El día en que ella perdió su verdadera virginidad

Un joven logra adueñarse del culo de una colegiala ¿Valdrá la pena?

El día que María Gracia perdió su verdadera virginidad.

Ya la lluvia se ha disipado, Guayaquil puede ser un verdadero desastre en invierno, todas las calles mojadas y muchas veces la casas también, sobretodo en mi barrio donde al agua le gusta invadir hogares sin haber sido invitada. Mi barrio es el paraíso de los vagos juveniles que se reúnen en las esquinas a ver pasar el día, lo digo por hace poco yo era uno de ellos, me paraba en las esquinas todos los días después del colegio, era la única cosa que se puede hacer cuando uno tiene 14 años y pocas responsabilidades… o por lo menos eso pensaba yo.

Recuerdo muy bien que con mis amigos gozábamos viendo pasar los automóviles y de vez en cuando jugando una partidita de fútbol, también nos divertíamos viendo a las mujeres pasar, desde morenas con los culos parados hasta rubias de igual denominación, una de ellas, María Gracia, además de por el hecho de ser bonita sacaba su atractivo de ser la chica más puta que alguna vez haya pisado el barrio, Estudiaba en mi colegio y se había ganado su fama por coger con cada imbécil que se lo pedía: Dicen que hasta el jorobado del conserje había probado de su cosecha, talvez por haberla encontrado in fraganti con el profesor de Deporte o talvez porque simplemente se lo pidió. De todas maneras eso ya es otra historia.

Mi historia, aquella que deja de lado todos los demás hombres con los que María  tenía más que una bonita amistad en los momentos que transcurría, comenzó una tarde lluviosa hace casi dos años, cuando ella había cumplido los 17 mientras yo contaba con los flamantes 14, la edad del burro como también se conoce: inseguro, torpe, un completo idiota en pocas palabras. Yo, a pesar de su reputación, veía en Ma. Gracia a la mujer ideal, amor o lujuria, siempre sentí algo por ella.

Ese día después del colegio el Gordo Pancho, que cursaba el último año al igual que ella, me invitó a mi y a todos los que pudo a su casa, guarida de borrachos juveniles siempre y cuando su padre siga acuartelado en el quinto infierno. La guerra es muchas veces la fiesta de algunos. Le dije que llegaría un poco tarde porque tenía que ir a hacer unos mandados de mi madre . el Gordo Pancho, mi mejor amigo, se ufanaba de haberme enseñado todo lo que debía saber sobre mujeres. Era verdad, si no fuera por él esta historia nunca hubiera sido posible.

Llegando a la casa del Gordo ya avanzada la noche, me di cuenta que nadie me había esperado para empezar a beber como esponjas. Habían unas veinte personas ya embriagadas lo suficiente para que los toqueteos, magreos o manoseos se hicieran públicos y también para que el pudor se vaya de paseo. Entre los invitados estaban algunas parejas conocidas, enamorados fugaces que ya empezaban a besarse como si mañana se acabara el mundo. También había gente, como el gordo Pacho, que estaba manoseando a una chiquilla de quince años que en mi vida había visto, se notaba que el era quien más se había adueñado del trago disponible, pues salvaje e impunemente estaba apretándole las tetas adolescentes a la pobre que ya parecía haberse ido con Morfeo a causa del alcohol.

-¡Que dice Gordo!-  le grité a manera de saludo, y en vez de voltear a verme colocó su rostro entre las piernas de la ya-ida. –¿De que te sirve pajear a una mujer desmayada gordo, de que te sirve?- Dije esta vez solo para mis adentros.

Lo que si me sorprendió de la escena fiestera en general, era Maria Gracia con sus famosas piernas doradas, cuya belleza solo competía con esas caderas de yegua preñada que albergaban en su retaguardia lo único que de ella merecía la más suprema de las alabanzas: su culo. Algún compañero ebrio o poeta nos dijo una vez después de haberla probado –más vale sentirla por un segundo, que volar y conquistar el mundo- Nunca le tomé la palabra.

Lo poco común de ella en esos momentos fue que estaba sola en un rincón, cosa rarísima y todavía con su uniforme del colegio, el cual asentía al cliché de una falda estampada remangable y una camisa que, si se es como ella, será de una talla pequeña para resaltar sus atributos. Estaba muy calmada, nada que ver con esa María que en todas nuestras reuniones, si no estaba sobándole la verga a algún incauto ya se había adueñado de la mesa del comedor para bailar como estríper improvisada mientras todos aplaudíamos. ¿Qué era lo que tenía la ilustre emputecida? No lo sé y no me provocaba preguntarle con alguien con quien no había compartido más que el saludo. Lo que más me preocupaba en ese instante era el hecho de estar solo, sin pareja,  tal como lo tres o cuatro pelagatos que quedaban sentados mirando a las paredes, como contando los segundos, talvez esperando a que una mujer se les acerque, cosa imposible dado que todas la mujeres estaban buscando el placer último con otros  y la señora puta no hacía más que sentarse embobada al igual que ellos –Mierda, eso te pasa por llegar tarde- me dije a mi mismo.

Ya me resignaba a seguir el destino vegetal durante lo que quedara, me senté y esperé la muerte mediante múltiples vasos de vodka barato, que era lo único que había además de mi cerveza “zanahoria”, cuando por azar o curiosidad volteé a ver la a ella, y quien lo diría, me estaba mirando. La curiosidad pudo más que la timidez y persistí en mi mirada directa hasta que se volvió incómoda, -Ahora o nunca muchacho, ahora o nunca- eso fue lo me dije, después solo sentí como mis piernas me llevaron hacia ella

-Hola –fue único que de mis labios pudo salir y después fue un incómodo silencio

-Chico, vienes aquí solo para decirme hola –dijo María con voz aniñada, como quien no quiere la cosa –si es así, piérdete – Entonces saqué fuerzas de mi estomago para ir al grano, lo más al punto posible.

-Pues no, yo vengo para llevarte a un cuarto, arriba conozco uno que el gordo no usa y me deja entrar, ¿que dices? –Esa era mi oportunidad, ahora que lo pienso no fue tan difícil, era de dominio público que con Ma. Gracia solo había que pedirlo.

-Yo también conozco ese cuarto ¿Pero quien crees que soy? –dijo ella  y parecía realmente enfadada -Crees que puedes venir aquí y pedirlo así nada más ¿me tomas por una puta? –

  • Pues sí –le afirmé y me preparé para la cachetada que nunca llegó, sin embargo después de mi atrevimiento yo ya lo daba todo por perdido

  • Bueno ¿Cómo te lo puedo decir? Hoy es tu día de suerte, puta soy de lunes a viernes… Hoy es viernes ¿No?

-Si –le dije estúpidamente, sin darme cuenta de lo capciosa de su pregunta.

  • ¿Y que te vas a quedar ahí como un tarado o me vas a llevar contigo?

Sin más, la agarré de la mano, como desesperado y la llevé por las escaleras. El que lo hizo no fue un niño, el niño había muerto ahora el hombre estaba a cargo, y al hombre no le importaba nada.

Cuando entramos al cuarto, noté una botella de algo que parecía trago, sin más la engullí y ella dijo –cuidado te atragantas chico, que no me gusta hacerlo con borrachos-

Sus comentarios me tenían sin cuidado, yo solo iba a por el premio gordo, su culo. Pero los múltiples volúmenes de vodka que ya corrían por mi sangre comenzaban a llegarme al cerebro, así que me acerqué a ella seguramente con una cara de pervertido, que después se notó en la sorpresa de su rostro, y la tumbé en la cama, de la fuerza con la que cayó la cama rechinó como diciendo –A mi no me vas a dar guerra que me desarmo- Mientras que a ella parecían no importarle los malos tratos, al contrario, la excitaban.

Ella estaba ahí, la puta de putas sentada sobre el premio mayor, su faldita de colegiala se había alzado para dejarme ver sus piernas doradas que me daban ganas de lamer. Su tanga se quedó al descubierto como no lo hicieron sus tetan bajo la camisa del colegio, no me importó, ni siquiera me interesaron. Era su culo el que me tenía a la expectativa. Quería mamarle la concha como me había enseñado el Gordo, quería hacerlo solo para ver si después entregaba la primera presea.

-Me haces cosquillas  -me dijo- y eso lo tomé como un permiso para agarrarla de la cintura y voltearla. Después le quite la tanga y procedí a observar el panorama.

Su anito ahí estaba, acompañado de un culo tan grande como mi imaginación me había dictado -los que dicen que los ojos son las puertas del alma está muy equivocados- pensé. El cuadro seguramente era de los mas excitante, una colegiala con todo y uniforme siendo sometida por un chiquillo de 14 años, nunca podré olvidar ese momento.

-Soy virgen – me dijo, a lo que primeramente pensé en contener la risa, pues todos conocían las andanzas de la putilla. –No me mires así, yo se bien lo que soy, quiero decirte que por ahí nadie ha entrado- dijo con una inocencia que no parecía de ella, como leyéndome la mente.

Cuando intenté meterme mi verga para colonizar esa nueva tierra. Me dijo -No, por ahí no, ni creas chico que te voy a dejar ser el primero, si quieres metérmela dame por el otro lado- esa frase solo pudo excitar mi mente de colegial alcoholizado, Así que lo intenté de nuevo a lo que ella reaccionó intentando moverse, pero ya no era yo y sus pedidos de armisticio solo servían para embriagarme más de ella.

Sin decir nada, intenté meterla mientras le agarraba la cintura, talvez poseído por el mismísimo demonio quien quiso que la penetración fuera un fracaso. Sin embargo la fiera que en esos momentos me cegaba no dejó que claudicara en mi intento.

-¡Déjame cerdo, que me estás matando! –dijo ella y las lágrimas se le sentían en la voz.

-¡María Gracia!- Le grité sin saber si era a manera de tranquilizarla o de súplica, no lo sé aún ahora.

-Me duele, ya déjame ¡me duele! Seguro el lector tome esta frase como yo la tomé.

Lo sabía, sabía que no iba a ser tan fácil. Deje de intentarlo para ver si magreandola se tranquilizaba. Baje mi rostro a la altura de su vagina y ¡oh sorpresa! Estaba mojada, La muy condenada estaba disfrutando de mis fallidos intentos como la zorra que era. La esperanza volvió a mi sólo porque sabía que si le chupaba la concha, San Pedro me abriría las puertas del cielo… o del infierno, que mas daba.

Y lo hice, puse mi lengua a trabajar mientras ella empezaba a cambiar su discurso por no menos excitantes gemidos.

-Ahh, ahora si me gusta chico, viste, no era tan difícil después de todo.

De lo que ella, talvez por el placer o por la excitación, no se daba cuenta era  que a la vez que ejercía la faena del cunnilingus había insertado dos de mis dedos en su apretado ano, tal como el Gordo me había instruido, por que el dijo que así todo sería más fácil.. Pero una cosa era la teoría y otra la práctica ¿Quién podía asegurarme en ese momento de que los cielos me serían condescendientes?

-Chico, parece que no solo tú estás en tu día de suerte hoy –dijo complacida entre gemidos, sino fuera mi boca llena de jugos vaginales bien le habría contestado – La diferencia es que yo me voy a ganar el premio gordo de la lotería, zorrita-

Calculé el tiempo y cuando sentí que las ganas podían más que la cordura, abandoné mi puesto de dador de amor y me preparé para recibirlo. Mis dos dedos ya habían salido cuando me incorporé, pero mi verga seguía apuntando al aire, era la hora de reclamarle al diablo por su falta de cortesía

Metí mi verga con menos problemas que la última vez, la agarré a ella desprevenida todavía recuperándose de la mamada. Siempre recordaré lo que me gritó:

-¡Condenado hijueputa, te dije que por ahí nooo! ¡desgraciado te voy a  moler a golpes! Y algunos otros improperios.

Mientras más mi verga entraba mas sentía la satisfacción del deber cumplido y era quizás mas fuerte el morbo que el mismísimo placer. Había enculado a la puta María Gracia, y no solo eso ¡había sido el primero en hacerlo!

A pesar de esos gritos de dolor que profesaba mi amante, después de unos momentos dejó de gritar, es más, empezó a mover sus caderas en dirección a las mías, como dice algún poeta anónimo “puta  no se nace, se hace”  Y después de los dolores vinieron los gemidos, tal como me había dicho el Gordo Pacho.

Y entonces se me escapó la única frase que dije en voz alta durante todo el coito y esa fue:

-Que puta que eres María Gracia, que puta que eres

Obviamente mi amante no se ofendía por los agravios, le gustaban y en vez de responderme con palabras solo hizo que el movimiento de caderas fuera más rápido mientra profesaba gemidos intraducibles.

-Ahhh, Ahhh, -decía mientras le enterraba mi modesto ariete por sus carnes, la faldita de colegiala nunca se vio tan bien en ninguna otra chica, sus pliegues  de tela adornando la masa de carne que tanto había idolatrado.

-Reviéntalo, por dios, Reviéntalo ¡Chico que lo revientes te dije! –me pedía  y quien diría que al principio casi me prohibió que me adueñara de agujero.

-Ayyy chico, yo que pensaba que tu eras maricón, siempre mirándome y sin decirme nada. Mírate ahora, poseyendo mi culito. Por dios que lo haces bien chico.

Ella lo decía entre blasfemias y yo sentía mi propósito cumplido, hasta que se vino sin decirme, sin siquiera hacérmelo notar, se vino en un orgasmo cuyo sonido hizo saltar de envidia a los pobres mortales bajo las gradas.

Y entonces yo también me vine, al mismo estilo de ella, mi leche seguro le llenaba sus intestinos con mi puberto legado. El cielo y el infierno eran un juego de niños en relación a lo que sentí mientras ella dejaba su posición para tenderse en la cama agotada y según lo averiguaría pronto… muy adolorida.

Yo hice lo mismo, me tiré en la cama y me puse a observarla, con su respiración entrecortada, se veía como si una inocente e inexperta muchacha hubiera tomado su lugar. Entonces lo supe, supe que ella no valía la pena ¿cuantas vergas serán después de mi? Lo más probable era que se desquitara con otro el hecho de que su concha no haya sido penetrada, quizás esa misma noche.

Se fue a lavar al baño y me dejó en la cama –Mira, lo que me hiciste chico, eres un salvaje, me sacaste sangre de mi culito- gritó presumiendo que a mi me interesaba –Como me arde, me quema por dentro ¡Nunca le vuelvo a entregar mi culo a nadie! – me dijo con la voz aniñada de siempre y se tendió junto a mi… de espaldas.

La filosofía se apoderó de mi mente como alguna vez lo hizo la calentura, y supe, que todo este tiempo había estado enamorado de ella. Admirándola por ser todo lo que yo pensaba que quería en una mujer, un gran culo y una personalidad emputecida. Pero ahora que ya la tenía así, y que ya la había probado,. Comprendí que las mujeres son más que eso. Decepcionado. Quien sabe si ese día fue el día en que me hice hombre

Dos años han pasado desde ese incidente. Pero todavía recuerdo que María Gracia me enseñó dos cosas, la una es que con las mujeres, si quieres algo tienes que pedirlo, no importa lo que sea. Y la segunda, es que mejor que ser presa, es ser cazador. Sigo viviendo en el barrio, pero al volver a casa del Gordo Pancho y verla a ella, la nostalgia me vuelve. Y eso fue aun más terrible cuando ella, hace unas semanas decidió dejarnos a todos aquí, sin dar mas explicaciones, a su puro estilo. Ahora solo puedo profesar esta frase: Tantos culos , tan poco tiempo… tan poco tiempo para practicar lo que ella me enseñó.