El día señalado

Carlos y Eva, dos viejos amigos, deciden ir más allá y dar rienda suelta a sus más escondidos sentimientos.

EL DÍA SEÑALADO.

Hecha un manojo de nervios espero a que me abras la puerta. Los segundos se hacen eternos y a punto estoy de escapar. ¿Por qué tardas tanto?. ¿Acaso te has arrepentido?.

Doy media vuelta, cuando tu voz me detiene. Sube , me dices. Uno, dos, tres, cuatro, cuento veinticinco escalones hasta llegar al rellano. La puerta está entreabierta. Oigo tu voz adentro, Adelante, llegas tarde .

Me siento mareada, una taquicardia se ha apoderado de mi pecho y las piernas parecen no querer avanzar. Siento unos pasos acercarse. Sólo unos instantes más y tu figura se mostrará ante mis ojos.

¿Qué haces ahí? Entra, hace mucho frío. Ya voy, ya voy. Déjame un momento más, aquí fuera estoy segura, por ahora nada ha variado, pero si entro, nada volverá a ser igual. Tal vez sea mejor así, o puede que no, lo que está claro es que nuestra relación cambiará definitivamente.

Vamos Eva, muévete. No voy a comerte. Soy yo, ¿recuerdas?, tu amigo Carlos. Sí, sí, ya lo sé. Ya voy. Ahora sí. Lo que tenga que ser, que sea.

Apenas reconozco el apartamento. Has puesto velas por todas partes. La calefacción no puede dar más de sí. No hay montones de ropa por el suelo, ni platos sobre la mesa. Desde luego te has esforzado, no cabe duda de ello.

¿Qué te ocurre "Brisa"? ¿Se te ha comido la lengua el gato?. No me llames así, ahora no por favor. Sólo quiero olvidar quién eres, los años de amistad, las confesiones de toda una vida. Ni siquiera soy capaz de mirarte. Has sido como un hermano para mí. Y ahora, todos los ratos pasados, tanta complicidad, se vuelve en contra mía y me siento desnuda, demasiado vulnerable.

Venga, ¿qué pasa?. Ambos lo hemos decidido. ¿O es que has cambiado de opinión?

No...

Te aproximas, y acercando tu rostro al mío susurras: Me alegro . Apenas reconozco tu voz. Esa voz en otra hora jovial y cariñosa, tan cargada de deseo ahora.

Veo como tu mano baja la cremallera de mi chaqueta; te ayudas con la otra y me despojas de ella, dejándola caer sobre la alfombra. Puedo sentir cómo me miras, tus ojos acarician la seda de mi blusa y tu anhelo me envuelve haciendo que me erice por completo.

Con tus brazos rodeas mi talle y me encuentro pegada a ti, escondida en ese pecho sobre el que tantos desengaños he llorado. Noto la dureza de tu cuerpo, el aroma tan familiar que desprende, sin embargo, todo es nuevo, cada viejo detalle se torna desconocido porque ya no se trata de consolarnos o de compartir alegrías, ahora somos hombre y mujer. El muro de la amistad ha caído, abriendo ante nuestros sentidos todo un universo inexplorado. El momento: aquí y ahora. Las posibilidades: infinitas.

Apoyo la cabeza en tu hombro y mis labios se posan sobre tu cuello. Dibujo húmedas sendas con mi lengua, avanzando hasta tu mejilla. Las miradas se cruzan por un instante. Bajo los ojos, me sigue costando mirarte.

Te separas de mi lado y vuelves poco después con un pañuelo entre las manos. Lo doblas, anudándolo a modo de antifaz sobre tus ojos. ¿Está mejor así? . No contesto, sólo sonrío por la ocurrencia. Observo sin pudor tu negro pelo alborotado, tu mandíbula cuadrada, tus brazos desnudos y tu torso marcado bajo esa vieja camiseta de algodón. El deseo fluye por mis venas, haciendo subir mi temperatura corporal. Necesito tocarte y sentirte mío.

Poso mi boca sobre la tuya, cruzo el umbral y tu lengua me sale al paso. Nos sumergimos en un mar de esencias, mientras nuestras manos recorren cada contorno. Con cuidado te quito la camiseta, y por primera vez acaricio la blanquecina piel. Saboreo los pequeños pezones, que se ponen en guardia al primer contacto. Los mordisqueo levemente, yendo de uno a otro, surcando tu pecho con mi lengua. Mis manos palpan el pantalón, buscando el deseado instrumento. Lo siento latir bajo la tela. Al tiempo que me arrodillo, tratas a ciegas de alcanzarme. Llegas tarde, ya estoy metida de lleno en la tarea.

Te tengo completamente desnudo frente a mí, bueno, no del todo, el pañuelo sigue ahí, cubriendo tus ojos. Por un momento observo el gesto nervioso que marca tu boca. Me tranquiliza notarte algo inseguro. Ahora estamos iguales.

No quiero hacerte sufrir, pero no puedo evitar demorarme unos instantes y disfrutar de la visión que me ofreces. Tu alta estatura, y la erguida posición que adoptas, contrasta con la horizontalidad de tu miembro.

Eva, ¿qué ha...

La frase queda incompleta, el contacto de mi boca caliente sobre tu verga da por sí solo la respuesta. Formando un carnoso anillo, te engullo con ansia animal mientras mi lengua juguetea con tu glande. Mis dedos se clavan en tus nalgas guiando el rítmico movimiento. Oigo como jadeas y siento crecer la humedad en mi entrepierna.

Tomándome por los brazos haces que me levante. Quiero verte , me dices. Un instante después ya te has despojado de la venda.

Por fin nuestros ojos se encuentran y no siento la necesidad de evitarlo. Un flujo de sentimientos cruza el aire multiplicando la pasión, aderezándola con un amor recién liberado.

Me desnudas lentamente, lamiendo cada centímetro de piel que surge bajo la ropa. Te siento avanzar por mi cuello y me estremezco con el contacto de tus manos calientes abarcando mis pechos. Tu lengua se posa en mi vientre mientras desabrochas la falda. Por encima de las medias acaricias las piernas, parándote en la unión de éstas y descubriendo una más que evidente excitación.

No llevo nada debajo y el contacto de tus dedos sobre mi sexo me proporciona un creciente placer. Te entretienes palpando cada pliegue, pellizcando los hinchados labios mayores, evitando maliciosamente el más leve roce de mi clítoris. Mi ansiedad crece por momentos.

Quítame las medias. Necesito sentirte más cerca...

Haciendo caso omiso a mis palabras, me coges en brazos y me llevas hasta el dormitorio. Unas velas colocadas estratégicamente a lo largo del pasillo marcan el camino. Al llegar allí, sólo la cama desnuda y la vibrante luz de los candelabros nos reciben.

Depositas mi cuerpo sobre el lecho y te tiendes sobre mí, acercando tu rostro al mío. Empiezas a hablar.

Eva, no sabes cuánto he deseado que llegara este momento. Ahora ya no sé si fue nuestra amistad, o si fue el amor lo que me mantuvo a tu lado todos estos años. No sé por qué nunca te lo dije... no lo sé, tal vez todo estaba marcado desde principio. Sólo estoy seguro de una cosa, que de ahora en adelante voy a luchar por lo nuestro, por darte lo que necesitas, por hacerte feliz .

Intento hablar y decirte tantas cosas. Contarte que nunca me he sentido con nadie tan bien como contigo. Explicarte que has sido un pilar tan importante en mi vida que no me he permitido ir más allá. Transmitirte que tras decidir dar el paso, es como si un nudo se hubiera desatado en mi interior... Pero no me dejas, tu dedo índice se ha posado sobre mis labios en señal de silencio, y te dejo hacer, mientras me despojas de la última prenda que cubre mi cuerpo.

Observo tu cabeza avanzar, recorrer cada contorno de mi anatomía. Veo tu negra cabellera perderse entre mis piernas, enredo mis manos en ella y aprieto tu rostro contra mí. Gimo por el efecto que provoca tu lengua contra mi clítoris, por el placer de tus dedos enterrados en mi vagina. Me retuerzo esperando más, reclamando que me penetres y seamos por fin uno sólo.

Cuando tu glande se abre paso en mi interior contengo la respiración. Siento un vacío en el estómago y una profunda emoción me embriaga. Avanzas con delicadeza, tratando de saborear ese primer momento, tan especial como único. Te introduces en toda tu extensión y dejas caer tu pecho contra el mío. Me miras a los ojos mientras vas entrando y saliendo. Noto que no puedo contenerme, así que me abrazo a ti y apoyo mi cara en tu hombro. Las lágrimas me humedecen las mejillas y casi sin saberlo, dos palabras manan de mi garganta: Te quiero .