El Diablo de ojos blancos...~23

—¿Te parece que morirías más lentamente si disparo aquí? —apretó el arma en la entrada de su sexo, causándole arcadas.

Viernes, mediados de noviembre.

—Yashamura, te presento a esta señorita, aunque creo que ya os conocíais.

Aparentaba unos cuarenta y tantos años, totalmente vestida de blanco, de expresión beatifica y con la sonrisa más angelical que ninguno de los presentes hubiese visto nunca. No combinaba con el lúgubre ambiente, oscuro y apestando a tabaco del piso. Extrañamente, el rostro de Yashamura estaba desencajado y daba la impresión que su cara se había llenado de arrugas, como si una verdad inconmensurable le hubiese golpeado y hecho envejecer diez o quince años de golpe. Recuerdos llegaron a su adormecido cerebro y sólo un nombre surgió de sus labios.

—Hikari...

La mujer se fue acercando a él.

—Disculpe, ¿mi hija ya nos había presentado? —la sonriente mujer le tendió una mano enguantada pero él lo único que hizo fue girarse a Chihiro con la incertidumbre pintada en el rostro.

—Pero qué… —se llevó las manos a la cabeza, negándose a creer aquello que estaba tan claro en su mente—. No puede ser…

—Sí, Yashamura, la has oído bien –Chihiro sonreía de una manera demente.

Se acercó y le puso la mano en el hombro, después se puso de puntillas hasta casi rozar el lóbulo de la oreja con sus labios. Él boqueaba como un pez, intentando decir algo pero era incapaz.

—Es mi madre, mi madre biológica, ¿a qué conclusión lógica te lleva esto?

Se apartó de él con presteza, fue hasta su madre y le rodeó los hombros, acercándosela.

—Chihiro, cariño, ¿qué le ocurre a este hombre? —se quiso acercar, pero su hija se lo impidió.

—Nada, mamá, no le ocurre nada —dijo, inamovible.

—Chihiro... ¿quieres que crea que tú eres...? —no quería decir esas dos palabras que faltaban y de todas maneras, le comenzaba a costar respirar.

—¿Qué soy? —sonrió ella, liberando a su madre de su brazo y caminando hacia él—. Tus mismos ojos y una verdad que sabes mucho mejor que yo.

Yashamura bajó la mirada y parecía que iba a sumirse en sus pensamientos pero entonces la recién llegada habló, y él levantó la cabeza para escucharla:

—Hija, creo que este hombre me suena... —se quedó mirando a Yashamura muy fijamente para después componer una expresión triste en su mirada —. Se parece mucho a tu padre, pero es imposible que sea él, murió cuando yo estaba embarazada...

—No importa, mamá, no tienes que preocuparte por él —hizo una señal a un chico que aguardaba en la entrada del pasillo—. Acompáñala a una de las habitaciones.

El chico se la llevó silenciosamente y cerró la puerta que daba al pasillo tras él. Chihiro contempló la expresión esperanzada de su padre. Se dio prisa en quitársela toda.

—No te engañes. Tú sabes muy bien que sí —se deleitó con la decepción que comenzaba a pintarse en el rostro del que había sido su amante—. Ella padece una enfermedad mental desde después de tenerme a mí, por tu culpa...

—Pero ella ha dicho... —otra vez ese rostro anhelante de una realidad distinta que Chihiro no soportaba.

—Si tienes a bien dejar de interrumpirme... —lo miró casi con asco y entre la tristeza y la rabia, explicó—: Cuando tú la dejaste embarazada y te prometiste con otra, ella lloraba tanto que al final acabó perdiendo la razón e intentó suicidarse. En el proceso, desarrolló una esquizofrenia paranoide que tenía latente desde pequeña, según me explicaron los médicos. Mi madre era amiga de Fugaku Kimura, el padre de Kohaku... así que, al no tener otros familiares que se hicieran cargo de mí, me cuidaron como una más.

—Tú eres la que ha perdido la cabeza, Chihiro. Hace un rato íbamos a irnos juntos y ahora...

El hombre negaba con la cabeza sin cesar mientras la miraba, sin querer aún creer sus palabras pese a las evidencias. Eichi, desde su lugar, les miraba asombrado y Yashiro sonreía mientras soltaba densas vaharadas de humo de tabaco de su boca.

—Compréndelo: Te odio desde que sé de ti y me he esforzado y he esperado tanto el momento de tenerte enfrente y ver tu cara de cerdo pidiendo clemencia...

—No tenía opción, yo la amaba pero... ¡era casarme con Kaede o perder mi herencia, mi futuro... la empresa de mi padre!

Yashamura, a quien le costaba un mundo componer aquellas frases, finalmente parecía haber asumido las palabras de esa mujer. Ahora parecía totalmente desesperado por expresar su opinión.

—Peor me lo pones —Chihiro tenía una mirada más salvaje que la de antes; sus ojos brillaban con ira—. Despreciaste a mi madre por tu codicia.

—Ella era pobre, mi padre no la iba a aceptar como mi esposa... Y tenía que impedir que mi hermano se llevase su parte. No se la merecía. ¡No se la merecía!

En ese momento, Eichi, que ya de por sí estaba escuchando la conversación, puso aún más atención. Sus puños se apretaron mientras oía a su tío nombrar a su padre, Hizashi. No se pudo callar.

—¿Y por tu puto egoísmo dejaste a mi padre morirse en la más absoluta miseria quitándole lo que era suyo? ¿Es que no era suficiente con lo que ibas a heredar que tenías que quedarte con todo? ¿Tanta era tu avaricia que ni siquiera podías compartir una fortuna? —el chico casi rechinaba los dientes.

Yashamura giró la cabeza para enfrentarle pero en sus ojos, Eichi no vio más que miedo, rabia, vergüenza, que no iban dirigidas a él.

—¡Él siempre tuvo lo que yo más quería: una esposa que amaba, un hijo varón... Hasta padre lo quería más! —su voz sonó chillona, histérica.

—Esto no es creíble... ¿Sólo por eso... tú...? —los ojos de Eichi llameaban cada vez más. La figura de Yashamura, ya de por sí hostil en su mente, se iba convirtiendo poco a poco en un monstruo decrépito y ponzoñoso.

—Vaaaaya, con vuestros problemas intrafamiliares —se burló Yashiro—. Me lo paso mejor que viendo telenovelas.

Eichi ignoró el comentario. Yashamura giró la cabeza, volviendo su vista hacia Chihiro y con una mezcla de ira y terror, bramó:

—Y tú, ¿¡Por qué me has hecho esto!? ¡Yo iba a compartir contigo todo ese dinero, estúpida puta!

—Porque antes prefería vengarme —sonrió con todos los dientes, ignorando los insultos—. Yo no soy como tú, aunque tenga tus genes.

La cara del hombre se puso lívida, tragaba fuerte y respiraba con dificultad. Se llevó las manos al pecho mientras su cara se transformaba en una espeluznante mueca de dolor. Chihiro se puso a reír de forma desquiciada.

—¿Crees que debería llamarte papá? –preguntó suavemente, dejando boquiabierto al hombre.

El rostro de Eichi era la viva imagen de la desesperación, porque mientras esos dos le cansaban con una patética discusión sobre secretos familiares e incestuosos (que no negaba que el descubrimiento le había dejado pasmado), su prima se encontraba sufriendo ve a saber qué cosas en uno de los cuartos. Se mordía el labio con fuerza por dentro y sus ojos permanecían alerta, al igual que sus oídos, que captaban (y que en todo el rato que llevaba allí no había dejado de escuchar) los quejidos y gritos femeninos de una de las habitaciones de aquella casa. Esto lo llevaba a un estado de nerviosismo en el que ni siquiera el dolor de la herida en su brazo le importaba. Le inundaban las ganas de levantarse de la silla, ir a la habitación que fuese y comenzar a matar a cualquier hombre que se cruzara en su camino, sin pensar; porque ya lo había intentado más de una vez, pero aquellos matones se mostraban expectantes a que lo hiciera, parándolo todas las veces que lo intentaba.

Desde su lugar, era consciente de que su tío, en vez de hablar con su hija-amante, parecía más centrado en intentar respirar sin ahogarse con su propia saliva mientras, tembloroso y jadeante, se mantenía a duras penas de pie. Aunque a él no le interesaba lo que pudiese estarle sucediendo a ese hombre (hombre y extraño, porque desde varias semanas atrás él dejó de considerarlo de su familia) sí se había quedado con una mueca de desconcierto al escuchar lo que había dicho Chihiro: según ella eran... ¿primos? Por más que la miraba y ahora sí era consciente de la semejanza, jamás lo habría dicho de todas las veces que la había visto en la empresa.

—Vaya, papá, pensaba que tendría más diversión. Tengo tantas cosas que contarte… –decía Chihiro, detrás de él; Yashamura, sin poder sostenerse más, se desplomó en su silla y ella le rodeó desde detrás con ambos brazos—. Mamá tiene tanto que decirte también... No pensaba que te morirías tan pronto.

—Es una pena que Kohaku se esté perdiendo esto –Yashiro negó con la cabeza, mientras sonreía—. Pero él está en un asunto más interesante ahora.

El castaño frunció el ceño. Se estaba desesperando por no saber lo que estaba sucediendo con su prima y ellos seguían allí con su burdo teatrito, que a él le importaba un comino, por cierto.

—¿Qué mierda sabes tú de eso? –exclamó Eichi, mirándolo con repugnancia—. ¿Qué coño estáis haciendo con Takumi?

—Calma, Eichi-kun. Nada que ella no quiera, seguramente –le provocó con una sonrisa ladina.

Al instante siguiente, como si aquello respondiese a Eichi, un grito masculino cortó el aire y a este le siguieron otros muchos, más atroces y espeluznantes. El chico captó aquellos gritos y una sonrisa inevitable llenó sus labios. Esos ya no eran gritos femeninos, sino masculinos, por lo tanto...

—¿Qué cojones…? —soltó Yashiro, desconcertado. Chihiro también había parado su "charla" con su padre y miraba hacia el pasillo, con la boca abierta: ese había sido un grito de Kohaku.

Entonces, como un espíritu aterrador, una chica abrió la puerta y salió tambaleándose desde el pasillo: tenía las mejillas encharcadas de lágrimas y su cara y manos estaban ensangrentadas. Su cabello estaba enmarañado, sus ojos muy abiertos, sin expresión y su tono de piel pálido como la pared. La escena se había congelado. Eichi, aunque impactado por los acontecimientos, salió de su impresión alertado por su instinto de supervivencia. Pronto se iba a liar un gran problema si seguían allí.

Durante un momento de mutuo entendimiento, ambos se miraron, y en menos de un segundo, Takumi corría hacia la puerta de entrada, Eichi (con la adrenalina hasta los topes) volcaba de un empujón la mesa e imitaba a su prima. El que esa misma puerta se abriera de repente no contaba entre sus planes, pero cuando un asustado e impactado Akiyama (que llegaba acompañado por un matón de Yashiro) los vio, entendió a la primera lo que debía hacer.

—¡Que alguien vaya a ver qué le ha pasado a Kohaku! –Yashiro empezó a dar órdenes a diestro y siniestro—. ¡Y coged a esa gente de una vez! ¡No se pueden escapar!

Varios hombres detrás de ellos sacaron sus pistolas mientras Akiyama luchaba por deshacerse del que le venía acompañando. Tras un breve forcejeo, el peligris cogió impulso con sus piernas y derribó al tipo que lo aprisionaba por la espalda de un fuerte cabezazo en la nariz que se llevó una mano a la cara intentando detener la hemorragia. Sin perder tiempo, salió corriendo por el rellano junto a ambos chicos. Los tiros resonaban, impactando en las paredes y en el suelo, y casi por milagro, no les dieron a ellos.

De repente huían como ratas perseguidas por un gato enorme y feroz. Los tres corrían con el miedo supurándoles a borbotones por los poros, hasta que terminaron en un callejón sin salida y, al fin, pararon. Akiyama se apoyó en una pared, cansado de la ardua corrediza mientras Eichi se acercaba a su prima (que estaba de espaldas a él), la cogía del brazo y le daba la vuelta. La visión no podía ser más macabra: estaba cubierta de sangre que el sudor por correr había hecho colarse por su escote. Su cabello aún más despeinado, sucio; sus ojos brillantes, conteniendo sus emociones; su boca, curvada en una mueca deformada de terror.

—¿La sangre es tuya? –preguntó; y aquello bastó para que ella se rompiera.

—Creo que lo he matado –gimió mientras rompía a llorar escandalosamente.

Ella cayó de rodillas y sólo entonces, al mirar hacia el suelo, él se dio cuenta que la chica no llevaba zapatos. Se agachó junto a ella mirándola sin decir nada. Temblando y convulsionando por el llanto, Takumi le abrazó casi derribándole y él le correspondió, apretándola contra sí mismo.

—Lo siento… él… me hacía daño y yo… no quería matarle… –sollozó amargamente, contra su cuello—. ¡No quería…!

La furia homicida invadió a Eichi que apretó su abrazo en torno a ella, hundiendo una mano en su pelo y la otra en la espalda. Las manos de Takumi se aferraban a su cuello y sus lágrimas chorreaban en su mejilla como cataratas desbordadas. Su escandaloso llanto iba directo a golpear a una parte muy profunda de su pecho.

—Ya estoy harta de esto –murmuró, con la voz rota—. De huir, de escondernos, del sufrimiento… no aguanto más. Quiero morirme.

Él no dijo nada. Lo único que había en los ojos de Eichi era una mirada que congelaría el mismísimo infierno.

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—Puedo cogerla yo, si quieres, no tienes buena cara –se ofreció Akiyama mientras caminaban calle arriba. Era por lo menos la una de la madrugada y hacía ya un par de horas que el chico caminaba, al parecer, sin dirección. A todo esto se le sumaba que llevaba en brazos a su prima ya que esta se había quedado dormida anteriormente.

—Pronto llegaremos, no te preocupes por mí —dijo con sequedad.

Enfilaron por un barrio que se asemejaba donde se hallaba la mansión Hoshina pero no tan ostentoso y no pasó más de media hora hasta que llegaron frente a una preciosa casa de estilo japonés. Akiyama leyó los ideogramas del letrero: "Kurenai". Sin mediar palabra, Eichi picó al timbre que había en la puertecita exterior y no tardaron mucho en responder un: "¿Quién es?"

—Eichi.-soltó el chico, identificándose. Enseguida, una mujer con unas gafas y una bata salió a recibirles, con los ojos muy abiertos y clara sorpresa. Miró a Eichi y a la chica que cargaba y después a él mismo.

—Pasad, por favor –les instó, con gravedad.

Con la prisa y los nervios, ninguno de los presentes se fijó por donde iban ni de nada a su alrededor. Caminaron por unos cuantos pasillos hasta llegar a una sala que parecía la principal, con el suelo revestido de tatami.

—Mantenla así un rato —ordenó, refiriéndose a Eichi—. Traeré un futón para ella.

Eichi asintió y no la soltó hasta que la mujer llegó de nuevo cargando con lo dicho; ya después de haberlo extendido, este se quedó un momento mirando al suelo, como decidiendo si debía confiar en dejarla en el suelo. Cuando el más mayor ya pensaba en arrebatársela para extenderla él mismo, el chico se decidió y la tumbó con delicadeza en la tela.

—Está cubierta de sangre –dijo Kurenai en voz baja, pero el más joven la escuchó.

—No es suya –Eichi permanecía sentado en el suelo, con una pierna doblada y la otra puesta descuidadamente sobre el suelo; sus brazos rodeaban su rodilla, donde apoyaba la barbilla. Entrecerraba sus ojos, que permanecían brillantes, la cabeza embotada y un profundo dolor punzante en el hombro.

—He traído algo para limpiarla un poco —aclaró, mostrándole al chico un balde de agua caliente y una toalla. Éste asintió.

Mientras la mujer procedía a higienizar un poco a la chica (retirando la sangre y la suciedad de su cara y manos), Akiyama posó con descuido el dorso de la mano contra la frente de Eichi.

—Eh, ¿qué haces? –refunfuñó y le dio un manotazo flojo, apartándole la mano.

—Lo siento si te ha molestado, pero quería comprobar algo —comentó, y le miró con dureza—. ¿No te has dado cuenta que tienes fiebre?

—¿Y qué? —bufó, apartando la mirada y girándola hacia donde Kurenai estaba.

—Escucha... —al posar Akiyama la mano en uno de sus hombros, Eichi ahogó un grito que hizo levantar la mirada a la mujer.

—Joder... —el chico se llevó una mano a la cabeza, apretando los dientes y escapándosele una lagrimita de dolor.

—Si sólo te he tocado el hombro... —el peligris se inclinó ante él.

Kurenai dejó lo que hacía y se levantó, arrodillándose también al lado de Eichi.

—¿Qué ocurre, Eichi?

Suspirando, Eichi procedió a quitarse el jersey con mucha dificultad, soltando pequeños quejidos y dejando al descubierto su hombro vendado y con manchas purpúreas. La Yuuhi abrió mucho los ojos.

— Eichi, ¿pero qué te ha pasado aquí? —lo inspeccionó sólo con la vista.

—Me tendieron una trampa —dijo apenas—. Una bala me rozó.

—¿Cuánto llevas sin curártelo?

El chico no respondió; simplemente se levantó, tambaleándose. Algunas hebras de cabello se le pegaban en la frente.

—Eso da igual. Tengo que ir a buscar... a Yashiro –dijo, como intentando convencerse; parecía hablarse a sí mismo, como si los demás hubiesen desaparecido—. No puedo dejar... que siga vivo.

—No puedes ir a buscar a ese sujeto en esas condiciones, chico —Akiyama se levantó de su sitio, sabiendo lo que podía suceder a continuación—. Sólo mira cómo estás...

—¿Y quién va a pararme, tú? —se giró bruscamente, sin controlar sus piernas; parecía que intentaba fulminarle con la mirada pero era un intento infructuoso, ya que tenía los ojos muy brillantes y los cerraba constantemente.

Pero no hizo falta pararle porque su cuerpo lo hizo por ellos: en cuanto Eichi dio un paso, un mareo lo hizo tambalearse y casi al instante se desplomó en el suelo.

&

Los colores regresaban, sumiéndola en un profundo dolor conforme volvían. Intentó toser pero la garganta le raspaba de una forma terrible y dejó lo de hablar por imposible. ¿Pero qué había ocurrido?

—Señora Hoshina, ¿sabe dónde estamos? —mientras la enfermera hablaba, la auxiliar le mojó los labios con una gasa y ella sorbió todo el agua que le fue posible, pues tenía la boca tan reseca que la lengua se le pegaba al paladar, sumándole molestia a su actual situación.

—Hos... pi...tal...—el fuerte olor a desinfectante se lo indicaba.

—Bien, saber dónde estamos es buena señal... —comentó. Kaede fue capaz de entreabrir los ojos pero la luz blanca y cegadora de una linternita se los cerró de nuevo.

—¿Qué ha... pasado? —dijo, intentando que las palabras le saliesen enteras.

—Los traumatismos que sufría nos hicieron sospechar que usted había recibido una paliza.

Ella asintió, teniendo un recuerdo de cuando Yashamura la había insultado y el primer golpe que la había dejado inconsciente. Recordaba el dolor insoportable cuando le dio el puntapié en la espalda, y después como todo se volvía negro y perdía la consciencia. Se estremeció ante los recuerdos que le venían a la cabeza, la violencia sádica de su... no quería ni llamarlo marido, y sus gritos desgarradores antes de caer.

—Mi marido... —lo dijo tan bajito que nadie la oyó—. Ese desgraciado... me hizo esto.

—¿Qué ha dicho? —la enfermera alzó la cabeza, sorprendida porque la mujer hubiera levantado tanto el tono. Kaede, a su vez, pasó saliva dolorosamente por la garganta.

Un repentino ataque de tos hizo que todos los golpes recibidos se sintiesen como bombas estallando una detrás de otra sin control, haciendo que el dolor se extendiese por cada una de sus terminaciones nerviosas.

—No se esfuerce, señora Hoshina —la voz de la enfermera era suave y amable—. Le administraré una medicina que la hará sentirse mejor.

—Encuentren... a ese desgraciado —atinó a decir, antes de quedar bajo el efecto de los calmantes vía intravenosa.

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Kurenai cerró un momento los ojos y respiró intentando encontrar la calma que no tenía. Miró al chico en el futón, pálido y con el cabello húmedo de sudor pegado a la frente. Él siempre había tenido problemas pero esta vez estaba en uno que se le hacía demasiado grande. En el que podía incluso morir. Tragó saliva, angustiada. En ese momento, sólo había una cosa que podía hacer por él. El pitido del termómetro la devolvió a su actividad.

—Tiene 39'5 de fiebre –anunció, mirando el pequeño aparato con una mueca—. Tendríamos que llevarlo al hospital pero está descartado...

—La herida de bala resaltaría bastante –Akiyama, a su lado, asintió con la cabeza.

La mujer se sentó un poco mejor en el tatami, miró a Akiyama, que parecía aún más perdido y angustiado que ella, y tomó una decisión.

—No me queda otra: hace mucho que no ejerzo la medicina –comentó, recordando aquellos días tan duros en la facultad de medicina, y su posterior especialización en medicina psiquiátrica.

Kurenai recordó la primera vez que su amigo Hizashi le presentó a su hijo Eichi. En ese entonces, era tan solo un niño de pecho y le tendió sus manitas, muy sonriente.

Asintió.

—Haré mi mejor esfuerzo por Eichi.

&

Una bruma difuminaba todo a su alrededor. Aún se sentía dormida, incapaz de abrir sus párpados, porque pesaban como el cemento. Y tampoco se quería despertar. No aún. Nunca, si era posible. La angustia se instaló en su pecho al recordar, al ser consciente de lo que le había ocurrido... Ojos negros, gritos, dolor, sangre... Pero era su corazón el que más dolía. Su pecho estaba roto; ella misma estaba quebrada por completo.

«...llevarlo al hospital pero está descartado».

Frases inconexas llegaban a sus oídos. ¿Qué ocurría? ¿A quién tenían que llevar al hospital?

«...mío, la herida está muy infectada...».

Sentía el corazón en un puño.

«¿Podrá hacerlo?»

—¡Eichi! —gritó, levantándose de una vez del futón y mirando a todos lados con los ojos muy abiertos. Sudor helado corría por su espalda, su cara y sus brazos. Tenía lágrimas en los ojos y temblaba sin control—. Eichi... —susurró esta vez, divisando a dos personas que la miraban desde el suelo. Una tercera estaba en el suelo, estirada.

Se acercó tambaleante, arrodillándose sin fuerzas a su lado, echándose a llorar apoyada en su pecho. No le importaron las demás presencias.

—Takumi, tranquila, él ya está bien... —dijo una voz de hombre, paternal, poniéndose a su lado y mesándole el cabello. Desorientada, tardó unos instantes en reconocerla.

—Yo... estaba tan asustada... —sollozó, tragando saliva; seguía apoyada en el pecho de un inconsciente Eichi— ...de que... le hubiese pasado algo...

—Lo siento si te hemos asustado, querida —hablo otra voz que no reconoció— Estábamos hablando muy alto.

Takumi levantó la cabeza poco a poco, encontrándose primero el rostro dormido de su primo. Se quedó unos segundos viendo si respiraba y suspiró aliviada al constatarlo. Después miró a una mujer con unos hermosos ojos de un color que se confundía con el rojo—anaranjado del amanecer, que se divisaba por una ventana tras ella.

—Yo... lo siento —se disculpó ella, siendo un poco consciente de la realidad y rascándose los ojos, rojos por las lágrimas.

—Tranquila, creo que traeré un poco de té para los tres —comentó, tranquilizadora—. Ha sido una noche muy dura para todos.

Eichi permaneció inconsciente por tres días, en que Takumi casi no se movía de su lado. Bajo las órdenes de la dueña de la casa (y por decisión propia), le cambiaba el vendaje y le realizaban alguna que otra higiene menor. Por los frecuentes cuidados y los antibióticos que le eran administrados, la fiebre fue remitiendo poco a poco.

Fue el lunes siguiente cuando despertó, cogiéndole una mano a Takumi, quien estaba atareada arreglándole la ropa de cama. Ella, que no se lo esperaba, se llevó una mano al pecho ahogando una exclamación. Tragó saliva porque, al verle con los ojos entreabiertos (esa mirada gris claro que, a pesar de ver en ella misma todos los días, había echado tanto de menos) su vista se emborronó por las lágrimas que amenazaban con caer. Se limpió rápidamente con el dorso de una de sus manos, esperando que él no lo hubiese notado.

—Me has dado un susto de muerte... —casi fue un susurro.

—¿Qué hago aquí?

Takumi, notando su voz áspera y dificultad al hablar, le acercó un vaso de agua y lo ayudo a levantar un poco la cabeza para tomarlo.

—No te levantes muy de golpe. Te marearás. Despacio —aleccionó, muy atenta a todos los movimientos que él hacía—. Ahora te lo explico todo.

—Sí, mamá —dijo él, una vez se hubo recostado de nuevo.

Takumi remojó el paño en el agua fría y volvió a ponérselo en la frente, más bien para refrescarlo, porque la fiebre ya había remitido. Él suspiró. El roce de sus manos calientes y el frío del agua hacían una mezcla reconfortante. Se relamió los labios, cerrando los ojos.

—La señorita Kurenai me ha contado que hace tres días, el jueves pasado por la noche, llegaste conmigo en brazos y con Akiyama acompañándote. Que te desmayaste en la salita después de decir que matarías a Yashiro Kimura—soltó todo de golpe—. Ella curó el disparo de tu brazo y entre todos te hemos estado cuidando desde entonces.

—Vaya, de eso último no me acordaba. De hecho no me acuerdo de casi nada después de traerte aquí.

—No es tan raro, si contamos que tenías una fiebre altísima a causa de una infección en la zona del disparo —susurró, escurriendo de nuevo el paño.

Hubo un rato de silencio en el cuarto, sólo roto por el sonido del agua al dejar la chica el trapo en la palangana.

—Siento haber descuidado tu herida —se disculpó ella de repente—. Se infectó por no tratarla.

—No es como si pudieras —comentó, haciendo referencia a que ella había estado retenida—. Y no es tu culpa que haya ido a buscarte y no haya querido enseñar mi herida para que no se aprovecharan de mi debilidad, no es como si pudiera ponerme a curarla en medio de un salón lleno de gente que quiere hacerme papilla; deja de disculparte.

—En serio, yo... —se llevó una mano a la cabeza y cerró los ojos. Él no la dejó continuar. Sus hombros comenzaron a temblar.

—En todo caso, yo soy el que debe disculparse —se había puesto muy serio de repente. Sus irises grises fijas en ella hicieron que un leve rubor se instalara en sus mejillas.

—¿Po-Por qué dices eso? —tragó saliva.

—Dije que no dejaría que volviera a tocarte un pelo —chasqueó la lengua, alzando una mano y cogiendo un mechón de su largo cabello. Su entrecejo estaba arrugado—. Incumplí mi promesa.

A Takumi se le escapó una lágrima traicionera y apartó la vista.

—¿Cómo podrías haberlo impedido?

—Matándolos a todos —sentenció.

—Eso es tan estúpido... —le miró intentando componer una sonrisa pero todo lo que le salió fue una sonrisa rota—. Él lo había intentado antes, además...

—Le hiciste algo —comentó, mirándola con un brillo extraño—. Le oí gritar.

—No quiero recordar eso —hizo una mueca de desagrado con la boca. Eichi decidió callar, recordando los sollozos de arrepentimiento de ella. La mirada de la chica se había tornado vacía, llena de angustia. La vio negar con la cabeza, y en lo que dura un suspiro, agachó la cabeza y rozó sus labios con los de él. Suave. Inocentemente. Después de eso, se marchó sin decir nada y él se quedó solo en la habitación, boquiabierto y preguntándose qué acababa de pasar allí.

Tras aquella primera conversación después de días, Takumi volvió a la habitación, casi siempre cuando estaba dormido. Eichi sospechaba que no quería que le preguntase sobre los gritos de Kohaku otra vez, porque ella siempre huía de sus problemas. Casi como él en el pasado, que trataba de ignorarlos la mayor parte del tiempo. Y él ya estaba hasta las narices de descansar. ¡Ni que la casa de su terapeuta fuese un hospital!

Así que ese miércoles, harto de estar en la cama, se levantó.

Había encontrado una guía telefónica en un armarito del recibidor y había marcado el número de teléfono de uno de los hospitales que había localizado en ella. Suponía que lo habían llevado al general de Tokio, así que esa fue su primera opción. Cuando por fin le cogieron el teléfono, Eichi habló:

—Estoy buscando a un paciente llamado Tilo Ibuki. Sí. Soy su hermano. Estamos buscándolo desde hace una semana. ¿Es posible que se encuentre en este hospital? —esperó unos segundos hasta volver a preguntar—. ¿En serio? Menos mal, ¿está bien? ¿Puede tener visitas? Muchas gracias. Adiós.

Muy decidido, Eichi se fue a cambiar pero se encontró a Takumi en la puerta de la habitación, mirándole con una expresión entre el miedo y la súplica.

—¿Dónde vas? —dijo.

—He localizado a Tilo —no había porqué mentir.

—Espera —su mano suave y cálida le detuvo cuando entraba al cuarto.

—¿Quieres pararme? —se giró, con mirada furibunda y la observó con agresividad: ella estaba cabizbaja y le pareció más pequeña y retraída de lo habitual. La chica negó con la cabeza.

—Me gustaría ir contigo. Avísame cuando salgas —le soltó la mano y se marchó por el pasillo, sin decir nada más.

&

La enfermera retiró la venda que hasta entonces cubría su ojo izquierdo y, tras realizar la cura pertinente, la sustituyó por un apósito blanco que cubría totalmente su vista. Chihiro, a un costado para no molestar, miraba atentamente cada parte del proceso.

—Ahora sólo deberá llevar este pequeño apósito, Kimura-san —comentó la mujer con una sonrisa.

—Lo que gana uno defendiéndose de ladrones... —mintió el aludido, sin prestar mucha atención a lo que la mujer le decía.

Chihiro lo miró con una ceja alzada y negó con la cabeza. El gesto lo hizo sonreír de medio lado.

Hacía por lo menos una semana desde que esa chica había escapado junto al asqueroso de su primo y el otro tipo en las narices de toda la familia Kimura. Yashiro había estado más que cabreado durante toda aquella semana y, cómo no, los chicos del club habían sufrido su mal humor. Aunque eso a él no le importaba.

—Es una pena que no te haya dejado tuerto —comentó, sacándole la lengua; ambos ya estaban fuera del cuarto—. ¿Cómo se siente cuando el corderito se defiende del lobo?

El hombre se alisó el pantalón, aparentemente tranquilo.

—Cada vez que me duele, me entran ganas de torturarla, arrancarle los ojos y la lengua, que llore y que me suplique –Kohaku le sonreía con una mueca malévola en el rostro—. Da gracias a los calmantes, porque si no, ya te habría destrozado la boca.

Esa sucia puta le había clavado un tenedor. Un afilado tenedor que él había llevado horas antes a su habitación, en un acto de venenosa buena fe para que no se muriera de hambre. Kohaku sonrió de medio lado, a pesar del dolor que aún le producía el ojo. Por lo menos debería haberle tratado como merecía, pero no, la muy zorra se había resistido hasta la extenuación y cuando al final la sometió a él (aún lo disfrutaba a pesar de lo que le sobrevino después) le había herido a traición. Exteriormente, llevaba una venda que cubría gran parte de su cabeza pero lo peor estaba en el interior...

—Cállate, no es tan grave, como máximo perderás un poco de visión –pese a que sus palabras eran despreocupadas, Chihiro se mantenía seria, de brazos cruzados—. Aunque bueno... tú te lo has buscado –acabó con una sonrisilla que provocó la ira del moreno.

—Cierra la boca —siseó—, tú y ella sois de la misma calaña.

—¿Y tú, de qué calaña eres? –comentó, fulminándole con la mirada—. No te pareces nada a tu padre. Ese cuervo que tienes por tío te ha enseñado todo lo que sabes, y lo ha hecho muy bien... Mira, me he callado mis opiniones sobre él desde hace mucho pero algún día vas a aprender de la peor manera quién es él —entrecerró los ojos, con astucia.

Se retuvo de contestarle a Chihiro. Su tío apareció de repente en la sala de espera rompiendo la conversación que mantenían. Si los escuchó, no lo demostró, porque no hizo ningún comentario.

—¿Cómo estás, sobrino?

—¿A ti qué te parece? —contestó, cortante; aún estaba enfadado con Chihiro por su maldita manía de reñirle por cosas en las que ella no tenía que meterse—. ¿Y cómo que has subido, no estabas esperando abajo con los demás?

—Resulta que tengo una noticia que te pondrá de buen humor: parece que por fin hemos avistado a las tres ratas que escaparon.

—¿Cómo? —adelantó un paso hacia él, interesado.

—Uno de los nuestros los ha visto en la planta de abajo por casualidad, cuando entraban para ver a nuestro querido Tilo Ibuki.

—¿Ibuki está aquí?

—Otra información de última hora, sobrino —comentó, dándole palmaditas en el hombro—. Las cosas siempre aparecen cuando uno no las busca.

&

—¡Chicos! —exclamó alegremente un chico castaño—. Hasta que venís a buscarme, estaba muy aburrido de estar aquí.

Takumi se quedó a cuadritos primero, luego suspiró y por último sonrió tímidamente. Tilo tenía el torso al descubierto y un vendaje que le atravesaba la clavícula y parte del pecho. Por lo demás, su sonrisa era la que ella siempre le había visto.

—Tenemos que irnos —comentó Eichi un poco apresurado—. Acabamos de ver a unos Kimura en la puerta.

Tilo asintió y Takumi le alcanzó unos pantalones para que los cambiara por los del pijama del hospital. De nuevo con la ayuda de la chica, se vistió con una camisa que se dejó a medio abotonar. Una vez preparado, el chico se puso de pie y se unió a ellos sin ningún problema. Eichi cogió las pocas cosas que su amigo tenía allí y los tres salieron de la habitación. Recorrieron pasillos y más pasillos sin llamar la atención. Fue entonces que la chica se paró en seco.

—Seguid vosotros, tengo que hacer algo. No tardaré.

—¿Dónde vas? —Eichi la paró antes de que hiciera algún movimiento.

—Visitaré a mi madre.

Sin más respuestas, dejó a Tilo con Eichi y se fue por el pasillo. Eichi se quedó callado un momento, viendo alejarse a Takumi por el pasillo.

—¿No vamos a acompañarla?

Lo miró por unos segundos, y finalmente, frunciendo el ceño y sin decir ni una palabra, la siguió, acompañado de Tilo.

—Eichi-kun, Tilo-kun, qué alegría veros por aquí.

No habían caminado ni tres pasos cuando aquella voz les paró. Ambos chicos se dieron la vuelta, sólo para encontrarse a Yashiro Kimura con unos cuantos de sus hombres a sus espaldas. Eichi les miró con asco y Tilo les retó con una mirada desafiante.

—Bueno, mientras mi sobrino busca a tu primita, vamos a hablar; tú y yo, sobre todo —el recién llegado señalaba al de pelo largo.

—Perdona, pero tenemos prisa —comentó éste, con ironía.

—Oh, ¿no me digas?

—Sí, estamos buscando una chica, tú la debes conocer muy bien —le comentó el de cabello corto.

Yashiro se quedó un poco extrañado ante la actitud de los dos chicos.

—Tilo, ¿vas a buscarla mientras yo me encargo de hablar con estos hombres?

—Por supuesto, Eichi —respondió Tilo, ignorando todo lo demás.

—¿De qué va toda esta escena, sobre la seguridad en vosotros mismos? —preguntó Yashiro, apuntándoles con una pistola. Parecía que comenzaba a cabrearse.

Él y sus hombres se acercaron a ellos, empezando a rodearles. Tilo miró a su amigo por un momento, con la duda pintada en el rostro. Éste asintió y el de cabello corto se giró, dando un paso seguro. Sin embargo, antes de avanzar más, se giró y, sonriendo pícaramente, le hizo un gesto grosero con el dedo corazón.

—Esto va sobre ignorarte, gilipollas.

Al girar la esquina, sin embargo, Takumi se encontró con Akiyama y Yuuhi parados en un pasillo. La miraron interrogantes y sorprendidos mientras ella se acercaba.

—¿Qué haces aquí, Takumi-chan? —preguntó Akiyama, no acabando de comprender que hacía ella allí, si se suponía que la habían dejado esa mañana en casa de la señorita Yuuhi.

—¿Ha pasado algo con Eichi? —la mujer parecía ansiosa y asustada de repente. Takumi se apresuró en tranquilizarla.

—No, no, Eichi está bien. Es sólo que... finalmente logró encontrar a Tilo —los labios de Takumi se curvaron en una ligera sonrisa que se desvaneció ante el tono serio con el que se dirigió a ella Kurenai.

—¿Ha venido estando convaleciente y tú le has dejado?

—Lo siento mucho, señorita Kurenai —se disculpó la chica pero le dedicó una mirada muy segura— …pero Tilo es muy importante para Eichi: de ninguna manera podía impedirle venir.

A todo esto, Takumi se extrañó de que con la prisa que le había metido su primo para escapar de los Kimura, no hubiera ido tras ella para recordarle que tenían que salir de ahí cuanto antes, giró sobre sí misma ligeramente a ambos lados a ver si veía a su primo y a Tilo por alguna parte, pero la voz de Akiyama la sacó de los pensamientos.

—¿Y dónde ibas? —preguntó el peligris, tratando de cortar la bronca.

—Me dirigía a la recepción para preguntar por mi madre... —bajó un poco la mirada.

—Nosotros subíamos a verla... —Akiyama cambió su expresión a una muy alegre de repente—. ¡Ya la han subido a planta!

—Ella está... ¿despierta?

Takumi no dudó en acompañarlos por el ascensor a la planta tres, que era donde estaba ingresada su madre. Cuando la cabina abrió sus puertas, la chica salió con bastante prisa, sin pensar en nada más que en ver a su madre e irse de una vez, preguntándose aún por su primo y Tilo, dudando que se hubieran ido sin ella pero sin saber cómo encontrarlos con la desaparición tan repentina que habían efectuado. Pero cuando levantó la vista para mirar por dónde andaba, se le heló la sangre al ver quién había allí.

Él.

—Hola, zorra, ¿sorprendida?

Él estaba allí.

Kohaku Kimura.

Se quedó paralizada de miedo al verle allí, frente a ella: llevaba un apósito médico en el ojo y tenía la ceja cosida. Casi le dio terror la mirada en su ojo sano; tenía muchas ganas de huir, de escapar de aquella mirada oscura que la hacía sentir en un callejón sin salida pero no podía (aunque le habría gustado) pues sus piernas no se movían. Sin querer, empezó a temblar.

Takumi, enfocada en su agresor, casi no se dio cuenta de la presencia de Chihiro tras él, que permanecía callada e indiferente ante la situación.

—Tú... —gruñó Akiyama, mirando a Kohaku de hito en hito—. ¿No piensas dejarla en paz nunca, o qué?

—¿Es que no puedes dejarme vivir en paz? —gimió Takumi, temblando como una hoja, mirando al suelo.

Kohaku sacó una pistola como respuesta. Kurenai intentó alcanzar a Takumi pero el recién llegado la detuvo, cargando el arma y apuntándole.

—Ahora estaréis muy calladitos y pulsaréis el botón de la planta más baja, entrometidos —se dirigió a ambos—. Si no queréis que la mate, claro.

Pasó cerca de un minuto en que parecía que el peligris no se decidía. Estaba entre la espada y la pared. Yuuhi miraba a ambos hombres y después a Takumi, con angustia.

—¡Mierda! Lo siento, Takumi.

Pero en vez de irse a otra planta, Akiyama presionó uno de los botones, cerrándose las puertas tras ellos y dejando a Takumi a su suerte. Una vez solos, el moreno comenzó a dar vueltas alrededor de la temblorosa chica, como analizándola o más bien queriendo aterrorizarla más de lo que estaba.

—¿Qué pasa, Takumi-chan, es que me tienes miedo? —se fue acercando y ella no atinó a retroceder, como hipnotizada—. Te doy un minuto de ventaja antes de que vaya a por ti... ¡CORRE!

Saliendo del shock, la morena dio unos pasos atrás, se dio la vuelta trastabillando y se lanzó a correr por el pasillo.

—¿Tú también vas a correr? —comentó, burlón—. ¿No quieres consolarla o algo?

Chihiro le dedicó una mirada airada, negó con la cabeza con incredulidad y salió corriendo tras la chica. Kohaku se quedó quieto, mirando el minutero de su reloj de muñeca.

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—¡Escucha! Sólo escúchame... —Takumi no se paró al oír la voz de la otra mujer, avanzó un poco más despacio, sin mirarla.

—¿Qué quieres? —dijo, aún de espaldas. Chihiro vio en su acción un símbolo de que la escucharía.

—Yo te puedo ayudar, ¿sabes? Te dije que podía ayudarte, que Kohaku no iba a hacerte daño, que...

—Pues llegas un poco tarde, ¿no? —la interrumpió, cabizbaja. Se dio la vuelta y levantó la cabeza, mirándola de hito en hito—. Porque él ya ha logrado lo que tanto quería de mí...

—¡Yo te dije antes que podía protegerte de él... tú despreciaste mi oferta! ¡Sabías a lo que te arriesgabas!

—Lo siento, ya te dije que no iba a seguirte... —se dio la vuelta y volvió a acelerar—. Lo siento.

—Ya ha pasado ese minuto —escucharon la voz de Kohaku desde algún lugar, muy cerca de donde ellas estaban.

Takumi echó a correr una vez más, todo lo rápido que fue capaz, su mirada mostrando un rayo de nerviosismo mezclado con terror. Chihiro la vio desaparecer por el recodo de un pasillo y al instante siguiente, su amigo pasó zumbando por su lado... Se quedó con la boca abierta, incapaz de decir nada, y después de pensarlo un momento, ella también salió corriendo tras ellos.

—¡Kohaku, espera!

Takumi había encontrado las escaleras de emergencia y corría tan deprisa como podía aprovechándose de la gran desventaja que era para ese sujeto el sólo poder ver por un ojo. Ella no supo que era capaz de odiar hasta que le conoció a él.

Casi presa de un ataque de ansiedad, resollando por el esfuerzo, se paró a descansar apoyándose en una pared. No pudo reaccionar a tiempo al ver una sombra pasar delante suyo ni evitar que unos brazos fuertes la retuvieran de espaldas contra la pared. Takumi lanzó un grito que fue ahogado por una mano en su boca.

—Siento haberte sorprendido así, Takumi. Soy Tilo, maldita sea.

Se tranquilizó al instante al oír aquella voz y se aferró a él con desesperación, como si fuese su tabla de salvamento.

—¿Q-Qué ha pasado?

—Han cogido a Eichi mientras íbamos a seguirte cuando ibas a ver a tu madre —hablaba nervioso—. ¿Por qué estás tú aquí?

—Él me venía persiguiendo, antes me lo encontré en el ascensor —lloró la chica, incapaz de controlar las lágrimas, hablando tan rápido que apenas se la entendía—. Tenemos que buscar a Eichi e irnos de aquí. ¡Kohaku nos alcanzará!

Miraba hacia las escaleras continuamente, como esperando que su agresor apareciera. Tilo la observó con el ceño fruncido.

—Oye, tranquila, yo te protegeré —le cogió el rostro con una mano mientras le sonreía y entonces sacó un arma de fuego de su bolsillo. Ella contuvo una exclamación—. Eichi le ha pegado a uno y he recogido la pistola, después he salido corriendo a buscarte. No estamos indefensos, ¿de acuerdo, preciosa?

Ella asintió mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la mano y él le revolvió el cabello de forma cariñosa.

—Vamos a buscar ayuda.

&

En la planta se había formado una gran escandalera porque Eichi, por supuesto, no se iba a dejar cazar tan fácilmente. Habían intentado disparar a su amigo, pero él se había abalanzado hacia el matón, forcejeando con la pistola, que finalmente había salido disparada hacia Tilo, que había salido corriendo con ella. Eso sí, no había podido evitar que otro par de tipejos contratados por Yashiro fueran tras el rastro de su amigo.

El ruido, el tono alto con el que hablaban y los disparos había alertado a varios médicos y enfermeros, que eran ahora testigos del espectáculo y no se atrevían a intervenir por la presencia de pistolas y sujetos que parecían (y eran, aunque esto lo desconocían) mafiosos. Aquellos hombres habían prohibido cualquier comunicación con otras plantas o con la policía, y habían tomado a un par de rehenes para evitar que llamaran a cualquier cuerpo de seguridad.

Eichi estaba de pie en medio del pasillo, retándose con la mirada con su oponente.

—¿Qué te pensabas, que ibas a conseguirlo? —comentó Yashiro, rodeando a Eichi—. ¿Que íbais a huir tan fácilmente de mí?

—Lo consiga o no, te voy a matar pronto y ya no tendré que huir nunca más.

—Me matarías con esos ojos tan bonitos si tuvieses la capacidad, ¿verdad?

El hombre se acercó unos pasos, alzó la mano y le levantó la barbilla con una mano. Eichi dio un respingo y apartó el rostro, como si su tacto le quemase y, con un tono que hacía pensar que su voz estaba hecha de veneno, dijo:

—Maldito asqueroso, ahora voy a tener que frotarme con lejía.

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Tilo y Takumi se disponían a bajar por las escaleras de servicio pero Kohaku llegó repentinamente subiendo por ellas, impidiéndoles el paso. Detrás de él iba Chihiro, resollando. Tilo levantó el arma que traía consigo pero sólo logró que Kohaku se riese en su cara.

—Anda, inútil, mira detrás de ti.

Se giró con rapidez y gruñó, enfadado consigo mismo por no haberlo previsto: un par de hombres con pistolas les bloqueaban el paso. Bajó el arma, sintiéndose derrotado y enrabiado consigo mismo por no haber previsto la situación en la que estaban ahora. Takumi lo miraba como una niña asustada que busca a sus padres. Simplemente aterrorizada por la presencia de aquel hombre allí.

—Bueno, ¿ibais a algún sitio? —Kohaku sonrió, sarcástico—. Porque creo que ya no.

—He cazado a las ratas —anunció Kohaku al llegar.

Tilo reconoció el lugar como el pasillo de la planta baja donde había estado antes. Antes de poder buscar a su amigo con la mirada, fue tirado al suelo de mala manera y recibió una buena tunda de patadas que le hizo quejarse a gritos por la herida de disparo que tenía entre el brazo y la clavícula, de la que aún no se había recuperado. Takumi, que tenía el cuello rodeado por el brazo de Kohaku y era amenazada a punta de pistola, no tuvo miedo de defender a su amigo.

—¡Tilo! —gritó la chica, presa del terror de ver como su amigo recibía patadas en el suelo—. ¡Dejadle en paz!

—¿Es que ahora estas con su amigo también, zorra? También hacéis tríos, ¿o qué? —preguntó Kohaku, jocoso.

—Ella hará lo que quiera con nosotros —le restregó Tilo, desde el suelo.

—Exacto, lo que quiera, gilipollas —contestó Eichi, desde donde se encontraba, al lado de Yashiro. Tilo alzó la mirada y le vio de pie, sin heridas, a menos de dos metros de donde estaba ellos.

—Sois muy chulitos los dos, ¿no? —comenzó el moreno. Sabía exactamente cómo hacerlos enfadar—. ¿Y qué diríais de esta perra si os dijera lo estrecho que tiene el coño?

Eichi perdió su compostura durante unos segundos y quiso tirársele encima para cerrarle su maldita boca. No podía soportar verle tocarla de esa manera mientras ella estaba indefensa. Desde que lo había visto entrar, no había podido evitar fijarse en ese parche blanco en su ojo.

—¿Y qué te ha hecho en el ojo esa "perra", Kohaku? —Eichi no pudo controlar sus palabras; sonreía de una manera casi maníaca—. ¿Darte un besito?

Con esa pregunta retórica, la cara de Kohaku cambió a una muy extraña, casi como de enfado extremo. Comenzó a mover el arma de la sien de la chica al ojo y apretó con saña.

—Tienes razón —miraba a Eichi—. Entonces quizá debería destrozárselo a ella también y estropear esta cara tan bonita. ¿Sabes la de operaciones que harían falta para devolvérsela? Y nunca volvería a tenerla como antes —se acercó al oído de la chica y dijo—. Dolería, putita, dolería mucho.

—Lo siento... —dijo, apenas con voz suficiente; las lágrimas corrían por su cara como si se tratase de una cascada—. No quería... pero me hacías daño.

—¡No tienes que disculparte con él, Takumi, maldita sea! —rugió Tilo. Eichi simplemente era testigo de cómo ese hombre podía disparar a Takumi en un momento y matarla. Ahora mismo, no importaba lo que ella le hubiese hecho en el ojo. La pistola empezó a bajar poco a poco por su cara y su pecho, haciendo camino hacia abajo.

—No... yo... simplemente no quería dañar a una persona... y lo siento por eso —lloró, desconsolada. Sí, ella debió haberlas curado, jamás dañarlas.

—¿Piensas que ya has pagado suficiente por lo que me has hecho en el ojo? —le decía al oído, con el arma apuntada ahora en su vientre—. Si tienes un hijo mío ahí, saldrá volando junto a tus tripas.

Eichi abrió una centésima más de lo normal los ojos. ¿Qué significaba esa frase? Takumi se echó a llorar una vez más, la ira viéndose en cómo apretaba la mandíbula y cerraba los puños, clavándose las uñas en las palmas. Sus amargas lágrimas corrieron por sus mejillas y mancharon los brazos desnudos de Kohaku. Él pareció dubitativo entonces y jugó con la pistola, bajándola hasta su sexo. Takumi reprimió un grito de exclamación.

—Basta... — se derrumbó, dejando caer la cabeza, sus lágrimas caían víctimas de la gravedad—. Basta...

—¿Te parece que morirías más lentamente si disparo aquí? —apretó el arma en la entrada de su sexo, causándole arcadas.

—Te tengo que matar... lenta y dolorosamente —le aseguró Eichi, con los puños apretados.

—Ay, Eichi, ¿cómo te sienta que toquen a lo que más quieres? —sonrió el moreno con cinismo.

Prosiguió con su juego de mal gusto subiendo por su cuerpo hasta llegar a su cuello, donde la posó con suavidad. Cabizbaja, la chica levantó sus manos, cogiendo la mano con la que él sostenía la pistola y la apretó lo más que pudo contra su piel.

—¡Haz lo que quieras, ya... no me importa...! —exclamó entonces, levantando la voz poco a poco hasta convertirla en un gemido —. ¡Mátame de una vez! Ya me has usado, ¿no? —y usó toda la fuerza de sus pulmones para gritar—: ¡DISPARA!

Al ver la duda en la cara de su sobrino, Yashiro, que había estado callado observando cómo se desarrollaba la situación, decidió que tenía que darle un empujoncito.

—¡A qué esperas, regálale lo que ella quiere, te lo está pidiendo a gritos! —le instó mientras una furiosa Chihiro, a su lado, lo miraba con una expresión enfadada.

—Kohaku, ¡no le hagas caso a este subnormal! —gritó Chihiro—. ¿Acaso quieres parecerte más a él? ¡¿Ahora vas a convertirte en su matón, o qué?!

—Yo no seré ningún matón, Chihiro —le contestó el susodicho, mirándola con el ceño fruncido—. Hago las cosas cuando y porque yo quiero, no a causa de él —apuntó a su tío con un gesto de cabeza.

—Claro que sí, y él se aprovecha de esas cosas que, según tú, haces por libre albedrío... como esa chica... —la señaló con un gesto de barbilla—. O Eichi, ¿qué coño te ha hecho para que le tengas tanto resentimiento?

—No tienes derecho a hablar de nada de esto, Chihiro, cuando tú has esperado la venganza durante todos estos años. Yo también esperé la mía.

—Pero ella no te ha hecho nada, y yo tengo motivos.

—A veces hay víctimas colaterales y...

La risa de Yashiro le interrumpió.

—¿Ya estás con sentimentalismos familiares?

Takumi levantó un poco la cabeza, sin comprender. Tampoco se sentía para comprender muchas cosas. Para ese momento, ya se había cansado de luchar en los brazos atenazadores de Kohaku Kimura y permanecía laxa, sólo siendo espectadora de la conversación.

—Sigo pensando que no tienes derecho a hablar de algo que tú misma también has hecho —siguió hablando, ignorando a su tío.

—Puedo opinar lo que quiera. Sólo defiendo lo que creo justo —contestó Chihiro, endureciendo la mirada—. Él es un asqueroso violador y tú te has convertido en alguien igual.

—Cuida esa boca, Chihiro.

—¡Demuéstrame que no te controla! No le dispares a Takumi, no le hagas más daño. Déjala libre. ¿Cuántas cosas hemos compartido para que éste hijo de puta sea más importante que yo? —le reclamó la chica, con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido, resoplando enfadada e impotente.

—¿Acaso piensas que voy a dispararle sólo porque él me lo diga, estúpida? —resopló—. Le dispararé si a mí me da la gana... En cuanto a no hacerle más daño y dejarla libre... No te lo aseguro, le tengo planeado un gran futuro conmigo —rió de una manera que erizó los vellos de la aludida.

Kohaku dudó un poco pero no apartó la pistola del cuello de la chica. Sin venir al caso, Yashiro cogió a Chihiro de un brazo y la sujetó con firmeza, arreándole un golpetazo en la cabeza con la culata de su arma, sin ninguna piedad, dejándola medio ida por unos segundos. Segundos que aprovechó para retenerla cogiéndola por la cintura y encañonándole el arma en la sien.

—Chihiro-chan, si juegas conmigo pasan cosas como estas —le comentó al oído, de modo que nadie más escuchara, aguantándola para que no se cayese al suelo—... y tú has jugado mucho a conspirar contra mí. Os escuché hablar sobre mí en la sala de espera; sobre todo a ti. Me da igual que te criara mi hermano, una traidora siempre será una traidora.

Kohaku apartó unos milímetros la pistola del cuello de Takumi y su mirada se volvió acerada.

—Hey, Yashiro —dijo, con tono acerado—. ¿Quién te ha dicho que le pegues?

—No se callaba, le he tenido que arrear, ¿que querías que hiciera?

—No vuelvas a hacer eso y suelta a Chihiro.

—Bueno, Kohaku, después de todo, no sirve para nada... ¿Por qué no acabar con su vida? Es una mujer —dijo esto con desprecio—... las mujeres están llenas de sentimentalismos y te llenan la cabeza con sus gritos... yo en general prefiero a los hombres.

—No pienso dejar que la mates; por muy impetuosa que sea, ella es como mi hermana.

—Verás, Kohaku, en este oficio a veces hay que quitar a gente de en medio, y a veces esa gente te importa —le explicó, como si hablara de cómo atarse los cordones—. Tengo que matarla porque sólo será un lastre en nuestros planes.

—Serán tus planes...—murmuró Chihiro, entreabriendo un ojo; se notaba que le costaba enfocar la vista—. Vamos, idiota, ¿a quién le importan tus planes ahora? Toda la planta del hospital os ha visto...

—No si mueren todos.

Hubo gritos de pánico entre el personal sanitario. Takumi escuchó aquello horrorizada, estremeciéndose entre los brazos de Kohaku. Tilo apretó los dientes y Eichi sintió una gran incomodidad invadirle. Chihiro se tensó totalmente cuando el Kimura apretó más el arma en su cabeza.

—Sólo falta que tú la mates a ella y cumplas tu venganza. Chihiro-chan ya no molestará más.

—Pensaba que el loco era yo, pero tú tienes un serio problema —intervino Eichi.

—Eichi-kun, tú tienes que callarte y pensar en tu futuro como mi puta. Te tengo reservado un puesto muy alto.

El chico rió con ironía.

—Te puedes ir a la mierda.

Kohaku volvió a apretar la pistola en el cuello de Takumi y se acercó a su oído. La chica aguantó la respiración, con verdadero terror.

—Dispara, te lo he dicho —dijo con un hilo de voz.

—No, no te pienso matar, porque tú eres mía... —concluyó, en su oído, sin que nadie más le oyese—. Y si desapareces, te encontraré. Vive con mi recuerdo hasta entonces.

—Comenzaré yo con nuestro trato —la voz de Yashiro les hizo levantar la vista a ambos.

Ella se quedó inmóvil, a la expectativa pero no pasó nada. Milisegundos después, Kohaku miraba al frente, abría los ojos desmesuradamente mientras deformaba su boca en una mueca aterrada y se oía el ruido de un gatillo.

—¡Kohaku, no...! —y al instante, el grito femenino se cortaba, totalmente apagado por el sonido de un disparo arañando, destrozando a una persona.

—¡CHIHIRO!

El grito ensordecedor resonó por toda la estancia. Kohaku apretó el arma, separándola del cuerpo de Takumi y su mano temblorosa, pistola en ristre, se alzó contra su tío.

—Venga, no te atreverás a hacerlo —sonreía, burlón—. Estoy seguro que me aprecias más que a ella.

—Qué te apuestas a que sí —dijo entre dientes, muerto de rabia.

La sonrisa de su tío se borró, y un nuevo disparo cruzó el aire.

Cuando Kohaku se había largado, todos los matones que les acompañaban habían ido tras él como lobos tras su alfa. Aún el personal sanitario y algunos pacientes que habían estado amenazados se recuperaban del shock y otros, más despabilados, habían ido en busca de ayuda.

Eichi estaba ante Yashiro, quien yacía en el suelo tocándose el abdomen, que sangraba profusamente. Sonrió de medio lado. Sí, sus matones le habían abandonado a su suerte. Le miró una vez y le apuntó con una pistola que había recogido del suelo.

—¿En serio lo harás? —se rió el otro, sangrando por la boca en el proceso—. Ese hijo de puta, siendo de mi familia, ya me ha sentenciado.

—Sigue cayéndome mal a pesar de esto... —chasqueó la lengua—. Ese hijo de puta... no perdonaré que la haya tocado.

—¡Vamos, Eichi, nos tenemos que ir! —le apuró Tilo—. Si seguimos aquí, nos coge la policía y para qué queremos más.

Eichi seguía allí parado, con expresión indescifrable en el rostro, apuntando el arma hacia el cuerpo de Yashiro. Entonces una figura se puso a su lado y se aferró a su brazo, apretando la cabeza contra él, y le habló con la intención de que su voz sonase calmada pero irradiando, sin quererlo, una desesperación profunda porque soltase el arma.

—Eichi... no lo harás... ¿verdad?

Giró la cabeza un poco y la miró. Su cabello negro desparramándose por su brazo. Takumi.

—¿Vas a hacerle caso a esa puta? —se rió Yashiro—. ¿No vas a acabar conmigo, Eichi-kun?

Eichi negó con la cabeza, para él mismo, debatiéndose internamente con sus deseos de matar a ese tipo ahora que tenía oportunidad. Finalmente, dio un hondo suspiro y habló.

—Si lo hiciera, se terminaría tu sufrimiento en esta vida; y eso es algo que no quiero. Me gustaría que te pudrieses en la cárcel.

La chica suspiró tenuemente. Finalmente, Eichi tiró el arma al suelo y escupió:

—Reza por morirte aquí, porque si sé que estás vivo y suelto, iré a buscarte.

—¡Eichi! Vamos, por favor... creo que la policía está a punto de llegar —comentó Tilo, sacándolos de su esfera.

Y los tres juntos, abandonaron el hospital.

&

—Ya pensé que no habría nadie en esta casa. La asistenta probablemente no haya venido en varias semanas, por lo descuidado que está esto —comentó Eichi, viendo todo el panorama de la mansión.

El salón estaba con las persianas echadas, había cintas amarillas propiedad de la policía repartidas por varios puntos del comedor y un lugar del suelo estaba lleno de sangre oscura, seca desde hacía varios días. Takumi no habló mucho. Simplemente se dirigió a su antiguo cuarto mientras los dos chicos que la acompañaban revisaban la planta baja. Sin embargo, al llegar a la puerta y ver el interior, recordó todo lo que había pasado en ese cuarto la noche que finalmente lo abandonó para irse con Eichi... y sin querer, sus pensamientos la llevaron a otra escena. Una escena horrible que había ocurrido poco rato antes...

Kohaku Kimura la había soltado con violencia y ella cayó al suelo, incapaz de sostenerse a nada por toda la impresión sufrida.

«¡Mierda, Chihiro, mierda!» le había oído gritar, ninguno de los presentes estaba alegre por su desgracia, a pesar de todo; el hombre se había agachado en el suelo, cogiendo a la chica por los hombros y sacudiéndola pero ella no reaccionaba. ¿Cómo, si su cabello estaba lleno de restos de sangre, vísceras y hueso?

Después de unos instantes, Kohaku pareció comprenderlo al fin y se quedó inmóvil, observando al vacío. Llevó su mano a sus ojos abiertos y los cerró, después la cogió en brazos con cuidado y se giró unos segundo a mirarla... mirarla sólo a ella.

«Recuerda: nos volveremos a ver» había dicho al final, en un murmullo; sus ojos negros la observaron unos instantes, con una expresión indescifrable, y desapareció por un pasillo de la planta baja.

Y finalmente Takumi se dio la vuelta, dispuesta a encontrar otro cuarto en el que dormir.

Más tarde aquel día, mientras inspeccionaba la planta superior, Tilo encontró a Takumi en una de las habitaciones para invitados. Ésta tenía una cama de matrimonio y una gran ventana que daba a los jardines delanteros. La chica levantó la cabeza al verlo allí y suspiró, parecía sentir un gran pesar. El chico se acercó a ella y le palmeó la espalda, dedicándole una sonrisa de ánimo.

—Hey, Takumi, la sonrisa te queda mucho mejor.

—Lo siento, no tengo muchas ganas de sonreír —comentó, mirando al suelo.

Ambos se quedaron callados cómodamente, respetando el silencio de cada uno. Al final, Takumi rompió aquella calma, con su voz delgada y tensa, temblorosa, como queriendo llorar.

—Tilo, sé que no somos amigos de hace mucho, pero... siento que puedo contarte cualquier cosa... —los ojos le brillaban y su boca carecía de sonrisa.

—Cuéntame lo que sea, Takumi-chan —el chico sonrió—. ¿Qué es?

Ambos estaban sentados en el cabecero de la cama, apoyados en la pared, y Takumi, que mantenía los brazos en las rodillas, permanecía mirando un punto fijo de la habitación.

—¿En serio quieres escucharme? Sólo te voy a contar mis miserias.

Tilo se puso muy serio de repente, se dio la vuelta y le cogió la mano, intentando llamar su atención.

—Escúchame: al igual que Eichi, tú eres mi amiga. Puede que no lo seamos desde hace mucho pero siento que los tres hemos vivido tantas cosas como para llenar un libro —cerró los ojos y entonces la abrazó—. Entonces, dime qué es lo que te tiene así... Por favor, Takumi.

La chica, que no había llorado una lágrima desde hacía unas horas, comenzó a derramar silenciosas gotas saladas sobre el hombro de su amigo.

—Él... él... Kohaku Kimura... —Tilo se puso serio de repente—. Me secuestró cuando fui a la empresa, me encerró en una habitación de su casa... y...

Entonces, como si se tratase de un torrente, dejó ir todo lo que llevaba dentro...

El golpe en el abdomen le había cortado la respiración. De cara a la cama, Takumi vislumbró el filo plateado del tenedor encima de la bandeja sobre la cama (antes había estado revolviendo la comida sin muchas ganas de probarla, en una mezcla de desconfianza y poco apetito). Mientras él (con una animosidad propia del que se sabe ganador) se entretenía en deshacerse de sus pantalones, su mano trepó por la colcha intentando alcanzar el tan ansiado objeto. Pegó un par de patadas pero él sujetó sus piernas, abriéndoselas a la fuerza mientras ni se molestaba en sacar el pantalón de la pierna que quedaba. La chica apretó los dientes cuando la goma de las bragas se rompió de tanto estirarla y, a modo de látigo, maltrató su muslo desnudo. Agudos aullidos y llantos de impotencia salieron de su garganta mientras él se acomodaba encima de su trasero y forcejeaba con el botón de su propio pantalón. Una de las manos de Takumi golpeaba su costado para que se quitara mientras la otra aún intentaba alcanzar el tenedor. De repente, nada importaba más que alcanzar ese instrumento y asirlo con alevosía contra él.

—¿Qué diría tu puto primo ahora, eh? –se regocijaba a su oído—. Cuando sepa que te voy a llenar con mi polla…

—¡Me das asco! –gritó, apretando los dientes.

A modo de castigo, la cogió del pelo con fuerza, haciendo que soltara un quejido por el tirón. y le dio la vuelta, quedando ambos mirándose a los ojos. Sus ojos se llenaron de lágrimas un momento antes que él se introdujese en ella con ímpetu, rudamente, como una lija mancillándole las entrañas.

—Mírame… Mírame a los ojos mientras te lo hago –dijo en un susurro y arremetió de nuevo en su interior.

Salió de ella, haciendo que un doloroso suspiro saliera de sus labios por la rudeza del gesto. Takumi maldecía una y otra vez, por no tener los brazos más largos, porque ahora el objeto había salido de la zona en que habría podido alcanzarlo con más facilidad. Apretaba los dientes y cerraba los ojos, rezando para que aquello acabase de una maldita vez. Sentía su aliento cálido golpeando su cuello, asqueándola.

De repente él salió, empujándola de nuevo para que quedase boca abajo, acercándola sin querer al lugar donde estaba el tenedor. Cuando al fin sujetó la inusitada arma, hizo fuerza con sus piernas, intentando darse velocidad y le asestó una patada en el estómago que sólo sirvió para despistarle y, por desgracia, hacer que el tenedor se resbalara de entre sus dedos. Maldijo su mala suerte, sollozando lastimeramente mientras él volvía a cogerla y la reducía sobre la cama. Entre sus idas y venidas, logró recuperar el tenedor. Respiró con fuerza, como preparándose para lo que iba a hacer. Sintió los últimos empujones y un líquido ardiente llenando su interior. Cerró los ojos. Él gemía extasiado, y entonces, con toda la rabia y el dolor que sentía, antes de que se derrumbara sobre ella, le asestó un golpe traicionero que no supo bien dónde acertó pero lo siguiente que vio cuando abrió los ojos fue a Kohaku sujetándose la cara llena de sangre y gritando como un poseso, con unos alaridos que le destrozaban los oídos.

Llorando como Magdalena, Takumi se levantó como pudo. Cogió la chaqueta de Eichi, se puso los pantalones y salió del cuarto disparada. Quería que esa pesadilla terminase de una vez.

Cuando terminó, Takumi lloraba desesperada contra el pecho de Tilo. Sin que lo esperasen, Eichi entró de repente en la habitación, visiblemente alterado. Se dirigió a ellos, hundió una rodilla en la cama y abrazó a la chica por la cintura desde la espalda.

—Lo siento —como un mantra, repitió la disculpa en un murmullo tenso, tan bajo, tan silencioso, que apenas se oía, arrepentido mientras la apretaba acunándola.

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—Así no te puedes mover, ¿no?

Estaban tumbados y él la mantenía abrazada a su lado, como si pudiese escapar en cualquier momento. Y de hecho, eso es lo que habría hecho de no impedírselo, volar como una avecilla asustada. Hacía un rato que Tilo había bajado a comer algo y aún no volvía. Por eso, ella estaba tensa como una cuerda a punto de romperse. Porque Eichi era completamente imparable.

—Eichi... —dijo, contra su pecho. Suspiró cansadamente—. Yo no...

—¿Ya no te atraigo acaso? —bromeó.

—No es eso... —se sonrojó—. Es sólo que... ha pasado una semana desde... —parecía que se le hacía un mundo el decir algo— ...no puedo.

—No estés preocupada por eso —Takumi abrió mucho los ojos—. No pienso hacer nada.

—Siento haberte malinterpretado... —suspiró, avergonzada.

—No. Sé que tienes miedo —comentó, como no queriendo darle importancia—. Sabes... Un día ese hombre me encontró por la calle y me obligó a trabajar para él. También tuve miedo. Me escondía en casa de mis padres y vivía con la esperanza de morir. Me habría suicidado pero era un niñato cobarde.

Aunque la chocaba que le estuviese contando eso, Takumi no quiso interrumpirlo. Simplemente se refugió en su pecho y le escuchó, abrazándose lo más que pudo.

—Ahora ya no soy cobarde. No quiero morir. Quiero matarle, si es que queda algo de él.

—No necesitas hacerlo, no necesitas sufrir más —susurró apenas.

—Takumi, si ese hombre está vivo, jamás descansaré.

«Entonces rezaré para que no siga vivo» suspiró Takumi, mirándole y abrazándose aún más a él.

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El ordenador mostraba los gritos de un chico de una edad comprendida entre los quince y los dieciocho años. Ambos frente a un ordenador de sobremesa, Yuuhi se llevó una mano a la boca y Akiyama no podía cerrar los ojos.

—Tenemos que denunciar esto. Las pruebas están claras.

—¿Qué vamos a hacer? —Kurenai parecía desesperada por completo. Se debatía entre ir presionar o no presionar el botón de abrir puertas—. ¡Esa chica está sola con su agresor! ¡La puede matar!

Al contrario de bajar a alguna planta, lo único que había hecho el peligris era presionar el botón de cerrado de puertas (que sólo las mantenía cerradas, sin subir o bajar a ninguna planta).

—Cálmese, Kurenai-san, lo peor que puede hacer ahora es ponerse histérica. Créame.

Le tomó instantes coger el móvil y marcar el número de la policía.

—¿Cómo puede estar tan tranquilo en esta situación?

—Ahora eso no importa.

—¿Cómo que no import...?

Akiyama empezó a hablar con alguien en el otro lado de la línea y ella no volvió a decir nada hasta que, justo cuando terminaba, el ascensor comenzó a moverse.

—Estamos bajando, Akiyama-San.

Este bufó.

—Hemos tardado demasiado.

Después todo pasó muy rápido. Bajaron a la planta baja y al llegar a la recepción para avisar de lo que sucedía, empezó el sonido de los disparos provenientes de uno de los pasillos. No los dejaron avanzar para verlo que ocurría y en varios minutos, un cuerpo especial de la policía se presentó, todos sus componentes armados hasta los dientes.

Se oía un gran escándalo. Personal médico, pacientes y acompañantes corrían de un lado para otro. Pasó por lo menos una hora hasta que todo se calmó. Después de eso buscaron a los chicos por todo el hospital, pensando que quizá se habían escondido para que no los encontraron, pero no había ni rastro de ellos. Akiyama intentó mantener la esperanza de que no los habían secuestrado y ahora estaban seguros en algún lugar.

Escuchó a algunos médicos decir que se había recogido muchísima sangre pero que ningún cuerpo fue hallado. También que estaban tratando a uno de los delincuentes pero no llegó a saber quién era.

Después de todo aquel lío su destino había sido el pequeño piso de Akiyama, con la intención de recoger papeles y archivos que les serían muy necesarios. Recopilaban pruebas. Estaban muy decididos a reunir todo lo necesario para meter a esa gente entre rejas.

Akiyama se levantó, intentando despejarse la mente de las imágenes vistas segundos antes. Se puso a rebuscar el informe de la familia Kimura y algunas fotos que él mismo había tomado. Mientras le tendía un par de informes a Kurenai, ésta le preguntó:

—¿Alguna vez ha querido formar parte del cuerpo de policía, Akiyama-san? —sus ojos curiosos leían cualquier expresión que se cruzase en el rostro del hombre. Éste sonrió.

—Verá, señorita Kurenai, fui a la academia de policía cuando aún era muy joven para entender lo que significaba, pero ahora me dedico a la edición. Soy editor y un gran amigo de Kaede Hoshina—añadió.

—¿Y cómo conoció a la tía de Eichi, si no es mucho preguntar?

—La conocí hace muchos años, cuando ella empezaba a escribir sus libros. Me habían contratado como profesor en un curso de escritura creativa de la universidad —dijo, mientras pasaba archivos de una carpeta a otra del ordenador.

—¿Ella escribe libros? —preguntó, sorprendida.

—Sí, bueno, eso ya es otra historia —le restó importancia, sacudiendo la mano en el aire.

La psiquiatra dejó pasar unos segundos largos antes de proseguir con la curiosidad que sentía por ese hombre.

—Y a todo esto, ¿por qué no siguió formándose como agente? —preguntó finalmente.

El ambiente se tensó, y ella notó que esta vez había escogido el tema incorrecto. La voz de Akiyama sonó triste cuando empezó a hablar.

—Digamos que... perdí a un amigo cuando realizábamos unas prácticas. Le dispararon en la cabeza por accidente. Desde entonces, comprendí que las armas y yo no estábamos hechas para convivir.

—Lo siento. No debí haber preguntado.

—Tranquila, hace mucho tiempo de eso —aunque le restó importancia, en su mirada permanecía un dolor profundo aunque ya pasado—. Simplemente decidí que no era lo mío, después de todo.

Tras unos minutos en que Yuuhi no preguntó nada más y Akiyama seguía buscando documentos, la mujer volvió a hablar y se acercó a él, le palmeó el hombro y dijo, con una sonrisa triste y mirando a los ojos al hombre.

—Mi marido murió cuando aún éramos jóvenes, en acto de servicio. Estaba destinado en un país extranjero en guerra. Nunca le olvidaré.

Akiyama cubrió la mano de Kurenai con la suya y, como dándole fuerzas, se la apretó con su palma.

—Parece que ambos hemos perdido a gente a quien apreciábamos pero hemos seguido adelante.

La comisaría era un hervidero a aquellas horas pero Akiyama y Yuuhi fueron directamente a la recepción, donde una chica con uniforme policial aguardaba a que dijeran algo.

—¿En qué puedo ayudarles?

—Queremos poner una denuncia.

Continuará...~