El día después. Inicio

No había posibilidad de disimulo, estaba desnudo y solo se le tapaba torpemente los no menos de 20 centímetros de duro miembro viril, tan erguido como un mástil. María se percató rápido. Tragó saliva y pidió perdón disimuladamente, agarrando el crucifijo que tenía colgado en el cuello.

María soltó un lamento , estaba en la parte superior de la escalera, muy agarrada a la escopeta, como si fuese a caerse si la soltaba. Bajó los escalones apresurada, acercándose a su ensangrentado hijo. Se dio un pequeño baño con dos cubos de agua del pozo y se tumbó en la cama. Su madre echó mano de la caja donde acumulaban todo tipo de utensilios sanitarios. Iodo cicatrizante, algodón, aguja e hilo. Una de las heridas reclamaba algún punto. Jaime yacía semi desnudo, solo tapada su cintura levemente por una sábana que olía limpia y confortable, ella le había cambiado la ropa mientras se bañaba. – “esta noche duermes tú y yo vigilo. Necesitas descansar y reposar las heridas”. Él le había contado todo lo acontecido y ella había dado gracias al cielo de que no le hubiera pasado nada. Se sentó a su lado, y curó sus heridas aplicándole cuidadosamente un poco de Iodo empapado en un trocito de algodón. Jaime se retorció de dolor levemente apretando los dientes. María contempló el cuerpo de su hijo, era fuerte y las heridas mostraban el hecho de que daba su vida por protegerla. Se sintió dichosa de tener a un hombre valiente y aguerrido que la protegiese. Una pequeña vela dorada colocada en la mesita de noche daba luz tenue y parpadeante a la limitada habitación. Él se dio la vuelta, en la espalda tenía algunas rozaduras, también le aplicó una compresa levemente sujeta por esparadrapo. Se puso más encima y masajeó un poco su espalda, intentando otorgar un poco de relax a sus músculos y machacada espalda… – “Relájate cariño, mamá te necesita relajado y fuerte”. Sus manos eran tan suaves que parecía que no habían vivido un apocalipsis. Jaime venció su cuerpo sometido al perfume de la vela, el cansancio y las manos de su madre. Pero se relajó demasiado… Sus masajes eran algo más que una friega, por sus manos comunicaba todo tipo de sensaciones febriles incontenibles de difícil opacidad.

Mientras más se prolongaba el masaje más vergüenza la iba a dar darse la vuelta para que cosiera su herida del costado. No recordaba el tiempo que hacía que unas manos femeninas le habían provocado una erección de aquel tamaño, pero el hecho de ser su madre le sumergió en una infatigable intranquilidad, ahora el masaje no era tan relajante como antes… –“Voy a coserte esa herida del costado antes de que vuelva a sangrar. Date la vuelta amor”.

Se giró lentamente,  en un extraño movimiento mitad resignación mitad deseo, algo abstracto. Su polla quedó abultando exageradamente bajo la sábana, realizando una tienda de campaña canadiense. No había posibilidad de disimulo, estaba desnudo y solo se le tapaba torpemente los no menos de 20 centímetros de duro miembro viril, tan erguido como un mástil. María se percató rápido. Tragó saliva y pidió perdón disimuladamente, agarrando el crucifijo que tenía colgado en el cuello. Luego se lo quitó y lo colocó boca abajo sobre la mesita de noche. Calentó la aguja con la vela, luego se echó sobre él a la altura de su cintura y cosió una de las dos heridas del costado. Él aguantó estoicamente el dolor, pero sin bajar un milímetro de su erección con todas sus venas hinchadas bombeando inflexibilidad al recio falo. La herida cosida estaba a escasos centímetros del abultamiento de la sábana, entre el costado y el vientre plano y marcado.

Se echó más y besó la herida recién cosida con dos puntos… – “Pobre hijo mío, paga con su sangre la protección de su madre”. Jaime no decía nada, solo hablaba con la permanente erección, como un perro que se comunica moviendo el rabo. Otra vez la besó, esta vez restregó su lengua por la herida y parte del vientre. Jaime sintió una quemazón de necesidad que le recorría todo el pollón y le hacían hinchar los testículos con el típico dolor que hacía mucho no recordaba… –“Mamá solo se dedica a estar en casa a esperar que su hijo, su hombre, su macho, le siga manteniendo con vida”. María apartó las sábanas. La polla de su hijo se mostró en toda su magnitud. Muy larga y regordeta en todos sus 20 cm, con ciertas venas marcadas, con el capullo muy rojo liberado todo fuera, por tener el prepucio remangado completamente estirado remarcando dos zonas de diferente tono de color de piel. María miró de nuevo al techo y pidió perdón susurrando… “Pero mamá sabe valorarlo y va a dar las gracias a su amado Hijo siendo complaciente, sumisa del destino que Dios nos tenía preparado” . Lo decía jadeando con la respiración agitada, excitada por contemplar tan bello cuerpo y tan apetitosa verga.

Como en un rezo ella proseguía con su verborrea justificando la extrema necesidad que su cuerpo reclamaba a gritos desde su más íntima lascivia…, no en vano Dios los había echado del paraíso por las tentaciones, encargándoles procrearse y extenderse por todo el mundo… “Mamá nunca podrá devolver a su hijo todo lo que está haciendo por ella, pero sabrá ser agradecida y con su cuerpo de mujer y sus manos de Santa elegida por Dios en un mundo dominado por el Diablo. Jaime no estaba muy seguro de lo que iba a ocurrir. – Esta sierva ayudará a su hijo, con humildad y en la medida de sus posibilidades, a sentirse satisfecho y sin la necesidad del calor humano, que tanto ha distraído nuestro camino a lo largo de la historia, alejándolo de Dios. Porque es voluntad divina que mi hijo, Jaime, proteja a los posibles dos únicos seres humanos que quedan sobre la faz de la tierra que con tanto mimo creó. Es voluntad de su Santa, la Santa María, tener al hijo satisfecho y ser una buena hembra al servicio del destino que el todopoderoso nos tiene preparado”.

Jaime no sabía ni podía decir nada. Su madre estaba soltando ese discurso agazapada en torno a su cintura, al lado de su polla muy empalmada. Desde el suceso jamás la había escuchado hablar tanto, sin duda su mente estaba profundamente dañada, como la suya, como la de cualquiera que viviera aquella pesadilla. Tras la magnánima petición de perdón y declaración de intenciones, su madre comenzó a masturbar su polla, y no tardó en acomodarse para meterla en su boca. No le movía la lujuria sino la complacencia del macho protector… La falta de sexo le bastaba para saber agradecer la humedad de la boca de su madre en las embestidas. Jamás imaginó que aquello podría ocurrir, o al menos que una santa beata pudiera comer con tanta ansia y avaricia la dura verga de un hombre. Su boca subía y bajaba a la vez que masturbaba con su mano derecha. Sentía que la humedad recorría ¾ partes del tallo, desde el capullo para abajo en cada engullida, la lengua no dejaba de jugar con el glande cada vez que subía. Sus pelos se alborotaban en torno a su frente. La sacó y la trató a lametones durante unos instantes. Luego se desvistió, despojándose del vestido, sostén y amplias bragas blancas. Jaime la contempló, a pesar de que se cuidaba tenía ciertas carnes acumuladas en las caderas y los amplios pechos ligeramente caídos. Además tenía el pubis rasurado por higiene o para masturbase mejor, por el motivo que sea, le gustaba mucho al parecerse tanto a un coño adolescente casi infantil. Su madre es toda una hembra, la mujer perfecta que atrae al macho inconscientemente para procrear , con enormes pechos y amplias caderas, guapa y con ganas de follar humildemente. Le bastaba, no necesitaba más para sentirse excitado. Era algo no soñado jamás y que la situación de la vida lo había ordenado necesariamente. No tenían elección porque sus instintos primitivos eran los que organizaban todos sus movimientos en la danza ancestral de la misma vida, de cuando aún no existía Dios

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El sabor a macho en su boca le sublimizó alterando todas las concepciones adquiridas a lo largo de sus formación religiosa, ahora sabía que Dios solo podía querer que su raza se perpetuara, y ella se sacrificaría por ello. Su hijo era un magnífico ejemplar de macho…grande, fuerte y valiente, con unos genitales perfectos para cubrir a un harén de hembras, con una verga enorme y potente, complementada con sus testículos horondos que apenas podía contener en una sola mano. Una vez puesta en la mamada, se atrevió a masajear sus huevos, sabía que eso los excitaba mucho más, le gustaba el tacto y notar cada bola huidiza dentro del escroto. Era una sensación extraña, nunca se los tocó a su esposo, mucho menos con tanto deseo atrasado, un deseo que no podía retener por más tiempo….  Ella se tumbó a su lado y se abrió de piernas… “Vamos Jaime, súbete encima de tu madre. Aquí tienes mi cuerpo cariño ¡Móntame como un macho debe hacer con su hembra!”.

Se incorporó y colocó entre sus piernas de rodillas. La agarró por la cintura y la atrajo un poco más hacia sí. Ella no lo miraba, solo dejaba reposar su cabeza sobre la almohada, girada hacia la derecha. Esperando, con la respiración excitada a ser invadida, usada o simplemente inseminada por el único semental con derecho follarla, el único con legitimidad a llenarla. Buscó entre los carnosos labios vaginales la entrada de la húmeda cueva, paseo su glande entre ellos sorprendiéndose por el abultado y duro clítoris bajo el capuchón…frotó con fruición sobre la dura pepita sacando un gemido a su madre, sumisa y complaciente. Después de unas pasadas más se acercó a la entrada del conducto vaginal y la clavó en dos, tres y hasta cuatro golpes de cintura. Su madre cerró los ojos y marcó una profunda y lenta inspiración. Se echó hacia delante, apoyando sus brazos en torno a ella. Y empezó a penetrarla con mayor empuje. Solo se movía él, clavándola con muchas ganas y sintiendo el gusto del húmedo calor interno de su madre…, lo estaba gozando como nunca lo recordaba con su novia. Cada vez la empujaba con más fuerza y más profundidad, amenazando hundirla toda hasta los huevos en aquella oquedad sedienta de verga, a lo que ella respondía con pequeños gemidos en los que no cesaba de morderse el labio inferior. Sin duda reprimía un gimoteo mayor, algo que Jaime lamentó.

Se sentía extrañamente excitado, era su madre pero en ningún momento la veía como tal, era la única mujer, y persona, que veía desde hace meses…era simplemente una hembra con un coño en el que saciarse su necesidad imperiosa como semental. Sentía como si fuera natural que hicieran sexo, después del tiempo esperado para que ocurriese, marcado por una fuerza superior, como bien creía su madre… “mamá estoy acabando”. Lo dijo entre quejidos y suspiros que intentaban controlar la situación… “No tengas pena cariño…. Acaba dentro de tu hembra, tu sirvienta, la borrega de Dios. Tu semilla servirá para hacer más feliz este mundo”. Seguía sin mirarlo, hasta que notó la necesidad de ver la cara de su hijo en el momento de inseminarla, de conectar con la mirada justo en el instante que eyaculaba torrentes de semen en su mismo útero…, sintió una ráfaga de esperanza tras meses de tristeza enfermiza en su mente de creyente. La excitación de la inminente corrida le llevó a acelerar las clavadas, e intuitivamente la metió al fondo sacando y metiendo la última cuarta parte del cipote. Los jadeos de ella le secaron la boca, al hacerse más frecuentes. Jaime deseaba inseminar como es debido a su madre y, los golpeteos de sus pelotas en el cuerpo de mamá se incrementaron, hasta soltar el primer gran chorro de leche en la entrada de su matriz, seguidos de otros más a cada convulsión . En solo cinco minutos, la polla le palpitaba corriéndose como nunca imaginó lo haría…, y al acabar de correrse la dejó clavada dentro agarrándola, mitad muslos mitad nalgas. Había percibido como salía cada chorro de su semen en el interior de aquella acogedora vagina materna. Se asemejaba a una manguera en el depósito de un coche, la dejó dentro hasta la última gota.

María percibió claramente los chorros de lefa caliente, como su hijo le inundaba de semen el conducto por donde un día dio a luz a aquel macho que la estaba follando. De aquella polla percibió la salida de ingente cantidad de esperma, no en vano sus testículos eran rollizos acordes al tamaño de le fastuosa verga filial…, por lo que debían de producir mucha leche reproductora. Sabiéndose fértil, su mente creó una lucha entre lo necesario y lo justo, venciendo con rotundidad la necesidad…de ser preñada. Al acabar se tumbó sin decir nada. Ella se levantó, se vistió, se colgó el crucifijo y se fue en silencio.  En la puerta se giró… – “Duerme mi hijo. Esta noche vigilo yo. Te vendrá bien descansar una noche, debes estar bien para defender nuestro hogar”. En realidad era ella quien se sentía más feliz al albergar dentro de su útero la esencia de la vida. El canto de los pájaros lo despertó. Al sentarse en la cama se percató que esos pájaros estaban en sus sueños, desde el suceso no recordaba haber visto ninguno. Extrañamente tampoco los había visto muertos, es como si hubieran desaparecido de la faz de la tierra. El Sol estaba lo suficientemente alto, analizándolo por la pequeña sombra que se colaba entre las maderas de las ventanas de su habitación. Supo que habría dormido unas nueve horas seguidas. Hacía mucho tiempo que no descansaba tan bien, tan Relajado, probablemente se había cerrado un círculo provocada por una tensión sexual creada involuntariamente por las circunstancias…el mundo los había puesto allí, y con lo que tenían debían de sobrevivir en todo los aspectos de la vida.

De repente le vino a la mente lo ocurrido la noche anterior. Los errabundos, la huída a través del bosque, la emboscada para matarlos uno a uno, el entierro del ciervo medio devorado, las heridas, su madre curándolas, su madre mamándosela, su madre abierta de piernas esperándole para ser follarla y él follándosela acto seguido, él sintiendo el calor de una mujer meses después sin mirarle, él corriéndose dentro en una copiosa descarga seminal…, el sentimiento de culpa de ella, sumisa a la deseos de la naturaleza. Lo siguiente que recuerda es quedar sumergido en un sueño placentero, cálido y necesario. Bajó las escaleras con cuidado, arma en mano , como solía cada vez que bajaba de dormir. La casa estaba vacía. Miró alrededor por cada tabla, ni rastro de su madre. Con cuidado salió y se encaminó al huerto, allí estaba. Agachada de espaldas, recogiendo cebollas. Vestía uno de sus clásicos vestidos, se quedó admirando sus nalgas y anchas caderas perfectas para parir de manera natural. Una figura femenina, con la enigmática voluptuosidad madura que nunca supo apreciar en ella hasta esos días…, y ahora empezaba a hacerlo obligado por las circunstancias. Ella se levantó y giró, se miraron. Llevaba una cesta con dos cebollas y pimientos, listos para improvisar algo en el almuerzo.

Ella le miró sonriente… – “Me alegra que hayas descansado, hijo. Mamá preparará algo de comer. Sin novedades en toda la mañana, he estado vigilante a medida que iba limpiando la casa, para que estuviera a tu gusto cuando te levantaras”.

– “Debes dormir algo”.

– “Dormiré esta tarde después de comer. Poco tiempo, pues tendré que estar lista para preparar la cena.”

– “Gracias”

– “Podrías revisar las tablas del tejado. Se acercan nubes. Esta noche lloverá, no quiero que la cabaña se inunde de goteras”.

Se fue para la casa, como si todo transcurriera con total normalidad…, el acto de fornicar con su propio hijo entraba dentro del nuevo orden de la vida y, así lo admitió asumiéndolo e interiorizándolo en entrega a su macho procreador patriarca de una nueva tribu humana. Jaime se preparó para subir a echar un vistazo al tejado. Desde arriba pudo ver los pequeños nubarrones negros que se acumulaban en lo alto de las montañas situadas al sur. Listas para entrar en acción cuando llegase el momento, como los actores esperan entre bambalinas a que el director les llame a escena. Mientras aseguraba maderas sueltas y reforzaba con otras nuevas las zonas más húmedas y dudosas, no pudo evitar sentir el ardor de querer repetir cuanto antes la experiencia de la noche anterior. Le venían ráfagas de lo ocurrido… la forma en la que ella se la comió, el calor de su impúber sexo, su forma de gemir pausada mientras se mordía los labios y apretaba los dientes, el extraño regusto dulce y hogareño que sintió al correrse dentro de su profundo coño… Su polla creció y se preguntó si lo de la noche anterior fue el inicio de algo. Al fin y al cabo no hacían otra cosa que sobrevivir, y desahogarse con el sexo es una de las formas de supervivencia más ancestrales y naturales del ser humano. Su madre estaba en paz consigo misma, buscando hablar constantemente con Dios, entendiendo que él le había preparado un papel en estos momentos, e incluyendo el tener contento y consolado a su hijo como parte importante de lo que tendría que hacer…, al fin y al cabo en el paraíso, la familia de Adán y Eva debió de haber incesto para engendrar a la humanidad, no cabía otra razón.

Sin duda había sido infiel a sus principios religiosos ofreciéndose a su hijo , sin duda el poder de la carne, la necesidad de calor y contacto humano, del hombre contra la mujer y viceversa, le habían hecho disfrazar su profundo credo para justificar un acto que hubiera considerado como imperdonable solo unos meses antes. Cuando hubo acabado la labor, permaneció un rato más sentado en el tejado, contemplando el hermoso paraje en el que habían quedado aislados tras el apocalipsis. Pensó en el aspecto de por qué se aparean los animalesdesde siempre, incluso madres con hijos e hijas con padres o entre hermanos. El único dogma de la naturaleza era el no extinguirse, el hecho de hacer sobrevivir la especie al paso del tiempo. Tal vez hubiera algo de eso en su relación con su madre, macho y hembra que se creen solos en el mundo, y probablemente lo estuvieran. Fornicar con su madre, solo era un mecanismo ancestral intentando inconscientemente la reproducción de supervivencia, esto podría explicar lo acontecido, y también el rápido cambio de mentalidad, encaminado hacia la adaptación al nuevo medio experimentando día tras día, pasando del sacrificio de la carne al placer procreador… El problema era que su madre no era una hembra en la edad idónea de reproducción. Si bien su esperma estaba muy activo, el útero materno no era tan receptivo como lo es en la juventud, la única solución posible que les quedaría, por tanto, era follar ambos como animales aferrándose al calor y al placer, llenando su coño de semen con la cantidad y frecuencia más adecuada, una y otra vez, hasta que Dios quisiera venir a por ellos o le concediera la fecundación del vientre de su sierva. Sobrevivir.

Solo se trataba de eso, sobrevivir. No había que darle más vueltas. Y sin duda no existía Dios. Si no, no consentiría nada de aquello. Comieron en silencio tras la bendición materna de la mesa. Luego fueron al sofá, uno delante del otro y dialogaron un poco… “Esperemos que pasemos un tiempo sin más sobresaltos de errabundos”.– “Yo también lo espero mamá. Dime, ¿hace falta algo? ¿Necesidad de que vaya a alguno de los pueblos en busca de algo?” – “No hijo, todo está bien. No conviene salir mucho, tenemos reservas de comida para meses. En verano sí pediré que salgas, para aprovisionarnos fuerte de cara al invierno. Tal vez esperemos a que empiecen a caer las hojas de los árboles para ello”.* – “Muy bien. Creo que tienes previsto ir a dormir. Te dejaré solo unas cuatro horas mamá. Cuando el Sol esté llegando a la montaña de atrás te despertaré. Quiero cortar leña y necesito que estés despierta para vigilar la casa”. Ella asintió dócil. Se levantó y se fue escaleras arriba. Al llegar arriba se giró y lo miró, un gesto que decía… – “¡Sube y fóllame, tu sierva está preparada!”.*** Jaime sintió un ardor en su bajo vientre que indicaba su deseo de follarla…, instintivamente el cipote quería romper contra el pantalón. Un poco de sexo es lo único que necesitaba en aquel momento. Tenía miedo que se hubiera abierto la caja de pandora. Bebió dos largos tragos de whisky y revisó panorámicamente los alrededores de la casa a través de las selladas ventanas. Todo tranquilo. Bebió otro largo trago y subió las escaleras despacio.

CONTINÚA...