El diablo de ojos blancos...#Capítulo 15.

—Qué estúpida manera de hablar. ¿Aún no sabes qué quiero, Hoshina? —se acercó peligrosamente a ella—. Te diré lo que quiero: quiero follarte —pareció pensárselo un poco, y con una voz sugerente, comentó—: En realidad... hace tiempo que quiero.

Buenas a todos, aquí vengo con el siguiente capítulo y lo he alargado lo más posible. ^^

Quiero pedir disculpas a todos por actualizar el siguiente capítulo tan tarde, pero he estado enferma y demás.Bueno, actualizaré más rápido y espero que hayáis pasado todos una buenísima nochebuena y una futura y espectacular nochevieja.

¡¡Feliz Navidad a todos!! (^.^)~

Kohaku llegó a casa de Chihiro sin importarle quién pudiera encontrarse allí. El paraguas se había quedado en su casa aquella mañana, por lo que ahora estaba empapado con el agua de la tormenta que había comenzado al salir él del hospital.

Estaba realmente ansioso por enseñarle ese vídeo y comentarlo con ella, pues sabía que le iba a encantar. No esperó al ascensor y subió directamente a su piso por las escaleras.

Llamó al timbre y enseguida su amiga, aún vestida como en la empresa, le abrió. Extrañada por verle allí, la mujer le preguntó:

— ¿Qué haces tú aquí, no ibas a ver a tu prometida? —Él no contestó, pasando directamente al comedor y sentándose en el cómodo sofá. Una vez así, suspiró y se puso a rebuscar algo. Chihiro cerró la puerta y lo vio, quedándose aún más dudosa sobre su comportamiento—. ¿Y qué se supone que haces, qué buscas?

No tuvo ni que responderle cuando Kohaku le mostró un teléfono móvil. Chihiro empezó a pensar qué sería lo que él querría decirle, pero Kohaku sonrió abiertamente y le dijo:

—Tengo que enseñarte algo muy jugoso. Tanto que te va a encantar.

&

Kaede llegó a casa cansada y subió a la habitación. Preparó algo de ropa, entró al baño y se desvistió; abrió el grifo y se sumergió bajo el chorro de agua caliente. Aquello estaba de maravilla. Procurando relajarse, lavó su cabello y su cuerpo, aclarándose y saliendo de la ducha.

Se secó y cuando aún se estaba vistiendo, empezó a sonar el teléfono en el piso inferior. La mujer salió del cuarto y corrió escaleras abajo. Cuando lo cogió, esperaba a cualquiera menos a él:

— ¿Quién es? —Preguntó sin apenas interesarse.

—Hola —La voz de su marido sonó al otro lado de la línea—. No quisiera pedírtelo a ti, pero escúchame…

— ¿Qué? —Preguntó, un poco más extrañada.

—Me han llamado esta tarde, tengo que salir en un viaje de negocios hacia Estados Unidos, así que esta noche dormiré en la mansión.

—No sé para qué llamas por eso, esta es tu casa, ¿no? —Habló, y con cierto resentimiento añadió—: ¿Nada más? Ni siquiera has preguntado por cómo está tu hija.

—Era sólo eso, sobre que dormiré allí —Habló, como quien no quiere la cosa.

Kaede oyó pitar la línea, señal de que él había colgado y bufó. ¿Hasta cuándo estaría aquello así? Si bien, no cedería a divorciarse de él, pero quería alejarse, no verle en un largo tiempo. Se preguntaba sobre el cómo serían las cosas después, qué pasaría con ella, con Eichi, con Takumi… Y esa era una pregunta que no tenía respuesta en su cerebro.

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"Estás muy insinuante con ese camisón" , "¿Otra vez con lo mismo, Eichi?" , "Sólo pensaba que sería divertido hacerlo en un hospital",“¿Piensas que esto es normal?","¿Me tienes miedo", "¿Quieres parar con esto?", "¿A qué juegas?", "A nada, suéltame".

Las imágenes pasaban una a una junto a diálogos, como en una película. En el vídeo, de alta calidad gracias al móvil de alta generación de Kohaku, se veía perfectamente todo lo que pasaba en aquella sala de hospital. Ambos amigos, Chihiro y Kohaku, lo veían con bastante interés. Chihiro se tapó la boca de la sorpresa en algunas escenas.

—Es muy fuerte —Comentó una vez se acabó, sorprendida a más no poder. La verdad es que no esperaba que Kohaku apareciese en su casa con aquel vídeo.

—Y que lo digas —Le respondió él.

—Pero igualmente, ¡cómo se te ocurre grabar eso! —Le riñó—. Se supone que tendríamos que sacar cosas como esas, o de otro tipo, de Yashamura Hoshina, no de estos dos. Estos dos no son nada en el plan.

—Oye, un escándalo entre primos sería también algo malo para los Hoshina —Alegó Kohaku—. Esto desmontaría un poco los nuevos tratos y seguramente aquí bajaría el valor en bolsa de las acciones de la empresa.

—Pero no acabo de verlo… —Comentó, dudosa— No creo que a los extranjeros les interesen nuestros cotilleos.

Kohaku pensó en algo que la hiciese recapacitar y aceptar alguna de las ideas que se le ocurrieran a él. Sabía muy bien que Chihiro era desconfiada a más no poder y que era a veces era muy difícil convencerla de las cosas, pero al menos tenía que intentarlo, y para eso no tenía nada más que su inventiva e inteligencia:

—Bueno, bueno, sólo piensa algo que voy a decirte y me dices qué te parece... —Empezó, haciéndose un poco el interesante— ¿Tú qué crees que pensarían Takumi, o Eichi si les enseñásemos la cinta? —Notó algo de interés en la cara de su amiga, por lo que prosiguió—. Quizás, por no enseñarla, podrían hacer lo que nosotros dijésemos, claro está, siempre teniendo precaución de que no descubran nuestra identidad...

Las ideas se amontonaban en el cerebro de Kohaku, pero ninguna parecía gustar a Chihiro, y esto le hacía dudar.

—Tu plan está muy bien —Comenzó ella—, pero algo falla, ¿no lo ves? ¿Qué ganaríamos con ello? Tarde o temprano descubrirían quiénes somos. Tiene que ser algo que los desestabilice, que les haga perder poder... Algo demasiado fuerte para ser real; algo que no tenemos, Kohaku.

Kohaku se quedó callado y pensativo: Chihiro tenía razón en que algo fallaba en esas ideas, pero estaba muy equivocada respecto a que no conocían secretos de la familia Hoshina: la bombilla se había encendido y de repente, una idea empezaba a gestarse en su mente, una idea que tenía que ver con Eichi y cierto secreto que podía desprestigiar por entero a la familia Hoshina...

Sonrió, animado.

— ¿En qué piensas?

—Sólo confía en mí —Habló, muy seguro de sí mismo.

Al verlo con aquella sonrisa sinuosa, Chihiro se calló, porque cada vez que su amigo ponía aquella cara, es que algo excelente y malvado se la había ocurrido. Se contagió de aquella seguridad.

—Está bien, me fío de ti. Sorpréndeme.

&

Tras una hora de escritura continuada, Kaede oyó la puerta abrirse y pasos abajo, por lo que supuso que su marido ya estaba allí. Lo escondió todo y bajó al piso inferior. Cual no fue su sorpresa al encontrar allí, además de a él, a otro hombre mayor y trajeado que llevaba una carpeta entre las manos. El hombre la saludó con una reverencia.

—Kaede… —Yashamura se dirigió a ella suavemente—. Este es el señor Yamazaki, es mi abogado.

—Buenas tardes, señora Hoshina —Saludó el susodicho, con educación.

— ¿Y para qué viene un abogado? —Preguntó, dubitativa, mirando al hombre de hito en hito, quien tosió.

Kaede no se equivocaba, estaba segura de eso: sospechaba que él otra vez quería apartarse las cosas del camino rápido para hacer lo que le diese la gana. Y eso no se lo permitiría; por encima de su cadáver.

—Ya te dije el otro día que no voy a cumplir tus deseos tan fácilmente —Era cierto, y es que además de su orgullo, quería proteger a Takumi de él, no soportaba la idea de dejarla sola en la mansión junto a aquel desgraciado.

Las palabras que vinieron a continuación, cargadas de desprecio, la sorprendieron tanto como el descubrir que lo que él quería era lo que estuvo pensando:

— ¿Entonces qué quieres, dinero? —Preguntó, con una expresión descontenta.

Él sabía bien que aquello no funcionaría, pero aun así creyó que habría una pequeña posibilidad de que su esposa accediera al divorcio por las buenas. Porque él por las malas no era un buen tipo y quería a esa mujer fuera de su vida ya.

— ¿Por quién me tomas? —La reacción no se hizo esperar; ahora sí estaba furiosa… ¿Quién se había creído él para decir semejantes palabras? ¡Que podía engatusarla con dinero!— Vienes aquí, sin avisar que traes a un abogado, y luego piensas que voy a obedecerte en todo. No voy a ceder, Yashamura. Bien sabes que puedo hacerlo.

El abogado se quedó un poco pasmado con aquella reacción, que probablemente no esperaba en una mujer de clase alta. Yashamura simplemente compuso su expresión de siempre, seria y seca de toda emoción.

—Está bien, no quieres —Asintió una vez, solo una—. Entonces no sé cómo vamos a solucionar el problema, porque si no es de esta, no hay nada más que se pueda hacer.

Kaede suspiró mientras miraba a ambos hombres y buscaba algo idóneo que decir. Lo cierto era que no encontraba ninguna palabra que hacer salir de su boca, así que optó por decir lo primero que se le pasó por la cabeza.

—A ver: primero dile a este hombre que se vaya —Ordenó, señalándole con el dedo—. ¡Ah! Y ni se te ocurra acercarte a mí mientras estés en la mansión.

Dicho esto, volvió a subir por las escaleras, dejando a aquellos dos sin muchas palabras que decir. Yashamura no tuvo más remedio que despedir a su abogado, excusándose con que parecía tener un mal día y le llamaría lo más pronto posible. Una vez dentro de su hogar, se deslizó hacia el comedor y se sentó en el primer sofá que vio. Aquella jornada había sido dura, y ahora encima tenía que salir en un viaje de negocios a Estados Unidos… Todo ocurrió mientras estaba tan tranquilo en su oficina, tomando un pequeño descanso y su secretaria, Chihiro, le pasó una llamada importante. Le hablaron de un viaje en donde conocería a los demás miembros de las empresas con las que pensaba hacer tratos. Maldecía todo por no poder cambiar el día de salida, pues se encontrada un tanto cansado.

Tenía ganas de diversión, diversión que ninguna mujer podía darle ahora. Aliviar su estrés siempre era fácil en el pasado, pero ahora, con cuarenta y cinco años, no disfrutaba casi nada de las cosas. Únicamente sus furtivos encuentros con Chihiro lograban divertirle. Si tenía que tener otra mujer, esa sería Chihiro… ninguna más.

Sin embargo, había algo que siempre le había gustado, y eso era cómo se resistía Kaede en su juventud a sus ganas de divertirse con ella. Se preguntaba si, después de meses sin sexo con ella, aún conservaría esa furia por escapar; toda aquella rabia tan intensa y profunda en ella. Un pensamiento lascivo se cruzó por su mente: ¿qué tal si la visitaba arriba?

&

La habitación estaba casi a oscuras excepto por una pequeña lamparilla que Eichi usaba para iluminarse mientras tecleaba su tesis de fin de carrera, la cual se estaba dedicando a escribir ese año. De qué era carecía de importancia para él en aquel momento, ya que no podía dejar de pensar en lo ocurrido por la tarde, cuando alguien, probablemente, les había hecho una foto y en ver algo más: su prima se había dormido hacía media hora y él la miraba como si no la conociera, analizando sus rasgos difuminados por el sueño y la poca luz que emanaba de la lamparilla. No quería pensar en ella, pero siempre terminaba haciéndolo, y es que Takumi tenía un nosequé por el que no podía apartar sus ojos de ella.

Incapaz de concentrarse, cerró su portátil y se dedicó a mirarla: su perfil parecía aún más suave desde su posición; sus párpados, con abundantes pestañas, estaban sumergidos en un profundo sueño; sus labios tersos, su nariz, pequeña y bien perfilada; todo su cuerpo y sus curvas insinuándose por debajo de la sábana… ¡Qué mierda le pasaba ahora! Toda ella parecía ser una trampa mortal destinada a él. No estaba dispuesto a seguir así siempre, necesitaba que aquello parase, que su mente dejase de habituarse a pensar así de ella. Lo malo es que aquello le parecía imposible, ya que ella no salía de su vida ni a la de tres.

Por otro lado, estaba el asunto del flash de la cámara, que podía degenerar en algo peor si no averiguaba con rapidez quién había sido. El problema estaba en cómo hacerlo, como encontrar a esa persona antes de que publicase la foto en alguna revista o, peor aún, en televisión.

Eichi resopló, preocupado como hacía mucho no lo estaba.

&

La aún esposa de Hoshina Yashamura recogía algunas cosas de la cómoda, como su ropa y objetos personales varios. Enseguida se arrepintió de no haber ido más rápido al coger sus cosas, ya que oyó a alguien entrando por la puerta: su marido.

—Te quedas aquí, yo me voy al cuarto de invitados —le informó sin muchas ganas, de espaldas a él.

Kaede, quien ignoraba las intenciones que llevaba su marido, siguió con su tarea y no notó como él cerraba la puerta y corría el cerrojo, dejándola sin una posible salida. Cuando se giró con todas sus cosas en las manos y le vio tan cerca, se espantó. Apretó sus prendas contra el pecho y al divisar desde su posición la puerta cerrada se temió lo peor. Apretó los dientes y cerró ambos puños con una rabia incontrolada. Estaba dispuesta a defenderse.

— ¿Qué se supone que haces? —Preguntó mientras le veía quitarse la chaqueta.

—Esta será nuestra despedida, Kaede. Una preciosa despedida que recordarás durante mucho tiempo.

Sin más palabras, se fue acercando a ella como si de un animal peligroso se tratase.

&

Viernes, mediados de Octubre.

Cuando aquella tarde salió del hospital, a Takumi le pareció el día con más viento de Octubre. Se tapó la boca con el pañuelo de algodón verde que llevaba atado al cuello y siguió caminando. Su madre estaba sólo a unos metros de ella, esperándola. Había tenido suerte al no quedarse más días en aquel lugar, pues quería hacer cosas, y aquello de estar recluida en un hospital lo impedía en gran medida. Por otro lado, todavía estaba preocupada por si la prensa publicaba algo sobre Eichi, ella y lo que habían hecho el miércoles. Por suerte, había ojeado la el periódico casi todos los días y no encontró nada; tampoco en las televisiones locales.

Y así había pasado casi una semana: otra vez era viernes, y no tendría que ir a la facultad hasta el lunes, por lo que tendría tiempo de adelantar algunos deberes que su compañera de clase le había apuntado. Por suerte, ya le habían dado el alta, así que el sábado ya tenía un turno de mañana en la hamburguesería. Se sentía exultante, aunque también un poco extraña, pues al fin, después de casi una semana, volvería a su casa. Sentía una ligera calma al saber que su padre no volvería en varios meses debido a un viaje de negocios, pero su madre la preocupaba sobremanera: su comportamiento desde hacía un par de días era del todo inhabitual… No hacía más que mirar por la ventana y no le hablaba demasiado. Estaba como distante y parecía no tener ganas de hacer nada. En varias ocasiones le preguntó qué ocurría, pero ella no le contestó con demasiado detalles.

Volviendo al presente, Takumi se subió al asiento del copiloto, cerró la puerta y se abrochó el cinturón. Su madre la imitó, sin hablar. El coche se puso en marcha y avanzó por la carretera sin un solo ruido del motor. Ni una palabra salió por sus labios, ni un mísero sonido; el ambiente parecía más lúgubre a cada segundo.

—Mamá, sé que te lo he preguntado ya varias veces, pero… —Empezó, no aguantándolo más—, ¿qué te pasa?

—Nada, hija —Respondió Kaede, con un tono carente de emoción y una sonrisa que pretendía ocultarlo.

Siguieron avanzando y Takumi cada vez se sentía peor. Ahora mismo comprendía a la perfección que a su madre le pasaba algo, algo que la trastocaba por completo. Se mordió el labio. No podía hacer nada, ni decirle nada. ¿Qué ocurría con la habitual sonrisa que siempre llevaba pintada en el rostro, dónde se había marchado?

De repente, su madre paró el coche en un vado y miró directamente al volante por un momento, para luego esconder el rostro entre sus manos y echarse a llorar como una niña.

&

Cuando vio llegar a su tía junto a su prima a la mansión, ni por asomo esperó encontrarla así: su tez carente de color, sus ojos rojos e hinchados y lo más importante, sin expresión. Quizá no había hablado mucho con ella los dos últimos días y por eso no se había fijado en cómo estaba, pero ahora que se daba cuenta no sabía qué decir. No le importaban demasiado los demás, pero verla a ella así le creó sentimientos de confusión. Avanzó a paso lento hacia ellas dos, poniendo especial interés en ver el estado de Kaede.

— ¿Qué pasa? —Se dirigió a Takumi, que le miraba muy confusa.

Sin embargo, la que le contestó no fue ella:

—Estoy bien, Eichi, no te preocupes —Un suspiro escapó de sus labios—. Solo me he encontrado mal mientras veníamos.

Takumi seguía impávida. Se dispuso a acompañar a su madre a la planta superior, pero Eichi la retiró amablemente hacia un lado, tomando él su posición.

—Deja, yo la acompaño arriba. Tú descansa.

Takumi le miró, sabiendo que, muy lejos de preocupación, Eichi solo quería quedarse a solas con su madre. Sabía muy bien lo que pasaba cuando su madre y él se quedaban solos. Lo había visto con sus propios ojos en la cocina hacía unos meses, una escena que la había impactado demasiado. No tenía nada más que hacer allí. Sin decir nada, se retiró rápidamente, subiendo las escaleras y metiéndose en su habitación mientras ellos subían. Sólo cuando llegó a ésta y se echó en la cama, sintió un vacío en su interior.

Y lo peor es que era incapaz de comprender por qué lo sentía.

&

Las cortinas estaban corridas, dejando el sol entrar. Estaba sentado en el asiento de su jefe, que se había largado de viaje hacía ya varias horas. Estaba seguro: aquello algún día sería suyo. Lo vendería. Se marcharía muy lejos y viviría solo, como todo un rey sin que nadie le dominase. Con todo el capital que tenía acumulado Hoshina S.A, se haría de oro. Aún no estaba muy claro cómo, pero Kohaku Kimura sabía que lo haría.

Parecía mentira que ya pasaran dos días desde la grabación del famoso vídeo. Estaba tan emocionado por su logro que no podía dejar de mirarlo una y otra vez. Era como ver una película erótica. Había guardado copias de seguridad en su ordenador y en algunas cuentas de Internet, incluso en el móvil. Pensó en el dinero que ganaría si lo enviaba a una revista de cotilleo, pero tenía una idea que ayudaría mucho más a Chihiro en su plan de venganza, y que también le beneficiaría a él más que enviarlo a una simple revista.

Giró el asiento, quedando frente al enorme ventanal que cubría la pared. Pensó en el cartel que tenía en casa, esperando ser imprimido y distribuido por la universidad. Aquella hoja poseía una información clara sobre el pasado de Eichi Hoshina y pronto se extendería por los lugares que él frecuentaba sin darle ninguna oportunidad de redimirse.

Al igual que en una partida de ajedrez, no empezaba directamente por el rey, sino por las piezas en torno a él, las que le precedían, las de mayor importancia. La relación con su mujer ya estaba más que terminada, con Eichi iban a empezar tan pronto como llegase a casa, y con Takumi ya sería otra historia que pensaría con más detenimiento. Para eso, tendría el vídeo y varias cosas más. Pero cuando a Yashamura le llegase la hora… quería hacer algo más espectacular. Aunque tampoco lo tenía pensado. Debía pensarlo, preguntarle a Chihiro, tener paciencia. Después, todos los hilos se sujetarían unos a otro y él podría cortarlos uno a uno sin necesidad de ensuciarse las manos.

Se sonrió, pensando en lo que estaban logrando sólo dos personas. No imaginaba lo que podrían hacer si fuesen más. De todas maneras, ya tenía suficiente con lo que tenía.

&

Takumi mordió el lápiz que usaba para apuntar en su nuevo diario, un regalo de su madre en su estancia en el hospital (quien decía que creía que ya era hora de cambiar a más mayor). Era bastante sobrio, como a ella le gustaba: grande, con las cubiertas negras, de textura suave y páginas blancas levemente amarilleadas, dándole un toque antiguo. Si su madre supiera lo que había pasado con el otro; algún día, su primo se las pagaría por destrozarlo y quedarse páginas.

Hacía ya un tiempo que no escribía nada personal en ningún lugar, así que, debido a las ganas que tenía de hacerlo, empezar no se le hizo muy difícil:

"Querido diario…" —Empezó— "Me llamo Takumi Hoshina y tengo casi diecinueve años. A tu antecesor lo rallaron, lo rompieron y lo sometieron a todo tipo de torturas, pero no te preocupes, a ti te esconderé bien para que eso no ocurra".

Takumi sonrió levemente por la tontería que había escrito.

"En fin, ha pasado largo tiempo desde que no cuento mis vivencias en papel, pero todo está más o menos igual aquí: la carrera universitaria que eligieron para mí no me gusta y me quiero cambiar a Medicina, mi madre sigue igual de sobreprotectora que siempre, aunque algo ha cambiado en ella últimamente. Mi padre sigue igual de machista (no sé si ese es el nombre más respetuoso para él). Eichi… bueno, Eichi es Eichi. Respecto a él —aunque no debería apuntar esto aquí—, no me lo he podido sacar de la cabeza. Con sus estupideces, está consiguiendo atraerme. Hemos tenido varios roces que no debería tener con un primo: uno en una coctelera de mala muerte, otro en la bañera de casa y un largo etcétera. En ocasiones me molesta su carácter, su forma de actuar. Algunas veces está loco y otras sereno. A veces no sé si me atrae o no. Mi cabeza está tan perdida por él y lo que me hace, que no sé qué siento en realidad".

Takumi dejó de escribir por unos segundos y miró hacia la entrada de la habitación, pensando en que él podría interrumpirla en cualquier momento si seguía escribiendo. Dejó un momento el diario en la cama, y se levantó para cerrarla, pero al llegar, escuchó algo a través de ésta y dada su curiosidad, la entreabrió. Quizá no debió verlo, pero al hacerlo, dos personas estaban besándose: su madre y su primo, como dos buenos amantes. Él estaba de espaldas, ella encima de sus labios con los ojos cerrados. Ambos con una calma que parecía sacada de un cuento de hadas. Un sentimiento extraño la atravesó al ver la cara de placer de su madre, mientras abría los ojos y en ellos se dibujaba una mezcla de lujuria y victoria mientras la miraba directamente a ella. Takumi no quiso seguir mirando aquella escena tan íntima y cerró su puerta de mala manera, con un portazo que retumbó en todo el primer piso. Apretó los dientes, asustada, esperando que no se hubiesen dado cuenta.

Se sentó en la cama y cerró los ojos por un momento. Sólo cuando los abrió, un abominable sentimiento indeterminado la asoló. ¿Aquellas sensaciones eran reales? Jamás había sentido tal desesperanza, tal rabia… ¿Qué le pasaba?, ¿qué había cambiado en ella para sentirse así en un momento? No tenía ningún sentido. No podía pensar así. Sabía del lío entre ellos dos, no la sorprendía, lo aceptaba. ¿Pero por qué aquella explosión de sentimientos la desolaba de tal manera? Su expresión se ensombreció. En su interior, estaba segura que lo sabía, aunque no quería reconocerlo.

¿Qué era lo que empezaba a sentir por Eichi? Reflexionó y volvió a coger su diario, escribiendo:

"Puede que me equivocara en la línea anterior… quizá mi inconsciente está deseando a Eichi como… hombre. Y eso es algo que no permitiré".

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Casi catorce horas de viaje le habían agotado lo suficiente para querer llegar al hotel inmediatamente. Dormir sería un lujo que no podría darse en los siguientes días a causa de toda la organización que debería llevar a cabo. Se tocó la herida en la ceja derecha: intentar disponer de su mujer otra vez no había sido fácil ni posible. La lamparilla de diseño le había servido a Kaede para abrirle un corte por el que le habían dado seis puntos en el hospital.

Maldita zorra. No había podido ser suya, le había herido como a un mísero perro callejero. Ella ya no era más la dulce y obediente mujer con la que se había casado. Kaede era una mujer diferente, dura como el acero, que ahora no dudaba golpearle. Y lo peor es que sentía su orgullo herido, su hombría por los suelos.

Yashamura Hoshina bufó mientras salía del coche y miraba el elegante hotel donde pasaría la noche. De momento debía centrarse en su trabajo, en lo que haría allí en ese nuevo país: Estados Unidos. Olvidar era imposible, sin embargo, lo intentaría con todas sus fuerzas. Una nueva vida de éxitos empezaba para él y no la pensaba dejar marchar por nada ni nadie.

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Se separó de Eichi apenas vio a su hija cerrar la puerta de su cuarto, queriendo solucionar algo que ya le era imposible. Quizá no debieron ponerse frente a su puerta. Puede que el destino quisiese que les viera… Igualmente, seguía confusa por aquella mirada de celos y rabia. Era imposible confundirla con una de sorpresa. No sabía si asustarse porque ella les hubiese visto o por aquel sentimiento que le parecía tan raro en Takumi. No dejaba de preguntarse qué acababa de ocurrirle a su hija. Aunque no le costó mucho recordar algo: aquel día que les había visto besarse en la habitación a Eichi y a ella. Creyó que podría olvidar aquella escena, pero ahora lo hacía con exactitud, casi como el primer día. ¿Quizá estaba en eso la causa de aquella mirada? Tanta confusión no era posible dentro de su mente, aunque no le costaba entender que a Takumi le gustaba Eichi.

— ¿Qué pasa? —La voz de Eichi la sacó de su ensimismamiento—. Estás como si hubieses visto un fantasma.

—Lo siento, Eichi —Se disculpó Kaede, alejándose de su rostro—. Estaba pensando en algunas cosas. Quizá no debería haberte besado, ¿te ha molestado?

Por suerte, él no se había dado cuenta de nada. No sabía bien cómo, pero había tenido el irremediable deseo de besarle. Mientras le abrazaba en el pasillo y él la consolaba, la mente se le había ido a otros lugares más profundos de su mente y al ver sus labios, no había podido evitar la tentación.

—Sabes que no pasa nada —Dijo él, con tono tranquilizador—. Ya lo hemos hecho más veces; supongo que te queda claro que es algo por puro divertimento y no me molesta. Todo queda en familia.

Eichi fue tan sincero que Kaede sufrió un espasmo en el pecho. Tragó saliva. Se había estado haciendo demasiadas ilusiones con él, tantas que ahora no sabía dónde esconderlas. Había olvidado que su relación sólo era esa: un mero juego para aliviar tensiones. Suspiró. Con el divorcio, quizá se acabaría, como también se acabarían muchas cosas más pronto… y vendrían peores.

—Tienes razón —Sonrió, ocultando sus pensamientos más superficiales, que amenazaban con surgir en cualquier momento—. Aunque hacía tanto tiempo que no lo hacíamos…

Pronto recordó porqué él la interrogaba, y calló. No quería hablar.

— ¿Me vas a decir qué te pasa? —Preguntó él, cortándola.

— ¿Lo crees necesario? —Preguntó ella, haciéndose la desentendida—. He tenido un ataque de nervios, solo eso, no quiero que te preocupes por mí. He tenido mucho estrés últimamente.

Eichi bufó. Sabía que le pasaba algo y a él no podía ocultárselo.

—Hace un momento estabas llorando, ¿eso es un ataque de nervios o algo más? Además... —Eichi tenía otro as en la manga—. ¿Qué pasó hace cuatro días? Cuando volví, lo vi todo revuelto abajo.

Kaede tragó saliva, nerviosa. Para nada le iba a decir a Eichi lo que le ocurría. Ni muerta.

—Pues no lo sé, quizá el viento —Kaede se sentía un poco extrañada. Desde el domingo anterior, su sobrino se estaba comportando de forma poco habitual. Antes no le importaba casi nada; ahora a todo reaccionaba, a su parecer, de una manera poco habitual—. ¿Qué te importa a ti lo que me pase, Eichi? Déjame ir a mi habitación.

Eichi se apartó un poco de ella. Quizá sí se había pasado preguntándole tanto. Lo dejaría estar por un tiempo. Tampoco quería estresarla demasiado. Sabía bien que, para ser él, estaba comportándose de manera poco normal. Poco centrada.

—Está bien —le dijo, alejándose aún más.

Eichi se dio la vuelta y bajó la escalera, dejando a su tía allí de pie, sin nada más que decir.

&

Hacía bastante tiempo que no le llamaba y, ciertamente, tenía muchas ganas de charlar con él. Tumbada en la cama, marcó su número y escuchó varios pitidos antes de que él cogiera el teléfono.

— ¿Akiyama? —preguntó, con tono sarcástico—. ¿Estás muerto?

— ¿Mmmm? —un murmullo resonó por al otro lado de la línea, como si alguien se acabase de levantar—. Kaede, ¿eres tú?

— ¿Quién más sería? —sonrió. Su amigo era un vago de cuidado— ¿Estabas durmiendo?

—Sí, ¿qué querías? —ahora sonaba más despierto—. ¿Ha pasado algo? Hacía ya dos semanas que no llamabas, ¿cómo vas con la novela?

Kaede dudó en contarle algo por teléfono; quería contar con su presencia para decirle las cosas, porque era algo de suma importancia.

—La verdad es que no quiero hablar de eso, Akiyama —su voz sonó triste—. ¿Podríamos hablar ahora… quizá en algún bar? Necesito contarte una cosa.

—Bueno, está bien —habló, casi con vagancia—. Suena importante.

—Gracias. En quince minutos te recojo.

—Vale —la línea se cortó.

Kaede se levantó de la cama, dejó el teléfono sobre ésta y salió por la puerta, dispuesta a coger el coche e irle a contar a Akiyama aquello tan importante.

&

Ya eran casi las nueve de la noche y otra vez estaba allí, en la habitación de su prima, viendo como ésta se había quedado dormida con el maldito diario encima. Otra oportunidad para leer, pensaba Eichi, que se aburría en su cuarto y había entrado para ver lo que ella hacía. Y sí, la dormilona lo había vuelto a hacer. Escribir y quedarse dormida. Lo cierto es que no perdía oportunidad de molestarla; se había convertido en un vicio. Como si no supiera que él podía entrar y encontrar sus más preciadas memorias recluidas entre cien hojas. Se acercó y trató de arrebatárselo de las manos, pero ella lo mantuvo agarrado y abrió los ojos:

— ¿Qué es lo que intentas? —Le preguntó ella, medio dormida, sentándose en su lecho—. ¿Tanto te interesa esto? —le puso el diario enfrente y lo apartó enseguida—. Pues ni hablar.

Él puso cara de fastidio por no poder completar lo que quería hacer, pero enseguida volvió a la normalidad: —Tenía ganas de leer —sonrió, irónico—Y la puerta estaba abierta, así que… entré.

A Takumi le dio mucha rabia el hecho de que se presentara allí con esas palabras, pretendiendo leer lo que no era suyo. Recordó lo que había ocurrido entre él y su madre unas horas antes y se irritó considerablemente. Eso, y que no había dormido demasiado a gusto, dijeron mucho de ella al hablar de nuevo:

—Eso es muy obvio, pero se suponía que no tenías que aparecer por aquí, ¿recuerdas? —argumentó ella, cogiendo el diario y guardándolo bajo su almohada. —. Ahora mismo no quiero verte, Eichi, así que vete de aquí.

Eichi se quedó contrariado. Normalmente, su prima le decía mil cosas antes de intentar echarlo de su cuarto, hasta que llegaban a lo que llegaban, pero esta vez ella estaba extraña, irritada, sin muchas ganas de seguirle la corriente en sus juegos. Sólo había una solución a eso…

— ¿Qué pasa? —preguntó, haciéndose el irónico— ¿Otra vez con la regla?

Ella no contestó y se dispuso a volver a dormir, ignorándolo por completo. Pero Eichi no era un hombre al que ignoraran, así que, sin pensarlo mucho, invadió la cama de su prima y la aprisionó contra ésta. Takumi no quiso inmutarse, pero, para alguien como ella, algo como eso era una misión imposible. A pesar de su rabia, no podía hacer nada contra sus sentimientos de rabia, de irritación, de asco, de… celos. Porque aunque se lo negara, existían, y no quería que él la tocara habiendo tocado antes a su madre. ¡Era un asqueroso, una mala persona, le odiaba! Sentía que cada vez que él la tomaba, se aprovechaba de ella, de su cuerpo, de su alma y sus sentimientos. Aunque jamás la hubiera tocado sexualmente, se sentía totalmente usada. Era una sensación tan horrible, tan imposible ocultar…

—Contesta a mi pregunta, Takumi —preguntó, tan clavados sus ojos en Takumi que ella olvidó momentáneamente su enfado. Ella trató de ignorarlo, pero él bajó hasta su oído y le volvió a decir—: Contesta o te la haré contestar por mis propios medios.

Eichi, reteniendo sus muñecas con más fuerza, la miró a los ojos, viendo en ellos un tono azúreo que jamás había visto, denotando que estaba furiosa. Específicamente con él. Él era un inexperto en temas relacionados con sentimientos, y no entendía para nada aquella expresión de rabia por parte de su prima, pero sabía que iba dirigida a él. Aunque su mente despierta no lograba atar cabos sobre el por qué. Al fin ella habló, quizá sólo para quitárselo de encima:

—Pasa que ya me he cansado de que… juegues conmigo —soltó ella, casi sin aire, con sus ojos grises clavados en él.

Eichi se sorprendió un poco de aquellas palabras, pero lo ocultó de los ojos de su prima enseñándole su habitual sonrisa torcida y soltando una de sus frases típicas:

— ¿Jugar contigo? —Preguntó él, a modo de respuesta— Jugamos mutuamente el uno con el otro. No seas mentirosa. No quieras culparme a mí de todo.

—Yo nunca he querido jugar, tú siempre me has obligado —pronunció, como si se tratase de otra persona.

—Jamás podrás negar lo mucho que te ha gustado, lo mucho que querías que te follara… —pronunció Eichi, lamiendo levemente el lóbulo de su oreja izquierda.

Takumi trató de resistirse al impulso que tuvo de rodearle el cuello y besarle. No podía ser débil ahora que estaba tan enfadada, porque sabía que aquel estado le duraría poco y después volvería a ser la buena chica de siempre: la que siempre quería ayudar, agradar y amar a su prójimo. Bufó. Odiaba aquella faceta de ella misma tanto como odiaba que Eichi jugara con ella. Le odiaba, tanto como odió a su madre aquella tarde al verla besarse con él. Les odiaba a ambos tanto como a sí misma. Una marea de pensamientos se adueñó de su mente, confundiéndola, martirizándola. Le decían que quizá había comprendido tarde lo que Eichi intentaba con ambas: sólo jugar. Se arrepentía mil veces de no haberse revuelto más cuando él la tocó en los meses anteriores. Ahora estaba sucia, tan sucia que quería morir de la manera más trágica posible.

—Solo quiero que te vayas, que te vayas de una vez —suspiró, sin atreverse a mirarle. Las palabras que estaba diciendo le dolían incluso a ella—. Eres una persona tan horrible… te odio, Eichi. Me gustaría que sufrieses lo mismo que yo contigo. Sólo para que sepas lo que es el acoso al que tú me sometes.

En ese momento ya no era la Takumi "buena" sino la Takumi "sincera" la que hablaba. ¿Cómo había podido ser tan tonta de volver a dejarse engañar por un hombre? ¿Cómo diablos había conseguido Eichi adueñarse de algo tan sagrado como sus sentimientos? Le odiaba tanto… no entendía por qué él era así.

—Lo comprendo incluso más que tú, niña rica y estúpida —sin necesidad de sonreír más, su expresión se volvió seria. Su prima giró la cabeza, encarando unos ojos fríos como el hielo. La chica sintió ganas de escapar, mas no pudo—. Lo comprendo y jamás serías capaz de entenderlo tan bien como yo. Así que cierra la maldita boca, idiota.

Enseguida, el apriete en sus muñecas cesó y todo el peso de su primo se fue con él por la puerta, la cual cerró con un estallido de la madera. Takumi giró todo su cuerpo a un lado mientras él abandonaba la habitación. Estaba totalmente asustada, pero no arrepentida de sus palabras. A Eichi le hacía falta algo como eso, pero nunca pensó en decírselo ella misma. Sin embargo, una pregunta asoló su mente: ¿Qué haría ahora? Después de todo, puede que sí estuviera arrepentida de haber sido tan dura con él. Sólo necesitaba tiempo y pensar en todo aquello. Preocupada, Takumi cerró los ojos, sabiendo que no podría dormir hasta bien entrada la noche.

&

Kaede se encontraba algo nerviosa, casi comiéndose las uñas por contarle a su amigo lo que le ocurría. Golpeó levemente el volante con la palma de su mano. No había sospechado aquello, lo había sabido aquel mismo día y se había puesto a llorar ante su hija sin decirle qué le pasaba o de qué se trataba. Y no se lo diría. Necesitaba soltarlo todo, y Akiyama Nakamura era la persona a quien podía legarle su secreto. A través del cristal de la ventanilla, le vio bajar por la escalera de su piso de soltero. Contuvo el aliento. El momento se acercaba. Estaba muy nerviosa, así que usaría la táctica de decirlo todo de golpe. Por eso, cuando él se acercó y subió al coche, no imaginó lo que ella iba a decirle a continuación. Fue tan repentino que se quedó congelado en su asiento.

—Akiyama… —Kaede tenía los hombros caídos y una expresión triste en el rostro—. Me acabo de enterar que estoy embarazada —cerró los ojos, derramando algunas lágrimas de nerviosismo y finalmente soltó aire—. Y lo peor: no sé de quién es.

Parecía que un pedrusco enorme había caído en su cabeza, porque, tan alucinado como estaba, Akiyama no contestaba. Para Kaede, al contrario, vino un alivio inmenso. Dio un hondo suspiro que pareció intranquilizar a su copiloto.

— ¿Es broma? —preguntó él, dándolo por sentado.

Ella le miró muy seriamente y luego le dijo:

—No lo es. Es la mayor verdad que te he dicho nunca.

Él se quedó un poco alucinado por aquella afirmación. Casi traumatizado. Lo cierto es que no esperaba tal cosa venida de su compañera. Él la creía una mujer cuidadosa, pero estaba claro que algo había fallado.

— ¿Cuántos meses llevas así? —le cuestionó, preguntándose si serían muchos o pocos, pues, por su vientre, no se le notaba.

—Dos y una semana —respondió al instante—. No sé lo qué hacer, de verdad, ¿qué harías tú en mi lugar, Akiyama?

—Hombre, contando que nunca he estado embarazado, probablemente iría al médico a ver qué me ocurre. Pero bueno, estando en tu lugar, creo que lo hablaría con alguien más que conmigo. Quizá con un ginecólogo para que te dé mejores opciones que yo —lo explicó todo con bastante lentitud, así que Kaede tuvo tiempo para pensar, hasta que él le preguntó—: ¿Lo has hablado con alguien?

Kaede le miró, otra vez preocupada por sus recientes pensamientos. Estaba claro que tenía pocas opciones para "solucionar" un problema así. Además, se estaba divorciando. Un sudor nervioso cubrió sus manos y su frente. Estaba asustada, y a pesar de las vueltas que le había dado al asunto, no sabía bien qué hacer.

—No, y con esto del divorcio... Estoy tan asustada, Akiyama.

— ¿De quién crees que es? —ella le miró con expresión de no saber ni estar segura de nada, así que Akiyama no tuvo necesidad de oír una respuesta por parte de Kaede.

Pasó un rato en el que no llegaron a nada en la conversación. En el interior del coche, sólo cabían suspiros y respiraciones difusas. No tenían ni siquiera de qué hablar después de aquella noticia. Kaede fue la que, para abrir alguna temática de la que hablar, empezó a hablar:

— ¿Te había contado lo mío con Eichi? —Lo dijo como quien no quiere la cosa—. Pues hace tres meses estábamos en nuestro punto álgido. Pero en ese momento también estuve varias veces con mi marido, así que no estoy muy segura.

—Algo me habías contado sobre lo de tu sobrino, sí, aunque no me lo creía mucho, y después de leer tu borrador antes de ayer, me quedó aún más claro.

— ¿Cómo no pudiste creértelo? —exigió saber ella, algo enfadada—. Siempre te cuento las cosas sinceramente. No deberías

Él sonrió y le acarició el cabello, como si se tratase de un juego. Los ojos de Kaede, brillantes por algunas lágrimas que aún no habían caído, le llevaron a mirarla fijamente una vez más. Ella bajó la mirada, volviendo a sus pensamientos.

— ¿Qué vas a hacer, Kaede? —le preguntó él, pensando en una solución fácil a aquel problema. Estaba bien despierto, pero entonces se le ocurrió una idea que no resultó ser demasiado brillante para Kaede—. Podría hacerme cargo de él.

Ella abrió los ojos desmesuradamente ante la idea de su amigo. No estaba preparada para algo así, de verdad, y no quería que su amigo y editor se hiciera cargo de un niño que no era suyo. No entendía por qué había tenido esa idea que la llenaba de sentimientos poco precisos, así que se negó:

— ¡Por dios, Akiyama, no! No quisiera cargarte con una criatura no nacida.

—Bueno, ¿entonces qué vas a hacer? —el hombre no tenía idea de lo que su amiga iba a hacer. Le quedaban varias opciones, y todas ellas conllevaban practicarse algún tipo de proceso en el cuerpo.

Kaede sabía con certeza que si alguien descubría de su embarazo, se formaría un gran lío en la familia, sobre todo si Yashamura, ahora que estaban a punto de divorciarse, se enteraba. Si eso pasara, seguramente querría retenerla a su lado. Por el contrario, si el padre era Eichi y él lo descubría, se sentiría muy engañado. Quizá no querría verla de nuevo. Además de eso, ella ya no quería tener más hijos. Con casi treinta y ocho años, no estaba segura que fuese una buena idea aventurarse en aquel mundo otra vez. Al contrario que los contras, los pros no pesaban; tener un bebé ya no estaba en los planes de Kaede Hoshina. No es que no le gustara, pero ahora era una mujer libre y no pretendía dar a luz. No tenerlo era la única solución válida para ella.

—Si me doy prisa, aún puedo abortar —le informó finalmente.

—Lo entiendo —le contestó Akiyama, comprensivo—. Es totalmente respetable que no quieras tenerlo. Ahora mismo, con tu situación, ese niño no viviría feliz.

— ¿Podrás acompañarme? —Kaede Hoshina no pretendía ponerse triste.

—Sabes que sí —sonrió él. Su amiga podía contar con él para lo que quisiera—. Eso no deberías ni preguntarlo.

Entonces Kaede le abrazó. Quería agradecerle las veces que estaba ahí para ella, los momentos en que habían charlado sobre tantos temas, las veces que le hacía favores que nadie más podía. Quería demostrarle que ella también estaría ahí para él en cualquier momento. Para ella, a quien no le quedaba casi familia, Akiyama era casi como un hermano.

&

Eichi no se molestó ni en encender la luz de su cuarto. Cerró la puerta y se tumbó entre ésta y el resto de la habitación, aborreciendo el paisaje tras la ventana, repleto de casas y un cielo sin estrellas gracias a las farolas. No pensó en nada por unos minutos, recapacitando sobre lo que había ocurrido, lo que ella había dicho...

"Sólo quiero que te vayas, que te vayas de una vez", "eres una persona tan horrible… te odio, Eichi. Me gustaría que sufrieses lo mismo que yo contigo. Sólo para que sepas lo que es el acoso al que tú me sometes".

Menuda mosquita mue

rta, qué asco le daba esa chiquilla, ¿quién se creía ella para hablarle de esa manera? ¿Acaso se creía la víctima? Que no negara que también le gustaba, que se lo pasaba bien jugando a su "juego". Le enfurecía que no lo reconociera. Ella siempre tan tímida, tan dulce, tan estúpida... y ahora, ¿por qué surgían de su boca unas palabras tan hirientes?, ¿por qué no cerraba su maldita boca y se iba a la mierda de una vez por todas? Realmente, parecía que ella actuaba según el día. Pero no podía hacerle eso a él. Jamás se lo iba a permitir.

Aunque había algo que mejoraba su humor: su prima Takumi estaba celosa. Tan celosa que se le notaba a leguas. Por la tarde, cuando su tía le había besado, había oído la puerta del cuarto de ella cerrarse con fuerza. Después de eso, Kaede parecía haber visto un fantasma. Eso le hacía sospechar, por eso había querido ver cómo reaccionaba. Pero no le gustó su reacción de enfado, sus ojos enfurecidos como nunca.

Aunque, que ella se hubiese puesto así por él, daba para sonreír por mucho tiempo.

&

Jueves, mediados de Octubre.

Los días pasaron sin que Takumi saliese mucho de su cuarto, sólo para ir y venir de la universidad. Últimamente, su madre se encerraba en su cuarto. Por lo visto, un resfriado. Ella no iba más de lo necesario, saludándola siempre muy escuetamente, con un hola o un adiós y hablándose sin estar muy al tanto de lo que ella contestaba. Ya se le había pasado el enfado, pero aún guardaba cierta reticencia en hablar con ella más extensamente. Aquellos días, las cosas estaban igual excepto que habían cambiado el vestuario de verano por el de otoño, pues ya comenzaba a refrescar más de la cuenta. Yashamura aún no había vuelto aún. Estaría varios meses más en Estados Unidos, trabajando y arreglando papeles. Sólo volvía de vez en cuando a Japón, y era para hacer trabajo en su despacho, así que no se pasaba por la mansión Hoshina en ningún momento. Con Eichi era todo diferente: ya no la molestaba, aunque no era su récord. En Septiembre había hecho lo mismo, dejándola bastante en paz hasta hacía pocas semanas, cuando volvió a las andadas. Varias veces se sorprendió pensando en él más de la cuenta, preguntándose si estaría bien, si se le habría pasado el enfado… porque a ella, por supuesto, sí se le había pasado.

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Tumbada en la camilla del quirófano del hospital, Kaede Hoshina recordó que una vez, hacía casi diecinueve años, en una parecida le atendieron el parto de Takumi. Hoy era para una cosa diferente, totalmente antónima y se sentía muy diferente a aquella vez. Sentía algo de miedo. La anestesia aún no había hecho efecto en sus sentidos, así que recordaba cómo, mucho tiempo atrás, fue una madre primeriza. Muchos recuerdos invadían su mente al recordar aquel quirófano, tan parecido a todos los demás pero igual al sitio en que sostuvo a su hija por primera vez. Hacía unos minutos, el ambiente y el trato de las enfermeras le parecía frío y hostil, pero mientras la anestesia hacía su efecto, los recuerdos iban borrándose uno a uno. Akiyama estaba al otro lado del quirófano, en la sala de espera; de alguna manera, sabiendo que él estaba a pocos metros de ella, se sentía más segura.

—Ahora contaremos hacia atrás empezando por diez, señora Hoshina… —el cirujano le habló con calma y ella lo oyó como si se tratara de un sueño—. Diez, nueve, ocho, siete, seis…

La mujer no llegó ni al cinco. Cayó en una inconsciencia sin sueños, de la que no despertó hasta pasadas unas dos horas, ya sin ninguna criatura en su interior.

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Poco a poco, sin prisa pero sin pausa, las copias surgían desde la fotocopiadora de la facultad de ciencias informáticas. Él era estudiante y le habían pagado bastante bien el trabajo, así que lo había aceptado irremediablemente. La beca para estudiar en esa universidad la había obtenido por pura suerte y tenía que llevar un sueldo a casa trabajando por las tardes; siendo sincero, necesitaba el dinero por pura necesidad.

Aunque, ¿por qué no decirlo? Odiaba a la clase de niños ricos a la que pertenecía ese tal Eichi Hoshina. Toda su familia eran peces gordos, según había oído, aunque ya estaban casi todos muertos. Él pensaba que todos aquellos ricachones no se merecían lo que tenían. No sabía de la mano ejecutora de aquel papelito, sólo había recibido un correo electrónico hablándole de una tarea fácil de llevar a cabo y por la cual le pagarían una gran suma por completarla satisfactoriamente. Y el dinero fue lo que más llamó su atención.

—Quien ha hecho este papel, lo ha hecho con rabia —habló para sí, mientras las copias seguían saliendo una a una y con una rapidez increíble. Se rio—. Seguro que tiene que ser pobre y tenerle mucha manía a ese Hoshina. Que se joda.

Cada vez faltaba menos, así que fue juntando hojas y hojas hasta tener un buen fajo. Hizo varios, y cuando al fin la fotocopiadora paró, subió al patio de la facultad y lanzó varias pilas de papeles por cada una de las cuatro esquinas del edificio, todo lo lejos que pudo. Después, bajó como si nada, pegando una de aquellas hojas en el tablero informativo de la facultad. Así, sonrió, todos tendrían una visión de lo que había hecho ese Hoshina en su adolescencia. Ya no pasaría desapercibido. Para nada.

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— ¿Quieres que te acompañe adentro? —le preguntó Akiyama una vez llegaron al exterior de la mansión.

Habían salido del hospital hacía sólo media hora, así que sabía que su amiga no se encontraba tan bien como quería fingir. No podía negarlo, se preocupaba mucho por ella. Aunque no pudo hacer nada ante su negación.

—No, Akiyama, debes tener cosas que hacer —le respondió ella, intentando que no se preocupara más. Ya lo había visto suficiente nervioso en el hospital—. Yo sólo subiré, iré a mi habitación y dormiré. Estoy agotada.

— ¿Seguro? —se aseguró él una vez más.

—Seguro —sonrió mientras se giraba y caminaba despacio al interior de su hogar.

Al partir, Akiyama ni siquiera se dio cuenta de que un coche oscuro le seguía. Tampoco Kaede, que ya se deslizaba al interior de la mansión.

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Una vez entró a la mansión Hoshina, Kaede suspiró. Le había costado tres horas recuperarse de aquel trance al que la habían sometido con fármacos, pero ya se encontraba en su casa, tranquila y sin más dolor que el de su vientre, en el que, horas antes, había llevado un feto de tres meses. Le dolía a rabiar, como si tuviese el período o acabase de dar a luz. Y de hecho se le parecía en algo, porque sangraba como después del parto de Takumi. Sosteniéndose la parte baja del vientre, subió las escaleras y, una vez en su cuarto, se tumbó en la cama y se recostó lo más cómoda que pudo.

Ahora sólo deseaba dormir, a la mañana siguiente un nuevo día habría comenzado y quería volver a sentirse fuerte otra vez; hacer cosas, sobrellevar el divorcio y vivir una vida nueva lejos de su, pronto, ex-marido. Ahora que tenía aquel asunto solucionado, quería vivir de nuevo sin preocupaciones, sin temor a quedar embarazada, vigilando cada vez. Se juró a sí misma un descuido así no volvería a causarle problemas.

&

Su compañera de clase abordó a Takumi cuando ésta aún se estaba poniendo su fina chaqueta de lana dulce. La había informado de algo que se haría en unas semanas en su casa: una fiesta de disfraces por Halloween. Ella como había descubierto hacía algunos días, era bastante amante de las fiestas. Sus padres —ricos, por supuesto— le daban el dinero y ella las organizaba sin mucha dificultad, así que cada año había un mínimo de diez. Se impresionó muchísimo cuando supo esto, pues no esperaba una afición así en una chica tan amable y risueña. Si hubiera podido adivinar sus aficiones, habría dicho que era amante de la lectura y los libros de contabilidad, pero obviamente no era muy buena adivinando cosas.

A Takumi no le gustaba ir a fiestas, no por nada, sino porque nunca tenía con quien ir ni tampoco la invitaban. Pasar doce años recluida en un colegio no implicaba que no conociera el mundo de las fiestas (las hacían en los cuartos, a escondidas de las monjas), pero tampoco es que hubiese ido mucho a éstas. Más bien eran fiestas light, con poco alcohol, mucho vino de cartón y muy poca fiesta. El prototipo de fiesta al que había ido distaba mucho de las fiestas universitarias que se celebraban en aquella ciudad.

—Mmmm… pues no sé… ¿Qué haréis? —le preguntó para hacer tiempo. No sabía si quería ir, porque como siempre, desconfiaba más de ella misma que de los demás.

—Pues mira, habrá un pasadizo del terror a la entrada, buena música y muchos juegos —le comentó, muy sonriente—. Me haría mucha ilusión que vinieses, he invitado un montón de personas y te lo vas a pasar en grande.

—La verdad es que no tengo nada que ponerme —habló Takumi, tímida, dando a entender que sí iba pero que no lo iba a decir directamente—. Hace mucho que no me disfrazo y seguramente no tengo ropa de ese tipo en el armario —sonrió un poquito, tratando de no sonar tan seca. No supo si consiguió o no su cometido, pero al parecer a su amiga le daba igual.

—Bueno, entonces te ayudaré a escoger algo que te quede bien, Takumi —parecía tan resuelta que la joven se dejó llevar escaleras abajo mientras la otra le comentaba el disfraz que se iba a poner y lo que le sugería a ella.

Pensaban coger el autobús juntas, así que caminaron alegremente hasta la parada, no sospechando lo que pasaría a continuación.

— ¿Aquel de allí no es tu primo? —preguntó repentinamente su compañera de clase de cálculo, señalándole a una persona a lo lejos.

Takumi miró y vio una figura alta, de cabello castaño largo y camiseta azul claro: en efecto, era él. Lo reconocería rápidamente en cualquier lugar, llevase lo que llevase. Su cabello y silueta eran inconfundibles. Por el gesto de cabeza que hizo su compañera de clase comprendió que la respuesta era afirmativa. Takumi desvió la mirada, fijándose distraídamente en el edificio. Entonces, como si de lluvia se tratase, cientos de papeles comenzaron a caer del cielo, cubriéndolo todo de blanco. Subió la vista y vio que caían del tejado del edificio, pero no pudo divisar quién era el culpable de que tamaña cantidad de papel se desperdiciara. Algunos de aquellos papeles cayeron a sus pies, y con curiosidad, tomó uno de ellos, leyendo la frase impresa en él. Enseguida, su rostro se volvió de cera, blanco como la nieve. Takumi no podía creer lo que allí ponía, ni siquiera podía entender por qué la gente, tan cruel, proclamaba esas injurias. Cobardes. No pudo más que sentir desprecio por la persona que lo había escrito.

¿Quién lo había hecho… quién había escrito semejante barbaridad sobre Eichi?

—Lo siento —Takumi se disculpó y echó a correr hacia donde había visto caminar a su primo. Su compañera la vio alejarse corriendo a toda marcha, muy confusa por aquella repentina corrediza.

&

No sabía bien cómo, pero uno de aquellos papeles llegó a él de la manera más aterradora posible: alguien se lo lanzó hecho una bola a la cara, riéndose de él. Era un chico de un curso inferior al suyo. El estómago se le pudrió cuando lo abrió y leyó aquella frase, aquella frase que le calcinó el alma de mil maneras distintas, que le hizo revivir casi al instante recuerdos dolorosos, episodios negros de su vida, como una película de los años treinta con tintes oscuros. Y cuando se giró, todo fue a peor: Los papeles caían en hileras desde el tejado de la facultad de ciencias informáticas y su prima, a varios metros de él, le miraba convertida en estatua de sal.

— ¿Es que acaso sientes pena por mí? —Le preguntó, duro como una piedra e inmóvil, apretando la bola de papel contra su mano—. Que no te importe, Hoshina. No necesito nada de ti —lo dijo con suficiente rencor como para que Takumi bajara la cabeza.

—Eichi… —trató de hablar, pero las palabras no salían. Estaba demasiado angustiada por él. No podía entender cómo podía haber personas que dijeran esas mentiras. Al fin, con un hilo de voz, dijo—: No es cierto, así que… no creo que debas preocuparte.

Eichi seguía parado en la acera, con los hombros rectos e incapaz de ponerse en una postura más relajada. Todo en sí parecía antinatural, desde su expresión calculada a la perfección, hasta sus andares, más recortados que de costumbre. Le vio caminar como si nada por la acera del campus, reaccionando de una manera que no era normal en él. No estaba despreocupado; estaba tan tenso que, exagerando, seguramente no podría ni sentarse. Juntando algo de valor, la muchacha le siguió y cuando al fin estuvo lo suficientemente próxima y le tocó la espalda, él se giró, y con una mirada que le heló hasta los huesos, le ordenó:

—No me toques.

Ella apartó la mano enseguida y ni se atrevió a volver a intentarlo, sin embargo, le siguió un rato más con la vista hasta que le vio alejarse. Presionado en el puño de su primo, seguía uno de aquellos asquerosos papeles con mentiras inscritas en ellos. Takumi no había podido dejar de mirarlo mientras él se alejaba. Se le atenazó el corazón: a su primo le afectaba demasiado aquella situación; demasiado para que aquellas palabras fuesen simples mentiras escritas en papel…

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Y mientras Takumi seguía corriendo hacia su primo, su compañera de clase cogió un papel del suelo y leyó la única frase que lo cubría:

"Con dieciséis años, Eichi Hoshina se prostituía a cambio de drogas y dinero".

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Viernes, mediados de octubre

Su lengua parecía de trapo al despertar, y aún semiinconsciente, se quedó en la cama, pensando con torpeza: después de alquilar la habitación, se había tomado casi todo lo que había en el mini-bar, quizá tres botellas llenas a rebosar. Pero cualquier cosa habría sido buena aquella noche para calmar su ansiedad, incluso medicamentos. Se sentía tan bien la noche anterior… casi en el cielo con toda aquella bebida dentro del cuerpo. Y aunque ahora su estómago parecía querer explotar, podría jurar que lo haría una y otra vez, hasta volverse un adicto a todo. Pero nada le haría olvidar; nada le haría cambiar lo que ya era y no dejaban de recordarle.

¿Qué era él para el mundo? Sólo un puñado de mierda que nadie quería tocar; sólo una basura más que despreciar. Se odiaba a él mismo más que a nadie en el mundo, y lo peor, él era culpable de todos sus males, de todas sus desdichas, de todas sus ilusiones evaporadas. Era puro cemento. Él podría haber pensado que lo que hacía no estaba bien… pero jamás lo pensó. Necesidad era lo mismo que excusa en el vocabulario de todos. No hacía más que arrepentirse, torturarse insanamente por su pasado, que pesaba cada día más sobre sus hombros.

Sus recuerdos se volvían borrosos antes de llegar allí y beberse algunas de aquellas botellas. Sólo flashes volvían a su mente de vez en cuando, mostrándole pequeñas escenas que su cerebro, que parecía desecho por tamaña cantidad de alcohol ingerida. Pero daba igual. No necesitaba recordar. Ahora mismo, sólo sabía una cosa: no podía ni quería volver a ningún sitio.

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Kaede miró por la mirilla. Para sus mayores penurias, ellos aún seguían allí. Ni siquiera podían salir porque aquellos paparazzi seguían allí, al tanto para hacerles fotos y esperar sus palabras o insultos. Para ellos, cualquiera de las dos cosas serviría para hacer llegar al público la noticia perfecta. Se había enterado de lo de Eichi por pura casualidad por Akiyama, quien la había llamado diciéndole que aquella era la noticia de la mañana.

Por supuesto, había desmentido aquellas insinuaciones, pues no creía que fueran verdaderas de alguien como Eichi. Cierto era que él lo había pasado mal sin sus padres hasta que Yashamura se decidió a acogerle, pero no se creía que hubiese llegado a aquellos extremos con tal de conseguir dinero… y menos aún drogas. ¿Qué clase de información realista era esa? Qué odiosos llegaban a ser los medios. Y lo peor es que ahora Eichi no podría quitarse esa fama en meses. Las consecuencias por aquella pequeña noticia podían llegar a ser desastrosas si no se ponía remedio.

También su hija sabía algo: había estado devorando una revista de prensa rosa que se había comprado. Por supuesto, allí vendría un reportaje enorme sobre la noticia del día. Su rostro no tenía expresión desde ayer por la tarde, cuando había vuelto de la facultad. Debió pasar algo, pero ella ni siquiera se enteró de ello hasta que, la tarde anterior, vio algunos papeles sobresalir de su mochila. Obviamente, le habían llamado la atención porque sobresalían de ella y por las palabras finales impresas en ellos.

Al principio había pensado mal de su hija, pero enseguida, la televisión dijo lo contrario. Todos los programas de prensa rosa eran un hervidero. Era cuestión de poco tiempo que Yashamura se enterase de algo tan grave sobre su apellido. Después de eso, Takumi se metió en su cuarto y no salió hasta la noche, cuando le dirigió pocas palabras y con cierta timidez. Ella lo describía como que, si una brisa soplara, su hija se desmoronaría como un castillo de naipes.

Takumi quería mucho a Eichi. Eso lo sabía. No se podía ignorar: sobre todo por cómo se miraban. Lo había notado: una veces con furia ciega, otras con pasión, otras con profundo odio. A veces, cuando recordaba aquel beso del que ella había sido testigo desde la oscuridad del pasillo, sentía celos. Celos porque no era ella la afortunada en sentir aquellos labios llenos de deseo.

En ocasiones, una lengua negra corrompía sus pensamientos, los hacía ascender y volatilizarse en llamas de ira. Porque le amaba, como el agua a la tierra. Otras veces tenía miedo, terror ante perder a su única hija por culpa de un hombre, un familiar que se interponía entre ellas. Entonces lo veía claro: la única solución era no amarle más.

Y entonces sabía a ciencia cierta que no podía, que, de momento, aquella era una negativa imposible para ella. Culpabilidad era lo único que se atrevía a sentir en esos momentos. Solo culpabilidad.

Sin embargo, ahora mismo tenía una preocupación principal: los papeles esparcidos por la universidad, los papeles que hablaban de su sobrino. Lo tenía muy claro: alguien había esparcido eso por toda la universidad y había dejado muy claro para quién estaban dirigido. Mientras eso pasaba, Eichi no se había dignado a aparecer y ella estaba cada vez más intranquila, nerviosa y dolorida por el aborto. Lo peor era que no entendía nada. Comenzaba a sentirse irritada al no tener respuestas.

Tenía que pensar muy seriamente sobre lo que le diría al rector de la universidad después de aquellos súbitos problemas.

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Takumi ojeó la revista de prensa rosa (aunque aquello más bien parecía prensa amarilla) que había comprado en el quiosco después de salir de clase y frunció el ceño. No era la clase de mujer que comprara ese tipo de revistas, pero el extenso reportaje sobre su familia y la noticia sobre su primo en la portada le habían llamado la atención poderosamente. Digamos que los periodistas no habían tardado mucho en hacer un extenso reportaje sobre el posible pasado de su primo y toda la deshonra que le daba a la familia Hoshina con las supuestas verdades que habían salido a la luz. Volvió otra vez al reportaje, en la página cuarenta y dos, y releyó:

"Eichi Hoshina, único sobrino del presidente de la afamada Hoshina S.A., tiene un enturbiado pasado que no había salido a la luz hasta ayer, jueves. Según fuentes fiables, en su adolescencia, el genio Hoshina mantuvo relaciones con hombres y mujeres para conseguir drogas y dinero. Actualmente, estudia y trabaja a partes iguales en la empresa familiar. Desconocemos si en el presente continua con sus "prácticas", pero estos rumores desprestigian claramente el apellido Hoshina…".

La muchacha, ya alterada, cerró la revista. No podía seguir leyendo mentiras en una revista como aquella. Nada sonaba serio. Había algo con Eichi, desconocía el qué, pero sabía que no era eso. No podía serlo de ninguna manera.

¿Cómo podía lucrarse un periodista, cuyo único deber era informar, con las vidas de otros? No dejaba de preguntarse por qué jugaban así con las personas. Despreciaba con toda su alma a medios como las revistas del corazón. Pero lo peor era la persona que lo había hecho. Estaba segura de dos cosas sobre esa persona: que era alguien que quería hacer daño a Eichi y que les había fotografiado en el hospital. Y por qué no decirlo, en el fondo estaba asustada... ¿de qué más podía ser capaz aquella persona por hacerle daño a su primo?, ¿qué más podía hacerle para pisotearle?

Su madre, entrando al comedor hecha una furia, la distrajo de sus profundos pensamientos. Al ver a Takumi, le comentó muy mal hablada:

—Me pregunto qué coño buscarán sacar de esta casa. Eichi ni siquiera está. No les pienso abrir la puerta a esos periodistas de pacotilla.

Takumi observó a su madre: parecía tan irritada como ella misma el día anterior, haciendo gestos con las manos, con un leve sudor por la frente y cara de no sentirse demasiado bien. Quizás era el estrés por aquella situación, que pasaría cuando esas personas se fueran y Eichi volviera. Al igual que su madre, también estaba muy preocupada. Rezaba porque él se hubiese quedado en casa de un amigo y no hubiese hecho ninguna tontería.

Se estremeció al rememorar la manera en que su primo había vuelto la noche anterior. Esa persona ni siquiera se le parecía; era otra. El recuerdo de lo sucedido, con él medio ido por el alcohol, aún le erizaba el vello. Tragó saliva, intentando aliviar lo vivido tan recientemente. A pesar de que aquellos sentimientos de dolor la traicionaban, aún seguía pensando en él como alguien a quien se le debía dar una oportunidad. A pesar de todo lo sucedido. A pesar de que todo había culminado la noche anterior... No seguiría pensando en aquello. Era penoso recordar algo así. No tenía sentido.

— ¿Siguen ahí? —preguntó Takumi, sabiendo bien la respuesta. Luego, inocentemente, dijo—: Creo que no seguirán ahí por mucho tiempo. Tendrán que dormir, ¿no?

—Yo creo que son capaces hasta de dormir ahí —su madre se fue a lo peor, entre irónica e irritada—. Están todos en el jardín, con las cámaras en marcha listas para tomarnos fotografías. No sé si llamar a la policía o sacarlos fuera del jardín yo misma, ¡a patadas!

Era cierto: después de venir de la universidad, ellos ya estaban allí. Debieron venir después de que ella entrase a clase. Recordó como casi tuvo que correr por el jardín para que no le preguntaran. Tragó saliva. Pensó en lo que decía su madre: si salir o no. La verdad es que no se sentía segura con esos paparazzi fuera, esperando la carne como perros hambrientos. Entonces, ¿salía o no? Cabía la posibilidad de que siguieran ahí una vez hubiese vuelto a entrar, pero no había más opción. Quería responder a sus preguntas y que se largasen ya. Sabía que si se lo pensaba mucho acabaría por no hacerlo, así que, sin más, se levantó y avanzó hacia la puerta de la mansión.

—No pensarás salir, ¿verdad? —le preguntó su madre al verla ir hacia la puerta. De hecho, no esperaba que ella fuese tan ingenua como para hablar con aquella gente. Seguramente le preguntarían sobre muchísimas nimiedades y, respondiera lo que respondiera, publicarían cosas sin sentido—. Cariño, lo que he dicho de salir era broma… Yo conozco a esa gente. Si haces eso, no van a dejar de molestarte.

Su hija ni siquiera la miró; siguió avanzando para hacer realidad su cometido. Kaede se echó las manos a la cabeza, pero, cuando oyó la puerta abrirse, fue demasiado tarde para pararla. Solo esperaba que no hiciesen un titular muy escabroso sobre los comentarios de su hija. Si es que le daba tiempo a hacer alguno.

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Cuando todos los paparazzi se le abalanzaron y la rodearon en tiempo récord a la mitad de la entrada, no pudo siquiera respirar. Se arrepintió intensamente de haber salido. Pensó estar a punto de sufrir un ataque de ansiedad cuando los latidos de su corazón y su respiración se aceleraron, pero por suerte, consiguió controlarse poquito a poco, respirando con calma. Cualquier tipo de ataque, incluido uno de pánico escénico, podría hacerla sucumbir si no controlaba su respiración.

—P-Por favor, déjenme hablar —habló Takumi con un hilillo de voz, tratando de hacerse oír entre tanto periodista, micrófono y cámara. Una retahíla de preguntas salía de sus bocas, sin darle tiempo a responder.

— ¿Qué nos puedes decir acerca de tu primo?, ¿son ciertos los rumores?, ¿cómo ha asumido tu familia estas insinuaciones? —las grabadoras y los micrófonos casi le rozaban la boca. No había estado allí ni un minuto y ya empezaba a sentirse molesta, estresada y sin demasiada esperanza de ser oída. En un momento en que ya no pudo más, totalmente en tensión, Takumi explotó:

— ¡Escuchad! —Exclamó, ya harta de la situación, víctima de su nerviosismo—. Eso es una infamia. Ninguno de esos rumores es cierto. Eichi no merece que se hable así de él, y quien lo haya dicho… —al darse cuenta del tono que estaba usando, se calmó un poco— …q-quien lo haya dicho, merece padecer mucho más que esto. P-punto y f-final.

Al final, la solidez de sus palabras fue dejando paso a una timidez casi corrosiva, que la hizo enrojecer hasta la raíz del cabello. Los paparazzi la miraban, haciéndole más preguntas, pero Takumi no pudo más, y sin saber muy bien cómo, se escabulló entre los periodistas y se introdujo en la mansión.

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Kohaku Kimura apagó el televisor y sonrió. Era irreal: la tímida y recatada Takumi hablando en voz demasiado alta. Qué bonita defendiendo a su primo a capa y espada, pero qué pena que no sirviera para mucho: él se había encargado de extender el rumor hasta límites insospechados. Digamos que aquella universidad no era la única en estar llenas de papeles. Todas las cadenas de televisión estaban llenas por aquel mensaje. Se había encargado de que todo el mundo se enterase de la suciedad de Eichi Hoshina. Él sabía eso y algunas cosas más de él, y estaría encantado de soltarlas todas en el momento más adecuado. Si supieran todo lo que tenía preparado, esa familia se echaría a temblar. Los iba a llevar a la ruina.

Los dos primos serían los primeros, y Eichi en especial, iba a ser el primero. Si se llegaba a recuperar del asco con que la gente lo miraría en la universidad, en el trabajo o en la calle, le tenía preparada otra sorpresa. Y a Takumi: ella era harina de otro costal, parte esencial del plan, con quien se iba a casar...

Había demasiadas cosas preparadas, pero por ahora, su mayor entretenimiento era Eichi. Y pensar que todo aquello lo hacía por Chihiro… pues no era por nada, pero le estaba cogiendo el gusto.

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Eichi Hoshina comía, ya más recuperado, un almuerzo que había pedido por teléfono. No le apetecía salir de la habitación ni siquiera para comer. La televisión estaba encendida y él sólo cambiaba. No le pareció especialmente interesante lo que daban, sin embargo.

—"¿Qué nos puedes decir acerca de tu primo?, ¿son ciertos los rumores?, ¿cómo ha asumido tu familia estas insinuaciones?" —Eichi, quien hacía zapping en el enorme televisor de la habitación, oyó aquello y se quedó quieto, más pálido que otra cosa. Casi escupió su ración de comida cuando vio la cara de su "querida primita" en televisión y alucinó cuando la oyó hablar de aquella manera tan poco tímida.

"¡Escuchad!"— Exclamaba ella. Parecía furiosa, casi a punto de caer en un ataque de nervios—. "¡Eso es una infamia!, ¡Ninguno de esos rumores es cierto! Eichi no merece que se hable así de él, y quien lo haya dicho…" —aquí pareció volver a la normalidad—. — "…quien lo haya dicho, merece padecer mucho más que esto. P-punto y final".

Quizá era por la resaca, pero Eichi no conseguía asumir lo impactado que se encontraba. Ella no era así. Nunca. Con nadie. Tomó otro bocado mientras volvían al plató de "Corazón Nipón" y la presentadora se dedicaba a debatir la noticia con sus colaboradores. Era increíble. Cuanto menos quería ser el centro de atención, más hablaban de él.

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El teléfono sonó insistentemente en la recepción de la cadena AsaiTV, una de las revistas de prensa rosa más populares entre las amas de casa de Japón. No era la primera vez que sonaba. No se avecinaban buenas noticias.

—AsaiTV, buenos días, ¿en qué podemos ayudarle? —la recepcionista, de unos cuarenta años, gafas de montura roja y cabello corto decía estas palabras, con aburrida indiferencia.

—Buenos días los suyos, señora —contestó la voz atronadora de Yashamura Hoshina por el teléfono—. Soy Yashamura Hoshina y exijo hablar con su jefa.

El rostro de la mujer pasó de la crispación a la lividez en menos de medio segundo. Enseguida cayó en la cuenta: el apellido "Hoshina". ¡Dios mío, qué notición! ¡Esto tenía que contarlo, cuanto antes mejor!

—E-Espere, señor… —habló, nerviosa. Con la mano, le hizo signos a un chico que pasaba por allí, garabateó una nota en un papel y se la tendió—. Enseguida le paso con Michi, que es la persona que lleva el programa. Un segundo, por favor.

En menos de cinco minutos, AsaiTV era un hervidero de nervios. La noticia de que Yashamura Hoshina, patriarca del clan Hoshina, había telefoneado a la cadena, recorrió hasta el último palmo del edificio. La redacción de Corazón Nipón estaba hecha un manojo de nervios. Las llamadas se oían por todos lados; los teclados de ordenador se aceleraban con cada comentario; los murmullos, incesantes, estaban a la orden del día. Todo bullía de emoción y nervios.

La recepcionista habló rápidamente sobre la situación con Michi, la presentadora y productora de Corazón Nipón. Ésta aceptó sin remilgos la llamada, pensando que aquella era la oportunidad que había estado esperando para tener toda la información de primera mano. Lo que no esperaba, era tener que lidiar con un hombre que llevaba tanta violencia en el cuerpo.

—Buenos días, señor Hoshina, me gustaría...

—Mire, iré al grano —Yashamura habló, ofuscado—: Me ha llegado la noticia a América que han publicado ciertos artículos y reportajes sobre mi sobrino y mi familia en general. Solo les digo algo: esperen noticias mías.

La conductora del programa ni siquiera pudo producir sonido alguno ante tales palabras. Al parecer, se había metido en un buen lío. Solo al recuperarse un poco, pudo hablar de manera entendible:

—Señor Hoshina, hay libertad de expresión, así que la cadena y la revista están amparados por la ley —habló claramente Michi—, sin embargo, debería leer usted los periódicos locales. Hay muchas noticias sobre cómo alguien escampó papeles por las principales cadenas de televisión y redacción de revistas de prensa rosa. Quizá es en la persona que hizo eso a quien debería buscar y no echarnos la culpa a nosotros.

Yashamura se quedó callado un momento; después habló:

—Está bien, muchas gracias por su información —y colgó, dejando a la mujer con la palabra en la boca.

—Será maleducado.

Colgó el teléfono, y enseguida otra llamada volvió a ocupar su teléfono. Lo cogió y era de nuevo la recepcionista, ¿qué querría esta vez? Sin embargo, su voz alegre la hizo sospechar que se trataba de una noticia (esta vez) agradable.

—No te lo vas a creer, Michi... es alucinante: Ha llamado Kaede Hoshina y quiere hablar contigo.

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Kaede Hoshina colgó el teléfono. Había sido una decisión difícil, pero estaba segura de que era la mejor. Lo primero era limpiar el buen nombre de su sobrino, lo siguiente arreglar el estropicio que había hecho su hija al hacer declaraciones frente a aquellos paparazzi, después, hacer de las suyas, y lo siguiente… ¿qué era lo siguiente? Miró a su alrededor: de momento, no había nada más qué hacer, sólo esperar hasta la noche del sábado.

Le daba igual que Yashamura la llamara y le reclamara. Se iba a divorciar de él pronto, pero antes quería dejar su huella en televisión. Torció las comisuras de la boca, intentando sonreír.

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La punta del portaminas que usaba se rompió por décima vez al impactar contra el papel. Quizá era porque estaba muy nerviosa y desde aquella noche no había conseguido dormir dos horas seguidas. O puede que fuera por pensar en la noche anterior, cuando Eichi... Quizá no debía recordar aquello, pero visto lo visto y que su mente no la dejaba descansar... Sacó su diario y decidió que aquel era un buen motivo. Así que, evocando el recuerdo de la pasada velada, empezó a escribir...

A medianoche, Takumi se despertó por un ruido del exterior. Sin ponerse siquiera las zapatillas, se levantó y salió de su habitación de puntillas, sintiendo el frío colarse al resto de su cuerpo desde las plantas de sus pies. Cautelosa por si se trataba de algún ladrón, procuró hacer el menor ruido posible. Llevada por una curiosidad innata, recorrió la planta superior, desde su habitación hasta el baño del final del pasillo, pero no había nadie. Dispuesta a volver a su cuarto, Takumi empezó a caminar, pero de repente su corazón saltó al ver a alguien avanzar desde el inicio de las escaleras. Sus ojos, que ya se habían acostumbrado a la poca luz, reconocieron la figura rápidamente: Eichi. Le vio avanzar a tientas y luego llegar a su puerta y empezar a maniobrar para abrir el manillar. Recorrió la distancia que les separaba poco a poco, intentando que ningún ruido la delatase. Iba a intentar pasar hacia su habitación sin que él se diese cuenta, sin embargo, al pasar por su lado y recordar todo lo sucedido por la tarde, no pudo evitar pronunciar su nombre.

—Eichi… —la mención de su nombre provocó que el susodicho saltase en su sitio de manera graciosa. Takumi contuvo la risa al verle la cara de susto. Con vergüenza por su reacción, añadió—: M-me alegra que hayas vuelto.

—Joder —contestó, poniendo los ojos en blanco. Parecía agobiado por su presencia— ¿No tienes otra cosa que hacer que molestarme? Vete a tu puto cuarto y déjame en paz.

A Takumi le sorprendió aquel tono brusco y agresivo, pero llegó a sus propias conclusiones cuando el olor a alcohol invadió sus fosas nasales.

—Hueles a alcohol —comentó, dando un par de pasos hacia su cuarto—. Entonces supongo que será mejor dejarte dormir.

Antes de que pudiese volver a su habitación, sin embargo, se vio arrastrada a la pared y chocó con fuerza contra ésta. Por un momento, se le cortó la respiración y sus ojos se cerraron con fuerza por el susto. Eichi sujetó sus hombros clavándole los dedos en las clavículas, y mientras acercaba su rostro al de ella, olió su perfume, que casi se desvanecía entre el hedor a alcohol y a tabaco. No tuvo tiempo de preguntarse de dónde provenía el segundo olor cuando su boca se estrelló contra su oído, preguntándole algo a lo que no pudo responder.

— ¿Por qué siempre eres tan entrometida? —la garganta se le secó. Eichi estaba borracho, de eso no había duda, pero a él la bebida parecía ponerle agresivo. Suspiró, queriendo salir de ahí rápido, sin embargo, por la experiencia de veces anteriores, sabía que no la dejaría ir de ahí rápido; y menos en el estado en que él se encontraba. Decididamente, su suerte no era la mejor.

—Eichi… —por Dios, sabía que no tendría sentido hablar con él tal como estaba, ¿pero de qué manera salir de eso?, ¿es que acaso había una?

— ¿De qué manera te tengo que hacer entender las cosas, eh, primita? —aquella simple pregunta le erizó el vello. El solo hecho de saberse presa entre sus brazos, volvía a sus piernas tambaleantes como un flan.

Sentimientos tan inconexos como la excitación, el terror y la ira cruzaban su anatomía al pensar en tantas situaciones como esa, en cómo terminaban… Al crecer el sonrojo en sus mejillas, cerró los ojos, queriendo tranquilizar sus sentidos. A pesar de la oscuridad, Takumi supo que su primo sonreía con esa típica mueca suya, así que sus nervios crecieron, imaginándole. Pero… ¡no podía! No se iba a dejar vencer; no iba a ser débil nunca más con aquello. Evadiendo a sus sentidos, Takumi le apartó, pero él, más fuerte, la empujó hacia atrás una vez más.

—Ahí quietecita, niña entrometida.

Transcurrió un corto lapso de tiempo en que él no dijo nada: sólo la veía sin ver, como si pensara. Después, la presa en sus hombros se hizo más fuerte. Sus ojos se volvieron diferentes, y quizá, si una sola luz les iluminara, ella se habría dado cuenta. Pero ella no se movió; no quería darle motivos para seguir atacándola. Lo único que debía hacer era quedarse callada, así quizá Eichi la dejaría ir rápido. Pero contrario a lo que pensó, Takumi se vio atacada por unos labios que invadían su boca. En cuanto le fue posible, cerró la boca con toda la fuerza de la que se supo capaz.

Le apartó, lo intentó todo, pero él seguía besándola a la fuerza, sin ningún miramiento por si le hacía daño. La agresividad supuraba por cada poro de Eichi, quien estaba descontrolado. Tocaba y apretaba todos los rincones que encontraba: sus suaves y turgentes pechos, su trasero... Se frotaba incansablemente contra ella, acrecentando su erección. Sin ningún miramiento, besaba su cuello, no importándole dejarlo amoratado en algunos rincones.

— ¡N...! —su grito no escapó de su garganta, sino que fue ahogado por la mano de Eichi.

Se vio arrastrada por él hasta dentro de su cuarto mientras forcejeaban. Eichi la lanzó hacia la cama, y ella tardó en reaccionar, pero cuando quiso correr hacia la puerta, notó, muerta de miedo, como su primo ya la había cerrado. Por alguna razón, aquello no le recordaba a las demás veces en que casi habían tenido algo. Esto era más forzado, más inusual. Está bien que al principio no había estado de acuerdo en sufrir aquellos jueguecitos que él se traía, pero en aquellas dos semanas anteriores, le había acabado gustando. Pero esta vez era diferente: él ni siquiera era el mismo y aquello no marchaba bien. Además, después del asunto de los papeles volando y ver como lo humillaban, no estaba como para aquello. Esta vez tenía mucho más miedo que las demás... mucho más miedo que aquella vez en que casi la había violado en la bañera. Takumi cerró los ojos y apretó dientes y puños con fuerza. No quería que la forzara de aquella manera. No estaba dispuesta a permitir nada más, pero en su presencia, se veía incapaz de escapar.

— ¿Q-Qué...? —preguntó ella, asustada y apretándose contra la pared, como si eso la protegiera de él.

—Qué estúpida manera de hablar. ¿Aún no sabes qué quiero, Hoshina? —se acercó peligrosamente a ella—. Te diré lo que quiero: quiero follarte —pareció pensárselo un poco, y con una voz sugerente, comentó—: En realidad... hace tiempo que quiero.

Las piernas de Takumi se volvieron de gelatina al oír aquello. Sonaba muy sincero, pero ella lo único que sentía ahora era terror. Quería marcharse de allí lo antes posible. No soportaba esos ojos grises, que la miraban refulgentes pero helados. Notaba en ellos la ira, la angustia, la amargura; la quemazón que le producían en el rostro era insoportable. La hacían sentirse avergonzada.

—Eichi... —pronunció Takumi con todo el cuerpo tembloroso. Sus ojos la introducían en un mundo en llamas—. Déjame ir, por favor —a pesar de todo lo que sentía, la atracción ante él la hacía sucumbir.

Eichi cada vez estaba más cerca de rozarla. Quería lo que ella no: todo. Takumi experimentó un cambio en su manera de pensar... de repente, todo aquello no era más que una pesadilla de la que despertar. O quizá, quizá era un relato erótico en el que debía dejarse imbuir. ¿Todos sus pensamientos con él habían sido demasiado inocentes hasta ese momento? Eichi era un ser que sufría, y ella lo sabía, pero en el mejor de los casos, ¿podía dejarle hacer con su cuerpo lo que quisiese con tal de aliviarse, dejarse resquebrajar por él, con ese deseo que la corrompía a pesar de tener miedo?

—Por nada del mundo te dejaría ir —contestó él—. Estás demasiado bien donde estás.

—Has bebido —comentó, mientras se pegaba a la pared, como si quisiese confundirse con ella. Sus labios temblaban cuando volvió a hablar—: No sabes lo que haces.

—Sé muy bien lo que hago —comentó, muy serio—. La bebida no afecta mi raciocinio.

¡Y una mierda! Eso habría querido decir ella, pero no le salió. Estaba claro que la bebida lo ponía violento, y con todo lo demás que él estaba pasando... Su respiración se aceleraba por momentos, le oprimía el pecho, como si le estuviese sobreviniendo un ataque de ansiedad. No podía salir de allí, no podía liberarse de él. Su primo recorrió la distancia que les separaba y, de repente, sus brazos estaban a ambos lados de su cuerpo, aprisionándola. Como último recurso, el cerebro de Takumi procesó una respuesta rápida:

—S-Sé q-que lo has p-pasado mal —la joven tartamudeó al notar su cercanía; sus mejillas se sonrojaron—, p-pero esa no es razón p-para tratarme así. N-no tienes por qué pagar conmigo que hayan dicho esas cosas de ti.

Notó como los ojos de Eichi se nublaban, quizá intentando encontrar un nuevo insulto. Cuando por fin habló, lo hizo con voz temblorosa, como de rabia.

—Qué sabrás tú —contestó, mirándola fijamente. Ella le sostuvo la mirada—. Eso no es nada. Nada comparado con todo.

— ¿Qué es todo? —preguntó, aguantando el peso de su mirada. Con timidez, sus manos se posaron en el pecho de Eichi, dibujando un límite invisible por el que ella no quería que pasase.

—Todo son muchas cosas —lentamente, él bajó la mirada a las manos posadas sobre su pecho, que temblaban de manera imperceptible. Sonrió—. No me vas a parar.

De un golpetazo, la cogió del cuello de la camisa, y sin mucha dificultad, la tiró a la cama de nuevo. Takumi se agazapó rápidamente entre las sábanas, tragando con dificultad al verle quitarse la camisa. Por no decir que visualizó toda su anatomía sin el menor pudor, y al verle acercarse, empezaron a castañearle los dientes de pura ansiedad. Saber lo que se le venía revolucionaba cada zona erógena de su cuerpo, cada mínima parte de su mente era una mescolanza de deseo y terror. Una sensación desagradable con un punto de excitación. Todos sus sentidos la instaban a huir, pero sus piernas ya no respondían.

La opresión en el pecho se le acentuó. Su respiración estaba descompasada. Él la quería atrapar y no podía hacer nada por evitarlo. De repente, estaba atemorizada ante el hombre que se encontraba ante ella. Se tapó la cara con una mano y un sollozo salió de su garganta, casi con agonía. Empezó a llorar sin prestarle más atención a nada. Sólo pensando que no podía huir, que no tenía valor para enfrentar las cosas, que él la violaría sin darle opción a defenderse. Que no la dejaría en paz.

—P-Por favor, no quiero… no quiero… —suplicó ella, tapándose la cabeza con ambas manos—. N-No quiero más, Eichi...

Entonces el silencio la hizo callar de repente. Abrió los ojos para ver los de su primo, fijos en los suyos. Aquellos ojos grises tenían una expresión tan extraña, tan pavorosa y penetrante... Como si se hubiese dado cuenta de algo. Por un momento, pensó que él se abalanzaría sobre ella de nuevo, pero no fue así: él se giró, recorrió el espacio hasta la puerta, la abrió y se marchó, dejándola entre temblorosa, avergonzada y desconcertada.

Takumi se miró las manos: las tenía llenas de tinta de bolígrafo. Sudaba. Temblaba. Recordaba. Pero no quería escribir más. No tenía ganas de más. El simple hecho la ponía nerviosa, la hacía temer, la excitaba de sobremanera... a la vez que le creaba una sensación de culpabilidad. No había pasado nada, y sin embargo... Todo un revoltijo de sensaciones bailaba en su interior, revolucionando su mente, desbocando su corazón. ¿Y dónde estaba él? Quizá envuelto en algún problema, quizá tirado en la calle, con resaca. Se mordió el labio inferior, recordando todo aquello de la noche anterior, en cómo su propio cuerpo la había sorprendido. Su rostro se sonrojaba cada vez que lo recordaba. ¿Lo recordaría él también...?, ¿y qué diablos pensaría?, ¿cómo se mirarían ahora a la cara?

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Sábado, mediados de octubre

Preparó el DVD con cuidado. Tenía tiempo, así que grabó el archivo, lo comprobó varias veces por si la grabación había fallado y lo metió en una funda. Entonces respiró, felicitándose por el trabajo bien hecho. Un poco más tarde, se puso una chaqueta negra de piel y salió por la puerta con un sobre en el bolsillo. Cogió el deportivo negro del garaje y remontó la calle hacia la mansión Hoshina.

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Por extraño que pareciera, al despertar al día siguiente, ya no había paparazzi en el jardín. Eso supuso un gran alivio para Takumi, que se notó más ligera de repente, casi bien si no fuera por un pequeño detalle: nada iba bien. Desde el pasado viernes, su cabeza era un revoltijo de pensamientos, ideas descabelladas, sentimientos y nerviosismo, ¿pero desde cuando no era así?, ¿desde cuándo su cabeza no descansaba de todas aquellas emociones?

Se levantó, se vistió y se dispuso a despejarse dando un paseo. Sin embargo, al ir a salir por la puerta, algo le llamó la atención: un sobre blanco estaba debajo de la puerta, casi dentro de la mansión. Se agachó a recogerlo, entre intrigada y curiosa. Lo miró y vio su nombre escrito en uno de sus lados. Quizá era algo que su madre le había escrito. Sin embargo, cuando estaba a punto de abrirlo sonó el teléfono y guardó el sobre en su bolsa, olvidándolo por completo.

— ¿Sí? —mientras cogía el auricular, se cogió un mechón de pelo y se lo pasó por detrás de la oreja.

—Buenos días, ¿se encuentra la señora Hoshina?

—No, soy su hija —contestó—. Si quiere, déjeme el encargo.

—Está bien, señorita. Llamamos del Hotel Kinoshita. El sobrino de su madre, el señorito Eichi Hoshina, se encuentra aquí desde hace dos días, y dado que su madre es la titular de la tarjeta de crédito que nos dejó su sobrino la noche pasada, necesitamos su permiso para...

Takumi tragó saliva y abrió mucho los ojos, interesada. Mientras sostenía el auricular del teléfono y el hombre le explicaba la situación, rebuscó en los cajones de la mesita del teléfono y encontró un lápiz mordido por el culo y un trozo de papel que arrancó de un bloc.

—Entiendo, ¿cuál es su dirección y su teléfono? —habló cuando el hombre terminó. Estaba muy interesada en aquella información—. Se la dejaré a mi madre para que la vea cuando venga.

—Oh, sí, es...

Apuntó rápidamente ambas informaciones en el papel, despidió al encargado del hotel, cogió su bolsa y salió por la puerta con prisa. Caminó calle arriba durante un rato, hasta encontrar una parada de autobús. Aunque tenía sólo unos cuantos "yenes" en el bolsillo, le daba para su ida y dos vueltas. Confiaba en que convencería a Eichi para volver con ella.

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La vio correr por la calle. ¿Dónde iría, habría visto ya el vídeo, correría para tratar de averiguar quién era el anónimo que lo había dejado en su puerta? Rio ante sus pensamientos. Más le valía irse antes de que ella reconociera su coche. Quizá llamaría a Chihiro para decirle que aquello ya estaba hecho, que pronto empezaría lo mejor y a la vez lo más complicado.

Poco sabía Kohaku que sus planes se iban a acelerar, que todo iba a ser más fácil de lo que había pensado... y que en menos de dos días, todo iba a cambiar para su bien y el de Chihiro.

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Takumi llegó al hotel una hora y media después, resollando. Después de casi una hora de trayecto en autobús, había tenido que recorrer tres cuartas partes más de camino andando, y no había sido exactamente fácil llegar: había tenido que preguntar, preguntar y llegar a varios sitios por equivocación, pero sí, al fin estaba allí, y ya nada se interponía entre el dichoso edificio y ella.

Entró por unas enormes puertas de cristal giratorias y se dirigió al mostrador. Durante el largo camino, había pensado en cómo averiguaría el número de la habitación de Eichi, y no había llegado a ninguna conclusión sobre ello. Le daba muchísima vergüenza pedir el número de la habitación de su primo, porque, ¿y si no se lo daban?

—Buenos días, señorita, ¿en qué puedo ayudarla? —preguntó el recepcionista, un chico joven, trajeado y de buen ver.

Se estrujó el cerebro, pero por más que buscaba, las ideas no salían. No le quedaba otro remedio que mentir pero, ¿qué se inventaba? No era buena mintiendo.

—D-Disculpe, si no me equivoco, Eichi Hoshina se encuentra en este hotel, ¿verdad? —empezó, algo sonrojada—. Verá, me gustaría verle...

El hombre la miró por un momento y sonrió amable, mirando algo en el ordenador y dispuesto a marcar en el teléfono: — Esta aquí, señorita. Le avisaré —tomó el teléfono, pero Takumi le paró con un ademán de la mano. De repente, una idea surcaba su mente.

—Espere —comentó, sonrojada—. No me gustaría molestar a m-mi... pareja —no quería decir novio, bastante vergonzoso era ya que tuviese que mentir en algo como eso—. En realidad no le he dicho que vendría ya... así que, quisiera darle una sorpresa.

En esa última frase la vergüenza la sucumbió. Notaba el calor en sus mejillas, signo de que estaba roja como un tomate. El recepcionista pareció rumiarlo detenidamente, pero al final colgó el teléfono, y con una sonrisa más acentuada, dijo:

—Mira, no suelo hacer esto, pero como no quiero fastidiaros la fiesta...—le guiñó un ojo—. Tercera planta, habitación 314.

Takumi le dio las gracias y se fue, pensando en eso que el recepcionista había dicho. ¿De qué fiesta hablaba?

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Medio dormido, Eichi oyó la puerta. Unos pequeños golpes. "¿El servicio de habitaciones?", pensó. "Pero si no he pedido nada". Se levantó, encendió la lamparilla y recorrió la distancia que le separaba; no muy contento, cogió el manillar y abrió.

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La intención de Chihiro había sido pasar rápido al cuarto, pero cuando lo vio se quedó anonadada: había profundas marcas de ojeras bajo sus ojos, su cabello estaba revuelto y llevaba un pijama con el logotipo del hotel.

— ¿Cómo es que estás...? —No le dio tiempo de decir nada más. Él estiró de su brazo, la hizo pasar a la habitación y cerró la puerta rápido.

Continuará...