El Diablo de ojos blancos...~22

—¡Suéltame! —¿Sabes, Takumi-chan? A este cobarde no le importaría si te follase aquí mismo, delante de sus narices; por mucho que te resistieras. Por la forma en que te odia, él no haría nada. ¿No es así, suegro?

Antes de todo quiero disculparme por la tardanza y espero ante todo que disfruten la lectura. El próximo capítulo estará en breve y quién sabe si será el final. Dejen comentario acerca de lo que les ha parecido y voten.

Un saludo de: Snooker.

Yashamura Hoshina la observaba pasmado, con la boca entreabierta por la sorpresa. Esperaba a cualquiera menos a ella. Tras unos instantes, cerró la boca y se relamió los labios mientras su rostro se teñía de rojo de ira.

—¿Cómo te atreves a venir aquí después de irte con ese engendro? —exclamó finalmente, apretando los dientes.

Takumi quiso echarse atrás y gemir en un rincón por el modo en que su padre la taladraba con la mirada pero el afán que tenía por intentar convencerle de sus motivos para marcharse y su decisión de demostrar la inocencia de su primo, le recordaron que no debía acobardarse.

—No digas esas cosas de Eichi, además… —apartó la mirada un segundo, suspiró y después volvió a enfrentarle—…no vengo para oír tus gritos.

—Me parece que necesitas un buen escarmiento —sentenció, apretando los dientes.

Su padre avanzó a pasos largos, acortando en apenas instantes la distancia que les separaba. Agachó la mitad superior de su cuerpo frente a ella, apoyando una mano en el reposabrazos y rodeándole el cuello con la otra. La chica lo miraba con los ojos muy abiertos, prácticamente fundida contra el respaldo de la silla, su labio temblando sin control mientras tragaba saliva sonoramente.

—¿Este es mi escarmiento, padre? —preguntó estupefacta, con apenas un hilo de voz; sus ojos permanecían muy abiertos.

Los dedos fuertes y callosos fueron apretando poco a poco, primero sin causarle ahogo para, en segundo lugar, aumentar la presión paulatinamente. La chica empezó a sufrir una ligera asfixia mientras él subía la otra mano y apretaba con ambas; se revolvió en su asiento, luchando por apartar la presa con sus propias manos pero sin conseguirlo. Cualquier rasgo humano se había borrado de los ojos de su padre; ese hombre, al que ya jamás osaría llamar padre, estaba perdido en la furia, tratando de asfixiarla con sus dos manos desnudas.

—¿Otra que termina como tu mujer, Yashamura?

Una voz que reconoció hizo que su torturador la soltara de golpe. La chica aprovechó para levantarse y se alejó de la silla, temblorosa, mientras tosía y acariciaba su maltrecho cuello. En el marco de la puerta, Kohaku Kimura miraba la escena mordiéndose el labio en un gesto malicioso. Takumi miró a uno y a otro mientras sentía como todo lo que había planeado se iba de cabeza a la basura.

—¿Qué estás diciendo, Kimura? No tienes pruebas de que haya hecho nada —Yashamura dio unos pasos atrás.

—Bueno, digamos que uno tiene contactos y se entera de ciertas cosas -comentó mirándose despreocupadamente las uñas.

El más maduro había pasado de la furia a la lividez en un sólo minuto. Su cerebro, poco dotado para pensar en aquellos contratiempos, se notó encadenado y desbordado al saberse descubierto, por lo que dijo lo primero que se le ocurrió:

—¿Qué quieres? Tengo dinero, casas… a esta insulsa chiquilla… Te puedo dar cualquier cosa que desees.

Takumi abrió mucho los ojos y se envaró, comprendiendo que la formulación de aquel "¿Qué quieres?" llevaba implícito que su progenitor era culpable de la estancia en el hospital de su madre. Se le revolvió el estómago al verle lamerle el trasero al Kimura de aquella forma. Sin poder contenerse, por primera vez sin miedo a las repercusiones de sus palabras, habló:

—Eres un monstruo. No mereces llamarte padre de nadie.

Hoshina se giró a ella, retornando a su rostro la vieja furia de antes.

—¿Y qué si casi maté a esa puta? —aquella respuesta la dejó clavada al suelo; se sentía incapaz de moverse mientras su padre la fulminaba con esa clara y atenazadora mirada. Con una ira profunda emanando de su voz, soltó—: Debería estar muerta; al igual que tú deberías estarlo ahora.

Al parecer, la presencia de Kohaku Kmura ahí no impidió que su progenitor dijese todas aquellas cosas. Takumi le miró a esos ojos claros que no mostraban una gota de emoción o piedad por su madre y ni una gota de cariño hacia ella misma. Fue aún más consciente de la frialdad excesiva de su padre hacia ella, el haberla dejado en una escuela interna la mayor parte de su infancia. Entonces, lo comprendió: no es que hubiese algo malo en ella, ni que fuese débil, o su sexo (aunque esto, pensó, tenía que ver en algo). La verdad era mucho más simple: siempre perdido en su amor propio, embadurnado en su egoísmo y con el banco a rebosar de yenes, él jamás las había querido. Hoshina Yashamura no podía amar a nadie porque se amaba mucho más a sí mismo.

La puerta al cerrarse despertó a la chica de sus pensamientos. Kohaku se había adentrado en el despacho y caminaba hacia ella. Tomando el silencio de ambos como una prueba de que ya habían terminado, prosiguió con lo que estaba diciendo con anterioridad:

—Tengo que dejarte claro algo, "suegro" —rió al decir lo último. Yashamura lo miró, tragando saliva, sintiéndose menos valiente que frente a su hija—. Por mucho que tú no quieras, voy a quedarme con todo lo que te pertenece.

—¿Cómo piensas conseguirlo, Kimura? —preguntó, retándolo.

—Nunca necesité tu permiso para tomar ciertas cosas, en primer lugar.

No le fue difícil coger del brazo a Takumi y acercarla a él de un tirón, acercándola a su pecho y rodeándola con ambos brazos. Con los dientes apretados, ella luchó desesperadamente porque le quitara las zarpas de encima. La manera en que la mantenía sujeta le recordaba, como grabada a fuego, la noche en que, en la mansión, él y su amigo habían intentado violarla.

—¡Suéltame!

—¿Sabes, Takumi-chan? A este cobarde no le importaría si te follase aquí mismo, delante de sus narices; por mucho que te resistieras. Por la forma en que te odia, él no haría nada. ¿No es así, suegro?

Durante unos segundos, Takumi paró de resistirse, sorprendida y asustada por aquellas palabras: él estaba admitiendo que no le importaría forzarla ante su padre. Giró la cabeza para mirar al más mayor pero lo que vio en sus ojos fue miedo, pero un miedo cobarde. Volvió a mirar a su prometido, y el brillo peligroso con el que titilaron sus oscuros y profundos orbes la hizo tragar saliva. Al no obtener respuesta por parte de ninguno de los presentes, Kohaku volvió a retomar su diatriba:

—Tampoco es que le importe que tú y yo hayamos tenido "intimidad" —se burló, dirigiéndose a la chica—. Lo tengo a todo a mi favor; incluso creo que este cobarde me seguirá.

Miró a su "suegro", que parecía aún más pálido de lo normal, y le dedicó una sonrisa divertida al ver cómo su piel había adquirido un tono descolorido.

—¿Qué…? —empezó a preguntar Yashamura con voz temblorosa.

—Que estás perdido, pobre imbécil —dijo, poniéndose serio.

—Ahora mismo voy a llamar a seguridad —Yashamura caminó unos pasos atrás, desesperado.

Kohaku negó con la cabeza, restándole importancia con un gesto de la mano.

—Inténtalo —sugirió, encogiéndose de hombros—. Ahora mismo, en este edificio hay más de nuestros hombres que tuyos; sólo con un chasquido de dedos vendrían a acabar con esa vida tuya que tanto aprecias.

Yashamura cerró los puños con fuerza y su rostro se encendió por la ira contenida. Entre la espada y la pared, era incapaz de superar la sorpresa y la impotencia que le causaba haber sido tan tonto como para no verlo venir. Pero es que aún no creía en lo que sus oídos escuchaban. Aquel traidor, todo lo que le había dicho en tantos años, la confianza que había depositado en él. Incluso le creyó cuando acusó a Eichi. Un agudo pinchazo le recorrió el pecho por unos segundos y apretó los dientes hasta casi hacerlos chirriar unos contra otros. ¡Qué humillación! ¡Que se hubiese dejado engañar así él, un Hoshina!

Entonces, como un resorte, la voz de Takumi resonó fuerte en el momentáneo silencio de la sala, embargada de pena, rencor y una rabia palpable. La mente de la chica, que ya de por sí era una mezcolanza de emociones, se crispó. Una chispa avivó sus ojos, y elevó la mirada hacia la de su padre. Por algún motivo (quizá todo lo vivido esas semanas) algo le estaba dando fuerzas. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano. De repente, todo lo que sentía salió, con lentitud, contundente… como a golpes.

—Te… ¡Te dije lo que había hecho conmigo pero preferiste comentar que iba vestida como una puta! —la voz de su hija se descontroló enseguida; ahora gritaba mientras él sólo la miraba—. Me odias, ¿verdad, padre? ¡Siempre has odiado a tu familia! ¡Sólo te importas tú mismo! —paró unos segundos, resollando por el esfuerzo y la angustia que la embargaban pero prosiguió—: ¿Alguna vez me echabas de menos cuando no venía a casa por vacaciones? ¡Me dejaste allí sola!, ¡de ti sólo veía tu sucio dinero! ¿Acaso alguna vez nos quisiste, a mí o a mi madre?

"¿Pero… sabes qué? No voy a dejar que nos pongas un dedo encima nunca más —en un último esfuerzo por sacar todo lo que llevaba dentro, prosiguió—: Se ha terminado... ¡Yo ya no voy a dejarte mandar más en mí!"

—¿Y cómo quieres que aprecie a una hija tan poco digna como tú? —rió con ironía, como si no hubiese escuchado todo lo que la chica había dicho—. Que seduce a su primo y se mete en la cama con él estando prometida. ¿Qué crees que dirán de mí, de nuestra familia en los medios?

Takumi bajó la cabeza, con los ojos muy abiertos y tragó la bilis y la rabia que la consumía por el desmesurado machismo del que su padre hacía gala. Porque en primer lugar, ella no había seducido, había sido la seducida, se había dejado convencer por el cruel, retorcido e impulsivo juego de Eichi. Pero su progenitor, pese a lo mucho que odiaba a su sobrino, prefería culparla a ella como artífice de lo que finalmente había pasado, y Takumi, en vez de decir todo lo que pasaba por su cabeza, siguió con la cabeza gacha, los ojos pegados al suelo y sus manos temblorosas; se sentía impotente porque, por mucho que dijera o hiciera, aquella acusada misoginia que él padecía no le dejaría otra opción que esa a su ennegrecida mente. Su padre había dado con la tecla rota del piano, y no iba a dejar de pulsarla.

Por otro lado, no podía dejar de sentirse horriblemente desdichada por tener a un padre como Yashamura Hoshina. Los años sola en el internado sin el calor de su madre (que a saber si era culpa de que su padre no la permitiera ir a verla), las cero cartas que le envió, las cero visitas… y al llegar a la mansión trece años después, él sólo esperaba que cumpliera con sus deberes de hija perfecta y buena esposa, sumisa, obediente… y Takumi, pese al esfuerzo que había hecho por sobreponerse a la soledad, la tristeza y el desamparo, a la sensación de no ser querida ni añorada, a dejarse los ojos estudiando para sacar buenas notas sometiéndose a las exigencias y voluntad de su padre y tener un mínimo motivo de orgullo que darle lo único que recibía era frialdad, decepción, un intento de asesinato contra su madre, otro contra ella… se estremeció. Ella ya no podía hablarle o mirarlo a la cara. Ahora, sólo compartirían la sangre que circulaba por sus venas.

—Qué decepción… —susurró Takumi, mirando al vacío ya sin lágrimas. A la de valor, la había substituido una expresión dolida; sin fuerzas.

Su padre ni siquiera contestó. Sólo la miraba con cejas alzadas y una fina línea por boca, tan sólo una máscara de egocentrismo. Viendo que el intercambio de palabras entre padre e hija había finalizado, el Kimura decidió meterse de por medio (otra vez) y soltar otra dosis de su veneno (aunque él no había hecho nada específico: ambos se habían encargado de romper definitivamente aquella relación ya fragmentada hacía años).

—Entonces, si odias tanto a tu padre, ¿te vas a quedar conmigo? —preguntó Kimura, que había permanecido callado mientras padre e hija discutían—. ¿O quieres más argumentos para querer matarle, Takumi?

—No te equivoques, Kohaku, tú no eres mejor opción que él —la chica se giró hacia Kohaku, protegiéndose con las manos a la altura del pecho, como si le sirviera contra su ponzoña—. No le deseo ningún mal y mucho menos quiero herirle o matarle, sólo me avergüenza llevar su misma sangre

—¿Le quieres vivo después de que casi mató a tu madre de una paliza? —soltó, burlón. Takumi tragó saliva, girando levemente la cabeza hacia su padre.

El hombre ni siquiera contestó, observándola con una mirada fría y altanera, y un sentimiento repulsivo invadió la mente de Takumi, haciendo contorsionarse a su delicado estómago. En ese momento tenía la certeza de estar ante un par de monstruos espantosos.

—Dios mío, ni siquiera puedo miraros a la cara —se llevó una mano encima de la frente mientras clavaba sus ojos horrorizados en el suelo. Inhaló y exhaló con fuerza, tratando de controlar las emociones que violentaban sus pensamientos.

—¿¡Me vas a decir qué es lo que quieres de mí!? —exclamó Yashamura, mirando desesperado a su "yerno" e ignorando a su hija.

Kohaku acentuó su mueca burlona antes de hablar.

—Bueno… Siempre podemos llegar a un trato que nos beneficiará a ambos.

El padre de Takumi pareció entrar en una furiosa lucha interna que bailaba entre el orgullo de no escucharle e ir a la cárcel y la humillación de tener que hacer lo que ese lobo con piel de cordero le iba a pedir, cosa que desconocía totalmente.

—Habla, Kimura.

&

" Ecihi:

Para cuando despiertes, espero que te hayas recuperado un poco. Soy consciente (aunque no sé lo que debe dolerte) de lo que significa haber pasado por tantas dificultades en tu vida. Pero no es lástima lo que siento; me aflige al saber que tú aún sufres por eso, y justamente esto me dice que debo ayudar a que ese hombre no haga más daño.

No te diré dónde voy por si se te ocurre la idea de seguirme pero tengo la certeza que meteré a esa persona en la cárcel, cueste lo que cueste. Por si acaso fallara algo, Tilo me dijo que había información sobre Yashiro Kimura en su piso. Tú le conoces más que yo, así que esa parte la dejo para ti.

Ya lo sé, no parezco ni yo la que escribo pero todo esto es horrible y sé que el culpable de esto es muy peligroso aunque sé que (y ojalá esté en lo cierto) la justicia nos dará la razón.

En fin… Sólo quiero decirte, por si no te vuelvo a ver y a pesar de todo lo que ha ocurrido entre nosotros, que siempre voy a apoyarte. No me arrepiento de nada de lo vivido contigo y, de verdad… te quiero.

Takumi."

Eichi gruñó, arrugando un poco con los dedos la carta que ella había dejado. ¿Por qué siempre dejaba notas? Nada le habría costado despertarlo y decirle algo. Se le secó la boca mientras releía por quinta vez aquel texto. La mente aún no le daba para reaccionar. Pasaron unos segundos eternos hasta que las preguntas sin respuesta comenzaron a formularse en su cabeza. ¿Dónde se había ido? Gran parte de su cerebro, sobre todo la parte que hacía pensar racional y científicamente, le hizo tensarse. Esa pregunta tenía una respuesta muy clara: la muy tonta se había ido a la guarida del lobo, seguramente (aunque había unos cuantos lobos y unas cuantas guaridas a las que podía haber ido), a que la capturaran. Con lo irracional que era, podría haber hecho cualquier cosa y él jamás lo sabría.

El solo recordar su propio pasado, todo lo que Yashiro le había hecho y todo lo que él había hecho después… lo pudría por dentro pero no podía quedarse ahí plantado. ¡No podía! Ella… Apretó los puños, marcándose sus cortas uñas en las palmas de las manos. ¿Por qué se hacía la valiente? Estúpida, maldita tonta… ¿Y por qué él se sentía tan mal? ¿Por qué tenía ganas de correr a buscarla? ¿Por quién sufría? ¿Por ella o por él mismo? ¿A qué temía enfrentarse? ¿A su pasado o a la pérdida de ella?

Y una última cuestión… ¿por qué decía que le quería? Bufó, molesto. Que hiciera lo que le diese la gana pero él no se lo había ganado. Y no la quería. ¿Acaso ella era masoquista? ¿Quién en su sano juicio iba a estar interesado en salir con alguien como él? ¿Porque era guapo? Se sonrió, burlón. Cuántas mujeres habían ido detrás de él y habían huido después de conocer lo que su prima sabía ahora de él. Las apariencias siempre engañaban. Poco importa la apariencia si por dentro estás podrido.

Después de haberse sumergido en el horror, lo único que quedaba de él eran restos de miedo y un alma negra como el ónice. Y por supuesto, la rabia, macerada hasta convertirse en ira por el culpable. Si Takumi pensaba que con su estúpido idealismo iba a cambiar todo eso de un día para otro… No podía estar más equivocada.

No podía dejar a Yashiro Kimura vivo. Todo lo que había pasado el día anterior se lo había hecho entender. En su cuerpo sólo debían permanecer, por ahora, aquel odio arrollador que le había perseguido desde su adolescencia. Sólo necesitaba eso. Tan solo eso le ayudaría a que Yashiro Kimura dejara de existir y con él, todo los miembros de su asquerosa familia. O eso o su propia muerte. No había otra solución. Nada ya valía la pena si ese hombre seguía vivo.

&

Takumi estaba abstraída en su propio mundo, sus ojos no miraban a ningún lugar en especial y era incapaz de pensar positivamente después de todo lo sucedido en el interior del edificio. Caminaba por inercia, repitiéndose una y otra vez en su mente todo lo sucedido...

—Este es el trato: me cedes el setenta y cinco por ciento de la empresa, a tu hija, y yo no digo nada de tu intento de asesinato contra tu mujer. Entonces, todos nos vamos a casa contentos y felices —lo último, Kohaku lo dijo con mucho sarcasmo.

Yashamura dio un golpe en la mesa de pura frustración.

—¿Cómo quieres que haga tal cosa? —el odio en sus ojos era perceptible a distancia—. A esta malagradecida te la puedes quedar pero mi empresa…

—¿Quieres verte culpable de asesinato en el periódico de mañana? Dime que sí y esta empresa caerá junto a ti —presionó el otro hombre, acercándose un poco más.

—¿Y qué pruebas tienes, eh? —sonrió Yashamura, con suficiencia. A pesar de la seguridad que mostraba, no podía esconder un ligero temblor en su voz.

—Una camisa manchada de sangre, un testimonio… la televisión podría corroborar la versión de tu esposa cuando salió en aquel programa rosa.

Yashamura Hoshina enrojecía por momentos, lleno de una ira silenciosa. Su hombre de más confianza le estaba traicionando pero, ¿solo él? ¿Que tenía una familia peligrosa? ¿Quién era en realidad Kohaku Kimura ? Se daba cuenta que todo lo que él decía conllevaba perder en cualquiera de los casos, pero que visto lo visto, prefería cederle a aquella zorra malcriada a perder toda la empresa e incluso su libertad si entraba en prisión. Así que, teniendo que soportar el regocijo de Kohaku Kimura (quien tenía una gran sonrisa burlona) perdió todo su orgullo con su respuesta:

—Está bien. Acepto tu propuesta. Cásate y haz lo necesario.

Ignoró el gesto derrotado de su hija (quien dejó caer sus párpados, suspirando con pesadez), para clavar sus ojos en su futuro yerno. En ningún momento perdió de su expresión toda la rabia que le causaba la situación. Para acabar de tirar su honor a la basura, Kohaku se acercó y le dio un par de palmadas en el hombro, haciéndolo sentir un niño obediente. Gruñó con molestia.

—Al fin haces algo bien, Hoshina. Empezaba a creer que eras imbécil.

Takumi, que se mantenía con la expresión estoica y el entrecejo levemente fruncido, vio el manojo de papeles que anteriormente había dejado en la mesa e hizo el amago de acercarse para cogerlos pero la voz de su prometido la heló:

—¿Qué tienes ahí, Takumi—chan?

Ella apartó las manos pero ya era demasiado tarde, porque el hombre se acercó al lugar y cogió el dossier que recogía todos los asuntos sucios de los Kimura. Lo hojeó por lo que parecieron largos minutos y después la miró con mucha seriedad.

—Así que historia de mi familia… ¿De dónde lo has sacado?

Dejó las hojas sobre la mesa, golpeando la madera con la mano en el proceso. La chica juntó las manos sobre el pecho y se alejó unos pasos. Como no podía ser de otra manera, Kimura se acercó, intimidándola.

—No importa si no quieres decírmelo —agregó, acortando la distancia en un paso y cogiéndola de un hombro. Las últimas palabras las dijo a su oído—: Te las sacaré cuando estemos a solas y te haga mía una y otra vez, sin descanso, hasta que me sacies…

Sintió la mano recorrer su mejilla y contuvo la arcada (no supo si por el gesto o por una recaída de gastroenteritis) que le sobrevino. Muy pálida, cerró los ojos y se llevó una mano a la boca para contener el vómito. Cuando los abrió, se fijó en su padre, que les miraba algo incómodo. Sentimientos amargos invadieron su mente: que su padre era un cobarde y un monstruo que casi había matado a su madre. Sólo por su empresa, la entregaba a casarse con otro monstruo. Y lo habría hecho igualmente a un mejor postor, si las cosas hubiesen ido de otra manera. Estaba segura. Aunque no le faltaba razón, pensó, aquellos pensamientos no la hacían sentirse mejor. La mano de Kohaku bajando por su cuello la devolvió a la realidad.

—¡No… No me toques! —exclamó, intentando apartarle—. Qué triste que tengas que obligarme… que no puedas hacerlo de otra manera.

La bofetada resonó en toda la estancia y Takumi, con una mano en su mejilla y reteniendo las lágrimas, sintió una mezcla de miedo, asco e ira al mirarle.

—Así puede que aprendas a no decir mentiras —murmuró Kohaku, con una furia que no aguardaba nada bueno—. Esta vez él no va a venir, ¿eh?

Algo se rompió en su interior y el llanto se desbordó como un río con el temporal. La desmoronaba el hecho de no poder verle más por haber ido hasta allí. Añoraba sus ojos, a pesar de verlos en ella misma todos los días. La oscuridad de los de Kohaku la hundían en un hondo pozo. Odiaba a ese hombre, a cada Kimura que hubiese herido a una persona... Por Tilo, por Eichi, por todos los chicos y por ella misma. Por todos ellos, ahora mismo no podía mostrar su debilidad. Así que se enjugó las lágrimas con un movimiento brusco, apretó los puños a sus costados y levantó la cabeza para mirarle, con una expresión tan decidida que incluso su prometido pareció sorprendido.

—¡No le tocaréis nunca más!

—Despierta, princesita —la voz de Kimura la despertó de sus recuerdos— Tenemos la atención de los medios.

Enseguida, la chica fue consciente de la presencia de una gran masa de periodistas que la intimidó al punto de hacerla encogerse sobre sí misma e intentar alejarse de allí. Sin embargo, Kohaku la agarró de la mano y ella, con el ceño fruncido, hizo grandes esfuerzos por soltarse, cosa que no consiguió, pues él apretó el agarre de forma dolorosa.

—Bésame.

—¡Ni lo piens…!

Sin darle tiempo a terminar con sus palabras, el hombre la arrastró con él y fundió sus labios con los suyos. Una multitud de flashes capturaron el momento en que el beso pareció hacerse más apasionado. Pero lo que ninguno de ellos supo es que él le había apretado la mano aún más, haciendo que, en un quejido, ella abriese la boca y la lengua de él se enredase con la suya.

Cuando finalmente la soltó, y pese a la gran cantidad de medios que seguían allí, los tres se sentaron en el coche. Mientras el coche avanzaba, la chica no dejó de limpiarse la boca con la mano mientras dejaba salir todas sus lágrimas de impotencia.

Desde su lugar a las puertas de Hoshina S.A, el hombre de cabello casi plateado fue testigo del espectáculo que se había montado con todos los medios de prensa rosa y amarilla prácticamente acosando a la hija de Kaede, a su padre y a su "prometido". Apretó levemente los dientes al ver ese beso que probablemente no tenía el consentimiento de la chica.

Sacudió la cabeza tratando de airear el enfado que le estaba invadiendo. Debía abandonar ese lugar; con todos los miembros de la familia Akiyama que se encontraban allí apostados (los había reconocido por el profundo estudio que realizó años atrás) y después de permanecer estático tanto tiempo allí, ya se había ganado un par de miradas extrañadas y comenzaba a levantar sospechas.

Sin perder más tiempo, Akiyama se marchó de allí. Debía buscar a una persona y sabía exactamente dónde encontrarla.

&

De malas maneras, Eichi se sentó en un taburete, apoyándose en la barra del bar y pidió un café bien cargado. Hojeó el periódico; ninguna noticia interesante.

—Eichi —una voz a su espalda lo sobresaltó—. Tengo que hablar contigo de un asunto importante.

Creyendo reconocer la voz, se dio la vuelta e, incrédulo, se fijó en la persona que le había hablado. ¿Por qué estaba allí?

—¿Akiyama?

—Veo que me reconoces.

—¿Tú qué crees? —Eichi bufó—. ¿Y cómo has podido encontrarme?

Eichi se acordaba de él de un par de veces en que había acompañado a su tía a visitarle. Siempre se comportaba amable y no tenía culpa de su mal humor, pero la presencia de ese hombre (casi un extraño para él) demandándole hablar con él de "un asunto importante", le irritaba aún más.

—Tu prima me lo ha contado —contestó. El peliplateado no perdió el tiempo en comentarle la principal razón—. Está retenida por Kimura.

El chico abrió los ojos un milímetro más de lo normal pero no hubo tiempo de preguntar nada: imágenes y voces desde la pantalla de televisión hicieron a ambos hombres volver su atención al aparato.

"Tras los escándalos acaecidos semanas atrás, un comunicado de la casa Hoshina anuncia la boda de la señorita Takumi Hoshina con Kohaku Kimura, el vicepresidente de Hoshina S.A".

Un vídeo que mostraba un apasionado beso entre los prometidos hizo a Eichi apretar los puños y crispar los dientes.

—Ese hijo de puta… —gruñó. Parecía contenerse para no saltar hacia la pantalla.

"Mi hija contraerá matrimonio en breve con mi vicepresidente —decía un muy serio Hoshina Yashamura desde el televisor".

El chico se fijó en que la sonrisa socarrona que siempre dibujaba en su cara no estaba allí.

"Ambos estamos muy enamorados y con muchas ganas de iniciar una familia —comentaba Kohaku, con una sonrisa brillante en su rostro. Tras aquello, como un perfecto actor, cambió su mirada a una de gravedad— Confío en que la pesadilla que ha vivido mi prometida siendo retenida por su primo no se repita y el culpable dé la cara pronto y pague por lo que ha hecho".

Por suerte, ninguna foto de él salió durante la noticia.

—Es tan hipócrita —comentó Akiyama, frunciendo el ceño.

Se sentó junto a Eichi, quien agarraba con tanta fuerza la taza que el hombre habría jurado que se quemaba con el contenido; aunque, si era así, el dolor no parecía importarle.

—Es estúpida.

—Por favor, no te enfurezcas con ella. No lo hace por propia voluntad.

—Lo sé —exclamó, golpeando la mesa con la taza. Varias miradas curiosas se volvieron a ellos—. Pero sí ha sido cosa de ella el ir a entregarse a él en bandeja.

—Ha sido mi culpa —Akiyama se llevó una mano a la cabeza, apoyándose en la barra. Eichi lo miró, sin entender—. Yo la empujé a ir: le enseñé un trabajo que escribí hace años sobre la familia Kimura. Le advertí que tu padre no le haría caso, incluso le insinué que él podía estar implicado en lo que le pasó a Kaede… pero ella estaba dispuesta a enseñárselo a como diera lugar para recurrir a su humanidad (de lo que estoy seguro que carece) e insistió.

El de cabello castaño entrecerró los ojos y apretó la mandíbula. Estaba tan serio que se le marcaban arrugas en la frente. Puso ambas manos sobre la barra y se levantó del taburete. De repente, el peso de tantos años de sufrimiento se marcaba en su rostro, haciéndolo parecer mucho más mayor.

—Es una estúpida idealista. No la disculpes: aquí la que ha cometido una estupidez es ella y tiene que aprender de sus errores —A Akiyama le pareció divisar una chispa carmesí cruzaba el gris de sus ojos—. Pero a mí no me disculpa nada: hace tiempo que debí matar a esa gente, y no voy a parar hasta verlos en un agujero.

&

Removió todo el cuarto en busca de algo con lo que forzar la puerta pero estaba completamente vacío a excepción de una gran cama de matrimonio, un armario, una cómoda y una mesita de noche vacíos. La ventana enrejada le daba una visión poco nítida del lugar en que se encontraba. Desesperada, se acercó a la puerta y la golpeó una vez más con ambos puños.

—¡Déjame salir! —gritó; se había pasado desde que estaba allí haciéndolo y había terminado afónica.

No había nadie que pudiese ayudarla. No llevaba ni teléfono. Su padre ni la había mirado al dejarla en casa del mismísimo diablo. La oscuridad que reinaba en la habitación, donde apenas daba el sol, amenazaba con hacerla perder la esperanza de abandonar aquel lugar de pesadilla algún día.

No supo cómo pero en algún momento se cansó de recorrer la habitación y se quedó dormida. La despertó la llave en la cerradura de la puerta y enseguida saltó de la cama, poniéndose en guardia. Con horror, vio que era su monstruoso prometido quien cruzaba la puerta. Una bandeja con humeante comida reposaba entre sus manos.

—¿Tienes hambre? —preguntó.

Parecía amistoso pero no se fiaba un pelo de él, así que le miró con los ojos bien abiertos y sin acercarse.

—Estoy seguro de que tienes hambre —insistió.

¿Qué llevaba la comida para que él insistiese tanto? ¿Alguna clase de veneno o droga? No iba a comer ni aunque estuviese muriendo de hambre, que no era el caso. Él dejó la bandeja a un lado y cogió una botella de agua, que le ofreció.

—¿Sed? Seguro que tienes sed.

La chica se relamió los labios inconscientemente, se acercó a pasos cortos y temblorosos y adelantó una mano tímidamente: si no estaba abierta, la bebería y su cuerpo la agradecería. Sin embargo, en el último momento, él retiró la botella de su alcance.

—¿Alguna vez has pensado en mí como hombre, Takumi? —Kohaku estaba muy serio—. ¿O sólo pensabas en ese asqueroso de Hoshina?

Takumi se alejó con rapidez. Su temblor se acentuó ante aquellas preguntas. Trago saliva, tratando de respirar de forma acompasada. Se había prometido que nada de lo que dijese ese hombre iba a afectarla pero, sabiendo de lo que era capaz, resultaba inevitable no temer ante sus ojos negros y profundos como una gruta desconocida, en la que no sabes qué encontrarás.

—Ven a buscar el agua si tienes sed, anda, que no te voy a comer.

La chica se debatió entre ir a buscarla o no. Al final, envalentonada, dio unos pasos al frente y estaba a unos centímetros de alcanzarla cuando él la agarró del brazo y la acercó de un tirón a él. La botella salió disparada hacia un lado, reventándose contra el suelo.

—¡No me toques! —chilló.

Histérica, intentaba defenderse con las manos, sin resultado, pues a él no le importaba que ella acertase algunos de sus golpes. No parecían tener efecto alguno. Su boca se estampó contra la de ella en un beso violento y doloroso y se vio empujada a la cama con fuerza. Antes siquiera de poder incorporarse, él ya estaba encima, inmovilizándola con todo su peso.

—Esta vez no vendrá nadie… —comenzó a decir cerca de su oído, con voz suave y después bramó—: ¡NADIE, NADIE, NADIE!

Ella gritó, aterrorizada. Con la misma facilidad con que había empezado a bramar aquello, una monstruosa risa empezó a surgir de él.

—Obedece y no te haré daño.

Acarició su rostro casi con dulzura y sumergió la nariz en la curva de su hombro. Ella contuvo las náuseas que le produjo notar su lengua mojarle el cuello y profería pequeños quejidos ante los mordiscos. Odiaba sentirse así, sin voz para poder negarse a aquello, sin voto para deshacerse de él con sus propias manos.

—Sería tan fácil para los dos… -susurró como ofidio en su oído.

Por un momento, entre el miedo y la desesperación, pensó en aquella opción… ¿Si ya era inevitable, se preguntó, por qué seguir oponiéndose? Sólo debía cerrar sus ojos, sumergirse en su propio mundo interior, en el que no había dolor, ni llanto, ni terror... Kohaku se cansaría de ella después de poseerla la primera vez… ¡Pero no, de ninguna manera! ¡No quería que él hiciese eso con ella! No iba a rendirse, iba a luchar todo lo posible para librarse de él.

—No… —murmuró, con labios temblorosos—. ¡N…!

Fue entonces que un agudo repiqueteo anunció que llamaban a la puerta y Takumi sintió una honda de puro alivio adueñarse de su cuerpo. Kohaku bufó y se apartó de la chica, que en cuanto se vio libre, se encogió en el lugar más alejado de la cama.

—Te salvas por segunda vez —comentó éste, antes de abandonar la habitación.

Al salir del cuarto en el que se hallaba su prometida, Chihiro le esperaba apoyada en la pared frente a la puerta. Le hizo un gesto para que la siguiera y ambos caminaron hacia el comedor, quedándose de pie frente al sofá.

—Ella está en esa habitación, ¿no? —indagó, suspicaz.

—Sí.

—Sabes que no me gusta lo que intentas con ella. Ninguna mujer merece que le hagas eso —comentó, con una mueca de disgusto, mirándole directamente a los ojos.

—¿Siempre me tienes que estar mandando? —la fulminó con la mirada, y su tono repleto de ira la sorprendió—. Yo también quiero vengarme.

—Te estás comportando como un idiota, Kohaku—caminó, alejándose del sofá—. ¿Qué motivo tienes tú para vengarte? O mejor dicho: ¿Por qué usas a la chiquilla para vengarte de Eichi?

—Imagínatelo —sus ojos titilaban con ironía.

La incredulidad cubrió el semblante de Chihiro y empezó a negar con la cabeza.

—Eres un mentiroso. ¿Me estás diciendo que sólo la usas porque ella es importante para él?

—¿No me crees? –preguntó, con fingida inocencia-. Tengo un vídeo que lo demuestra; explícitamente.

Chihiro calló durante unos segundos, pensativa. Tenía a Kohaku por una persona meticulosa en sus planes, que utilizaba a los demás a su conveniencia para conseguir sus fines, pero por algún motivo, él mentía. Puede que de forma inconsciente.

—Te conozco lo suficiente para saber que hay algo más detrás de eso –sonrió de medio lado.

Kohaku le devolvió la sonrisa, como retándola pero enseguida su expresión cambió a una de seriedad mortal.

—¿Es tan difícil de comprender que le tenga manía; que me moleste su cara; que me moleste que exista?

—No, si yo no dudo que le odies (aunque me sorprende cuánto). Lo que no entiendo es por qué te tomas tantas molestias por tenerla a ella, cuando podrías tener a cualquier mujer en tu cama… —y lo que sugirió a continuación hizo a Kohaku  envararse un poco—: Cualquiera pensaría que ella te gusta.

El hombre la fulminó con la mirada: Chihiro le causaba más dolores de cabeza que cualquier otra mujer con la que se hubiese cruzado, con la desgracia añadida de que era de su familia cercana y no se podía deshacer de ella más que por unas horas al día.

—¡No sé qué más te da que me la folle un par de veces! —se quejó—. Todo está a nuestro favor. Tu "papaíto" no quiere salir perjudicado, así que obedecerá a cuanto le diga.

De un momento a otro, la chica se había acercado a él, agarrándole del cuello de la camisa mientras echaba chispas por los ojos.

—¿Es que se lo has dicho sin preguntarme primero? —gruñó. Para Chihiro, la altura y el físico fuerte del Kimura no eran una traba para partirle la cara.

—No iba a perder tan buena oportunidad; simplemente, se dio —se desentendió de la situación, girando la cabeza e ignorando que la chica aún no lo soltaba.

Chihiro apretó la mandíbula, con sus pensamientos divididos. No sabía si estar agradecida o enfadada porque él hubiese precipitado los hechos. Pero de cualquier manera se había quitado un peso de encima. Al menos ya no tenían que esperar más. Y ya no tenía sentido seguir con una mentira que había durado dos años, en la que había seducido y sido amante de Yashamura Hoshina.

En cuanto su amiga se marchó, Kohaku le dio una monumental patada a la mesa del comedor, intentando ahogar aquellos recuerdos que había enterrado en el fondo del baúl, pero estos acudieron a su mente de todas maneras, como la hiel a la boca…

—Si tienes curiosidad, puedes probar a alguno de los chicos –había comentado su tío, como quien no quiere la cosa, una noche en la que jugaban a cartas en la sala de abajo, donde todos los chicos trabajaban-. Y te recomiendo a ese –señaló un punto entre la multitud de chicos y clientes-. Es un fruto tan dulce como la miel; ni siquiera parece un hombre. Se llama Eichi.

Kohaku se giró en su silla y miró hacia el punto donde su tío señalaba: apoyado en una pared, sin nadie alrededor, pudo distinguir a un chico. Con un mudo asentimiento de cabeza a su tío, se levantó de la mesa y se acercó con ligereza.

—Tú eres Eichi, ¿o me equivoco?

Cuando el chico levantó la mirada, fue consciente de que su tío no le engañaba: poco se diferenciaba de una chica, con esas facciones suaves, el cabello castaño a la altura de los hombros y esos ojos poco comunes, de un gris tan claro que parecía blanco.

—Sí, ¿por? –lo miró de reojo; parecía desconfiado.

—Sólo me preguntaba qué hace un chico como tú en un lugar como este… -sonrió falsamente, tratando de darle confianza.

—Ya ves, una noche más de trabajo –suspiró el otro, como sin darle importancia y apartó la mirada, perdiéndola a su derecha. Se retorcía las manos a la altura de los intestinos.

—¿Y no te gustaría salir de aquí, Eichi? –preguntó. No tenía ninguna intención de cumplir su promesa, pero le parecía divertido jugar un rato.

Hubo unos segundos de silencio, en que el chico bajó la mirada, se llevó la mano a los labios y comenzó a hacer un sonido raro. Kohaku tardó un poco en darse cuenta que se estaba riendo. Se quedó sin saber qué decir.

—¿Es que me crees idiota? –soltó al fin el muchacho, levantando la cabeza.

Kohaku abrió mucho los ojos, obviamente no esperando esa contestación.

—¿Entonces quieres que sea tu puta esta noche o prefieres esperar a que me escoja otro? –escogió aquellas palabras con el humor negro impregnando su voz-. Yo preferiría que te fueras y seguir en este rincón.

El Kimura dio unos pasos, aproximándose y apresando su hombro con su mano izquierda. Cuando el más joven le miró, se encontró con unos ojos tan oscuros que le robaban el alma. Se estremeció bajo su toque.

—Mi tío Yashiro me había recomendado que te eligiese pero no me había advertido sobre tu lengua ácida. Quizá haya que darte una lección.

Abrió los ojos un milímetro más de lo normal ante la mención del nombre de su tío, y casi no se percató cuando él lo cogió del brazo y lo arrastró escaleras arriba, a uno de los cuartos desocupados, cerrando la puerta con pestillo. Sin un mínimo de cuidado, encajó al chico (que era un poco más bajo que él) entre la pared y su cuerpo, notando que la respiración de él se aceleraba por milésimas de segundo.

—¿Es que ya te estás poniendo cachondo? –deslizó su mano por el pantalón, suavemente, hasta rozar el botón y el cierre de éste-. ¿Te gusta que te traten mal?

El chaval tragó saliva de forma sonora después de aquellas palabras. Kohaku sonrió, disfrutando del miedo que causaba en él. Exhaló su hálito en su cuello y sus dedos reptaron colándose por debajo de la camisa y deslizándolos por su abdomen plano y sin mácula.

—Suave como una chica –susurró mientras le sujetaba del cabello y pasaba su lengua por el borde de su quijada, ascendiendo hasta casi su oreja.

—Quita tus manos de ahí –acertó a decir, mientras notaba como él acercaba peligrosamente su mano a su zona sur.

—¿Estás asustado, es que eres virgen o algo así? –susurró, con burla.

—Me produces náuseas –escupió, cada vez más tembloroso.

—¿Seguro que son náuseas? –mordisqueó el lóbulo de la oreja, apretando un poco para causar dolor.

Bajaba y subía por su tórax, acariciando con la mano abierta cada porción de piel. Cuando aquella misma mano bajó para desabrochar sus pantalones, se coló entre sus piernas y apretó sin miramientos, el chico se quedó muy quieto; tan quieto que se podría haber mimetizado con la pared.

—¿Ahora si te estás quieto? –comentó Kohaku, resoplando-. Ya me he cansado de este jueguecito.

Sin aviso, se tiró hacia su boca y como si se tratase de un animal devorando a otro, mezcló su lengua con la suya. Eichi, que había reaccionado tarde, le apretaba los hombros, empujándole para que lo soltase. Cuando Kohaku se apartó finalmente, los ojos del chico estaban encendidos, claros como dos desiertos de hielo. Pura rabia. En su boca, contrario a su mirada, se dibujaba una media sonrisa. Momentos después, un escupitajo reposaba en la cara de un pasmado Kohaku Kimura.

—No me toques nunca más; ni muerto querría acostarme contigo —una sonrisa burlona acariciaba su boca."

Eichi Hoshina no había sido más que un capricho; algo que su tío le recomendó y él no dudó en querer tomar. Kohaku siempre obtenía lo que deseaba y, en ese momento, le apeteció él, pero el chico pensó que tenía derecho a negarse; con su necedad, su sonrisa burlona, su puta cara de niña. Ahora, el solo verlo lo hacía tener ganas de vomitar… ¡Asqueroso Hoshina! Claro que quería vengarse de él, y tenía un motivo aún más poderoso que el de Chihiro para vengarse de Yashamura: no haberse subyugado ante él, considerándole como algo (que no alguien) putrefacto; no haberle dejado tomar su cuerpo, probarlo y saciarse cuanto quisiera.

Desde ese momento había jurado hacérselo pagar caro y le había hecho la vida imposible todo lo que pudo: cualquier rincón del local era buen lugar para sus amenazas; le acosaba, lo atormentaba sin ningún motivo y buscaba cualquier excusa para acercarse a él sólo con la intención de hacerle ver el error que había cometido rechazándolo.

Pero un día, sin saber de dónde había sacado el dinero, Eichi le pagó a su tío Yashiro la cuantiosa suma de dinero que pedía por salir "totalmente" del negocio (aunque sólo fuera en apariencia, porque una vez dentro, era imposible salir del todo) y se marchó de allí sin dejar rastro.

Rabió por dentro. Ese asqueroso no se le podía escapar. Investigó. Tenía tantas fuentes por Tokio que no tardó más de dos meses en rastrearle viviendo en una casa de ensueño; bendita la casualidad que ese niñato fuera sobrino de Yashamura Hoshina, uno de los hombres más acaudalados de Japón, con sucursales de su empresa por todo el país, cuentas en paraísos fiscales y cuantas cosas quisiera.

La forma de vengarse llegó a su mente con la silueta de un plan brillante: con ayuda de su familia, iba a apropiarse de todo aquel imperio de empresas, dinero y poder. El clan Kimura renacería, sería tan poderoso como antaño... Fue instruido en economía, finanzas y varias materias más con tal de aprender sobre el puesto que ocuparía; se hizo con contactos y observó muy de cerca la empresa Hoshina S.A.; el resto lo solucionó con carisma y simpatía, engaño, persuasión... A su diestra, los hombres más instruidos de su familia controlarían la empresa, adueñándose, como un virus, de cada parte de ésta.

Sin embargo, en su puzzle todavía faltaban un par de piezas; Chihiro encajó a la perfección en él. Compartió con ella sus ideas pero jamás le contó de sus deseos de venganza; para ella, él sólo quería conseguir los recursos económicos y de poder de ese apellido. Para su sorpresa, la chica le confesó qué relación tenía ella con Yashamura, cosa que inclinó la balanza en su favor: Chihiro le ayudaría indirectamente en sus planes de venganza.

La otra pieza era Takumi.

Después de un par de años, en que empezó a trabajar en Hoshina S.A., se ganó la confianza de su jefe día a día y escaló puestos (a base de sobornos, amenazas de muerte y demás), conoció la existencia de aquella niña. Volviendo a la actualidad, menos de seis meses atrás, Yashamura le anunció que estaba pensando muy detenidamente en prometerlo con su hija, si él y sus padres (de acuerdo a las costumbres japonesas) estaban de acuerdo con ello.

Se tiró en el sofá descuidadamente y se llevó la mano a la cabeza, pensando en cómo había continuado vengándose con esa chica débil, delicada y sencilla, que Eichi pretendía no apreciar pero que protegía a toda costa. Se sonrió maliciosamente: la protegía de él. Pero ahora, nada iba a salvar a Takumi de ser poseída por él. Nada iba a salvarla de él. Pensar que estaba tan cerca de completar lo que había anhelado… Robarle todo a Eichi, todo lo que le quedaba, destrozarle aún más la vida. Así aprendería que a un Kimura no se le rechazaba.

&

El piso de Tilo estaba hecho un desastre, como casi siempre, a excepción que él probablemente estaba en el hospital y que alguien (posiblemente los Kimura) había registrado, saqueado y destrozado casi todo lo que había en su interior. Eichi suspiró, acallando la voz que quería que se marchase de allí. Entró al cuarto que había "compartido" dos noches con Takumi y se sentó en la cama, observándolo todo a su alrededor.

—¿Has encontrado algo? —la voz de Akiyama desde el comedor le instó a seguir buscando algo, cualquier cosa que pareciese "información".

De cualquier modo, aquel cuarto era una de las opciones más obvias para seguir buscando. Tilo no habría escondido "lo que fuera" en un lugar tan evidente como su propia habitación, y menos aun contando que el piso era de los más grandes que se podían alquilar en esa zona (o sea, con habitaciones diminutas igualmente), no podía pensar en más lugares; además, desde hacía una media hora y a ratos, una neblina le emborronaba la vista y un dolor persistente en el brazo (casi como uno de muelas) le hacía desear quedarse inconsciente. Para terminar de joderle, la melodía de llamada del teléfono móvil le alertó y tuvo que descolgar, muy a su reticencia:

—¿Qué quieres ahora? —gruñó.

"¿Te apetece una cena familiar esta noche? Ya sabes: velitas, charla agradable… una celebración anticipada de mi boda con Takumi—chan".

—Estás loco.

"Sabía que no te atreverías a venir"

—¿Dónde?

"A casa de mi tío, ¿dónde más?".

Eichi enmudeció, poniéndose pálido como la cera: una cena en casa de ese hombre… significaba que… tendría que enfrentarle otra vez. Tragó saliva, maldiciendo su suerte. Takumi estaba allí presa. ¿No podía dejar esa chica de meterse en problemas?, ¿y de meterlo a él?

&

Oteó el horizonte por la ventana, contando las posibilidades de pedir ayuda. Había más edificios de los que podía contar. Kohaku vendría a por ella en cualquier momento y no tendría escapatoria. Oyó a alguien trasteando la cerradura y la puerta se abrió con un chasquido, haciéndola estremecer al pensar en quién entraría, sin embargo, un rostro femenino asomó:

—¿Takumi Hoshina? —preguntó.

—¿Quién eres?

—Soy Chihiro, la secretaria de tu padre… —murmuró la chica y una sonrisa animosa se pintó en su rostro—. O eso cree él.

Una mirada desconfiada abordó a la más joven al comprender por qué ella se encontraba allí. La mujer cerró la puerta y tomó asiento en la cama mientras Takumi seguía de pie.

—¿Tú también estás con Kohaku?

Ella pareció pensárselo y apoyó la cara en sus manos, con la duda en su atractivo rostro.

—En parte, porque él, al parecer, está más interesado en hacerte daño a ti y a tu primo que en lo que íbamos a hacer en un principio.

La chica dio un paso al frente, mirándola de hito en hito; sin embargo, seguía a una distancia segura de ella.

—¿A qué has venido en realidad? —preguntó, mordiéndose el labio.

Takumi bajó la mirada y tragó saliva. Cuando la levantó de nuevo, vio una frialdad atemorizante en su rostro.

—Quiero que sepas que voy a terminar con tu padre, con su cordura…

—¿P-Por qué? —susurró, impactada; su boca y ojos estaban muy abiertos. La mayor rió.

—¿Por qué? —el sarcasmo fue sustituido por la rabia en la oración siguiente—. Volvió loca a mi madre.

Takumi tragó saliva, encogiéndose en sí misma. ¿Cómo podía alguien volver loca a una persona? Enseguida recordó la historia de Eichi (que había oído de Yashiro días antes) y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. La mente de su primo había enfermado porque Yashiro le había… Incluso Eichi había tratado de repetir (esperaba que inconscientemente) la misma historia con ella. Y ahora Kohaku. No quería imaginar que eso le había ocurrido a otra persona.

—Creo que te entiendo —dijo, evitando su mirada.

—¿Cómo podrías hacerlo? —soltó de forma irónica, sonriendo.

Takumi pensó en su madre. Golpeada terriblemente por su padre, con severos traumatismos por todo el cuerpo, con la posibilidad de no volver a recuperarse jamás. También pensó en su primo, herido en el alma y en el cuerpo, totalmente destruido por Yashiro Kimura. Apretó los dientes con rabia y una lágrima traicionera escapó por su mejilla.

—Quizá no sepa exactamente lo que eso significa —bajó la mirada y el flequillo le cubrió los ojos; mantenía los puños apretados a ambos lados del cuerpo—. Pero conozco a personas que han sido víctimas de ese tipo de monstruos… y también considero a mi padre como uno de esos monstruos pero…

La más joven tenía la intención de seguir explicándose pero Chihiro decidió desviar el rumbo de la conversación.

—Supongo que sabes que él es el culpable del estado de tu madre.

Takumi suspiró con pesar y se sentó en la cama con una actitud derrotista.

—S-Sí… —dijo, con un hilo de voz.

—¿No te gustaría vengarte? —le propuso, con una media sonrisa—. Te sacaría de aquí, Kohaku jamás te tocaría… Te cuidaría como si fueras mi… hermana.

Takumi ni siquiera pensó lo que responder.

—¿De qué me serviría la venganza?, ¿para hacerme más daño, para hacer un daño colateral a quienes estuviesen a mi alrededor? —negó con la cabeza lentamente—. Mi moral no me permitiría hacer algo tan bajo como eso.

—Pero sabes que yo sí me vengaré de tu padre.

—No sé tus motivos, no sé nada de ti y, aunque quisiera, no podría interponerme en tu camino en la situación en que me encuentro —la chica dio un hondo suspiro que pareció resonar en la amplitud del cuarto—. Sólo te animo a no hacerlo; ¿no crees que la justicia se encargará de eso si nos encargamos de denunciarlo?

—¿La justicia? —rió—. Creo que eres demasiado idealista. En fin, si cambias de idea, sólo tienes que decirlo.

La mujer se fue, dejando a Takumi sumida en la penumbra, pensando en su situación y en lo que acababa de proponerle.

&

—¿Eichi? —la exclamación de Akiyama resonó por toda la casa.

El chico había desaparecido sin dejar rastro. Resoplando, el hombre caminó hacia el comedor, alcanzado a ver una nota en la mesa del comedor. Se temió lo peor.

"Estoy en casa de Yashiro Kimura. He ido por Takumi. Encuentra las pruebas".

—Joder. Será idiota…

Estaba harto de buscar pero no podía desfallecer en ese momento. Maldijo sus horas al ordenador, que habían terminado por hacerle padecer vista cansada. Caminó hacia el cuarto de Tilo y, a medio camino, pisó un trozo de madera que estaba suelta. Se agachó para examinarla y la adrenalina le llenó: ¿podía ser que lo que buscaba estuviese allí?

Corrió a la cocina a por un cuchillo y regresó al pasillo para levantar con cuidado el trozo de suelo. Parecía que su afición a las novelas de detectives daba sus frutos. Con una sonrisa, sujetó entre sus dedos una tarjeta de memoria que se guardó en el bolsillo. Lo dejó como estaba y se levantó para irse.

—No tan rápido —una voz a su espalda le paralizó. No era Eichi—. Supongo que no eres ni la chica ni el marica, así que qué eres, ¿un ladrón?

Le temblaron las piernas al oír un gatillo. ¿Cómo se supone que iba a salir de allí ahora?

&

Tenía claro algo: no quería entrar a ese lugar maldito. El sentimiento de asco hacia sí mismo, y los recuerdos de ese piso querrían devorarle en cuanto entrara pero no tenía opción: Takumi estaba allí y debía marcharse con ella, sí o sí. Sin querer saber el por qué, de repente ella era su responsabilidad. Resopló, y haciendo caso omiso del sudor frío que bajaba por su espalda, se adentró al portal: seguía siendo un lúgubre y asqueroso tugurio al que habría deseado no regresar.

Frente a la puerta, cerró los ojos e intentó comprender el motivo de su miedo: había dejado de ser un niño hacía años; ahora, él podría hacerle daño de muchas maneras pero nunca más de esa. Pintó con una fría máscara de seriedad su rostro al tiempo que deslizaba un dedo tembloroso hacia el timbre y lo pulsaba. El sonido resonó en sus oídos, haciéndole contener la respiración unos segundos. Tragó saliva cuando un chico joven le recibió: no pasaría de los quince años.

—El señor Yashiro le está esperando.

Eichi asintió. Apretó los dientes: Yashiro seguía con la costumbre de mantener a chicos sirviéndole. Sonrió de medio lado, sin gota de alegría. El chaval lo guió al comedor y se perdió por un pasillo, dejándole solo frente al hombre que, una y otra y otra vez, le había destrozado la vida de tantas maneras.

—Nos vemos otra vez, "Eichi—kun" —le saludó Yashiro. Las náuseas ascendieron hacia su garganta, amenazando convertirse en arcadas, al oír su nombre de esa manera. Los ojos de aquel hombre, dos pozos, se adentraban por cada fisura abierta en su piel.

Una risa ronca salió de la garganta de Eichi. El instinto homicida substituía por segundos a su miedo, hundiéndolo apenas bajo la superficie. Yashiro le observaba, con la cabeza entre ambas manos. De repente, el odio bullía en su interior al recibir en su cerebro fugaces destellos, oscuros recuerdos de sus reabiertas heridas. Tilo, Takumi… Si el hielo producía quemaduras, sus ojos ahora se habían vuelto azúreos y ardían, como sumergidos en una montaña helada.

—Por desgracia. ¿Dónde está mi prima? —habló, con la suavidad del terciopelo.

—¿Dónde quieres que esté? —contestó cínicamente—. Siéntate, chico.

Él pareció pensárselo pero finalmente se sentó, sin apartar la vida del Kimura, que se estaba encendiendo un cigarrillo con una calma pasmosa.

—¿Dónde está? —la paciencia tenía un límite y el suyo lo había superado con creces.

—Dale un respiro, se está vistiendo para la cena —apoyó las manos sobre la mesa y se quedó mirándole, con la misma sonrisa de minutos atrás—. Si las miradas mataran, chico.

—Habrías muerto la segunda vez que te vi, no lo dudes ni un segundo —soltó, sin ninguna emoción.

—¿Volvemos con los rencores, Eichi? Ahora que vamos a ser familia, deberíamos dejar eso atrás. Soy casi tu tío.

—Con todo el asco que le tengo a Yashamura, le prefiero a ti —juntó todo el veneno que tenía en el cuerpo—. Tú sólo eres una mierda en el camino.

—Qué lástima —se burló—. Pensé que podríamos arreglar las cosas.

—¿Eso es sarcasmo? Ja —Eichi rió sin gracia—. Hazte el Seppuku y honra de una vez a tus antepasados, haz el favor.

—Tú y tus buenos deseos hacia mí. No es mi culpa que seas la puta que eres, que te hayas vendido —su voz venenosa continuó tocando donde más dolía—. Admítelo: yo sólo te hice darte cuenta que eso era para lo único que valías.

Su mirada fría se tiñó de una furia ciega y con la fuerza de un animal salvaje, se levantó de la silla y golpeó la mesa con su puño cerrado. El escozor en su puño se extendió al balazo que había recibido, causándole un dolor lacerante y que casi cayera en redondo al suelo a causa del desmayo que amenazaba con sobrevenirle desde hacía ya unas horas, pero aun así no soltó ni una queja. "El dolor hace sentirse viva a la gente", pensó.

—¡Estoy harto de escucharte! ¿Sabes qué? Seré un puto marica (como tú dices) una puta, un asqueroso que follaba por dinero que luego te daba, pero yo… —lo siguiente lo dijo entre dientes— …no soy un puto violador de niños, ni un puto asesino, ni nada de lo que tú sin embargo sí eres.

Una sonrisa cínica se pintó en su rostro mientras escupía todo el veneno, como una serpiente mordiendo a su presa para matarla.

—¿Sabes que tu puto sobrino me pidió sexo y yo le rechacé, que estaba tan desesperado que me siguió y acosó durante años para que me lo follara? Se me ofrecía por las esquinas –escupió Eichi, sonriendo burlonamente; lo que decía no era cierto, Kohaku no se le había ofrecido (él no se habría humillado así); en ese momento, lo único que Eichi pretendía era ver la cara descompuesta del Kimura-. Él también es una puta, ¿no, Yashiro? ¡Él también es un puto maricón! ¿O eso te da igual? —y prosiguió, escupiendo cada una de las palabras de su última frase—.Te voy a devolver cada maldita humillación, una a una.

Yashiro Kimura había dejado de sonreír hacía rato y ahora mantenía una mirada seria e impasible.

—¿Has terminado ya? —fue lo único que contestó.

—¿Es que mereces que te dedique más palabras?

&

Chihiro no se sorprendió cuando su jefe la arrastró del brazo y se encerró con ella en la oficina de éste. Había vuelto a la oficina después de pasarse por casa del "tío" Yashiro (tío entre comillas, porque ella no lo consideraba así). La chica se fijó en que el hombre iba respirando entrecortadamente y llevaba una gran maleta en sus manos.

—Chihiro, no tenemos tiempo —dijo, cogiendo su rostro entre sus grandes manos—. Tengo muchísimo dinero aquí y una casa donde escondernos.

—¿Pero de qué hablas, Yashamura—san? —dijo con una sonrisilla sardónica—. Ni que huyeras de la justicia.

De repente, la cara de Yashamura se tornó pálida como la cera pero pareció recuperar el color al instante siguiente.

—Tienes que venir conmigo.

—Está bien, "mi amor", si tanto interés tienes…

Unos minutos más tarde, llegaban a la planta baja del edificio; sin embargo, cuando estaban a punto de salir, dos hombres trajeados aparecieron y retuvieron a Yashamura de los brazos, sugiriéndole sutilmente que les siguiera. Él los miró, sorprendido, boqueado como un pez. Miró a Chihiro, que miraba alternativamente sus uñas y la cara de su amante mientras negaba con la cabeza. El rostro del hombre se llenó de ira al comprender lo que estaba ocurriendo. Lo siguiente que gritó, sólo lo pudieron oír los tres presentes.

—¡Maldita zorra! ¡Estás con él!

"Y porque todavía no te has enterado de lo peor…" se dijo Chihiro, en tono de guasa.

&

Gimió al notar la puerta abrirse de nuevo y a Kohaku entrar por ella con una tela negra entre las manos. Tragó saliva y clavó sus ojos grises en él, tanteando el terreno. Tenía que huir. Esa chica… esa chica que la había visitado iba a ser culpable de un crimen si no la detenía. Aún no podía creerse lo que ella pretendía. El hombre se acercó ella y la chica observó cada movimiento de lobo feroz que él daba.

—Takumi-chan, te he traído ropa —su voz casi era amable y un escalofrío la recorrió al fijarse en su mirada: había una sombra maliciosa en ellos, más que las veces anteriores-. Tienes que estar presentable para nuestra cena familiar.

—¿Ce-cena familiar? –tragó saliva, encogiéndose en su lugar.

—¿A qué esperas? Cámbiate —soltó, impaciente-. Ya habrá tiempo de explicaciones.

Ella miró dubitativa a la prenda y después a él, quien parecía estar esperando algo.

—¿Contigo aquí? —se atrevió a preguntar.

Él asintió con una sonrisa que daba miedo y caminó dos pasos, los mismos que ella se alejó.

—Que no te dé vergüenza, pronto pediré más que eso de ti.

Tragando en seco y sin otra opción que suspirar y resignarse, Takumi se dio la vuelta y empezó a quitarse las prendas de ropa con las que había llegado allí: empezó con la chaqueta de Eichi y siguió con los pantalones (que deslizó por sus piernas lo más rápida y certeramente que pudo). Tras eso, respirando cada vez con más dificultad, se sacó la camiseta por la cabeza, quedando en ropa interior. Sentía un frío estremecedor que nada tenía que ver con el clima otoñal.

—¿Ves como no era tan difícil? —le cuestionó, jocoso.

Fue a coger el vestido pero tarde, se dio cuenta que Kohaku caminaba rápidamente hacia ella y se pegaba completamente a su espalda, apretando sus brazos en torno a su cintura. El grito de sorpresa quedó preso en su garganta mientras temblaba sin cesar y los dientes le castañeaban.

—¿Qué pensaría Eichi si entrara y nos viera así? —Takumi quería moverse pero sentía todos sus músculos agarrotados. El hombre suspiró en su oído y susurró—: Yo podría hacerte sentir tan bien, si quisieras…

Bajó una mano por su abdomen y coló los dedos por debajo de sus bragas, empezando a besar su cuello mientras la otra mano apretaba su pecho izquierdo a través de la tela. Su polla se apretaba contra sus glúteos y casi gimió de disgusto al notar sus dedos introducirse en ella, entrando y saliendo de forma ruda.

—Él lo haría mejor que tú —dijo ella, sin aliento, queriendo que la soltara.

A cambio recibió un empujón que la hizo perder el equilibrio y estrellarse con el abdomen contra la tabla de madera del borde de la cama, quedándose con la boca abierta en un grito doloroso y mudo. La mitad de su cuerpo quedó en suelo y ella, aun recuperándose del golpe, asistió al hecho de que él le bajara la ropa interior, casi rompiéndosela con ferocidad.

—A la tercera va la vencida.

&

Kohaku, Chihiro(aún muy molesta porque Kohaku hubiese anticipado los planes) y Yashiro habían decretado que aquella noche tendrían una "cena familiar" (aunque de familiar no tenía nada). Para la chica, aquella "cena" significaba llevar a cabo su tan ansiado deseo de venganza; su cuerpo vibraba ante el pensamiento de un Yashamura arrastrándose por el suelo, hundiéndose en la miseria; volviéndose tan loco como su madre.

Así que, después de retenerle y abandonar la empresa en un coche, ellos y varios guardaespaldas habían llegado al hogar de Yashiro Kimura. Sentados en el lúgubre comedor se encontraban, por un lado, Yashamura y Eichi, que se miraban sin saber realmente qué decirse; era más la tensión que se respiraba en aquel lugar que la que había entre ambos, así que, por el momento, parecían haber llegado a un acuerdo tácito de fulminarse con la mirada. Por otro lado, Chihiro y Yashiro intercambiaban algunas frases. Para terminar de adornar la escena, varios hombres, armados con pistolas y katanas, se hallaban repartidos por la sala en completo silencio.

—Mi invitada está a punto de llegar —comentó Chihiro, contenta.

—Ah, así que al fin se lo vas a decir —Yashiro señaló a Yashamura con un gesto de cabeza—. ¿Cómo crees que lo tomará?

—¿Cómo crees que lo va a tomar? —la chica puso los ojos en blanco.

—En fin… Qué bonito, la familia al completo —suspiró Yashiro, apoyando un codo sobre la mesa y reposando la cabeza sobre su mano.

—¿Y Kohaku? —preguntó Chihiro.

—Mmmm… En el cuarto de la chica, ayudándola a vestirse —miró a Eichi de soslayo, con una sonrisita y este se crispó—. O no sé, quizá están haciendo algo más…

Chihiro se tensó. Ese necio de Kohaku seguía a lo suyo… Asombrada, fue testigo de cómo Eichi se levantaba como un resorte y golpeaba la mesa ambas palmas, como un gato encrespado y preparado para hundir las uñas en cualquier trozo de carne. Cuando habló, lo hizo con TONO muy calmado, como la calma antes de la tormenta:

—Si ese hijo de puta la toca…

—Quieto, perro guardián —comentó Yashiro; estaba tan tranquilo como el aludido. Hizo un gesto a uno de sus hombres, que rápidamente redujo a Eichi, haciéndole sentarse—. Más vale que aprendas algo de educación, porque si no, voy a tener que enseñarte modales de nuevo.

Lo implícito de aquel mensaje hizo tragar saliva al chico, porque si bien ya era un adulto y había decidido no dejarse avasallar nunca más, su oscura presencia todavía conseguía atenazar su mente y hacerle sudar frío.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido del timbre.

—Mi invitada —anunció Chihiro, falsamente emocionada.

La noche sería de lo más movida, y al parecer, ninguno de los presentes sabía cuánto.

Continuará...~