El destino de Mariana. Parte II

Mariana, una universitaria, toma decisiones que definen su vida de mujer.

Amanece con un calor inusitado desde primera hora. Mariana culmina su ejercicio antes de hora porque tiene pensado dedicar más tiempo a su arreglo. Está pensando en la tercera cita con el pretendiente. Y de una forma retorcida también está pensando en ir guapa a la universidad, no precisamente para que la vean sus compañeros, sino el vigilante y su maestro favorito. Mientras se da un baño piensa en su vida, sus 21 que siguen sumando tiempo, tiempo cruel y continuo, imparable. Su precepto se tambalea ante sus deseos y ante la idea de hacerse vieja muy pronto. Se da cuenta de la verdad que la acecha: o se casa pronto, o no llegará ‘pura’ al matrimonio. Ni siquiera tiene todavía un candidato ideal con quién imaginar su vida entera, ¿y cómo tenerlo?, si no ha comparado, no ha experimentado, no ha conocido, no ha vivido. Sabe que si toma el teléfono, el pretendiente querrá verla de nuevo, y que habrá besos y caricias, y ganas, y proposiciones. No se siente fuerte para resistir. Piensa que será mejor enfriar un poco la situación dejando de verse unos días, pensar, recapacitar, tomar el ritmo que a ella le conviene (le ‘conviene’… duda), o más bien, teme cometer una locura de la que luego pueda arrepentirse, como tantas veces la sermoneó su madre.

Se viste de acuerdo a su ánimo y al clima: una falda larga muy delgada de algodón blanco, de las que envuelven y se anudan en la cintura, con una larga abertura frontal, una blusa roja también ligera y ajustada, con botones a la altura de los senos, una mascada, peinado recogido, un perfume ligero y fresco, sandalias de piso. Se miró en el espejo desnuda, y se gustó; luego vestida, y confirmó su aprobación. Luego del breve desayuno familiar sale de casa, monta en su auto y se enfila a la escuela. Al llegar, el vigilante identifica su auto y sale de su casetita a fin de estar más cerca de donde ella pase. Le envía un saludo cortés mientras la sigue con la mirada al tiempo que la ve alejarse hacia el estacionamiento. Cuando se estaciona se descubre asombrada caminando hacia la entrada donde está el vigilante. Está consciente de que no hay motivo pero necesita que la mire completa. Busca en su mente un pretexto para hablarle.

-         Buenos días, Manuel, ¿me permite un momento, por favor?

Azorado, el vigilante se queda mudo ante la bella presencia y esa voz que le llamó a sus espaldas.

-         Señorita, buenos días, perdone, pero me ha tomado desprevenido.

-         Discúlpeme, Manuel, sólo quería molestarlo con una pregunta: ¿usted es casado?

-         Este… bueno… sí, señorita…

-         Mariana, Manuel, usted no es un viejo, dígame solamente Mariana.

-         Mariana, sí, este… yo… sí estoy casado, pero no puedo contarle toda mi historia.

-         Ah, ¿entonces hay una historia?, bueno, me gustaría que me la contara un día. Le pregunto esto porque conviviendo con una mujer le puedo preguntar si lo que llevo puesto le parece correcto para hacer una presentación en público; es para una tarea.

-         Ah, ya veo, pues no sé cómo decirle…

-         ¿Acaso estoy mal vestida?

-         No, Mariana, sólo le diré que está usted perfecta, no sólo para su tarea…, pero no le digo más porque no quiero que me mal entienda.

-         No tendría por qué, usted es un hombre muy amable y educado, por eso tuve la confianza de venir a preguntarle.

-         Es usted la estudiante más bella que mis ojos hayan visto, y lo que se ha puesto hoy no hace sino resaltar esa belleza. Usted es un sol por el que vale la pena levantarse cada mañana.

-         Qué cosas dice… seguro su esposa está feliz con alguien tan amable como usted, Manuel.

-         Pues qué le puedo decir, mi historia es muy diferente, ya casi no nos tratamos, Mariana, actualmente prefiero estar aquí que en casa con todos los problemas.

-         Perdóneme si me he entrometido, no fue mi intención. Además, debo irme ya para no perderme la clase. Le agradezco la ayuda. Y de su historia, tal vez me cuente otro día.

-         Seguro que sí, Mariana, que tenga muy buen día.

-         Igualmente, Manuel, que tenga bonito día.

Nuevamente al alejarse siente la mirada del hombre traspasar su ropa, y no le disgusta, no le molesta para nada, se contonea alegre hasta perderse de la vista de su admirador. La primera clase la tiene con su maestro favorito. Siempre de pie junto a la puerta para cerrarla al entrar el último en llegar y poder iniciar la cátedra. Ella le regala su mejor sonrisa y pasa cerca de él.

-         Buenos días, maestro.

-         Buenos días, Mariana, qué agradable perfume el suyo.

-         Gracias.

Ha hecho contacto, no sólo visual, es consciente de haber llamado la atención de alguien que le interesa realmente. No piensa en reprimirse bajo valores religiosos y morales. Se siente segura y alegre, viva. Se sienta cerca de las primeras filas, cruza las piernas dejando a la vista algo más arriba de la rodilla. Juega a ver qué tanta atención puede despertar en su maestro. Al terminar la clase, repite la estrategia de la mañana, se acerca al maestro con una pregunta, al menos no tonta, sobre el tema visto. Salen juntos del salón para dejar espacio a la siguiente cátedra.

-         ¿Entonces la vida hace dos siglos era muy diferente?, yo pensaba que eran conservadores, religiosos, monógamos.

-         No, Mariana, eso no sucede, lo que cambian son las apariencias.

-         ¿Por qué entonces insistimos en las relaciones con una sola pareja?

-         Bueno, Mariana, en todas partes y en todos los tiempos, las parejas tienen sus secretos.

-         ¿Por qué nadie nos enseña eso?

-         Porque son secretos… - su maestro remata la frase con una sonrisa encantadora para ella.

-         ¿Usted y su esposa tienen secretos?

-         ¿Por qué preguntas?, todas las parejas tienen secretos, todas.

-         Dígame, sin entrometerme, ¿es fiel, su esposa le es fiel?

-         Claro, pero eso no depende de una cama o del sexo.

-         Yo me refería a eso.

-         No puedo contestarte, son se-cre-tos.

-         Me deja en las mismas.

-         ¿Ya estás pensando en casarte?

-         No, para nada, maestro, pero quisiera saber más.

-         Tal vez algún día tengamos tiempo de platicar más. Eres inteligente.

-         Gracias, hasta luego maestro.

-         Hasta pronto, Mariana.

Nuevamente, la misma estrategia, se aleja de él esperando que la mire. Y siente ojos que la recorren, y se alegra, ríe. Se siente como niña cuya travesura resultó a la perfección.

Ese día ni se ve con el pretendiente, ni le apetece llamarle o conectarse por Internet. Se ocupa de sus clases de idiomas, y por la noche aplaca sus ansias con pensamientos que involucran primero a su maestro, e inexplicablemente al vigilante también.

Estaba recuperando la respiración luego de la tremenda sacudida que la relaja, cuando suena el teléfono. Su pretendiente con voz angustiada le pregunta la razón de su olvido o su indiferencia hacia él. Ella esgrima pretextos convincentes y terminan hablando media hora de lo que fue su día por separado. Él propone, ella duda; él insiste, no acepta negativas; ella claudica, acepta verse al día siguiente para otra película que, ambos lo saben, no verán completa.

Por la mañana tiene una leve discusión con su madre. Siente que la reprime, o que tiene un miedo atroz a que un vago la pierda y nunca recupere el camino. Mariana la tranquiliza, pero el en el fondo piensa que en su vida deberá contar alguna experiencia con algún vago, con todo tipo de hombres, si quiere aprender algo en la vida y nunca arrepentirse de lo que no vivió por cobardía. Se pone unos jeans y una blusa blanca, sencilla, sin pensar demasiado en el día ni sus actividades.

Esta vez se va más temprano a la escuela. Llega antes que todos con la idea de conversar un poco con el vigilante.

-         Manuel, me dejó intrigada el otro día.

-         ¿Por qué, Mariana, qué fue lo que dije?-, contesta el vigilante sin poder evitar desviar levemente la mirada hacia sus senos.

-         Eso de que no se lleva bien con su esposa. Yo lo veo y me parece un hombre tranquilo, feliz. No pensaría que tiene problemas como dijo.- Su mirada también siente un magnetismo hacia la zona del bulto indiscreto del hombre.

-         Mariana, si supiera, llevo casi un año soportando una relación por mi hija. Es muy pequeña y yo la quiero mucho. No pensaría separarme de ella. Pero esa mujer que un día me volvía loco, cambió por otra que apenas reconozco. Dormimos separados. Tratamos de que mi hija no se de cuenta. Pero yo ya no sé qué hacer.

-         Ay, Manuel, qué triste. No quise ponerlo así. Verá que todo se arregla.

La profunda tristeza del vigilante la conmueve, y ese apego a su hija le resulta un detalle encantador que no pasa desapercibido. Sin reflexionarlo, estira sus manos y las apoya en los fuertes brazos de ese hombre que parece desconsolado y frágil. Él le sostiene la mirada mientras siente esas manos tersas de princesa tocando sus bíceps. En un lance valiente da un paso adelante y la abraza sin mediar palabra, sólo la sostiene entre sus brazos unos segundos y luego la suelta dejándola inmutable. Ha sentido de cerca ese cuerpecito leve y tibio, su olor lo embriaga. Su mirada recorre la hermosura de su rostro y se queda suspendida en sus labios que en ese instante parecen abrir una pequeña ventana tentadora. Labios carnosos para morder y devorar. Un aliento y un sabor que se antojan irremediablemente. El vigilante siente cómo su cuerpo tensa el pantalón del uniforme. Trata inútilmente de reprimir su pujante virilidad. Todavía a un paso de esos labios, mira los ojos de ella recorrerlo completo, deteniéndose en esa parte que ya le incomoda y donde siente pulsaciones. Un momento que parece eterno. Todo sucede en silencio. De repente ella lo mira a los ojos, le dedica una gran sonrisa. Le agradece su confianza y se despide sin esperar respuesta. La mira alejarse contoneando esas caderas candentes y rítmicas. Se queda en silencio, de pie a mitad del paso de los autos que, unos minutos después, transitan llenando de actividad el entorno universitario.

En sus clases, ella no deja de pensar en ese momento, en el cuerpo sólido del vigilante, en su olor a jabón, en la tristeza de sus ojos y, por supuesto, en la deformidad de su pantalón ocasionada por ella. Le gusta la imagen evocada y se siente orgullosa de los efectos que provoca. Le inquieta que el vigilante le robe tantos pensamientos. No fantasea con su maestro, tampoco con su pretendiente. Quien la tiene inquieta y humedecida es el hombre maduro con quien jamás tendría una relación. ¿Será por eso que le resulta más tentador?, la naturaleza humana complicándolo todo.

Sale de la universidad, se despide como si nada hubiera ocurrido con el vigilante quien la ve alejarse y le recuerda lo ocurrido provocando nuevamente reacciones en su cuerpo. Ignora que a unos 20 minutos en auto un pretendiente ya la espera ansioso, con regalo en mano, un plan para vencer la voluntad de la ardiente esquiva, y una excitación desbordante.

Cuando el novio, si se le puede llamar así, la ve venir, sólo un impulso animal y primitivo lo controla: la desea como no ha deseado a nadie, nunca en sus calenturas de fin de semana ni con sus amigas con derechos ha tenido esa contención enloquecedora. Tiene que ser de él, se repite mientras ella se acerca. Se dan un buen beso y un abrazo cargado de cariño y muchas otras cosas más. Todavía pegados uno en la otra, y amarrando los brazos tras su breve cintura, le dice al oído, cuidando de rozar intencionalmente la oreja huidiza y vibrante, y sintiendo la generosidad de esos senos oprimidos sobre su pecho: - Estás preciosa, soy el hombre más feliz del mundo.

Ella siente su cuerpo en ebullición. Se separa cariñosamente de él, le regala un beso húmedo y le sonríe como cualquier novia feliz.

-         ¿A dónde me llevarás hoy?, le pregunta con un modo de niña y mordiéndose el labio.

-         Te llevaría a la luna, pero vamos despacio, primero al cine, amor, luego a tomar algo.

-         Perfecto, tengo sed.

-         Y tendrás más si no compramos algo para la película.

Ambos saben de lo que hablan, tienen experiencia en los besos y él en otras cosas. Eligen una película, por elegir, y entran a esa oscuridad maravillosa y cómplice. Ella por delante va subiendo la escalinata y él se deleita con el bamboleo de su hermoso cuerpo. Se ubican lejos de la gente, y tomados de la mano sobre la pierna de ella, aguardan al inicio de la película; ésta era de acción, con efectos especiales, música estridente en el ya clásico volumen insano de los cines comerciales de hoy. Aun en la oscuridad del fondo de la sala, el volumen de los senos de Mariana se adivina al reflejo de la luz emitida por la pantalla. Deja la mano del varón sobre su pierna mientras bebe su agua y deja que la humedad visite sus labios. Siente el calor incitante de la mano acariciarla y apretarla, subir sigilosa y tímidamente hacia la ingle. Luego siente un beso en la mejilla. Al voltear encuentra labios hambrientos de los suyos. Se deja llevar, besa sin miedo, sin reparo. Las lenguas que ya se conocen se saludan y reconocen. El calor aumenta. Lo siente acercarse hacia ella. Le toma la nuca para dirigir el beso. La otra mano reconoce el algodón de su playera, primero en su cintura, después en sus últimas costillas. Ella reconoce el tórax duro, joven, brioso. El beso sale de su boca y lo siente recorrer su rostro buscando su oreja. Las sensaciones son deliciosas. No puede, no quiere detenerlo. Cuando los labios llegan a la oreja y la lengua la prueba, la mano hábil toca por primera vez uno de sus senos. Apenas lo abarca, lo aprieta y acaricia. El beso ya se anida en su cuello. Y ella, traviesa, se descubre instintivamente tocando el muslo masculino. Se agotan el aliento mutuamente.

Una pausa evita que se desboquen las emociones. Ambos beben y casi agotan su previsión de agua. Ven la película y ya no comprenden lo que sucede. Mariana se siente contenta, libre, intensa. La vida en plenitud por sus venas y el fulgor de su belleza hacen que irradie. No pasan diez minutos antes de que vuelvan a estar enredados comiéndose a besos. Lo deja aferrarse de sus senos. Ella toca por vez primera el bulto enhiesto que tensa el pantalón y provoca un montículo que le fascina. Sus dedos recorren, su mano aprieta y siente la reacción de él en los besos que le prodiga. Mira alrededor y nadie está pendiente de ellos. Cierra los ojos y se dedica a sentir. La cosquilla de su entrepierna que aumenta cuando siente la mano de él encima.

-         Mi amor, no puedo más, quiero llevarte a otro lugar, solos.

-         No, por favor, aquí estamos bien.

-         Pero mira cómo me tienes y cómo estás tú.

-         No puedo, no debo.

-         Mariana, por favor, ¿no es un buen momento?

-         No, amor, hoy no. Vamos a vernos el sábado. Quiero estar preparada, vamos a donde quieras, pero hoy no, te lo suplico, tengo que llegar temprano.

-         ¿Prometes que el sábado, amor?, ¿iremos el sábado?, te llevaré a un lugar bonito para que te sientas a gusto.

-         Gracias, amor, te quiero.

-         Estoy loco por ti, Mariana.

Estaba decidido. Acabaría de una vez con esa situación insostenible. Estaba demasiado caliente para pensar en detenerse, contenerse, reprimirse. Sería el sábado, y sería él, su novio, como debe ser… aunque no esté enamorada…

La memoria del tacto en su mano la acompaña en su descarga solitaria antes de dormir…

De ahí en adelante, el tiempo la ahogaba, tenía tantas ansias que se masturbaba dos veces al día y seguía sintiéndose necesitada. Los calores de la primavera la tenían en un estado de calentura constante. Vestía ligera y su tiempo en la universidad no ayudaba, las miradas constantes de los hombres le inquietaban. Fue un jueves diferente. El vigilante no estaba en su lugar como siempre. Se preguntó si algo le pasaría. Luego, en su clase con el chileno notó la mirada insistente hacia sus piernas. Dejó que su falda subiera y fingiendo descuido cruzaba una pierna sobre otra, y luego cambiaba postura mostrando toda su hermosa longitud. Su maestro favorito se mostraba nervioso, pero no podía apartar la mirada de tan suculento panorama. Al final de la clase, como siempre, al ser la última en salir del salón, mientras acomodaba su cuaderno en su mochila, dando la espalda, no se percató de que el chileno, ahora hombre solamente, la degustaba visualmente de cabeza a pies y de vuelta, disfrutando su anatomía. Se acercó a ella hasta tenerla tan cerca como para percibir su delicado perfume.

-         Mariana, ¿podría venir a mi cubículo al terminar sus clases?, tengo un proyecto en que la quiero incluir y necesito darle los detalles. Serán unos diez minutos.

-         Claro, maestro, salgo a las 3, con mucho gusto.

Sintió la mirada del maestro atravesarla mientras le sonreía. Se despidió y salió. Mariana se sintió halagada, por haber llamado la atención de su mentor, y por el reconocimiento a su capacidad intelectual. Ambas cosas la hicieron sentirse orgullosa y segura.

Al salir de sus clases, fue al cubículo del chileno, llamó a la puerta y entró. Él se levantó para recibirla y la acompañó a la silla con su mano sobre la espalda. Una descarga eléctrica la recorrió entera. Sintió erizarse toda su piel. Disimuló. Él fue a su asiento del otro lado del escritorio, no sin antes posar su mirada en esos muslos tentadores. También disimuló.

-         Mariana, le llamé porque estoy elaborando un trabajo muy interesante y necesito alguien de confianza para transferir mis borradores. Este trabajo terminará en un libro nuevo. Ya conseguí el apoyo de la universidad y de una editorial para su publicación.

-         ¿En verdad?, qué interesante, maestro, gracias por su confianza, cuente conmigo y mi discreción.

-         Gracias, Mariana. Espero que venga y dedique al menos unas dos horas diarias a este proyecto. Debemos terminar este mes el borrador final para cumplir el plazo que nos pide la editorial.

-         Haré lo mejor que pueda. Si necesito tiempo adicional, o si por alguna razón no puedo quedarme a trabajar, podría llevarme algo para escribir en la noche en casa.

-         Así será, Mariana, espero no quitarle mucho tiempo en sus noches.

-         No se preocupe, disfrutaré que lo haga.- No podía creerse lo que acababa de decir. En un doble sentido se le estaba ofreciendo. De repente sintió cómo se ponía roja de pena.

-         También a mí me gustaría, Mariana, y si le parece, en este ámbito externo podríamos hablarnos con confianza, al fin que nos veremos a diario.

-         De acuerdo, háblame de tú.

-         No se diga más. El lunes empezamos. Pero antes quiero que leas algunos borradores y te los lleves para corregir el fin de semana en tus tiempos libres, para adelantar.

-         Claro, ahora no puedo porque muero de hambre. Pero me llevaré lo que quieras y el lunes ya traeré algo empezado.

-         ¿Comerás con alguien?, no quiero entrometerme, pero yo pensaba comer aquí, y si quieres podemos comer en un lugar cerca de aquí y nos llevamos algunos papeles para que te explique el tema y la estructura del trabajo.

Ella estaba libre por el resto de la tarde. Quedó con el novio de no verse hasta el sábado y compensar la ausencia con la promesa del último encuentro. Quería estar con su maestro, ya hombre solamente afuera de la universidad. Físicamente le encantaba. Intelectualmente le atraía más allá de la decencia.

-         Pensaba comer sola, pero si quieres, vamos, tengo tiempo.

-         Excelente, vamos entonces.

Cada quien tomó su auto, se encontraron en un restaurante cercano, comieron, platicaron, rieron, se gustaron mutuamente, o terminaron de gustarse, porque ya había algo previo, mudo y latente. Sentados uno frente al otro, se hablaban con la mirada.

-         Me vino una idea a la cabeza, pero no te la puedo decir.

-         ¿Te pones misterioso?, puedes decirme qué es.

-         No, no es correcto, mejor te enseño algunas notas.

-         Entonces no te diré tampoco lo que estoy pensando.

-         ¿Misteriosa conmigo?, eso es venganza, no se vale.

-         Supongo que algún día diremos lo que estamos pensando en este momento.

-         No lo sé. Deseo que así sea.

-         Yo también. Ya veremos.

La seducción flotaba. Ellos lo sabían. Él sacó unos papeles de su portafolios. Se levantó para ir a tomar la silla junto a ella. Mientras hablaba, él la miraba, su rostro bellísimo, sus piernas desnudas, sus senos generosos. Ella también analizaba su cara, sus manos, su boca al hablar. Pensó para sí cómo besaría ese extranjero. Se sabía observada y eso le encantaba. Lo que era incómodo en otros, en él lo estaba disfrutando. Exhibirse para él. Se miraban el fondo de las pupilas.

-         Soy casado, Mariana, pero me encantas, lo tienes que saber. Desde inicio de clases. No puedo por muchas razones, pero no puedo tampoco evitar tenerte en mi cabeza.

-         Yo tengo novio, Sebastián, pero siempre me has gustado. Y qué bueno que me lo dices, porque pienso lo mismo, y también he pensado en ti fuera de la escuela.

-         ¿Qué vamos a hacer, señorita?-, le preguntó sincero mientras le tomaba ambas manos entre las suyas.

-         No lo sé. Nos tenemos que seguir viendo, y trabajando juntos. No tiene caso negarlo.

-         Es peligroso, pero estoy de acuerdo, no quiero reprimirlo.

Tácitamente se declaraban su atracción mutua y se estaban acariciando las manos provocándose sensaciones deliciosas.

-         Cierra tus ojos, Mariana-, ella, obediente, los cerró al instante.

Sintió cómo se acercaba su hombre imposible, lejano, prohibido, hasta finalmente depositar en sus labios el más delicioso de los besos. Exacto, medido, perfecto, con la duración precisa, la presión adecuada, la humedad requerida. El mundo se disolvió bajo ella, perdió la noción de su recato. Fue ella quien fue al frente para abrir los labios y entregarle su lengua ansiosa. Él devolvió el gusto invadiendo la boca suculenta de ella con su lengua decidida y curiosa. Separaron sus labios y en una mirada encendida los dos sellaron este nuevo secreto obligado.

-         Quiero verte mañana. ¿Te parece a la salida, o tienes planes con tu novio?

-         No, no tengo planes, ¿no irás a casa con tu esposa?

-         No, quiero que nos veamos lejos de aquí. Tenemos que ser discretos.

-         Lo sé. Iremos a donde quieras. Avísame dónde encontrarnos.

-         Perfecto, Mariana, no sabes lo que sentí con ese beso, eres encantadora.

-         Besas delicioso, Sebastián, ya quiero otro.

No tuvo que pedirlo dos veces. La besó con ímpetu y mesura a la vez. Apoyó su mano en la tersura de su pierna y apretó al momento de incrementar la presión en sus labios. Ella sintió que se incendiaba. Nada parecido a lo sentido con su novio. Era lo prohibido el aderezo perfecto. Se hacía tarde. Terminaron de besarse y de conversar. Él le dejó sus papeles y ella los guardó. Se despidieron informalmente. Cada quien a su auto y un ‘hasta mañana’ que sonaba a promesa infinita.

Por la noche, mientras se autocomplacía, trató de pensar en su novio, pero fue su maestro quien se coló en su pensamiento. Pensó en él, sobre ella, entrando y saliendo con furia de su cuerpo. Tuvo un orgasmo largo y muy fuerte. Tardó en recomponerse y calmarse. El sueño la sorprendió. Durmió relajada, y soñó con él nuevamente, haciéndole el amor en varias posiciones.

-         Estoy en la mejor etapa de mi vida-, pensó ella, - Que sea lo que tenga que ser.