡Ya! —gritó. Ambos la miraron por unos instantes, y ella aprovechó. Se fue hacia Eichi antes de que hiciera una locura más y le cogió de los hombros. Miró a Kohaku por el rabillo del ojo—. Por favor... —dijo, tragando saliva—. No sigáis.

Todos, incluso ella, parecían muy sorprendidos por su reacción. Takumi suspiró, poniendo en práctica toda la parte científica de su mente. Tenía que dejar las cosas claras, tenía que ser sincera con ella misma y con los demás.

—No sabes de lo que es capaz —le advirtió Eichi, y ella le miró a los ojos, sintiéndose triste de repente.

— ¿Y... qué puede ser peor que lo que tú me has hecho, Eichi? —preguntó, con una sinceridad de la que jamás se creyó capaz—. Dime de lo que tú has sido capaz todos estos meses. Piénsalo.

Eichi bajó la mirada, evitando mirarla, pero no dijo nada. Takumi no quería llorar, pero sabía que las lágrimas la estaban traicionando.

—Tú eres mía —dijo, agarrándola de los antebrazos—. Y no pienso dejar que te tenga. Nadie. Sólo yo puedo tener todo de ti.

Ella quiso rehuir su contacto, pero sólo consiguió que él la acercara contra sí.

—No, no lo soy, Eichi, y por mucho que te... —calló, mirando hacia otro lado—. Si tengo que estar con él, lo haré. Por mi padre, por la familia...

—Sabes que no quieres.

—T-Tienes razón, no quiero, no quiero... —respondió, notando como el corazón quería caerse desde su firme posición en su pecho. Sus dientes castañearon, tan nerviosa como estaba—. P-Pero no tengo opciones... y tú no eres una opción.

Eichi se quedó callado, como pensativo, mirando hacia abajo.

—Takumi, ¿vas a venir? —preguntó Kohaku, unos pasos más allá, cortando el silencio.

Kohaku bufó y se metió al coche, acomodándose en su asiento y arreglando el espejo retrovisor. Miró de reojo por la ventanilla. Ella le ignoró deliberadamente durante unos segundos, viendo a su primo, que había levantado la cabeza y la miraba con intensidad. Se decidió a ir, no sin antes hacer algo de lo que más tarde se arrepentiría. Obedeciendo a un impulso, lo cogió del rostro y juntó sus labios con los suyos. Miró a todos lados, comprobando, aliviada, que no había nadie alrededor y que Kohaku estaba dentro del automóvil.

—Adiós, Eichi.

Antes de que su vergüenza fuera consciente de lo que había hecho, Takumi aprovechó la sorpresa de su primo para escapar y montarse en el coche de su prometido.

—Vayámonos, por favor —le rogó Takumi, tragando saliva.

Kohaku no dijo nada, pero antes de dar la vuelta para ir directo al coche, le echó una mirada de odio a su más acérrimo enemigo y otra más a Takumi, sabiendo que aquella noche no se iba a librar de sufrir su castigo. Ahora, con muchas más ganas de infligírselo, se subieron al coche y puso el motor en marcha. ¿Ella pensaba que no los había visto besarse? El darle un beso a ese asqueroso en sus narices era lo que menos le cabreaba. Nadie. Nadie que se burlaba de él salía indemne.

Continuará...~ ~