El diablo de ojos blancos...#Capítulo 13.

— ¿Por qué cierras con pestillo? —Preguntó Eichi—. ¿Acaso te lo has repensado y vienes a intentar algo conmigo?

El pestillo se había soltado por los fuertes golpes propinados a la puerta; mientras, él temblaba apoyado en la puerta. Sus dientes castañearon cuando, con un último quejido de la madera, ésta cedió. Retrocedió rápidamente hacia la ventana dispuesto a salir de ahí como fuese. Aquella mirada negra le escrutó desde la entrada de la habitación y se abalanzó sobre él como un perro fiero, agarrándolo del aún corto cabello y arrastrándolo a la cama a pesar de sus berridos y manotazos. Pero "por mucho que suplicara, nadie les oiría" recordó por un instante las palabras de aquel hombre momentos antes, en el comedor de esa casa para él desconocida. Le Había tenido la idea de picar al timbre para ver si le podían dar algo para comer. Un asqueroso y florecido mendrugo de pan hubiese sido suficiente para él, pero no… ¿qué podía querer un hombre adulto de un muchacho de quince años como él? Probablemente nada, pero ese no sería su día de suerte.

"Pasa chaval, claro que tengo comida". Le dijo. Jamás le olvidaría: alto, fornido, de abundante cabello negro, vestido con colores oscuros… el hombre que le destrozaría la vida. Confió en él y él mismo le retuvo con su cuerpo, tirándolo a la cama después de haber corrido y haberse encerrado en una habitación del piso superior al saber —a pesar de su inocencia— lo que él pretendía. Esa bestia le sonreía con una maldad que sólo en ese momento dejaba entrever… Le tenía tumbado de espaldas, sin dejarle moverse mientras le bajaba la ropa interior sin piedad y se bajaba su propia cremallera para facilitarse el trabajo. En la primera embestida dejó ir un grito desgarrador que lo silenció todo; las siguiente estocadas no fueron mejores, cada una más dolorosa que la anterior.

—Vamos, no llores, te acabará gustando —pronunciaba, excitado—. Me gusta esa cara de nenita que tienes.

Jamás podría olvidar el día en que su llanto se secó; el dolor; la humillación. Violó su inocencia; ultrajó su voluntad. Recordaba cada detalle, cada mínima cosa de aquella vez. Recordaba que pese a sus lamentos arremetió con fuerza una y otra vez, sin parar, con tanta ira que lloró tan fuerte como sus pulmones le permitieron. Aquella bestia empujó tan fuerte, tan dolorosamente en su interior, que pensó que se partiría en dos. Y no fue consciente de nada más hasta que despertó tirado en la acera a medianoche, sangrando, desgarrado, con un fajo de billetes en el bolsillo de su chaqueta. En aquel momento se sintió tan desgraciado… Tan miserable.

Pero sin embargo, después de esa vez, vinieron muchas más. Y lo más asqueroso para él fue que se acabó acostumbrando. A falta de su padre y su madre, que estaban muertos y enterrados, la salida fácil para conseguir dinero fue que jugaran con su cuerpo a pesar del asco que le producía. Muchos pensarían que había más trabajos, pero él, en aquel momento de su vida, sólo podía ver una sola opción: Venderse. No lo hizo más de unas cuantas veces para salir de apuros, pero cada una de ellas fue más repulsiva que la anterior.

En otras ocasiones trabajaba sin contrato en pequeños clubs de alterne, trabajos que consistían en cuidar y vigilar a las chicas. Algunas veces hacía recados relacionados con la droga o el mercado negro en los que debía jugarse el pellejo; más de una vez estuvo a punto de ser pillado, pero se libró por los pelos. En otras ocasiones trabajaba en sitios más normales, como sitios de comida rápida, promociones… Fue entonces, con diecisiete años, que comenzó a tratarse con Samura Kiyama, su psiquiatra. Toda su vida hasta el momento fue un vaivén de sucesos con los que no estaba contento pero que no tenía más remedio que dejar pasar.

Y pensar en que la culpa de aquella vida que llevó sólo la tenía una única vez; un trauma que llevaba pesándole seis años y que sólo le contó a su psiquiatra... Algunas mañanas como esa despertaba cubierto de sudor, sin apenas aliento en sus agrietados labios. Las lágrimas no acudían a sus ya secos lacrimales. Su pecho palpitaba con desenfreno por aquel recuerdo acontecido años atrás, revivido ahora en forma de sueño para atormentarlo. Recordó las palabras de su prima la noche anterior: "Como se nota que no entiendes cómo me siento, como se nota que nunca han abusado de ti. Ojalá te ocurriera lo mismo, Eichi, quizá así entenderías cómo se siente lo que me haces".

"¿Qué sabrás tú, estúpida?" —se dijo —. "No tienes ni idea. Tendría que pasarte, ya verías como no me tratarías así".

Se levantó y encaminó hacia el baño contiguo a su habitación. Una vez allí, abrió el grifo del agua fría y se lavó la cara sin ni siquiera mirarse al espejo. No sabía por qué, pero esa mañana o quería verse la cara. Por alguna razón, la odiaba.

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Takumi Hoshina despertó acurrucada en su lecho con una sensación nauseabunda en la boca del estómago. Fue corriendo al baño y se dio prisa en levantar la tapa y bajar la cabeza, al tiempo que las arcadas acudían a su garganta; al parecer, la cena de la noche anterior no le había sentado muy bien. En cuanto acabó, se secó los labios con un trozo de papel de váter y se desnudó; abrió el grifo de la ducha y dejó el agua correr hasta ponerse caliente. Cuando esto ocurrió dejó que el líquido cristalino limpiase todo rastro de suciedad. Los recuerdos volvían a amotinarse en su cabeza y el estómago le dolía a más no poder. Habían pasado demasiadas cosas, tantas que quería quitarlas de su mente lo antes posible. Lo cierto es que nada le funcionaba para este fin, pero quería probar con una ducha.

Salió de la ducha más fresca pero igual de dolorida e igual de ansiosa. Aquella semana había tenido muchos problemas: aquello con su primo, su padre, las clases, el trabajo… suponía que era el estrés por todos los nervios que estaba pasando, que se le presentaba en forma de molestias corporales. Takumi salió a su habitación y comenzó a vestirse. Ese día, suponía, sería un día tranquilo. No tenían visitas ni gente que viniera a molestar; además, no había clases y tendría tiempo para adelantar faena. Se obligó a sonreír. Bajaría a la cocina, desayunaría y llevaría un día tranquilo…

Lo que no sabía era lo equivocada que estaba.

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Sábado, principios de Octubre. Kohaku Kimura y Yashamura  Hoshina  se hallaban frente a la mansión Hoshina, en un coche estacionado frente a las grandes verjas blancas cubiertas de setos que resguardaban la casa de miradas indiscretas. Aunque en un barrio tan ostentoso como aquel, con tan baja tasa de robos y criminalidad eso no era de temer, por no decir que la fama de los Hoshina era la mejor: eran respetados como los más ricos y poderosos de todo el barrio. Desde su fundación en las tradiciones más ancestrales como un clan de ninjas, aquella familia fue ascendiendo en la escala social hasta ahora, donde la tradicionalidad estaba casi olvidada, dejando paso a un futuro que a Yashamura Hoshina, actual líder de la familia, le parecía en extremo prometedor. Riqueza, poder y modernidad estaban a la orden del día.

Ambos hombres salieron del automóvil, —un Mercedes negro descapotable— y atravesaron la verja, probablemente abierta por la criada que venía por las mañanas a hacer la limpieza de alguna habitación de la casa. Avanzaron por el caminito que llegaba directamente a la entrada principal, subieron un par de escalones y ya estuvieron ante la gran puerta de roble que daba entrada a la mansión. Ya allí, el cabeza de familia se giró a su "yerno" haciendo ademán de hablar:

—Espero que mi hija esté presentable —Yashamura fingió modestia—. No me gustaría desilusionarte.

—No se preocupe, señor Hoshina, su hija seguramente estará encantadora —Kohaku sonrió, haciéndose el emocionado.

Un par de falsos que tenían la capacidad de engañar a quien fuera necesario para cumplir sus fines. Eso eran ellos dos. Sin más, Hoshina presionó el timbre y enseguida la persona menos esperada por ambos les abrió la puerta.

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Kaede Hoshina repasaba las primeras líneas de su trabajo en busca de errores. Había completado cinco páginas de un prólogo que aún tenía mucho que mejorar y ya se iba por las ramas. Desde que aquellas ideas tan fascinantes cruzaron su mente estaba en un estado de inspiración que no había sufrido desde más joven. De repente el timbre sonó. ¿Quién sería? Por pura vagancia quiso llamar a alguien para que abriese, pero entonces recordó que la criada no volvía hasta el lunes y desechó la idea. Se levantó dispuesta a abrir, pero fue en ese momento que su sobrino se le adelantó.

—Ya voy yo —le dijo—. No te levantes.

No le vio la cara a Eichi pero por su voz supo que ese día algo no andaba bien con él. Le encontraba más decaído, quizá más irritado… Puede que en el trascurso del día lo averiguara, sin embargo, ya la había preocupado.

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En cuanto oyó el timbre sonar, Eichi Hoshina bajó por las escaleras a toda prisa. En otra ocasión habría dejado que otro abriera pero no tenía nada que hacer y prefería realizar alguna actividad en vez de pensar, cosa que llevaba haciendo desde que despertó, hacía ya más de media hora. Vestía bastante cómodo: un tejano y una camiseta estampada negra, prendas que le iban muy bien para el estado de ánimo que tenía ese día. No se encontraba con la moral muy alta y prefería ropa cómoda. Ya habiendo bajado las escaleras, vio a Kaede en el sofá del comedor, levantándose a toda prisa. Giró la cara mientras se dirigía al pasillo que daba al recibidor, diciéndole que no se molestara en levantarse, que ya abriría él.

Ni siquiera miró quién era, giró el pomo de la puerta y allí se encontró con nada más ni nada menos que con su tío y el prometido de su prima, Kohaku Kimura.

—Buenos días, Eichi —habló su tío, tratando de ser agradable. El chico se apartó de la puerta para dejarles pasar, sin mucho que decir más que un simple "buenos días" a él y a su acompañante.

Tras cerrar la puerta de entrada, los tres se dirigieron a la sala de estar, en donde Kaede Hoshina ya tenía recogido el portátil y todos los papeles que se encontraban, minutos antes, desperdigados por la mesita. Parecía no querer que su marido se enterase de lo que hacía o no. Cuando le vio contuvo su ira, limitándose a mirarle con expresión neutra. No quería que viese un solo signo de debilidad en ella; eso sólo le haría más fuerte.

—Kaede… —pronunció serenamente—. Kohaku quería venir a ver a Takumi, así que decidí invitarle.

—Está bien —dijo ella, sosteniéndole la mirada—. ¿Qué teníais pensado?

—Pretendemos comer aquí —respondió él—. En familia.

Eichi, mudo testigo de los hechos, contuvo una sonrisa de burla. Era la primera cosa graciosa del día; debía reírse mientras pudiera. Inició a subir la escalera, dispuesto a estudiar un rato —que era una opción mejor que todas las demás— a tiempo para ver a su prima en el tramo principal de ésta, mirándole. Cuando estuvo más o menos a la mitad, notó como ella se sonrojaba y le miraba furiosa, para después bajar también. En un momento dado, sus pasos coincidieron y se rozaron: Fue tan sólo un leve roce de manos, más que suficiente para que ambos sintiesen la electricidad corriendo en sus cuerpos. Se alejaron rápidamente, quedando en sus mentes tantas dudas como sentimientos reprimidos.

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Kohaku Kimura se aburría. Un minuto de miradas indecisas y palabras poco precisas entre aquel matrimonio había acabado por hartarle. Tenía ya ganas de algo de acción, al menos que la chica de la casa apareciera con sus rasgos aniñados desde algún pasillo o habitación, incluso que bajara por la escalera.

—Bueno, podemos salir a algún sitio —comentó la esposa, poniéndose de pie y cruzando los brazos.

—Sería adecuado —respondió el otro, tan recto como siempre.

El ambiente enrarecido sólo lograba hastiarlo y a pesar del poco tiempo pasado en aquella casa, todo en general empezaba a resultarle asfixiante. De repente algo llamó su atención y le invadió algo de frescor.

—Podría cocinar —una vocecilla tímida sonó desde el último escalón—. Hola, mamá, Kohaku, papá…

Takumi estaba allí, llenándolo todo con su frescor. Vestida con una camisa blanca abotonada de manga tres cuartos y una falda negra plisada parecía —según Kohaku— más inocente y pura que nunca. Además, no tenía nada de maquillaje y aun así se la veía muy guapa. Sin duda, a pesar de no ser su tipo de mujer ideal, Takumi Hoshina era una chica con la que no dudaría ni un segundo eso de llevársela a la cama.

— ¿Estás segura, Takumi? —Le preguntó Kaede a su hija, avanzando hacia ella y poniendo ambas manos en sus hombros. — No te sientas obligada, cariño, pensábamos comer fuera.

—No, mamá, yo haré la comida dentro de un rato. Sólo sentaos y traeré algo de té —Sonrió a pesar de no tener ganas de hacerlo y por primera vez miró a su padre directamente a los ojos. Ahí estaba él, con su porte firme, su cabello castaño algo largo y aquellos atemorizantes ojos grises. No era el de la otra noche; el de aquella vez parecía un extraño.

—Puedo ayudarte si quieres.

—No, solo siéntate.

Takumi se dirigió a la cocina, en la que, después de llevarles el té, se recluyó casi toda la mañana. Realmente necesitaba estar sola y hacer algo que la distrajese.

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Mientras la pequeña de la casa estaba entre fogones, tres personas conversaban —podríamos decir amenamente, pero no era tan así— en la salita de estar mientras tomaban el té.

—No sabía que Takumi sabía cocinar —comentó Kohaku, no viéndolo tan raro pero sí con algo de sorpresa.

Cada vez le veía más cosas buenas a aquella chica contrarrestando aquella timidez suya. Sin embargo, tenía que centrarse en el plan que tenía con Chihiro para tratar de averiguar algo de esa familia. Obviamente, algo sucio. Y sobre todo, recoger pruebas de ese hecho. Iba a ser difícil, pero podía lograrlo si la fortuna estaba con él.

—Yo tampoco lo sabía —la que habló ahora fue la madre—. Pero creo que la enseñaron en el colegio, así que mal no lo debe hacer.

—Confío en que no cometa una desgracia en la cocina —habló el padre agriamente, poniendo una significativa mueca en sus labios.

La conversación quedó varada en esa frase, no quedando mucho que decir. Takumi dijo que iba al baño, Kohaku se levantó y dijo que iba a la cocina para ver cómo le iba a su prometida y Yashamura subió arriba para hablar con su sobrino.

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Kohaku entró en la cocina con parsimonia, sin alertar a Takumi, que estaba removiendo una sopa que esparcía un aroma especiado por todo el lugar. Se fue acercando sin alertarla, tanto, que cuando ella se movió y descubrió que allí había alguien aparte de ella, dio un gracioso bote y casi tiró la olla.

—Kohaku, me has asustado —la voz de Takumi sonó espantada por un momento.

Kohaku Kimura se quedó mirándola por un segundo. Con ese delantal y el pelo recogido se le veía muy diferente a otras veces: —Lo siento —Rio él, apartándose un poco—. Sentía curiosidad por ver qué cocinabas.

—Es una sorpresa —Takumi sonrió entonces, misteriosa.

—Mmm… —Pareció pensárselo— ¿No me puedes dar ni una pista?

—Ninguna, y más vale que te vayas o no será ninguna sorpresa.

—Muy bien, como quieras —la miró de nuevo, divertido.

Kohaku avanzó hasta la puerta y salió, volviendo a cerrar después.

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Yashamura Hoshina  golpeó la puerta de su sobrino dos veces y esperó respuesta.

— ¿Quién es? —Oyó la voz de Eichi en el interior.

—Voy a pasar —Respondió el hombre.

Eichi se crispó mientras veía como el pomo giraba y se relajó un poco en cuanto supo que era su tío.

—Quería hablarte de algo, Eichi.

—Adelante.

La habitación estaba bien ordenada, cada cosa estaba en su lugar y Eichi se situaba en el escritorio, delante de su portátil, probablemente trabajando en alguna materia.

—Supongo que recuerdas el espectáculo que di ante ti la otra noche —Parecía arrepentido, pero Eichi le conocía lo suficientemente bien como para saber que no era así.

—Ajá —Eichi movió la cabeza afirmativamente.

Yashamura Hoshina tomó asiento en la cama de Eichi, de espaldas a él, apoyando ambos brazos tras él y tomando una pose mucho más relajada.

—Eres mi único sobrino, siempre he querido tener especial cuidado contigo —El chico casi ni le prestaba atención mientras hablaba—. Tiempo después de que tu padre muriera, te acogí en mi casa… —Ahora Eichi le miró de reojo, a ver qué se le ocurría soltar—…Quiero que sepas algo: Siempre te he querido como a mi propio hijo y me gustaría que algún día tuvieras parte de la empresa. Puede que no lo comprendas ahora, pero… no creo suficientemente fuerte a Takumi para soportar un cargo como el que tenía pensado darle.

Eichi Hoshina no podía creer lo que estaba oyendo. Su tío le estaba diciendo que le cedería todo a él en un futuro… ¿Acaso había perdido el juicio?

—Pero Takumi es tu descendiente —Contestó el chico— No puedo quedarme algo que no me pertenece por ley. Es ilegal.

—No si ella renuncia, y no dudo que lo haga.

Eichi Hoshina se dio la vuelta para mirarle a la cara; quería constatar por sí mismo que su tío estaba hablando en serio. Para él, Yashamura Hoshina era un tipo despreciable que no cedería su asiento ni siquiera a un anciano. No compartía su dinero con nadie, no era amigable, no era buena persona. Desde que tenía uso de razón, sabía que su padre, su madre y él mismo habían vivido en la mediocridad, en un piso pequeño pero acogedor donde eran más o menos felices. Después su padre enfermó de repente: Cáncer de pulmón. Cuando quisieron pedirle ayuda a su tío Yashamura en el tratamiento les había tratado como basura. Aún recordaba a su madre llorar ante su puerta mientras él, con catorce años en aquel entonces, veía como la puerta se cerraba en sus narices. Después, su padre murió tras tres metástasis en riñones, hígado y finalmente corazón. Su madre no pudo soportarlo y tiempo después, al volver un día del colegió la encontró muerta en el suelo de la cocina. Dijeron suicidio, pero él supo que había muerto de pena… Después de recordar aquello, Eichi salió de ese inciso de su vida para volver a escuchar a su tío.

—Eichi… —Empezó—…debes entender que tu prima es una mujer que estará casada en muy poco tiempo —Sonrió de medio lado mostrando su dentadura perfecta—. Lo único que le preocupará en un futuro será cuidar de su esposo e hijos. La sacaré de la Universidad dentro de poco y podrá ser una esposa en toda regla. Probablemente renunciará a su cargo y para que tenga una buena vida, Kohaku Kimura seguirá trabajando para la empresa de por vida. Está todo planeado para ella, no tendrá que preocuparse por nada.

Las sienes de Eichi palpitaron por la ira que comenzaba a invadirle… ¿Quién era su tío para elegir el futuro de los demás? Cada uno tenía lo que se buscaba y también lo que quería. Él quería salir de esa lata de sardinas que era la mansión Hoshina, Takumi no sabía lo que quería, Kaede quería dejar a ese cabrón que tenía por marido y a su vez, Yashamura Hoshina solo quería poder, modernidad, riqueza, mujeres… Y no entendía que no podía abarcarlo todo de una vez. Podía no soportar a su prima pero no quería eso para nadie, ni para él mismo.

—No sé si quiero un puesto que pertenece a mi prima —Dijo, sinceramente—. De todas maneras, me gustaría irme a otra empresa cuando acabe la carrera. Quizá tengas que buscar a otro, tío Yashamura.

La cara del cabeza de familia emblanqueció de repente ante aquella contestación y su expresión pasó de afable a ceñuda en centésimas de segundo. Se dio prisa en contestar. No quería discusiones con aquel tonto que no sabía apreciar las oportunidades.

—Mira, cuando llegue el momento la harás renunciar… —Se levantó y le dio varios toquecitos en el hombro mientras él le miraba desde la silla—…verás que es más que necesario para que lleves nuestra empresa en el futuro. Y ante todo quería disculparme, Eichi. Espero que no me tomes muy en cuenta lo de la otra noche. No era yo mismo. De todas maneras, te doy las gracias por pararme.

—Muy bien —Eichi miró a la pantalla directamente.

—Voy abajo, espero que después nos acompañes en la comida —La puerta se cerró tras él con un sonido seco.

Eichi crujió los nudillos. Quizá, si su tío le hubiese mirado a los ojos, la muerte habría caído sobre él con todo el odio que destilaban.

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Tocaban las doce de la mañana cuando, suspirando, salió de la cocina. Al fin, después de casi dos horas preparándolo todo —cocinar los alimentos, preparar la mesa y todos esos pequeños detalles— había terminado su tarea. No por algo se había comprometido a hacer una buena comida aquel día. Quizá no era para tanto pero se había esforzado mucho ese día para que todos se sorprendiesen. No quería decepcionar a ninguno de los presentes.

Poco a poco, la muchacha fue trasladando desde la cocina un sencillo banquete, constituido por algunos platos típicamente japoneses. Sobre la una de la tarde, todos se sentaron a comer lo que había preparado Takumi. A Kohaku se le pusieron los ojos grandes al ver tantos platos tan bien preparados. Sólo en los caros restaurantes a los que iba servían ese tipo de comida, y en muchos las raciones eran muy pequeñas. Al contrario, estos platos eran de lo mejor, en donde todos los alimentos estaban en su punto de cocción y la presentación era totalmente adecuada. Realmente, Takumi Hoshina tenía mucho talento en la cocina.

—Parece que Takumi será una muy buena cocinera —La alabó Kohaku mientras saboreaba los exquisitos manjares que ella había preparado— Esto está muy bien hecho. Se parece a lo que solía cocinar mi madre.

La joven se sonrojó un poco por la vergüenza pero lo que más la sonrojó fue el comentario de su primo, que en ese momento aparecía en el comedor y se sentaba justo delante suyo.

—Ella lo hace "todo" muy bien —Su sonrisa inmaculada disfrazaba la burla. O eso creía Takumi, pero esta vez él no se había propuesto molestarla. Bueno, quizá un poquito sí.

Yashamura miró extrañado a su sobrino, Kaede abrió los ojos desmesuradamente mientras se llevaba un bocado a la boca y Kohaku entreabrió los labios con sorpresa. Pero Takumi, ella estaba tan roja que podría haber pasado por un tomate si se lo hubiese propuesto. Quiso borrarle aquella estúpida sonrisita de la cara, por eso, con toda la rabia de la que se creía capaz, le atizó una patada por debajo de la mesa, patada que nunca llegó a su destino —la espinilla de ese idiota— y en vez de poder soltarse con normalidad, su pierna quedó sostenida por el par de Eichi.

— ¿Qué quieres decir con eso, Eichi-san? —Preguntó Kohaku muy interesado, dirigiéndose por primera vez a él desde que se encontraba allí.

— ¿Qué te crees, Kohaku-san? —Sonrió—. Yo también he tenido oportunidad de probar la "buena comida" de mi prima.

Kaede casi se atragantó con lo que comía, echándose después a reír, y Yashamura miraba a Eichi como si se tratase de un marciano. Kohaku tardó un poco en pillar de qué iba la cosa y Takumi estaba tan roja ahora que se podría haber comparado con el escenario de una película gore. Su cuerpo temblaba imperceptiblemente y habría salido volando de allí a no ser por la pierna de Eichi, que sujetaba la suya como si de otro de sus apéndices se tratara.

—Lo siento, pero tengo que ir al baño —se disculpó Kaede, tapándose la boca con ambas manos para evitar otra carcajada.

"¿Cuántas malditas veces ha ido ya al baño hasta este mediodía?" —Maldijo Yashamura Hoshina para sus adentros. En todo el día, su esposa no había parado de ir al baño y no entendía muy bien el por qué. Ciertamente, a pesar de querer dejarla, le molestaba que no estuviese presente al hablar de ciertas cosas. Aquello se estaba volviendo una comida un tanto estúpida, y él aún no se había llevado un bocado de aquellos alimentos la boca.

Kohaku se quedó mudo por un momento, notando muy irreal toda aquella situación.

— ¿He dicho algo malo? —sonrió Eichi con fingida inocencia.

—Supongo que todos somos un cúmulo de malpensados —respondió Yashamura, calmándose un poquito al comprender su error.

Ciertamente, Eichi estaba cabreado por la conversación con el viejo arriba, así que no se podía esperar en él el mejor humor —y tampoco es que alguna vez estuviera de buen humor— sino más bien que quisiera liarlo todo un poco más.

Entre estupidez y estupidez, a Kohaku se le cayó el tenedor al suelo y no teniendo más remedio que cogerlo, agachó la mitad superior de su cuerpo para buscarlo. Prestó atención al brillo metálico del metal bajo la mesa y sus ojos se detuvieron en el camino, llamándoles la atención algo aún más importante —al menos para él— que un simple tenedor caído: Las piernas de Eichi Hoshina sosteniendo una de las de su prometida, Takumi Hoshina.

Subió la cabeza esperando que aquello hubiese sido sólo una visión, pero al ver aquellas dos miradas pendidas una de otro supo que ahí había gato encerrado.

—Esto sabe muy bien,  tiene razón —oyó decir al cabeza de familia, al tiempo que se metía un trozo de carne en la boca y masticaba. Notó como  pudo haber sonreído ante aquella felicitación por parte de su padre, pero supo que estaba demasiado tensa, mientras que Eichi mantenía una mirada calculadora en ella.

“Hay algún secreto entre esos dos…” —Se dijo Kohaku al vislumbrar aquellas dos piernas unidas por debajo de la mesa—. “…y voy a descubrirlo”.

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—Voy a por el postre —Finalizó Takumi cuando al fin, tras forcejear durante toda la comida con las piernas de su primo, consiguió soltarse. ¿En qué pensaba el muy idiota para hacer esas cosas? No había comido nada y lo peor era que el dolor de estómago había vuelto, y con ello las náuseas.

—Oh, cariño, pero si no has comido nada —exclamó su madre, preocupada—. ¿No estarás enferma?

Eichi miró a su prima sin decir nada notando que estaba más blanca de lo normal, al contrario de hacía un rato, cuando había estado tan roja como la sangre que corría por sus venas. La oyó suspirar una vez más antes de levantarse y dirigirse a la cocina, sin embargo, ella paró un momento para hablarle a Kaede.

—Tranquilízate, mamá. Me encuentro perfectamente —Menuda mentirosa estaba hecha esa chiquilla.

Antes había querido molestarla cogiéndole la pierna por debajo de la mesa al querer ella golpearle. Aquel acto podía parecer infantil, pero se había quedado más que satisfecho con los forcejeos de su prima por soltarse. También le hizo reír su faz enrojecida al decir aquellas barbaridades delante de toda la familia. No se avergonzaba de nada; fue divertido mientras duró.

Por extraño que pareciere quiso levantarse para ayudar a su prima a traer el postre pero alguien más habló: Kohaku Kimura, siempre abría la boca antes que él, incluso en la Universidad había tenido esa fea manía de ser el más inteligente de su curso. Sin embargo, ni siquiera esto consiguió quitarle la idea de ir a la cocina de la cabeza.

—Si me disculpáis, iré a ayudar a Takumi a traer el postre —Kohaku se levantó y se dirigió a la cocina, seguido por la atenta mirada de Eichi, quien aún no terminaba su plato se levantó, argumentando que él también les ayudaría.

—Qué buenos chicos son los dos —afirmó Kaede con una sonrisa en el rostro en cuanto se marcharon—. Por una vez, pareces haber hecho una buena elección con ese Kohaku Kimura.

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Ya en la cocina, Takumi abrió el armario en que estaban los platos, siendo sorprendida entonces por Kohaku, quien entró a la cocina para ayudarla.

—Takumi, me preguntaba si… —Comenzó—…me dirías qué te ocurre con Eichi.

La muchacha se giró, fría como el hielo, preguntándose si Kohaku habría visto lo que había ocurrido debajo de la mesa.

—Eres muy… observador, Kohaku-kun, pero no… —quiso empezar pero algo la interrumpió. Enseguida su expresión se tornó en sorpresa al ver la puerta abriéndose y a su primo entrando por ella.

— ¿Estáis teniendo una buena conversación de enamorados? —Takumi se tensó al oír aquella frase burlona otra vez.

Kohaku Kimura frunció el ceño ligeramente dispuesto a responder con una de las frases por las que Chihiro siempre se salía de sus casillas. Porque, según él, era obvio lo que a Eichi Hoshina le ocurría y aquello solo lo confirmaría. Así que, con todo lo paciente que era, esperó a que Takumi se fuera con los platos y le soltó a su interlocutor:

— ¿Acaso estás celoso, Hoshina? —A Eichi la pregunta le pilló desprevenido— Que yo sepa, nunca te ha importado si una chica se iba o no conmigo. Más bien te la sudaba hasta que yo me encargué de que tu currículum se fuera por la alcantarilla.

—Supongo que no estamos hablando de una de esas cualquieras a las que sueles llamar amigas, sino de la hija de mi tío, más comúnmente llamada "tu prometida".

—Ay, Hoshina, ambos sabemos que odias todo lo que tenga que ver con tu tío. Ya me lo decías cuando ibas a primero y creo que no cambiará nunca. Y ya sabes, del amor al odio hay un paso.

A Eichi comenzó a palpitarle la sien pero trató de mantener la calma. Apoyó ambas manos sobre el mármol y dejó de mirar a su interlocutor por un momento. No creía estar en esa situación otra vez, como tantos años atrás, cuando pasaron de llevarse como dos buenos amigos a rivales y enemigos acérrimos. Todo aquel compañerismo resultó ser una mentira, una fachada por parte de ese estúpido Kimura. Quizá si el muy hijo de puta no le hubiese investigado y amenazado con contar algunos asuntos turbios, ahora no le tendría tanta manía y estaría tan irascible en su compañía… Dejó sus pensamientos arrinconados por un segundo y se dispuso a contestarle.

—Oye… Dime quién mierda te ha dado permiso para hablarme tan familiarmente —Eichi giró la cabeza, clavando en él una mirada de advertencia—. Hace mucho tiempo que no quiero saber nada de ti. Eres una rata traicionera, Kimura, y no mereces ni siquiera estar prometido a una chica como Takumi.

—Ah, ¿y tú sí? —se rio—. ¿Acaso te crees más digno que yo?

Eichi se crispó, pero le respondió con la firmeza que muchas veces no tenía:

—Creo que yo soy incluso menos adecuado que tú —el chico se encogió de hombros mientras Kohaku se pasaba una mano por el pelo—. Anda, hazle un favor a mi prima y comprométete con tu amiguita del alma Chihiro. Deja que Takumi haga lo que quiera sin estar presa a este compromiso sin sentido.

El asombro de Kohaku se asomó por un momento a su rostro, escondiéndose al instante, disfrazada con una sonrisita de "yo lo sé todo". La verdad es que Eichi estaba muy tenso y no podía negar que eso le gustaba.

—Dime la verdad… —Su mohín se acentuó— Te gusta Takumi.

—Me niego a seguir hablando contigo —Hizo ademán de caminar hacia la puerta pero la mano de Kohaku Kimura se posó en su hombro con un golpe seco.

Una variedad de imágenes violentas aparecieron en la mente de Eichi en aquel momento y su reflejo fue girarse y agarrar de la pechera a su interlocutor, quien se quedó muy sorprendido por aquella reacción.

—No vuelvas a tocarme —le advirtió Eichi fríamente—. Nunca más.

Como un torbellino, Eichi le soltó y salió de la cocina, dejando a Kohaku completamente rabioso y fuera de sí.

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Apoyada en la puerta de la cocina, Takumi Hoshina trataba de asumir algunas de las frases inacabadas que había oído. Sin más, ni bien hubo oído todas aquellas palabras salidas de contexto, la puerta se abrió violentamente y fue atropellada por Eichi, que en ese momento salía como alma que lleva el diablo. Él la empujó y ella se aferró a su camiseta tratando de pararle, pero fue inútil, porque sus manos fueron apartadas con brusquedad por las de su primo.

— ¡E-espera, Eichi! —Exclamó cuando le vio dar unas cuantas zancadas y subir las escaleras a toda prisa. Sin mediar palabra con sus padres, que la miraron extrañados, siguió a su primo escaleras arriba con la intención de ver qué le sucedía.

Tenía la intuición de que algo ocurría con Eichi. Y no exactamente algo casual. Subidas las escaleras, corrió por la planta superior hasta parar con sus manos la puerta del cuarto de Echi antes de que se cerrara por completo.

—Eichi, ¿qué te ocurre? —Le preguntó, empujando la puerta.

—Déjame tranquilo —Pidió él, como en un ruego. Takumi jamás había oído su voz tan fuera de sí—. Vete con tu puto novio y déjame en paz.

—Solo quiero saber qué te pasa para ayudarte —Pidió ella—. Por favor, Eichi, quiero entrar.

—Métete tu ayuda por donde te quepa —Pronunció él solemnemente—. No quiero nada tuyo.

Takumi se llenó de rabia con aquellas palabras. Ella solo quería saber qué le pasaba para ayudarlo pero en vez de aceptarla él se distanciaba cada vez más. Odiaba que fuera tan orgulloso. A pesar de que no se llevasen bien, su personalidad era la de ayudar a todo aquel que la necesitase y Eichi no era la excepción. Cerrando los ojos y con todas las fuerzas que tenía, la chica le dio tal golpe a la puerta que ésta se abrió sin un solo quejido de la madera.

Dentro, la cara de Eichi era la de la sorpresa infinita. No había sostenido muy fuerte la puerta porque pensó que ella no le atizaría ningún golpe, pero mira por donde, las cosas a veces cambiaban. Para más sorpresa, su prima entró y cerró la puerta tras ella, quedando ambos encerrados en la intimidad de aquella habitación.

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— ¿Qué les pasa a esos dos? —preguntó Kaede cuando Kohaku, algo acalorado por su última discusión y trayendo la tarta de postre en un plato, se sentó de nuevo en la mesa.

—Pues no lo sé —Mintió—. Creo que han tropezado cuando Takumi entraba en la cocina y ella ha ido a disculparse.

Bueno, muy desencaminado no iba, pero no había contado ni tres cuartas partes de la verdad. Yashamura tomó el cuchillo y cortó un trozo de tarta, poniéndola en un plato para probarla.

—Ah, bueno… entonces ya bajarán —Comentó Kaede, aunque preocupándose un poco. Lógicamente, ver a Eichi tan bajo de ánimos desde la mañana la tenía pensando; y mucho más de lo que creyó en un principio.

Kohaku imitó a Yashamura con la tarta y se dispuso a degustar un trozo de aquel pastel con textura de mousse que no le había parecido muy bueno en un principio. Tampoco es que fuera amante del dulce, pero por una vez lo probaría…

Kaede, al contrario que los demás presentes, no probó ni una porción de la tarta. Por ahora quería mantener el amargo sabor de la preocupación en su boca.

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Por una vez era él quien se sentía acorralado por aquellos ojos gris claro. Fue él, sin embargo, el que abrió la boca el primero para soltar cuatro perlas medianamente bien dichas.

— ¿Por qué cierras con pestillo? —Preguntó Eichi—. ¿Acaso te lo has repensado y vienes a intentar algo conmigo?

Aquel tono pícaro no fallaba ni en aquella situación tan llena de tensión. Siempre él tenía que tener la última palabra; era como una mala costumbre de él muy arraigada. Takumi se sonrojó con aquellas últimas palabras salidas de los finos labios de su primo. Sin querer se estremeció al notar su mirada sobre ella, sin saber que él también se sentía tenso ante la suya.

—No, hombre. No es eso —Contestó, llevándose una mano a la boca—. Solo quería hablar contigo.

—Pensé que nosotros no hablábamos, sino que actuamos sin pensar en lo demás —Eichi se sentó en la cama mentalmente agotado, con una mueca que pretendía ser una sonrisa burlona—. Sobre todo a la hora de jugar.

—Eso lo harás tú —Takumi sonrió serena, pero enseguida se le subieron los colores—. Yo me pienso mucho las cosas antes de hacerlas.

Le vio recostarse y con esa mirada distante le pareció un niño temeroso del mundo que no tiene nada a lo que aferrarse. Su corazón latió con dolor por un momento, pensando en lo que él habría sufrido perdiendo a sus padres y trabajando a tan temprana edad. Se acercó un poco más y tomó asiento en la cama.

—Eichi, yo no quiero… —Sus sentidos la traicionaban—…que te preocupe nada. Quiero estar contigo para lo que haga falta.

—Eres una tonta —Takumi se sintió muy estúpida por un momento—. ¿Acaso no pillas las directas? No quiero nada que venga de ti.

—Ayer no decías eso —Takumi miró para otro lado, sonrojada. Odiaba decirlo, pero aquello que había pasado en el bar sí que le sacaba los colores—. En ese sitio de mala muerte donde me encerraste contigo en el váter, lo estabas pidiendo a gritos.

Eichi se incorporó en la cama y la miró confundido y sorprendido a la vez, siempre con la burla impresa en su voz:

—Parece que confundes el término "ayudar" con el de "follar".

Takumi bajó la cabeza, cubriéndose la cara con ambas manos y apoyando los codos en sus piernas cubiertas por unas finas medias. Parecía un poquito desesperada, y es que, cómo no estarlo teniendo un primo así…

—Me cansas —Le dijo aun sin levantar la mirada—. No se puede hablar contigo seriamente.

— ¿Acaso contigo sí? —Habló Eichi.

— ¡Pues…! —Takumi quiso responderle, pero no le dio tiempo ni a respirar cuando él, de un tirón, la recostó en la cama junto a sí y se puso encima de ella. Takumi se sonrojó inmediatamente y Eichi aprovechó para posicionarse sobre ella de una forma bastante sugerente y en la que nunca habían estado.

—Hoy sí que hay preservativos, así que no puedes quejarte… —Le dijo al oído, sin ningún tipo de pudor—…pequeña pervertida.

—Ay, por dios —Takumi quiso echarse las manos a la cabeza, pero no pudo debido a que Eichi la tenía agarrada por ambas muñecas—. Te digo que no quiero esto.

—No me jodas, no me lo creo —Bajó hasta su oído—. El otro día estabas tan mojada que te habrías corrido sin ni siquiera tocarte si hubiese seguido besándote.

Takumi empezó a sentir un calor increíble subirle por todo su cuerpo al oír aquella frase y como el aroma masculino de su piel era tan embriagante que la llevaba a otro mundo… él tenía ese poder sobre ella: el de transportarla hacia otra esfera cuando la tocaba, como un rayo que traspasa todo cuanto toca.

—No sigas con esto… —Rogó ella, mordiéndose el labio, completamente acalorada— ¿Por qué eres tan… asquerosamente… degenerado?

—Bien que te gusta.

Eichi bajó la nariz hasta su cuello y aspiró su aroma, pasando después la lengua por el mismo punto. Takumi se sintió perdida en aquella caricia. Le molestó cuando paró, pero en cuanto le oyó sus labios se secaron:

—Eso es porque estoy tan obsesionado contigo que te haría mía aquí mismo aunque te quejaras, gritaras o lloraras —En su voz había una baja pasión que le hacía irresistible—. Quiero que te resistas y que me ruegues, Takumi. Quiero eso y mucho más.

Ahora ella temblaba de los nervios que le causaban aquellos ojos fijos en los suyos. Una ola de sentimientos incontrolables les asoló a ambos.

—Solo quería saber… qué te ocurría con Kohaku—Murmuró—. Y siempre acabamos… restregándonos sin llegar nunca a nada más.

—La curiosidad mató al gato, ¿no lo sabías, primita? —Esbozó media sonrisa contra su oreja—. Y eso de no llegar a nada… puede cambiar cuando quieras.

Takumi se lamió los labios para aliviar la sequedad en ellos y Eichi, al notar este acto tan irresistible, los capturó sin avisar. Fue la gota que colmó el vaso, el fin de tantas sensaciones reprimidas que al fin eran soltadas. Quería disfrutar más de aquel contacto, por lo que, liberando poco a poco sus manos, las llevó a rodear su cabeza y enredó sus dedos en el largo cabello de su primo. Aquellos labios se le antojaron tan amargos como la hiel, como si hubiesen pasado por miles de vivencias tristes… Inconscientemente, se apegó más a aquel cuerpo caliente y se excitó al notar la erección de su acompañante contra su muslo. A su vez, él recorrió con una de sus manos una pierna de ella para acabar en el interior de la falda, buscando bajar sus medias y bragas. Llevada por la poca conciencia que aún le quedaba, Takumi se resistió, moviendo sus piernas para así alejar aquellas manos, pero él era más fuerte y grande que ella, y haciendo caso omiso de sus movimientos, consiguió al fin bajarlo todo —falda incluida— de un tirón.

—Eichi… —Pronunció contra sus labios—. No quiero llegar tan lejos.

Posicionó sus manos en aquel pecho fuerte y masculino, tratando de parar aquello, pero fue inútil. Besarse había estado bien, pero no sabía si quería llegar a lo siguiente. Parecía ser que con Eichi Hoshina no existía el término medio.

—Tú te lo has buscado —respondió Eichi, apartando aquellas manos y empezando a desabotonar los primeros botones de aquella camisa tan desdeñosa—. Ahora quiero verte desnuda.

—No —Takumi se protegió el pecho para que no siguiera—. Confórmate con lo que estábamos haciendo.

Eichi se rio ante la decisión en sus ojos pero finalmente cedió. ¡Ni que fuera una virgencita! Pero bueno, pensándolo bien, ella le contó que lo había hecho muy pocas veces, así que él le ganaba en experiencia. La miró un poco: no llegaba a verle nada por el largo de la camisa, pero en cuanto pudiera, le iba a arrancar toda la ropa sin pensárselo.

—Está bien —sonrió pícaro—. Entonces vamos a hacer otra cosa…

Takumi se mordió el labio, avergonzada. ¿A qué diablos se refería con "otra cosa"? Esperaba que se conformara y no se atreviese a hacer nada más, porque si no… No dejaba de preguntarse cómo habían llegado hasta el punto de hacer esas cosas en el lugar menos pensado… Aunque a decir verdad, éste era el sitio más normal en el que "jugaban".

— ¿Qué piensas hacer? —preguntó Takumi, temerosa.

Vio como él se alejaba de ella y se arrodillaba la cama; cuando sus ojos vieron las manos de Eichi bajar la cremallera del pantalón tejano, Takumi ya sabía lo que tenía pensado. Su boca se secó por completo al ver el calzoncillo de su primo grandiosamente abultado.

—Si no quieres que te haga nada, házmelo tú a mí —Su entrepierna se mojó sin querer… Se sentía sucia y tentada cuando estaba con Eichi y él era el culpable por todas las cosas que le había hecho en aquellos meses.

"Oh, dios" —pensó Takumi al darse cuenta de lo que hacía—. "Eichi, ¿qué me has hecho para desear esto así?" —mirándole directamente a los ojos, se arrodilló y gateó hasta él, elevando una mano tímidamente y tocando con precaución su miembro, cubierto aún por la tela negra del calzoncillo. Estaba —según habría pensado Eichi— encantadoramente sonrojada.

"Qué me has hecho para estar así de caliente, Takumi" —la vio bajar la tela del calzoncillo y sobresaltarse al notar cómo aquel trozo de carne latía con vida propia.

Se quiso reír, pero de repente ocurrió algo muy desconcertante: Takumi se cubrió la boca con las manos, se levantó y corrió hacia el baño contiguo a la habitación.

Continuará...~