El día después. La nueva Normalidad

Bueno. Veo que no podéis aguantar más sin mujer y temo que hagáis un disparate que nos cueste muy caro. Ya sé que no soy ninguna niña, por este coño han pasado unos cuantos, pero aun soy una mujer y la única que hay aquí, así que el que quiera servirse. Miró a los mayores a la cara. Aquí me tiene...

...Las cosas en la calle eran de pura supervivencia para la mayoría de las personas que quedaban, no solo había niños y jóvenes también superaron el “coronavirus” una multitud de personas mayores que no le afectó y ahora tenían que sobrevivir de lo que podían. Tampoco todos antes de la crisis habían sido gente de fiar, con trabajos honrados y pese a la desaparición de un 60% de la población, el resto lejos de ser solidaria había creado deshumanización en ellos o al menos en la mayoría. Entre los supervivientes que no habían cambiado sus valores se encontraban la familia Saldaña, una familia que antes de la crisis vivía en la ciudad sin ley y cuyo patriarca fue acribillado en una redada…, ahora era su esposa la que dirigía el cotarro junto con sus hijos… la matriarca se hacía llamar “La Socorro”.

La vieja, destartalada furgoneta blanca subía retorciéndose por la Vereda de Serrano saltando baches, atravesando arroyos, echando humo por el radiador, camino de la casita abandonada que se escondía entre dos cerros en una pequeña vaguada. Manuel y Antonio que acababan de dar el mayor golpe de su vida, iban en los asientos delanteros y atrás, medio sentados, medio tumbados en unos colchones, su hermano pequeño Rafael y su madre, la Señora Socorro. Después de atacar y asesinar al guarda que custodiaba el almacén de medicamentos, simulado uno de sus habituales viajes en busca de cartones para el reciclaje.

En estos tiempos el reciclaje era un medio de vida muy importante para el sistema, debido a que la extracción de materias primas era escasa o nula, por lo que las personas que se dedicaban a ello debían estar homologadas por el nuevo Gobierno, la familia Saldaña no lo estaba, solo se dedicaban a lo único que sabían hacer…el trapicheo, el robo y el asesinato si era necesario. Dejaron a sus mujeres en el gueto seguro del sector 3, como solían hacer y se llevaron a Rafael, no se le fuera a escapar algo y a su madre, porque al fin y al cabo, seguía siendo la jefa del Clan y el asunto era el más importante que habían tenido en sus manos… litros de morfina, insulina, codeína y demás opiáceos, para entregar sabe Dios dónde. Ellos supieron del envío y el momento de almacenamiento por una hermana que estaba sirviendo en el Palacio como mujer de Cría… ya la habían preñado y debía hacerlo bien porque se codeaba cerca de “Yulian” el capo que controlaba la Zona Oeste, uno de los capos que Gobernaban la ciudad, junto a Mauro y con pretensiones de poder.

La caseta, donde antiguamente habría vivido algún guarda, se componía de la de la estancia que era al mismo tiempo cocina y portal con porche y dos cuarto pequeños. Adosada a la parte de atrás había una cuadra, el marco de cuya puerta habían arrancado para poder esconder la furgoneta. Una vez oculta esta, se levantaban puerta y marco juntamente y no se notaba nada, al menos desde cierta distancia era una caseta sin movimiento.

Manuel, el mayor de los tres hermanos Saldaña, tenía treinta y dos años. Era muy moreno, con grandes patillas, fuerte, taciturno y empezaba a echar barriga. Antonio tenía veinticinco, este también muy moreno, delgado, bastante cargado de espaldas y el pecho muy hundido. Era muy buen tirador y tenía una especial facilidad para afanar las cosas más difíciles como si nada. Rafael, el Benjamín, conocido por El Inglés, porque tenía los ojos claros, estaba en los dieciocho, pero era ya tan alto como Antonio y poco menos que Manuel. Entre los dos pequeños había tres hermanas y una mayor que Antonio. La señora Socorro tenía en aquel entonces, cuarenta y ocho años, había tenido siete partos, el primero a los dieciséis años, de los que le vivían aquellos tres varones más otro mayor que Antonio que cumplía condena en Ceuta, por mala suerte en una riña, y tres hijas, una en La Línea, y las otras dos muy bonitas que servían en el Palacio con el fin reproductor del Gobierno, ambas tenían 22 y 24 años. Era una mujer de buena estatura, delgada, con un andar sandunguero y armonioso, grandes pechos caídos que reposaban en el cinturón de su traje negro y de cadera ancha, propia de una hembra de fácil follar con el coño profundo y mucho fácil de parir… nunca necesitó que la asistieran en los partos, a excepción del primero a los 16 años. Se decía que había sido una belleza y tan brava, que había andado a tiros con la Guardia Civil cuando mataron a su marido, Antonio Saldaña Montubia, un hombre donde los hubiera.

Había cumplido penas a los diecinueve años, dos años y a los veinticuatro otros tres años de “condena”… dos de sus hijos habían nacido en la prisión. Pasaron dos días repartiendo las medicinas en varios paquetes bien envueltos en varios plásticos y luego ocultándolos en escondrijos de diversa dificultad. Convenía que si las cosas venían mal dadas, la pasma pudiera encontrar lo menos para que no hallasen lo más y poder recogerlo el día de mañana. Cuando fuera posible, era su mercancía y matarían por ella.

Dos días más tarde, mandaron a Rafael a la ciudad, unos doce kilómetros de donde estaban, a buscar información en pasquines atrasados para ver si decían algo de su golpe. Rafael volvió con una carga de ellos que lo hizo llegar abrumado a la caseta y allí se enteraron de que alguien había visto marcharse del lugar del crimen una furgoneta “Renault Trafic” blanca que había tomado el camino de las seiscientas. Lo del camino no les importó nada porque era falso, pero lo de la furgoneta blanca era alarmante pues ya quedaban muy pocas camionetas como la suya. Había que quedarse escondidos una temporada y luego ya se vería. El estraperlo de medicamentos era peligroso, más si te tienen localizado el medio de transporte, había que vender algo y comprar otra furgoneta desguazando la “Renault Trafic”.

Con intervalos de tres o cuatro días bajaba Rafael al barrio de la Zona Oeste a buscar información. Había veces que parecía que su atraco ya se había olvidado y de repente el condenado asunto volvía a aparecer. Parecía que no se fuera a acabar nunca. Poco a poco se iban poniendo nerviosos.

– Debíamos haber traído a las mujeres, decía Antonio

– Si hubiéramos sabido que esto se iba a alargar tanto…, seguía Manuel

– Y ¿para que las queríais aquí? ¿Es que no podéis vivir sin mujeres? Ellas están en sus casas dando impresión de normalidad y que no nos busquen.

– Bueno. Preferíamos tenerlas aquí.

Ya llevaban más de veinte días, cuando una tarde se apartó Manuel diciendo que iba a hacer sus necesidades y no volvió hasta las dos de la mañana y no quiso dar explicaciones. Dos días después volvió a hacer lo mismo y otros cuatro después de la segunda ausencia, también. Por fin se supo lo que hacía. Por los suburbios, en una urbanización abandonada al otro lado del monto, había un tipo con dos mujeres que por alguna medicina dejaba que se follaran y de esta forma satisfacían sus necesidades con ellas, siempre les dejaba follar con la vieja… – ¿Que tal está? preguntó Antonio.

– Bueno, bastante bien, no es joven para tampoco muy vieja… tiene dos buenas tetas.

Rafael también escuchaba con cara ansiosa. La noche siguiente faltaron Antonio y Manuel. Rafael se quedó, con su madre ansioso y no se pudo dormir. Cuando aparecieron, de madrugada, la señora Socorro encendió un candil tras cerrar bien la puerta, no había ventana para que nadie viese la luz y montó la bronca.

– Sois unos locos, o mejor unos imbéciles. ¿Qué queréis? ¿Que se den cuenta de que estamos aquí? ¿Os dais cuenta de lo que nos jugamos? ¡Porque yo NO prefiero ser rica a volver a la cárcel! ¡Y yo no he matado a nadie como vosotros! ¡Yo he venido con vosotros porque soy vuestra madre, pero ni he matado a nadie ni por ahora he ganado nada! ¡Y todo por unas pobres desgraciadas, que sabe Dios la mierda que llevará encima! ¡Pero qué coño tenéis que no podéis aguantar un mes sin mujer!

Tenía autoridad sobre sus hijos, no cabía duda y durante unos días no pasó nada, pero luego el que desapareció fue Rafael. La señora Socorro respondió como una leona.

– ¿Habéis visto, desgraciaos? ¿Qué queréis que cojan a vuestro hermano y lo lleven al socavón y de paso a todos nosotros? ¡Desgraciaos, de estas cárceles no se sale vivo o sano como en las del antiguo régimen! ¡Sois unos desgraciaos que no valéis para nada! ¡Si vuestro padre estuviera aquí! ¡¿Acaso os queréis pulir todo lo que hemos robado en esas putas…?!

Rafael volvió descalabrado. Por lo visto se propasó y el chulo le dio con la culata del arma, y gracias porque le hubiera podido pegar un tiro y dejarlo tirado en medio del monte y nadie se hubiera enterado…tuvo que salir corriendo con un perro en los talones. Hubo varios días de mal humor en los que nadie hablaba sin reñir y el ambiente estaba enrarecido. La señora Socorro vio que sus dos hijos mayores revisaban la furgoneta y aquella noche se decidió.

– Bueno. Veo que no podéis aguantar más sin mujer y temo que hagáis un disparate que nos cueste muy caro. Ya sé que no soy ninguna niña, por este coño han pasado unos cuantos, pero aun soy una mujer y la única que hay aquí, así que el que quiera servirse…. Miró a los dos mayores a la cara. – Soy vuestra madre y tengo mi carga con vosotros ¡Quien me quiera usar aquí me tiene! Miro las caras desencajadas de sus hijos con gesto de incredulidad más que nada. – Vamos joder… ¡No seréis los primeros a los que me follo en esta familia…!

Se produjo un silencio durante unos minutos, al cabo de los cuales Manuel dijo… – ¡Yo soy el mayor, así que esta noche me toca a mí! ¡Si nuestra madre gusta que la follemos…me la follo!

Al instante la señora Socorro se levanto, entró en el cuarto de atrás y desenrolló uno de los dos colchones que había. Manuel entró con ella y dejó el candil en un rincón. Su madre se quitó el cinturón y se sacó el traje por la cabeza. Luego se quitó las bragas sin decir nada y se echó en combinación sobre el colchón. La luz del candil acentuaba sus facciones marchitas. Manuel se estaba desnudando al lado de ella y se quedó desnudo ante ella. – Madre, quítese todo… ¡Cuando me follo a una mujer la quiero en pelotas!

La señora Socorro sin decir nada se quitó la combinación y se acostó completamente desnuda. Manuel se adelantó. – Venga aquí a chupármela. Ella se puso de rodillas, se acercó y lo miró con desprecio. – ¡Maricón! Tu padre ya me tendría bien clavada hasta las pelotas .

Manuel le cogió por los pelos, le metió la cabeza en su ingle y con la otra mano le dio palos con su polla en la cara. – ¡Abra la boca y mame con ganas la verga o la crismo! La señora Socorro empezó a mamar y el empujaba fuerte con su verga dentro de la boca de ella sin miramientos y sin soltarla del pelo, se la follaba como a una puta cualquiera. – Ahora también cómame los huevos, ella ni corta ni perezosa se tiró a zamparse los cojones de su hijo mayor.

Luego volvió lamiendo todo el tallo dejando ensalivados los huevos hasta ubicarse en el glande…pajeaba el tronco y mamaba su capullo con ansia, al poco rato empezó a gruñir, le cogió la cabeza con las dos manos, metió su polla hasta la garganta y eyaculó echando la cabeza hacia atrás, llenándole la boca de lefa a su propia madre, la jefa y matriarca. Luego de un empujón la tiró al colchón. Su madre, atragantada engulló todo el arsenal de esperma expelido por la polla de su hijo… se limpiaba la cara con el dorso de la mano satisfecha del trago de semen.

Manuel la empujó con brusquedad y se dejó caer encima de ella, le comía las tetas con lujuria, con violencia en tanto con las piernas se hacía hueco entre las de su madre. El macho se encontraba eufórico con el cipote erecto y colmado de morbo… nunca se había follado a su madre pero en más de una ocasión imaginó hacerlo. Ella elevó su cadera sobre el colchón y le facilitó la entrada el ariete en su coño... el semental le metió el estoque de un empujón por donde esa señora había parido a ese cabrón y otros seis más. Empezó a moverse encima de ella con violencia. La señora Socorro abrió las piernas todo lo que podía y empezó a decirle…

– ¡Así, así cabrón! ¡Más fuerte, hijo de puta, ahora ya se ve de quien eres hijo! ¡Dame más fuerte y profundo! ¡¿O crees que tu madre no puede con uno como tú?!

– ¡Tome Madre, aun está bien buena! ¡Joder, qué gusto me está dando y como le gusta a usted la verga, puta! Siempre me la imaginé follando y más de una paja me he hecho.

– ¡Ay, si Manuel! ¡Fóllame bien duro! ¡A ver cuanta leche eres capaz de meterme en el coño!

– ¡Pues ahora me da la gana de comerle las tetas y mordérselas bien! ¡Coño! ¡Qué grades las tiene usted y que bien saben!

La señora Socorro se movía desenfrenada y se corrió… – ¡No pares, Manuel, no pares que me corro otra vez! Dijo a voz en grito ¡Dame fuerte hasta los huevos… fóllate bien el coño de tu madre, así me gusta! ¡No me dejes a medias o te mato cabrón! ¡Apriétamelo a fondo!

A la vieja le ponía muy cachonda sentir los huevos del semental aporreando su coño, inconscientemente para ella, que un macho tuviese los testículos grandes era signo hombría.

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– ¡Joder qué coño más apretado Madre, pero que suave! Ella jugaba con su vagina apretando

– ¡Sí, así! ¡Ummmm! ¡Aaaagggg! ¡Joder que gusto me estás dando en el coño, Manuel….!

La señora Socorro se corría como una puta salida, convulsionaba como hacía lustros que no se corría, para ella una verga era el medio para llegar al éxtasis. Restregaba su coño contra el pubis de su hijo metiéndose los 20 cm de rabo que Manuel usaba entre sus piernas. Se paró un momento, miro a su hijo con una cara felina y se dio la vuelta levantando el culo.

– ¡Fóllame como a una perra… como a esas putas con las que te pules la guita!

– ¡Allá va, madre! Gritó Manuel. Le enchufó el nabo en el coño y se lo clavó.

Ella gritó como una puta a la que parten en dos, pero luego se acopló moviéndose  compulsivamente. – ¡Pégame con los cojones en el culo! ¿Qué leches te pasa que no llegas? ¿Tan larga la tienes? ¡Pues que sepas que a tu madre todavía le cabe más verga…!

– Vas a sacar la mejor lechada de mi vida, puta. Vas a saber lo que es que te llenen el coño.

Manuel empujo desesperadamente y la señora Socorro volvió a gritar de placer al sentirse completamente envergada hasta el estómago. El culo de aquella veterana de mil folladas se mecía en oleadas, sus carnes se ondulaban en cada empujón al chocar contra la pelvis de su hijo, y este le arremetía con furia enterrándole todo el badajo hasta la raíz una y otra vez.

– ¡¡Eso es, así se folla a tu madre!! ¡Dámela toda y lléname el coño de lefa! ¡Ummm! Joder que buena polla tienes Manuel ¡A ver si eres capaz de hacerme otro Saldaña…!

La señora Socorro los coleccionaba de todas las leches, siete hijos de cuatro padres diferentes, era prolífica desde los 14 años y aún era fértil pese a tener un hijo de 32 años…tenía sus reglas regulares y en aquellos tiempos de escasez, las medidas anticonceptivas era un lujo que no todas las mujeres podían permitirse. A pesar de haber robado un buen montón de mercancía farmacéutica, entre el alijo no había anticonceptivos ni profilácticos, así que follaban a pelo y sin protección alguna. La madre nunca pensó que fuese necesario llegar a los términos que estaban llegando, el golpe se suponía rápido y en una semana o a lo sumo dos, ya estaría todo el pescado vendido, pero el golpe fue mejor de lo esperado y ahora el tiempo de espera y colocación era mayor…

Todo esto unido a que la señora Socorro ya no tenía con quien follar de manera habitual, por lo que tampoco ingería tales anticonceptivos, en verdad nunca lo tomó con su esposo y a su edad mucho menos, sin embargo el riesgo que la preñaran era muy elevado, aun así el riesgo valía la pena… o la cárcel del nuevo Gobierno o la posibilidad de quedar preñada de unos de sus hijos. Ella prefería mil veces que la PREÑARAN. Manuel seguía dándole verga a su madre sin parar, aguantaba mucho y ahora más después de haber descargado en la mamada que le había hecho su madre para iniciar la noche. La señora se movía buscando mayor ritmo, más profundidad de clavaba… se tocaba el clítoris con fruición posando sus grandes masa mamarias sobre el colchón y apoyada con la cabeza y el hombro. Llevaban quince minutos o más en dicha posición follando como conejos, y pasado el momento se movió valientemente hasta que se corrieron los dos mientras él le daba palmadas en las ancas y en los ijares diciéndole a su madre lo buena potranca que era, y como tragaba verga su coño.

– ¡Toma, yegua! ¡Ummm, qué buena Puta eres mamá! ¡La madre que me parió, que gusto me das zorra! ¡Jódeme hasta que me mates de gusto, o aquí mismo te quedas puta perra!

Se la follaba con brusquedad demostrándole dominio, la asió de las tetas a modo de riendas y de pronto la hundió a fondo, justo cuando comenzó a eyacular chorros y más chorros de leche en el fondo vaginal de su progenitora. Ella también se corría a notar los aldabonazos de lefa estallar contra su útero. Cuando él acabó siguió un rato hasta que consiguió que a ella le llegase al último esténtor de su orgasmo, y entonces le dijo cariñoso…

– Madre. Te juro que te lo he hecho igual que se lo hago a la Carmela. No tomes nada a mal.

– Ya lo sé hijo y no te lo tomo a mal. Tu padre era más duro conmigo y nunca le falté y lo quise hasta que lo mataron. Las mujeres estamos para servir al macho, para que suelte toda su testosterona o de lo contrario buscaréis más que líos. ¡Me has dejado bien servida, hijo!

Cuando salieron Antonio se estaba masturbando en un rincón y Rafael hacia lo mismo.

CONTINÚA...