El día que el tiempo se detuvo para ti (I)
Relato de D/s
Un cruce de miradas... un sencillo cruce de miradas. No hizo falta nada más para alertar nuestros sentidos de la atracción. Irresistiblemente nos acercamos, las fuerzas inamovibles de la física mezcladas con la química que producía mi hambrienta mirada sobre tus ojos con sed de algo más. Así te conocí, y ese día... el tiempo se detuvo para ti.
Todo transcurrió como un huracán, un vendaval de sensaciones y emociones, era el aire que hacia girar en vuelcos tu corazón cada vez que rozaba tu cuello con mis labios, para susurrar a tu oído lo afortunado que me sentía de haber hecho caso a Jose aquella noche. Oía con tu cabeza apoyada sobre mi hombro como tus labios se entreabrían, y respirabas exhalando un suspiro de deseo que colmaba mis sentidos con uno casi animal. Mis manos apretaban tu cuerpo mientras mis palabras morían en besos y mordiscos en tu cuello. Mi respiración por tu respiración, mi saliva por la tuya, mi excitación contra tu cuerpo, por la tuya humedeciendo mis dedos.
Con un movimiento mi mano se había deslizado por debajo de tu ropa y ascendía por tu espalda, desabroché tu sujetador mientras mis labios y dientes mordían tus pechos sobre tu escote. Te desnudé lentamente, como desnudan los vampiros a sus víctimas completamente indefensas en sus brazos, te entrelazaste contra mi cuerpo y tu piel brillaba con la misma incandescencia que ardía tu deseo, tiré de tu pelo hacia atrás y descubriendo tu garganta la seguí con mi lengua hasta tus labios, mordiendo y lamiendo a su paso, atrapándolos como si fueran un juguete, con hambrienta fruición para luego sanarlos con el bálsamo de mi saliva, arrodillándote con la boca entreabierta y la respiración jadeante derrame otra tanta y esta se deslizo por tu garganta como si fuera el néctar de un Dios. Tus manos cayeron inertes con las palmas hacia arriba sobre tus rodillas separadas, tus piernas entreabiertas destacaban con un suave brillo húmedo que inundaba mis sentidos, complacía a mi vista, complacía a mi olfato de lobo hambriento y complacería a mi tacto, pero aun no... aun no...
Me separé de ti, la separación se dibujo en angustia sobre tu hermoso rostro, no podías articular sonidos coherentes, gemiste con una mezcla de deseo y rabieta de niña pequeña que es castigada injustamente. Pero yo parado delante de ti te miraba desde arriba, con una fuerza irresistible en la mirada, con los labios entreabiertos, pasando la punta de mi lengua sobre ellos con una sonrisa que dejaba al descubierto mis colmillos, y en verdad te parecía un depredador, una bestia jugando con su víctima, juzgando donde debería hundir sus dientes para tomar el primer jugoso bocado de una pieza cobrada con sus letales instintos. Notaba como temblabas, y no era frío, eso lo sabía de buena mano nunca mejor dicho, tampoco eran nervios, estabas justo donde querías estar, justo como yo quería que estuvieras, eras la gacela que finalmente asumía su naturaleza, la de caer bajo el majestuoso peso del león. Vendé tus ojos y te privé de uno de tus sentidos más primarios. Mis pasos te rondaban, te desubicaban completamente, no sabias si de pronto estaba delante o estaba detrás, si me había alejado o si te había dejado en aquella pose, sometida, condenada a derretirte lentamente como una sumisa muñeca de cera. Mi leve contacto te hacía cerrar los ojos y dejar escapar una lenta y profunda respiración de satisfacción por volver a sentirme cerca, jugaba con todo aquello, lo disfrutaba y te lo demostraba con una risa suave y perversa que te clavaba la puntilla en lo mas hondo y hacia que te mojaras toda. Mi aliento proyectado sobre tu oído y mi voz desataron el infierno -¿Como estas perra? Tu respiración contenida se desbordó, tu pecho comenzó a subir y a bajar tan mojado como tu coño y de tus labios se escapó la respuesta adecuada -Estoy... abierta para usted mi Amo.
Me aparte un momento y contemple efectivamente tus palabras con profunda satisfacción. Tirando de tu pelo abriste la boca esperando lo que quisiera darte en ella, y como premio por cumplir con tu naturaleza, comencé a follármela lentamente, tragabas mi polla con deseo, sin usar tus manos que ahora se aferraban a tus rodillas con los nudillos blancos para evitar meterte los dedos hasta el fondo de tu ser debido a la imposible excitación que sentías. Froté mi glande sobre tus labios y apreté mi miembro entre mis dedos, de la punta de el manaron unas cuantas gotas de mi lubricación, tan escasas que por mas que saboreabas apenas eras capaz de retener ese dulce néctar en ti. Y entonces me retiré soltándote con la misma firmeza que antes te sujetaba. Tu cuerpo cayó, apoyaste tus manos sobre el suelo, te inclinaste exhausta de deseo, con la necesidad de estallar tan a flor de piel que cerraste los ojos sabiendo que aquello solo llegaría cuando fuera mi voluntad. Y yo sonriendo me di la vuelta y te dije -Una buena postura perra, quédate así y no te muevas. Y sonriendo me alejé para darte una vueltecita de tuerca más dejándote con la intriga y la necesidad comiéndote por dentro.