El día que me conociste
Una mujer olvidada, otra que dejo de estarlo, un nuevo novio y como la imaginación te puede llevar donde nunca has estado.
Hacia aproximadamente media hora que su amiga Sara y su nuevo novio se habían marchado y aún tenía las bragas mojadas.
En la comida estaban los cuatro; ella, su marido, sara y Hakim. Hakim era una hombre alto y corpulento de tez morena.
Desde que se divorció, Sara le había hablado de Musa un nigeriano que trabajaba esporádicamente de jardinero en su casa. A Sara, le gustaba el exotismo después de 30 años de aburrido matrimonio, con constantes idas y venidas de su ya exmarido. Le había explicado con pelos y señales cada uno de los encuentros sexuales que había tenido con musa. Desde el primero siendo follada en el suelo de la cocina por aquel falo ardiente, hasta cuando por primera vez le había lamido el coño hasta correrse. Todas, con todo lujo de detalles, y ella mientras escuchaba solo podía preguntar, imaginarlo y mojar su ropa interior.
Así estaba ahora, mojada. Todo iba bien, solo tuvo una imagen fugaz de su amiga menuda, rubia de pechos pequeños, siendo empalada por ese mulato de casi metro noventa, retorciéndose de placer en la cama que antes ocupaban Sara y su exmarido.
La culpa era del champagne, solo un tercio de la segunda botella descansaba sobre la encimera.
Pero en realidad fue el instante justo cuando Hakim le había ayudado a llevar platos a la cocina. Fue un roce rápido, en el que quedó atrapada entre la encimera y el paquete abultado de Hakim pegado a su culo. Ese fue el momento justo de la explosión. Antes que le cogiera con una mano la cintura para apartarla a un lado, dejando unas tazas de café.
¿Se había recreado? ¿Habría notado que estaba caliente? Tampoco se había apartado, es más se había dejado llevar por la agradable sensación del calor que desprendía aquel miembro pegado a ella, proporcionado como imaginaba. De hecho, si le hubiese levantado la falda y la hubiese penetrado le hubiera dejado, temerosa de ser descubierta por su amiga, que conversaba alegre con su marido en el sofá del comedor a menos de 50 metros.
Acabó de colocar el ultimo plato en el lavavajillas y se llevó la mano a su entrepierna, levanto la falda y se palpo por encima de la braga de encaje que estrenaba notándolas húmedas. Oía roncar a su marido en el sofá con el televisor excesivamente alto de volumen. Hacía meses que no la tocaba, ni tan siquiera le había lamido el coño ninguna vez, ni cuando lo conoció ni recién casada, ni ahora con 52.
Ni si quiera tuvo tiempo de aprender a masturbarse tan joven y el único hombre que había conocido en la cama no quería follarla. Su mirada se movió recorriendo la cocina y automáticamente se detuvo, la visión de un pepino en el frutero, la asaltó. Ese era el tamaño que imaginaba le había rozado entre las nalgas. Lo cogió, hacía calor y estaba caliente, no tanto como había notado el falo de Hakim en su culo. Lo coloco sobre una silla, quería volver a sentir el tacto sobre la tela de su falda.
Se sentó sobre el dejándolo entre sus nalgas, cerro los ojos y pensó en Hakim:
- ¿Dónde dejo esto? - mientras acercaba su polla dura y la restregaba contra sus nalgas.
-Aquí sobre el mármol-le decía mientras se empujaba levemente contra él.
-Huele a algo familiar, no sé qué es, desde aquí puedo notarlo.
“Es mi coño cabrón, esta tan mojado, que, si me levantases la falda, me bajases las bragas y me metieses la polla entraría de un solo golpe y yo me correría en el acto”
Se levanto la falda hasta la cintura, irguió la espalda y lo coloco entre los labios de su coño a través de las finas bragas de encaje. Sentada en la silla simulando la polla de Hakim rozándole su clítoris antes de penetrarla.
Con un movimiento leve pero certero comenzó a mecerse sobre el pepino, suave, pero presionando levemente su clítoris.
En su mente Hakim ya la tenía en volandas cogida de la cintura. Sus bragas estaban en los tobillos y su falda levantada. Hakim manejaba la cremallera del pantalón de pinza color camel y de ella reojo vio su glande brillante.
Apretó las piernas para sentir la rugosidad de su consolador improvisado. Por encima de la blusa se acariciaba un pecho, uno de sus grandes pechos ahora flácidos que quedaban aprisionados por un sujetador a juego con sus encharcadas bragas.
Casi pudo sentir el momento exacto en que Hakim le agarraba de los pechos y de un golpe le insertaba hasta lo más profundo su polla palpitante, caliente y venosa. Más profundo de lo que su hombre había llegado nunca y ella se tapaba la boca para que su gemido no traspasara la puerta de la cocina.
Sus pechos caían a peso sobre el mármol frio, y se le erizaban los pezones mientras ese hombre la embestía sin piedad.
Su cuerpo se agitaba, había apartado las bragas y el contacto era íntimo. Frotaba su clítoris untando la base del pepino con un reguero de flujo vaginal que hacía más suave y resbaladizo su falo simulado.
Sus manos apretaban con ansia sus pechos, terminando el recorrido en sus pezones duros con un leve pellizco de la punta de los dedos.
Cada vez que se inclinaba unos grados hacia delante el peso de su cuerpo aplastaba el clítoris contra la rugosidad del pepino, haciéndola sentir un espasmo en el vientre y dejando escapar un suspiro de placer.
“No, déjame Hakim pueden oírnos” Era la idea lasciva que su cabeza proyectaba. Hakim la estaba follando en su propia cocina y en la habitación contigua su marido y Sara podrían oírlos en cualquier momento.
Eso la excitaba mas e instintivamente sus piernas se abrían para restregar su hinchado clítoris contra el pepino, más rápido.
“Donde quieres que derrame mi leche?” Oía imaginariamente.
“Acaba dentro de mí por favor no quiero que queden rastros” Mentía a su amante imaginario, solo quería sentir hasta donde podría llegar una descarga de semen dentro de su útero, sabiendo que se correría al sentirla escurrirse dentro de ella.
Abrió las piernas. Presionó contra la punta del pepino queriéndolo meter unos centímetros dentro de su coño y explotó en un orgasmo. Las paredes de su coño se estremecieron dejando escapar unas gotas de flujo concentradas. Una mano apretaba sin piedad su pecho izquierdo y la otra estaba agarrada al lateral de la silla con fuerza.
Dejo escapar un gemido ahogado por ella misma mientras se corría. En un minuto había recobrado el aliento la compostura y sus bragas manchadas.
Subió directamente a la habitación y se metió en la ducha. Lo necesitaba.
Su mente todavía oía la voz del hombre que la acababa de follar. “Volveré otro día a tomar café contigo”.