El día que llegó chupapollas

Tras la puerta, en el rellano estaba su pedido: la esclava que estaba esperando. Una sumisa realmente dóci.

Sonó el timbre de la puerta, y él abrió. En el rellano, una joven, con la mirada baja, esperaba.

  • Soy la esclava que compró por Internet, Amo.

Él no dijo una palabra. Metió dos dedos en la boca de la joven y exploró su interior, pellizcó su lengua y abrió sus labios para ver la dentadura. Con la otra mano sacó sus pechos por el escote del vestido y los magreó unos segundos, comprobando su firmeza. La chica, dócil, se dejó sobar. No podía ser de otra forma, al fin y al cabo no era más que un trozo de carne esclava, sin voluntad ni dignidad.

  • Está bien, puedes entrar. – Dijo el Amo, y dio media vuelta, sin preocuparse de si la esclava le seguía o no. Volvió al salón, se sentó en un sofá y cogió el periódico que había estado leyendo. Sin dejar de mirarlo, dijo:

  • Puedes dejar aquí la ropa, putilla. En mi casa las esclavas no llevan ropa salvo que se les ordene. Si te lo ganas, algún día podrás llevar un collar de esclava, o tal vez algún harapo inmundo. Pero mientras tanto, te quiero desnuda. ¡Ya!

La pequeña guarra se desvistió, lanzando miradas de reojo al Amo, pero éste no le hizo el menor caso. Se quitó el elegante vestido, los zapatos de tacón, y la delicada lencería (liguero, tanga de encaje y medias de seda) que tan cuidadosamente había preparado para su nuevo Amo, pero Él ni siquiera la miró. Era paradójico, estaba allí, de pie, completamente desnuda ante un hombre que nunca antes había visto, que la había tratado con total desdén, y lo único que le importaba realmente es que no había apreciado su ropa interior de marca.

  • ¿Estás ya? Bien. Las manos en la nuca. La mirada en el suelo. No intentes mirarme, cosa.

El Amo observó apreciativamente el cuerpo de la esclava. Tenía esa edad mágica en la que su carne no había perdido aún la firmeza perfecta de los veinte pero anunciaba ya la madurez redonda de los treinta.

Sus caderas eran ligeramente anchas, su vientre plano y sus pechos tenían el tamaño justo para estar llenos sin estar caídos. Las piernas eran razonablemente largas, y sus muslos suficientemente redondos sin ser rellenos. Su piel, muy blanca, prometía ser muy suave. El pelo, por el contrario, era rojizo oscuro, ondulado, y enmarcaba abundantemente un rostro ovalado de gruesos labios.

Se dio la vuelta a una orden del Amo, y mostró una bella espalda y un trasero firme.

La esclava valía todo lo que había dado por ella.

  • Acércate, cerda.

La sumisa caminó un par de pasos, hasta pararse junto al asiento de su Señor, todavía con las manos en la nuca. Éste comenzó a palpar su cuerpo: las piernas, el vientre, los pechos, el culo... Introdujo displicentemente un par de dedos en el coño de la sierva, y luego los secó en sus caderas.

  • Mm. Estás bien formada. Podrías ser de mi gusto. Veamos si estás bien adiestrada.

¡De rodillas!

¡Sentada!

¡A cuatro patas!

¡De rodillas otra vez!

¡Bésame el pie!

¡Ladra!

La esclava, con celeridad, iba adoptando las posturas y actitudes que su Dueño le ordenaba rápidamente. Gateó, se levantó, se arrojó ante él, besó sus zapatos, ladró y lamió el suelo varias veces, sin pausa ni orden. Finalmente, el Señor parecía satisfecho.

  • Pareces una perrita educada. Eso está bien. Sí, creo que voy a quedarme contigo. Vas a ser una cosa de mi propiedad ¿qué te parece eso, basura?

  • ¡Oh, gracias! ¡Gracias, mi Señor! –dijo ella, mientras se arrastraba a besar y lamer sus zapatos. – No me merezco el honor de ser su felpudo, Amo, no soy más que un montón de mierda, una puta cerda, una taza de water...

  • Lo sé, perrita, lo sé. Anda, descálzame y dame las gracias lamiéndome los pies, como debe ser. A ver qué tal lo haces.

Con infinita ternura y cuidado, la sierva desanudó los zapatos de su Dueño, ayudándose de los dientes; lo descalzó, y le retiró los calcetines. Después, acarició los pies del Amo, colocándolos en su regazo, y se agachó a lamer desde los tobillos, despacio, bajando poco a poco y arrastrándose un poquito para atrás para llegar mejor, besando y chupando, al empeine y los dedos, mientras musitaba su agradecimiento entre lametón y lametón.

Al Señor le gustó su actitud. Cogiéndole del pelo, levantó su cabeza hasta tenerla a una altura cómoda y le escupió en la cara varias veces. Mientras, le dijo:

  • Bien, bien ¿y qué hago contigo? Eres bonita, pero pareces frágil para que te mande a trabajar fuera. No creo que duraras mucho en la mina o en una fábrica de esclavas... No sé. No tienes mal aspecto. Tal vez podrías servirme aquí como esclava doméstica o quizá como esclava sexual. Eso te gustaría ¿eh?

La perra pareció volverse loca al oír estas palabras, volvió a hundirse a los pies del Dueño, besándolos y acariciándolos como una desesperada, mientras cimbreaba todo su cuerpo, intentando aparecer lo más sensual posible. Su voz llegaba medio ahogada por tener la cara enterrada en la alfombra entre los pies de su Amo: - Por favor, Amo, se lo suplico, permítame servirle sexualmente, no encontrará guarra mejor dispuesta que yo, por favor, por favor, se lo ruego, Amo, úseme por todos mis agujeros, no se arrepentirá Amo, se lo juro, por favor...

  • Pero no sé si valdrás. Una esclava sexual, ante todo, ha de ser una auténtica guarra. Una puta arrastrada siempre hambrienta de polla. Dime, perra ¿lo eres? ¿Eres una cerda con el coño húmedo?

  • Sí, mi Amo. Soy una zorra cachonda, una perra en celo, una puta guarra. Pruébeme y lo verá, mi Señor, no hay puta más arrastrada, ni con tantas ganas como yo. Por favor, Amo...

  • Ya veremos lo puta que eres. Refrótate contra mi pie ¡Vamos!

La esclava sólo necesitó una fracción de segundo para comprender y reaccionar. No entraba en su visión de las cosas plantearse las órdenes del Amo. Se abrazó a la pierna de su Dueño y comenzó a restregar su vagina contra el empeine de su pie descalzo. Se vio a sí misma como a un cachorro de perra, se sintió increíblemente rebajada y esto le excitó.

  • Ahora quiero que me expliques bien cómo te sientes cuando tienes una polla en la boca, zorra, que me cuentes cuánto te gusta y hasta qué punto eres feliz cuando te sientes así de usada.

  • Oh, sí, mi Amo. Me gusta mucho. Me encanta sentir el peso de una buena polla sobre mi lengua, comprobar su grosor con las paredes de mi boca. Mmm... eso me hace sentir muy caliente, sobre todo... ah... cuando me permiten rozar mis pechos de guarra contra las piernas del Amo que me usa. Mm, se me endurecen los pezones sólo de pensar en el olor a semen. Ah, sí... me vuelvo loca de deseo cada vez que... saboreo una polla. Y cuando me agarran la cabeza... y me la clavan hasta el fondo... de la garganta, ay..., entonces me siento mmm... tan dominada, tan usada, tan propiedad,... que podría llegar a correrme...

  • Cállate, furcia. Mira como me has manchado el pie ¡guarra estúpida!.

El empeine del Amo estaba brillante. La esclava se había excitado hasta tal punto que su coño estaba casi chorreando sobre el pie de su Dueño, mientras ella jadeaba entrecortadamente. Ya, más que frotarse, arqueaba todo el cuerpo hincándose en el pie de su Señor como un animal salvaje.

  • ¡Basta! – La esclava reprimió un pequeño gruñido de frustración. – Limpia tu inmundicia, perra asquerosa.

La pequeña puta se dobló sobre sí misma y comenzó a lamer sus propios jugos con devoción. Pronto el brillo de los flujos fue sustituido por el de la saliva. El Amo colocó su otro pie sobre la cabeza de la mascota, satisfecho.

  • Es cierto, eres una auténtica guarra que se corre sólo de pensar en chupar pollas, una perra que refrota su coño contra los pies de sus amos... si señor, eres una puta con todas las letras.

  • Gracias, Amo – Dijo ella, sin dejar de lamerle los pies hasta que él la apartó de una patada.

  • Bueno, a ver si demuestras toda esa devoción de la que hablabas con una polla de verdad. Ven aquí, ponte las manos en la espalda, y comienza a chupármela, que lo estás deseando.

  • Oh, sí, Amo, muchas gracias por dejarme chupársela, estoy loca por hacerle una mamada, mi Amo.

Se abalanzó sobre su bragueta mientras Él se la sacaba. La lamió de la base a la punta varias veces, con auténtica hambre de polla, moviendo toda la cabeza en cada lametón, como la perra en la que se había convertido para el capricho de su Dueño. Luego besó el glande y lo acarició con sus labios y la punta de la lengua, metiéndoselo y sacándoselo de la boca.

Su Señor la cogió del pelo y con un tirón le indicó que había llegado el momento de ser follada por la boca. El Amo se recreó en ello, golpeando con sus caderas al mismo ritmo con el que su mano izquierda tiraba de la cabeza de la puta. Con la otra mano acariciaba unas veces, otras estrujaba, una de las tetas de su servidora.

  • Si vas a ser mi esclava sexual no me basta con que me des placer. No me basta siquiera con que pases el día suspirando por darme placer y pensando en cómo servirme mejor. No, puta. Quiero que sólo pienses en mi gusto. Que sea lo único que llene tu pequeño cerebro de animal doméstico. Nada más. ¿Entiendes, guarra?

  • Gggg ggg ggg

  • ¡Ja, ja ja! Claro, las perras no saben hablar. Ahora voy a correrme. Te voy a dejar elegir dónde ¿entiendes? Puedes poner la cara para que me corra en ella. Es lo que espero. Puedes ofrecerme tus tetas de cerda, pero eso me hará sentirme defraudado. Puedes suplicarme que me corra en tu boca, como una zorra servil, y eso me gustará más. Elige.

Sin darle tiempo a entender siquiera lo que acababa de decirle, sacó la polla de la boca de su sierva con un sonoro ¡pop! sin dejar de meneársela. Vio con satisfacción que su guarra abría la boca de par en par, hambrienta, con la lengua fuera, bajo su capullo.

  • Por favor, por favor, Amo, déjeme saborear su semen, se lo suplico.

Antes de acabar la frase, su boca estaba ya inundada de tibio esperma, que le rezumaba por las comisuras de los labios y le goteaba por el cuello y por los pechos.

  • Está bien. A cuatro patas, con la cara en la alfombra. Ya!

La perra lo hizo sin pensarlo, manchando con el semen de su cara el suelo del salón.

  • Agárrate los tobillos y ofréceme tu coño y tu culo.

En un segundo, el culo de la esclava estaba ofrecido en pompa, mientras la puta lo meneaba lentamente.

  • Una esclava sexual está siempre dispuesta, siempre ofrecida, existe sólo para brindar todos sus agujeros al servicio de su Señor.- Ella exhaló un largo gemido mientras el Amo introducía su largo dedo corazón en su sexo, lentamente.

  • Pero ojo, putilla. Tu placer, como cualquier otro aspecto de tu persona, es de mi exclusiva propiedad, sólo podrás gozar cuando a mí se me antoje, y siempre será un regalo que te doy- Mientras bombeaba un par de dedos en el mojado coño de la esclava, introducía otro por su ano.

  • Mmmggg, sí, Amo... gracias, Amoooogggmmmgg...

La zorrilla se cimbreaba, húmeda y caliente, mojando los dedos de su Señor. Éste los sacó de golpe, secándoselos en el cabello de la sumisa, que volvió a gemir, pero esta vez de frustración.

  • Y lo mismo que te lo doy, te lo quito.- Palmeó varias veces el culo de la esclava, hasta que tomó un color rojizo. Después, apoyó sus huevos sobre la enrojecida piel, y notó el calor que desprendía. Eso le animó: - Ábrete el culo, montón de mierda.- Dijo. La furcia que tenía bajo su polla no perdió el tiempo, y él la penetró con dureza.

Su pene entró con facilidad en el ano de la sirvienta. Se notaba que había sido bien preparada para que follársela por cualquier agujero fuera tan sencillo como chasquear los dedos. Eso le gustó al amo, que siguió dándole por culo mientras le agarraba del cuello.

  • Ah, ¡qué puta eres! ¡qué culo tan blando! ¡tú estás ya folladísima, pedazo de furcia!

  • Mmm! Sólo para servirle mejor,... mi Dueño,... para que me use... usted más.. aaah... fácil,... Amo... Le suplico que no... se enfade conmigo... Señor,... yo sólo queríaaah... ser mejor esclava...

La putita apenas podía hablar entre las embestidas con las que su Propietario le rompía el trasero. De pronto, tan de golpe como se la había metido, la sacó.

  • Limpiámela, cerda.

La mascota, dio media vuelta a toda la velocidad que pudo a cuatro patas, y se tragó con ansía la polla de su Dueño, chupeteándola hasta limpiar todo rastro de su culo.

  • Vuelve a ofrecerte como la puta que eres.

  • ¡Sí! ¡Sí! ¡Amo, úseme! ¡Úseme, por favor! ¡Fólleme, hágame lo que quiera! ¡Aquí están mis agujeros, para su capricho, mi Señor! – dijo ella, mientras volvía a darse la vuelta, y se abría el culo y el coño con ambas manos.

  • Calla, puta zorra- dijo Él, y le metió la polla por la vagina. Estaba totalmente encharcada, y más que deslizarse, prácticamente se hundió en el coño de la perra. Cogiéndole del pelo, se la folló con fuerza, mientras la humillaba:

  • Joder, eres la perra más puta que he visto en años. Pero mira cómo tienes el coño de mojado, escoria... No me extraña que no seas más que una puta esclava que se arrastra para lamer botas... Una guarra así de servil y de zorra tiene que haber nacido en una perrera. Tú serás hija y nieta de esclavas, por lo menos... Estás hecha para que te usen y después te regalen, cerda. Pero mírate como te arqueas, a cuatro patas, como una perra, gimiendo cada vez que te la hinco, humillada hasta el borde del orgasmo. Me haces gracia, mascota, y por eso voy a permitirte que te corras, como estás deseando, puta.

Entre grititos y jadeos, la zorra gemía su agradecimiento por los insultos del Amo: - ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Graaaaaaaaciaaaaaaaas! – terminó, mientras se corría entre espasmos de placer que doblaban casi su cuerpo, brillante de sudor. Fue un orgasmo larguísimo, intenso y poderoso, como la erupción de un volcán. La perrita cayó, desmadejada, sobre el suelo.

Casi seguido, el Amo sacó su polla y volvió a correrse, esta vez sobre el suelo del salón. Apenas tuvo que indicarlo, y la esclava se arrastró, penosamente (todavía le sobrevenían débiles espasmos), a sus pies, para lamer el semen del suelo.

Puesto en pie, se cerró la bragueta y pisó la cabeza de su esclava, que seguía aún lamiendo esperma.

  • Está bien, pequeña puta. Puedes ser mi esclava de sexo, mi agujero de follar. Mi chupapollas.

Ella se acurrucó, feliz, frotando con el rostro la mancha de semen, acariciando el pie del Amo. Estaba en la gloria, no podía pedir más. Ahora había un Amo al que pertenecer, un Macho que adorar y que obedecer. Por fin, tenía una Polla a la que servir.

Y eso es todo lo que, como esclava podía desear.