El Despertar de una casada
Una mujer descubre en un viaje a Egipto que desea ser follada sin tregua, no sólo por su marido sino por los amantes ocasionales que puedan surgir.
Este relato que van a leer, aunque muchos no lo crean, se basa en una experiencia que tuve hace un par de años. Mi nombre es Susana, tengo 30 años, soy profesora y, por lo que me dicen, muy atractiva. Estoy casada desde hace cinco años y, hace exactamente dos, mi marido y yo decidimos hacer un viaje a Egipto.
Bueno, me saltaré los detalles que no creo que sean muy interesantes. Una vez en El Cairo, y como todos los turistas, salimos inmediatamente, cámara en mano, a recorrer sus calles y ver sus gentes.
Dos días después de llegar, un autobús nos esperaba para hacer una visita al Valle de los Muertos. Recuerdo que éramos sobre doce personas las que esperábamos en el hall del hotel cuando apareció nuestro guía. En cuanto le vi no pude dejar de fijar mi mirada en él, me pareció extremadamente guapo, era alto, muy moreno y con unos penetrantes ojos negros que me hacían ruborizar. Yo creo que él se dio cuenta porque durante el trayecto se dirigió a mí en muchas ocasiones.
Llegamos y bajamos del autobús pero cuando íbamos a entrar en el templo de Luxor recordé que había olvidado en el asiento mi cámara de fotos. Le dije a mi marido que continuara que yo alcanzaría al grupo más tarde. Empecé a correr y cuando llegué estaba él solo, me miró de una forma muy peculiar pero yo, un poco desconcertada, me dirigí a mi asiento. Él me siguió y, al darme la vuelta, lo tenía prácticamente encima.
Me asusté un poco, la verdad. Pero enseguida quedé hipnotizada por su aliento, que sentía muy cerca de mí y por la fuerza de su mirada. Me quedé sin saber qué hacer. Quería salir de allí pero, al mismo tiempo me daba mucho morbo la situación.
Amehd, que así se llamaba el guía, bajó la mirada de mis ojos a mis tetas. Debo decir que tengo unos pechos grandes (uso una talla 100) y que siempre suelen llamar la atención. Yo llevaba una camiseta con un escote muy generoso, sin sujetador y me daba cuenta de que Amehd, desde su posición, me estaba viendo todas las tetas. Aquello me puso cachonda. No lo entendía porque yo nunca había engañado a mi marido. Ni siquiera lo había pensado. Pero en aquel momento notaba como mis bragas se estaban humedeciendo muy deprisa. Y mis pezones se habían endurecido tanto que se marcaban fuertemente bajo la camiseta.
Ahmed debió darse cuenta, porque me sonrió de forma maliciosa y metió una de sus manos bajo mi falda. En un segundo, sus dedos ya estaban acariciándome las bragas, de forma que notó cómo se me habían mojado.
-Te voy a comer el coño, me dijo.
Aquello me puso fuera de mí. Desplacé una de mis manos hacia su pantalón y agarré directamente su paquete. Lo que palpé me asustó. O tenía dentro del calzoncillo algún arma, o su pene era descomunal. Lo notaba muy duro y mientras Amehd me bajaba las bragas, yo abrí su bragueta y dejé salir aquella enorme polla al exterior. Para entonces, el guía ya me estaba metiendo la lengua en la boca, pero me separé porque no quería perderme la vista de aquel pollón. Era gigantesco. Lo agarré bien con la mano y lo empecé a frotar.
Amehd sin embargo, me dio la vuelta dejándome tumbada sobre los asientos, me levantó la falda y enseguida noté su lengua metiéndose en mi culito. La sensación fue tan maravillosa que no pude evitar lanzar un suspiro y abrir las piernas todo lo que pude. Eso animó a Amehd que me empezó a chupar el coño de una forma que jamás habría soñado. Me metía la lengua dentro de la vagina, me la pasaba por toda la raja, jugaba con mi clítoris. En apenas unos minutos sentí como me llegaba un enorme orgasmo que me dejó extasiada. Antes de que pudiera recuperarme, Amehd me volvió a dar la vuelta y me ordenó: chúpamela.
No me lo tuvo que decir dos veces. Aquel pene maravilloso era lo que más deseaba comer en el mundo, así que abrí la boca e introduje en ella todo lo que pude, hasta que noté el capullo de aquel hombre en mi garganta. Aquella polla era tan grande que me obligaba a abrir la boca a tope, pero cuanto más me esforzaba, más me gustaba. Miré hacia Amehd, que me miraba a mí con sus ojos penetrantes. La situación me mantenía súper excitada: comiéndole la polla a aquel moro en medio de un autobús en el que cualquiera podía entrar. Después de chuparle la polla durante un rato no pude aguantar más. Me la saqué de la boca y le dije:
-Fóllame. Méteme tu polla hasta el final.
Amehd me sonrió de nuevo. Me puso en la misma posición en la que me había comido el coño pero esta vez, en vez de meterme la lengua, sentí cómo entraba aquel pene descomunal y me iba llenando el coño de una forma interminable. Cuando creí que estaba llena solté un gemido, levanté la cabeza y, al fondo del autocar pude ver a otro de los turistas, agazapado, cómo miraba toda la escena. Él se dio cuenta de que lo había descubierto, pero lejos de ruborizarse o irse de allí, se mostró entero: tenía las bermudas en los tobillos y se estaba masturbando mientras veía cómo Amehd me follaba. Me volví a girar. No sabía qué pensar. Pero todo se iba a complicar porque ahora veía a mi marido acercarse al autocar.
No sabía qué hacer, yo no podía parar pero era consciente de lo que se venía encima. En una fracción de segundo miré a ese turista, él también me miró a mí. Inmediatamente comprendió, se subió los pantalones, bajó del autocar y fue a hablar con mi marido. No sé qué le dijo pero sirvió para que se diera la vuelta y desapareciera. Respiré tranquila.
Mientras, Amehd seguía follándome, no había parado en ningún momento, cada vez las embestidas eran más fuertes, pensé que me iba a romper, pero me daba igual, nunca había disfrutado tanto con el sexo ni pensé que se pudiera alcanzar tanto placer. Yo no quería, ni podía parar. De pronto, apareció ese turista que me había salvado la vida. Le miré y él supo lo que yo quería. Se quitó las bermudas y me metió la polla en la boca, aquello era monumental y yo me sentía en otra dimensión. En un momento sentí que Amehd se corría dentro de mí. Su cálida leche inundaba mi coño y, antes de que me pudiera dar cuenta, el fornido turista no pudo aguantar más la calidez de mi boca, que le chupaba la polla con gran intensidad y se corrió con un gemido. Fue una corrida fabulosa. De aquella polla no paraba de salir leche que me llenó la boca y luego me salpicó toda la cara y el pelo. De repente me encontraba allí, en el autocar, sin bragas, con la falda remangada hasta el ombligo, las tetas fuera de la camiseta y un buen montón de semen resbalando por mis mejillas y por mis piernas. Amehd y el turista, que se llamaba Ramón, me ayudaron a arreglarme un poco y me acompañaron de nuevo con el grupo. Por el camino, Ramón me invitó a que nos viéramos por la noche. Yo no le prometí nada, pero le dije que si podía convencer a mi marido, iría a su habitación.
Todo transcurrió con normalidad hasta la noche. Mi marido y yo nos fuimos a cenar al restaurante. Allí pude ver que en una mesa cercana se encontraba Ramón acompañado de otras dos mujeres y otro hombre, que pertenecían al mismo grupo de turistas que viajábamos por Egipto. Intentaba que mi marido no se diese cuenta, pero constantemente lanzaba mi mirada hacia Ramón y su grupo. En una ocasión, me dirigí al lavabo y pasé junto a él. Me rozó un poco con la mano en la pierna mientras pasaba, sin que nadie se diera cuenta. Cuando llegué al lavabo, me percaté de que me había mojado otra vez. ¿Me estaba convirtiendo en una golfa?
Subimos a la habitación después de que yo fingiera un dolor de cabeza. Mi marido me dijo que él también estaba cansado, así que nos fuimos los dos a dormir. Cada uno en su cama. Cuando noté sus ronquidos, me puse un vaporoso salto de cama y salí de la habitación. La de Ramón estaba casi al lado. Llamé, pero nadie contestó. Volví a llamar y, como seguía sin oír nada, abrí la puerta. La habitación estaba completamente a oscuras. Pero en mi nueva condición de mujer audaz, decidí arriesgarme y entrar. Apenas había dado dos pasos dentro, cuando sentí como cerraban la puerta y unos brazos vigorosos me cogían por la cintura. Una mano tapó mi boca y evitó que saliera el grito que ya estaba lanzando. Mi salto de cama acabó en seguida en el suelo y yo me dejé hacer, pensando que Ramón había decidido darme una sorpresa. Y así era, porque, tras quitarme las bragas, empezó a pasarme su polla por el culo. Me empecé a relajar y noté como dos manos acariciaban mis tetas. Aquello era delicioso. Pronto noté que otra polla de considerables dimensiones se rozaba con mi vientre. ¡Dos pollas! Aquello era más de lo que esperaba. La mano que me tapaba la boca se retiró y los brazos que me sujetaban me obligaron a reclinarme hacia el suelo. Me puse de rodillas y entonces fue cuando noté la tercera polla. Que me acariciaba la cara. Había perdido el juicio y ya no podía más, así que la recogí en mi boca y la empecé a chupar. Mientras lo hacía, con los ojos cerrados, noté un fogonazo de claridad. Alguien había encendido la luz. Lo que vi aún me calentó más:
No era la habitación de Ramón. Había dos hombres, a los que no había visto anteriormente, y Amehd, el guía. Los tres con sus enormes miembros erectos. Aquello era un sueño y yo era feliz, nunca había sido tan feliz. Quería comerme todo.
Entre los tres me cogieron y me depositaron en la cama. Suavemente uno de ellos me separó las piernas y abrió mis labios como invitando a su amigo a probar aquello tan húmedo. No se hizo de rogar, y comenzó a lamer. Mientras, el primero situó su polla frente a mi boca que no hacía más que succionar, cuanto más chupaba más grande se hacía, parecía iba a explotar y de hecho explotó. Soltó toda su leche en mi cara, estaba empapada pero yo quería más. De pronto noté que mientras el que me comía el coño metía su polla, el otro me volvía a meter el pene en mi boca. Yo casi no podía ni respirar ni abrir los ojos de tan mojada que estaba, por abajo y por arriba, pero no quería dejar de chupar aquel manjar. Aquello era el mejor de los sueños, no quería que terminara pero llegó el momento en que nos corrimos los tres a la vez. Nos limpiamos como pudimos y, a modo de despedida, me metieron la mano en la vagina. Me dijeron que ese sería nuestro saludo cada vez que nos volviéramos a ver. No lo entendí hasta que al día siguiente, viendo un espectáculo nocturno con mi marido noté una mano en mi coño, me giré y era Ramón que me sonreía.
Ni que decir tiene que fue el mejor viaje de mi vida. A partir de entonces decidí viajar yo sola. Pero eso será motivo de otros relatos...
Susana