El diablo de ojos blancos...#Capítulo 12.

—Qué buenas ocurrencias —Pronunció aun riéndose—. ¿Acaso quieres que te dé razones para denunciarme, pequeña? —Me haces daño, Eichi —Susurró. —Pues te jodes —Sonrió—. Te aseguro que cuando le diga a tu padre lo que hiciste en la secundaria, no será exactamente pacífico contigo.

Y aquí les traigo el nuevo capítulo escrito hace un rato, ya que no podía dormir. Espero que lo disfruten y comenten.

Se aceptan valoraciones, ayudas y demás. Pues mi objetivo es satisfacer las mentes y llegar a ser algún día una buena

escritora que pueda mostrar a través de sus personajes lo que quiere sin que sean planos, sino redondos.

Un besazo...~

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Takumi aún se apretaba contra su cuerpo cuando oyó aquellos porrazos. Se contoneaba contra él como si lo hubiese hecho toda su vida, como si no le importasen todos los insultos que había tenido que proferir hasta llegar hasta ahí. Por un momento abrió los ojos, exhausta, preguntándose qué estaba haciendo pero aun así no parando. Hasta que un factor exterior la detuvo del error que estaba a punto de cometer, del cual se arrepentiría toda su vida.

—Chicos, salid de ahí, no quiero problemas con mis clientes –el dueño del bar atizó la puerta del baño con saña—. Vamos, ¡iros a un hotel! Esas cosas se hacen mejor ahí.

Takumi se sonrojó involuntariamente. Eichi paró momentáneamente de besarla para mirar —no sin mal humor— por el rabillo del ojo hacia la entrada del minúsculo cubículo. Ella vio entonces una oportunidad para arreglarse la ropa y alisarse el pelo con las palmas de las manos. Bendijo al dueño por haberles llamado la atención. ¡Menos mal! Quién sabe lo que habría ocurrido si no llega a aparecer… Bueno, ella ya sabía lo que pasaría, pero no puso, o más bien no quiso resistirse. Sintió la mirada de Eichi clavada en ella mientras se subía las bragas.

— ¿Qué se supone que haces? –le preguntó a modo de reclamo, atónito—. Tú y yo aún no hemos acabado.

—Por lo que respecta a mí, sí –comentó, sonrojándose de nuevo—. Además… no tienes preservativos y no quería hacer esto de buen principio, en serio. Tú me obligaste.

Se obligó a no sonrojarse, pero le fue imposible; quizá eso de que la obligó sólo era una exageración. Enseguida, él le contestó.

— ¿Obligar? –sonrió macabramente.

Volvió a acercarse y Takumi tuvo que luchar contra su aroma embriagador, que parecía querer absorberla para llevársela a la más absoluta perdición. Cuando volvió a hablar, de nuevo se encontraba a un paso de aquellos labios, que no hacían más que envenenarla de maneras muy distintas.

—Nada te impidió empujarme, además, se te veía muy excitada mientras te metía los dedos, ¿no es cierto que no te has podido resistir?

Ella abrió mucho los ojos y le miró entre ofendida y sorprendida, deshaciéndose de su abrazo. Abrió el pestillo mientras Eichi aún se acomodaba la ropa y corrió todo lo que pudo. Éste, a su vez, salió del cuarto de baño rápidamente y voceó al dueño que se lo apuntara en la lista. Salió a la calle, distinguiendo su mata de cabello negro cerca del coche. Caminando a paso seguro, recorrió la distancia que les separaba y él la tomó con delicadeza el brazo izquierdo. Aun así, ella no se giró.

Con un nudo en la garganta, Takumi bajó la mirada para no tener que enfrentarse a sus sentimientos de rabia. Quería guardarlos en lo profundo de su corazón y abandonarlos allí, a su suerte. Pero por más que trataba, no conseguía quitarse una pregunta de la cabeza: ¿Por qué siempre él se tenía que burlar de ella y hacerla sentir un simple objeto de deseo?

— ¿Me piensas contestar? –el tono de Eichi no mostraba amabilidad alguna.

Por primera vez en su vida, Takumi no pudo frenar su rabia y se sinceró.

—Yo también tengo necesidades, ¿sabes? –empezó en una tímida y rabiosa voz baja, mientras se giraba y le miraba a los ojos.

En cuanto hablaba, varias lágrimas corrían por sus mejillas; lágrimas de vergüenza, rencor y rabia. Eichi abrió los ojos más de lo común, sorprendido por sus palabras y su expresión. Aunque enseguida se repuso.

—Cómo esperas que después de tanto hostigarme, tocarme y acosarme no sienta nada cuando tú me haces esas cosas. Tendría que ser de piedra.

—Vamos, no hagas tanto drama —Eichi habló sin reprimir su orgullo o su sonrojo—, ambos sabemos que te queda mejor la cara de mosquita muerta.

—Te  lo ruego, no me insultes y haz el favor de llevarme a casa –Le pidió—. Quiero hablar con mi madre de lo que sea que quiera.

Su primo no la increpó más; con una sonrisa perversa, se dijo que ya tendría tiempo en el interior del coche. En realidad, hacer que aflorara el enojo de su prima era una de sus aficiones predilectas. Con pasos vacilantes abrió la cerradura del automóvil y se introdujo en él. Ella le imitó. Iniciaron el camino de vuelta a la mansión Hoshina sin prisa pero sin pausa, ella queriéndose olvidar de lo que había estado a punto de ocurrir en el baño, y él queriendo que hubiese pasado, quizá para olvidarse de ella finalmente o pasar un buen rato. Ni tres minutos después de subirse al coche y arrancar, tuvo otra vez ganas de molestarla, así que le preguntó lo primero que pensó que la increparía, y que había sido un tema habitual hacía menos de un mes.

—Cuántas veces te follaste a ese amiguito tuyo en el internado, ¿eh, primita?

El tono de su voz denotaba sarcasmo; su mirada fija en el asfalto. Aburrido porque aún no contestaba, encendió el casete, en el cual empezó a sonar una melodía conocida.

— ¿No crees que podrías usar un lenguaje más adecuado? –Le preguntó ella sin ningunas ganas de hablar.

—Venga, ¿cuántas? –Volvió a las andadas— Si me respondes dejaré de preguntarte.

—Está bien –accedió la joven, más bien para que dejara de fastidiarla que para otra cosa—: Una.

Eichi se echó a reír sin control. Takumi se sonrojó al instante, furiosa pero sin ganas de armar un escándalo. Debería haber sabido que él reaccionaría así, pero de todas maneras, era muy raro verle reír de aquel modo.

— ¿Una? –Arguyó— Ya me extrañaba a mí que fueras tan estrecha.

Ella enrojeció. No sabía exactamente a lo que se refería, aunque se lo imaginaba.

— ¿E-Estrecha en qué sentido?

—Ya sabes… –Eichi se introdujo el par de dedos con que la había "acariciado" antes en la boca, lamiéndolos—…en ese lugar. Aunque tendría que decir que también eres el otro tipo de estrecha; doblemente estrecha –Rio.

— ¿Pero qué dices? –Exclamó, alterada—. Si ni siquiera has…

—Ya habrá tiempo para eso y para más, primita –que maliciosa expresión usaba en ese momento—. Después de todo seguimos viviendo en la misma casa.

—Eres un descarado.

Takumi no se dio cuenta de que había llegado hasta que su primo aparcó el coche y apagó el motor, abriendo su puerta. Ella también se dio prisa en salir, queriendo entrar en la casa lo más rápido posible.

—De verdad no sabes lo que has hecho –Sonrió al salir del coche—. Nos vamos a divertir mucho esta noche, y las siguientes.

—No pienso dejar que entres –Ella le miró mal, saliendo también y dejando que él metiera la llave en la cerradura y pusiera la alarma—. Cerraré con pestillo todas las noches.

—Lo arrancaré –Se acercó a ella, aunque Takumi le evitó a toda costa, pasando por un lado y caminando rápido a la casa.

—Lo volveré a poner —objetó, dándose la vuelta— Una y otra vez.

—No vas a librarte de mí tan sencillamente –el viento otoñal mecía su cabello—. Siempre consigo lo que quiero, y esta vez quiero tu cuerpo. No dudes que lo conseguiré, Takumi Hoshina.

Tocada y hundida. Takumi se puso más roja que un tomate maduro y se metió en casa corriendo, atravesando el recibidor, metiéndose al cuarto y cerrando con pestillo. Se tumbó en la cama con el corazón exaltado. Todo había ocurrido tan rápido que no sabía cómo tomarlo. Hundió la cabeza en la almohada, confusa y excitada. Tragó con dificultad, sintiendo un hormigueo por donde antes habían estado las manos de su primo. No quería sentir eso, pero era difícil, tan complicado que no entendía por qué ahora sus manos viajaban hasta sus bragas y recorrían su intimidad con delicadeza, tocando por lugares insospechados y que la subían al paraíso. Podía imaginarse estando con él aunque fuese un degenerado, sujeta por sus manos fuertes, y embriagada por su olor.

Siendo completamente suya.

—Takumi, cariño, ¿estás ahí? –la voz de su madre en el pasillo interrumpió sus divagaciones, así como sus manos abandonaron su entrepierna.

—Sí… —se aclaró la garganta y trató de ponerse seria—…sí, mamá.

— ¿Puedo entrar? –Takumi se incorporó y peinó con sus dedos algunos mechones de su cabello.

—Claro –sonrió en cuanto la vio entrar y cerrar la puerta tras de sí.

—Necesito hablar contigo, cariño –Le sonrió—. No sé si Eichi te lo dijo…

La muchacha enrojeció, embaucada por los últimos recuerdos de Eichi. La verdad es que las cosas entre ellos habían cambiado hasta un punto insospechado. Kaede se acomodó a su lado en la cama, moviendo las piernas, como si estuviese nerviosa.

—Sí, me dijo –respondió—. ¿De qué se trata?

—Verás, Takumi… —Pronunció quedamente—…voy a divorciarme.

&

Eichi se metió en el baño alterno a su habitación, dispuesto a tomar una ducha para quitarse el calor que le producía el dichoso refregón con su prima. Se podía decir que se había quitado un peso de encima, aunque se había echado otro a las espaldas. Y uno muy pesado. Esperaba que el agua helada solucionase en parte lo que ella había creado con su cuerpo: lo había dejado totalmente encendido, de pies a cabeza, y gozaba al pensar que quizá hasta que no cumpliese aquel deseo de poseerla que tenía, no lograría deshacerse de aquella calentura que le premura, se deshizo de su camisa, dejando al descubierto su pecho fornido y sin mácula. A esto le siguieron los pantalones y los calzoncillos, que cayeron al suelo sin que su dueño se molestase en recogerlos. Eichi abrió el grifo del agua helada y entró a la ducha, temblando ligeramente al notar el líquido por su cuerpo. Era una sensación bastante desagradable y prefería en gran medida la caliente, pero no sería un estorbo si así conseguía quitarse el calentón. Salió al cabo de cinco minutos, aún acalorado, que ya era mucho decir en él. Para ser aquella época del año —otoño— algo malo debía estarle ocurriendo.

Lo pensó mejor: lo que en realidad le ocurría era ella.

Takumi era el único motivo, era como una enfermedad que le carcomía la mente y el cuerpo. Un mal que le hacía sentir y ver cosas que no existían.

Ella era la personificación de su poca sanación mental, y él la deseaba más que nunca.

&

Después de toda una tarde intentando estudiar —porque ni siquiera había conseguido concentrarse en eso tras los hechos ocurridos aquel día— a Takumi la cena se le hizo pesada. Concretemos: muy pesada. Podía sentir, desde su izquierda, las miradas de reojo de su primo; aunque ella trataba por todos los medios mirar a su madre, que comía tranquilamente en un lado y le daba una mínima muestra de serenidad que le iba muy bien en su estado.

A parte de algún que otro problema, no podía dejar de pensar en la conversación que había tenido esa tarde con su madre, la cual le había marcado profundamente. Trató de concentrarse en ella, olvidando momentáneamente de lo que ocurría en aquel comedor…

FLASHBACK:

"—Takumi, voy a divorciarme de tu padre —Habló—. Son demasiados años sin amarnos ya. No puedo aguantar más.

Su madre se acomodó mejor en la cama y acarició levemente su hombro, reconfortándola. Kaede Hoshina sonrió. Había suavizado su tono; no quería que Takumi supiera ciertas cosas que ocurrieron en el pasado. No quería manchar aún más el nombre del padre de su hija, y que ésta acabara despreciándole por su culpa. Podría odiarle muchísimo, pero no quería lo mismo para su niña. Pasó un rato para que Takumi se atreviera a tomar la palabra, pues antes había tenido que repensarlo mucho:

—Pero mamá —Su voz se presentía débil—, hay más maneras; ¿por qué no vais a terapia de pareja? Hay buenos psiquiatras actualmente que ayudan a solucionar problemas de pareja.

Kaede miró sorprendida a su hija, aunque luego suavizó su expresión. Quizá no comprendía perfectamente sus sentimientos, pero algo sí que tenía claro: ella no quería perderles; se aferraba a ellos con insistencia, pues en doce años no los había tenido, y ahora que irremediablemente les perdía, le sugería a ella cosas que creía imposibles. Era muy cierto que ella ya no quería nada con su marido, y por eso mismo se lo recordó.

—Cariño, siento decirte que tu padre no atiende a razones —Argumentó—. Ni siquiera me escucha y no quiero tener que odiarle más de lo que lo hago. Creí que eras una de las primeras personas a las que se lo tenía que decir.

Takumi tragó saliva, angustiada, tratando de entender a su madre. Debía ser comprensiva, no ceder a sus propios deseos egoístas y pensar en su bienestar. Si bien a veces sentía que no la conocía demasiado y era totalmente cierto, no podía dejar de pensar en que ella merecía bienestar en su vida, como toda mujer que se precie. Y por eso, no cediendo a sus deseos de no perderles, le dio a su madre aquella oportunidad

—Sé que él me hizo daño, pero yo le quiero, mamá, es mi padre —Prosiguió la joven—. A él y a ti. Por eso, si vais a ser más felices separados, lo aceptaré.

—Claro, mi niña —La abrazó y Takumi se aferró a ella como nunca antes".

Salió de sus pensamientos al notar una mano sobre su muslo, justo por debajo de la mesa. Vio a su madre, que seguía concentrada en su plato, y de reojo a Eichi, para descubrir que éste le sonreía ligeramente, dándole miedo. Notó aquella mano subía por su muslo hasta llegar casi a su zona sur, parándose allí y jugueteando con dos de sus dedos, como si fuesen un par de piernas diminutas. Takumi se sonrojó violentamente, pero no se movió y siguió comiendo, totalmente alucinada, ignorándole por si acaso así la dejaba en paz.

La verdad es que no quería que su madre se enterase de lo que ocurría debajo de la mesa; habría sido la peor vergüenza sufrida en mucho tiempo. Takumi seguía esperando que aquella mano se fuese de ahí, pero sus nervios se henchían, puesto que no se iba. Fue un momento después cuando su madre se levantó de la mesa llevándose su plato con ella, excusándose porque se sentía mal. Takumi trató de decir algo, huir, pero la mano firme de su primo no la dejó escapar, reteniéndola a su lado. Takumi asistió, pasmada, a su falta de valentía para salir de allí corriendo. Pero tenía demasiada vergüenza y él pareció aprovecharlo para forzarla a ceder a sus deseos.

En cuanto no oyó más ruido, ni de Kaede ni de nadie, Eichi le habló al oído a su prima.

— ¿Qué tal si seguimos ahora que se ha ido tu mami, eh, primita? —Alcanzó a oír antes de que la mano del joven abandonara su posición y agarrase su mano izquierda.

—Te dije que no quería nada más. Por favor, Eichi… déjame en paz.

Angustiada, hizo el amago de levantarse, pero él la arrastró de nuevo a sentarse y deslizó su mano, trasladándola hacia él, más específicamente a su parte baja. Lo que allí notó la hizo dar un bote: algo duro bajo la tela, erecto, palpitante y caliente se palpaba a través de la tela del pantalón. Trató de retirar la mano, pero el agarre de Eichi era demasiado fuerte, por lo que sus labios temblaron imperceptiblemente y le dirigió una mirada de pánico.

— ¿Y por qué debería? —Preguntó y agregó después—: Quiero que abras la cremallera y lo toques.

—No quiero.

— ¿Ah, no? Venga, será que no te gustó lo que te hice en los lavabos—Takumi se sonrojó violentamente y Eichi recurrió al juego sucio—. He estado pensando largo rato en lo que pasaría si no te gustase y entonces me he dado cuenta que tu padre va a enterarse de muchas de las cosas que ha hecho su hija antes del matrimonio. Sabes, tu padre…

—Eres una mala persona —Takumi abrió los ojos con premura, sabiendo a qué se refería y sus nervios aumentaban a cada segundo. Sus labios no pudieron contenerse y empezaron a temblar—. E-eso sería muy sucio de tu parte y no creo que lo hagas.

Estupefacta, se dio cuenta que estaba tartamudeando. Antes de lo esperado, Eichi volvió a hablar.

—Puedo recordar lo que te hizo tu padre por estar enfadado con tu madre —Prosiguió con su amenaza—. ¿Imaginas lo que te hará cuando esté realmente enfadado contigo?

Eichi la miraba expectante, esperando que se quebrara de un momento a otro y cediera a sus deseos. Ciertamente le encantaba torturarla con sus palabras amenazantes; disfrutaba cada segundo cuando su prima le miraba como un cordero degollado. Quería tenerla; esa era su meta por hoy. Pero, contrario a lo que pensó, Takumi se enfrentó a él, dispuesta a decirle lo que pensaba. Eso era tan contrario a su carácter, tan extraño; aunque a pesar de eso había estado ocurriendo

—No volverá a hacerlo. Realmente, no creo que él sea así —conjeturó, alisándose la tela del pantalón con la mano derecha. Verdaderamente quería olvidar lo que estaba tocando con la otra mano.

—Oh, vamos, no lo excuses —Eichi se levantó de la silla, sonriendo—. Por muy padre tuyo que sea no tiene derecho a pegarte, sin embargo, te aseguro que si no haces lo que digo se enterará de muchas cosas que has hecho.

—L-Lo mismo digo yo de ti —habló furibunda y agregó con un murmullo—. No tienes derecho a decirme que te haga esas cosas cuando yo no las deseo. Y yo puedo contarle cosas que has hecho tú y que no son… exactamente buenas.

Eichi se rio en su cara, como si su prima hubiese dicho algo muy divertido.

— ¿Me estás amenazando, primita?

La duda en los ojos de Takumi se acrecentó, pero estaba decidida a dejarle las cosas claras.

—Sí —Afirmó rotundamente.

— ¿Y con qué más me amenazarás? —Le preguntó expectante.

Takumi podía notar aquella mirada fría sobre sí. Pronto sus manos también temblaron por el nerviosismo, pero no por esto paró de hablar.

—Si sigues así, en vez de con mi padre hablaré con la policía —una chispa iluminó los ojos de su primo; una de furia silenciosa—. No he estudiado mucho de leyes, pero… —dudó al acabar su frase—. …por acoso seguramente tendrías una orden de alejamiento y una multa.

Pronto las carcajadas de Eichi resonaron contra sus oídos, una risa antinatural que le resultó horrorosa. El agarre en la mano de Takumi se volvió muy fuerte y ella gimió débilmente al notarlo, asustada pero sin atreverse a levantar más la voz.

—Qué buenas ocurrencias —Pronunció aun riéndose—. ¿Acaso quieres que te dé razones para denunciarme, pequeña?

—Me haces daño, Eichi —Susurró.

—Pues te jodes —Sonrió—. Te aseguro que cuando le diga a tu padre lo que hiciste en la secundaria, no será exactamente pacífico contigo.

— ¿Crees que lo será contigo cuando se entere de tu lío con mi madre? —le preguntó, aún sonrojada por aquel tacto.

—Te dije lo que te pasaría si decías algo, y mi amenaza sigue en pie —Rebatió—. Además, creo que no te conviene. No creo que quieras que tu madre salga dañada en este asunto. Incluso podría ir a la cárcel, ¿sabes?

La muchacha tragó saliva. No quería eso para su madre. Eichi la tenía entre la espada y la pared. Una mueca de disgusto se dibujó en su rostro y su primo vio la oportunidad de torturarla una vez más.

—Vamos, abre el cierre y tócala —Una sonrisa sugerente se dibujó en su boca.

—De veras no quiero —Su voz al borde del llanto— ¿por qué me obligas?

—Así van las cosas: tú te portas mal conmigo y yo también contigo.

—Te odio.

—Gracias, Takumi.

Su mano se dispuso a abrir el botón del pantalón tejano, para luego bajar el cierre y notar la calentura que embargaba aquella parte tan sólo recubierta por el calzón. Ante la fuerza que profesaba la mano de Eichi a la suya y aguantándose las ganas de llorar, tocó con más ganas, notando la prominencia de lo que había allá abajo.

—Sácalo.

La joven se mordió el labio ante esta orden. No quería hacerlo, no estaba dispuesta a ceder ante amenazas. Las lágrimas se amontonaron en sus ojos pero ella puso todo su empeño en no dejarlas salir.

—Sólo has dicho que toque.

—Pues ahora quiero que la saques —Agregó—. Y si quiero, haré que hagas otras cosas aparte de tocarla.

Takumi se puso lívida y tragó saliva. No podía creer que le estuviese pasando eso a ella, que estuviese sujeta a amenazas para hacerle aquello a un chico. Incluso el chico con el que perdió la virginidad, aunque le hiciese mucho daño años atrás, tuvo más decencia que él a la hora de realizar prácticas sexuales como esas —porque sí, las habían hecho—. Giró la cabeza dispuesta a no mirar y su mano izquierda destapó la tela que cubría sus partes nobles. Su miembro erecto reaccionó cuando ella lo tocó.

—Acaríciala, no muerde —Lágrimas se amontonaron en sus pupilas, y de espaldas a él, se liberaron poco a poco.

Se sentía tan impotente ante aquella amenaza. No quería que le dijese nada a su padre; no quería decepcionarlo en nada; no quería que tuviese motivo para pegarle una vez más. Obedeciendo, acarició la punta, redondeándola con el pulgar. A continuación, rodeó con la mano todo su pene y bajó y subió lentamente. Mientras, notaba como él respiraba más agitado, pero sin perder la compostura.

—Quiero que mires mientras lo haces —Eso iba a ser difícil para ella. Intentó evadirlo, acariciando su punto de placer y esperando que olvidara su orden. Pero no fue así. Rápidamente, notó como le retiraba la mano y la acercaba a él arrastrándola de su silla. Tuvo que ahogar un grito al notar su cuerpo contra el de él.

—Mira mientras lo haces —Repitió—. Y no llores más.

Las lágrimas fluyeron por sus mejillas al tocar nuevamente su pene: era de una medida considerable y estaba completamente erecto, esperando que alguna mano experta jugara con él. Siguió callada y desvió la vista, sonrojada, esperando que él no viese que estaba evitando mirarlo.

—Ya veo que no te gusta demasiado tocar —Comentó—. Métetelo en la boca, Takumi.

Sus ojos se abrieron con sorpresa y miedo.

—Me das asco —Gimió—. Me has dicho que toque, no que haga nada más.

—Si no negaras que te gusta, esto sería más fácil y no tendría que amenazarte para que acabes lo que empiezas —La frase sonó forzada.

—Sabes, es al contrario, cada vez me das más asco —La amargura de sus palabras se hizo presente en la habitación, inundándola—. Como se nota que no entiendes cómo me siento, como se nota que nunca han abusado de ti. Ojalá te ocurriera lo mismo, Eichi, quizá así entenderías cómo se siente lo que me haces.

La expresión de él se volvió de piedra, no había esperado que su prima le dijese eso. Sobre todo por los recuerdos que le abordaron y le hicieron temblar de rabia.

—Si supieras lo que he sufrido, temerías por lo que puedo llegar a hacerte.

—Sí, claro —aprovechando aquella rabia que llenaba a Eichi, se apartó de él, levantándose y yendo directa a las escaleras—. Ves cómo me río, idiota. Eso no te lo crees ni tú.

Takumi reía como nunca lo había hecho, burlándose de aquel cabrón. Pero pronto la risa se convirtió en un llanto desesperado, y sus lágrimas en gritos de furia. Estaba descontrolada. Eichi no dijo nada, sólo avanzó hacia ella como un robot, hasta alcanzarla del pelo y arrastrarla por las escaleras mientras se quejaba, lloraba e intentaba golpearle. Ya en el pasillo de arriba, ella pudo golpearle con más facilidad con ambos puños en el pecho, en el rostro, donde alcanzó. — ¡Te odio! —Lloró con fuerza, liberándose de su ira—. ¡Ojalá te murieras aquí mismo y me dejaras en paz!

En un descuido de su primo, Takumi salió corriendo de entre sus manos y fue directa a su habitación, cerrando la puerta con pestillo y sentándose contra la puerta. Suspiró con pesadez: el día siguiente iba a ser complicado, muy complicado. Respiró con pesadez, tratando de calmar el ritmo acelerado de su corazón. Por su bienestar, esperaba que su primo no le dijese nada a su padre, y tampoco que intentase arrancarle el pestillo de cuajo.

Se levantó y se tendió en su mullida cama, esperando que la noche acabase lo más pronto posible. Así al menos no sentiría tanto temor.

&

Ya en su habitación, Eichi se tendió en la cama pensando en todo lo que le había hecho a su prima. Se felicitó. A cada rato, la tortura para ella aumentaba, pero esta vez le había dado un motivo; un motivo que el triplicó por cinco. Y es que sus vivencias de adolescente no fueron las mejores. Trabajando en clubs de mala muerte, recibiendo sexo a cambio de dinero, aunque no le gustase; sólo para subsistir en la pobreza. Maltratos, palizas, sólo infortunios y desgracias cubrían su vida en aquel entonces. Y ahora igual. Qué mal se vendió y qué mal se vendía ahora.

Ya no podía llorar; no era un niño, sino un hombre. Él, Eichi Hoshina, se había convertido en un hombre que disfrutaba haciendo sufrir a los demás. Pero a la que más su prima. Ella había despertado algo en él… algo entre la lujuria, la obsesión y el odio. No podía controlarse, estaba enfermo. Se sentía como basura pero le gustaba. Sin embargo, esa noche había recibido lo que anhelaba . "¡Te odio!, ¡Ojalá te murieras aquí mismo y me dejaras en paz!" . Aquellas frases resonaban en su mente como una marca candente quemaría en su piel. Era asquerosamente masoquista; al parecer le gustaba sentirse mal.

Y no era así, porque estaba ofuscado. Sólo quería dormir, olvidarse de todo por una noche, no tener tan vívidos esos recuerdos pasados que le atormentaban. Cerraría los ojos, pero probablemente los sueños le atormentarían. Y seguramente lo merecería.

&

Lo que sí fue extraño es que Kaede Hoshina no se despertara ante el alboroto causado, pero ella no es que estuviera en el séptimo sueño, sino que se había puesto unos auriculares y estaba sentada frente a su portátil, escribiendo el borrador de su nueva novela. Recordó como hacía poco ella y su editor habían ambos estado juntando ideas para un par de capítulos…

"—Romance —había dicho Akiyama en uno de los encuentros en su pisito de soltero, tal como lo llamaba Kaede—. No es algo que tú lleves del todo bien.

La mujer se lo repensó, y con una sonrisilla pícara le dijo:

— ¿Qué tal si le añadimos también un poco de violencia? —él puso cara de disgusto, pero asintió—. Y sexo, que no puede faltar en una buena historia.

—Siempre todo tiene que llevar tu toque —Agregó, sonriente—. En fin, ¿qué tal si hay incesto también? Así liamos más la trama. Ya sabes: primos que hacen cosas a escondidas de su madre, una mujer que tiene aventuras extramatrimoniales con su sobrino político, un marido que le es infiel a su esposa con su secretaria.

—Vas aprendiendo —Rio la mujer. Luego se puso seria—: Aunque esta historia comienza a resultarme familiar.

Kaede se sirvió un poco más de té de la bandeja que Akiyama había traído de la cocina.

—Bueno, ¿qué más da? Algo tenemos que inventar.

—Tienes razón. Sigamos."

Sonrió al recordarlo. Akiyama  tenía unas ideas muy raras. Sin saber absolutamente nada de lo que había ocurrido entre su hija y su sobrino, siguió concentrada en la escritura. "Romance adolescente te voy a dar yo a ti" , pensó, sonriente, sabiendo la cara que iba a poner su editor cuando le enseñase ese experimento.