El despertar de una viciosa

Sara siempre había sido una chica normalita y fiel a su novio... hasta aquella noche en que un amigo le hizo descubrir su lado más vicioso.

EL DESPERTAR DE UNA VICIOSA

Me llamo Sara y quiero contaros algo que me sucedió hace unas semanas. Yo siempre he sido una chica tímida y algo vergonzosa con el sexo. Pero no creáis que soy una reprimida ni una aburrida ni una modosita ni nada de eso. Soy muy marchosa; me encanta salir de marcha con mis amigas, bailar, beber y pasármelo bien. Incluso a veces me pongo a coquetear con los tíos, aunque no me lío con cualquiera. Y lo cierto es que podría hacerlo con quien quisiera porque –fuera modestia– sé perfectamente que no me cuesta nada poner cachondo a cualquier tío: soy morena con ojos verdes, mido 1.75, tengo un culo prieto y un poquito respingón, un vientre liso a fuerza de gimnasio, y mis tetas son redonditas, voluptuosas y firmes, no excesivamente grandes, pero lo suficiente como para que los tíos no puedan evitar desviar la mirada hacia ellas cuando hablan conmigo.

Tengo 23 años y era virgen hasta que me pasó lo que voy a contaros. Como os he dicho soy un poco "chapada a la antigua" en lo que respecta al sexo, y antes de hacerlo quería estar bien segura de que la primera vez fuese con la persona adecuada. Ni siquiera lo había hecho con mi novio, Juan, con el que estoy saliendo desde hace tres años (y aún sigo con él, a pesar de lo sucedido). Esto no quiere decir que sea una monja, con Juan hago de casi todo, pero nunca llegamos hasta el final.

Bueno, voy al grano. Un sábado, hace unas semanas, mi novio tenía un examen el lunes siguiente, así que yo salí con mis amigas mientras él se quedaba estudiando en casa hasta que hubiese avanzado algo en sus estudios. Cuando terminase habíamos acordado que él iría a la discoteca donde solemos estar habitualmente (se llama Peepermint) para encontrarse conmigo y mis amigas.

Aquel día yo llevaba puesto un vestido violeta de tirantas muy ajustado y muy corto, de esos que se te nota todo y tienes que tener cuidado de no agacharte porque se te ven todas las bragas. Yo no suelo llevar sujetador cuando salgo de marcha (a mi me excita y a mi novio también), con lo cual estos pezones pequeñitos que tengo se marcaban que daba gusto, casi se podían ver. Además el vestido tiene mucho escote y yo siempre llevo tanga. Con todo esto que os he dicho os podéis imaginar cómo estaban de calientes los tíos que estaban cerca de mí en la discoteca, algunos casi babeaban mirándome bailar con mis amigas. Algunos intentaron ligar conmigo, pero yo me quito enseguida a los moscones de encima, porque cuando quiero puedo ser muy antipática y borde.

Después de que ya llevábamos un rato en la discoteca llegaron unos amigos de mi amiga Marta. Yo los conozco a casi todos de otras veces que han salido de marcha con nosotros, pero nunca he hablado con casi ninguno, en parte porque la mayoría me parecen un poco gilipollas y en parte porque uno de ellos tuvo una fuerte discusión con Juan antes de que yo empezara a salir con él y no le caen nada bien. Y yo siempre soy muy solidaria con mi novio.

Sin embargo, aquel día estaba aburrida (echaba en falta a Juan) y también un poco "entonadilla" debido a los cubatas que me había bebido. Así que me puse a hablar con uno que estaba a mi lado, que se llamaba Alex. Ya le conocía, pero jamás había hablado con él. La verdad es que no era un chico muy agraciado: era bajito, delgaducho y con un poquito de barriga cervecera. Pero tenía un nosequé que le hacía interesante, y unos ojos muy bonitos.

Era simpático y divertido. Estuvimos hablando de mil cosas y bailando un rato. Él sabe que tengo novio y que me va muy bien, pero me estuvo haciendo alguna insinuación del tipo "¿nunca has pensado en ponerle los cuernos a tu novio?", y cosas así. Yo no me lo tomé a mal, claro, porque sé que lo decía de coña, y además sé perfectamente que tengo fama de estrecha y "chapada a la antigua".Una vez, mientras bailábamos, me pasó levemente la mano por el culo, pero no le di importancia, pensé que había sido un descuido. Pero más me hubiese valido darle importancia.

Cuando llegó mi novio dejé a Alex con sus amigos y me puse a hablar y bailar con él. Juan me dijo que había visto a Pepe, uno de sus mejores amigos, en otra discoteca que se llama Kasbah. Pepe trabaja en otra ciudad y había venido este fin de semana, así que Juan me pidió que nos fuésemos a Kasbah. A mí la verdad no me gusta nada esa discoteca, pero sabía que Juan tenía muchas ganas de estar un rato con su amigo, así que le dije que se fuera él para allá y yo me quedaba en Peepermint esperándole con mis amigas. Me dijo que no tardaría mucho y quedamos en eso.

En cuanto mi novio se fue, Alex se puso de nuevo a hablar conmigo. Antes habíamos estado hablando de astronomía (algo que a mí me gusta mucho) y resultó que Alex es casi un experto, sabe de eso un montón. Como esta es una ciudad costera, habíamos estado comentando que desde donde se ven bien las estrellas y constelaciones es desde la playa. Así que ahora me propuso que podíamos acercarnos un momento a verlas (la playa está a unas pocas calles de la zona de marcha), quería enseñarme las Pléyades, que yo nunca había visto. La verdad es que me apetecía salir un rato de allí a tomar el aire, pero tenía que esperar a Juan, mi novio. Se lo dije a Alex y me contestó que no tardaríamos más de 20 minutos. Al final accedí, se lo dije a mis amigas y salimos de la discoteca.

Cuando llegamos a la playa no había nadie y la música de las discotecas se escuchaba a lo lejos. Me enseñó dónde estaban las Pléyades y como hacía un poco de frío yo empecé a tiritar. Él estaba detrás de mí y empezó a frotarme los brazos caballerosamente para hacerme entrar un poco en calor. No me importó y le dejé hacer Pero poco a poco advertí que estaba más cerca de mí, y de pronto noté en mi culo su polla empalmada dentro del pantalón.

Normalmente habría reaccionado con muy mala leche y le hubiese dado cuatro voces, pero en aquel momento, no sé por qué, me encontraba a gusto sin tener frío y no hice ni dije nada. Él seguía frotándome los brazos, pero de repente me cogió una teta con una mano. Entonces sí que reaccioné: me di la vuelta y le solté un bofetón.

  • ¡Qué te has creído chaval! –le dije–. ¡Tienes más cara que espalda! ¡Da gracias que no voy a contárselo a mi novio, porque sino acabarías en el hospital de la paliza que te daría!

  • No es para tanto, joder. Sólo te he tocado una teta, no exageres –contestó él–.

Lo cierto es que yo me había excitado un poco, y eso me resultó raro y me asusto un poco. Decidí irme a buscar a mi novio, pero cuando comencé a andar Alex me agarró de un brazo y dijo:

  • Espera, ¿dónde vas?

  • No pensarás que voy a quedarme aquí contigo, gilipollas –contesté–.

  • ¿Por qué no?

De repente, me cogió por el culo y me llevó hacia él con un solo movimiento.

  • Ya he oído por ahí que eres una estrecha, pero no me digas que ahora mismo no te apetece echar un buen polvo conmigo...

Me apretó aún más contra él y noté de nuevo su polla endurecida.

  • ...no me digas que no te gustaría estar desnuda en la arena con esto entre tus piernas –siguió diciendo con tono altivo–.

  • ¡Eres un cerdo! ¡Mi novio te va a curtir bien curtido, guarro! –le grité–.

Aunque le estaba gritando todo eso no hice nada por quitarle la mano de mi culo. No sé por qué estaba quieta. Y lo peor de todo es que me estaba poniendo cada vez más cachonda, como nunca había estado. No estaba acostumbrada a que me hablaran así, con tanta arrogancia, pero me estaba poniendo a cien. De repente, con un rápido movimiento, metió la mano por debajo de la falda y del tanga y, sin miramientos, me introdujo un dedo en el coño, casi sin que me diera cuenta.

Aquello si que me enfadó, estaba echa una fiera. ¡Quién se creía que era! No había dejado a mi novio hacer eso hasta después de unos meses de estar saliendo y ahora este tío, sin conocerle de nada, me metía un dedo en el coño. ¡Era demasiado! Me separé bruscamente y le solté una bofetada mucho más fuerte que la anterior. Sonó como si hubiera altavoces y la cara se le quedó totalmente roja con la marca de mi mano.

  • ¡Quién te crees que eres, so cerdo! ¡Si me vuelves a poner una mano encima te capo! ¡Mi novio te va a matar!

  • Tu novio, tu novio... sólo sabes hablar de tu novio. Yo no le veo, no está aquí, ¿no? Así que, ¿por qué no reconoces que estás más cachonda que una perra en celo y te quitas las bragas de una vez para que podamos follar?

Le dirigí una mirada entre asesina y de repulsión.

  • Eres un asqueroso –dije– y un gilipollas. A mi nadie me habla así. ¡Vete a al mierda, tío!

Me di la vuelta y empecé a andar.

  • ¡Espera! –gritó, y empezó a caminar tras de mí–. No me digas que te vas a ir. ¡Venga ya! ¡Pero si estás deseando comerme la polla!

Aquel comentario me dio tanto asco que me volví indignada y le dije:

  • ¡A un tío como tú no le comería la polla ni aunque me diesen todo el dinero del mundo y fueses el único tío que hubiese sobre la Tierra! Ya te gustaría a ti que una tía como yo te comiera la polla, cerdo. Además, seguro que ninguna tía en sus cabales te comería la polla, porque das asco y...

No me dio tiempo a acabar la frase porque, de repente, casi sin que me diera cuenta, me encontré con que el muy cerdo me había bajado la parte de arriba del vestido y tenía mis dos tetas al aire. Me había pillado tan de sorpresa que me quedé como paralizada, sin saber qué hacer. No me esperaba eso. Una extraña sensación que no había sentido antes, mezcla de indignación, enfado y excitación sexual me subió como un hormigueo por todo el cuerpo. Noté que estaba respirando con mucha fuerza y que el aire frío de la noche había endurecido mis pezoncitos por completo. Él aprovechó mi momento de desconcierto. Me agarró por detrás con una mano mientras con la otra me magreaba una teta y me lamía el pezón de la otra con su lengua. De repente reaccioné y le eché para atrás de un empujón.

  • ¿Qué haces? –dije con una voz entrecortada–.

Él no respondió. Estaba confusa. Sabía que tenía que cortar aquello e irme, pero no me movía. Estaba cada vez más cachonda y no quería estarlo, sabía que aquello no estaba bien, quería a mi novio y aquello era una guarrada. Jamás le había puesto los cuernos y no iba a empezar ahora. Tenía que tranquilizarme, subirme el vestido e irme.

Después todo sucedió muy rápido. Alex, con un movimiento rápido y brusco, acabó de bajarme todo el vestido y al mismo tiempo el tanga. Estaba totalmente en bolas, con las tetas y el coño peludo al aire. De repente, me encontré tendida en el suelo y con su verga metida en la boca. Nunca había tenido una polla en la boca, a mi novio nunca le había hecho una mamada. Yo siempre había pensado que aquello me daría asco, pero allí estaba, con la polla de Alex follándome la boca. Y me estaba gustando. Creo que nunca había estado tan cachonda como en ese momento. No sabía cómo iba a acabar aquello y sabía que estaba haciendo mal, pero, para mi sorpresa, me daba igual. Estaba disfrutando como nunca, así que decidí dejarme llevar. Como instintivamente empecé a mover la lengua sobre su glande y succioné cada vez con más fuerza. Alex empujaba la polla en mi boca cada vez más salvajemente, cada vez me entraba más adentro, me estaba literalmente follando por la boca. ¡Era increíble! Me daban arcadas, pero me gustaba. Así estuve un rato, hasta que se corrió dentro de mi boca. Yo no quería tragarme el semen, pero Alex no sacaba su mástil y no tuve más remedio que tragar todo aquel líquido caliente y viscoso. Al principio me entraron ganas de vomitar, pero no me importó: me lo había pasado en grande.

  • Ves como sí tenías ganas, Sarita. ¿A qué te ha gustado?

  • Sí –pronuncié tímidamente–

Ese "sí" lo había dicho sin darme cuenta, pero era verdad, estaba a cien, como nunca había estado. Quería que me follara, que me penetrase salvajemente.

De repente, Alex me restregó la mano fuertemente por el vello del pubis y luego metió un dedo en mi coñito, hasta entonces tratado por mi novio con mucha delicadeza. Alex era más rudo. Mientras un dedo hurgaba dentro del coño, empezó a estimular mi clítoris con el pulgar. Alex me estaba masturbando, ¡y de que forma! Con la otra mano me sobaba por todas partes, parecían miles de manos recorriendo mi cuerpo. Me sentía como una guarra, desnuda sobre la arena y dejando que un tío cualquiera metiese sus manos en mi coño. Pero me daba igual.

  • ¡Vaya par de tetas! ¡Estás buenísima, tía! ¡TE voy a echar un polvo que no vas a olvidar en tu vida!

Juan, mi novio, nunca me hablaba así, pero esas expresiones me estaban excitando aún más. Entre los dedos que jugaban con mi almeja, la otra mano magreándome y la humedad de su lengua en mis pezones, en mi cuello, dentro de mi boca... me corrí rápidamente. Después empezó a besarme poco a poco, bajando desde la boca, por el cuello, las tetas, el vientre, el vello rizado y abundante de mi coño, y acabó moviendo su lengua ávidamente por los labios de mi sexo, por el clítoris, rozando todo con ansia. Notaba su lengua ir y venir circularmente, sus dientes mordiendo suavemente los bordes de mi almejita jugosa y caliente... ¡Ah! Sentía un gusto increíble. Juan nunca me había comido el coño de esa manera. Advertí que se oía un ruido, como un gritito, y me di cuenta de que era yo que estaba gimiendo de gusto como una cerda. Me corrí de nuevo. Cuando acabó, me besó con los labios pringosos llenos de mis fluidos. Si alguien me hubiese dicho esto hace unas horas, me habría dado asco, pero allí, en ese momento, me excitó muchísimo sentir mis propios líquidos de placer en los labios.

De repente noté un dolor increíble, me había metido toda la verga de un golpe y era la primera vez que alguien lo hacía. ¡Me había desvirgado sin contemplaciones! Volvió a sacarla y con un movimiento rápido y brusco me dio la vuelta y me puso boca a bajo. Mis tetas estaban aplastadas contra el suelo y los pelos de mi pubis se llenaron de arena. Noté de nuevo cómo su polla se introducía en mi coño y empezaba a bombear arriba y abajo, arriba y abajo. Al principio me dolía, pero luego empecé a disfrutar. Su verga se movía dentro de mí, lento primero, luego rápido... ¡Qué gusto! Casi me corro ahora sólo de pensarlo. De nuevo empecé a gritar de placer como una descosida.

  • Te gusta, ¿eh, zorra? Ahora mueve el culo como una puta. ¡Venga! ¡Vamos!

Aquel lenguaje soez me ponía más cachonda aún. Subí el culo instintivamente para que la polla pudiese entrar y salir mejor y empecé a contonear las caderas. Escuché a Alex gemir de placer, estaba a punto de correrse.

  • Eso es zorra, muy bien... ¡Sí!

Yo estaba extasiada. Noté cómo él se corría, el líquido caliente me inundó por completo. Estaba exhausta, pero me apetecía chuparle la polla, así que me abalancé sobre él, estuve un rato metiéndole la lengua en la boca y luego me dirigí a la parte de abajo. Ahora tenía la verga un poco flácida, pero la cogí entre mis manos y empecé a meneársela mientras hacia círculos en su glande con mi lengua viciosa y húmeda, suavemente, una y otra vez. Pronto estuvo otra vez dura como una piedra. Después le lamí los huevos y luego mi lengua fue ascendiendo por toda la extensión de su pollazo, arriba y abajo, arriba y abajo, como si estuviera lamiendo un helado. Me metí toda la polla en la boca y empecé a succionar arriba y abajo lentamente mientras movía mi lengua y le acariciaba los huevos con la mano. Me estaba sorprendiendo a mi misma, jamás habría pensado que estaría haciendo todo esto con casi un desconocido y que encima me gustaría. De repente me acordé de mi novio y pensé: ¡soy una auténtica zorra! ¿Qué estoy haciendo? ¡Le estoy poniendo los cuernos! Paré de mamársela a Alex. Me miró y cogiéndome por los brazos me subió hasta que estuve encima de él.

  • ¿Qué te pasa putita? ¿Ya estás cansada? –me dijo en un tono casi cariñoso–.

Era increíble, jamás lo habría pensado, pero que me llamara putita me ponía muy caliente.

  • Venga puta –el tono había vuelto a ser autoritario–, aún nos queda mucho por hacer.

No sé si Alex se daba cuenta o lo veía en mi mirada, pero llamándome todo aquello y en ese tono despótico me ponía tan caliente que estaba haciendo de mí lo que quería. Y yo disfrutando con ello cada vez más. "A la mierda con Juan", pensé.

  • Ponte a cuatro patas, zorra.

Así lo hice. Él se puso detrás de mí y comenzó a magrearme el culo y las tetas mientras besaba y lamía mi espalda.

  • Voy a darte por culo como a una perra –me dijo al oído–.

  • No –le dije–, eso duele mucho.

  • Si no lo has probado nunca, ¿cómo vas a saber lo que duele? –me contestó–. Yo te enseñaré lo que duele.

De cualquier forma ya era demasiado tarde para hacer nada porque cuando quise darme cuenta la polla de Alex estaba intentando entrar por el estrecho agujero de mi culito. Le costó un enorme esfuerzo lograr que entrara, pero finalmente, poco a poco, me penetró, y yo sentí un dolor inmenso e inimaginable. Me puse a gritar de dolor como una loca, intentando zafarme de aquella cosa que me estaba quemando el ano. Sólo tenía ganas de salir corriendo de allí. Pero era imposible porque el muy cabrón me tenía bien agarrada. Alex tuvo que taparme la boca porque aquellos gritos podían oírse a kilómetros. Sin embargo, pasado un rato el dolor disminuyó y empezó a convertirse en placentero. Comencé a disfrutar. Me seguía doliendo, pero ahora era un dolor muy distinto: me gustaba. Notaba como mis tetas se bamboleaban con la fuerza de sus embestidas y sentía sus cojones chocando contra mis nalgas una y otra vez. ¡Qué gusto!

  • ¡Venga, vamos! No te quedes parada puta, mueve algo el culo.

A sus órdenes, empecé a moverlo en círculos concéntricos y a apretar las nalgas para hacer más presión sobre su polla. Él cada vez me penetraba con más fuerza. El dolor aumentó, pero también el placer. Aquello era increíble, jamás pensé que yo pudiese comportarme así alguna vez. Antes de correrse sacó la polla de mi culo y se corrió sobre mi espalda. Luego esparció todo el semen por ella, como si fuese crema bronceadora. Ese líquido caliente en mi espalda me hacía desear chuparle la polla para poder disfrutar de todo ese semen viscoso en mi boca y luego tragármelo lentamente, sin dejar una gota. Sin previo aviso me agarró las dos tetas con sus manos aún embadurnadas del jugo de su verga. Me las estrujó con fuerza y le dije:

  • Me haces daño.

  • Y te gusta, ¿no? –dijo con tono socarrón –.

  • Sí.

Me salió espontáneamente, sin pensarlo, pero era cierto. Estaba sorprendida y algo asustada ante el nuevo descubrimiento, pero jamás en toda mi vida había disfrutado tanto como lo estaba haciendo aquella noche. Me pasaría toda la vida follando con este cabrón sin parar

Me apretó aún más las tetas y, sin soltarlas, me dio la vuelta con fuerza y me echó de espaldas contra el suelo. Acto seguido comenzó a restregarme salvajemente la polla (aún pegajosa por el semen de la última corrida) por toda la cara y después por las tetas y el vientre. Luego, de improviso, me metió dos dedos en el coño y tiró hacia arriba haciendo que mi culo y mis caderas se elevaran violentamente Estando en esta postura, bastante dolorosa para mí, me besó en los labios y dijo:

  • Me ha encantado follar contigo, aunque eres un poco masoca. Para ser virgen no lo has hecho nada mal, eres una folladora nata, una puta de mucho cuidado, te has comportado como una auténtica guarra –en ese momento sacó los dedos del coño y mi culo cayó pesadamente sobre la arena–. Felicita al gilipollas de tu novio de mi parte, aunque claro, no querrás que se entere de que su novia es una puta que se tira a cualquiera... ja ja ja.

Se levantó y empezó a vestirse. Yo seguía desnuda sobre el suelo, llena de arena y semen por todas partes, con el pelo revuelto, las piernas abiertas, el culo dolorido y el coño completamente mojado y lleno de toda clase de fluidos. Me sentía sucia, humillada, como una perra a la que se deja tirada cuando ya no sirve. Pero a la vez estaba enormemente satisfecha.

  • ¿Volveremos a quedar? –me salió sin pensarlo–.

Alex me miró y recorrió lentamente con una mirada lasciva todo mi cuerpo desnudo y sucio. Casi sentía sus ojos en mi boca llena de semen, en mi cuello, en mis voluminosas tetas, en mis pequeños y redondos pezoncitos duros como piedras, en mi coño peludo y desvirgado...

  • Te ha gustado, ¿eh? –me contestó–. ¡Vaya con la mosquita muerta! Parece que no eres tan estrecha como creías, ¿no? Ja, ja. La verdad Sarita es que estás muy buena, eres una zorrita de calidad... pero no sé, si no encuentro a nadie mejr con quien follar tal vez recurra a ti, como último plato. Aunque no sé que pensará tu novio de todo esto...

De repente, me entró miedo. A ver si este cabrón se iba a ir de la lengua.

  • No se te ocurra contarle esto a nadie porque te corto los huevos, ¿vale?

  • No te preocupes, putita mía, sólo se lo contaré a mis amigos, tu novio no se enterará.

  • No quiero que se lo cuentes a nadie, ¡cabrón!

  • Estas cosas hay que contarlas, mujer. Además, reconocerás que el hecho de que me haya tirado a Sara "la estrecha", que le haya enculado bien enculada y que además haya descubierto que nuestra Sarita es una guarra y una puta que le va la marcha, es algo que debo compartir con todos mis amigos con pelos y señales, ¿no? Cuando les veas por la calle piensa que te estarán imaginando desnuda y cómo te darían por culo y meterían sus pollas en tu boca. Desde ahora cuando te miren sólo verán a una guarra a quien follarse, un culo y un coño donde meter. ¿No te gusta la idea?

  • Eres un cerdo.

Me daba asco su actitud, pero también me excitaba pensar que alguien me iba a imaginar desnuda y haciendo todo lo que había hecho con Alex. Me imaginé a sus amigos pajeándose pensando en mi, y volví a ponerme cachonda.

  • Fóllame otra vez –le dije sin pensar–.

  • Vaya, eres toda una viciosa ¿eh? –me contestó Álex, que ya estaba casi vestido y seguía mirándome con lascivia–. Sabes lo que te digo, Sarita: ese par de tetitas tan ricas que tienes y ese culito de guarra que mueves tan bien, tal vez merezcan que te folle alguna otra vez. Además no se encuentra fácilmente una tía tan guarra como tú que se deje hacer de todo.

Aquello era insultante, lo sabía, y me dieron ganas de darle una bofetada. Pero también me estaban entrando ganas de quitarle los pantalones, meterme esa polla tan grande en la boca, succionar hasta la última gota del líquido viscoso y que me llamase guarra o puta todo lo que quisiese. Tal vez tenía razón y yo era una guarra y una masoquista que le gusta que la insulten, y hasta ahora no lo había descubierto. Pero por hoy ya había sido suficiente, no iba a darle el gusto de que siguiera humillándome más. De repente me di cuenta de que seguía desnuda, tendida en la arena, sucia, con las piernas abiertas como esperando a que viniese alguien más para follarme de nuevo. Sentí vergüenza. Era absurdo sentir vergüenza a estas alturas, después de todo lo que había hecho aquella noche; pero a pesar de todo, sentí vergüenza. Así que me incorporé y empecé a sacudirme la arena del cuerpo. Alex ya estaba vestido. Se acercó a mi, me puso la mano en el coño, lo agarró con fuerza y dijo con sorna:

  • Hasta otra, putita.

Luego se alejó sin mirar atrás.

Ya estaba casi amaneciendo, habían pasado muchas horas. Juan estaría preocupado o más bien enfadado. No sé que le iba a contar. Escuché unos gritos a lo lejos y me di la vuelta. Eran unos críos de 15 ó 16 años que me señalaban y gritaban, aunque como estaban lejos no entendía bien lo que decían. De repente me percaté de que seguía desnuda. Me dispuse a vestirme rápidamente, aunque todo estaba lleno de arena y semen. Me daba una enorme vergüenza que esos chavales me viesen en bolas. Ya estaban más cerca y escuchaba algo de lo que decían: "¡Tía buena! ¡No te vistas! ¡Deja que nos comamos esas peritas! ¡Ven aquí y ponte sobre mi polla para que te parta en dos y te la saque por la boca! ¡Puta, chúpamela! ¡No te vayas, espera, que quiero probar ese culito!". Se notaba que iban borrachos y probablemente después de dormir la mona casi no se acordarían de mí. Cada vez estaban más cerca, así que acabé de vestirme como pude y salí pitando de allí. Mientras me alejaba, seguía oyendo sus obscenidades perdiéndose a lo lejos y, a pesar del frío de la noche, no podía evitar estar más caliente que una perra en celo.