El diablo de ojos blancos...#Capítulo 11.
Eichi Takumi entrecerró los ojos mientras él refregaba su erección contra ella. Por favor Es lo que querías Dijo él mientras subía ambas manos y se desabrochaba el cinturón dejando al descubierto algo que Takumi solo había visto aquella vez que le "espió"....
Buenas, aquí les dejo el siguiente capítulo, espero que lo disfruten y me dejen sus comentarios y valoraciones.
Para aquellos que no han leído los demás capítulos les dejo el enlace de los anteriores capítulos:
http://www.todorelatos.com/relato/108287/
P.D: Os deseo una feliz navidad. By: MyNameIsChris.
Sentada en la cama de su cuarto, Kaede, miró tristemente a sus pies como si le resultaran de lo más interesante. No quería pensar en lo que acababa de ocurrir, en lo que le había hecho a su hija. No tenía suficiente con alejarla durante doce años, sino que ahora que volvía quería herirla por el egoísta deseo de no poder pegarle a ella, como si se vengara. Jamás pensó, por muy recio y recto que fuese Yashamura, que le iba a levantar la mano a su propia sangre.
Nítidos recuerdos volvieron a su mente, de cómo se sintió furiosa al ver a Takumi sangrar; de cómo quiso pegar, matar, acabar con su marido como fuese. A Eichi sujetándola de los hombros, tranquilizándola. Ahora se lo agradecía, pero estuvo tentada de maldecirle enardecidamente, de empujarle para que la soltara y no volver a hablarle en su vida por impedirle llevar a cabo aquel acto de violencia.
¡Y es que no se hacía a la idea!, ¿cómo había osado tocar a su niña?
Con esto le había perdido el poco respeto que le tuvo alguna vez; ahora quería verlo en la cárcel, o mejor, muerto y enterrado, carcomido por los gusanos.
Le odiaba.
Ya no quedaba nada entre ellos, ni una sola cosa que les uniera. Él había golpeado a Takumi, a su única hija legítima. ¡Diablos!, ¿por qué se pasó la vida soportando malos tratos, injusticias y abusos por parte de su marido, por qué había sido tan cobarde al no denunciarle? Probablemente porque, durante mucho tiempo, temió perder a su hija y le dolió pensar que él la alejaría de tal manera que no volviese a verla nunca más.
Era joven, estúpida, sin experiencia en la vida. Si fuese ahora, en esa misma situación, habría removido tierra, mar y aire para encontrarla; pero por desgracia ahora no sabía qué hacer para detener todo eso.
No olvidaba cuando años atrás, cuando el maltrato se hizo constante, se acostumbró: los insultos —golpes que no dejaban marca—, aquellas palizas con un cinturón de cuero, aquellas noches de sexo no consentido en las que lloró como una niña para que parase... Todo aquello se hizo más llevadero cuando lo aceptó, aunque no sin reticencia: si quería su cuerpo ella cedía, pero no mostraba un solo sentimiento de dolor, odio u amor. Dejó de sentir cualquier cosa por él; en su mente sólo cabía el desprecio.
Hoshina Yashamura, era su marido de puertas para afuera; en casa eran dos extraños, dos personas que no se conocían y que tampoco lo intentaban. Y al parecer, después de años de tratarla como a verdadera inmundicia, él paró. Paró porque no le divertía ver su rostro con expresión neutra, sin sentimientos, sin sensaciones.
Pero todo eso había vuelto para ella, y esta vez no estaba sola; la acompañaba Takumi.
Recordó, con asco, la pelea que habían tenido ese día en el cuarto...
FLASHBACK.
La esposa de Hoshina Yashamura leía un grueso tomo tendida en la cama, sin embargo, su lectura era interrumpida entre línea y línea por su marido, que iba de un lado a otro removiendo papeles y dando golpes por doquier, buscando algo importante.
Su mente, dando el libro por perdido, se concentró en otras cosas, como en que su hija no había vuelto aún de trabajar —hacía unas semanas la niña le había insistido en que le firmara un contrato de trabajo, pero eso era otra historia—, también en que no sabía si Eichi estaba en su cuarto o no, ya que pensaba hacerle una visita para "saber qué tal se encontraba". Hacía más de un mes que no hablaban mucho, cuando le dijo aquellas palabras: "Estoy enamorada de ti".
En verdad tenía ganas de estar con él una vez más, como antes.
Su devaneo lo erradicó la voz de su marido.
—¿Dónde demonios estará? —Se dijo a sí mismo— ¿Dónde pude ponerlo?
—¿Qué buscas? —se aventuró a preguntar ella por encima de sus gafas de lectura, más bien porque el traqueteo la estaba molestando.
—¿A ti que te importa? —Con aquella respuesta ella se levantó, diciendo:— Está bien, me largo.
A pocos pasos de la salida, sin embargo, una mano la alcanzó por el pelo y la arrastró al interior. Fue toda una sorpresa, sorpresa que luego pasó a ser aprensión, temor y finalmente alerta y adrenalina.
—¿Dónde mierda vas y quién te ha dicho que puedes hablarme así? —le espetó, atrayéndola hacia sí y estirando un poco más su cabello, causando una mueca de dolor en su esposa. Kaede luchó por deshacerse del agarre de su marido, pero le fue imposible, ya que por desgracia era más fuerte que ella— ¿Desde cuándo te resistes, querida? —su mano libre le desanchó el cuello de la camiseta que llevaba para dar cabida a su boca, que surcó la extensión de piel, marcándola. Ella se dejó hacer, notando aquel característico bulto refregarse contra ella.
Así pues, cuando menos lo esperó, uno de sus pies atizó una patada justo en aquel lugar y aprovechando, ella corrió al baño como nunca lo había hecho, esperando que él no rompiese el pestillo. Se puso contra la puerta, esperando los golpes. Y éstos no se hicieron esperar.
—Ábreme —la primera sacudida llegó, luego otra y otra y otra—. Ábreme. ¡Ya!
—No —cerró los ojos, cayendo en la cuenta de su atrevimiento—. No voy a abrir…
—Te juro que cuando salgas te mataré —Kaede tragó espeso, aferrándose a la cortina de la ducha. Por extraño que pareciese, después de eso ya no oyó nada más: ni un golpe, ni un grito, ni un forcejeo en el manillar.
Salió de entre sus recuerdos, poniéndose en pie y descolgando su camisón de la percha del armario. Se desvistió, dejando la ropa de calle a un lado y pasando a aquella prenda más cómoda. Volvió a tumbarse en la cama, dispuesta a descansar.
&
¡Era un idiota!, ¿por qué diablos le había dicho algo así, quién le mandaba soltarle semejante cosa a su prima?
Pero si él se había prometido odiarla, —o al menos hacerle las peores cosas vistas— sin embargo, se contradecía en cada una de las palabras que decía. Siempre hacía lo contrario a lo pensado, y por supuesto siempre acababa mal.
¿Por qué mierda no cumplía su palabra y le hacía la vida imposible?, ¿por qué hacía cosas tan erráticas?
Bueno, lo admitía: había tenido la obligación de pararle los pies a su tío Yashamura. Ni siquiera él, con lo loco que estaba, podría haber permanecido quieto ante algo así, ¿pero por qué mierda Kaede le había mandado curarla, y él decirle esa frase a su primita de los…
"Lo único que he hecho es proteger lo que es mío".
¿¡Lo único que he hecho es proteger lo que es mío!?, ¡menuda ridiculez había soltado!
Los colores subieron a sus mejillas mientras miraba por la ventana por segunda vez en la noche. Si bien ella era su familia y aquella frase podría haberla hecho dudar, ya que "mío" podía significar muchas cosas: como por ejemplo, el clásico mío de "mi familiar".
¡Pero no, mierda! No lo había dicho por eso, él lo sabía muy bien.
Ella le hacía perder la cabeza, contradecirse, era la culpable de todos sus males; la culpable de que se sintiese tan confuso y violento. No entendía aquella fijación u obsesión o como se llamase. Lo único que quería era que le dejase en paz, pero al mismo tiempo su neurosis le decía que sería una manera fácil de darle un punto interesante a su vida, una diversión.
Se debatía entre hacerle caso a la voz malvada y sugerente —que le hacía ser un chico malo al extremo— o hacérselo a la buena y aburrida —esa que le decía que debía ser un buen chico con su prima—. Esas voces infundadas y alegóricas le hacían dudar, comportarse de una manera a cada rato, actuar como el peor de los enfermos mentales... Siempre era una de ellas la que estaba ahí, manipulándole; sumiéndole en la ira o la alegría según lo que viera.
Y siempre salían cuando estaba ella, su prima, Takumi.
La odiaba, la culpaba, quería hacerla sufrir, pero a la vez sentía algo más que no sabía distinguir. Y sin embargo, había algo de lo que no dudaba: Hoshina Takumi había sido el inicio de sus problemas.
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Hoshina Takumi tenía dudas, dudas porque no sabía lo que significaban esas palabras que Eichi le había dicho en el baño del primer piso, mientras éste le curaba el labio.
Desde que convivían en la misma casa él la había tratado mal, le había dicho cuánto la odiaba, la había tratado bien aquella única vez en el campus, la había acorralado en su cuarto, en el baño y... ¿ahora la trataba bien de nuevo? Parecía una broma pesada.
Si bien ella tenía una paciencia de oro, solía perderla con él; los estribos y la dulzura se iban al carajo cuando estaban cerca. En esos casi dos meses le había insultado, golpeado, odiado, querido fraternalmente y deseado, para finalmente oír aquellas palabras que la derritieron, palabras que habían hecho su corazón latir con un calor inesperado.
Con media sonrisa en los labios Takumi siguió estirada en la cama, contemplando la luna creciente tras la ventana. Quizá al fin se llevarían bien su primo y ella, no dudaría en hablarle y sonreírle normalmente. Las cosas en su mente habían cambiado, quería hacer las paces con él y que él las hiciese con ella.
No quería más lucha, más peleas; si seguían así tendría que salir de aquella casa y eso era algo a lo que no quería llegar. Necesitaba que estuvieran como ese mes, sin que nada malo ocurriese, luego la cosa seguramente mejoraría; ella se empeñaría en ello.
Sólo quedaba que Eichi no rechazase su amabilidad, que no la mantuviese alejada. Y sobre todo que ella no cambiase de idea. El buen comportamiento debía perdurar en aquella casa, aunque con la actual situación fuera casi imposible.
Tapándose con una sábana y una manta ligera, se quedó dormida.
&
Jueves, principios de Octubre: el penúltimo día de clases para Takumi aquella semana, sin embargo, el reencuentro con una pesadilla bastante difícil de olvidar. Los hechos acaecidos la noche pasada seguían en su cerebro grabados a fuego: el golpe propinado por su padre, su primo interponiéndose, su madre gritando como loca y por último aquellas palabras en el baño.
"Lo único que he hecho es proteger lo que es mío".
Aquella frase rondaba por su cabeza desde primera hora de la mañana, manteniéndola en una burbuja de irrealidad de la que no quería ni podía salir. No encontraba la manera de olvidarlas. Respecto a su padre, había vuelto aquella mañana bastante más tranquilo pero ella rehuyó su presencia, abandonando su hogar lo más rápido que pudo.
Su madre la había llevado a la facultad ese día, ya que por razones del todo desconocidas, Eichi no estaba en casa.
En general la situación parecía haber mejorado; aunque con ciertas excepciones. Takumi veía esto normal, ya que lo que había ocurrido aún estaba muy reciente. Aún ella no comprendía por qué su padre actuaba de aquella manera, sorprendida y horrorizada por su comportamiento de la noche anterior.
Las clases pasaron largas y aburridas pero para su suerte, Takumi pudo salir viva de ellas. Eran interesantes, sí, pero a ella no le gustaban, digamos que preferiría haber estudiado otra cosa. Sin embargo, la vida era así, a veces debías hacer cosas por obligación.
Algo la sacó de sus cavilaciones mientras recogía sus cosas: la voz de su compañera de al lado.
—¿Qué te ha pasado en el labio, Hoshina-san? —le preguntó ella, siempre tan simpática—. ¿Te has golpeado?
—La verdad es que preferiría no contarlo —respondió con discreción.
—Está bien, no insisto —sonrió la joven, comprensiva.
Takumi suspiró, agradecida. No quería contarle a nadie lo que había sucedido la noche anterior, bastante trauma tenía ya como para que se lo hicieran más grande teniéndolo que contar una y otra vez; aparte, sería muy indiscreto contarlo a alguien que no conocía demasiado. Ella no era demasiado buena para hacer amistades, tardaba en confiar en la gente.
Cuando acabó de recoger sus cuadernos y bolígrafos abandonó la clase, surcando los pasillos con ligereza hasta llegar a la calle, donde caminó un poco y se sentó frente a la parada del autobús.
Esperó allí un rato, pensando en lo que haría al llegar a casa después del trabajo. Debía estudiar bastantes temas de diferentes asignaturas, así que suponía estaría muy ocupada. Por lo demás, sería más cuidadosa al entrar y evitaría a su padre; no quería volver a ser víctima de su mal humor.
Al rato de estar esperando, el pitido de un claxon llamó su atención. Cuando se giró, no pudo creer lo que estaba viendo: con sus labios curvados en una curiosa sonrisa, Kohaku Kimura, su prometido, la esperaba en el interior de un lujoso deportivo negro.
&
¿Era Kohaku Kimura el que estaba pitándole a su prima desde aquel deportivo negro? La pregunta rondó por su cabeza unos segundos, tratando de acostumbrarse. Qué bien tendría que irle la vida para tener un coche así. No era para menos: el cargo de sub-director de la empresa de su tío era uno de los más codiciados y nada más ni nada menos lo tenía uno de los miembros más jóvenes del sector, de tan sólo veinticuatro años, un genio en el sector y lo más importante: con muchos contactos.
Acababa de salir de clase y ya se encontraba con la imagen de aquel hombre que había sido su rival años atrás y ahora la mano derecha de su tío Yashamura. No sabía qué tenían que ver su prima y él, pero se olía en aquel preciso momento. Sabía que Takumi estaba prometida, pero hasta ahora no le interesó saber quién era, suponía que era un idiota rico que le resolvería la vida a Takumi. Sin embargo, ahora lo veía más que claro: era Kohaku Kimura.
No se lo acababa de creer.
¿Pero cómo no conocer a aquel idiota que en un tiempo había sido su compañero de clase, para luego convertirse en su rival? Aquel que luego se había vuelto su compañero de trabajo en la empresa de su tío, cuando iba. Jamás reconocería que le superaba en ciertos aspectos, porque él lo hacía en muchas más cosas, incluidas entre ellas el llevarse a más mujeres a la cama y en superarlo en las calificaciones obtenidas.
Desde que Kohaku terminó la carrera, dos años atrás, no había tenido demasiado problema para ser el mejor, pues siempre terminaban igualados en todo, aunque no quisiera reconocerlo.
Con curiosidad, se acercó a ellos, ocultándose tras el tronco grueso del primer árbol que se encontró. No era típico en él espiar o meterse en las cosas de los demás —porque realmente no le importaban—. Sólo quería fastidiarla en cuanto tuviera oportunidad (aunque hacía ya semanas, quizá meses, que sólo se dirigían frases cortas al ir juntos a la Universidad), hacerle la vida imposible. Y es que por más que quisiera, aquellos deseos de molestarla seguían ahí, saliendo a la superficie a cada oportunidad.
Como decíamos, Eichi Hoshina no era del tipo cotilla pero la curiosidad y su obsesión le cegaron por momentos, en los que pensó en cosas demasiado estúpidas para ser reales. Una vez más se fijó en la escena, poniendo todo su oído en lo que hablaban:
—¿Quieres que te lleve, Takumi? —Le oyó decir desde su coche con una voz interesante.
—No hace falta Kimura-san, puedo coger el autobús; de hecho lo estoy haciendo ahora mismo.
—Y tú sigues renegando a llamarme por mi nombre —Rio él—. Soy tu prometido, no un extraño.
—E-está bien, Kohaku-san —Ella sonrió, tímida.
—Así me gusta, aunque prueba a quitarle el sufijo.
—E-Está bien… –Eichi podía imaginar el rubor cubrir las mejillas de su prima– Kohaku.
—¿Entonces vienes? –Le preguntó ahora; notó cierta nota de impaciencia en su voz.
—Bueno, venga, pero solo hoy. –Respondió ella, sonriéndole.-De todas maneras ibas a insistir mucho.
Dicho y hecho, se subió al coche y ambos arrancaron hacia el trabajo de Takumi.
"La muy tonta" , se burló Eichi en su pensamiento, "Realmente no sabe con qué tipo de hombres se mete".
Eichi se retiró del árbol con fastidio. La conversación le había convencido de que ellos estaban prometidos, pero, ¿en sólo un mes un trato tan íntimo?, ¿por qué mierdas le molestaba cómo se tratasen? Ah, ah, molestar no era la palabra. Él tenía otros asuntos que atender, no estaba para perder el tiempo en gilipolleces y lo más importante, ¿desde cuándo era un chafardero o estaba interesado en conversaciones ajenas?
"Desde que estás obsesionado, Eichi" se respondió a sí mismo.
No, no era él el metomentodo ni el culpable, ni siquiera estaba obsesionado: era ella. Él no tenía la culpa de que su prima les provocara a todos, a él incluido. Se lo estaba demostrando cada día más. Sin embargo, parecía que esta vez ella no había empezado el problema, sino su padre al prometerla con ese Kimura.
Y es que aquella punzada molesta seguía en su cerebro, recordándole que le había molestado verles juntos y en confianza. Pero Eichi Hoshina nunca reconocería esa verdad.
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Después de que Takumi se subiera al coche, agradecida de tener a alguien que la llevase a casa, Kohaku le hizo la pregunta del siglo.
—¿Quieres venir a mi casa? –Takumi abrió los ojos con sorpresa- He sido demasiado directo, lo sé. Repetiré la pregunta: ¿te gustaría venir a mi casa a tomar el té?
Su prometida parecía descolocada por completo y tardó un rato en responder.
—¿Ahora? –preguntó con aprensión. Kohaku le sonreía apaciblemente. —No quisiera rechazar tu propuesta, pero… quizá sea mejor en otro momento, Ko-Kohaku… —Takumi enrojeció— Hoy tengo… que trabajar… y luego estudiar.
—Está bien, sé que la carrera que estudias es muy dura, yo mismo tuve que sufrirla durante cinco años —Aceptó él con una sonrisa-. Por cierto, ¿cómo te va en el trabajo?
La vio arrugar el ceño, pensando en vete a saber qué cosas. Era gracioso verla así, con esa expresión pensativa tan impropia en ella.
—La verdad, no me gusta demasiado –Empezó, más relajada- pero tengo muy buenas compañeras y pagan bien, así que no puedo quejarme.
Así pasó el rato, con él preguntándole sobre su vida en general y ella respondiéndole a todo entre sonrisas y muecas. Cuando Kohaku frenó poco a poco, y ella notó que ya estaban al lado del trabajo, se desabrochó el cinturón de seguridad y se dispuso a salir, sin embargo, antes de abandonar el coche, Kohaku la tomó por un brazo.
—Hay algo que quiero preguntarte desde hace rato, Takumi —comenzó, mirándola fijamente a los ojos—. ¿Qué te ha pasado en el labio?
Fue su única pregunta, con sus oscuras pupilas penetrándola e impidiéndole abandonar el automóvil. Notó como su cuerpo se tensaba y se hundía más en el asiento, tratando inútilmente de hablar, de soltar una respuesta con la que mentir. Finalmente, cuando se sintió con fuerzas, optó por la ignorancia.
—No quisiera tener que contártelo, Kohaku –suspiró, vacilando antes de decir cualquier cosa más.
Antes de que pudiese sorprenderse, él trasladó sus dedos a su rostro y rozó la yema de su dedo índice contra su labio inferior, acariciando con suavidad la parte herida. Se sonrojó mientras su corazón se aceleraba. Notaba aquellos ojos oscuros sobre ella, analizándola, veía sus labios, que ahora le decían algo.
—No tengas miedo a decírmelo, Takumi —su mirada no mentía y ella necesitaba contárselo a alguien o reventaría.
¿Por qué no decirlo y aliviar de una vez su ansiedad, sus ganas de llorar? Enseguida, las lágrimas inundaron sus ojos, llenando sus lacrimales y deslizándose por sus mejillas. Y se echó a llorar en el pecho de su acompañante, que la acogió entre sus brazos como jamás había hecho con una mujer.
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Ese día, con sólo cuatro horas de trabajo, Takumi llegó reventada a su casa. No sabía muy bien por qué, pero estaba triste a pesar de haber liberado su llanto. Hablar con Kohaku Kimura había sido un bálsamo reparador en su cerebro, pero estaba desanimada. Digamos que se sentía mucho mejor, pero había algo que aún le pesaba.
No dándole más vueltas al asunto, subió al piso de arriba y en cuanto llegó a su habitación se tumbó sin siquiera cambiarse, dándose la vuelta y mirando directamente al techo. Su vida era sumamente estresante, tanto que a veces le habría gustado acabar con todo, como en ese momento. Estaba harta de todo, de su familia, su primo, todo…
En instantes como ese, cuando la depresión tocaba su mente, no podía dejar de ser pesimista.
Dejando de lado sus problemas, se levantó de un salto de la cama y cogió el pijama que siempre guardaba bajo la almohada. Estaría muy desanimada, pero no podía dormirse vestida.
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La vio desvestirse por la rendija de la puerta, tan sugerente y excitante su cuerpo que enseguida pudo notar una molestia en su entrepierna. Se pasó la lengua por los labios mientras desabrochada con demora el único botón del pantalón. Había llegado allí unos cuantos minutos antes y al ver la puerta entreabierta y la luz salir del cuarto, se asomó, tentado una vez más por aquella obsesión a la que estaba sujeto. Y ahora sus manos bajaban la bragueta del pantalón y comenzaban a tocar, masturbando su sólido miembro sin prisa.
Veía la tela del pantalón tejano de su prima bajar, mostrando sus torneadas piernas; la camiseta deslizarse por su cabeza y caer al suelo, y su sujetador desaparecer, dejando ver sus pechos exuberantes, firmes, blancos y suaves. Era un demonio, tan tentador… tan terriblemente hermoso.
Abrió la boca, soltando un suspiro cargado de placer: la imaginaba encima de él, con esa cara entre placer y dolor que tanto le ponía, poniéndola en todas las posiciones que se sabía de memoria, hasta llegar al orgasmo una y otra vez.
Para siempre.
Podía imaginarla haciéndole mil cosas, comiéndosela, sudando con él. No podía aguantar más, tenía que hacer algo, entrar, matarla a polvos, lo que fuera con tal de quitársela de la cabeza.
Se apretó el miembro, sintiendo una punzada aún más placentera: no podía, no quería, no caería ante la tentación; no sería tan rematadamente estúpido.
Rápidamente, se alejó de la puerta y se dirigió al cuarto de Kaede. Sabía muy bien que ya no había peligro de que Yashamura les descubriera, pues ya no dormía allí. Entró al cuarto, cerró con pestillo y se quitó la camisa, acalorado. Pronto pudo ver a su soñolienta tía removerse en la cama, sorprendida ante su visita.
—¿Qué ocurre, Eichi? –No le dio tiempo a decir nada más, pues él se abalanzó sobre ella, recorriéndola y desnudándola con rapidez, suprimiendo aquella angustia y los deseos que le atormentaban.
Kaede no se negó a revolcarse una vez más con él, sintiendo su vigor y pasión, henchida en placer. Las estocadas rápidas se sucedían sin pausa, como locura hecha carne.
—Takumi… —susurró, sin ser oído por su amante, que se hallaba concentrada en el placer que estaba sintiendo- …Takumi.
Notó como pronunciaba el nombre de su prima, pero no se corrigió. Quería, desde hacía ya tiempo, que ella se marchase de su cabeza. Quizá con eso podría quitársela definitivamente… poniéndole la cara de Takumi a Kaede. Era descabellado, pero una buena opción al no estar del todo cuerdo.
—Te… Te quiero —susurró Kaede a su oído mientras llegaban al orgasmo.
Cuando el clímax se sucedió, Eichi se quedó encima de su tía durante un rato, para luego tumbarse a su lado y abrazarla, esperando que el sueño les venciese a ambos. Quería cerrar los ojos, dormirse; porque la cara de Takumi Hoshina seguía allí, más nítida que nunca.
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Chihiro estaba aún más atractiva dormida y desnuda, con esos ojos cerrados inocentemente y la boca entreabierta. Probablemente estaría sumida en un sueño reparador y sosegante, pues sus rasgos felinos habían quedado en el olvido por unas horas en las que tan sólo descansaba. Era tranquilizante verla así, sin ningún tipo de atadura al mundo terrestre.
A ella le gustaba acostarse con él, decía que le quitaba el asco de estar con el viejo, así que a veces iba a su casa a consolarla, a reparar sus sentimientos. A veces los mejores amigos hacían cosas por el bien de sus amigos —porque no era precisamente que se gustaran, más bien era un amor fraternal el que tenían—, para poder verles sonreír una vez más.
Porque a él le dolía que Chihiro se forzase a estar con Yashamura para llevar a cabo aquella venganza; le dolía ver el daño que se hacía cada vez que se acostaba con ese cerdo despreciable. Le dolía tanto que se habría cambiado por ella, pero por desgracia, Hoshina Yashamura no era homosexual (ni él tampoco, por qué no decirlo).
Admiró el rostro de su amiga una vez más, que con los años se había vuelto más hermoso. Después del orgasmo, a ella siempre la invadía el sueño y él la cubría con las mantas porque ya estaban en Octubre y hacía frío en el cuarto a pesar de la calefacción.
Sin poder dormir, Kohaku Kimura encaminó sus pasos a la gran puerta de cristal que cubría el balcón. La abrió y salió, notando las suaves ráfagas de aire fresco recorrer su piel. Se apoyó en la barandilla, viendo los coches pasar una y otra vez, como si no se acabaran. Le gustaba esa sensación: sentirse el único en la noche, mirándoles a todos sin ser visto; aunque a decir verdad, tenía plena certeza de que no lo era.
Notando un poco más de frío, decidió meterse dentro.
Ya Otoño, qué rápido pasaba el tiempo.
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En la barra de un bar de copas, en plena periferia, Yashamura Hoshina no esperaba una hora concreta para volver a su habitación en el hotel donde se estaba alojando desde la pelea con su mujer. Seguía cabreado. Sólo había vuelto a su casa para dos cosas: una para coger algo de ropa –pues pensaba pasarse en el hotel unos cuantos días- y otra para buscar algunos documentos que le faltaban para el trabajo. Removió su copa de whisky, llevándosela a los labios y dando un largo sorbo. Ya llevaba toda la noche mirando a una dama de negro que se paseaba de un lado a otro del bar. La música, con tintes románticos, recordaba a las películas americanas de los años sesenta.
Se calmó, dando un último trago a su bebida y dispuesto a entrar en acción. Estar con mujeres era algo que le gustaba, cuanta más variedad mejor. Encontrar a una no era tarea difícil debido a su dinero y posición social; caían enamoradas a sus pies con tan sólo enseñarles la billetera. Era divertido usarlas para una noche y luego no volverlas a ver. Nunca podían aprovecharse de él o su dinero, una verdadera delicia era ver en sus caras la decepción al dejarlas solas en la cama por la mañana.
Se podía decir que nunca le faltó sexo en su vida, fuera con su mujer o con otra; estaba sobrado en todos los aspectos de su vida. Sexo y dinero era lo único que necesitaba para vivir.
Era un vicio, una sensación maravillosa el poder estar con una de ellas cada noche, sin complicaciones ni ataduras; el compromiso ya lo tenía con Kaede, y la muy desagradecida no era una buena esposa. Estaba realmente molesto, pues además de no dejar que la golpeara ni siquiera le daba buena imagen ante la sociedad y la empresa. Y ahora su hija igual: menudo par de putas le había tocado mantener.
Le tocaría adelantar aquel matrimonio concertado entre su hija y Kohaku Kimura, para sacársela lo más rápido posible de encima. Esa niña no deseada al nacer, se había convertido en una carga ahora que la tenía en casa. Él siempre había deseado a un varón, alguien realmente capaz de llevar la empresa. Pero no, eso sólo le había tocado a su hermano con Eichi, su sobrino, y de qué le había servido al no tener nada: exactamente de eso, de nada.
El idiota de su hermano, —Se sonrió— se había muerto sin disfrutar de lo mejor, sin un céntimo, dejando a su hijo y a su mujer solos, y a él, por supuesto, no le había dado la gana de acogerlos cuando vinieron a pedirle asilo. Finalmente, años después de que la madre de su sobrino muriera, le había acogido tan sólo por interés, por encontrar a un heredero lo suficiente inteligente para dejarle su cargo, la empresa y el dinero. Porque una niña no valía absolutamente nada para él y antes prefería tener al hijo de su hermano como heredero que a su propia hija.
Sin embargo, ciertas dudas estaban nublando sus decisiones, preguntas que prefería guardarse por ahora. Levantándose de su asiento, se dirigió hacia su presa de aquella noche. Probablemente sería una noche divertida y llena de acción.
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Viernes, principios de Octubre.
Kohaku Kimura entró a la sala en la que solían reunirse para discutir temas importantes de la empresa y en la que estaban entrando más de lo debido aquella semana. Como siempre, se encontró allí a su jefe, Yashamura Hoshina y a Chihiro, que había llegado mucho antes que él a la empresa aquel día, a pesar de haber pasado la noche juntos. El día anterior habían pasado muchas cosas interesantes, entre ellas lo que le había dicho la heredera Hoshina de su padre y el estar con Chihiro.
—Buenos días Yashamura-sama —Kohaku saludó a su jefe, acomodando su maletín en la mesa y sentándose en la silla.
Una vez acomodado, le escrutó, mirándole con desprecio: quién habría dicho que aquel viejo cabrón era también un maltratador. Toda una joyita de hombre. Con lo que Takumi le había dicho, ya no quería que Chihiro siguiera su plan, era demasiado arriesgado, cualquier día podía hacerle lo mismo que a Takumi. Pero ella seguiría con eso aunque la mataran, llevaba demasiado tiempo planeando para parar ahora. Se lo había advertido la noche anterior en la conversación que habían tenido, pero ella no había querido hacerle caso, tan ciega como estaba con su tonta venganza…
Kohaku Kimura entró junto a Chihiro Ichinose en su piso. No habían querido hablar por el camino, pero ahora que estaban solos las palabras fluían solas, contándose todo lo sucedido mientras no se comunicaron. Solían hacerlo muy seguido, pero últimamente, las circunstancias no lo habían hecho posible.
—Supongo que querrás hablar —Abrió la boca Chihiro, iniciando la conversación—, llevamos días sin hacerlo.
Una hermosa sonrisa coronó su rostro, a lo que Kohaku tardó en contestar.
—Pues sí —Contestó sin mucho ánimo de hablar— pero primero cuéntame tú. Me extraña tanta felicidad, Chihiro.
—Bueno, te digo —empezó, sacándose la pequeña chaqueta beige que llevaba y dejándola tirada en un sofá—: Yashamura vino hace dos noches a mi casa, había discutido con su mujer muy fuerte, no sé muy bien por qué. Hubo tema, ya sabes de qué tipo y luego me dijo que se iba a un hotel —hizo una pausa, prosiguiendo—. Yo le ofrecí quedarse a pasar la noche, pero no quiso. Sin embargo, antes de marcharse me dijo que no soportaba más a su mujer y que estaba a punto de dejarla. ¿Qué opinas de todo eso?
Kohaku hizo una pausa antes de nada, asumiendo todo lo que su amiga le había contado y comparándolo con lo de Takumi. Después de un rato de elucubrar y pensar en diversas opciones, optó por responderle con toda la seriedad de la que era capaz a Chihiro.
—Estaba enterado de algo; mis "fuentes" me comentaron al respecto.
—¿Lo sabías? —Chihiro irrumpió con su discurso.
—No exactamente, sé otras cosas que quizá no te gusten —Siguió hablando, como si nada—. Me lo dijo la única a la que puedo interrogar sobre el tema: mi prometida.
—Oh, así que ya tenéis esa confianza —Se burló—. ¿Cuándo te la vas a llevar a la cama, eh pillín?
—Ya sabes que a la única que me llevaría a la cama es a ti —le comentó, pícaro—. Pero en fin, deja de interrumpirme o no te lo cuento —Suspiró, cansado. Chihiro entrecerró los ojos enojada, pero le dejó hablar—: Hoy, cuando la fui a recoger, tenía el labio partido. Ahí sospeché y se lo saqué fácilmente; se notaba que necesitaba contárselo a alguien, ¿y a que no adivinas quién se lo hizo?
Chihiro se quedó callada, pensando en la respuesta, que no tardó mucho en llegar a sus labios.
—¿Acaso fue… su padre? —Chihiro se había respondido en su propia pregunta.
—Eso es: me dijo que cuando la dejé en casa la noche anterior, su padre la había reprimido por llegar tarde la había golpeado sin motivo. Que su primo la había defendido de un segundo golpe y su madre bajó gritándole y casi le pega a su padre. Todas palabras textuales.
—Era de esperarse, Yashamura siempre está hablando mal de su mujer… pero a su hija… —Chihiro estaba sorprendida con aquella noticia.
Kohaku tomó asiento en uno de los sofás, al tiempo que Chihiro lo hacía en el mismo. Con cuidado, le tomó las manos y se las sujetó firmemente, como si ella las fuera a soltar en cualquier momento. Con tono vehemente, le dijo:
—Quiero que dejes de acostarte con él. Encontraremos otra manera de ejecutar nuestro plan, pero por favor, deja de recibirle en tu casa o en la oficina por un tiempo, estarás más segura de esa manera.
—No. Voy a seguir con esto quieras o no —Se soltó de sus manos, cerrando los ojos y mirando hacia abajo—. Lo que él le hizo a mi madre no quedará impune; voy a humillarlo y quitarle todo lo que tiene. Le odio tanto que me esforzaré en seguir con esto.
—¿Aunque te haga daño, aunque te destroce, aunque te pegue una paliza? —Elevó el tono de voz, pasando a uno de reclamo— Dime, ¿cómo vas a seguir con esto si te mata?
—¡Eres un exagerado! —Contestó—, ¡Nada de eso va a ocurrirme! Soy una mujer fuerte, sé manejar a los hombres.
La mujer se levantó de su asiento, exaltada, dejando a Kohaku en el sofá con los labios entreabiertos. Él, a su vez, recuperado de la sorpresa, se levantó y se puso frente a ella, enfadado.
—Está bien, haz lo que quieras. No me pienso preocupar más por ti si me sigues contestando de esa manera.
El silencio volvió a ellos, dejando la escena sumida en un vacío confuso. Kohaku, estando en su piso, fue a la cocina a hacer el té para tratar de relajarse. A ambos les iría bien para relajarse y contarse lo que habían averiguado: como siempre. La misma rutina acontecía entre ellos dos días a la semana —a veces más— en que se avisaban en la empresa que tenían algo que contarse y ambos se encontraban en alguna calle e iban a casa de uno y otro.
Kohaku sirvió el té, preparado en el fuego —para eso él era bastante tradicional—, en dos tazas y las llevó en una bandeja —con todo un surtido de pastitas de té— hasta la mesa de la sala de estar, donde parecía que Chihiro ya se había calmado.
Se sentó, cogiendo una galleta y llevándosela a la boca. Fue su amiga la que inició de nuevo la conversación:
—Bueno, tengo algo más que contarte —Kohaku escuchó, no muy interesado—: algunos de mis informantes me han dicho que su esposa, Hoshina Kaede, tiene un romance extra-matrimonial. Para eso necesito tu ayuda: tienes que sacárselo como sea a tu prometida, es la única manera de averiguar algo.
—Dudo mucho que lo sepa. Por lo que investigamos, ha estado muchos años separada de sus padres y por lo que he hablado con ella no les tiene mucha confianza —Sopló el té para enfriarlo, cosa que obviamente no consiguió.
—Ya veo. Entonces usa tus facilidades para visitar la mansión Hoshina y ver cómo están los ánimos por allí —Sonrió por unos segundos—, seguro que descubres algún punto débil por donde cogerles.
—Está bien, le preguntaré mañana si puedo ir a ver a su hija, aunque me da que la actriz que contratamos para hacer de mi madre no va a estar disponible esta vez —Se rio, recordando la barbaridad de dinero que tuvo que pagarle a aquella mujer—. Le podría decir que ha muerto, pero no parecería real. Dejaré pasar algo de tiempo.
Chihiro se rio, recordando aquella ocurrencia de su amigo de contratar a alguien para pintarle un pasado diferente al que tuvo alguna vez. En realidad Kohaku Kimura hacía años que no hablaba con sus padres, se habían desentendido totalmente de él y quiso hacerse más creíble con una madre viuda, para darle pinta de niño bueno y de paso convencer aún más a Yashamura…
Kohaku retomó sus labores, sacando algunos documentos importantes y empezando a estudiarlos, aunque sin concentrarse realmente. Definitivamente aquella amiga suya acabaría por matarlo de preocupación al no hacerle caso. Siempre hacía lo que le daba la gana, sin importar lo que él pensase o dejase de pensar. Levantó la cabeza de sus asuntos, encontrándose con la mirada de su amiga, que estaba haciendo café en aquella máquina que había en la sala de juntas y a su vez le sonreía.
—¿Qué tenemos hoy? —pronunció Yashamura Hoshina fríamente.
Su empleado estrella se levantó y comenzó a apuntar con rotulador negro, en una pizarra blanca, los temas que se tratarían aquel día con los nuevos socios.
—Primero de todo deberemos hablar con los del departamento de marketing para las distintas campañas —Hizo una pausa, escribiendo el primer punto—, luego trataremos el tema de los gastos de esas campañas, cosa que dejemos pendiente el otro día, luego…
Mientras Kohaku Kimura apuntaba los diversos puntos, fueron entrando los diversos cargos de cada sector de la empresa. En cuanto llegaron los socios, comenzaron a discutir y a explicar algunos de los puntos más importantes del día, como los préstamos y cuentas para el proyecto que tenían entre manos, así como la financiación de bancos europeos y precursores para extender las tiendas con la marca de la empresa. Todo lo demás fueron asuntos de relativa importancia.
Al despedirse todos los socios y altos cargos, además de Chihiro, que se fue para dejarles solos y darle pie a Kohaku a preguntarle a Yashamura sobre su hija y la visita que quería hacerle, él se acercó a su jefe con la mejor intención, suavizando su tono y repeinándose ligeramente los cabellos por detrás de las orejas.
—Yashamura-sama, discúlpeme por abordarle —Su jefe se giró, escrutándolo— Quería hacerle una propuesta para este fin de semana.
—Sí, claro, habla —Le dijo con familiaridad, aunque reacio a decirle más.
El chico se preparó mentalmente para lo que iba a decirle a su jefe, tratando de sonar como un prometido enamorado hasta los topes de su hija: —El caso es que me gustaría visitar a su hija, para conocerla mejor. Hace más de un mes que nos vimos por primera vez y quisiera conocerla más, mi madre está de acuerdo con ello, quiere que nos conozcamos un poco mejor antes de tener nada más.
Una expresión extraña abordó el rostro de Yashamura Hoshina, cosa que alarmó a Kohaku, para luego cambiar a una sonrisa y contestarle en un tono muy agradable
—Claro que sí, hijo, ¿te va bien mañana? —Pronunció con alegría, cosa que extrañó a su interlocutor—, seguro que Takumi estará muy contenta de verte de nuevo.
—Muchísimas gracias, Yashamura-sama —Actuó contentó, como se supone debía estar—. Mañana estaré allí sobre las diez.
—No —Objetó él—. Mejor paso a recogerte, tengo muchas ganas de ver la sorpresa que se lleva Takumi.
Dicho esto, Yashamura abandonó la estancia con un agradable adiós, dejándole entre la burla y la sorpresa por lo que acababa de decirle su jefe. No entendía cómo era capaz ese hombre de actuar de esa manera, tan perfectamente, si un solo fallo. Después de haber herido a su hija, la trataba con tanta familiaridad y amor fraternal. De verdad era muy frío, algo fundamental para un buen actor y también para un maltratador nato.
El simple hecho de conocer lo sucedido con Takumi y que ahora Yashamura hablara agradablemente de ella le parecía del todo irreal. Rio por lo bajo, empezando a recoger sus cosas.
Si sus sospechas no eran infundadas, ahora que su jefe se veía tan animado por el compromiso, se casaría con Takumi antes de lo esperado.
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Volvió a clases ese día con la moral baja y un agudo dolor de cabeza que desapareció conforme fueron pasando las horas y se le quitó por completo al acabar las clases. Suspiró tranquila al recoger sus cosas y salió rauda al encuentro con la parada del autobús, encuentro que esperaba no turbara ningún deportivo negro u otro coche cualquiera. Y de momento, seguía allí cinco minutos después de llegar al bus; eso era buena señal. Por suerte ese viernes no trabajaba, así que tendría más tiempo para ella —que no para sus estudios—. Llegada a casa tomaría un largo baño, se acicalaría, se pondría el pijama y disfrutaría de una larga tarde de descanso y recreación.
Bostezó y se desperezó: aquella semana había sido dura y —que la perdonaran por su vocabulario— terriblemente asquerosa. No pasaba un día en que no quisiera acabarla de una vez. Aunque también hubo cosas buenas, como aquel incidente con su primo y aquel otro con Kohaku. Parecía ser que ellos habían alegrado —o enredado más— su ajetreada vida. Se apoyó en el banquito y cerró los ojos, sonriente. A pesar de todo se sentía muy bien estar allí, con el sol dándole de frente y la pereza por bandera; se sentía como en primavera, sólo que estaban en Otoño.
Cuando más bien se sentía, algo acabó por sacarla de su recreación infantil, una voz masculina que se le hacía muy conocida y una sombra frente a ella que tapaba su ansiada luz solar.
—¿Te llevo? —Oír a su primo siempre conseguía llenarla de nervios— Tu madre quiere verte antes hoy.
Frunció el ceño, abrió poco a poco los ojos y le vio allí, frente a ella, quizá más cerca de lo que debiera. Su rostro inescrutable y serio, sus ojos con un brillo que sólo los descendientes del clan Hoshina poseían y su altura, con que la sobrepasaba considerablemente. Cuando notó que estaba mirando directamente a sus ojos sus mejillas se llenaron de color, mientras el tartamudeo se hacía presente en su voz al contestar.
—Ei-Eichi… ¿qué haces aquí? —Preguntó, despistada—. Pensé que no habías venido... como no me llevaste hoy…
Sus mejillas se tiñeron de carmín al notarse hablando tan normalmente con él. Hacía ya mucho tiempo que no tenían una conversación normal, o más bien, creía que nunca habían tenido una en el verdadero significado de la palabra. La ponía nerviosa: el aroma de su perfume o lo que fuera la dejaba fuera de combate, la dejaba de los nervios con una simple mirada. Recordó como la noche anterior se había prometido tratarle bien, darle una oportunidad para que se llevasen bien.
"Venga, Takumi, tienes que intentarlo, por su bien y por el tuyo" . Se animó mentalmente, pensando que con eso alejaría las malas vibraciones que solía emanar cuando su primo estaba cerca "Debes ser fuerte y adulta, debes tratarle bien en vez de insultarle o hacer cosas sin sentido".
—Vine antes para algunas cosas —Le respondió, haciéndola saltar en su sitio. Él la miró extrañado y ella se reprendió mentalmente—. Estoy en último año, tengo muchas más responsabilidades que tú.
Ella asintió contradicha, no prestándole mucha atención a lo que decía.
—Entonces… ¿vienes conmigo o qué? —le preguntó, insistente. La paciencia nunca había sido el fuerte de Eichi, sobre todo si se trataba de su prima.
—Estaba esperando al autobús… pero si te ofreces iré contigo —respondió con timidez.
—Pues vamos, tengo el coche donde siempre.
Dicho y hecho. Ambos se encaminaron raudos hacia el aparcamiento, donde les esperaba el coche prestado que solía conducir Eichi. Takumi lo miró disimuladamente. Su primo estaba rarísimo, él no solía actuar así de amable. A ojo de Takumi, algo debía estarle sucediendo. Se corrigió cuando llegaron al coche y él abrió la puerta del copiloto y la hizo pasar caballerosamente. ¡Era oficial, le ocurría algo grave!
Asustada, se sentó en el cómodo automóvil. Él le cerró la puerta y se montó al asiento del piloto, acomodándose y encendiendo el motor. Takumi suspiró resignada; y para colmo de sus males, aquel característico aroma a él inundaba el coche y no la ayudaba a tranquilizarse. No, no podía callarse más, necesitaba preguntarle lo que hace instantes se había preguntado…
—Primo… ¿estás enfermo? —su voz temblorosa inundó el silencio del coche, demasiado sonora.
—¿Me lo dices o me lo cuentas? —Él la miró como si fuera una extraterrestre, aún sin arrancar el coche—. ¿Desde cuándo tan comunicativa conmigo, pequeña?
Takumi se sonrojó ante el diminutivo, pero prosiguió:
—Algo te pasa… me estás tratando bien. No lo veo normal.
Impulsivamente, se acercó a él y posó su mano en la frente para comprobar si tenía fiebre. Al ver que su temperatura era normal, hizo ademán de retirarla, pero ya era tarde para enmendar su error, un error que no había pretendido cometer. Como si tratase de castigarla, él agarró rápido la mano con que le estaba tocando y la retuvo, acercándola peligrosamente a él, emanando su aroma, excitándose poco a poco.
Sin medir sus palabras, se acercó a su oído y le dijo la verdad, bajando el tono gradualmente hasta convertirlo en un susurro:
—Sólo es que tu madre me pidió que te tratara bien, pero si quieres vuelvo a como era antes. Es mucho más fácil eso que seguir fingiendo.
—Eichi… —los labios de ella temblaron imperceptiblemente. Sentía la amenaza prendida en los ojos de su primo. Su voz la acariciaba, su aliento fresco golpeaba su rostro, haciéndola sonrojar.
—Sí… Basta de fingir —prosiguió, ignorando a su prima—. Llevo todo el puto mes fingiendo que te ignoro, es demasiado estúpido portarme bien si ya sabes que me portaré mal en cuanto te descuides, ¿no crees, primita?
Ahora no quería parar, le gustaba mucho verla así de indefensa ante él, casi como un cervatillo asustado ante un feroz lobo. Takumi estaba en una encrucijada, una trampa a la que de momento, debía enfrentarse sola.
Su corazón latía con fuerza y sus mejillas estaban encendidas, sus ojo se perdían en los labios de Eichi.
—¿Por qué esa necesidad de… hostigarme? —preguntó, impelida por el deseo de liberarse—. Lo único en lo que pienso… es en arrancar ya, Eichi.
Él la soltó, soltando una sonora carcajada.
Sin más, arrancó y empezaron a circular por el campus hasta salir de él y adentrarse en una carretera comarcal. Ella suspiró tranquila, estupefacta por lo rápido que había acabado esa situación. Sin embargo, pronto empezó una nueva situación, un poco más ofensiva y que la tomó por sorpresa.
—¿Con que tienes prometido, eh? —Empezó él, de la nada—. Nada más ni nada menos que Kohaku Kimura, el subdirector de Hoshina S.A. Tu padre te está trazando un futuro de lo más prometedor, justo lo que quiere.
Ella le miró de reojo molesta, y sin embargo sorprendida de que él supiese algo así. Aunque instantes después reconoció que era normal, pues también él era de la familia y tendría que saberlo sí o sí; y más por ser el amante de su madre que por otra cosa, ella seguramente se lo contaba ahora. La cuestión era: ¿por qué le hablaba de eso ahora?
—¿Y a qué viene eso ahora? —trató de sonar firme, pero ese tono no iba con ella, además, una certera y constante punzada en el lado izquierdo de la cabeza la estaba incomodando desde hacía rato.
—Ah, nada, sólo te lo digo.
—Ya veo — ¿Pero qué significaba todo eso? Estaba confundida, cada vez comprendía menos lo que ocurría dentro de aquel coche; definitivamente Eichi estaba acabando con la poca cordura que le quedaba. Necesitaba que le diera el aire urgente—. Oye… para el coche… en serio —Agregó, poniéndose las manos en la cabeza. Aquel dolor que la había atenazado durante toda la mañana volvía ahora con más fuerza— O abre la ventana… por el amor de dios.
—Está bien —automáticamente, la ventana del copiloto se abrió sola— ¿qué te pasa, así estás mejor?
—No… paremos —Volvió a agregar, atacada de nuevo por el dolor de cabeza. Se notaba mareada de un momento a otro, no sabía que le ocurría, pero el dolor no paraba y notaba el corazón acelerado, como si le fuera a dar un ataque—. No sé qué me ocurre, es como si me clavaran agujas… y noto una opresión en el pecho.
Viendo que la situación no mejoraba, Eichi paró el coche en un arcén y se volvió hacia su prima, que se sostenía un lado de la cabeza con expresión de dolor en el rostro.
—Quizá sea migraña, mi padre la sufría y conozco los síntomas —Dijo Eichi, poniéndose una mano en la cara y apoyándose en ella— si es eso, sólo necesitarás oscuridad y calmantes.
A Takumi se le oprimió el pecho por momentos, comenzó a sonrojarse y a respirar demasiado rápido. A pesar de no ser médico, Eichi pudo reconocer al instante un ataque de ansiedad, condición que ya había visto alguna vez en Kaede, por lo tanto, sabía cómo pasaba y por qué.
—Hagamos una cosa: avanzaremos un poco más y nos meteremos en ese bar de ahí; tomas algo, descansas y luego nos vamos, ¿está bien?
Ella asintió, ya sólo con un poco de dolor de cabeza. Sin embargo, los latidos de su corazón seguían muy acelerados y sus manos temblaban como nunca.
Circularon durante un corto período de tiempo, hasta estacionar cerca de un bar que ella reconoció, en donde él se tomó dos tragos y ella se enfadó antes de empezar la universidad. Takumi se desabrochó el cinturón y abrió la puerta, levantándose del asiento. Enseguida vio su error, notando que el suelo se movía bajo ella, mareándose aún más; le parecía que en cualquier momento iba a caer en picado. Sin embargo, unas manos fuertes la sostuvieron.
—Sostente en mí —Ella tomó su antebrazo sin pensarlo mucho, levemente sonrojada.
—No hace falta que seas tan amable… Eichi —Habló.
—De todas maneras tu madre me mataría si te pasara algo —Su mirada era fría e increpante, como la de un niño demasiado orgulloso para reconocer sus debilidades—, y siendo tú seguro que te caes y te matas.
Takumi frunció el ceño, respirando profundo y tratando de calmarse. Le hubiera gustado contestarle, pero se creía peor por momentos, así que ni lo intentó. Discurrieron por el camino hasta llegar a las puertas de un pequeño establecimiento con una gran puerta de cristal. Juntos las traspasaron, introduciéndose en un local que, a esa hora, carecía de público. Se sentaron en una de las mesas del fondo, justo al lado de una pequeña pista de baile. Eichi apartó una silla e hizo que Takumi tomase asiento. Luego se despidió, diciéndole que le traería algo que la calmaría.
Takumi miró hacia la pista, pensando en que quizá algún día podría ir a ese lugar por la noche. De hecho nunca había estado en una "fiesta de verdad", sólo en las que organizaban las chicas en el internado y más de una vez al pasar por al lado de su trabajo, había tenido ganas de divertirse. El problema era que no sabía con quién. Suspiró, viendo como Eichi volvía a la mesa trayendo con él dos copas de algo que por supuesto, no había probado en su vida.
—¿Qué es eso? —Le preguntó, algo más calmada ahora, aunque aun respirando descompasadamente y con molestias en el pecho.
—Algo que te va a calmar —Dejó la dichosa bebida frente a ella—. Vamos, bébetelo.
Ella le miró con desconfianza, sin embargo, tras pensar en que no perdía nada intentándolo, se llevó la copa a la boca y tragó el líquido con rapidez, notando un ardor en su garganta.
—No tan rápido o te hará el efecto contrario —Eichi sonrió de medio lado.
—Está entre amargo y cítrico, ¿qué es? —Preguntó ella, relamiéndose los labios inconscientemente.
—Nada fuerte, un cóctel con lima y Martini.
—Está malísimo —Le respondió. Él la miró, sorprendido.
—No sabes lo que dices, niñata —contraatacó—. Parece ser que, pese a ser la heredera Hoshina, no puedes apreciar el sabor de un buen cóctel.
—Lo que tú digas —Takumi apuró su copa, sorbiendo el contenido hasta la última gota.
—La que decía que estaba malo —Se mofó él, viéndola beber con rapidez—. Te he dicho que no lo bebas muy rápido, luego te vas a encontrar mal.
Ella apoyó ambos brazos sobre la mesa y descansó la cabeza sobre ellos, con las mejillas coloradas y mirando hacia arriba, hacia él, reflejándose en aquellos ojos tan parecidos a los suyos que a su vez lo hicieron en los propios. Definitivamente él estaba raro; se estaba portando demasiado bien con ella, tan bien que empezaba a sentirse muy bien a su lado.
Y con esa tontería de trago casi se le había pasado el ataque de nervios o ansiedad, o como fuera que se llamase aquello que le había pasado. Estaba ralentizada, sin intención de moverse, sólo con ganas de dormir en un cómodo colchón.
—Me siento muy rara —Le dijo suavemente.
—¿Sólo con uno? —Se burló viendo el poco aguante de su prima—. Vamos, si casi ni llevaba alcohol.
—Lo digo enserio —Habló.
—Simplemente estás relajada, ya te dije que funcionaba.
Ella sonrió. Parecía que después de todo se podía llevar un poco bien con él, aunque fuese sólo con alcohol de por medio. De repente tuvo un ataque de sinceridad que pilló desprevenido a su primo y que lo dejó pasmado.
—Sabes, te he odiado, incluso te he deseado… —Empezó a hablar con imprecisión—. …pero nunca me había sentido tan bien a tu lado.
Con sólo una copita y ya borracha, ¿qué mierda tenía en la sangre su prima para que el alcohol le hiciese efecto tan rápido? Probablemente es que no había probado nunca ni una gota y era por eso que estaba así, pero él creía que lo tomado no daba para que estuviese de esa manera.
"Sabes, te he odiado, incluso te he deseado… pero nunca me había sentido tan bien a tu lado".
Odiado, deseado; dos adjetivos tan diferentes entre sí, antónimos sin derecho a tocarse nunca. ¿Y desde cuándo alguien se sentía bien a su lado? Ya se encargaba él de portarse tan mal que nadie quisiera estar a su lado.
—No creo que eso sea cierto, Takumi Hoshina—Le contestó. Ella palideció—. Lo que dices es efímero; en unas horas, cuando volvamos a la mansión, volveré a ser la peor persona del mundo, la que más daño te haga.
—No tiene por qué ser así —Contestó ella—. ¿Por qué haces las cosas tan difíciles?
—Porque no te soporto —Aseguró. Acercó su mano al rostro de su prima, acercándolo al suyo y quedando ambos muy cerca—. Porque te aseguro que cuando volvamos seré la misma inmunda persona que has conocido.
Sus alientos casi se rozaban; el corazón de Takumi latía enloquecido al sentirle tan cercano, sus ojos tan próximos y mirándola fijamente.
—Mientes, siempre mientes –Respondió ella. Trató de liberarse de aquella mano, pero él no la dejó. Sin embargo, ella hizo más fuerza y consiguió liberarse, yéndose corriendo al baño de mujeres que había visto al entrar al establecimiento. Se introdujo en él, se echó agua fría por la cara, pero con ello no pudo calmar su sonrojo y los recuerdos de aquel encuentro en la mesa.
Se relajó un poco, sin embargo, cuando se volvió Eichi estaba ahí, más serio que nunca.
—¿Qué haces aquí? –Exclamó ella, introduciéndose rápidamente en el baño más cercano, pero para cuando quiso cerrar la puerta, él se interpuso. Takumi le empujó para que saliera, pero él la arrimó hacia adentro con lo que cayó sentada en el retrete—. ¡Vete, Eichi!
Él no hizo caso y cerró el pestillo.
—Voy a gritar –Le amenazó.
—Grita entonces –Takumi palideció cuando le oyó la otra frase—. El dueño es mi amigo, no vendrá aunque llores.
—Eichi… —la electricidad la recorrió cuando él se acercó, lento, como un animal peligroso que la fuese a atacar en cualquier momento—…por favor.
—Sabes, últimamente me he masturbado pensando en ti –habló rutilante—. Incluso me he follado a tu madre pensando en ti. Eres tan puñeteramente tentadora que siento que no podré aguantar más.
Takumi sintió el calor subir a sus mejillas, ¿qué le estaba ocurriendo en ese preciso momento, por qué se encontraba tan sonrojada frente a esa mirada? Quizá porque la sucumbía el instinto, al igual que él, era tan excitante como cuando le había visto medio desnudo en la cocina con su madre; como cuando la había atrapado contra la pared en su cuarto; como cuando sucedió aquello en el baño del primer piso... Le había evitado por todos los medios, en muchas ocasiones pensó que era inimaginable que Eichi le atrajera, pero ahora podía responder con toda sinceridad que sí, le deseaba y que tantos sentimientos se encontraban entremezclados en su cerebro que podría abalanzarse sobre él para besarle y no se arrepentiría. Porque en verdad lo deseaba.
Por eso cuando Eichi la apretó contra la pared y juntó sus labios con los de ella no le paró, ni siquiera cuando introdujo su mano debajo de la falda, acariciando sus piernas y subiendo hacia esa otra parte para excitarla. Ni siquiera cuando ella rodeó su cuello para profundizar el beso pararon, porque el deseo reprimido era demasiado fuerte, porque se deseaban demasiado…
—Eichi… —Takumi entrecerró los ojos mientras él refregaba su erección contra ella—. Por favor…
—Es lo que querías… —Dijo él mientras subía ambas manos y se desabrochaba el cinturón dejando al descubierto algo que Takumi solo había visto aquella vez que le "espió" dentro de su habitación, mientras se masturbaba—…solo cállate.
Y Takumi no podía dejar de preguntarse qué la había llevado a estar en ese pequeño cubículo con Eichi Hoshina –su odiado primo- en esas circunstancias, ella con las piernas a cada lado del retrete y él con una rodilla apoyada en él y otra en el suelo; besándose como si de verdad se quisieran y dejando a un lado su odio por un ratito de diversión. La verdad es que ni ella ni él lo entendían, pero este último lo sabía esconder muy bien.
Takumi suspiró, sabiendo que lo que pasaría a continuación le acarrearía consecuencias… y no exactamente buenas.
Continuará...~