El diablo de ojos blancos...#Capítulo 16.

—Qué inocente eres —esta vez, él se sentó a los pies de la cama y la miró fijamente—. ¿Te crees que la prensa se tragaría ese rollo de que sólo has venido a ver cómo estoy, como una primita preocupada, y te has pasado aquí ocho horas "cuidándome"? Otra opción sería quedarnos aquí —

Mañana del sábado, mediados de octubre

Respirar se hizo difícil cuando él la apretó contra la pared. Su cercanía y su manera de mirarla complicaban acordarse de una acción tan básica como esa: respirar. Sus sentidos sólo decían: no dejes de mirarlo, no dejes de sentirlo, no dejes que te suelte. Su aroma inundaba su ser entero. De un momento a otro, en aquella habitación, él se había convertido en el dueño de sus sentidos. Temblaba, como si tuviera síndrome de abstinencia. Por un momento creyó, que si él lo pedía, ella cumpliría todos sus deseos.

— ¿Y tú desde cuándo trabajas aquí? —preguntó él, y pudo notar un atisbo de ironía en su voz. Su cuerpo pegado al suyo y su cercanía la ponían nerviosa—. ¿Estás loca?, ¿cómo has conseguido que te den el número de mi habitación? A saber...

La soltó poco a poco y Takumi recobró el control de sus sentidos y su cuerpo. Su rostro tomó una tonalidad rojiza, símbolo de estar avergonzada. ¿Cómo había podido pensar en esas cosas un momento antes? Recordó lo que había dicho en el mostrador de recepción: "Soy su novia" , pero estaba claro que eso no se lo iba a contar. Entonces, como si un mal rayo la quisiera partir por la mitad, el teléfono sonó y Eichi se apartó de ella para cogerlo.

— ¿Qué quiere? —pasó un momento en que la expresión de su primo se volvió burlona. Colgó el teléfono. La miró y Takumi bajó la cabeza otro tanto, queriendo que la tierra se la tragara.

—Con que "mi novia" ... —se acercó a ella poco a poco, con media sonrisa—. No me puedo creer que te haya dejado subir solo con eso.

Intentando apartar la vergüenza, Takumi subió poco a poco la cabeza y le observó caminar por la habitación, aún sin atreverse a mirarlo directamente a los ojos. Por un lado, respiraba tranquila al verle actuar con tranquilidad; por dos días, había pensado que estaba tirado en la calle, sin dinero y con resaca. Por otro lado, se sintió como un ratón en un terrario, esperando a ser devorado por la serpiente, sobre todo por estar encerrada allí con él, sin nadie cerca a quien pedir ayuda. Se tranquilizó al pensar que al menos Eichi no estaba como dos días antes, bebido y sin ser del todo dueño de sus emociones. De todas maneras, debía tener cuidado, que nunca se sabía cómo podía reaccionar.

— ¿A qué has venido?

—H-hemos estado muy preocupadas por ti... por lo que pasó.

Eichi dio unos pasos por la habitación, intranquilos, rutilantes; parecía no saber qué decir o hacer. No parecía el mismo, no tenía aquella seguridad, aquel brillo en su mirada... No sabía el qué, notaba que algo había cambiado en él. Estaba más apagado. Sus ojos tenían menos vida. Por una vez, sintió que veía su verdadera cara: la que escondía dentro, la que no salía nunca. Pero no, él volvería a lo mismo una vez que todo pasase. Él seguiría siendo el mismo a pesar de todo.

—No quiero hablar de ello —la cortó, tajante. Se apartó y se sentó en la cama, de espaldas a ella.

— ¿Crees que ha podido ser la persona que nos fotografió? —desde su posición, le pareció que Eichi temblaba. No era un temblor acentuado, sino uno muy leve, que casi ni se percibía.

—Me da igual. No va a volver a pasar. No quiero que vuelva a pasar.

Takumi dio unos pasos tímidos, dando un rodeo a la cama, y lo que vio, le confirmó que a su primo le pasaba algo que se salía de lo normal.

&

Su corazón palpitaba con fuerza, no podía parar, no podía evitarlo. ¿Qué ocurría? Intentó tranquilizarse, pero era como si en esa pequeña habitación de hotel, junto a su prima y todos sus pensamientos, le faltase el aire. Trató de no pensar en todo lo que había pasado. Se miró las manos y éstas temblaban. No lo entendía, hacía un momento estaba bien, y ahora... ¿Por qué ahora, por qué con ella delante?

— ¿Q-Qué te pasa? —le preguntó su prima, a unos pasos de él—. ¿P-Por qué estás así?

—No es tu problema —comentó, a la defensiva, tragando saliva. Le costaba controlarse y dejar de temblar, pero podía hablar con normalidad. Se rebulló en su asiento—. Vete de aquí...

—No me voy a ir —le notó mucha seguridad en la voz, cosa que le extrañó—. No hasta que vengas conmigo a casa.

Quiso reír, pero en vez de una sonrisa, lo único que salió fue una mueca. Que ella estuviese allí no mejoraba su situación. Quería que se fuera, que le dejara de una vez. Su estúpida preocupación... Con todo el daño que le hacía, ¿por qué tenía que ser ella tan masoquista de volver a buscarle?

— ¿Por qué piensas que iré contigo? —Preguntó, queriendo aparentar normalidad—. No me molestes más.

La miró, y ella pareció dudar.

—No lo sé —habló, mirando al suelo—, pero al menos lo intentaré. No te voy a dejar solo estando así.

—Estoy bien —mintió él, cansado de aquella conversación inútil—. Déjame en paz, en serio.

—A mí no me lo parece...

Eichi se levantó de la cama, y mirándola desde arriba, dijo en un tono más agresivo que cortante:

—Bueno, ¿y a ti qué te importa?

Takumi bajó la mirada, sintiéndose mal con aquella respuesta.

—Lo siento por preocuparme por ti.

—Nadie te lo ha pedido.

Exasperado, Eichi caminó hasta el baño, se metió en él, y cerró de un portazo. Takumi suspiró. Con Eichi, nada era fácil.

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Por cuarta o quinta vez en aquel día, Yashamura Hoshina se levantó de su asiento, le dio unas cuantas patadas al mobiliario de su oficina e hizo trizas un papel que tenía en las manos. Se volvió a sentar y se sujetó la cabeza con ambas manos, furioso. Al parecer, su familia no podía vivir sin él, porque era irse y montar un escándalo. ¡Un escándalo que ensuciaba el buen apellido familiar!

Su sobrino se iba a enterar cuando volviese: lo iba a desheredar, iba a quitarle el apellido y lo iba a dejar en la calle, y eso si no pensaba en algo peor. ¿Cómo podía traicionar así su confianza?, ¿cómo podía manchar de tal manera el apellido Hoshina? No podía más que asquearse al saber lo que había hecho. ¿Cómo le había podido recoger en su casa, mezclarse con él después de...?

Respecto a la tonta de su hija... Mira que ponerse delante de la prensa a dar la nota y defender a ese anormal que tenía por primo. La iba a quitar de la universidad y la iba a encerrar en su cuarto hasta el día de la boda, que por su conveniencia iba a ser muy pronto. Lo hablaría con Kohaku, él aceptaría y pronto tendría a esa niña bien controlada.

A Kaede la iba a mandar al carajo pronto: el divorcio pronto estaría firmado y se podría deshacer de ella. Aunque le tuviese que pagar una puta pensión, ¡al menos no la vería más!

¿De qué le servía ahora haber llamado y amenazado a todas las redacciones de prensa, cadenas de televisión y de radio que se dedicaban a difundir sus chismorreos familiares? ¡Su mansión, su apellido... iban a ser un circo!

Enfurecido, no pudiendo más con aquello, cogió el teléfono y marcó la extensión de su secretaria.

— ¿Qué desea, señor...? —habló una voz femenina al otro lado de la línea, pero fue interrumpida abruptamente.

— ¡Tú, pídeme un billete de avión a Japón! —Dijo el patriarca de los Hoshina, de muy malas maneras—. ¡Ya!

&

Pasaron lo que restaba de la mañana metidos en aquella habitación. Después de levantar las persianas para que entrara algo de luz, Takumi se había sentado en una silla junto a un pequeño escritorio que se encontraba junto a la ventana, a esperar que Eichi saliese la ducha, donde llevaba metido desde hacía una media hora. Al menos podía suspirar tranquila; él ya no estaba tan nervioso como anteriormente. Antes había visto a un hombre muy diferente al habitual, quizá el Eichi real, el que no se dejaba ver... Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la puerta del baño, que se abrió dejando ver un cuerpo masculino cubierto apenas por una toalla en la cintura. Takumi lo miró de arriba abajo, tragando saliva.

— ¿Te has traído algo de ropa? —preguntó, mirándola vagamente, casi rehuyendo su mirada.

—Lo siento, no lo he pensado —Ella se encogió de hombros.

—Da igual, me pondré lo que tengo ahí.

Eichi se dio la vuelta para rebuscar en los cajones de la cómoda su ropa de hacía dos días. La chica siguió repasándolo con la mirada: casi no podía apartar la vista del largo cabello goteando por su ancha espalda, sus brazos firmes, los mismos que la habían apretado dos noches atrás... El solo hecho de saber que estaba allí, frente a ella y que podría rozarlo en cualquier momento la puso enferma. Sintió el calor adueñarse de todo su cuerpo, como si mil mariposas bailaran en su bajo vientre. La ansiedad recorrió cada centímetro de su cuerpo. Necesidad, deseo, ansiedad... ¿se podía combinar todo aquello para formar sólo una cosa?

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Eichi no se esperaba aquello cuando se giró: ver la intensidad en la mirada de Takumi fue suficiente para comprender; también la delataron sus mejillas rojas y su pecho subiendo y bajando con rapidez. Entonces, como un chispazo, retornaron a él las memorias de la noche del viernes... Él volviendo con unas copas de más a la mansión Hoshina, él enfurecido, él deseándola y estampándola contra la pared, él tan ansioso por tenerla... y finalmente, ella llorando como una niña, con el terror pintado en el rostro, rogándole. Aquel sentimiento de terror y angustia reflejado en ella, aquel que él mismo había sufrido en sus carnes.

Un dolor agudo en el pecho lo alertó de no pensar más en aquello. Pero no pudo. ¿Se estaba sintiendo mal? Qué estupidez. ¡Él no podía sentirse mal por eso! ¡No por ella! Quería arañarse el rostro, quería pegar puñetazos a la pared, al mobiliario. Las náuseas le llenaron la boca, quería vomitar toda aquella ansiedad, quería soltar toda aquella rabia, aquel desasosiego... ¡Quería llorar de rabia, de asco! Sin embargo, lo único que hizo fue apretar los puños y dar un paso; y después otro y otro. A pesar de que su cerebro clamaba por convertirla en una persona en la que volcar todas sus desdichas, sus piernas seguían avanzando hacia ella. Si la tocaba, olvidaría. Todo se iría, como casi siempre.

—Eichi, ¿estás bi-bien? —pronunció ella, levantándose de la silla con una mirada llena de algo que podría haber sido preocupación, pero que él leyó como necesidad.

Takumi acortó la distancia entre ambos y Eichi, sin responderle, la besó. Al principio, un leve roce y después un juego entre sus labios, que fue correspondido por ella con la misma ansia. El contraste entre el agua que goteaba de su cabello y su piel caliente lo excitaron, haciéndole enterrar lo doloroso de sus pensamientos. Apretó su trasero con fuerza, subió por su espalda y enredó sus dedos en su cabello azabache. Su hombría se apretó contra la entrepierna femenina, encontrándola cálida.

Urgidos por la pasión del momento, ambos se encaminaron por toda la habitación, besándose, hasta acabar cayendo en la cama. Él prácticamente le arrancó la parte de abajo de la ropa, y con desesperación, separó sus piernas, introduciéndose en ella sin avisar. Ella soltó un gemido de placer que inundó toda la habitación, culminando en los oídos de él, que aceleró sus movimientos hasta escuchar otro gemido.

—Joder —suspiró en su oído, con placer—. Qué mojada estás.

Se movió en su interior, deleitándose de la facilidad con la que se deslizaba. La cálida suavidad de sus muslos, que sujetaba con fuerza, era como un bálsamo para su mente. Poder tenerla allí, a su merced, sin ninguna resistencia... era más de lo que había podido esperar. Era terrible.

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Sus ojos, llenos de angustia, le parecieron tan terribles que se le encogió el corazón. Luego, él avanzó hacia ella, lento, como si no quisiese acercarse demasiado. "Eichi, ¿estás bien?", le preguntó. Pero él, sin responder, la besó. Y ella, ante aquella muestra tan inusitada, sólo pudo corresponder a un deseo que ya rebosaba por sus poros. Simplemente, dejándose llevar, sin temor a lo que pudiese pasar.

El placer recorría cada pequeña parte de su piel. Sus piernas se apretaban contra el hombre encima de ella, sintiéndole piel contra piel. Toda su fuerza, entrando en ella como un torrente de agua, tan desesperada y furiosa, haciéndola sentir plena. Un gemido, que salió de su garganta sin pedir permiso. Y luego aquellas palabras, que la hicieron excitarse aún más. "Joder… qué mojada estás" . Aquel susurro la hizo apretarse hasta casi fundirse con su cuerpo, morderse los labios y suspirar con dificultad debido al movimiento.

Algo insaciable recorría su cuerpo. Quería más. Necesitaba todo de él. Después de luchar todo lo humanamente posible contra aquellos impulsos perniciosos… La carne era tan débil... pero no podía arrepentirse de estar con él. Al menos, no de momento.

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Tarde del sábado, mediados de octubre

Después de llegar aquella mañana a su casa, Kohaku Kimura había recibido una llamada al móvil: su jefe volvía del viaje de negocios de América. Se sorprendió al saber que volvía y que, al parecer, tenía algo muy importante que comentarle. Ahora, camino del aeropuerto, estaba intrigado por aquello que su futuro suegro iba a decirle. ¿Habrían ido mal los negocios? No, no lo creía. Acaso era por… Se sonrió. Seguro que era por la noticia de Eichi. Las noticias habían tardado poco en llegar hasta el extranjero, y al parecer habían tenido el efecto deseado.

Se encontraron en un café del aeropuerto casi de noche, donde él le expuso aquello tan importante que tenía que decirle.

—Y bien, señor Hoshina, ¿de qué tenía que hablarme?

—Es un asunto que no sé si te va a gustar... —dijo en un tono impaciente; parecía estar dudando o nervioso—. No sé si sabes lo que ha pasado con mi sobrino… —empezó, dubitativo. Parecía no saber si contarle o no. Una chispa de emoción le recorrió. Era su oportunidad para soltar algo de su veneno.

—Señor Hoshina, no querría inmiscuirme en sus asuntos familiares.

—Habla, hijo, vas a ser de la familia en poco tiempo. Lo que tengas que decir lo aceptaré —un reflejo de duda cruzó el semblante del patriarca de la familia Hoshina, pero inmediatamente cambió a uno de interés.

—Después de ver esa noticia, no pude quedarme de brazos cruzados —empezó él—. Perdóneme el atrevimiento, pero investigué un poco. Me interesa mucho el buen nombre de su familia, señor, y visto que me voy a casar con su hija...

En vez de disgustado, el rostro de Yashamura cambió a uno sorprendido. Kohaku mostró un rostro de abatimiento. Sabía que aquello no fallaría, que él no sospecharía...

— ¿Qué descubriste? —preguntó. El moreno se sonrió mentalmente por su acierto al decirle aquello.

Kohaku Kimura se acomodó en la silla, preparándose para soltar una dosis bastante alta de veneno:

—No es lo que haya descubierto, sino lo que sé: conozco a Eichi desde la universidad, éramos amigos… sé lo que él hacía en aquella época. Y señor Hoshina, lo siento mucho por decirle esto, pero en la prensa no se equivocan mucho.

Yashamura se quedó un rato mirando a Kohaku, como si no le creyera. Seguramente, pensó Kohaku, hasta su "suegro" había creído en la inocencia de Eichi. Pero si quedaba alguna duda en la mente de Hoshina Yashamura, él se había encargado de eliminarla.

—Qué decepción.

—Lo siento, señor Hoshina.

—Tarde o temprano me tenía que enterar.

El rostro del cabeza de familia se volvió inescrutable.

—Hay otra cosa que debo decirte. Prepárate, porque te casas con mi hija en menos de dos meses.

Kohaku quiso soltar una carcajada de puro regocijo. Al fin, al fin él se estaba vengando del asqueroso de Eichi Hoshina y tenía un futuro asegurado en la familia Hoshina, siendo marido de la primogénita. Si bien al principio entró en ese plan para ayudar a Chihiro, después le atrajo la fortuna de los Hoshina. Pero sin lugar a dudas, por encima de todo eso, estaba Eichi Hoshina.

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Takumi abrió los ojos poco a poco, notando la luz tardía que entraba en la habitación. Trató de estirar los músculos de brazos y piernas, cosa que le causó dolor. Estaba exhausta. ¿Qué hora sería? Enseguida recordó todo y tragó saliva, girándose, no sin dificultad, hacia un lado. Por supuesto, no había sido un sueño, él estaba allí y lo que habían hecho era tan real como ella misma. Llena de agujetas, pensó en apartarse de su lado. Avanzó por la cama, separándose poco a poco de él, pero para su horror, cuando ya estaba cerca de salir de allí, él la cogió por un brazo y abrió los ojos.

— ¿Dónde crees que vas? —su tono y la mirada que le echó fueron suficientes para que se le secara la boca.

—M-Me voy a ca-casa… —tartamudeó, muy nerviosa. Sus mejillas adquirieron una coloración rojiza muy característica en ella.

— ¿Estás segura?

Después de decir estas palabras, Eichi la arrastró y la pegó a su cuerpo, haciendo que ella se olvidara de respirar. Takumi pataleó, intentando alejarse, pero a juzgar por la sonrisa de su primo, podría jurar que aquello no le estaba molestando demasiado. Aun así, ella siguió intentándolo una y otra vez, moviendo brazos y piernas para alejarse de él. Pero lo único que estaba consiguiendo es que él cerrase el abrazo cada vez más, impidiéndole la huida.

—S-sabes que sí —quería parecerle segura.

— ¿Y si no quiero? —Ella apretó los labios, formando una mueca, sobre todo cuando sintió la mano de Eichi deslizarse por su espalda y agarrar su trasero con fuerza—. Mis manos están bien aquí, y tú no pareces decir lo contrario.

—Esa mano… —susurró—. "No quiero que esa mano siga ahí, pero a la vez sí. Debe estar afectándome estar tan cerca de él" .

— ¿Acaso no te gusta? —Susurró peligrosamente a su oído—. Antes no decías lo mismo.

Takumi enrojeció de forma violenta. No respondió. No podía mentir: le gustaba. Le gustaba su contacto, su manera de tocarla… ¡Pero no quería que le gustara! A esas alturas, ambos desnudos, habiendo tenido sexo… Era imposible negar ciertas cosas que eran obvias, pero no podía estar de acuerdo con nada de lo que él decía.

—Sí que te gusta, ¿eh? —pronunció, sugerente.

—E-Eso no es lo importante.

Mientras permanecían en la cama, el cielo había comenzado a tomar matices morados y salmón, señal de que ya estaba oscureciendo. La incomodaba estar allí, con él, sin ropa, sin nada para defenderse de su deseo insaciable. La asustaba haberlo hecho con él por propia voluntad y el hecho de que, si no se alejaba de aquella cama, volvería a repetirlo una y otra vez.

Entonces, mientras su primo seguía reteniéndola, un murmullo se comenzó a oír a través de la puerta y seguidamente alguien aporreó la madera. Eichi aflojó un poco su agarre, mirando hacia la entrada y Takumi se tensó. ¿Qué estaba pasando ahí fuera?

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Kaede se preparó para salir al plató. Nunca había hablado en uno, pero sabía que le iban a pagar una buena cantidad de dinero, y eso por soltar un par de verdades que desde hacía tiempo venía guardando. Verdades que iban a amargar a su marido, verdades que iban a destruirlo, al menos en parte. Ya podía despedirse de las buenas maneras con él. Esas cosas con él no servían.

Las luces del plató ya estaban encendidas, la presentadora, los colaboradores y ella misma sentados en sus respectivos sillones. El maquillador dando los últimos retoques con algunos polvos traslúcidos. La conductora del programa empezaría a hablar en tres, dos, uno... ¡ya!

—Queridos telespectadores. Esta noche tenemos con nosotros un programa lleno de sorpresas. Por un lado, con un apellido que últimamente ha estado dando mucho de qué hablar, una de las mujeres más deslumbrantes e importantes de la alta sociedad de Tokio: Kaede Hoshina.

Los invitados aplaudieron al oír su nombre y las cámaras apuntaron hacia su rostro, que se mostró tranquilo e impasible, con una sonrisa sencilla pintada en sus labios. La presentadora siguió haciendo hincapié en los temas que iban a tratar y, tras la breve introducción, dio paso a la entrevista con la estrella de aquella edición especial del programa.

—Pero veamos, Kaede Hoshina, a raíz de los acontecimientos acaecidos hace muy poco, ha venido a contarnos algo muy importante que afectará el futuro de su familia en muy poco tiempo.

—El caso es que vengo a hacer una denuncia pública a mi marido —soltó sin más preámbulos.

El plató quedó en silencio ante aquella súbita revelación. Enseguida, un murmullo se extendió por toda la sala, incluso alguien exclamó con sorpresa.

—Nos ha dejado mudos, señora Hoshina —Se echó a reír una de los colaboradoras, una mujer de unos cuarenta años, con el cabello permaneanteado, unos ojos como los de una rapaz y una sonrisa inmaculada.

— ¿A qué es debida esta denuncia, señora Hoshina? —preguntó otro de los colaboradores, un hombre situado a la izquierda de la presentadora, con un gracioso bigote y el cabello negro como el tizón.

—No me enorgullezco de ser la esposa de Yashamura Hoshina —empezó la mujer, con expresión dura—. Él me ha maltratado durante años, y ese es el motivo por el que recurro a vosotros. Durante años, he sido una víctima en sus manos, me ha tratado como a él le ha parecido...

Una vez más, el plató quedó envuelto en un murmullo de voces que no podían creer lo que oían. El cómo aquella mujer podía ser tan valiente de denunciar en televisión al gran y poderoso líder de una empresa como Hoshina S.A.

— ¿Qué le ha pasado durante estos años?

Y así, en la que sería una larga entrevista, Kaede empezó a relatar toda la serie de hechos importantes de su vida, verdades que, más tarde, llevarían a su marido a la furia ciega.

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Eichi soltó a su prima y se levantó de la cama, caminando hacia la puerta. Takumi, sin perder más tiempo, se levantó y buscó su ropa con la vista. Encontró sus pantalones y sus bragas encima de la cama, hechos un nudo; el sujetador y la camisa estaban uno a cada lado de la habitación. Ella se sonrojó, no queriéndose acordar de todo lo que habían hecho. Oyó aquella marabunta de voces más fuerte esta vez, y levantó la mirada un momento, viendo a su primo forzar la puerta a cerrarse. Cuando él se giró de nuevo, se sorprendió al ver su rostro lívido y rabioso.

—El puto recepcionista —maldijo, entre dientes.

— ¿Qué pasa? —preguntó Takumi, acabándose de vestir y yendo hasta la puerta. Si algo pasaba, aquel "algo" estaba detrás de esa puerta.

—No se te ocurra salir.

— ¿Por qué?, ¿qué pasa? —insistió ella. Eichi la miró con hastío.

—Míralo tú misma.

Abrió una rendija de la puerta, y Takumi, al mirar por ella, se llenó de horror: por lo menos veinte periodistas estaban en la puerta, esperando a que salieran. Algunos, probablemente alertados por el movimiento de la puerta, comenzaron a hacer preguntas, que llegaron haciendo eco a través de la madera.

"Eichi, ¿qué nos puedes decir de la persona con quien estás?, ¿es tu novia?", "¿Qué nos puedes decir de los rumores que se oyen de ti?"

Eichi cerró de un portazo, dejando a Takumi mirando hacia la nada. La situación no podía ser peor: si ellos salían, les descubrirían, y si no, esperarían hasta la saciedad. Asustada, comprendió que no podían escapar a algo así. Levantó la mirada, encontrándose con la de él. Muy seria, le dijo:

—No se van a ir hasta que no salgamos.

— ¿No me digas?

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El programa seguía muy intenso y los niveles de audiencia era cada vez más alta. Kaede estaba dejando a todos los allí presentes embelesados y emocionados con su historia. La trágica e infeliz vida de aquella mujer hacía sentirse identificadas a miles de amas de casa, esposas y novias que seguían el programa. Poco a poco, la historia terminó, tan intensa como había empezado. Kaede fue terminando de contar su vida con Yashamura Hoshina, una vida llena de penurias a pesar de vivir entre riquezas...

—La historia de esta mujer nos deja impactados, y ustedes, desde casa también deben estarlo —Michi, la conductora del programa, se secó unas lágrimas invisibles con un pañuelo blanco—. Pero Kaede, permíteme que te tutee, tenemos una sorpresa para ti, unas fotos que revelan algo sobre ti —Kaede se quedó un poco blanca, pero enseguida regresó a la normalidad al acordarse que estaba ante las cámaras. A pesar de eso, no pudo evitar preguntarse si la habían descubierto con su sobrino.

—Me sorprende usted, pensaba que la única que tenía que revelar cosas esta noche era yo —los invitados rieron con el comentario de esta.

—Pero tendrán que esperar a que acabe la publicidad —Michi sonrió a sus telespectadores—. Os esperamos tras la publicidad en esta emocionante entrega de... ¡Corazón Nipón!

En cuanto salió del plató, Michi suspiró y se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano. La jornada estaba resultándole agotadora. Pero en fin, ahora venía la parte más interesante: las sorpresas de la noche.

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Yashamura tiró el mando del televisor al suelo, rompiéndolo en mil pedazos. Aquella perra de Kaede… ¡Cómo se atrevía! ¿Cómo se atrevía a contar todas aquellas cosas en un programa de televisión, a millones de personas? Estaba claro que ella no sabía todo el sufrimiento que él podría proporcionarle. Aquella sucia traidora... Se tumbó en la cama, con la vena de la sien marcada y pulsando rápidamente. Se las haría pagar todas juntas. En el televisor, seguía el programa. Yashamura lo miró con rabia, pensando en apagarlo de un golpe si hacía falta pero entonces la presentadora anunció que iban a enseñar unas "fotografías sorpresa".

Decidió dejarlo, con el único fin de saber por qué más debía odiar a Kaede.

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Mientras se vestía, Eichi tuvo la sensación de que, aquella semana, no podía librarse de su mala suerte. Se acabó de abrochar la camisa, se hizo una coleta alta y miró de reojo a su prima, de pie y cabizbaja cerca de la puerta de entrada. Una sonrisa torcida se formó en sus labios al acordarse de aquella mañana… notó la erección crecer en sus pantalones, y decidió calmarse. Ya tendría tiempo para volver a poseerla, a pesar de que ella dijera que no, a pesar de que se resistiese a él. Él la tendría. Su prima lo obsesionaba hasta límites insospechados, le hacía querer follársela una y otra vez. Ahora que la había probado, no podía renunciar a esa tentación.

No pudiendo calmar su ansia, se dirigió a la ventana y la abrió. Al asomarse, sin embargo, vio allí a otra multitud de periodistas. Cerró otra vez y se sentó en la cama, tumbándose en ella.

—También están fuera —comentó, como quien no quiere la cosa.

Takumi le miró con nerviosismo.

—Podríamos escapar de alguna forma —propuso la chica, mirando hacia los lados, como buscando una salida imaginaria—. Quizá muy rápido para que no puedan hablar con nosotros ni preguntarnos nada.

Eichi se quiso burlar de ella, pero en vez de eso, le dijo:

—A mí pueden verme; a ti, no.

— ¿Por qué? —Takumi levantó la mirada, dubitativa.

— ¿Tienes idea de lo que podría pasar si alguien se entera de que te has pasado encerrada en una habitación de hotel casi todo el día conmigo? —sonrió pícaramente, incorporándose un poco en la cama.

— ¿Por qué tendrían que pensar en nada? —Ellos no tenían por qué pensar en nada raro. Lo que le había descrito Eichi era muy rebuscado.

—Qué inocente eres —esta vez, él  se sentó a los pies de la cama y la miró fijamente—. ¿Te crees que la prensa se tragaría ese rollo de que sólo has venido a ver cómo estoy, como una primita preocupada, y te has pasado aquí ocho horas "cuidándome"? Otra opción sería quedarnos aquí —sus labios se curvaron en una sonrisa torcida—. No desaprovecharíamos el tiempo.

Ella se sonrojó violentamente. Sería demasiado inocente, pero no estaba dispuesta a quedarse en la guarida del lobo una hora más. Ni hablar, tenía que haber otra solución... Mordiéndose el labio, buscó una solución a aquel problema, y muy pronto tuvo una idea:

—Me taparé la cara para que no me vean, tiene que haber alguna sábana o trozo de tela.

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La publicidad pasó rápidamente, y Kaede, sentada en el sillón del programa, estaba muy nerviosa esperando la dichosa sorpresa. Obviamente, Michi no le había dicho nada de eso. Había sido una estupidez pensar que iría allí, contaría todo lo que tenía que contar y se iría tranquilamente.

—Seguimos con nuestra entrevista a Kaede Hoshina. Desde sus casas, deben estar ansiosos por saber qué clase de imágenes sorpresa tenemos sobre ella...

—Tenemos una fotografías que la localizan a usted con un hombre —al decir esto, la pantalla del fondo del plató se iluminó con algunas fotografías, en las que un hombre de cabello grisáceo y Kaede estaban juntos saliendo de lo que parecía ser una clínica—. Según algunas fuentes, usted fue a esta clínica a abortar.

Kaede suspiró, tranquila porque no la hubiesen pillado con su sobrino. Por otro lado, que supiesen que había abortado… Eso sí podía llegar a ser un problema. Y más si pensaban que el hijo que esperaba era de Akiyama. Decidió poner su mejor cara de póquer y responder con calma y mucho cuidado.

—La verdad, no sé de dónde habéis sacado esas afirmaciones —aclaró Kaede—. Pienso que quien nos espió e hizo fotos atentas contra mi intimidad y la de esa persona, que para vuestra información es mi editor. Un profesional de su talla, que simplemente me acompañaba en pos de información para uno de mis libros, no merece una humillación así, eso sí, lo que han intentado es buscarme un amante.

Todos los colaboradores quedaron mudos.

—Así que es usted escritora, señora Hoshina —preguntó otro de los colaboradores—. ¿Qué clase de libros escribe?

—Te puedo decir que no escribo libros para niños, que son para un público más adulto...

—Sin embargo, señora Hoshina —empezó la mujer de dientes perfectos y mirada rapaz, interrumpiéndola—. Tenemos algunas pruebas que nos dicen...

Mientras la mujer hablaba, Kaede aprovechó para suspirar. Aquello se estaba volviendo más que molesto.

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Takumi respiró hondo para tranquilizarse. A falta de una chaqueta, la parte de arriba de un pijama cubría su rostro, impidiendo que pudiera ver dónde iba. Si aquello no era una locura, ¿qué lo era entonces? Miles de ideas descabelladas de cómo aquello podría fallar se dibujaban en su cerebro una y otra vez, haciéndola angustiarse.

La mano de su primo se cerró a la altura de su codo y lo oyó abrir la puerta. Un instante después, casi corrían entre flashes de cámaras y preguntas molestas. Takumi aumentó la velocidad de sus pasos al ser estirada por su acompañante.

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—Señora Kaede, antes de pasar al siguiente invitado de la noche, tenemos una sorpresa de última hora para usted —comentó Michi, con una excitación en el rostro que no había mostrado con anterioridad.

¿Qué mierda tenían preparado esta vez? Kaede quiso gruñir, pero decidió seguir con su cara de póquer durante un rato más. Por mucho que no soportara estar allí ni un minuto más, tenía la responsabilidad de acabar el programa con la mejor cara.

—Se trata de una persona importante para usted. Alguien que ha estado dando de qué hablar y que al parecer el día de hoy ha estado acompañado de una señorita...

En la misma pantalla donde antes habían puesto las fotos, esta vez salieron unas imágenes en directo, donde dos personas corrían ante las cámaras. Sus ojos se abrieron mucho al reconocer a uno de ellos: Eichi, cogiendo a otra persona que ocultaba su rostro bajo una prenda de ropa. A la otra persona no la reconoció enseguida, pero su manera de moverse, su ropa y el cabello -largo, liso y negro- que asomaba hasta un poco más de su espalda, le dijeron con exactitud quién era ella: Takumi.

Siguió mirando, sin poder disimular su sorpresa, ¿qué hacían esos dos juntos? La voz de la presentadora le pareció difusa cuando habló:

—El informante nos dijo que llevaban más de nueve horas en una de las habitaciones, ¿será esta la novia de Eichi Hoshina, o quizá una más de sus clientas?

¿Nueve horas solos en una habitación? En su mente, su imaginación inventaba escenas de ellos dos en aquella habitación, combinándolas con otras reales, como cuando les había visto besarse. Ellos dos… su hija y su sobrino… ¿tenían un lío?

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Salieron al exterior, y mientras corrían, Takumi notó como la camisa del pijama sobre su cabeza se deslizaba. Trató de aferrarla, pero se resbaló entre sus dedos y cayó al suelo. Enseguida, los flashes de las cámaras comenzaron a dispararse. Veloz, se echó el pelo sobre la cara... pero dudaba... ¿habría sido suficientemente rápida?

¿Iba a ser ese el fin de su anonimato?

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La prensa, por todos lados, impedía que avanzaran con tranquilidad. Corrían como un par de locos huyendo, intentando no ser atosigados por los periodistas. Fue entonces cuando notó como su prima reducía la marcha. Estiró de su brazo, azuzándola a caminar, pero ella no se movió. Harto, se giró, y nervioso, vio como la prenda sobre su cabeza había desaparecido y lo único que cubría su rostro eran algunos mechones de cabello y su mano.

Joder, no podía perder la calma. Alguna solución habría para aquello. Sin pensarlo mucho, con el único fin de proteger su identidad, Eichi arrastró a su prima hasta su pecho, ocultándole el rostro. La notó muy quieta, respirando con prisa.

—Dejadme pasar —dijo, cuando un par de micrófonos se posicionaron cerca de su cara. Su mirada era de advertencia—. No me jodáis.

— ¿Quién es tu novia, Eichi, o quizá es tu clienta? —Le preguntó uno de ellos, con una sonrisa—. ¿Sabe tu familia que haces esto?, ¿cómo llevas los rumores?

Eichi dio unos pasos y le miró tan mal que el periodista se apartó un poco, temiendo que se le ocurriera darle un puñetazo.

—Apártate del camino.

Los periodistas y paparazzi continuaron siguiéndoles hasta que, muy juntos, Takumi y Eichi llegaron al parking, donde éste último tenía el coche.

— ¿Puedes conducir? —preguntó Takumi, mientras él abría el coche y ella se metía en el asiento de detrás con rapidez.

— ¿Tú qué crees? —al parecer, a él la retórica le gustaba. Eichi abrió la puerta delantera y se introdujo en el coche.

—L-lo digo por la resaca —Takumi bufó, sintiéndose estúpida. Se tapó la cara, asegurándose de que no la vieran.

—No te preocupes tanto —contestó, arrancando el motor—. No hace falta.

Takumi suspiró y sin más, el coche comenzó a deslizarse por el parking. En el exterior, se podía escuchar a los periodistas quejándose de no haber logrado cruzar con el "famoso" Eichi Hoshina más que unas pocas amenazas. Conforme se fueron alejando, una calma tensa se adueñó del lugar, como diciéndoles que a pesar de la tranquilidad, algo no estaba del todo bien.

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— ¿Tienes hambre? —preguntó Eichi cuando estuvieron fuera del alcance de los periodistas.

—S-sí —respondió Takumi con timidez. Por primera vez se daba cuenta de lo que le resonaban las tripas, cuando lo único que se había comido era el desayuno y... ejem, lo otro mejor no lo decía.

Pararon en una de aquellas cadenas de auto servicio de comida rápida y pidieron lo primero que se les ocurrió para saciar el hambre. Ambos odiaban esa clase de comida pero ni siquiera se lo dijeron el uno al otro. En ese momento no importaba.

En vez de comérselo en ese momento, Eichi condujo un buen rato hasta encontrar un lugar apartado, que resultó ser un descampado de lo más solitario. A aquella hora, en aquella época del año, oscurecía pronto, así que cuando Eichi paró el motor aquello parecía la boca del lobo. Takumi, nada inocente, pensó que aquello se parecía a aquellos típicos picaderos donde las parejitas iban a tener sexo.

Le miró, azorada, y todo su cuerpo se estremeció al recordar la aventura de la tarde.

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Una mezcolanza de emociones se había adueñado de la mente de Kaede Hoshina al ver aquellas imágenes en la pantalla: su hija junto a su sobrino, en un hotel, más de ocho horas… Tenía suficiente. Ya no quería oír más.

—No voy a dejar que sigáis insultando a mi sobrino. ¡Él nunca ha hecho algo así! —Kaede se levantó del sofá hecha una furia—. ¡Me voy! No voy a seguir aquí perdiendo el tiempo.

Sin decir nada más, se encaminó hacia la salida del plató, dejando a todos los presentes boquiabiertos.

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Cuando entró a la mansión aquella noche, vio a su madre sentada en el sillón, quien se giró al verla: parecía estar esperándola. Eichi se había quedado fuera, dejando el coche en el garaje, así que en ese momento las dos estaban solas. Takumi se removió, inquieta. ¿Acaso había salido ya en televisión o las revistas lo que ellos habían hecho? Se quedó mirándola, como esperando el veredicto de su juicio, que la definiría como culpable o inocente.

—He estado en un programa de televisión esta noche por vosotros. Con el único fin de que no hablen de vosotros más mal de lo que ya lo hacen —comenzó, con voz suave—. No te voy a decir que no me sorprendió el reconoceros en televisión.

— ¿Has ido...?

Su madre la interrumpió, elevando el tono de voz.

— ¡Ocho o nueve horas en una habitación de hotel! ¡Quién coño se cree que habéis estado quietecitos sin hacer nada! —Takumi se sorprendió por las palabras de su madre—. Yo no, por supuesto. ¡Y con tu primo, tu sangre!

Su madre estaba furiosa. No la había visto así nunca con ella, sólo aquella vez, cuando su padre le había pegado, ella había estado así de enfadada con él.

—T-Tú no puedes hablar mucho sobre eso… —objetó su hija, mirando hacia el suelo.

Kaede abrió mucho los ojos al saber a lo que ella se refería. ¿Cómo se atrevía?

— ¡Yo no soy su sangre! —exclamó—. ¡No puedes comparar una cosa con otra!

— ¡No he hecho nada malo! —exclamó Takumi, defendiéndose. Los ojos le quemaron, llenos de lágrimas traicioneras.

— ¿Qué esperas de Eichi? ¡Él no siente nada por ti! —Gritó su madre, cogiéndola por la pechera—. ¡Él no puede sentir nada por nadie!, ¡Sólo te ha usado!

Entonces, como una presa que se va llenando de agua, Takumi decidió que ese era su límite:

— ¡Y tú qué sabes! —Gritó, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Y a ti qué te importa lo que yo haya hecho, no es tu problema!, ¡Él tampoco te quiere, y lo sabes!, ¡Por eso me tratas así!

Los ojos de Kaede refulgieron con ira y su mano voló hasta la mejilla de Takumi, quien se cubrió la boca con las manos al notar el picazón, respirando con dificultad. Tanto tiempo aguantando, sin hablar, sin soltar todo lo que sentía. Todo aquello acababa pasando factura.

— ¡No me vuelvas a pedir nada en la vida! —Y diciendo esto, Kaede Hoshina se marchó escaleras arriba—. ¡La próxima vez que veas a tu padre, te aclaras con él, seguro que ha visto "tus aventuras" con tu primo!

Kaede se estremeció al oír hablar de su padre. Él era algo que no podría evadir. Se sentó en el sofá, mirando hacia abajo, temblorosa. ¿Qué iba a hacer con eso? Se limpió las lágrimas como pudo, pero volvieron a salir más, silenciosas y calientes.

Vio a su primo pasar al comedor, y éste le echó una mirada muy intensa. Quizá en otro momento se hubiese derretido pero después de aquella discusión con su madre, no tenía ganas de nada, ni siquiera para soportar los juegos de él.

—No me mires así, todo esto es tu culpa.

— ¿Quién te dice que no eres igual de culpable que yo?

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Eichi entró al cuarto de su tía, descubriéndola apoyada en el marco de su ventana, que estaba abierta de par en par. No entraba para disculparse, simplemente es que la curiosidad se lo estaba comiendo. ¿Qué había llevado a su tía a decir semejantes cosas abajo? En su interior, muy en su interior, podía comprenderlo. Caminó hasta donde ella estaba, recargándose él también en el marco de la ventana.

— ¿No tienes frío? —preguntó, calmado.

—Vete, no quiero verte —Kaede miraba a un punto fijo en el horizonte, con el ceño ligeramente fruncido.

—He escuchado todo lo que le has dicho abajo.

Ella giró la cabeza, mirándole con una intensidad poco propia en ella, cuando lo habitual era que estuviera calmada.

— ¿Sí? Pues bien, ahora ya lo sabes —respondió—: Me has usado. Nos has usado a las dos.

—No, no entiendes nada.

—No. Sí que lo entiendo, Eichi. Entiendo que es cierto lo que decían sobre ti —Eichi agachó la cabeza un poco, pensativo—: eres… uno de esos que van por el dinero.

Una chispa de desdén cubrió la faz de su sobrino.

—Creo que te he demostrado con creces que eso no es verdad —se defendió.

La expresión de ella se relajó. Caminó hacia él y le cogió de las manos. Eichi apartó la mirada.

— ¿Qué te llevó a hacer algo así, acaso no nos tenías a nosotros para pedirnos ayuda? —Kaede le miró casi rogándole—. ¡No tendrías que haber hecho algo así, Eichi, había otras opciones!

—No lo entiendes —Él liberó sus manos de las de su tía con fiereza—. No podrías.

—Puedo intentarlo —dijo, comprensivamente.

—No, no lo entiendes… —mientras hablaba, Eichi no se había dado cuenta de que su tono había ido subiendo gradualmente, volviéndose más hosco—. No había opciones, ninguna para mí... —en esta última frase pareció dudar.

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Takumi se limpió las lágrimas mientras subía a su habitación. Oyó voces en el cuarto de su madre, y por pura e inocente desconfianza, se acercó. A pesar de parecer una cotilla, escuchó:

— ¿Qué te llevó a hacer algo así, acaso no nos tenías a nosotros para pedirnos ayuda? —oyó—. ¡No tendrías que haber hecho algo así, Eichi, había otras opciones!

—No lo entiendes... No podrías.

Takumi se quedó anonadada. Al leer aquellos papeles hacía poco o al escuchar todas aquellas noticias no se había creído lo de su primo pero, ¿es que acaso él estaba afirmando todo lo que se decía de él?

—Puedo intentarlo —dijo su madre, comprensiva.

—No, no lo entiendes… —le oyó subir el tono de voz—. No había opciones, ninguna para mí... —en esta última frase pareció dudar.

Takumi abrió la boca, sorprendida. No sabía qué pensar ni qué decir.

—Eichi, sabes que haría cualquier cosa por ti —replicó su madre—. No entiendo cómo has podido hacerme eso, y con Takumi...

—No digas eso—murmuró él.

— ¿Quizá no he sabido darte lo que querías? —preguntó ella, culpabilizándose—. ¿O es que...?

—Tú no has hecho nada —oyó—. Sólo que... —Eichi pareció dudar de sus propias palabras—. No es lo mismo que contigo.

— ¿Qué quiere decir eso? —Preguntó su madre—. Maldita sea, Eichi, ¡habla sin tapujos!

—Que el sexo no es lo único que ella me hace desear.

Aquella frase fue como una bomba para los sentidos de Takumi. Su corazón casi se salió de su sitio al oír aquella afirmación. Casi no podía creer en aquellas simples palabras. Por un momento, todo lo anteriormente dicho por Eichi se esfumó y sólo quedó su sistema nervioso, atascado por impulsos que no supo cómo definir.

— ¿Qué? —Se oyeron unos pasos por todo el cuarto y la voz de su madre—. Repítelo, porque creo que no lo he entendido —la risa de su madre se oyó a través de la puerta—. ¿Va en serio?

—Sí —contestó el chico.

Por unos minutos, en el cuarto reinó el silencio. Después, la voz de su madre resonó en la habitación con rabia. — ¿Te gusta, es eso? No me hagas reír, Eichi. La quieres para lo mismo que a mí, y cuando te canses, ¡te buscarás a otra! —En esta última frase subió el tono de voz—. ¿Sabes qué? No eres más que una basura, ¡vete a la mierda!

Takumi se estremeció. La puerta se abrió en sus narices, dejando ver a una furiosa Kaede, quien al verla la miró con cara de muy pocos amigos. Por su rictus, se notaba que no estaba de muy buen humor, pero cualquiera con dos dedos de frente lo hubiese notado habiendo escuchado toda aquella conversación. Sin decir nada, la cogió de la camisa y la empujó al cuarto, haciendo que diera un traspiés y cayera al suelo.

— ¡Mira, aquí la tienes: fóllatela, haz lo que quieras con ella! —dijo, señalándolo con dedo acusador. Los miró a ambos con unos ojos que expresaban su rabia—. ¡No quiero que volváis nunca a hablarme ni a pedirme nada!

Después de decir estas palabras, bajó a toda prisa las escaleras, no tardando mucho en dar un portazo al cerrar la puerta de la mansión. Poco a poco, los ojos de Takumi se llenaron de lágrimas, y sin poder evitarlo, rompió a llorar silenciosamente, secándose las lágrimas con los dedos inútilmente. Poco después, unas reconfortantes manos se posicionaron en su espalda, bajando hasta sus brazos y aprisionándolos un poco.

—No llores más —dijo con voz suave al oído—. Tú tienes la culpa, por ser una maldita voyeur.

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Pasear por los bajos fondos de Tokio nunca había sido buena idea, a pesar de ir vestido casualmente y no con el habitual traje y corbata. Pero era la única manera de encontrar a alguien dispuesto a asustar, y si podía ser, hacer daño a una persona en concreto. No creía que un asesino a sueldo fuese lo ideal en este caso, además, no creía tener bastante capital para eso. Pero tenía otra cosa mucho mejor: la oficina de su tío estaba abierta durante toda la noche.

Bastaba con que Eichi recibiese una buena paliza, de esas que te hacen repensarte las cosas. Se la merecía, simplemente, por amargarle la existencia, y sobre todo, por obtener las cosas antes que él.

Recorrió callejones, hasta encontrar lo que buscaba: un edificio antiguo escondido entre las callejuelas. Un lugar con bastante encanto a pesar de su situación. Su tío, a pesar de tener lo necesario para cambiar de lugar, se empecinaba en conservar aquel lugar para que sus chicos durmieran y trabajaran.

Al entrar, el lugar estaba ambientado con tenues luces, chicos apostados en sillones de piel granates exhibían sus encantos y olía a incienso de flores y a marihuana, dejando el ambiente cargado de erotismo. Caminó hasta el fondo del lugar, evitando mirar a los chicos y subió unas escaleras hasta la planta de arriba. Sabía perfectamente que podía entrar con confianza, así que abrió y vio cómo su tío se estaba encendiendo un cigarrillo.

—Mi querido sobrino —le saludó su tío en cuanto le vio entrar por la puerta—. ¿Qué te trae por aquí, Kohaku?

Su tío, Yashiro Kimura, no tendría más de cuarenta años y desde la muerte de su padre, regentaba el negocio familiar. Sin embargo, aquel no era un negocio cualquiera: la prostitución con chicos jóvenes y guapos siempre vendía. Era muy lucrativo.

—Yashiro… Sólo quiero un favor. Necesito a unos cuantos de tus chicos para encargarme de alguien —habló, serio.

Su tío pegó una calada a su cigarrillo, se reclinó en su butaca y, muy resuelto, dijo:

—Entonces te prestaré a algunos de mi escolta personal.

—No, no quiero algo tan profesional… —Yashiro se dio prisa en negarse a aquello y sonrió, divertido—. Quiero algo como una paliza; nada de muertes.

Yashiro volvió a darle otra calada a su cigarrillo y bufó, entrecerrando los ojos. —Qué poco divertido entonces —sentenció—. Bueno… en ese caso… ¿de quién se trata?

—Lo conoces: es Eichi Hoshina.

— ¿Y qué te ha hecho el chico? —preguntó, con los ojos más abiertos—. Me acuerdo que el chico no hablaba nada cuando trabajaba aquí, pero siempre dejaba a los clientes satisfechos.

Kohaku compuso una mueca de asco, pero decidió ignorar deliberadamente las palabras de su tío referidas a Eichi.

—Lo que pasa es que ha tocado algo mío —su mirada se ensombreció al hablar de Takumi—. Y no se lo voy a perdonar.

—Ah… A esa preciosidad que te han cedido, ya veo —bajó la vista y echó la ceniza del cigarro a un cenicero que estaba en su impecable mesa. Después subió la cara y sus ojos tenían un brillo peligroso—. Yo de ti lo mataría.

—Ya llegará ese momento. De momento no quiero ni molestarme en eliminar su patética presencia. Lo único que necesito es a esos chicos.

—Eso está hecho, sobrinito.

Kohaku abandonó el despacho de su tío con un ligero asentimiento de cabeza, salió del bar y volvió a perderse en las oscuras calles de aquel barrio.

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Quiso reír, pero las lágrimas se lo impidieron. Obviamente, él estaba bromeando. Aquella palabra, voyeur, le recordó muchas de las cosas que había visto por su curiosidad. Olvidado un poco el llanto por aquellos recuerdos, sintió el aliento de su primo en su cuello produciéndole escalofríos y sus recuerdos viajaron hacia dos horas antes, en aquella habitación de hotel. Aún en el suelo, se giró poco a poco, como gateando y él la atrajo hacia sí, trasladando sus manos de sus hombros a su espalda en un abrazo. Las manos y la cabeza de ella reposaron en el pecho de Eichi, ansiando por tocar o mirar aunque fuera un centímetro de su piel pero sin atreverse.

— ¿Ahora eres tímida? —al parecer, él tampoco se había olvidado de aquellos recuerdos y ella enrojeció al comprobar que era como si hubiese leído sus pensamientos.

Delicadamente, Takumi fue subiendo sus manos por su cuello hasta rodearlo por completo y su cabeza descansó en el hueco de su clavícula. Suspiró levemente. Por mucho que él hiciera, por mucho que oyera aquellas cosas… había algo que la hacía quererle. Se odiaba por ese masoquismo pero para ella era inevitable. Aquel , "el sexo no es lo único que ella me hace desear" , podía significar muchas cosas, así que no quería hacerse ilusiones, pero su corazón ya latía con ansia. Quería a Eichi. Podría preguntarse si él la quería de la misma manera, pero sabía la respuesta y no quería pensarlo de momento. Cerró los ojos. Ahora mismo tenía bastante con estar así.

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Kaede corrió por las calles de la urbanización sin pararse a pensar hacia dónde se dirigía. Sólo pensaba en correr, alejarse de la mansión a como diera lugar. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Por qué su hija, a quien ella había dado todo, tenía que usurpar de su lado a quien más amaba? Ella amaba a Eichi. Lo amaba con todas sus fuerzas. Merecía tenerle.

¡Maldita fuera, su hija podía tener a otros, pero ella ya no! Y aquel aborto... quizá debió seguir adelante con aquel embarazo, no ser tan buena de dejar a Eichi sin ninguna responsabilidad. Habría dado igual que Yashamura o toda la prensa se enterase, porque ella le tendría a su lado ahora. Siempre. Aquellos pensamientos oscuros, irracionales, llegaban a su mente. De repente, su hija era su enemiga y, totalmente enamorada, tendría que luchar por su objeto de amor con todo lo que tenía.

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Lunes, finales de octubre

Cuando le vio el lunes en la universidad, Takumi se sorprendió. Después de todo lo ocurrido con él, y a pesar de las escenas del sábado, se alegró. De que al fin saliera, de que no se acobardara ante los que le insultaban o miraban mal.

En cuanto a todo lo demás: su madre seguía sin hablarle. El día anterior y este, se había cruzado con ella más de dos veces, y ni siquiera la saludaba o le dirigía alguna palabra. No era el fin del mundo, lo podía soportar, pero le dolía el pecho cada vez que la veía. A pesar de no haberla visto en años, aquellos dos meses le habían dado para conocerla mejor, para quererla como algo parecido a una madre.

Aquella desconfianza, aquellos celos, dolían más que muchas cosas más terribles. Sabía que también ella era culpable, que también había sentido celos de su madre… pero no se puede evitar el sentir tales cosas, y aquello no era una competición. ¡Madre e hija no podían pelear por un hombre!

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Le habían estado observando durante todo el día, pero al salir de clase aquella tarde, la sensación se intensificó. Lo notaba en su piel, casi como una huella impresa a fuego. De camino a la salida del edificio, vio una luz encendida en el aula de informática, y por pura curiosidad, se asomó dentro del aula: allí estaba su prima, tecleando compulsivamente en un ordenador de sobremesa. Probablemente algún trabajo o práctica de los que se hacían en primero.

Tragó saliva sin querer, resopló y avanzó un paso adentro, pero algo le paró, una voz:

— ¿Eres Eichi Hoshina? Se dio la vuelta, y a su lado había un hombre de pie, con un traje de chaqueta y un peinado bastante formal. Si era un profesor, debía ser nuevo, porque no lo recordaba en absoluto.

— ¿Qué pasa? —preguntó.

— ¿Puedes venir? Necesito charlar contigo unos minutos.

Con algo de desconfianza, Eichi le siguió y juntos caminaron por un pasillo hasta las escaleras que conducían al piso de arriba. A cada paso, Eichi se sentía más desconfiado y extrañado, pero decidió no prestarle atención hasta llegar a donde quería. Por fin, se pararon en el piso de arriba, y Eichi habló:

— ¿De qué querías hablar?

Entonces, varios hombres con hierros salieron de entre los pasillos y avanzaron hacia ellos.

— ¿Qué es esto, una fiesta de bienvenida? —preguntó Eichi, confirmando sus sospechas.

— ¿Te gusta, puto maricón? —preguntó uno de ellos. Eichi no le prestó atención.

— ¿Qué queréis? —los hombres rieron y el que hablaba le señaló la barra de hierro, dándole a entender lo que iba a hacer con ella. Eichi sonrió un poco, y mirándoles con ironía, dijo—: ¿Y de verdad crees que lo vas a lograr?

Sin mediar una palabra más, Eichi se fue a dar la vuelta para bajar por la escalera, pero, demasiado tarde, la vara zumbó en el aire, estrellándose contra su hombro derecho. Eichi ahogó un gemido de dolor y se mordió la lengua como acto reflejo, viendo las estrellas. Con irritación, se lanzó hacia el tipo y esta vez la vara le dio en las costillas. Poniendo algo de distancia, se repensó lo que hacer: eran tres contra uno, suficientes para darle una buena paliza y hacerle lo que fuese. Quizá con uno sí habría podido, pero hacía tiempo que no se peleaba y tampoco se había pasado la vida peleándose para saber defenderse bien.

— ¿Ahora no eres tan chulo, eh, maricón? —habló el sujeto. Lo único en lo que Eichi se fijó es en que llevaba una gorra azul celeste—. Te podríamos pagar por chupárnosla, pero sería más normal que nos pagases a nosotros por pegarte una paliza.

—Qué comentarios tan ingeniosos —Eichi se preparó para defenderse— Pero a mí no me ganas a eso.

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Takumi Hoshina siempre era una de las primeras en salir de clase, menos en contadas ocasiones, pero hoy se había quedado a hacer un trabajo extra en el ordenador, por ello salió mucho más tarde de lo previsto. Guardó el archivo que estaba editando y apagó el ordenador. Antes de levantarse de la silla, se desperezó, estirando los brazos por encima de su cabeza. Mientras caminaba por el pasillo del segundo piso, oyó las voces que gritaban insultos. Se alarmó, y su curiosidad la llevó a seguir las voces que insultaban, esperando poder hacer algo.

Parecía imposible que ningún profesor hubiese puesto ya orden en aquello. Subió las escaleras que conducían al piso superior, dobló la esquina y allí los vio: cuatro o cinco hombres de espaldas a ella, con unos palos en las manos, delante de una figura solitaria. Uno de ellos se lanzó hacia el que estaba solo, con el palo en ristre, y entonces le vio:

— ¿Eichi?

En aquel momento no pudo pensar con mucha inteligencia. No llevaba teléfono encima, no había nadie alrededor a quien pedir ayuda, y lo peor, su primo estaba indefenso contra aquellas personas. Todo pasó muy rápido: sin pensar, Takumi se lanzó hacia ellos, corriendo como una desesperada. Pasó veloz ante los ojos sorprendidos de los presentes, reunió fuerza en sus piernas y con la parte superior de su cuerpo, empujó al tipo que iba a darle a Eichi, que cayó hacia un lado. No pudo disfrutar de su victoria durante mucho tiempo, pues uno de los otros la atizó con uno de los palos en el abdomen, produciéndole un dolor tan intenso que quiso echar los intestinos por la boca. Un alarido surcó el aire. Takumi se sujetó el abdomen y se tambaleó un poco, cerrando los ojos.

—La muy puta... —oyó pronunciar a uno de ellos—. ¿Ahora mandas chicas para que te defiendan?

La vara atizó con fuerza en su espalda, produciéndole quemazón. Esta vez, apretó los dientes y contuvo el grito, esperando el siguiente golpe. Pero no llegó. Abrió los ojos y vio la mano de Eichi agarrándola por el antebrazo y arrastrándola hasta la pared, justo detrás de él.

—El problema es conmigo, ¿no? —al oír aquellas palabras, su corazón palpitó con fuerza.

Se oyeron algunas risas provenientes de aquellos hombres. No iban a salir de aquel problema tan fácilmente. Sin embargo, cuando lo creía casi todo perdido, la voz de su primo la sacó de sus pensamientos:

—Vamos, cógeme de la mano —hablaba en voz muy baja, suficiente para que ella le escuchara y sus enemigos no—. Prepárate, cuando te lo diga salimos corriendo.

— ¿Y por qué no la íbamos a tocar? —sonrió uno de ellos.

—Porque sólo puedo tocarla yo.

Entonces, sin más, ambos salieron corriendo. Aprovechando una pequeña debilidad en la muralla de hombres, corrieron por el pasillo bajando las escaleras a toda prisa. Ambos corrían cogidos de la mano, bajando todas las escaleras que encontraban de dos en dos, sin pensar en nada más que en escapar de sus agresores. Una vez fuera, Takumi paró un momento para devolver el aire a sus pulmones.

—Vamos, date prisa —la apremió Eichi, mirando muy nervioso hacia las escaleras.

—Es… Espera un momento… —dejó ir, resollando—. No… No estoy acostumbrada a esto.

Mientras se recuperaba, pudo sentir como él la alzaba y la cargaba en su espalda.

— ¡Oye! —exclamó, poniéndose como un tomate.

—No hay tiempo.

Entre las miradas alucinadas de algunos alumnos que aún rondaban por el campus, Eichi salió corriendo con su prima en brazos. Takumi cerraba los ojos, queriendo que se la tragara la tierra.

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—Creo que es la segunda vez que salimos corriendo así.

Takumi se masajeó los hombros. Iban a la máxima velocidad permitida con el coche, y no es que los siguieran, sino que su acompañante parecía muy serio y nervioso.

— ¿Qué es lo que pasa?

— ¿Por qué te has metido?—preguntó con cierto reproche—. ¿Sabes lo peligrosa que es esa gente?

— ¿Los conocías acaso? —preguntó sin pensar mucho—. Es más, ¿es que acaso te importa algo de lo que pase?

En sus últimas palabras se vio reflejada su rabia. Eichi, por su parte, no dijo nada. Sólo la miró de reojo, serio, apretando el volante con ambas manos. Luego volvió la mirada hacia la carretera de nuevo. Takumi se puso bien en su asiento, algo intranquila. No le gustaban las miradas de su primo, porque siempre significaban algo. Y ese algo no era precisamente bueno. Prefirió cambiar un poco de tema:

— ¿No tendríamos que ir a la policía?

—No podemos —negó él. Fue disminuyendo la velocidad del automóvil.

— ¿P-Por qué? —reclamó, y se recriminó a sí misma por tartamudear, que era algo que últimamente hacía muy seguido—. Te han hecho daño.

A ella misma le seguía doliendo el estómago y la espalda a causa del golpe. Eichi aparcó el coche en un sitio libre y giró la cabeza, cruzando las manos sobre el volante:

—Muy bien, nos han hecho daño, todo lo que tú quieras —habló, serio—. Pero no podemos decir nada ni ir a ningún sitio. De ningún modo.

—No entiendo el por qué.

—Mejor que sigas en la ignorancia.

Eichi salió del coche y Takumi se dio prisa en imitarlo. Entraron al bar y se sentaron en una de sus mesas de madera desgastada y no muy limpias. La pintura blanca de las paredes estaba desconchada y varios cuadros de artistas famosos colgaban de ella. Con algo de reparo, Takumi limpió su parte de la mesa con una servilleta y volvió a mirar a su primo, que tenía los ojos puestos en la barra y las botellas que colgaban arriba. El tabernero fue hacia ellos llevando consigo una bayeta y limpiando la mesa donde ambos estaban.

— ¿Qué vais a tomar? —preguntó, rascándose la mejilla.

—Una cerveza.

—Un zumo de piña, por favor.

El hombre se fue y en dos minutos regresó con ambas bebidas. En cuanto se fue, ella insistió una vez más:

—Por favor, cuéntamelo —Takumi apoyó ambos brazos en la mesa, mirando a su primo directo a los ojos, a lo que él echó la vista a un lado, evitándola.

—No voy a hacerlo.

— ¿Por qué?

—No te importa.

Takumi resopló delicadamente. No podía creer que fuera tan cabezón en algo como eso. Decidió no forzarlo a contar nada. Cuando él quisiera, ya le contaría el porqué de tanto secretismo.

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Cuando Eichi y Takumi volvieron aquella tarde, una sorpresa les esperaba allí: su padre estaba sentado en uno de los sillones de la mansión. Su madre estaba junto a la ventana, sin decir nada.

—Pa-padre... —pronunció Takumi al verle, temerosa.

—Veo que pensáis que podéis hacer lo que os dé la gana por ser de esta familia —una chispa roja pareció brillar en los ojos de Yashamura Hoshina cuando pronunció estas palabras—. Yo soy quien os mantiene, quien os da de comer… ¿y así me lo pagáis?

Takumi apretó los puños, mirando al suelo. Por el contrario, la mirada de Eichi estaba fija en su tío, como esperando el veredicto.

—Takumi, te voy a sacar de la universidad, te vas a casar, vas a ser una mujer de provecho… y tú, Eichi, te vas a ir de esta casa. Ya has humillado bastante a esta familia.

Al oír aquellas decisiones, tomadas sin consultar por su padre, Takumi levantó la vista sorprendida y, por primera vez, no pudo reprimir sus quejas:

— ¿P-Por qué?—podía sentir el temor adueñarse de ella, sus nervios correr libres hacia su voz. Pero no cejaría en su empeño de enfrentarse a él ante aquella injusticia. Aunque, como siempre, en presencia de su padre, las palabras no salieron como ella quería—. ¿Dónde va a ir Eichi, y por qué tengo que dejar de... estudiar?

— ¿Por qué, por qué, por qué? —Su padre sonrió, irónico— Después de lo que tu madre me ha contado, ¿esperas que te deje salirte con la tuya, niñata?

Takumi miró a su madre, con la duda en el rostro, pero la susodicha seguía mirando por la ventana, sin abrir la boca para nada. Entonces le quedó claro: se lo había contado todo. Se tocó el pecho, donde empezaba a notar pinchazos. Las lágrimas, traidoras, asomaron a sus ojos. La persona que más cariño le había profesado, su apoyo... Su madre. ¿Por qué? ¿Por qué todo aquello por un hombre? Quiso echarse a llorar allí mismo, hundirse en el suelo y no salir jamás. Pero debía ser valiente, no podía dejarse vencer y echarse a llorar como una niña pequeña.

—Qu-Quiero seguir en la universidad —dijo con un hilo de voz—. Sólo te pido eso. ¿Y qué tiene que ver Eichi en esto?, ¿Acaso es culpable de lo que dicen de él?

—No me discutas. No necesitas estudiar para lo que vas a hacer.

Con rabia, Takumi se mordió el labio y algunas lágrimas acudieron a sus ojos, desbordándose. A pesar de eso, siguió hablando como pudo.

— ¿Pero por qué? —Preguntó, por primera vez mirando a su padre a los ojos—. ¿Por qué me tengo que casar, por qué tengo que dejar de estudiar, por qué tiene que irse Eichi?

Dejó ir todo esto con rabia, soltando todo lo que tenía metido dentro por primera vez. Pero no tuvo recompensa. Su padre alzó las manos hacia ella, ésta intentó apartarse, pero él la cogió del pescuezo de la camisa y la acercó a su rostro. Por instinto, Takumi cerró los ojos.

—Como vuelvas a hablarme así vas a saber lo que es bueno —la chica pudo sentir su aliento azotando su cara. Muy en el fondo, aunque fuese su padre, pensaba que era una persona horrible.

Cuando la soltó, sus piernas temblaban, y si no llega a ser por Eichi, que hizo las veces de muro, habría caído de bruces al suelo.

— ¿Sabes qué, Yashamura? —Eichi habló bajo, sibilino—. Me voy a ir, pero no porque me lo mandes, sino porque no aguanto un minuto más en esta casa. Por mucho dinero que tengas, siempre vas a ser lo que siempre has sido: un egoísta que sólo piensa en sí mismo.

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Eichi se marchó aquella misma noche, con su ordenador portátil y algo de ropa en una mochila. Cruzó el jardín, e iba a coger la verja para abrirla, pero notó una presión en la espalda y se giró: su prima le miraba con ojos brillantes junto a la puerta de entrada. La vio avanzar hacia él a paso rápido, como temiendo que se marchara. Cuando estuvo a su lado, se paró, sin atreverse a acercarse más.

—Lo siento —le dijo, con voz llorosa—. Me gustaría ir contigo.

—Tú no tienes remedio.

Entonces, como si esas palabras dieran pie a todo lo demás, ella le abrazó por los hombros. Durante un momento se quedó estático para después devolverle el abrazo. Ella le transmitía toda su angustia, su miedo y su pesar. La sentía pequeña y desconsolada entre sus brazos. Algo en su interior se removió al saber que ella se quedaría sola entre aquellos buitres: Kohaku y sus tíos. Desde hacía poco había comprendido que su prima no estaba hecha de la misma pasta que ellos, que ella era diferente... Cerró los ojos durante un momento, y se fijó en que en la puerta, sus tíos los miraban abrazarse. Apretó más a Takumi entre sus brazos y acarició su espalda con suavidad, separándose de ella poco a poco.

—Nos vemos en la universidad, primita —dijo, mirándola fijamente. Tal como hacía antes de que su prima le interrumpiese, terminó

de abrir la verja y desapareció tras ella, alejándose de la mansión Hoshina.

Continuará...~