El despertar de una zorra (1)
Un hombre maduro y una joven con ganas de experimentar se encuentra en internet, y allí empiezan a jugar y a disfrutar de sus morbos.
El despertar de una zorra (I)
Se conocieron como se conoce la gente en nuestra era: por internet. Él vivía en un pueblo junto al mar, ella en una ciudad. Él decía ser dominante, ella creía ser sumisa. Él era un hombre maduro, un abogado prestigioso que debía ser discreto. Ella era una mujer joven explorando su sexualidad.
Rodrigo sabía bien lo que le gustaba. Ya no deseaba más un polvo aburrido con las muchas mujeres que discretamente se le ofrecían. No quería azotar el culo de una conocida, mientras la asaltaba por detrás con su polla y le decía lo puta que era. En el pueblo que vivían, una cosa así podría destruir su reputación. Prefería buscar su siguiente amante en internet, por más que se había dado cuenta de que solía ser una fastidiosa pérdida de tiempo mientras encontraba la rara aguja en el pajar.
Conoció así a Sara, en un chat. Consiguieron superar la primera fase, aquella en la que él desconfía de si la chica era real, y no otro homosexual fingiendo ser mujer o una muchacha que no se atrevía a ser fiel a sus deseos. Ella, la de si él era un verdadero amo y no un un pajillero mentiroso en busca de fotos que compartir.
Cuando él la vio por primera vez, cuando llegó la primera foto, se sorprendió. Sara era preciosa y sensual. Morena de oscuros ojos, y un cuerpo curvo que prometía morbo y vicio. Él, por su parte, era un hombre maduro y en buen estado, con su aspecto de intelectual y su cuerpo alto, modulado por el gimnasio y la actividad física.
Él supo pronto cómo calentarla. Cómo hacer de ella su niña mala y obediente. En su primera charla por wasup, consiguió que se corriera haciendo que se imaginara actuando como una zorra calientapollas, en una noche de fiesta. A ella le excitaba lo mismo que a él: la dominación, la humillación, la exhibición, el morbo de calentar, las palabras sucias.
Tras varias charlas, llegó el momento de ir más allá. Dejar las palabras dichas en un teléfono o escritas por wasup. Y empezar con los hechos.
Al par de semanas, cuando ella iba a sacar a su perro, él le escribió:
-¿Sigues siendo mi zorra obediente?
-Siiii
-Demuéstramelo. Quiero que salgas al parque vestida de zorrita y calientes a algún viejo que esté por allí. Ponte debajo de la chaqueta un top que marque los pezones.
Ella dudó pero él quería que ella saliera de su zona de confort.
-Es una prueba, Sara. No tengo tiempo para perder con chiquillas que se asustan.
Sara se sentía tentada. La humedad de sus bragas le dijo que le excitaba la idea. Animada por Rodrigo, se lanzó.
-Ya está, ya me he puesto un top ceñido que marca mis pezones.
-Envíame la foto.
De nuevo, a Sara le asaltaron las dudas. Temía las fotos. Temía ser una celebridad en internet. Rodrigo no se lo tomó a mal. Cualquier persona sensata dudaría antes de enviar fotos a un desconocido. Pero ya llevaban semanas hablando. Era el momento de dar un salto de confianza. Sin ella, la relación no podía progresar.
-¿Quieres ser mi zorra?
-Sii.
-De momento, tendrás que ser mi ciberzorra. Cuando lleguen las vacaciones y nos veamos, serás mi zorra, mi guarra y mi puta. Al fin. Mientras tanto lo haremos a distancia. Y sin que compartamos fotos o vídeos, esto no puede ser real.
-Es que...
-Confía en mí cielo. Sabes que si quieres ser mi zorrita has de hacerlo. Y que este es el momento.
Sara se decidió. Hizo la foto y la envió. A Rodrigo le entró un escalofrío. Allí estaba ella, sonriente (¿qué gracia, qué morbo tiene una foto en la que no ve una cara?), con unos leggins ajustados marcando sus piernas y la hendidura de su coño, y sobre ello, un top ceñido que delineaba sus espléndidos pechos, y la punta de unos pezones excitados sobresaliendo excitados.
-Ufff, eres un cielo. El viejo que te vea va a flipar.
Sara salió al parque con su perro, cubierta con una chaqueta. Aún lucía el sol de la tarde, así que en cuanto halló un banco donde sentarse, se la quitó orgullosa. Escribió un mensaje:
-Pasa gente y me mira.
-Cuando te mire un chico, sonríe.
-No sé si me atreveré.
-Lo harás. Vas a sonreír como si fueras una zorra.
-Es lo que soy.
-¿Y estás mojada, zorra?
-Mucho.
-¿Ves a algún viejo?
-Hay uno sentado.
-Acércate a él y preguntale cualquier cosa.
-Ufff, no sé si me atrevo.
-Sara, hazlo.
Ella se decidió. Con paso en principio indeciso, se acercó hacia el anciano y le preguntó una dirección. El viejo le miró sorprendido las tetas y, más sorprendido, vio cómo ella le devolvía la sonrisa.
El viejo dijo para sí
-Si fuera más joven…
-¿Qué haría?
-Te la clavaría toda, dijo tocándose la polla.
Sara le miró el bulto, y ella misma se quedó asombrada de sus deseos de acercarse la anciano, bajarle los pantalones y devorar su polla fea y seguramente maloliente. Jamás se había sentido tan puta y agradeció que sus leggins fueran negros. Estaba empapada.
Regresó a su casa cachondísima. Le contó lo sucedido a Rodrigo, ya con los leggins bajados y una furiosa mano en tu coño, masturbándose.
-Mira que eres puta, Sara. Seguro que querías que el viejo te follara como a una perra.
-Siii
-Dime lo que eres.
-Una puta, la más puta.
-Otro día haré que se la chupes, guarra.
Y mientras escuchaba los insultos de Rodrigo al teléfono, ella se corrió como nunca lo había hecho, asombrada de sus propias sensaciones.
Desde aquel día, Rodrigo y Sara se sintieron pareja. Alejada, sí, pero pareja. A la espera de que llegaran las vacaciones y pudieran encontrarse. Sus juegos prosiguieron. Un día, Sara tuvo que subirse a un metro en hora punta y hacer que unas manos anónimas la magrearan. Acercó su culo a varios varones hasta que al fin uno se decidió a masajearo. Ella no se retiró y se encontró en breve tiempo frotándose contra una polla dura. Consiguió bajarse del metro justo antes de que perdiera el control y masturbara a aquel desconocido con sus propias manos.
En otra ocasión, se sentó enfrente de un adolescente granulento, llevando una minifalda y permitiendo que el muchacho le viera su tanguita. Tras una sonrisa, marchó al baño y se quitó la ropa interior, que ya estaba empapada. Durante unos minutos, jugueteó con el crío, quien sudoroso no pudo apartar la vista de sus piernas, pendiente de esos breves momentos en que ella le dejaba ver su coñito depilado y húmedo. De nuevo, compartió con Rodrigo lo ocurrido con comentarios y alguna foto. Cuando Sara llegó a casa, tuvo que masturbarse y sucumbir a un orgasmo algo avergonzada.
La propia Sara descubrió durante esas semanas deseos que desconocía. Abrir la ventana de casa con sus pechos al aire, por ejemplo, le produjo una enorme excitación. U otra peor: cuando Rodrigo la obligó a mearse encima de sus propias bragas mientras se masturbaba. Aún se asombraba Sara del orgasmo que sintió, sucia y humillada como estaba, al culminar con esas bragas meadas en su boca.
Cuando salía Rodrigo la forzaba a vestirse de una manera cada vez más atrevida. Siempre con clase, que ella no era una fulana. Pero los vestidos ligeros, los pantalones cortos, los atrevidos escotes provocaban miradas de deseo que a ella excitaban, y a Rodrigo también. Qué bien se complementaban los gustos de ambos.
En una de esas ocasiones, Rodrigo le pidió a Sara que jugueteara con un muchacho tímido y estudioso, compañero de ella en la Universidad. Ella se vistió aquel día con una minifalda vaquera, y un top holgado que permitía que le vieran los pechos en sus descuidos. Habló con el joven de forma coqueta. Aparentó que había bebido mucho e hizo que éste le acompaña a un parque cercano a tomar el aire. Con sus movimientos, sobre todo al agacharse, mostraba sus tetas a su acompañante, quien cada vez estaba más acalorado.
Ella hizo como si se hubiera dado cuenta por primera vez.
-Oh, perdona. No sabía que…
-No es nada, dijo el chico
-¿Seguro? - Respondió Sara clavando la mirada en su entrepierna, donde se veía la incómoda erección del compañero. -No sabía que te había puesto así.
-Tranquila, perdona tú. - contestó el tímido muchacho, rojo como el tomate.
Sara río:
-No me tomo a mal que te hayas puesto así. Pero me siento responsable.
El muchacho intentó decir algo, pero Sara se limitó a pedirle silencio. Con sus manos, desabrochó el pantalón y consiguió sacarle la polla. No era gran cosa, pero estaba durísima. Desde luego, aquella era una de las experiencias más eróticas que él había vivido nunca.
-¿Qué haces? -preguntó el crío con voz dudosa.
-Relájate. Me siento culpable de esto y voy a hacer que te relajes.
Con su mano suave, empezó a acariciar el pene, deslizando su mano a lo largo de él. Hacia arriba y hacia abajo, escuchando sus gemidos. Sabía que no iba a durar mucho, así que lo hizo con calma. En un par de minutos, sintió que el joven iba a correrse y, con un punto de maldad, apuntó la punta de su pene hacia él. Varios chorros salieron a borbotones manchando su camisa, llegando un chorro incluso hacia su cara.
-Uy, perdona.
Él decía que no pasaba nada, que eso era una molestia insignificante. Sara le dio un pico en la boca y se despidió. En las pocas semanas que quedaron de curso, tuvo que soportar sus miradas melancólicas y sus llamadas pidiendo que salieran. Le costó entender que aquello había sido cosa de una noche.
Rodrigo le pidió un relato detallado de los hechos. Y mientras se masturbaban ambos al teléfonos, mientras ella narraba los hechos, decidieron que aquella había sido la última polla que ella tocaba antes de que se vieran.
Era hora de encontrarse y pasar unos días juntos. Y explorar sus fantasías más sucias y atrevidas en común.