El día en que se la chupé a un vagabundo.

Me llamo Diana y cuando lo pienso no sé como llegó a pasar aunque no me arrepiento. Sólo sé que aquel vagabundo tenía una polla bien grande y no pude evitar metérmela en la boca.

El viento soplaba fortísimo. Me costaba dar cada paso, y para colmo había empezado a caer un agua que poco a poco iba calando. Estaba recién salida del trabajo, ya había anochecido, y con este tiempo, ni un alma. Estaba empezando a darme miedo, miedo de que me cayera algo encima, o que algún objeto que viniera volando me golpeara.

Estaba encarando la calle en la que vivo, cuando muy cerca de mi portal, a unos cinco metros vi a un hombre tumbado. Más bien derribado. Había una lámina de metal, a su lado y de su ceja brotaba algo de sangre.

No me había fijado en un primer momento en su aspecto, pero ahora que lo tenía tan cerca podía ver que era un vagabundo o una persona sin recursos económicos. Sus manos estaban sucias, y aunque su aspecto no era dejado del todo ni tampoco olía alcohol, si pude apreciar que la camisa y el abrigo que llevaba estaban muy manchados.

Me agaché e intenté despertarle, estaba desmayado. Le di dos tortazos y no respondía. No sabía que podía hacer con aquel hombre; saqué el teléfono de la chaqueta y no tenía batería. El vagabundo, o lo que fuera no podía quedarse allí.

Tenía esa pequeña brecha por la cual sangraba, y además con esta fina lluvia y el viento tal y como si lo dejaba allí está claro que acabaría muy mal. Así que tomé una decisión que me haría disfrutar mucho aquella tarde de otoño.

Lo agarré de las solapas del abrigo y lo arrastré como buenamente pude hasta dentro de mi portal. Allí le abofeteé un par de veces y esta vez sí pareció recobrar parcialmente el conocimiento. Tenía unos ojos azules preciosos. Le dije que lo había encontrado desmayado en medio de la calle; el apenas entendía lo que le decía e intentó reincorporarse. No puedo, casi cae. Se apoyó en mí. Mas bien cayó sobre mi, medio agarrándose a mi culo. Fue totalmente involuntario, pero no sé por qué, quizás por la sequía sexual y amorosa que estaba pasando me gustó tener la mano de un hombre sobre mi trasero.

Le hice pasar la mano sobre mi hombro, y tal como estábamos, empapados, sólo se me ocurrió hacerlo subir a casa. Él no comprendía muy bien mis intenciones, pero tal y como se encontraba no creía tener otra. Nos metimos en el ascensor, a él se le cerraban los ojos y cabeceaba de un lado al otro. La sangre que le brotaba de la ceja empezó a mancharme un poco la rosa. El tipo era largo pero flaco, tenía una barba larga, aunque no del todo descuidada y tenía una buena mata de pelo castaño.

Las manos como he dicho las tenía sucias, pero él no olía mal. En este corto trayecto en el ascensor, me di cuenta de que era un tipo muy masculino; sus pómulos eran marcados y su cara en general tenia una presencia con rasgos duros.

Salimos del ascensor y lo metí para dentro de casa, le hice que se sentara en el baño. Le pregunté que como se encontraba:

-                     ¿Cómo estás? ¿Me entiendes bien?

-                     Si, perdona. Pero no sé quien eres.

-                     Te encontré en el suelo tirado y sangrando.

-                     Muchas gracias, no sé que decir. En seguida me voy. Sólo dame unos cinco minutos –dijo él.

-                     No te preocupes.  Tómate tu tiempo. Con este clima es difícil salir de casa. Primero creo que deberías curarte las heridas. Si quieres podemos llamar a una ambulancia, y después cuando ya se calme el temporal vete a tu casa. Pero sin prisas- Mientras yo decía esto, salí del baño para quitarme la ropa mojada y sacarle unas toallas al hombre. El silencio se hizo, y cuando volví al baño el chico se había quitado los zapatos y los calcetines y contemplaba el suelo, mirando hacia abajo. - ¿qué pasa?

-                     Nada, perdona, nada. Sólo recordaba lo bueno que era tener un hogar.

-                     ¿Qué quieres decir? – le pregunté. Como imaginaba, era un vagabundo.

-                     Si. Bueno, no sé si te has fijado en mi ropa y en mi cara. Pero no tengo casa, duermo en los albergues que deja el ayuntamiento. Hasta hace poco más de tres meses yo tenía mi casa. Me embargaron primero y me desahuciaron después. Llevo más de tres años sin trabajar. Por suerte no tengo hijos, pero por desgracia tampoco tengo familia, ni techo en el que cobijarme, ya que mis padres faltan desde hace mucho. – mientras decía esto, unas lágrimas se le escapaban – Perdona no quería que sintieras lástima – dijo con una media sonrisa y levantando la cabeza hacia donde yo estaba.

-                     Bueno. No sé que decir, sólo eso.

Un breve silencio se hizo. Dejé las toallas encima de la pila del baño. Le miré y le dije:

-                     ¿Qué te parece si tomas una ducha caliente, te preparo algo caliente también para comer y te curas esa brecha de la ceja para que no se te infecte? Y ya cuando el tiempo esté más calmado pues decides hacia donde vas.

-                     Muchas gracias… Perdona, pero no me has dicho tu nombre.

-                     Diana, me llamo Diana. – dije yo algo sonrosada y sorprendida por los modales que tenía un hombre de apariencia tan tosca – ¿y tú?

-                     Leopoldo, Leo para la gente que me ayuda. – Y me tendió la mano.

-                     Bueno lo dicho, date una ducha y ahora sales y comes, aquí te dejo las toallas y espera un momento que te traigo algo de ropa de hombre.

Encendí el gripo del agua caliente para que se fuese caldeando el agua, salí del baño y fui a la habitación de invitados. Yo tenía algo de ropa de mi hermano, que a veces dormía en mi casa cuando quería venir a la ciudad. Un pantalón y una camiseta cogí y me dirigí al baño.

Abrí la puerta que había dejado entornada, y que sorpresa la mía. Ya se había quedado en pelotas. Y vaya pelotas tenía el cabrón de Leo. Casa no tendría, pero una polla como una zanahoria sí. Se me subieron los colores, y un calor espontáneo nació dentro de mi coño que se me subió hasta la cabeza. En cuanto entré se tapó con las manos su miembro, se tapaba todo lo que podía, pero no todo el miembro, por que de entre sus manos que retenían su miembro asomaba un pequeño trozo del tronco de su pene. Enseguida cogió una de las toallas y se tapó. Yo me quedé en silencio. Entre disculpas y miradas esquivas a los ojos de Leo le dejé en el baño sólo.

Me fui a la cocina corriendo a preparar algo de comer. Joder, no me podía creer lo que había visto. Lo que le colgaba no lo había visto yo en mi vida. No sólo el rabo, que parecía un badajo; las pelotas también le acompañaban. Los sacos de los huevos parecían dos bolsas con dos naranjas dentro. Y yo sin comerme una rosca sin saber desde cuando… Madre mía. Y si… No mejor no, mejor olvidarse, ese tío lleva mucho tiempo en la calle y a saber si me puede pegar algo. Pero un nabo de ese tamaño es difícil de encontrar, es imposible.

Mientras yo pensaba en Leo y le hacía algo de comer un ruido llegó a mis oídos. Un golpe como de un mueble cayéndose, el sonido procedía del baño. Corrí hacia allí, abrí la puerta y vi a Leo dentro de la bañera, se había desplomado dentro, la alcachofa de la ducha vertía agua contra la pared y él adoptaba una extraña postura, medio tumbado medio sentado. Tan delgado y tan alto, no cabía en la bañera. Me acerqué hacia él y corrí la cortina del todo. Había perdido el conocimiento nuevamente.

Le cogí la cabeza, pero sin quererlo mis ojos se dirigieron nuevamente hacia su rabo. Lo tenía más grande que antes, en estado morcillón lo tenía ahora, parecía una berenjena. Desactivé la alcachofa y dejé que toda el agua saliera por el grifo para no mojarme. Leo estaba inconsciente y a mi me sería imposible sacarlo de allí sin hacer un estropicio. Comprobé que respiraba con normalidad y que su corazón funcionaba perfectamente. Hice apoyar su espalda de buena manera sobre el respaldo de la bañera y así al menos podía tener sus dos piernas algo estiradas, en estos momentos él empezó a abrir los ojos. Entonces me di cuenta de algo, mientras manipulaba su cuerpo vi como su polla crecía ligeramente un poquito. Como ella sola en vez de estar en un estado a medias entre morcillón y flácida había superado ese estado y se había puesto algo dura, enhiesta, y ahora apuntaba hacia arriba:

-¿Dónde estoy? – Me dijo el vagabundo mojado y empalmado.

-Tranquilo Leo, estoy aquí, soy Diana. Te has caído.

-Tengo frío.

No podía sacarlo aun de la bañera, así que decidí poner el tapón en el sumidero para que la bañera se llenase un poco y así dejara de tener frío. Joder y la polla no se le bajaba. Por un momento pensé que se había desmayado por que la polla se le había puesto dura en la ducha, tanta sangre abajo no deja que la parte de arriba se mantenga. Vaya tamaño, me estaba empezando a entrar un calor en mis partes, me ardía el coño. Tenía Leo los ojos cerrados y tras colocarle la espalda en una mejor posición fui a moverle las piernas para que tuviesen una posición más natural; al acercar las manos a sus rodillas con mi mano derecha le toque con el tronco de su polla, dio un respingo y vi como entreabrió los ojos. Otra vez sentí vergüenza aunque entendí en su reacción que pese a la sorpresa también a él le había gustado ese roce. Volvió Leo a cerrar los ojos, y entonces yo me propuse jugar un poco.

Empecé a fingir que le acomodaba las piernas, pero lo que quería era rozarle otra vez la polla. Tocaba sus muslos haciéndole doblar las piernas, el hacía un poco de resistencia y su polla se meneaba, se balanceada golpeando mis antebrazos. El grosor de su rabo era como el de mis muñecas. Este juego me estaba gustando y cada vez estaba más mojada. Él ahora ya fingía descaradamente. Ya sabía como iba a acabar esta historia.

Tras un par más de falsos forcejeos le agarré la polla como mi mano derecha. Nunca había tenido entre mis manos algo de ese tamaño. Leo se asustó un poco, vi como aun como los ojos semicerrados se le dibujó una mueca agradable, casi de felicidad diría yo.

Fue tocar su rabo y un espasmo recorrió mi cuerpo, empecé a bajar y a subirle la piel. Le machacaba el nabo mientras mi cuerpo se iba calentando. Notaba mi coño mojado, encharcado flujo. Con una mano le pajeaba su rabo, con la otra le acariciaba los huevos. Él ya se había acomodado, como en un jacuzzi estuviera, las patas abiertas y la espalda apoyada en la bañera. Con los ojos abiertos pero con la mirada perdida dirigía los ojos hacia mis manos, hacia el trabajo que le estaba haciendo. Mi calor iba en aumento, no nos decíamos nada, sólo se nos oía respirar profundamente en ocasiones, entrecortadamente otras.

Chupaba su miembro, me metía en la boca poco más que su capullo. Era larga, y con buen grosor. Mi boca se llenaba con una parte pequeña de su rabo, no hacía falta que me la metiera entera para sentir mi boca repleta. Chupaba, y con mi mano seguía el ritmo de mi cabeza, subiendo y bajando su piel. Dejé de tocarle las bolas para tocarme el coño. Me tocaba por encima de la ropa y mi calor aumentaba.

Su respiración cada vez era más rápida. Se estaba acalorando, dejé de sobarme el chocho y agarré su polla con las dos manos. Empecé a darle más fuerte.

-Oh Dios mío, nena. Cuanto tiempo – Empezó a balbucear y a gritar.

Yo seguía dándole a su zambomba. Separé mi boca de su polla para darle más fuerte, más rápido. Su capullo parecía que iba a explotar. Yo estaba perdida del agua de la bañera que había ido salpicando mientras se la comía. Un rugido, un grito sordo:

-Ahh…ahhh.

Y empezó a soltar su leche, primero un chorro que pareció un disparo salto hasta salpicarme un poco la cara. El resto de su semen también salió disparado, me cayó parte en la camiseta y algo en el pelo. Él volvió a cerrar los ojos como inconsciente. Yo estaba muy satisfecha, como si me hubiese follado, pasaron unos segundos, casi un minuto cuando me di cuenta que aún no le había soltado el rabo. Todavía lo había tenido agarrado con mis dos manos, subiendo y bajándole la piel. Ahora a un ritmo más tranquilo.

Aquello fue una pasada. Leo terminó su ducha, comió algo y mientras hablamos de lo que había sido su vida. Cuando terminó el temporal se fue. Se marchó más limpio, menos hambriento y con la polla más contenta que cuando me lo encontré en la calle horas antes. Y por que no admitirlo, yo también estaba contenta de haber pasado la tarde con Leo.