El diablo de ojos blancos...#Capítulo 14.
Porque esto no me gusta Respondió ella, sin resuello. Quería resulta al menos sincera. Y también porque no te aguanto ni un poco. ¿Y quién dice que te tenga que gustar? Pronunció cerca de su boca. No nos engañemos, esto te encanta.
Y aquí les traigo el siguiente capítulo. Espero que os guste, espero sus comentarios, críticas, valoraciones y demás para hacer esta trama aún mejor.
Un besazo...~<69
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— ¿No tardan mucho? —preguntó Yashamura a sus acompañantes.
Kaede empezó a recoger los platos con una cara que bien se podría comparar a la de una perra rabiosa. No sabía qué estaría haciendo su hija y sobrino arriba, pero esperaba que nada sexual, porque si no, se juró a sí misma que los mataba.
"Y no, no estoy celosa" —pensó, enrabietada. Se sorprendió al pensar aquello, pues su mente crítica le decía: "¿Y entonces por qué lo dices?" Pero no, aquello no podía ser así de ninguna manera; jamás se podría sentir celosa de su propia hija. Sería muy insano. Únicamente se imaginaba que Yashamura subía y los descubría… ¡Seguramente los desheredaría! A ella no le importaba divorciarse de él, pues podría ganarse la vida en cualquier trabajo normal, pero ellos dos… realmente quería un buen futuro para ambos.
Ya en la cocina, la mujer de la casa se fijó en que Takumi había limpiado todas las ollas y que éstas estaban relucientes. Sonrió. Qué hija más buena había dado a luz. Abrió el grifo, puso jabón en la esponja para fregar cacharros y, más tranquila, empezó a fregar cuidadosamente platos, vasos y cubiertos. Aquella, por ahora, era una buena manera de relajarse.
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— ¿Qué te pasa? —preguntó Eichi, entrando al baño después de volver a abrocharse el pantalón.
Takumi se giró y su primo abrió los ojos sorprendido al ver un fino hilo de sangre salir de su boca. No supo por qué, pero decidió callar para no alertarla. Lo vio todo con bastante calma y frialdad: probablemente, la sangre era consecuencia del vómito.
—Me encuentro mal desde esta mañana —Le comentó ella. Estaba más blanca que el color de las baldosas del baño—, pero no pensaba que iba a vomitar así.
Eichi tomó una decisión. Odiaba los sustos, así que trazó un plan en su cerebro: iban a bajar, pero Kaede no iba a saber nada de todo eso, porque ella era de alterarse con una facilidad increíble.
—Vamos, vístete y bajaremos —Le dijo—. Vamos a ir a urgencias los dos solos.
Takumi le miró un poco extrañada, pero le hizo caso. Eichi cogió la toalla del toallero, la mojó bajo el grifo y se la tendió a Takumi para que se limpiara la cara y sobre todo la boca. Ella se sintió rara cuando Eichi le dio la toalla, pero más rara se sintió cuando se limpió y al retirársela de la cara vio la sangre.
— ¿Qué es esto? —preguntó retóricamente.
— ¿No lo ves? —Le contestó él con media sonrisa torcida—. Es sangre, pero no te asustes, probablemente sea culpa de vomitar tanto.
—No, tranquilo, que no me asusto.
Sangre. Se sentía aún algo mareada, pero decidió no contestar y hacerle caso a Eichi, quien por una vez tenía razón en algo. Él, por su lado, la miraba desde la puerta del cuarto del baño, resistiéndose a ir. Takumi notó su mirada sobre ella en tanto se arreglaba y no es que se sintiera bien, sólo que estaba demasiado mareada y dolorida como para molestarse. Un frío inmenso le subía hasta la garganta y le producía arcadas.
Se vistió con las bragas y la falda con algo de torpeza, también se trató de arreglar la camisa, pero un nuevo mareo le sobrevino entonces y tuvo que sentarse en la cama. Eichi, no pudiendo soportarlo más, se aproximó a ella.
—Anda, te ayudo —No era una sugerencia, sino un hecho. El joven se arrodilló en el suelo frente a ella, entre sus piernas, abrochándole los botones de la camisa que le faltaban y afinando algunas arrugas de la tela con sus propios dedos. Con sus mismas manos, arregló el cabello de su prima lo mejor que pudo, alisando algunos mechones despeinados.
—Ya está —Inconscientemente, acarició la cabeza de su prima al acabar.
—Gracias —Takumi lo ocultó, pero su corazón se había acelerado levemente al notar aquel ademán cariñoso.
Se levantó sin su ayuda y evitó su mirada, pero quizá su ascenso fue demasiado rápido, porque enseguida una nueva ola de vomitó la invadió al tiempo que la visión se le oscurecía y se sentía caer. Pero no llegó a caer, porque unos fuertes brazos la cogieron antes de estrellarse contra el suelo.
—Takumi… ¿qué te pasa? —Su voz se oía cada vez más lejos.
—Eichi… —pronunció débilmente.
El frío la recorría por completo. Cerró los ojos y ya no vio más.
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Kaede y Yashamura Hoshina estaban en el comedor sin dirigirse la palabra, hasta que uno de ellos habló. Fue él, quien con tono conciliador se dirigió a su esposa.
—Podrías haber sido una buena esposa y hacer todo lo que te pedía —Comenzó Yashamura tratando de sonar como un marido triste y dolido—, pero voy a pedirte el divorcio, ¿sabes?
Su mujer lo miró como si fuese tonto y le respondió inmediatamente con otra pregunta:
— ¿De qué me estás hablando? —Preguntó para hacer tiempo, aunque sabía muy bien a lo que se refería con eso—. ¿Y crees que te vas a salir con la tuya así por las buenas?
—Takumi se quedaría en esta casa y tú te irías. Te voy a dejar una buena pensión, así que no te quejes.
Kaede se levantó, enfadada, al tiempo que golpeaba la mesa con ambas palmas, produciendo un sonido bastante audible.
— ¡Y piensas meter aquí a tu amante, eh, cabrón! —Le discrepó ella, rabiosa—. Pues que sepas que sólo saldré de aquí con los pies por delante.
Yashamura también se levantó.
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El teléfono móvil de Ichinose Chihiro sonó insistentemente por algunos segundos hasta que contestó.
— ¿A que no sabes qué? —La voz de su amigo sonó al otro lado del aparato.
— ¿Qué es lo que quieres? —Fue su pregunta retórica y levemente irritada.
—Antipática -La increpó Kohaku a través de la línea. Enseguida prosiguió con su "informe"—. Bueno… creo que ese dicho de "cuanto más primo, más me arrimo" está muy acatado en esta familia.
Chihiro se sentó para escucharle mejor y no caerse de la impresión. Segundos antes estaba en la ducha, así que su cabello, sin la toalla, goteaba en el suelo y parte del sillón.
— ¿Hablas del mismo Eichi que conocemos y de la mosquita muerta de tu prometida?
—Ajá.
—Cada vez me sorprendes más, pequeño saltamontes.
— ¿Cómo te atreves a llamarme así? —La recriminó Kohaku—. Bueno, no es mío el mérito, sino de ellos, y la cuestión es que hace rato que están arriba y aún no han bajado.
—Bueno, déjame acabar de ducharme y hablamos —Contestó la irritada voz de Chihiro—. Hasta luego.
El pitido del teléfono sonó con agudeza en su tímpano y enseguida, los atronadores pasos de Eichi Hoshina, quien bajaba a toda prisa las escaleras, hicieron eco, silenciando el anterior pitido. Colgó el teléfono y entonces vio la cara de Eichi Hoshina como pocas veces: estaba preocupado.
—No quería pedírtelo a ti, pero llama a una ambulancia —Le ordenó sin esperar respuesta.
— ¿Qué les digo? —Preguntó, cogiendo el teléfono y marcando el número de emergencias.
—Sólo diles que vengan —Ordenó. Eichi fue al comedor, en donde Kaede y Yashamura permanecían desde que el prometido de Takumi les había dejado.
—Vale, señor no-doy-motivos —contestó Kohaku, marcando el teléfono y en cuanto Eichi se adentró en la sala de estar, subió las escaleras corriendo para ver qué ocurría.
Esperaba que la niñita no se hubiese caído mientras hacían el "69" o algo parecido, porque prefería no encontrarla desnuda (al menos no ahora). Para su sorpresa, cuando entró a la única habitación abierta, Takumi estaba sobre una cama que seguramente era la de Eichi, visiblemente desmayada. Kohaku examinó la escena y corrió al baño en busca de una toalla para ponerla sobre su frente. Quizá eso la ayudaría a despertar. Prestó atención al teléfono, que no paraba de darle pitidos diciéndole que las líneas estaban saturadas y debía esperar.
—Médicos incompetentes —Habló por lo bajo.
Se sentó en la cama y Takumi entreabrió los ojos, clavando sus ojos en los suyos:
—No los llames así… salvan vidas todos los días —Pronunció con su dulce voz.
Él mismo no entendía por qué se sentía ofendida, de todas maneras, ella sería la más afectada si no venían. Dudó un segundo, pero al final dijo:
—Lo siento, pero a veces me desesperan.
Takumi le sonrió brevemente, para después preguntar:
— ¿Dónde está Eichi? —La joven deslizó una mano hacia su frente, quitándose la toalla.
—Abajo, avisando a tus padres —Afirmó. Ella suspiró-. Yo estoy con la ambulancia, pero no cogen el teléfono.
—Gracias… pero no llames a nadie, ya estoy bien —La joven se fue reavivando un poco y quiso incorporarse, pero su acompañante no se lo permitió.
—Ni hablar —Negó, tratando de entretenerla—. Cuéntame primero qué ha ocurrido.
—Pues… empecé vomitando… y luego… —Takumi se vio interrumpida por Eichi, quien justo en ese momento entraba junto a Yashamura y Kaede. Esta última se acercó a ella y se sentó en la cama, de donde ella intentaba levantarse.
— ¿Qué ha pasado, Takumi, hija? —Su madre la miró, asustada y más pálida de lo normal; parecía más enferma ella que su propia hija.
—Pues mejor te lo explica Eichi —le respondió—. Me gustaría levantarme, por favor.
—De ninguna manera harás eso —Su madre se lo impidió.
—Anda, hazle caso a tu madre, Takumi —Pronunció Eichi, de brazos cruzados. Suponía que lo hacía para que ésta no se pusiera más histérica, pues no le gustaba; y es que su madre ya estaba visiblemente nerviosa.
—No, no… —Dijo Kohaku, negando con la cabeza—. Mejor sí, porque la ambulancia no contesta y si es algo grave sería mejor que la llevemos en coche.
Yashamura pareció de acuerdo con esto, y como los únicos jóvenes fuertes allí eran Kohaku y Eichi, (y gracias a que Kaede era muy paranoica) éstos tuvieron que sujetar a Takumi de ambos brazos y prácticamente arrastrarla hasta escaleras abajo, hasta la entrada, mientras ella comentaba por lo bajo:
—Puedo andar sola, ¿sabéis? —Comentó débilmente la joven, aunque también se veía que estaba muy avergonzada.
—Puedes darle las gracias a tu madre —Respondió su primo entre dientes, pero siendo claramente oído por sus dos acompañantes.
—Lo siento —Habló, más roja que nunca y con dolor de estómago otra vez.
Lo peor es que de nuevo tenía ganas de vomitar. Pensó en pedir una bolsa, pero es que le daba mucho reparo hacerlo por no molestar. De todas maneras, creyó que aguantaría hasta el final del trayecto, así que dejó estar aquel asunto.
—No te preocupes, Takumi, no es ninguna molestia hacer esto por ti —La sonrisa de Kohaku, desdibujada, ya no brillaba cual anuncio de Profiden, pero parecía bastante creíble.
Eichi soltó un momento a Takumi, sacó la llave del coche y abrió con un pequeño "clic" automático. Después de eso entró primero Kohaku, luego ella —justo en medio— y después de ofrecerle la llave del coche a Yashamura, entró Eichi.
Por qué no decirlo: por muy fuerte que sonase, Takumi se sentía como el relleno de un bocadillo. Creía que se desmayaría en cualquier momento de lo roja que estaba… y es que aquello no podía estarle sucediendo a ella… ¡Al final iba a explotar!
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Kohaku Kimura se sentó en el coche lo más cómodo que pudo. Aún estaba un poco alucinado por lo que había visto al salir del cuarto junto a su prometida y Eichi Hoshina… y qué menos, porque ella no llevaba medias. Lo curioso es que, mientras la comida ella sí las llevaba. Lo que sí pudo comprobar en ese momento —y suspiraba al recordarlo— es que ella llevaba unas braguitas blancas dignas de una niña buena. No es que le interesase tanto eso, pero las había visto sin querer al ayudarla a levantarse de la cama.
Mientras Yashamura Hoshina arrancaba el motor del coche, notó lo estrechos que estaban ahora los tres. El muslo descubierto de Takumi se apretaba contra su pierna izquierda, lo que le hacía sentir cada vez más a gusto. Sin quererlo, imaginó cómo se lo pasarían en la cama en cuanto fueran algo más. Comprendía que sus instintos más bajos se desatasen sólo con aquel roce inocente, y es que, aquella chiquilla no estaba nada mal.
Lo peor era que aquello empezaba a notarse en su pantalón y no podía ocultarlo con las manos porque se vería muy sospechoso. Mejor sería dejarlo así de momento para que se calmara… pero un momento… ¿por qué esa mirada de reojo del primito hacia él?, ¿acaso había visto aquello que él trataba de calmar? Un momento, eso iba genial con su plan.
¿Y si de verdad estaba Eichi Hoshina celoso?
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Mirando el paisaje por la ventana, Eichi aún estaba asustado… ¿Qué por qué? Nadie le había preparado para ver a Kaede corriendo escaleras arriba como una loca, como si Takumi estuviera a punto de morir atravesada por un rayo. Joder, es que no ganaba para sustos aquel día. Giró la cabeza hacia su prima para ver cómo se encontraba, sin embargo, en el camino se cruzó con una imagen un tanto extraña en el pantalón de Kohaku Kimura (justo en "esa" parte) que le dejó atónito, y atónito era mucho decir, porque él no estaba nunca así. Ascendió hasta la cara del renombrado y éste estaba mirando a su prima con una expresión tan libidinosa que le dieron ganas de vomitar.
Enseguida, la expresión de Eichi cambió a una inusual mirada de mala leche sustituyendo a su habitual "sonrisa torcida". No sabía muy bien el motivo, pero tenía unas ganas tremendas de atizarle un puñetazo.
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Takumi ya no podía aguantar más… ¡De verdad iba a explotar! En principio le había dado vergüenza pedir una bolsa por si le daban ganas de vomitar pero ahora se arrepentía de no haberlo dicho a tiempo. Las náuseas se estaban haciendo insoportables, al igual que el mareo y el sudor frío, que chorreaba por su frente como si estuviesen aún en pleno verano.
—Ko-Kohaku… abre la ventana… —El sonido de su voz era tan bajo que el susodicho ni siquiera se enteró.
Las náuseas se hicieron tan terribles que no aguantó más el vómito de su estómago, y como si de un río desbordado se tratase, Takumi soltó todo lo que había comido ese día encima de la chaqueta de Kohaku Kimura, con la obvia cara de asco.
—Oh, dios, qué asco… —Pronunció Kohaku en voz baja mientras Eichi trataba de girar su cara y apuntar a otro lugar en el que descargarse.
Eichi se apartó lo más que pudo para no ser salpicado, Yashamura siguió conduciendo como si nada y Kaede se giró para ver qué ocurría.
—Oh, cariño, lo siento —Exclamó—. Debí haber traído unas bolsas por si acaso.
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—Nunca había estado aquí —Pronunció Takumi aun débil mientras caminaban el poco trecho que había desde la carretera a la puerta de urgencias del enorme complejo hospitalario.
Se sabía muy bien la historia de aquel emblemático recinto: que fue rehabilitado después de un incendio cuando ella contaba con solo cinco años y que no volvió a haber ningún incidente más después de aquella enorme desgracia que había dejado cientos de víctimas tras de sí. Según había oído en las noticias, el complejo hospitalario Taisen era actualmente el más avanzado en el campo de la genética y los trasplantes. Numerosos y revolucionarios avances médicos habían tenido lugar allí en los últimos años.
A decir verdad, Takumi sabía tanto debido a que se interesaba por la medicina en todos sus aspectos. No por algo siempre quiso ser médico o algo relacionado con eso, aunque eso ahora era algo imposible por razones obvias. Con cierta tristeza, notó cómo Eichi la arrastraba dentro de la salita de urgencias, junto al mostrador. Estaban allí los tres: madre, hija y sobrino. Yashamura le había dicho a Kohaku que le llevaría a su departamento para cambiarse, así que se habían ido dejándoles allí solos. Obviamente, Kaede se había quedado, porque si no, nadie iba a poder pagar la factura del hospital.
—Chicos, voy al baño —Informó Kaede—. Cuida de Takumi por mí, Eichi.
Kaede se alejó en busca del baño mientras ellos avanzaban hacia el mostrador. Había uno o dos enfermos sentados en una hilera de sillas blancas y bastantes familiares preocupados en recibir noticias. Eichi enseguida se sintió enfermo con aquel ambiente. Odiaba los hospitales.
—Buenas tardes, ¿podría atenderme? —preguntó hacia dentro del mostrados, en donde recepcionistas y médicos estaban ocupados con los quehaceres de su trabajo. Notó un tanto temblorosa a su acompañante pero no le dio importancia—. Disculpe…
Enseguida, una de las recepcionistas volvió a su asiento, mirándoles de hito en hito. La mujer, de veintitantos años, pensó que parecían una de esas clásicas parejas que venían porque ella estaba embarazada y no sabían lo que hacer con el bebé.
— ¿Qué ha ocurrido? —Preguntó cuidadosamente, ya burlándose por si había acertado.
—Pues… —Empezó Takumi, tímidamente—. La verdad es que… hoy he estado sufriendo vómitos y dolores de estómago, y hace un rato notamos que había sangre en ellos... Supongo que mi madre se asustó, así que es por eso que estamos aquí nosotros dos.
— ¿Sois pareja? —Al oír aquello, Takumi negó agresivamente con la cabeza y Eichi rio por lo bajo—. Lo digo porque sólo puede pasar una persona con ella y tenéis que entregar varios papeles antes de pasar.
—Soy su primo —aclaró Eichi, preguntándose por qué les tenía que preguntar eso a ellos—. Y tenemos que esperar a que…
Como un rayo de esperanza, Kaede apareció repentinamente y el chico se evitó de decir cualquier cosa mientras ella empezaba a parlotear incansablemente sobre lo que le pasaba a Takumi.
Y es que, cuando se trataba de su hija, Kaede se volvía sobreprotectora y muy alarmista.
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—No comprendo cómo mi hija ha tenido la indecencia de hacerte algo así —Pronunció enfadado Yashamura Hoshina mientras se alejaban de la plaza de aparcamiento en la que habían dejado el coche.
—Le repito que no pasa nada —Pronunció por tercera vez—. Sólo es consecuencia de la enfermedad de su hija, así que no me molesta.
Subieron desde el garaje hasta el cuarto piso por el ascensor y Kohaku abrió la puerta con una pequeña tarjeta electrónica que pasó por un tarjetero electrónico en la puerta.
—Qué modernidad —Dijo Yashamura, algo sorprendido ante tal invención.
—Sí, lo prefiero así —Aseguró— Así nunca tienen oportunidad de entrar a robar.
—Bueno, ve a cambiarte —Le dijo— Estaré esperando aquí.
—Muy bien, siéntase como en su casa —Le sonrió, caminando ya hacía su habitación—. Saldré enseguida.
Kohaku entró rápidamente a su habitación y preparó algo de ropa. Fue hasta el baño y cerró la puerta. Asqueado, se lo quitó todo, lo tiró en el cesto y entró en la ducha. Enseguida, el agua caliente y el jabón corrieron por su cuerpo quitando toda la suciedad y dejándole totalmente limpio. Mientras se secaba con la toalla, no pudo evitar pensar en el asco que aún sentía en su cuerpo por aquel asqueroso vómito. Aún se acordaba del asqueroso hedor y las ganas de matar que le habían entrado cuando mientras se daba cuenta de lo que pasaba. ¿Acaso no podía vomitarle encima a Eichi?, ¿por qué a él? ¡Menudo asco!
Se vistió rápidamente y solo salió después de echarse tres litros entre colonia y crema hidratante. Después de lo ocurrido, no le extrañaría volverse un maniático de la limpieza.
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Ya hacía tres horas que esperaban… tres horas llenas de aburrimiento para Eichi y preocupación para Kaede. Se encontraban sentados en una sala de espera con mucha más gente alrededor, totalmente agobiados y esperando a que los llamaran para saber qué le pasaba a Takumi. Finalmente, tras media hora más, una voz por un micrófono pronunció:
"Familiares de Hoshina Takumi, por favor, pasen por la puerta dos".
Con un suspiro de alivio, Kaede se levantó y su acompañante la siguió hasta una puerta con un número dos impreso en un cartelito justo al lado. Al entrar, un par de cuadros con bodegones les dieron la bienvenida. Tras el escritorio, un hombre de mediana edad, gafas de montura cuadrada y rostro benevolente les saludó:
—Buenas tardes, señora Hoshina, joven.
Eichi tomó asiento en una de las dos butacas negras de eskay y arrastró a Kaede (quien hubiese preferido quedarse de pie) a la otra. No había manera de que se tranquilizase, estaba demasiado ansiosa.
—Buenas tardes, ¿podría decirme ya qué le pasa a mi hija? —Preguntó la mujer, demasiado impacientada.
—Paciencia, señora, todo a su tiempo —Respondió el médico—. Su hija está bien ahora, no tiene de qué preocuparse.
— ¿Pero por qué diablos sangra por la boca? —Preguntó Kaede, ofuscada y siendo observada con calma por el doctor de turno—. Le trataré de incompetente si no puede decírmelo.
—Supongo que ha sido un capilar roto por culpa del vómito, porque no ha salido nada más —Le dijo el doctor, visiblemente molesto—. Pero le repito que, por los resultados de la endoscopia, su hija tiene una gastroenteritis bastante avanzada; nada tan grave como para que usted se ponga así. Le recomiendo que se siente y se calme si no quiere que le impidamos la entrada a este hospital, ¿de acuerdo?
Eichi se puso una mano en la cabeza, no sabiendo muy bien cómo habían llegado a aquella situación. Kaede miró al médico muy resentida, porque después de haber estado por más de tres horas, la trataba así por estar un poco nerviosa.
—Está bien, ¿cuándo vamos a poder pasar a verla?
—Ahora mismo está aquí, en urgencias, así que pueden pasar a verla cuando quieran.
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Eran cerca de las ocho de la tarde y ya empezaba a oscurecer. Kohaku dejó las tazas, antes llenas de humeante café y ahora vacías, en el fregadero. Por suerte estaba solo, ya que el viejo se había ido hacía ya media hora; y que se fuese fue lo mejor, porque su conversación había consistido únicamente en el tiempo que hacía.
Esa noche pediría pizza: no tenía ganas de ponerse a cocinar y encima estaba cansado por todo el trajín de aquel día. Se tiró al sillón de espaldas y se quedó allí mirando al techo, pensando... al día siguiente debía poner a Chihiro al día con todo, así que debía descansar bien. Tenía suerte, pensó, pues su jefe sería su suegro en poco tiempo y tenía más días de fiesta de los que se hubiese podido permitir en toda su vida.
Estaba… ¿cómo diría? … "A otro nivel".
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Yashamura Hoshina condujo hasta el piso de su secretaria y amante, Chihiro. Después de un largo día, ella siempre debía estar dispuesta para él, pues no por algo le pagaba el alquiler del piso en que se alojaba y le daba todos los caprichos que ella pedía. Quería llegar, necesitaba llegar rápidamente para saciarse con ella como lo hacía con otras. Condujo más rápidamente para llegar antes, saltándose un semáforo en rojo y corriendo más. Pensó en Kaede y se enfureció: hoy se había pasado y tenía ganas de pegarle. Aceleró más el coche, sintiéndose poderoso. Era un hombre rico, podía hacer lo que quisiese y no tenía que darle explicaciones a nadie.
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La enfermera de turno hacía poco que le había sacado sangre y sólo podía tomar líquidos, pero se sentía bastante serena. La garganta le dolía un poco después de algunas pruebas médicas, pero el estómago ya no dolía y las ganas de vomitar habían pasado, así que se sentía mucho mejor. Algún que otro familiar de algún paciente pasaba por allí de vez en cuando y el blanco de las paredes junto el olor a alcohol daban un ambiente estéril al lugar.
Takumi observó la sala de urgencias con interés: muchas más camillas aparte de la suya estaban allí y hacía un rato habían puesto a su lado a una anciana en las últimas, con un respirador y su hálito de vida escapando poco a poco. La vida era tan corta y tantas eran las cosas por vivir…
Por primera vez, sabía que no quería ayudar en el final de las vidas de aquellas personas sino algo más difícil que eso: evitar que aquellas enfermedades tuviesen mayor repercusión en el mundo; necesitaba creer que ella podría, en un futuro, ayudar a evitarlas. Quería combatirlas con sus manos e inteligencia.
La chispa de la rebelión asaltó su alma: ella no quería ser una simple informática en la empresa de su padre, no quería regentar aquel lugar. Sólo el estar en aquella sala, con gente enferma por todos lados, se lo hacía entender. Necesitaba ayudar al mundo. Por primera vez en su vida, Takumi se negaba a cumplir con las expectativas de todos.
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Miércoles
"Tres días en el hospital son suficientes" Se dijo Takumi aquel día mientras desayunaba. Estaba sentada en una cómoda butaca reclinable, pues estar tanto rato acostada en la camilla se le hacía ya insoportable. "No quiero pasar un cuarto día aquí" .
La verdad es que ya se aburría de estar allí metida. Necesitaba trabajar, ponerse al día… ¡Quería hacer algo ya!
Las dos jornadas anteriores la visitaron más personas de las que creyó posible, entre ellas algunas compañeras de trabajo, Akiyama, un amigo de su madre que creía recordar de cuando aún era pequeña, su padre y Eichi. Había agradecido las visitas, pero la verdad es que ella prefería salir de allí lo antes posible.
Quería volver a su casa y pasar allí lo que le quedaba de aquella enfermedad, pues sabía que había gente más grave esperando una habitación en planta. Ella, por supuesto, ya no necesitaba estar allí, pues con la alimentación adecuada preparada en casa, se recuperaría con rapidez. Se aseguraría de hacer razonar a su madre sobre todo aquello.
Irrumpiendo en sus pensamientos, la puerta corredera se abrió y el sonriente rostro de Kaede Hoshina se asomó por ella:
—Buenos días —Saludó, como lo había estado haciendo los dos últimos días desde que la ingresaron—, ¿cómo estás hoy, cariño?
Entró, dejó unas cosas sobre la cama y le dio un beso en la mejilla a su hija. Takumi tardó un poco en contestar:
—Respecto a eso, mamá... —Habló con suavidad— Tenemos que hablar.
— ¿Sobre qué, hija? —Tomó asiento
—Pues sobre estar aquí más días —Dijo Takumi, dejando el tenedor dentro del plato y mirándola—. La verdad es que ya me encuentro bastante bien y creo que sería buena idea dejarle esta habitación a otra persona más grave que yo.
Su madre la miró y la muchacha temió que no la dejara defenderse en su cometido por salir de allí lo antes posible.
—Pues qué quieres que te diga: no estoy de acuerdo con que salgas del hospital aún —Contestó algo enfurruñada.
—Si no sabes si hacerlo, consúltale al médico que tiene que venir a verme en una hora —Habló la otra, con intención de hacerla razonar—. Si me dice que no puedo irme, no me iré, pero si dice lo contrario, me encantaría dejarle esta camilla a otra persona que la necesitase más.
La verdad es que desde aquel día que la llevaron e ingresaron en el hospital, Takumi había notado a su madre bastante disgustada, y temía que no fuese solo a causa de su enfermedad. Enseguida, la vio hacer una mueca de desagrado por su decisión, finalmente suspirando y diciendo:
—Está bien, pero si el médico dice algo sobre que aún no puedes irte, no te irás.
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"¿Por qué no será ya viernes?" —se preguntó el subdirector Kohaku Kimura desperezándose en la silla de su despacho. Bostezó largamente y se estirajó en su asiento como un cachorro perezoso.
Era miércoles y quedaban aún varios días para terminar la semana, por lo que no dudaba que estaría aún más cansado cuando llegase el sábado. Normalmente no estaba tan abatido, pero es que últimamente tenía que llevarse el papeleo de la oficina a casa para consultarlo, y no estaba acostumbrado a ello. Falta de práctica, como le habría dicho su padre alguna vez.
Por supuesto, esperaba que este fin de semana no fuese igual al anterior, cuando uno de sus caros trajes había sido ultrajado por el vómito de una mujer, para más inri su prometida. Recordaba aún las risas de su mejor amiga cuando se reunieron al día siguiente en su despacho y se lo contó, risas de burla y pequeñas lágrimas a causa de las carcajadas. Qué asquerosidad, por Dios.
Según le había dicho el padre al manifestar su interés en la salud de su hija, Takumi estaba aún ingresada en el hospital, con una gastroenteritis viral. Él le prometió que iría a verla aquel miércoles sin falta. Pero joder, es que eran las diez de la mañana y ya se le iba a hacer largo el día como para tener que ir luego a ver a la niñita. En fin, el trabajo era trabajo siempre.
Agobiado, cogió el teléfono, marcó y le habló directamente a una de las secretarias:
—Tráeme un café solo, rápido, y no le pongas mucho azúcar o me dormiré —Como aquel iba a ser un día estresante en sí mismo, alimentarse únicamente de algo que le mantuviera despierto no le pareció una mala idea.
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Pasó al terminar la jornada, mientras Eichi salía muy agobiado de la última de sus clases. Resultó que mientras iba caminando, una joven le siguió por la acera, corriendo casi sin resuello. Eichi la dejó atrás, sin darle importancia, pero ya en el aparcamiento, subido al coche y con el cinturón puesto, se llevó un susto que sería difícil de olvidar para él: aquella chica, con la frente apoyada en la ventanilla del copiloto y los ojos bien abiertos. En cuanto se recuperó, abrió la ventanilla del coche, lo que ella aprovechó para abrir el pestillo de la puerta y sentarse en el asiento.
— ¿Te he dado permiso para subir? —Preguntó, alucinado.
—Oh, ahora eso no tiene importancia —Le sonrió ella, acomodándose—. Eres Hoshina Eichi, ¿verdad? El primo de Takumi, ¿a que sí? —Era una joven alta, delgada, de pupilas marrones y vivaces. Bastante guapa, sí, pero Eichi no sabía qué hacía ahí, ¡menuda cara entrar en su coche así por así!
—Sí, lo soy ¿y tú quién eres? —Respondió, cortante.
—Oh, no me he presentado: soy su compañera de clase, Samusa Okina —Respondió vivamente—. Solo quería saber qué le ha pasado, aunque supongo que está enferma. Hace días que no viene a clase y me gustaría darle los apuntes para que estudiara mientras no viene.
—Pues no la esperes pronto: está en el hospital y no parece que vaya a salir pronto.
Enseguida, la expresión de aquella chica se tornó en una de preocupación. Si llega a saber que se pondría tan pesada después de sus palabras, seguramente se hubiese cosido la boca. Con insistencia, aquella amiguita de su prima empezó a hablar y no parecía querer callar, por supuesto.
— ¿Qué le ha pasado, cómo está? —Preguntó, diligente—. ¿Podrías llevarme al hospital para verla? Quisiera saber cómo está y llevarle estas copias de los apuntes —Le enseñó una carpeta bastante gruesa—. Por favor, ¿podrías? Seguramente ella quiera estudiar, siempre se queda embobada en las clases de cálculo mientras escribe —La joven sonrió de nuevo, intentando convencerlo a pesar de que no le conocía nada (y menos).
Eichi, desesperado y con dolor de cabeza, decidió que la llevaría sólo para quitársela de encima y también porque tenía que ir hasta allí igualmente para quedarse con Takumi un rato (a insistencia de Kaede, que estaba muy paranoica con eso de que su niñita se quedase sola en un hospital) y que su tía se fuese a casa a descansar, algo que no le vendría mal, pues llevaba allí desde la mañana.
—Bueno, vale, pero abróchate el cinturón y cierra un poco la boca —Respondió él, malhablado y fastidiado porque aún le quedaba un largo trecho de no descansar aquel día.
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Llevar una empresa tan grande como Hoshina S.A no era algo sencillo y eso Yashamura Hoshina, el actual presidente y director, lo sabía de primera mano. Años de duro trabajo para ganarse lo que ahora eran y tenían; años sin ningún progreso habían bastado para que su mente se llenase de ideas sobre lo que la empresa sería sin el mando de su padre. El ahora cabeza de familia recordaba aquellos tiempos, veinte años antes, como los más duros de su vida, trabajando y estudiando sin parar, esforzándose para sacar adelante a la, en aquellos tiempos, pequeña empresa de informática. Después de morir su padre todo cambió, quedándose él la empresa y todo el capital acumulado durante aquellos años. Con las ideas de aquel joven emprendedor, la empresa subió como la espuma: Hoshina S.A se hizo enorme entonces, alcanzando todos los rincones de aquel país en ciernes.
En la actualidad todo era diferente y aquellos hechos se le hacían lejanos, lo cual agradecía. No le habría gustado volver a repetirlo. A pesar de todo, su empresa tenía que avanzar aún más: hacerse internacional era un paso que ya se estaba dando. Kohaku Kimura, que no solo estaba en su puesto por su cara bonita, era un gran colaborador y emprendedor: le había propuesto hacer su empresa internacional, quitándole la desconfianza por los extranjeros y mostrándole un gran mundo de posibilidades.
Relajado en su asiento, Yashamura buscaba algunos instantes de paz en su ajetreada vida. Soñaba con ver cómo sería la empresa con el hijo de su hermano sustituyéndole en algunos años y Kohaku casado con su hija en un corto lapso, siendo partícipe de todo aquello que estaba por venir. Imaginaba todo aquello como una realidad, porque quería creer que su sobrino aceptaría su oferta en poco tiempo y trabajaría con él al terminar la carrera. Y luego ya vendrían los nietos, la tranquilidad y una mujer joven como Chihiro a su lado. Y así hasta el fin de sus días, porque habría sido muy vano querer vivir para siempre.
Sin embargo, lo que él no sabía es que sus planes se iban a torcer en menos que cantaba un gallo.
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Ya eran las cinco de la tarde. Todo estaba igual en el hospital, salvo que Takumi estaba enfurruñada y su madre rebosante de felicidad: aún se quedaría dos días más allí, ocupando un sitio que a su parecer no necesitaba. Según el médico, le harían algunas pruebas para descartar varias sospechas, así que tenía que quedarse allí sí o sí, hasta después de dos días. Recordó a su madre con los ojos chispeando de felicidad al oír la noticia, pero ella se quedó allí asqueada, pensando en qué haría un día más allí sin estudiar y pasando las horas en vano, sentada en una silla de la habitación sin casi poder salir.
"Maldita sea" —Puso los ojos en blanco. Aquello de no poder hacer nada la estaba afectando de verdad. Necesitaba algo que hacer, algo que...
— ¡Takumi-san! —Mirando al techo como estaba, aquella voz no la sorprendió mucho, pero cuando miró, la reconoció al instante: mirada alegre, algo alta, cabello suelto...
— ¿Samusa? —Su compañera de al lado en cálculo, la que casi siempre la despertaba de sus ensoñaciones—. ¿Quién te ha dicho que estaba aquí?
La joven se acercó a su camilla y le habló amigablemente:
— ¡Sí, soy yo, Takumi! —Exclamó, con mucha alegría—. Me pone contenta verte bien —La abrazó impulsivamente—. Me ha traído tu primo, ¿no es genial? —Sonrió, señalando a la persona que venía tras ella, en la que la muchacha no se había fijado mucho.
—Pu-pues me alegra que hayas venido —Takumi sonrió tímidamente ante tales demostraciones de afecto—. No esperaba visita esta tarde.
—Bueno, te traía algo —Le enseñó la carpeta con otra sonrisa pintada en el rostro: — Son los apuntes de estos tres días que has faltado.
A Takumi se le iluminaron los ojos de repente, viendo en aquello esa ocasión de "hacer algo" que había estado esperando. Eichi, divisando la escena desde la puerta, se rio interiormente, con burla.
—Es como una niña —Murmuró para sí, burlándose. Después se acercó a su tía y comentó—: No sabes lo insistente que ha sido esa amiguita de tu hija hasta que he accedido a traerla.
La mujer sonrió vivamente ante las palabras de su sobrino. Ciertamente, le gustaba ver a su hija tan feliz, y es que aunque fuese por unos simples apuntes, Kaede pensaba que cualquier cosa valía la pena por ver la sonrisa de Takumi.
—Solo por lo contenta que está Takumi, creo que vale la pena —Respondió, mirando a Eichi.
—Si tú lo dices… —Habló el susodicho, sin demasiado interés. Sólo por un momento divisó a ambas compañeras de clase charlando sobre los apuntes, pero decidió que no era algo de gran interés.
Dejando a Kaede un poco apartada, avanzó a pasos largos hacia la ventana y una vez allí retiró la cortina, observando el paisaje a través de ella: algunas nubes negras que al salir de la facultad no había visto, se posicionaban en el cielo, amenazando descargar todo su contenido por las calles.
—Creo que deberías irte yendo ya —Habló bastante alto para que su tía le oyera, sin dejar de mirar por la ventana—. Va a caer una buena.
Kaede también se acercó a la ventana, viendo todo el panorama allí arriba. Arrugó el entrecejo pero no dijo nada. Samusa, la compañera de Takumi, curiosa por qué hacían aquellos dos en la ventana y viendo algo parecido a nubes de tormenta desde donde estaba, corrió a verlo mejor.
— ¡Vaya! —Exclamó, sorprendida— ¿Cómo se ha puesto el cielo así en tan poco tiempo?
—Bueno, entonces sí me iré yendo —Empezó, recogiendo su bolso y su chaqueta—. Esta mañana he dejado el coche un poco lejos, y no quiero mojarme de aquí a allí.
Acarició brevemente el brazo de Eichi a modo de despedida y fue hasta su hija, a la que dio un beso en la mejilla. Sin embargo, cuando iba a despedir de Samusa, ésta se le adelantó, preguntándole:
—Ah, señora Hoshina, me lleva, ¿verdad? —Llevaba una sonrisa pintada en el rostro y una alegría innata, así que, aunque Kaede no hubiese querido llevarla, se le habría hecho muy difícil decir que no.
—Claro que te llevo —Estaba de buen humor—. Faltaría más.
—Adiós a los dos —Se despidió Samusa antes de que ambas salieran por la puerta.
Y así, ambos primos se quedaron solos en la estancia.
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Kohaku Kimura había dejado el coche algo lejos y ahora caminaba directamente hacia la entrada del hospital, donde visitaría a su prometida, Takumi Hoshina. Lo cierto es que había sido algo complicado el no irse directamente a casa por lo cansado que estaba, pero ya dijo que iba, así que sería algo descortés el no presentarse.
Subió en el ascensor pensando en irse rápido, pero cuando al fin llegó a la puerta, algo interesante le esperaba: la puerta corredera estaba entreabierta y por ella se oía una conversación que no dudaría en escuchar a escondidas.
"Estás muy insinuante con ese camisón" . Esa era la voz de Eichi Hoshina, pero en un tono que no le había oído nunca.
Aquello fue suficiente para que Kohaku entrara en acción: como la rendija era demasiado pequeña como para ver algo, sacó el teléfono móvil del bolsillo y encendió la cámara de vídeo, dándole al botón "play" justo cuando la tuvo bien posicionada entre la puerta y el marco. Por suerte, sabía cómo estaban puestas las camas porque obviamente estuvo allí antes visitando a otras personas, por eso estaba seguro que estaría bien encuadrado.
"Graba, graba, bonita. Veremos lo que sacas" , se dijo, sonriendo y rezando para que aquello saliera bien.
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Los documentos que Takumi analizaba contenían fórmulas y más fórmulas que, ya fuera por su enfermedad o por el estrés de aquel sitio, no lograba discernir. Enseguida cayó en la cuenta de que estaban solos: su primo mirando por la ventana y ella con los apuntes esparcidos por su regazo, mirándole a él. No es que estuviese muy cómo porque él se quedase allí, pero era algo sobre lo que su madre no le había dado opción: su primo se tenía que quedar allí con ella al menos hasta las doce de la noche. La chica sabía que aquello tenía relación con que era una desconfiada, por eso se lo perdonaba.
Sin embargo, estaba dividida, porque permanecer al lado de Eichi Hoshina solo significaba una cosa: ponerse muy nerviosa. Aún permanecían frescos los hechos ocurridos justo antes de enfermar, tumbados en aquella cama y ella a punto de hacer algo de lo que se habría arrepentido. En su mente, sin embargo, siempre se preguntaba qué habría pasado si todas aquellas ocasiones hubiesen llegado a algo más.
Se negaba a admitirlo, pero empezaba a sentir un profundo deseo por el degenerado de su primo, y sus instintos se lo habían demostrado aquel último día...
Se descubrió observándole más de lo necesario y volvió rápidamente a sus apuntes, notando que ya no se le antojaban demasiado interesantes. Por más que intentó centrarse en estudiarlos, no hubo manera, ninguna operación salía, nada de nada. Bufó, exasperada… ¿Qué diablos le ocurría?
—Estás muy insinuante con ese camisón —Oyó de improviso, sorprendiéndose por escucharle otra vez en aquellos términos.
Poco a poco, levantó la mirada: su primo la observaba como un halcón a punto de atacar a su presa, o al menos eso le pareció a ella, porque él no se movió de su lugar o cambió su expresión. Simplemente estaba allí, penetrándola con su mirada clara, haciéndola sentir como un animal asustado. Takumi se forzó a no acobardarse; él no iba a hacerle lo mismo de siempre. Esta vez, no.
— ¿Qué pasa tan de repente? —Preguntó, tratando de sonar normal—. ¿Otra vez con lo mismo, Eichi?
Ambos se miraban ahora, él con intensidad y ella con algo de recelo. De nuevo, como en tantas otras ocasiones, Takumi no sabía a lo que llegaría aquella conversación. Eichi simplemente se dejaba llegar, abordado por sus particulares obsesiones por centésima vez.
—Solo pensaba que sería divertido hacerlo en un hospital —Alegó, con la mirada prendida de ella, incitante—, aunque no para acabar lo que empecemos en casa, sino como algo fuera de lo rutinario.
A Takumi se le tiñeron las mejillas de rojo por las cosas que él decía. Su inseguridad ante él la llevó a cubrirse las piernas con la sábana, que hasta ahora mantenía por debajo de estas. No quería mostrar signos de malestar, pero él la ponía tan nerviosa que le era imposible actuar de manera coordinada.
—Otra vez no —Habló con hastío—. ¿Crees que esto es normal?
Se juró que la próxima vez no llevaría camisones, sino pantalones para que él no pudiera acosarla de nuevo con su cuerpo y su mirada. Para su mayor nerviosismo, él se apartó de la ventana y caminó hasta los pies de la camilla. Ella apartó las piernas lo más que pudo, recogiéndose en la parte alta de la cama. Pensaba que, probablemente, si ahora la tocaba no podría deshacerse ni de él ni de sus propios deseos.
— ¿Me tienes miedo, Takumi? —Preguntó, con una sonrisa de medio lado, como casi siempre que le hablaba sobre el mismo tema—. El domingo pasado no me lo tenías, al contrario, estabas muy colaboradora.
—No me das miedo —Respondió, vacilando un poco y evitando mirarle a los ojos—. Y yo no estaba colaboradora en ningún sentido.
La chica tragó saliva, apretujando más las piernas contra su pecho y aún sonrojada. No dejaba de preguntarse por qué sentía cosas tan distintas por la misma persona: por un lado, estaba aquel sentimiento de temor a que la siguiera tratando de aquella forma y por otro el deseo por él cada vez que la tocaba o le decía todas aquellas cosas. Con lo ensimismada que estaba, Takumi casi ni se dio cuenta cuando él rodeo la camilla y se apoyó en ella con ambos brazos. Del susto, casi se cayó por el otro extremo, pero Eichi la agarró por el antebrazo y la devolvió a su lugar, dejándola más colorada que antes. Aquella mano masculina en su brazo la ponía muy nerviosa, más tambaleante que un flan. Necesitaba desasirse de ella como fuese, y así lo hizo, tan firmemente como pudo: se sentó a medias en la camilla y, con su mano libre, llevó sus dedos hasta los de su primo, aferrados a su brazo. Los fue despegando uno a uno hasta casi tenerlos todos fuera, pero después él volvió a cerrar la mano y se puso más nerviosa.
— ¿Quieres parar con esto? —Bufó, muy agobiada—. No te aguanto.
—Venga, eso no hay quien se lo crea, primita —Ironizó, otra vez con aquella sonrisa tan suya.
A Eichi le hacía gracia verla así, enfurruñada por no hacer caso a sus deseos, roja como un tomate e incapaz de mirarle a la cara. Con el forcejeo, un tirante del camisón se le había bajado y desde su altura, podía ver la línea que separaba ambos pechos. Estaba bien, pero no era suficiente: quería más. Más de toda ella.
— ¿A qué juegas? —se rio, porque ella seguía intentando despegare los dedos— No vas a poder si yo no quiero, y de momento —Se acercó a su oído por primera vez en aquella jornada—: prefiero mantenerte agarrada para que no te escapes.
Takumi volvió a tragar saliva, pensando en por qué las cosas debían ser así con Eichi y lo que pasaría si alguna vez alguien llegaba a saberlo… Su estómago se sacudió levemente y notó algo de náusea venirle a la boca. Definitivamente, aquel estrés no le convenía en su recuperación.
Sin venir a cuento, su primo le apartó el cabello del cuello y sumergió allí su boca, haciendo uso de su lengua para sacarle un grito de sorpresa. La sensación de hormigueo recorrió su anatomía, yendo a centrarse en su punto álgido. Eichi refregaba su mano libre contra su seno derecho mientras con la otra seguía asiéndole el antebrazo. Bajó después desde su vientre hasta su muslo con una larga caricia, agarrándolo con fuerza y aumentado su propia excitación, ya de por sí creciente.
Tan pronto como habían venido, las náuseas se fueron, dejando increíbles sensaciones en su lugar. A pesar de que se negara a vivir aquellas cosas con su primo, para Takumi, la sensación en su bajo vientre era deliciosa, casi como el paladear un exquisito manjar. El porqué de sentir eso era algo que aún no se explicaba, aunque creía no ser tan inocente como para no comprender gran parte del misterio que eran los deseos en su cuerpo. La anatomía baja de Eichi se pegaba levemente a su espalda, dejándole a su imaginación una imagen sublime. Ella solo podía describir aquello como una de las cosas más excitantes que hubiese hecho. A pesar de todo, su mente tenía otras ideas que su cuerpo no, por lo que las palabras negativas no se hicieron esperar:
—Eichi, no… —Pronunció con debilidad, tratando de sonar veraz pero no consiguiéndolo—. No quiero hacerlo.
Probablemente por sus palabras, las comisuras de los labios de Eichi se levantaron hacia arriba, dibujándole una sonrisa indecente. Ella, con la poca fuerza de voluntad que le quedaba, trató de bajarse de la camilla, pero su primo se lo impidió, aferrándola contra sí y presionando su hombría aún más.
— ¿Lo notas? —Pronunció contra su oído, apretando aún más su erección. Takumi cerró los ojos, notando una energía indómita recorrerla de arriba abajo, sin descanso, como una batalla entre el bien y el mal llevándose a cabo en su interior—. ¿Y aun así quieres dejarme así?
Takumi se mordió el labio intentando reprimirse. Seguía de espaldas a Eichi, a muy poca distancia de su perdición, y si cedía sabía que no se lo perdonaría. Quería escapar de aquellos brazos pero éstos la atrapaban una y otra vez en sus intentos de escape. En aquel mismo momento, extrañamente, las manos de Eichi dejaron sus muslos y se deslizaron por su cuerpo hasta llegar a su cabello, primero acariciando con suavidad y al instante siguiente agarrándolo con fiereza, dejando su rostro y su níveo cuello a la vista. Takumi viró el cuello hacia adelante y con su mano derecha forcejeó con su primo para que la soltara, pero éste, aprovechando el descuido, juntó sus labios con los de ella.
Fue un beso bastante poco estudiado, pero que desencadenó toda una serie de rápidas reacciones en ambos: Eichi la agarró con más fuerza, y Takumi, con la poca cordura que le quedaba, forcejeó y consiguió apartar su cara de la de él.
— ¿Por qué siempre te resistirás tanto? —Sonrió, mientras ella aún intentaba separarse de él. La veía intentarlo con uñas y dientes. Aquella enferma obsesión se acrecentaba cada día que pasaba y él no pensaba hacer nada por ello.
—Porque… esto no me gusta —Respondió ella, sin resuello. Quería resulta al menos sincera—. Y también porque… no te aguanto ni un poco.
— ¿Y quién dice que te tenga que gustar? —Pronunció cerca de su boca—. No nos engañemos, esto te encanta.
Takumi le odió por su necedad. Parecía muy seguro de sí mismo, alguien que creía estar por encima de ella, que la trataba como un simple objeto. Se preguntó el porqué de su propia debilidad hacia él, al no poder resistirse, aquella atracción que crecía día a día en ella. Ser tratada así por él era algo que odiaba con todas sus fuerzas, ¿pero qué hacía, cómo se defendía, cómo le hacía entender a Eichi que aquello no estaba bien? Porque, a pesar de todo, él parecía no entender la gravedad de todo aquello. Su expresión cambió debido a sus pensamientos: del más puro esfuerzo a la rabia y el odio latentes aún en ella.
—Está bien, quizá me guste —Admitió ella, quien ya no forcejeaba y le miraba directamente a los ojos desde muy poca distancia—, pero odio tu manera de hacer las cosas, como si yo fuera la única culpable de lo que te pasa… sea lo que sea.
Los ojos de él se tiñeron de rabia pero a la vez de algo de entendimiento. Sin embargo, no iba a aceptar aquellas palabras, por nada del mundo. Le iba a contestar, sin embargo, algo se reflejó en la habitación, mínimamente sí, pero ambos lo notaron: el flash de una cámara.
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Kohaku Kimura salió disparado por el pasillo en cuanto cometió aquella equivocación: al rozarse con la puerta el móvil, cambió de modo y sin querer se hizo una foto con flash. Maldita sea. Habría deseado seguir grabando para ver a qué llevaba todo aquello, pero aquel estúpido aparato lo había fastidiado. Aunque también le había dejado jugosas pruebas. Pasó más de diez minutos escondido en los baños, y cuando estuvo seguro de que no le descubrirían, se marchó del lugar.
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Eichi dejó lo que estaba haciéndole a Takumi para salir corriendo de allí en busca del culpable de aquella foto o lo que fuese. No había pensado ni por un segundo que pudiera pasar aquello. Ni siquiera estaba preparado. Como no encontró a nadie allí, miró en el lavabo y en varias habitaciones, pero ni rastro de ningún paparazzi. Cuando volvió, Takumi le miró algo asustada. Sabía muy bien lo que podría haber significado ese flash y estaba segura que traería problemas. Aunque decidió no mostrarse ansiosa o preocupada, su cara lo decía todo. Eichi notó esto y no pudo evitar sentir algo parecido; después de todo, él se vería afectado también si aquella foto se distribuía por revistas o cualquier otro tipo de publicación.
—Jamás me había pasado esto —Habló, por primera vez inseguro—. Si tu padre se entera, habrá un buen problema. Y por pésimo que suene, seremos los culpables, tú y yo.
Takumi se había sorprendido al oírle hablar así, sin embargo, no quería hablarle bien ni ser buena con él. Si alguien descubría aquello su madre se decepcionaría, y quizá su padre la echaría de casa. Y no sólo a ella.
—La culpa es tuya —Giró la cabeza hacia el otro lado, ofuscada— Yo de ti iría al psiquiatra porque eso que te pasa conmigo no es normal.
—Pues entonces acepta de una vez lo que se ve a leguas.
— ¿Y qué cambiaría eso? —Ahora le miraba a los ojos y él no era capaz de apartarlos—. ¿Acaso pararías, qué harías con lo que me haces?
Él ni siquiera contestó. No lo admitiría, pero se había sentido extraño con la pregunta, más bien porque nunca había tenido en cuenta algo tan importante como eso. Por un tiempo, estaba tomando aquello como una diversión, pero una vez que ella cediese, ¿qué haría? Se quedaba en blanco cada vez que intentaba pensarlo, no tenía una respuesta clara a aquella pregunta.
— ¿Qué quieres de mí, Eichi? —la oyó preguntar. Se dio la vuelta y fijó sus pupilas en las de ella, tan parecidas en el color.
—Ni siquiera yo lo sé —Fue su escueta respuesta.
—Entonces no me pidas eso —Habló, seria—. Es algo que no podría hacer.
Después de aquella conversación, no volvieron a hablar. Takumi bajó la cabeza y Eichi se centró en el paisaje tras la ventana, donde ya las primeras gotas de lluvia asomaban.
Continuará...~