El destino de Mariana. Parte III
Mariana, una universitaria, toma decisiones que definen su vida de mujer.
El viernes amaneció con un cielo rojizo, nubes pequeñas y redondas, y una temperatura que advertía un día infernal. Mariana amaneció de un estupendo humor. Corrió temprano, volvió para desayunar ligero, bañarse, darse un tratamiento de cremas y perfumes, arreglarse minuciosamente toda por entero. Ha elegido la vestimenta del día: un vestidito blanco, bastante corto, sin mangas y bien ceñido al cuerpo. Lucía hermosa y curvilínea. Unos zapatos de tacón en su cajuela y otros más bajos para ir a clases sin llamar tanto la atención. Una chalina deshilada para cubrirse sin acalorarse. Una mujer, no niña. Estaba transformada.
Una breve llamada con el novio, recordándose cuánto se quieren y cómo anhelan que el tiempo vuele para llegar al ansiado sábado.
Llegó minutos después a la universidad y se percató de que el vigilante había vuelto.
- Mariana, muy buenos días, me da gusto estar de vuelta para saludarla. Luce maravillosa, si me permite decirlo.
- Hola, Manuel, bueno días, muchas gracias, qué amable.
- Que tenga un día la mitad de bello de lo que luce hoy, para que sea perfecto.
- Manuel, me apena, gracias, igualmente.
- Ya tuve mi día perfecto, y apenas comienza.
Ella sonríe al galanteo ahora más decidido del maduro vigilante. Sabe que la mira mientras se aleja rumbo a clases. Se pregunta si es normal que haya sentido gusto este inicio del día. Luego piensa en su querido maestro, ya quiere verlo, quiere ver su cara cuando la mire. Lo hará padecer dos horas sus movimientos, sus cruces de piernas, sus miradas y coqueteos ahora en complicidad abierta. Pasaron sus primeras clases. Ella sólo pensaba en verlo de nuevo. Cuando apareció por el pasillo que conduce a su aula, a ella le temblaron las piernas. A él la visión de esa escultura en blanco le borró las ideas. Sólo estaba para ella. Tal como lo había planeado, se pasó la clase incomodando a su inmutable maestro. Salió dos veces del salón de clase, sólo para pasar frente a él luciendo su figura y desubicando al hombre con su pícara sonrisa. Al sentarse ha dejado que el vestido se suba descubriendo sus piernas. Cruzan miradas cargadas de deseo. Al terminar la clase, ella se queda sentada con las piernas cruzadas. Él trata de disimular. Se quedan solos.
- ¿Irás a mi cubículo más tarde?
- Iré, claro.
- Tengo que contarte un sueño que tuve. Tenías un vestido como el que llevas puesto.
- Yo también soñé contigo, pero no te lo contaré.
- ¿Tan malo fue?
- Tan bueno fue.
- Entonces quiero saberlo.
- Algún día.
- Vienes preciosa, sólo quiero besarte sin pensar en nada.
- Lo harás, yo también quiero que me beses.
- Hasta más tarde entonces, Mariana.
- Chao, Sebastián.
Cuando Mariana llegó al cubículo del chileno, él ya la esperaba del otro lado de la puerta. Apenas la dejó entrar y cerró con seguro. La apresó ansioso y la besó como si no tuvieran un mañana. Era un remolino que la envolvía y borraba sus recelos más firmes. Sus manos la recorrían toda, sobre todo en aquellas partes, las caderas, las nalgas, la estrujaba como si fuera a escaparse, la cintura, los senos. Quería comérsela. Los besos intensos, el sabor a menta y hormonas agitadas, las lenguas suaves y húmedas, las manos de ella devolviendo el abrazo, revolviendo su cabello, brazos arriba, entregada y gozosa. Pronto quedó entre él y la pared. Siente las manos de él subiéndole el vestido, acariciando el costado de sus piernas, luego una mano se mueve hacia el interior de sus muslos, ella facilita el acceso, sube una rodilla sobre su costado. Ha dejan de besarse. Es ella ahora quien desciende sus manos a través del cuerpo ajeno, se detiene en el cinturón unos instantes, luego no resiste las ganas y va directo a la montaña horizontal que deforma el pantalón. Palpa, aprieta, reconoce grosor, longitud. Se excita. La dureza promete goces exquisitos. Él se baja el cierre y continúa en su labor de caricias sobre ella. La piel de sus muslos es tan suave que no puede recordar haber tocado piel semejante. Intenta que un dedo se cuele bajo la tela de su tanga. El primer intento falla, pero el segundo es certero, siente con dos dedos el contorno de la vagina, los labios mayores delicados y pequeños. La humedad le permite una caricia por toda la superficie. Encuentra el clítoris y hace presión, la exacta para hacerla gemir de gusto. Ella no se queda atrás para dar placer. Ha metido una mano en la bragueta del pantalón, busca, encuentra, tiene dificultad para encontrar la piel, sólo siente la tela del bóxer. Él le ayuda abriendo el cinturón y el botón del pantalón. Ahora la mano curiosa entra por arriba del elástico, directo al miembro palpitante. Lo extrae, lo extiende con ojos cerrados, lo estira y aprieta. Las manos ha encontrado su premio, ambas, porque la de él ya ha separado los labios y deslizado la yema a través de la pequeña longitud de la vagina. La hace gemir. Se contorsiona. No quiere detenerse. No quiere que él se detenga. Él la toma de las manos y la lleva a su escritorio. La sienta encima y se hinca frente a ella. La mira desde abajo. Le besa las rodillas. Sube por los muslos. Intenta quitarle la tanga. Ella protesta.
- Sebastián, aquí no, tienes que saber algo.
- ¿Qué debo saber, princesa?, no puedo más, te tendré aquí mismo.
- No, tienes que saber algo. Yo nunca he estado con nadie. Nunca.
Él se queda congelado. Se aleja. Piensa unos segundos. Luego la mira con los ojos encendidos.
- No me importa, Mariana. Si lo quieres tú, yo quiero ser el primero.
- Pero no aquí, Sebastián, yo quiero, pero no con prisas ni con miedo de que alguien toque y se dé cuenta.
- Tienes razón, preciosa, iremos a otra parte. No lo haremos aquí. Sólo quiero que me des un gusto.
Ella mira cómo se acerca, le separa las piernas, le toma las manos y se las lleva a su miembro. La besa con ternura, y luego lo va convirtiendo en fuego. Ella siente sus propias manos cómo cobran vida propia. Lo masturban. Lo siente resoplar en su boca. Intensificarse, diluirse. Siente la humedad que sale sin permiso. La aprovecha para resbalar sus manos más intensamente. Lo escucha gemir callado. Se tensa. Se vacía en su mano. Es algo nuevo, indescriptible. Se regalan besos mientras disminuyen un poco el ritmo. Él saca papel de su escritorio y se limpian la regada monumental de semen.
- Uf, princesa, fue maravilloso. No podía más. Ahora te toca a ti.
- Quedamos que no harías nada, por favor.
- No, no lo haré, esperaré, pero algo te debo.
- ¿Qué?
Él la besa y va descendiendo por su barbilla, su cuello, por encima del vestido besa los senos, los estruja, los disfruta. Repite el gesto de hincarse, besar las rodillas, separar las piernas, besar, lamer, degustar la piel de los muslos. Y luego…luego…le corre la tanga a un lado, y empieza un oral intenso y decidido. Ella tiene sensaciones indescriptibles. Se estremece. La lengua la invade y dedos le separan los labios. Está totalmente expuesta con la cabeza de un hombre entre sus piernas. La escena es excitante. Le recorre el clítoris y la vuelve loca. No tarda mucho en alcanzar el éxtasis y un orgasmo descontrolado. Su mundo se diluyó. Todo dejó de existir. Ella dejó de ser consciente de sí misma. Se convirtió en sensación. Y le fascinó.
- Vamos a calmarnos un poco, Mariana. Hay que aparentar que nada ha pasado. Voy a abrir la puerta. Acomoda tu ropa y siéntate en la silla.
Ella obedece sin decir palabra. Está desconcertada. Se ha entregado y sigue virgen, aún. Sus mejillas le arden, sus sienes palpitan. El corazón desbocado tarda en calmarse. Tiene un compromiso mañana, pero hoy está ya entregada a otro, a un hombre prohibido, más grande, más deseado. El chileno se acomoda la ropa, junta los papeles, los lleva al cesto, recompone su postura, acomoda los papeles sobre su escritorio. Va a la puerta y la abre. Nadie cerca. Deja abierto y vuelve a su escritorio. Hablan del trabajo y los borradores. Luego se quedan callados mirándose. Así, sin darse cuenta, ya eran casi las 5:00 de la tarde.
- Vámonos a otra parte, Mariana, quiero tenerte para mí a solas.
- Sí, llévame, quiero que seas tú.
- Saldrás primero para evita chismorreo. Vete en tu auto. Busca el restaurante árabe frente al parque. Yo te iré a buscar en media hora. Pide algo de comer y beber. Tendremos hambre y sed. Ahí podremos dejar un auto e irnos juntos en el otro a donde quiero llevarte. Será una tarde inolvidable, preciosa.
- Está bien, confío en ti. Te esperaré.
- No tardo.
Mariana sale temblorosa. Se despide a lo lejos del vigilante y al salir éste le hace señas para que se detenga. Se acerca a su ventana y le habla mientras sus ojos la van recorriendo con una carga bastante intensa de morbo. Ella se siente descolocada, quiere ya salir pero esas miradas y esos brazos no pasan desapercibidos.
- Mariana, perdone que la moleste, sólo quería decirle sobre lo que platicamos el otro día.
- ¿Qué ocurre, Manuel?, ¿está todo bien?
- Sí, es sólo que pensé en lo que me dijo, y si tuviera tiempo la próxima semana, me gustaría mucho poder contarle cosas de mí. Necesito alguien que me escuche. Se lo pido por favor.
- Claro que sí, Manuel, con gusto. La próxima semana platicamos. Yo le aviso.
- Mil gracias, Mariana, no sé cómo agradecerle.
- No tiene por qué. Ahora debo irme, que tenga un muy feliz fin de semana. Descanse.
- Gracias, Mariana, igualmente. Nos vemos el lunes.
- Hasta el lunes, Manuel.
Una última vista a sus piernas y ve cómo se aleja en su auto. Ella conduce unos minutos, encuentra el lugar acordado, estaciona, saca de la cajuela los zapatos de taco alto y los cambia por los que llevaba puestos, y se va caminando hacia la entrada. Nota para sí misma, y le provoca risa, que su andar es felino. Se siente segura. Entra al lugar y hace lo que el chileno le ha pedido. Algo de comer, mucho para beber, está sedienta. Termina un vaso de agua mineral en dos tragos. Empieza a incomodarse al sentirse sola, pero el desasosiego dura poco. Apenas unos 10 minutos de haber llegado, y lo ve a través de la puerta cruzando la calle. Se emociona, se sobresalta, está consciente del efecto que le provoca. No puede creer que su fantasía juvenil se haya vuelto realidad y de qué manera. Todavía evoca la cabeza de él entre sus piernas y se excita de nuevo. Quiere probar con él lo desconocido. Quiere que él conduzca la potranca desbocada en que está convertida. Al fin lo tiene ante sí. Él se acerca y le da un beso de novios, sus labios bien amoldados a los de ella, la humedad erógena, su olor masculino, su excelente aroma, su sabor a cada beso más conocido. Ella se hace a un lado para invitarlo a sentarse a su lado; él no rechaza la muda oferta.
Con naturalidad la mano del chileno busca su tibio muslo y se refugia en él. La mira a los ojos. Bebe con la misma sed de ella el vaso de agua. Aprieta el muslo como si se fuera a escapar. Cuánto tiempo ha pasado para volver a sentir una piel tan joven. Se siente dichoso, no conoce la culpa, para él es natural. No es la primera mujer fuera de su matrimonio, y seguramente tampoco será la última. Él es quien es, y esa confianza llama la atención y seduce.
- Princesa, ¿a qué hora debes volver a casa?-, le pregunta con ansia, como midiendo ya el tiempo que les queda juntos. ¿En qué momento dejó de ser la señorita Mariana, la alumna, la intocable, a la que hablaba con formalismo de usted, para ser ahora la princesa, la joven hermosa que hace unos minutos le abría los muslos, suaves delicias que resguardan un regalo inigualable, para recibir sus besos y goces orales?
- Yo puedo avisar que llego tarde. Tengo tiempo hasta las dos o tres. ¿A ti no te extraña tu esposa?, no creas que se me olvida que eres de otra, todos en la universidad han visto y hablan de lo linda que es. No te voy a hacer una escena, no quiero una relación, simplemente eres mi fantasía y soy afortunada porque la voy a poder realizar, no como la mayoría que sólo sueña y luego olvida.
- Me has vuelto loco, Mariana, si tienes tiempo, terminamos con la comida y te llevo a otra parte. Gracias por ser tan comprensiva. Sí, soy casado, y prefiero no tocar el tema. Sólo disfrutemos hoy y luego hablaremos.
Su mano ya acariciaba la pierna que, dispuesta, se separa de la otra para dejarlo ir más adentro. La tela del vestido poco a poco se recorre. El recorrido es cada vez más largo, más intenso. La piel empieza a arder. Su sexo empieza a prepararse. Se enciende poco a poco y el ardor aumenta su intensidad. Con una mano comen, o hacen que comen, y con la otra se acarician mutuamente. La de ella ya está sobre el bulto que deforma el pantalón. Le empieza a gustar el juego, el sentir el efecto que provoca en él. Y a su vez siente la pasión de una mano experta hurgando entre sus muslos, acariciando sobre la tela íntima, buscando hacerla a un lado, descubrir el objetivo, conquistarlo apenas con un roce.
- Te deseo, Sebastián, quiero ser tuya, sentirte mío, tenerte dentro y olvidarme de todo.
- Yo a ti, princesa, te voy a disfrutar mucho, y haré todo porque sea inolvidable para los dos.
- Tócame, tócame, me haces sentir mucho, me vuelves loca.
Ya un dedo pierde una falange en su interior. Siente su calor, su humedad, su entrega.
- Vámonos, princesa, estás casi lista.
- Sí, por favor, llévame.
- Hazme un favor, Mariana, ¿quieres?
- Dime.
- Me gustaría llevarte en mi auto sin nada bajo la falda, ¿podrías quitarte la tanga para mí?
Ella se excita, el juego empieza a tener un mando, un control. Sus ojos brillan, lo desea con una intensidad que la marea, su corazón casi sale de su voluptuoso pecho.
- Si eso quieres, eso tendrás.
La sola respuesta, con la mirada intensa y cargada de erotismo, y la voz que le acaricia el oído, le provocan al chileno una erección dolorosa e incontrolable.
La espera mientras ella va a cumplir su tarea. Se tranquiliza y controla el volumen aprisionado de su pantalón. La ve venir, con pasos de gata, sonriente y traviesa. Se levanta a su llegada y la besa ligeramente. Dejan la comida a la mitad, pagan y con prisa abandonan el lugar.
- Tus tacones me matan. – Le dice con voz ronca, encendido y hambriento de ella.
Caminan un poco sin tocarse. La tensión es fuerte. Dando la vuelta a la esquina, llegan al auto de él, le abre la puerta, mira esas piernas iluminar su vista mientras giran hacia el interior. El vestido ha quedado bastante arriba, ella no se preocupa en acomodarlo. Cuando él sube a su asiento, se queda mudo, sólo acierta a dirigir su mano, ya no a la pierna, va directamente a comprobar la desnudez apetitosa. Siente el fino vello, la piel, su humedad. Ella se retuerce, lo mira con intensidad y se acerca a besarlo. Justo en el momento en que sus labios se encuentran y se deleitan en el beso, él mete un dedo en su tierna intimidad. Se agotan mutuamente el aliento. Agitados como están, no son conscientes de la danza de sus manos en el cuerpo del otro; viajan de un lado a otro, palpando, reconociendo, provocándose mutuamente, como un reto, como un duelo en el que la muerte será momentánea, pequeña.
En el momento en que se separan, ella le sonríe, y mirando hacia abajo se desabotona los primeros dos botones de su vestido, dejando ver el contorno de sus senos, libres, tersos, desnudos. Se ha quitado también el sujetador. El hombre la devora desde el cuello y baja hacia esas montañas generosas y exquisitas. Sólo prueba los contornos y su mano le cubre uno de ellos, sintiendo la dureza del pezón enhiesto y su aureola excitada y arrugada. No planean estar ahí mucho tiempo. Arrancan rumbo a la salida a la carretera más cercana, encuentran un motel bastante agradable, él tiene el interés de que ella no se intimide en un lugar corriente, prefiere asegurar la noche a cambio del precio monetario. Entran con discreción al estacionamiento, el motor se apaga, alguien cierra la cortina tras del auto. El inmutable hombre saca billetes de su cartera, paga, asegura la cortina de fierro, sigue en una leve luz la silueta de su auto hasta la puerta del copiloto, abre y extiende su mano para ayudar a su dama, hoy suya, en este instante irrepetible, irrecuperable. Trata de memorizar cada detalle, la suavidad de la mano que sostiene, el perfume femenino embriagador, el cabello que ondula a cada paso, la mirada nerviosa que en este momento lo esquiva. Le permite subir primero la escalera a la amplia habitación. Apenas puede creerse lo afortunado que es; esa cadera que se mueve endemoniadamente a unos centímetros de su mirada, que lo incita.
Entran a la habitación, encienden las luces y ante ellos se descubre una bella estancia con sillones, un escritorio, una mesita redonda con dos sillas, una ambientación cálida, luces en tonos amarillos suaves. La habitación tiene madera en el piso, al fondo la alcoba abierta sin puertas con una gran cama y colcha color vino, muchas almohadas, dos pantallas, una en la estancia, otra en la alcoba. La ventana oculta tras oscuros cerrados. Techos abovedados. Un gran espejo cubre la mitad de la pared junto a la cama. Ella se adelanta al baño, se encierra para calmar su ansiedad. Es el día, el momento, su corazón se sale de su pecho. Le entra un terror inexplicable. Se acostumbra al tono impoluto de los mosaicos blancos de las paredes, contrastando con el piso en tono azul. Una tina amplia al fondo, una regadera aparte, un bidet, los conoce, pero nunca los ha probado. El lavabo es grande, con un enorme espejo y una luz excelente. No hay cortinas. Orina con calma, sintiendo como se relaja a medida que su vejiga se libera. Limpia bien la zona. Se mira en el espejo y de repente ve una mujer. Se reconoce bella. Saca un cepillo de dientes de viajero y se higieniza la boca. Retoca su leve maquillaje. Se da un toque de perfume, instintivamente lo coloca en sus muñecas, lo frota y luego lo extiende en cuello, pecho, se abre la falda del vestido y también procura los muslos. Se acicala el cabello.
- Princesa, ¿todo bien?, escucha del otro lado de la puerta, un poco en demanda, con un toque de dulzura.
Sin contestar abre la puerta y sale hacia el hombre que soñó como muchas estudiantes, pero ella lo tendrá, ella sí.
- Sí, todo bien.
Lo mira cómo la degusta con la mirada. Ha notado su esmero en verse de forma inmejorable.
- Es mi turno, princesa. – Pasa junto a ella posando su mano en su cintura y depositando un beso en su cuello, que la deja temblando de deseo.
Mientras ella se relaja en un sillón, bebiendo el agua de una botellita del servicio en la mesita redonda, enciende la pantalla en un canal de videos musicales. Se ha abierto impúdicamente la falda descubriendo sus piernas casi por completo. Cuando él sale del baño la encuentra de frente mirándolo con timidez. Se detiene a dos metros de ella y disfruta un momento la visión que le regala. Le ofrece su mano y la hace levantarse. En tacones es casi de su altura. Primero enreda sus brazos alrededor de su cintura, la hace sentirse cómoda, protegida. La besa lentamente, deja que ella sea quien le pida más. Es ella quien abre primero los labios. Se prueban, se gustan. La música de fondo los hace balancearse a medida que los besos se encienden. Es ella quien primero extiende su lengua para puntear los labios de él. Todo ocurre por naturaleza pura. Cuando sus lenguas se acarician y sus labios se juntan perfectamente, el abrazo se rompe para que las manos actúen en sintonía: las de él acariciando de arriba abajo las redondas nalgas sobre el vestido; las de ella sujetándose del cuello.
Mariana se olvida del miedo. Siente cómo la aprieta hacia él y la caricia la vence. Se deja hacer. Siente el bulto presionando su vientre. Se miran a los ojos. Sonríen encantados y vuelven al beso que los lleva a un remolino de sensualidad imparable. Las manos de él la recorren desde el cabello hasta los muslos, le abre el vestido y la acaricia disfrutando su desnudez. Le sujeta con decisión el trasero con ambas manos, piel con piel. Ella gime en su boca, su lengua le indica que está preparada y ganosa.
Le abre el vestido, se lo arranca del cuerpo y lo arroja sobre una de las sillas. La tiene desnuda en tacones, preciosa, una diosa. Se quita la camisa. Se abrazan y sienten el ardor de la piel contra la piel. Ella le quita en cinturón, abre el pantalón. Él le ayuda quitándose los zapatos y los calcetines. El pantalón cae al suelo. La lleva al sillón, un love seat amplio y cómodo. Empieza a saborearla. La acaricia de pies a cabeza. Una oleada caliente. Luego sus labios la recorren. Besa el empeine, los tobillos, las pantorrillas, se dedica más en los muslos perfectos. El olor de mujer lo ciega. Pasa de largo el sexo y del vientre se dirige a los senos. Ahora sí los come con deleite. Se los mete en la boca, uno por uno, alterna. Estira los pezones con los dientes. Ella se retuerce, casi llora. Le pone una mano en el sexo. Los dedos reconocen la humedad viva de la flor en su punto exacto. Recorre la vagina completa, abre los labios, el índice reconoce el clítoris henchido. Se queda un rato así, haciéndola vibrar. Con los ojos cerrados ella se retuerce y le avisa que está pronta a llegar a una primera explosión. Curva su espalda y cierra las piernas aprisionando el dedo en su interior. Gime y no escucha el volumen de su orgasmo. No ha terminado de relajarse cuando lo siente cómo se levanta, se quita el bóxer mostrando un miembro grande y tieso, lo mira en silencio colocarse sobre ella, abrirle las piernas en lo alto, casi sobre los hombros. Siente sus dedos robarle su humedad íntima y lo mira cómo humedece el miembro con ella. Se acerca a ella lo suficiente para que ella sienta el glande abrirse paso entre los labios. Se detiene cuando siente el himen bloquear la entrada, y el grito de ella alarmada, y sus uñas apretando sus brazos con temor.
- ¡Ay! – gime ella femenina y frágil.
- Quieta princesa, esto será rápido, lo difícil es sólo un momento.
- Hazlo, mi amor, no me hagas caso. – le ofrece ella, entregada y sumisa, segura de él.
La besa dejando quieto el pene en la entrada. La siente relajarse y aumentar la intensidad del beso. La nota desesperada pegarse a él. Deja que su peso haga el resto. La penetra triunfante ante un grito agudo y desagarrado. Se queda quieto sólo cuando siente la penetración total.
- Listo, princesa, está hecho. – la mira con ternura, y le da besos pequeños por toda la cara.
- Gracias, amor, gracias, ¡qué horror, qué ardor! – ella ríe y lo besa con deseo.
Empiezan a moverse. Se desliza fácilmente por la abundante lubricación femenina. Lo hace lentamente, con control, con maestría. Lo saca por completo y mira los restos de sangre. Vuelva a penetrarla. Le excita terriblemente verla abrir los ojos y la boca al sentirlo hasta dentro. Tanto que vuelve a hacerlo, una y otra vez. Le come la boca. Gimen al ritmo de las embestidas que toman ritmo. Él siente punzadas en la base del miembro. No quiere terminar todavía. Se relaja quedándose quieto mientras la besa. Parece no cansarse de besar. Lo recibe y generosa devuelve cada beso gustosa.
Sale de ella y se sienta. La llama sobre él.
- Ven aquí, preciosa, ven. – Su erección es dolorosa, magnífica. Ella empieza a tomarle un gusto morboso, lujurioso.
Se coloca sobre él y se deja caer sobre el mástil. Se empieza a dar cuenta de que es bastante escandalosa. Creía ser callada y discreta, pero no, le es imposible reprimir sus gemidos. Empiezan a sudar copiosamente. Las manos de él lo sienten por toda la fina espalda.
La sujeta de los brazos y los mantiene atrás, primero la deja pegada a él, los pechos húmedos de sudor unidos, los amantes como un solo cuerpo recargado en el respaldo del sillón. Empieza a penetrarla repetidamente, con fuerza. Ella ayuda moviendo la cadera arriba y abajo. Se ensarta una y otra vez. Siente cada milímetro del pene recorrerla por dentro. Después la endereza con firmeza sin dejar de inmovilizarle los brazos. Lleva su boca a los hermosos y grandes senos, se los come, ella gime con más volumen y lo mira excitada, goza la técnica y dedicación sobre su cuerpo. El amante mantiene el ritmo y profundidad. Libera los brazos sólo para aferrarse a las nalgas, las aprieta, las acaricia, las abre, las hace subir y bajar. Ella aumenta el ritmo, siente la oleada aumentar su salvaje intensidad. Explota y se pierde a ella misma, se nubla y se va de su propio cuerpo. Gime, casi grita. Tiembla. Se relaja. Se queda encajada. Le viene un ataque de risa. Él la calma, le da besos, tiene una enorme necesidad de descargarse dentro de ella pero el juicio lo ayuda a controlarse. Respiran profundo. Siente los espasmos de la hermosa joven alrededor de su miembro. Opta por salirse y contenerse. Es un esfuerzo sobrehumano. Espera un final inmejorable.
- ¿Cómo estás, princesa, te ha gustado?
- Claro que sí, amor, es lo mejor que me ha pasado. – Lo llena de besos.
- Vamos a la cama, todavía quiero disfrutarte mucho tiempo. – Van abrazados y se recuestan complacidos. Ella radiante, preciosa, segura de su belleza no hace por cubrirse. La noche es cálida, inolvidable.
El extranjero pide servicio al cuarto, vino blanco bien frío, plato de quesos y aceitunas. Platican intercambiando caricias. Beben con sed y adelantan bastante la botella. Agotan la comida. Se besan. Ruedan uno sobre el otro. Ríen, se hacen cosquillas. Ella va al baño, se limpia los restos de lo ocurrido sentada en el bidé. Escucha nudillos en la puerta. Mira cómo él entra sin importarle su intimidad. Continúa acariciándose y limpiándose delante de él. Lo mira con asombro cómo se erecta sólo de mirarla. Toda ella es un mar de sensaciones. El agua tibia en su sexo la hace acariciarse y dejar limpia la zona, y lista para seguir amando. Su hombre se ha metido a la regadera, lo mira curiosa cómo se baña rápidamente. Se excita cuando él se limpia minuciosamente el miembro que la ha hecho sentir tanto…tanto. Se miran como invitándose, uno con el pene en las manos, la otra con la mano en su sexo listo para más. Todo lo que había pasado desde las 2:00 cuando Mariana salió de clase y fue al cubículo de su maestro. Todavía no dan las 11:00. Ella, pendiente de todo, tomó nota de la hora al levantarse de la cama. Cuando el chileno está cerrando la llave del agua, ella lo sorprende pegándose por atrás en un abrazo. Le besa la espalda. Él se da vuelta y la besa, ahora sin tacones más baja. La moja con su cuerpo. La siente tibia.
- ¿Me bañas? -, quedé sudorosa y tú ya estás muy limpio.
- Claro que sí, hermosa, ponte bajo el agua. –
Abre la llave nuevamente y la moja bien con agua caliente. La enjabona a placer, el cuello, el cuerpo, juega con sus manos enjabonadas en los senos turgentes que reaccionan. Luego el vientre, las piernas, una por una. Se arrodilla frente a ella para lavarle los pies. Luego asciende, la besa mientras le enjabona el sexo. Resbala los dedos hacia atrás, como no queriendo, toca los pliegues traseros, prohibidos, vírgenes. Ella se contonea. Luego la voltea, le pide apoyar sus manos en la pared. Ella obedece, con los pies separados. La enjabona desde las piernas hasta la espalda. No protesta cuando un dedo enjabonado le lava lentamente la entrada trasera. La enjuaga. La abraza desde atrás haciéndola sentir su erección. La besa en el cuello, en una oreja. Sus manos en sus senos. Ella no se mueve, sólo cierra los ojos y se dedica a sentir, entregada. La mano baja al sexo, acaricia, abre los labios y penetra con un dedo. Ella gime aceptando el placer. Se hinca atrás de ella, le besa las nalgas, las acaricia, la hace inclinarse. Abre las carnes suculentas y busca su sexo. Comienza a darle un oral dedicado y perfecto. Ella se pierde en sensaciones, está encendida, lo quiere todo, siente cada toque y lo disfruta. Cuando la nota excitada y nuevamente lubricada le manda un dedo hasta el fondo del sexo. Ella se deja. Puja, gime. La abre otra vez y descubre su rosado y encantador ano. Mueve el dedo dentro de ella, la explora y busca sus zonas de placer, está encharcada, lista. No se puede contener, su lengua va a los pliegues nunca antes visitados. Ella respinga, pero no se mueve, acepta la caricia. Pronto encuentra el placer insospechado. Así le mantiene un rato, le regala un segundo dedo en su interior y las caricias por atrás se hacen más intensas, la lengua va y viene, puntea en su centro, la chupa, se desvía en chupadas hacia las nalgas y regresa. Los dedos entran y salen resbalando con facilidad. Ella empieza a moverse más. Cuando se da cuenta, está solamente recargada en una mano, la otra le está ayudando abriendo una de sus nalgas. Él lo toma como señal y luego de humedecer el índice de su mano libre, comienza una caricia decidida sobre el ano. La tiene a dos manos, una delante y otra detrás. Está tan excitado que necesita penetrarla así como la tiene. Piensa en cogerla por atrás, pero también tiene la idea del daño que le hará. No es el momento, no en su primera vez. Será en otra ocasión. Ya sabe que está dispuesta.
Se levanta y así como la tiene, sostiene su miembro duro y la penetra de una. Ella gime de gusto. Él se pega a ella. Se abraza con las manos en sus senos. La penetra profundo y comienza una cogida fuerte. Se siente excitado pero en total control. Marca el ritmo, a veces fuerte, a veces lento, largo. Ella le hace saber su necesidad parando la cadera, buscando hacia atrás, acomodándose para una penetración total. Mariana se vuelve loca, lo busca, lo aprieta, la asalta un orgasmo tremendo, largo y brutal. Se queda pegada a la pared del baño. El chileno está en control, se queda quieto hasta el fondo de su vagina. Ella disfruta cada segundo la manera en que las sensaciones se van relajando sin perderse del todo. En ese momento cree que lo ama, le tiene un agradecimiento gigante. Siente algo de frío, le pide quedarse quieto dentro de ella. Busca la llave del agua, el chorro caliente alcanza a los dos. Y vuelve a reír, satisfecha. Lo siente totalmente duro dentro de ella.
Así penetrados voltea la cabeza y busca la boca de su amante. Se besan deliciosamente. Las manos del hombre le aprietan los senos.
- Me vuelves loco, princesa, eres preciosa, única, toda una mujer.- La voz ronca y de amante enloquecido, más el escozor en su vagina luego de tan fuerte evento la hacen decidirse.
- Te quiero, Sebastián, eres increíble, y quiero algo más de ti.
Antes de esperar respuesta de su maestro soñado, lleva su mano atrás para sacar el pene de su vagina, y sorprendentemente para él, para ella también, se inclina totalmente ante él y sin soltar la vara tiesa la lleva poco a poco hacia el ano. Se empuja con trabajo. Siente la punta tratando de abrirla.
- ¿Estás segura, princesa?-, le pregunta el incrédulo y afortunado amante.
- Lo quiero, pero creo que no podré, amor.
- Espera, me pondré algo de jabón, tú tranquila.
Se pone jabón líquido en la mano, lo unta primero en el glande, luego en el culo de Mariana. Empuja con el dedo y mete la punta del índice. Ella se queja pero lo deja seguir. El dedo se pierde lentamente en el interior delicioso de la mujer. Mientras, le besa los hombros, el cuello. Juntan sus lenguas, respiran agitados. La abertura es pequeña, no acepta un segundo dedo. La sigue estimulando. Cierra la llave y saca el dedo de su interior. Toma la toalla y la seca, luego se seca él. Ella está algo decepcionada de sí misma, por no poder regalarle ese placer. Él le sonríe y le devuelve la confianza. Ya secos la besa envuelta en la toalla.
- Vamos a la cama, hermosa, no hemos terminado.- Mariana, se siente feliz. Está relajada, algo cansada, pero lo desea, no está satisfecha, quiere que él explote como ella lo ha hecho a lo largo del día.
Se recuestan en la cama y es ella quien lo busca primero subiéndose sobre él. Recuesta su cabeza en el pecho, lo abraza y siente su abrazo. Se dicen cosas bellas. Se dan calor mutuamente. Él gira y queda sobre ella. Con su pierna abre las de ella. Su miembro busca la entrada. Penetra en una humedad deliciosa. Luego se sale. Tiene una idea.
- Princesa, ¿harías algo por mí?
- Lo que me pidas, amor. ¿Quieres intentar otra vez lo del baño?
- Sí, pero primero otra cosa.
- Claro, dime lo que quieres que haga.
- Quiero que te sientes sobre mi cara.
Se acomodan. Ella arrodillada ofreciéndole el trasero, y teniendo al alcance ese pene que le había vuelto loca ya varias veces, incluso cuando se vació en su mano más temprano por la tarde. El hombre se deleita en la vagina, la devora, le lame, le regala sensaciones extraordinarias, luego sube, degusta el ano y se da gusto abriendo sus pliegues. Ella gime encantada. Le demuestra cuánto le gusta. Su mano ya está frotando el pene totalmente erecto. Juega con el escroto, aprieta los testículos. Se da gusto mientras en su entrepierna las sensaciones son intensas. Recorre la funda, el prepucio, descubre el glande, cabezón y húmedo. Su conciencia le dice que debe probarlo. La naturaleza poderosa la domina. Se inclina y lame la punta. Al hacerlo despliega el esplendor de su trasero ante su amante. La penetra con un dedo, con dos, mientras la lengua moja y prepara el ano. La excitación en ambos es de nuevo intensa. Ella va metiendo a cada movimiento un poco más carne. Le excita. Su mano toma los huevos, sus dedos también buscan profundidades. El amante lo nota y le facilita el acceso. Abre las piernas y sube la cadera, con ello le penetra más la boca y le permite a los sutiles dedos alcanzar su ano. Él puntea con un dedo la entrada trasera. Ella se lleva el dedo a la boca, y lleno de saliva lo coloca también en la de él. Luego su boca vuelve al miembro y se llena de él. Se penetran lentamente, mutuamente. Un segundo dedo, con trabajo y algo de dolor mutuo, los dos, entrando y saliendo hasta meterlos por completo. Ella tiembla, él se retuerce. Mariana prueba por vez primera el líquido preseminal que brota del dulce que tiene en la boca. Siente la textura viscosa pero más líquida que lo que tuvo en la mano. Le gusta, traga. Con la mano aprieta el pene, sale otra gota cristalina. Con la lengua la recoge. Ya no siente incomodidad en su cola mientras los dedos entran y salen.
El hombre ya se ha deslizado por atrás de ella, manteniéndola en cuatro, se pone de rodillas, mide la altura, ella es alta, así que le queda bastante arriba de su objetivo, sostiene el miembro y le guarda el glande en la vagina. Ella voltea y lo mira, sonríe, siente las manos masculinas empujando su espalda hacia abajo, haciéndola poner la cabeza sobre la cama. Lo siente entrar completo. Una, dos veces, la bombea con deleite. Después le toma las piernas y la hace abrirse más, bajando su altura. Él sube el pie y se queda sobre una rodilla. Saca el pene mojado y lo apoya en el pequeño orificio. Una, dos veces. Puntea y abre la entrada. Se moja dos dedos y deposita saliva abundante en la entrada antes de intentarlo de nuevo. Ella inmóvil espera el empuje definitivo. El glande se abre paso, estira los pliegues y se adentra lento, decidido, sin dar marcha atrás. La joven hembra se queja, sufre, aguanta, no se mueve. Al fin siente el esfínter abrirse y dejar entrar al intruso. La ha clavado a la mitad y el ardor es inmenso. Toma un poco de respiro, se retira un centímetro y vuelve penetrando dos, otro hacia atrás, y dos hacia adelante. Mariana aguanta y le salen lágrimas sobre el colchón. Lo siente cómo se envalentona y la parte en dos. El amante está en el cielo, las paredes del recto le abrasan y le abrazan el miembro. La suavidad de la flor violentada. Hoy cobra doble premio, dos virginidades entregadas. Empieza a entrar y salir. Ya no aguanta. Sabe que se vaciará, que dejará ir su vida en ese agujero divino. Ella empieza a gemir cuando siente las manos del hombre sujetarla fuerte de las caderas. Lo escucha gemir, lentamente aproximarse al paroxismo.
- Princesa, me voy a venir dentro de ti. – alcanzó a decirle a mitad del apasionado combate.
- Vente, amor, termina, soy tuya, tuya. – le contesta llena de pasión y entrega.
- Ooooohhhh, aaaahhhhh – empezó a gritar al sentir las contracciones en la base del pene.
El resto fue un grito primitivo y salvaje. Se quedó quieto al fondo de ella, vaciándose. Sintiendo las contracciones que no se detenían. Ella también notó cada disparo, cada pulsación. Un sentimiento de satisfacción la invadió y la hizo dichosa. Ambos goteando sudores, terminaron el acto sublime, quietos, callados, sin aliento, rendidos, satisfechos.
No se dio cuenta cómo se quedó dormida. A las 4 de la mañana dio un salto y despertó llena de angustia.
- ¡Sebastián, Sebastián, vámonos, es tardísimo!
Su amante abrió los ojos y todavía dormido empezó a vestirse. En cinco minutos estaban listos para salir, sin bañarse, oliendo a sexo, sudor y hormonas gastadas. Ya no importaba. Atinaron solamente a echarse agua en la cara y el cabello. Se peinaron, se enjuagaron la boca y salieron casi corriendo. La llevó por su auto, y luego la acompañó hasta su casa. Tuvo suerte de que sus padres estaban dormidos, entró silenciosa y durmió hasta muy tarde. Él llegó a casa sin dar explicaciones, siempre llegaba tarde, no era una novedad. El día siguiente empezaría como cualquier otro. Cada quien a lo suyo.