El despertar de Pamela. Relato completo

Relato completo en siete trancos y un epílogo, donde se narra las aventuras de la adolescente Pamela en su afán de saber qué es eso del sexo, y descubrir el placer de un rabo despertando su irrefrenable lujuria por más.

Relato en siete trancos y un epílogo, donde se narra las aventuras de la adolescente Pamela en su afán de saber qué es eso del sexo, y descubrir el placer de un rabo despertando su irrefrenable lujuria por más.

Tranco 1. ¡Oh! Qué me haces

Los frenos del autocar chirriaron al entrar en la esplanada de la estación. Las luces verdes de neón se reflejaron en el parabrisas del autobús al pararse. Algunos viajeros bajaron para fumar o estirar las piernas, mientras otros, se alejaban con sus pertenencias hacia sus destinos.

Pamela recostaba su cabeza sobre la luna del ventanal de su asiento de las filas de atrás. Con los auriculares puestos escuchaba música de su móvil ajeno al ajetreo. Momentos después el temblor del autobús al arrancar propiciaba la subida precipitada de los pocos pasajeros que continuaban el viaje.

Un rubio veinteañero subió por los escalones de la puerta delantera con su macuto sobre sus amplios hombros. Bronceado con cara curtida y barba cerrada de tres semanas, llevaba el pelo rapado. De su cuello colgaba una placa militar.

A medida que avanzaba por el pasillo entre los asientos, a Pamela le sorprendió el buen paquete escondido detrás de ese ceñido pantalón vaquero con esa camisa sudada, casi desbotonada. Al acercase cambió la mirada. Al instante le vino la imagen de su amiga Cecilia, cuando se mofaba de ella por su “estrechez de miras”, por no atreverse a mirar a la entrepierna de los hombres.

Sin titubeo alguno, el soldado encajó su macuto en el compartimiento encima de los asientos de Pamela y se sentó a su lado en el mismo asiento doble.

Pamela sorprendida se enderezó. Se maravillaba que con tantas butacas vacías se hubiera puesto justo con ella atrás de todo el mundo, pero ante la sonrisa encantadora que le echó al sentarse, solo pudo devolvérselo y callarse.

Con parsimonia los kilómetros pasaban, Pamela ausente, canturreaba la música que oía, se recostó izando la pierna izquierda apoyando la rodilla sobre el respaldo del asiento delantero, mientras la otra descansaba en el suelo haciendo que su short de tela roja se tensara marcando sus labios vaginales. Se percató con el rabillo del ojo, como el soldado la miraba de arriba a abajo: su cara, sus senos, su entrepierna, sus muslos. Por donde pasaba su miraba, su piel temblaba como si su vista tuviera algún poder calorífico que le provocara escozor.

El joven se apoderó del antebrazo central entre ambas butacas dejando caer su brazo izquierdo sobre él y colocó su cazadora sobre su regazo. Con el brazo rozaba la de la chica de la forma más indiferente posible.

Al rato, exclamó en voz alta que eran muy incómodos estos reposabrazos; así que tiro de él hacia arriba dejando las dos butacas sin separación entre ellos.

Pamela nota una ligera sacudida del hombre a su lado como si se hubiera incorporado y vuelto a sentarse, pero sin darle importancia alguna siguió mirando por la ventana. Al rato cansada de la música, desconectó los auriculares del móvil. Se sorprendió que ya se hubiera puesto el sol. Al girar su cabeza unos extraños movimientos atrajeron su mirada. El soldado manoseaba algo debajo de su cazadora, pero ante las tenues luces cenitales del pasillo supuso que estaría apretando una de esas bolas de entrenamiento para las manos.

El tío se ladeó hacia ella, y con la yema de sus dedos comenzó a acariciar su mano. —Qué bonita y suave mano tienes con esos largos dedos —le susurró, al acercarse a su oído.

Pamela se sonrojó y agachó la vista. Su corazón se aceleró un poco al sentir esos dedos fuertes y rugosos acariciaban su piel. No sabía qué hacer nunca le había pasado eso de que un extraño le cogiera la mano y como una tonta le sonrió las caricias dejándose hacer.

Ante la ausencia de rechazo de la chica, El muchacho ya dándole igual que fuera por timidez o por simple regodeo, atrapó su mano y la arrastró debajo de su zamarra donde le obligó a agarrar un grueso canuto de carne, quedando aprisionada por la otra mano.

La cara de Pamela se puso del color granate al instante al notar entre sus dedos esa cosa palpitante. Aunque nunca había visto y mucho menos cogido una polla de un hombre, sabía lo que tenía entre manos. Quiso desprenderse de ese falo, tiró de su mano, pero la mano del hombre era como un garfio sobre la suya que le impedía ni tan siquiera separar un dedo de esa piel. Era como si su mano se hubiera soldado a esa porra carnosa.

Notaba como su mano dirigida por la de él se deslizaba arriba y debajo de ese erguido falo. Oyó como un suspiro placentero se le escapaba al joven soldado.

Se agitó nerviosa, le miró asustada negando con la cabeza como si no entendiera que eso la estuviera sucediendo a ella. Un ardor empezó a correr por su cuerpo. Temía que se armara un escándalo y que la gente de adelante se enterara de lo que estaba pasando, podía ser que alguno de ellos conocía a su abuelo. Angustiada, se volvió hacia adelante con el corazón trepidando por si alguien los observara. Al comprobar que nadie miraba, su angustia se fue relajando. Inconsciente, seguía con su mano acariciando esa piel que se movía a la par.

Poco a poco se fue recuperando del sobresalto inicial, comenzó a razonar que sí se callaba y no ocurría nada más, nadie se iba a enterar y esto, como decía su amiga Cecilia, suele acabar pronto. Así que sin rechistar trago saliva y con la cabeza gacha observaba como ese chaquetón se izaba bajo sus impulsos.

Empezó a notar la cálida y suave piel que apretujaba, sentía como la carne trémula se hinchaba ante sus caricias. Oía cómo la respiración del hombre se aceleraba. Y una extraña sensación empezó a recorrer su cuerpo.

Satisfecho de comprobar el comportamiento cohibido y dócil de la chica, la dejó llevar. Ahora aflojó el apriete comprobando con verdadero placer como ella seguía estrujando su necesitada polla sin ayuda alguna. Al ver su turbada mirada, comprendió su curiosidad por ver y sentir. Tomó su chaquetón con la mano libre y lo puso en el gancho del respaldo del asiento delantero, dejando al descubierto su falo nervudo.

Se había bajado ligeramente el pantalón y los calzones dejando la polla y los huevos peludos libres de cualquier atadura. Inhaló con fuerza hasta llenar sus pulmones de aire. Satisfecho del placer que le daba, levantó su brazo para abrazarla y atraerla hacia él.

—Qué bien lo haces, muñeca —le murmuró—, tu novio estará contento de cómo le pajeas. ¿También te lo follas?

Pamela no respondió. Agitó sus hombros rechazando el abrazo, pero él intensificó la presión de ella contra su pecho. Azarosa, su corazón se aceleraba, en parte por la vergüenza y el miedo de que alguien la viera pajeando a un hombre y en parte prendada del calor que desprendía ese tarugo carnoso con ese agujero que rezumaba un líquido casi trasparente que se deslizaba hasta sus dedos. ¿Será semen? se preguntaba.

El cálido aliento del soldado calentaba su cuello, su cuerpo aprisionado contra ese pecho peludo sudoroso y ese hedor a macho la producía una sensación de dejadez, de sumisión y deleite que iba invadiendo su ser sin saber el porqué. Ahora ya sobrepuesta de la indignación inicial, le pajeaba sin rechistar. Al cabo de un rato respondió. —No, no tengo novio.

El soldado complacido, apretó su mano sobre la de ella para estrujar mejor su polla y la deslizaba con largos vaivenes. —Oh, muñeca vamos a practicar algunos trucos. Primero aprende agárralo. Unas veces con suavidad y rapidez, otras con más rudeza. Acaricia el glande con el dedo purgar al deslizar la mano hacia abajo. De vez en cuando puede retorcerlo un poco y si con la otra mano acaricias mis pelotas a la vez sería un puntazo.

Aterrada y cohibida, lo hacía como le había indicado. Pronto supero el susto y pudo apreciar las calidades del instrumento que estaba acariciando. Era grande, no podía abarcarlo con sus dedos. Su punta redondeaba, se iba enrojeciendo y gotas blancuzcas seguían saliendo por el agujero. Empezar a sentir cierto cosquilleo placentero por tener una polla entre sus manos. Cuando bajaba la mano retraía una piel, pero lo que más le causaba sorpresa era esa dureza envuelta en esa suave piel. Palpitaba como si tuviera vida, y esas palpitaciones a través de su mano se infiltraron en su propia ser y empezaron a provocar idénticas pulsaciones en su coño.

El hombre soltó su mano y la dejo hacer ya entregada, volvió a abrazarla, esta vez sin rechazo. Durante un rato ambos se quedaron fijos mirando cómo la mano experimentaba con su polla.

Pamela notaba como esa polla cada vez estaba más caliente como su coño, se había hinchado y endurecido. Un sofoco, nunca antes sentido, empezó a corretear por su cuerpo calentándolo y avivándolo. Por extraño que pareciera le gustaba hacérselo, más de lo que se hubiera imaginado.

El hombre excitado la apretujaba hacia él. Giró su cabeza y con sus dientes atrapó el lóbulo de su oreja humedeciéndolo con su cálida saliva: —¿Te gusta hacerlo? —Le susurró

Pamela no dijo nada, pero se encogió de hombros y levantándole la cabeza le sonrió.

El militar agradecido miró a sus ojos de cervatina entregada y doblando la cabeza atrapó con sus labios a los de la chica, trataba de meter su lengua en su boca.

A principio ella se resistió, pero ante su insistencia abrió la boca y una cálida lengua penetró en su boca. Suaves y deliciosos pinchazos recorrieren su cuerpo y su peludo conejo empezó a rezumar. Su lengua se enroscaba y jugueteaba con la suya propia. Suaves pulsaciones placenteras recorrieron su cuerpo adolescente.

Por sorpresa sintió como unos dedos aprisionaban sus tetas a través de su blusa y un trallazo delirante recorrió su cuerpo, pero azarosa trató de quitar esa mano sin mucha convicción.

Raudo su mano era retenida y estrujada por la del hombre que con ojos brillantes del éxtasis placentero la miraban con severidad.

Cohibida por esa penetrante mirada, dejó de forcejear. Se encontraba esposada, una mano enganchada al falo y otra atrapada por una mano foránea.

Bajo la mirada, notaba el doloroso apriete de su muñeca, pero no dijo nada.

Ni en sus momentos más excitantes, aquellos que vivía debajo de las sábanas cuando se masturbaba, se hubiera imaginado estar pajeando a un hombre en medio de un autobús ante el escarnio de ser descubierta como una viciosa.

Se sentía obligada, sometida, humillada e incluso dolorida, pero en lugar de rechazar esa vejación y rebelarse, percibía el efecto contrario: Un abandono placentero de entregarse a él, de excitarle y darle placer.

Comprendida su naturaleza se dejó sobar. La mano libre de él, se metió por dentro de la blusa y acariciaba, presionaba y estrujaba esos tiernos montículos que se inflaban y endurecían sus pezones. Un gemido placentero se le escapó. Un escozor de su coño pedía ser calmado, así que en su socorro sus muslos se juntaban en un vano intento de mitigar esa creciente desazón.

Cogió su pierna y la puso encima de la de él para bloquearla, aunque no fue necesario porque Pamela no hizo ningún intento de cerrar las piernas. Estaba demasiado excitada para pensar en semejantes tonterías. Dos dedos juguetones se deslizaron por su muslo interior arrastrando la pernera del short hasta llegar hasta el fondo para empezar a aprisionar, sobre la telilla de la braguita, sus labios vaginales.

Un torrente de destellos se produjo en la mente de Paloma. —Oh, qué me haces. —gimoteo Pamela, extasiada de tanto place. Ante tal calentura delirante aceleró el meneo sobre la zambomba. Impulsivamente, se mordisqueaba sus labios sin quitar la vista de ese nabo que acariciaba con verdadero deleite.

El desbotonó el botón del short y bajándole la cremallera, tiró con fuerza del pantalón deslizándolos por sus muslos. Su rosa braguita totalmente empapada de sus jugos de follar quedó al descubierto. Metió la mano dentro de esos humedales. La bocana estaba totalmente empapada, con dos dedos engatillados se los metió hasta la primera articulación de la falangeta. A la par, su dedo purgar martilleaba, estrujaba y acariciaba su clítoris.

Un alarido se le escapó a Pamela que tuvo que ser sofocado por un beso sellador para no delatarlos en el autobús. Sus ojos se enturbiaron, acercó su cuerpo al de él rozando su cara por el velloso pecho de él. Levantó su cara en busca de otro beso. Los pezones erguidos y endurecidos se rozaban con la tela del sostén provocando una mezcla de sensaciones dolorosas y placenteras que la enloquecían. Su entrega era total, él podía hacerla lo que quisiera.

—Pequeña chorreas como una golfa, presiento que vas a ser más salida que las gallinas.

A medida que se sentía follaba por ese par de garfios que penetraban en su húmeda cavidad. Pamela, ya inhibida de cualquier cohibición, agarraba esa nervuda estaca y la agitaba con furor y placer, y al ver como se balanceaban esas peludas bolas, con decisión las atrapó con la otra mano y empezó a acariciarlas y estrujarlas.

La respiración de él se aceleraba, extasiado de tanto placer, tiró de su blusa por detrás para liberar su sostén. Ahora con la palma de la mano cimbreaba sus pezones endurecidos, o con su dedo pulgar e indice los estrujaba, o manoseaba sus tetas al compás de los vaivenes de su polla.

Liberó esos blancos montículos de su placentero tormento, y su mano impaciente se adentró en las profundidades del coño de la chica, mientras con más ritmo clavaba sus dedos dentro de su raja imprimiendo más profundidad en cada envite empapándose de la sustancia acuosa que rezumaba esa bocana.

Su respiración se hacía más profunda, más sonora, más nerviosa. La cogió por su nuca y se llevó su boca hacia la suya sin miramiento alguno, mordisqueo sus labios, penetro su lengua en esa cavidad rellenándola de su ardiente saliva.

Los senos de Pamela, liberados de sus ataduras, asomaban entre los pliegues de su blusa. Agachó la cabeza y con la lengua lamió, azotó y mordisqueó un pezón.

Pamela sorprendida de ese inesperado ataque dio un respingo, mitad delicioso, mitad doloroso, pero embelesada de tanto placer atrajo su cabeza contra su pezón y gemía de ese éxtasis desconocido que la atontaba.

—Oh, muñeca necesito que te la metas en tu boquita este manjar, lo necesito tanto —Y sin más dilación, condujo su cabeza hacia su morado y lustroso glande.

Calambritos recorrían su cuerpo al pensar en meterse eso en su boca y saborearlo. Su cabeza se fue aproximando a ese morado badajo pero al lamer esa caperuza noto como sus fosas nasales se llenaron de un olor nauseabundo y repelente provocándola una arcada. Angustiada le miró a él negando varias veces con la cabeza.

El no insistió, pero la castigó dejándola de follar con sus dedos. Se recostó en su butaca y le dejo a ella hacer. Veía como la chica jugaba con su polla, a veces lo retorcía, en otras lo hacía solo con el purgar y el índice, y de vez en cuando lo agarraba con todos los dedos como si fuera la empuñadura de un puñal.

Pamela privada de esos dedos folladores, fue ella misma la que trató de calmar su húmedo coño y empezó a masturbarse ante la jocosa mirada de él. Se preguntaba ¿si era tan repugnante tener una polla en la boca como a ella le parecía o era tan sabrosa como algunas decían?

Tanto estimulo visual y sensación fue demasiado para él. No había pasado mucho tiempo cuando su cuerpo empezó a sacudirse. La olla a presión de sus huevos no pudo aguantar más y como un volcán, chupinazos de lava blanca, vistosa y pegajosa empezaron a escupirse del agujero de mear de forma descontrolada como un geiser de agua hirviendo.

Pamela veía como ese tronquito carnoso empezaba a perder su compostura y se retraía, lo apretujaba ordeñando las últimas gotas que empaparon sus dedos en un intento baldío de devolverle a la vida.

Con los ojos entreabiertos, el hombre se quedó extenuado y complacido. Le quitó el juguete a la niña y lo volvió a guardar en su madriguera. Con dos dedos untó unos cuajarones de su blanca semilla que de deslizaban por el respaldo de su asiento delantero y embadurnó los pezones de ella.

Pamela entregada sentía ahora sus pezones erguidos humedecidos por esa cálida semilla, Agarró su cabeza y tiro de él para que atrapara con su boca ese pezón. Notó un doloroso y placentero chupetón que la hicieron saltar las lágrimas, pero en lugar de rechazarlo le estrujó más hacia ella, extasiada del placer.

El chaval se reincorporó viéndola como se masturbaba se mofó del despertar de su glotonería sexual.

Pamela, le miró a él y vio su cara llena de satisfacción y relax. Inhibida de todo y de todos, por el volcán despierto en ella de lujuria desenfrenada se laceraba sin piedad su coño en un intento baldío de calmar su picazón, se metía sus propios dedos empapados del semen y trataba de masturbarse para aliviar el picor como una posesa, al tiempo que con la otra mano iba en socorro de una teta.

—Es bueno que termines insatisfecha así cada vez darás más a los hombres para que calmen tu lujuria.

Un frenazo y la parada del autobús indicó que habían llegado a su destino. Los pasajeros se levantaban de sus asientos, las luces del pasillo se intensificaron y el soldado cogiendo su macuto le giñó un ojo a Pamela y se fue pasillo adelante a la salida.

Pamela apresuradamente tuvo que recomponerse y maldecir la rapidez de la llegada al destino. Se mordió los labios de rabia y un escozor no calmado se expandió por todo su cuerpo.

Cuando llegó a casa, su turbación iba en aumento. Seguía angustiada y excitada. Sus intentos de control habían sido en vano. Al cerrar la puerta del vestíbulo se encontró con su abuelo haciendo la cena.

—Hola cariño, pronto has llegado, ¿qué tal el viaje? —preguntó el abuelo al verla

—Estupendo, tranquilo como siempre —contestó Pamela azarosa.

—Y la cotorra de mi hermana, ¿cómo esta?

—Muy bien abuelo, todos están bien. Voy arriba que quiero darme un baño.

La chica se apresuró, no quería que el abuelo se pudiera fijar en la mancha húmeda del pantalón entre sus muslos y le cuestionara acerca de ello.

—Ok, la cena estará en una hora —dijo el abuelo—, y no te duermas en la bañera.

—Vale, vale, no te preocupes. —Pamela llegó a su habitación y cerró la puerta.

Se desnudo tirando la ropa al cesto de la ropa sucia. Se paseó desnuda por la habitación como solía hacer y se sentó al borde la cama enfrente del gran espejo de pared. Por unos momentos, inmóvil miraba lo que reflejaba el espejo. Se abrió de piernas sobre la cama de igual forma que haría una gimnasta haciendo un ejercicio sobre el suelo. Estiró las puntas de los dedos de los pies como se hace en ballet, tensando los músculos de las piernas. El rizado pelaje marrón oscuro de su conejo aparecía reseco de sus jugos.

A menudo le gustaba quedarse así contemplándose en el espejo, imaginándose a ella posando para su marido. Lo que veía en el espejo era lo que su marido podría ver de ella. Todo amor y necesidad.

Ella acarició sus blancas y tiernas tetas con sus dedos al tiempo que daban masaje a sus pezones con las palmas. Parecía que estaban creciendo, pensó, aunque reconocía que no eran tan grandes como las de su amiga, pero las suyas no estaban caídas, y eran más cónicas y puntiagudas, además sus pezones mirando al frente.

Deslizó las yemas de sus dedos por la cintura alrededor de su ombligo. Sonreía de lo suave, tierno y delgada que era su barriga. Acarició sus costados, notando la sedosa piel que poseía. Sí, tenía mucho mejor cuerpo que la mayoría de sus amigas, aunque reconocía que algunas tenían un culo y tetas más grandes.

Se recostó sobre el colchón, izando y doblando sus piernas por las rodillas. Las arqueó y enredó sus dedos sobre su ensortijado pelo café de su mata privada. Contemplaba su mata en su almeja. Recordó cuando su amiga le desafió a que no era capaz de desnudarse y ambas lo hicieron en su casa. El suyo era más peludo que el de su amiga, más adulta. Sus pliegues internos eran también más rojos y maduros.

Le daba vueltas a la cabeza que sería una lástima si su amiga perdiera la virginidad antes de casarse. ¿Qué vergüenza follar antes de casarse! Pero de la forma que se estaba comportando su amiga posiblemente la pierda muy pronto, si no se controlaba.

Pamela pasó su lengua entre dos dientes y descubrió un pelo atrapado entre ambos. Lo cogió y tiró de él, descubriendo para su sorpresa que era un crespo y rubio pelo de la barba del militar ese. Al instante se sonrojó al pensar que su abuelo o alguien se lo hubiera visto cuando ella se riera. Estaba segura que el horrible tío se había percatado y por ese se cachondeó de ella. Que odiosa persona había sido ese degenerado. Se había atrevido sugerirle que le hiciera una mamada. ¡Una mamada! Repitió varias veces mentalmente mientas miraba al techo de la habitación y seguía jugando, enredando su parduzco vello alrededor de sus dedos.

Ella se estremeció y un pequeño temblor pasó a través de su melenuda vulva. No se podía imaginar esa enorme y maloliente tocho dentro de ella. Primero de todo, era imposible que esa cosa pudiera metérselo en su boca, simplemente no entraba, ¿o sí? Pero reconocía que el falo era una alucinante cosa no podía haberse imaginar que engordara y creciera tan rápido.

Se acordaba como Cecilia se divirtió a su costa al decirle que había disfrutado mamándoselo hasta adentro al vecino del tercero mientras ella seguía pensando en ir virgen a la iglesia. Qué ridícula eres decía. ¿Cómo Cecilia se las arregló para meterse ese aparato en su estrecha boca? Seguro que si te metes esas porras te ahogas ¿o no?

El pensamiento de estar mamando y succionando ese tronco carnoso que hace un rato había tenido en su mano, la asqueó. Como ha podido Cecilia haber hecho tal cosa con ese repelente olor. El sabor debe haber sido repugnante. ¡Qué golfa! se dijo mientras se lamía inconsciente sus labios. Y encima se tragó todo su semen, ¡increíble!

Pamela notó que su almeja se estaba poniendo jugosa. Su propio lubricante de follar estaba supurando a través de sus hinchados y rosados labios. En su interior, la carne se inflamaba y desprendía calor, mucho calor. Su clítoris se endurecía, su picacho sobresalía de su refugio. Su carnosa ranura de follar, se estaba estremeciéndose, latiendo y pulsando de tiempo en tiempo, abriéndose y contrayéndose. Un chorrito caliente de sus jugos folladores salió fuera de su, ahora empapado, conejo y corrió por su entrepierna hasta embadurnar la hendedura de su pequeño ano.

Ya no podía mantener sus manos fuera de su coño, Con el dedo medio de su mano derecha, lo hundió y se lo resbaló por ese blancuzco y aceitoso fluido por la bocacha de follar hasta la empuñadura una y otra vez mientras un suave gemido se le escapaba por sus labios. Sus verdes ojos se desenfocaron sus dedos de los pies se curvaron del inmenso placer que sentía.

¡Condenaba Cecilia! ¡Condenado soldado! La estaban haciendo que se estuviera masturbando cuando no quería hacerlo. Se había masturbado hacia dos días y ahora lo estaba haciendo otra vez, pero esa calentura que sentía le era imposible de refrenar sino se jodía con sus dedos hasta correrse. Era como si no pudiera ayudarse a sí misma y dejara que su cuerpo tomara control de ella misma. En el fondo todo era culpa de su amiga Cecilia, se decía mientras su mente febril se iba agitando cada vez más. Siempre hablando de los tíos, de sus paquetes, de sus miradas desafiantes.

Se incorporó apoyándose en el codo de su brazo izquierdo y mantuvo la cabeza mirándose como se follaba con su dedo. Cómo entraba y salía, acelerando el ritmo a la par que lo hacía con su respiración. Ardía dentro de ella, su coño era una lasciva boca que absorbía y tragaba con furor es dedo punzón con sus peludo labios. Sus jugos de follar se batían como claras de huevo a punto de nieve alrededor de ese buril y Pamela pudo oler el almizclado aroma de su cálido coño.

Se saco el dedo y se lo llevo a su cara, donde primero lo olió, después lo lamió y al final, como una glotona, se lo metió hasta al fondo en su boca paladeándolo hasta limpiarlo por completo.

¡Qué agridulce sabor! ¿Sabrá la polla de un hombre igual?

Durante unos segundos, la mente de Pamela vago por ese falo que había acariciado; que había sentido su textura, notando sus pulsos a través de sus venas y una corriente eléctrica recorrió su propio ser. Volvió a meterse ese dátil relamido en su famélico conejo saliendo y entrando, unas veces sobando y titilando su erguido botón otras lijando las paredes de esa cueva de amor, tan necesitada que se contraía y se expandía por cada penetración de ese dedo justiciero. Punzadas, pulsaciones y picazones se propagaban a través de su coño enloqueciendo su ser.

¡Oh!, que golfa he sido cómo he permitido acariciar esa suave carne, eso nabo tan duro y lustroso. Eso, eso solo lo hacen las guarras y yo me he callado y me he dejado llevar, ¿Seré yo una guarra? Pero qué golfa fui, dejando que me metiera sus gordos dedos mientras le pajeaba. Y luego cuando me dejo sola tuve que hacérmelo delante de él. Pero es que lo necesitaba tanto. ¡Oh!, sí, que guarra fui.

Se retorció en la piltra, sus tetas se izaban y caían mientras jadeaban. Su mano picaba entre sus muslos, los dedos de sus pies se estrujaban con cada sacudida que surgía de su ardiente coño. Notaba como sus ojos se ponían vidriosos, se nublaban por las ondas placenteras que experimentaba y mientras su lujuria se disparaba, una expresión de salida se dibujó en su cara.

¡Qué mujerzuela se ha hecho Cecilia! Como ha podido Cecilia, su mejor amiga, convertirse en una guarra y repugnante fulana que chupa pollas y traga semen de hombres. Increíble. ¡Guarra perra, Cecilia! Pamela susurró. ¡Sucia furcia!

Apretó sus dientes. Notó una ligera tirantez en una areola y al pasar los dedos por ella sintió una todavía húmeda sustancia adherida, lo olió y como una glotona hambrienta se metió y lamió esa sustancia una y otra vez hasta limpiarla por completo. ¡Oh, sabe tan bien! Susurraba y gemía. Ella besaba y succionaba con codicia desenfrenada. ¡Oh, cómo amo una polla!

Empezó a embocar y meter con toda su fuerza el dedo en su peludo conejo. Se follaba con el dedo con tal fuerza y ritmo que jadeaba por cada rejonazo. Se miró en el espejo y se imaginó a ella misma frotando y acariciando el falo del soldado, vio su nariz restregándose en las frondosas matas de ese hinchado punzón. Sacó su lengua y empezó a lamer al aire, saliva se le caía a sus tetas mientras ella pretendía lamer, chapotear y absorber esa lanza castigadora hasta sus huevos en sus secos y ardientes labios.

Ella cerró sus ojos, vio a Cecilia absorbiendo la polla del vecino, oyó su gruñido como si fuera un toro y a Cecilia atragantarse al engullir su inmenso falo. Ahora veía al vecino como hablaba, forzaba y metía su punzón en toda su longitud en la garganta de su amiga al tiempo que se corría y escupía su cálida lava. Cecilia tragaba con glotonería. ¡Seguro que esa golfa amó esa erupción lechosa! Se puso tan cachonda que explotó, se corrió como una mujerzuela.

—¡Ohhh, mierda! —Gritó Pamela cayendo de espaldas sobre su cama. Su espalda se arqueó, sus entrañas se mecieron, cabeceaba de un lado a otro. El deleite de joderse surgió en su cabeza, recorrió su cuerpo y su coño se corrió con espasmos alrededor de ese dedo que le calzaba y molía con ese frenesí delirante— ¡Ooooh, siiiiii"!

Ella se retorció en el colchón, quedándose sin aliento al tiempo que un deleite enloquecedor la conmovía, produciendo descargas eléctricas pasando como relámpagos a través de su coño y su ano, sumándose al festín senos y pezones. Cada celda de su cuerpo joven parecía estar palpitante. Sus jugos de joder frotaban alrededor de su dedo punzón formando una espuma salivosa que se deslizaba entre sus muslos creando un lodazal sobre la cama.

Ella se folló a sí misma hasta que las contracciones en su coño finalizaron y las oleadas de sensación a través de su cuerpo finalizaron. Su espalda se destensó y cayó sobre el colchón de la cama. Su dátil se resbaló fuera de su almeja. Sus dedos de los pies y sus piernas se relajaron y un plácido sopor invadió su ser.

Necesitaba esto, pensó. Después de lo que me ha sucedido esta tarde en el autobús, necesitaba esto. Me lo merecía.

Con esfuerzo y sudorosa, se incorporó y se fue a su cuarto de baño. Mientras el agua caliente le caía por su cuerpo, empezó a aclararse su mente. Ahora que su mente se estaba relajando y su coño se había desahogado, las cosas volvieron a su normalidad.

Ya no le importaba lo que había hecho y lo que Cecilia hubiera hecho o que le dijera. Desde ahora ella se iba a mantener con sus pensamientos los más puros posibles. Se dijo que como mucho solo se iba a masturbar una vez a la semana, quizás incluso cada dos semanas o incluso a lo mejor deja de hacerlo de una vez por todas.

Tranco 2. Cómeme… Chúpame ¡Oh, siiiii!

Pamela sujetaba su cabeza con la mano mientras pasaba las hojas del libro de mates. Abrió el libro de ejercicios de derivadas y bostezó de aburrimiento.

Se recostó hacia atrás sobre la silla con las manos entrecruzadas detrás de su nuca, su mirada vagó por la habitación hasta posarse sobre la pantalla del ordenador. Al instante, le vino a la mente los vídeos porno caseros que había visto con su amiga Cecilia.

Por extraño que pareciera notó el roce de sus pezones sobre la camiseta de algodón. Giró la cabeza y alcanzó el móvil, no sabía el porqué, pero por alguna razón necesitaba escuchar a su amiga Ceci.

—¿Por qué no te vienes aquí? —Cecilia, le dijo—. Mis padres se han ido a visitar a mis tíos y no puedo salir. Tengo que cuidar del peque, pero ya se ha dormido. Venga vente y si nos aburrimos podemos ver... jajaja ya sabes.

Diez minutos más tarde, Pamela estaba en el dormitorio de Cecilia. Los altavoces del portátil emitían música en un tono bajo desde Spotify para no despertar al peque.

Cecilia cerró la puerta de la habitación y de un salto voló sobre su cama. Parecía radiante por la llegada de su amiga. —Anda quítate eso y ponte cómoda, yo estoy muerta de cansancio de estar toda la tarde luchando con el mocoso.

Pamela se desprendió de su chaqueta vaquera a juego con su blanca minifalda.

Cecilia no le quitaba la vista, admiraba su hermoso cuerpo con ese pelo castaño oscuro recogido en una coleta en forma de cola de caballo. Al notar que su amiga se giraba, simuló cerrar los ojos y dio unas palmaditas a su lado sobre la colcha de la cama. Con los pies desnudos seguía los campases de la música.

El ruido de unas zapatillas al caerse al suelo y el sonido del somier al subirse su amiga, agitaron los despiertos sentidos de Ceci. Con el rabillo del ojo comprobó que su amiga tenía una pierda izada doblada por la rodilla y la otra estirada con su faldita retraída luciendo sus muslos hasta casi descubrir su braguita.

—¿Has estudiado para el examen de mates? —Pamela le preguntó

—No y tú.

—Tampoco.

Durante un rato permanecieron en silencio oyendo la música. En un momento el pie derecho de Pamela toco el izquierdo de su amiga, como jugando. Ceci se sobresaltó del contacto y contoneó sus deditos sobre el píe de su amiga. Esta se rio y ambas empezaron a destornillarse.

Cecilia se giró y miró a su amiga. —Sabes me encantó lo que hicimos juntas el otro día, llevo todo el día dándole vueltas.

—No quiero hablar de eso. Olvidémoslo.

—Por qué, ¿es un pecado que dos amigas se masturben juntas? Fuisteis tú la primera que empezó a masturbarte.

—No, solo sentí un escozor y traté de calmarlo frotándome un poco. Todo por culpa de ese marrano video tuyo de la guarra esa, que me puso caliente. —Pamela se giró para mirar a su amiga— No sé, pero la forma de como la guarra se la chupaba a su amigo, cómo abarcaba su polla con una mano y con la otra acariciaba sus huevos. Cómo lamia la cabeza y la retorcía mientras se la metía en la boca, no se... pero me excitó por un momento, eso es todo. Pero al darme la vuelta te veo a ti sin bragas, abierta de piernas toqueteándote como una posesa metiéndote los dedos en tu rubio conejo.

—Sí pero te pedí que me acompañaras, y terminamos ambas corriéndonos, solo quería que supieras que disfruté mucho viéndote correrte conmigo.

Pamela guarda silencio por un rato. Una nueva canción empezó a sonar. Se dio cuenta en ese momento que un par de botones de la camisa de Ceci estaban desabrochados y un pezón sobresalía a través del tapete de la camisa. —Bueno yo también disfruté de hacerlo contigo —y sin mucha convicción, remató—: Pero te repito olvidémoslo.

La música seguía sonando, delicados compases flotaban por la habitación. Ceci empezó a desliza el pie sobre la pierna de Pam, ésta se sonrió pero no la quitó.

Ceci se atrevió un poco, deslizo su mano sobre la pierna de su amiga. Su mano acarició la pierna de Pam. —Has comenzado a afeitarte las piernas.

—Por supuesto —Pamela contestó—. ¿Y tú?

—Por ahora no hay nada que afeitar —Cecilia concluyo. Su mano seguía acariciando el muslo de su amiga de arriba a abajo—. Tienes una piel tan suave.

—Me echo una loción lechosa después de que me afeito.

—¿Cada cuánto te afeitas? —volvió a preguntar Ceci mientras continuaba sobando a su amiga, ahora con la mano cerca del borde la faldita.

—Una vez cada seis semanas —Pamela dijo, escapándosele un suspiro—. Más a menudo si lo necesito.

Cecilia se aproximó a Pamela, su mano continuó ascendiendo ahora por el interior del muslo. —Te acuerdas del final del video cuando entra la novia y se pone a magrearse con la guarra. ¡Qué golfas! ¡Cómo disfrutaban, las muy viciosas! —Seguía acercándose, su cara estaba a escasos centímetros de la de Pam. Su mano había traspasado el dobladillo y con una voz ronca le preguntó—. ¿Te gustó, lo que hacían?

La vulva de Pamela temblaba ante la proximidad de esa mano. Un flash del vídeo le hizo recordar como la golfa metía la cabeza entre las piernas de la novia. Los labios de su coño empezaron a hincharse y unas gotas pastosas rezumaron a través de ellos. Negaba con la cabeza pero nerviosa, se lamía los labios.

Los dedos atravesaron el elástico de las bragas y se sumergieron en esa peluda oquedad.  Pamela arqueó sus piernas ofreciéndoselo. Su corazón retumbaba como una yegua desbocada.

—Voy a ser tu golfa del vídeo. Es lo que llevo todo el día pensando, en follarte de mala manera. —Con una mano abrió la cremallera de la faldita y tiró de la falda—. Quiero comerme tu conejo juguetón —Cecilia susurro a su oído. Momento que aprovechó para atrapar su lóbulo con sus dientes y chuparlo.

Cecilia se puso encima de su amiga y trató de besarla, intentó meterle su lengua a través de eso blancos dientes, pero la barrera estaba cerrada. Metió la mano por su espalda liberando su sostén para seguidamente atrapar un pezón con dos dedos y presionándolo con dureza.

Pamela trató de liberarse de Cecilia, había ido demasiado lejos, pero se sentía demasiada débil para luchar.  Trató de protestar, un gruñido doloroso con su cálido aliento se escapó por su boca entreabierta. Pero una lengua lujuriosa entró en ella culebreando y enroscándose con la suya.

Al notar como la mano de Ceci se deslizaba por su vientre, penetraba por el elástico de su braga y se ponía a juguetear con su húmedo coño. Un delirio placentero recorrió su cuerpo olvidándose de protestar.

Cecilia se apretujaba sobre ella para rozar sus pezones sobre los de su amiga. Excitándose todavía aún más, le susurró. —Vamos a desnudarnos —respiraba acelerada con voz entrecortada—. Estoy tan jodidamente caliente que voy a explotar. —Y sin más empezó a desabotonar la blusa de Pam.

—¡Deja, deja!, lo puedo hacer yo —respondió Pamela en un tono que decía a las claras que no quería hacerlo—, pero si vas a seguir con esto de todas formas por alguna razón que te supera y que no eres capaz de dominarlo, estaré dispuesta a hacer lo que quieras.

—¡Oh sí! —Cecilia gritó y comenzó con sus febriles dedos a desabotonarse su blusa luciendo sus bien desarrolladas tetas con sus aureolas parduzcas coronadas por unos puntiagudos pezones.

Ambas sobre la cama se desprendieron de sus ropas, desnudas sobre la cama se miraban la una a la otra sonrojadas. Pamela lucía un parche blancuzco sobre el vello alrededor de sus labios vaginales que trató de ocultarlo con las manos.

Cecilia estiró su mano y metió un dedo en esa cueva de su amiga.

—Me siento tan excitada —Cecilia jadeaba—. Oh, Pam, siempre he querido estar así contigo.

Pamela se quedó pasmada, pero no dijo nada. Ondas placenteras volvían a subir por su cuerpo desde su tiritona almeja ante las delicadas caricias de su amiga. Vio los senos de su amiga como se hinchaban, subían y bajaban como sabrosas naranjas, quiso estirar la mano para sentirlos y manosearlos pero no se atrevió.

Cecilia cayó sobre ella otra vez, besándola, restregándose sus tetas y barrigas. Se juntaron los conejitos, uno rubio y otro moreno, empezando a conocerse. La lengua de Cecilia lamía la boca de Pam, mojando sus labios entreabiertos, mordisqueaba esos carnosos labios sin permiso alguno.

Pamela sintió la saliva de Ceci corriendo por su garganta y su dulce sabor le hizo estremecerse, y como un resorte liberado, sus brazos ascendieron alrededor de Cecilia, envolviéndola en un feroz abrazo.

Gemidos se oían en la habitación, ambas estrujaban sus palpitantes montículos como si estuvieran moliendo café. Sus rosados labios se rozaban y se calentaban en un éxtasis placentero. Pamela atrapó la dulce y resbaladiza lengua de Ceci con sus dientes y la absorbió jugando con ella, a la par que izaba con frenesí su culo para apretujar su coño chorreante sobre el de su amada amiga.

Su beso se interrumpió. Ambas chicas estaban gimiendo, jadeando. Pamela sentía como si sus tetas fueran a estallar y sus pezones fueran a reventar con dureza.

—Cómo te corres guarra, y todavía no hemos empezado, ahora vas a aprender cuando se besen nuestros viciosos coños. —Cecilia jadeante sonreía a su entregada amiga.

Pamela medio aturdida por su lujuria despertada no era capaz de hacer nada, dejaba que su amiga asumiera el mando de todo.

Cecilia se puso a horcadas sobre el muslo de una pierna de Pamela y le levantó la otra pierna, reteniéndola casi vertical, abriendo su conejo como si fuera una ostra, entonces estrujó su culito para juntar ambos coños. Los labios se montaron uno encima del otro y sus clítoris se rozaron. Ante los primeros y suaves empujones de sus bajos vientres, se despertó un picazón placentero en sus coños que exigían más roces.

Poco a poco el ritmo aumentó, más intenso más febril. Ambos conejos se cepillaban, se friccionaban, se calentaban. Los gemidos aumentaban a la par que los muelles del somier rechinaban del ímpetu ajetreo. Pamela aprendió rápido y cuando Cecilia se impulsaba, ella hacía lo mismo para que el roce fuera mayor, el placer se intensificara y sus coños chorrearan lavas pegajosas como volcanes en erupción.

—Oh Cecilia que me hacer que me enloqueces. —Estiro una mano para atrapó una teta de su amiga estrujándola, acariciándolo, amándola.

—Oh, golfa sigue así presiona tu ardiente carne contra el mío, deja de ambos disfruten y nos lleven al éxtasis final.

El cimbreo de ambas se intensificaba, se desparramaron lo máximo posible para que sus coños trémulos, con sus labios interiores rebosando de gelatina blancuzca, se besaran mejor. Infinitas descargas eléctricas recorrían sus cuerpos anonadándolas, sometiéndolas, enviciándolas al intenso placer que producían sus coños.

—Ahhh, roza, roza, apriétame sin miramiento —jadeaba Cecilia.

—¡Oh sí! —Pamela se quedó sin aliento, movía la cabeza de un lado para el otro. Con desenfreno frotando su vulva abierta en contra de la de Cecilia. Sentía como el erecto clítoris de Cecilia penetraba entre sus húmedos pliegues internos produciéndole a su paso una avalancha de punzadas delirantes que le estremecían hasta el fondo de su ser despertando una lujuria que exigía más y más.

Pamela no podía creer como de cachonda, calenturienta se habida puesto. Nunca había perdido el control cuando se masturbaba pero esto desbordaba todo lo imaginable. Se comportaba como una perra y lo que más la desconcertaba era que le gustaba con pasión. Necesitaba correrse, sabía que se iba a correr, como nunca lo había hecho hasta ahora y lo buscaba con desenfreno.

—Ohhh, Pamela, me estoy corriendo, sigue follándome con ese vicioso coño que tienes. Ahhhh.

Pamela notaba como el jugo ardiente del coño de Cecilia se disparaba con tremenda fuerza penetraba en el suyo propio subiendo por su caverna del amor, y ya no pudo más. Empezó a delirar. Lloriqueaba, gemía y trataba de respirar pero el aire le faltaba. Saltaba y votaba sin control alguno.

Tumbadas una opuesta o la otra con las piernas entrecruzadas. Las dos amigas se quedaron sin aliento ante los delirantes delirios de sus espasmos. Sus coños seguían mandando ondas placenteras, mientras se estremecían y sus jugos salían a borbotones como agua escurrida de unas esponjas.

Pamela cogió el pie de su amiga y empezó a lamer y mordisquear sus deditos, metiendo su propio píe en la boca de su amiga. Un purgante hedor a sudores y jugos de coños rezumaban de sus cuerpos flotando en el ambiente. Se sentía tan bien que quería flotar en esas sensaciones y nunca volver.

Cecilia comenzó a soltar una risita.

—¿Qué es tan gracioso?

—Que no querías follar conmigo y eres tan guarra como yo, pero sabes no he acabado contigo —continuó, guiñándole un ojo con pícara expresión—, te juro que te voy a enviciar.

Pamela no le contesto, tumbada boca arriba trataba de recuperar la respiración. Todo su cuerpo estaba escocido, enrojecido y muy sensible tras el orgasmo.

Cecilia se desprendió de ella y arrodillándose entre las piernas de su amiga, comenzó a lamer sus tiernas moras, a succionarlas y mordisquearlas, hasta que el suplicio produjo un gemido de su amiga. Satisfecha de sus estragos, deslizó su lengua hacia abajo dejando un reguero de cálida saliva hasta su ombligo donde se detuvo un instante para culebrear un poco con la punta y terminar el viaje en el matorral de pelo negro café.

Cecilia abrió las piernas de Pam para dejar al descubierto su peludo manjar. Con los dedos pulgares abrió esa concha rosácea con grumos blancos, sopló sobre el desprevenido clítoris para luego darle unos cachetazos con su lasciva lengua.

Un trallazo desprevenido recorrió el cuerpo de Pamela arqueándolo. —Alto —jadeaba—. No, no soporto más ¡Acabo de correrme!

Cecilia soltó una risotada. Ansiosa de ese pirulí, lo machacaba: A veces lo lamia; en otros, lo succionaba, y cuando se cansaba, lo flagelaba o lo mordisqueaba con inmisericordia fuerza.

Ondas de placer y dolor se sucedían sobre la estimulada mente de Pamela que abría los ojos desorbitados. Cogió sus propios pezones para pincharlos y estrujarlos con deleite. Sus dientes rechinaban, su boca se secaba. Su cuerpo se agitaba y saltaba. Cecilia le estaba atormentando pero por alguna incomprensible razón lo amaba.

—¡Puta! —Pamela lloriqueaba—. ¡Oh Dios, me estás matando!

Cecilia levantó las piernas de su amiga forzándolas a doblarse y presionar sus muslos sobre sus tetas izando el culo del colchón. Coño y glúteos se agitaban ante su mirada.

Cecilia sorbía ruidosamente los regueros fluidos del coño y los perseguía por la hendidura de los glúteos hasta la violeta flor de su ano, para luego rebanarlos en la dirección opuesta.  A veces al llega al ano rociaba su apertura con su saliva para luego meter la punta de la lengua como una abeja traviesa.

Pamela incrédula observaba y alucinaba ante las nuevas sensaciones. Se agitaba. Era como sí Cecilia fuera una perra lamiendo con una larga y áspera lengua. Coño y ano temblaban picados por la estimulación.

—Ohhhh, lámeeee. Devórame, hazme lo que quieras —exclamaba fatigosa, al tiempo que se sacudía en un vano intento de socorrer su coño y ano restregándolos contra la boca de ella.

Cecilia de manera malvada y traviesa miró a Pamela, poco a poco la droga de la lujuria se iba apoderando de ella. Estimulada de cómo iba degenerándola, empezó a follarla. Metía y sacaba su lengua en la oquedad de su rojo canal al tiempo que un dedo traicionero se colaba por el trémulo ano, entrando y saliendo sin piedad.

—Túuuu, perra sucia —Pamela hablaba entre dientes, conmocionada por lo que Cecilia le estaba haciendo. Caliente como una perra en celo, sentía que se aproximaba un nuevo orgasmo y quería más guarradas que la hiciera su amiga porque había descubierto que los amaba—. Oh qué me estás haciendo, ¡Guarra!

Cecilia retorció su empapada lengua de los fluidos lubricantes en la apertura, penetrando más y más hasta tocar el himen, mientras su dedo castigaba con más intensidad y penetrando ya hasta el segundo nudillo por el seco ano.

La mirada de Pamela se nublaba, giraba su ano buscando más castigo, jadeaba con cada penetración de la lengua y el dedo. Retorcía los dedos de sus pies, estrujaba la cabeza de su amiga entre sus piernas. Corrientes de infinitos alfileres clavándose en sus entrañas la enloquecían. Miró hacia abajo vio la cabeza rubia y entrelazando sus dedos con sus cabellos presionó la cara de su amiga más profunda entre sus piernas, rozando su coño contra la boca de ella.

—¡Cómeme! —Bramaba—. ¡Chúpame! ¡Oh, Cecilia, siiiii!

Cecilia gruñía, succionaba y tragaba el copioso lubricante del coño que le gustaba y la excitaba. Extrajo el dedo del culo y comenzó a lamerlo para llevárselos a su coño y empezar a masturbarse, a empapar dos dedos de los grumos de su amiga y llevárselos a su coño para alimentarlo y empezó a suspirar, a temblar, ante la atontada mirada de su amiga que fascinaba la calentaba más.

Pamela clavó sus uñas en el cuero cabelludo de Cecilia, rotaba su ano sobre ese dedo percutor que le castigaba y la enloquecía deliciosamente, y eso anhelo se intensificaba a cada segundo que pasaba. Restregaba su vulva peluda sobre la cara de su amiga y reptaba su erecto clítoris sobre la nariz de ella, forzando que la lengua penetrara más. —Cecilia córreme, Ohhh, estoy salida como una perra.

Cecilia con su amiga enviciada entregada a ella, satisfecha su necesidad lujuriosa de follarla, puso sus ojos en blanco. —Ahhhh, me corro. Oh, qué bien, qué gusto, ahhhhhh.

Pamela veía el éxtasis lascivo de su amiga. Como se titilaba y se manoseaba salvajemente, con una mano que se agitaba sin control alguno. Como sus dedos producían un grave sonido al batir sus propios jugos y al tiempo que lengua y dedo entraban sin misericordia alguna en sus propios agujeros. Tantas lascivas imágenes consiguieron despertar los últimos estímulos necesarios para que sus entrañas explotaran enviando ondas placenteras a todo su cuerpo.

—Ohhh, Cecilia yo tambiiiiiien —Pamela enrolló sus ojos y explotó. Su vulva escupía su corrida sobre la boca de Cecilia. Los dedos de sus pies se encorvaron con dureza y su pegajoso conejo se restregaba sobre la boca de su amante.

Los ojos de Cecilia volvieron a desenfocarse, su respiración se agitaba, gruñía mientras espasmos delirantes la consumían.

Las dos chicas gimieron al unísono, una corriente sexual fluyó a través sus cuerpos jóvenes mientras se convulsionaban en un éxtasis delirante hasta que el cansancio les sumergió en una placentera modorra.

Tranco 3. ¿Te gusta lo que ves, mirona?

Cecilia se quitó sus zapatos y metió sus pies desnudos en la fuente.

—¡Oh! que bien —dijo, estirando sus dedos y salpicando el agua al golpear la superficie con las plantas de los pies.

Pamela suspiró con exasperación. —Te dije que no te quitaras los zapatos. Ahora todo el mundo nos está mirando.

—Y qué más da, mis pies están calientes —Cecilia se quejó—. Si no hubiéramos andado tanto esto no hubiera pasado.

Al otro lado de la fuente, tres jóvenes niños entraron de un salto y comenzaron a patear sobre el agua, y entre risas se mojaban unos a otros.

—Ves —remarcó Cecilia, sonriendo burlonamente a Pam—. No hay nada indecente en poner los pies en el agua. Todo el mundo lo hace.

—Esos son unos estúpidos críos —Pamela fuera de sí le replicó—. No jóvenes adultas como yo y como se supone que tú también eres.

Pero Cecilia miró alrededor como si hubiera perdido interés en la conversación.

Pam se sentó al borde de la fuente al lado de Cecilia pero opuesta a ella con los pies descansando sobre la tierra. Ensimismada, con ambas manos se agitaba su polo tratando de airearse del calor reinante y despegarlo del sudor que corría por debajo de sus senos. Un codazo la volvió a la realidad.

— Oye, Pam te has fijado en la cantidad de sementales que hay por aquí. Algunos nos podían hacer un favor.

—¿Es eso en todo lo piensas... en tíos? —Pamela frunció la cara. Suspiró pero al cabo de un rato y mirando alrededor, asintió—. Bueno he de reconocer que estos están mejor que los paletos de clase. Estos por lo menos son universitarios con más clase y experiencia. Pero Ceci, no hemos venimos aquí a mirar embobadas a tíos. Vamos ponte tus zapatos y sigamos. Hemos venido a ver el museo.

—¿De verdad que tenemos que ir? —Cecilia preguntó—. No es mejor estar aquí disfrutando del sol. Pamela nos hemos tirado toda la semana en el colegio. No quiero más historia. No me digas que no prefieres un achuchón con alguno de estos.

—¿Ahora no quieres entrar? —exasperada, Pamela contestaba—. Venimos hasta aquí para visitar el museo y ahora todo lo que quieres hacer es mojarte tus pies en la fuente y ligarte a un tío.

—Vete tú, tendrás más diversión sin mí. Yo lo quiero hacer es magrear con un tío que me ponga cachonda.

—Vale, golfilla, iré sola pero no se te ocurra irte de aquí sin mí.

—Tranquila tía, te esperaré aquí. Por mí tómate todo el tiempo que quieras —respondió Cecilia—. Yo prefiero lanzar la caña y ver que pesco.

Ceci le giño un ojo antes de mirar al frente y exhalar con lentitud mientras apretaba sus piernas desnudas, deslizando rítmicamente un muslo contra el otro uno como si tuviera un escozor.

Pamela se puso de pie, Le resultaba repulsivo el frívolo comportamiento de su amiga.

Cuando subía la escalinata del museo, volvió la mirada atrás, para ver a su amiga que en ese momento salpicaba con sus pies desnudos en la fuente como si fuera uno de los tres mozalbetes que ahora se tiraban el agua los unos a los otros.

A esa distancia, Cecilia parecía más una preadolescente de lo que en realidad era con su nariz respingona, su rubio pelo hasta los hombros, su cara redonda y su cuerpo ligeramente grueso, se parecieron a un bajito y grueso duendecillo. Aunque realmente no estaba gorda; sino justamente bien desarrollada sus caderas y el busto. Algo superdesarrollado para su altura. Al patear con sus pies sobre la superficie del agua, gotas de agua empaparon su ligera minifalda azulona por lo que retiró el borde de la misma izándola sobre sus muslos. Parecía como una alumna de primaria en el gimnasio realizando ejercicios de calentamiento.

Pamela negó con la cabeza, y a pesar de su repugnancia por su comportamiento vulgar, no podía otra cosa sino sonreír por la apariencia primorosa e infantil de su amiga. La observaba como ahora se cruzaba una pierna sobre la otra, dejando ver todo su muslo, y con una pierna basculaba sobre la otra impulsaba el agua con la punta de los dedos del pie sumergidos.

Tras hacerlo rítmicamente varias veces descabalgaba una pierna y repetía la operación con la otra. Era claro que estaba tratando de ganar la atención de la gente que paseaba al lado de la fuente. Aunque conociéndola bien, Pamela podría decir que Cecilia se estaba cruzado sus piernas para algo más que ganar atención. Con esos espasmódicos movimientos izando y bajando las piernas, cruzándolas y descruzándolas, se estaba frotando sus labios vaginales en un intento de calmar su calentura interior. Cecilia se masturbaba sin ningún rubor donde le daba gana. Le había reconocido que le encantaba hacerse deditos con su almeja para calmarse cuando se excitaba lo cual era bastante a menudo.

¡Golfilla! Pamela pensó mientras se giraba y marchaba hacia la puerta del museo. Bien, al menos la masturbación es mejor que darle tu cuerpo a cualquiera de los salidos que pululan por el colegio.

Y por qué le digo golfilla, se preguntó mientras seguía avanzando hacia la puerta del museo. Por qué a ella le da igual lo que digan o vean y a mí no. Bien, es cierto que soy mucho más retraída y vergonzosa que ella, pero ambas seguimos deseando llegar vírgenes al matrimonio o ¿no? La imagen del nervudo falo del soldado le vino a la mente, por un momento se paró en la escalinata, negando con la cabeza. El éxtasis que sentí al masturbar al soldado, fue tan real como los delirantes orgasmos con Cecilia en su cama. No podía imaginarme que el placer carnal fuera tan maravilloso… y obsesivo. Sí, debo de reconocer que ahora me masturbo más de la cuenta. Me consumo viva por no saber que se siente al ser acariciada por un tío.

Al entrar en el hall del museo, Se fue a los servicios para refrescarse un poco. En los servicios, se enderezó su pelo delante de un espejo. ¡Cuanto más adulta y sofisticada soy yo que Cecilia! Su pelo castaño rojo oscuro, era más largo que el de Cecilia, lo llevaba recogido hacia atrás en forma de cola de caballo. Era más alta y más delgada Cecilia y sus fracciones eran mucho más estilizadas que la de Cecilia pero desafortunadamente, su nariz respingada tenía pecas lo que la hacía parecer más joven de lo que a ella le hubiera gustado. Sin embargo, nadie es perfecto como siempre se decía a sí misma.

Andaba por las salas del museo casi desiertas. Ocasionalmente, Pamela encontraba alguna que otro visitante, pero en la mayoría de los casos estaba sola. Paseando entre salas llegó a una dedicada a las tribus indias, y sus ojos fueron atrapados por la escultura de bronce a tamaño natural de un bravo guerrero indio desnudo. El escultor no se había molestado en esconder su erguido falo con una hoja de parra, y Pamela se acercó a atraída por una fuerza desconocida que le impulsaba a inspeccionarlo de cerca y maravillarse de su longitud. Miraba nerviosa a ambos lados por si alguien entraba y le pillaba mirando ese lustroso aparato.

¡Qué polla tan grande, seguro que no es real! ¡Y con esas pelotas colgando tan exageradamente grandes!... y tan hermosas. Seguro que el artista se ha pasado.

Su corazón latiendo más fuerte, su respiración se aceleraba, nerviosa se mordisqueaba su labio inferior. Extendió su mano y agarró ese duro tronco apreciando su grosor, la textura de esa pulida superficie, empezó a deslizar la mano arriba y abajo del falo. Con la punta de los dedos seguía esas venas hinchadas de sangre guerrera a lo largo de la polla hasta acariciar esas peludas bolas. Volvió a mirar a derecha e izquierda, sus dedos inspeccionaban, acariciaban ese impresionante aparato. Su coño tembló sobre el dobladillo interior de su pequeño pantalón corto de tele vaquera. Instintivamente tiró de él para meterse el dobladillo entre sus labios vaginales. Aunque el frio del aire acondicionado ya había erizado sus pezones a través de su sostén, pero ahora se hinchaban y se endurecían rozándose contra la cazuela del sostén provocando una extraña sensación de dolor y placer.

Sus ojos fijos ante ese productor viril del castigo y placer, la tenían absorta. Tragó para humedecer su garganta seca. Apretujó sus piernas, y deslizó sus muslos internos uno contra el otro, frotándose la carne húmeda y abrasiva de los pliegues internos del coño que empezaban a rezumar, exigiendo atenciones.

Un comezón de las paredes de su cueva de amor le provocaba ondas delirantes que necesitaban ser sofocadas. Mientras con una mano acariciaba ese hermoso percutor, con la otra se lo llevó a su coño y a través de la tela del pantaloncillo lo apretujaba con sus dedos en un vano intento de calmar ese picazón.

¡Dios mío, qué estoy haciendo, estoy salida! pensó, y con brusquedad desprendió la mano agarrotada al falo. Sintió la humedad de su braguita, se estaba corriendo como una colegiada. Con esfuerzo se alejó de las delirantes sensaciones provocadas por el bravo guerrero indio. Su corto pantalón, su sostén y su ropa le constreñían, parecía como si hubieran encogido asfixiándola. Un impulso acalorado recorrió su cuerpo y a duras penas pudo controlarlo para no bajarse en una esquina su pantalón y frotarse hasta calmar su calentura.

Intentó concentrarse en las otras exposiciones, pero su mente se mantenía vagando con el guerrero indio desnudo de bronce. Se concentraba en esa gran polla tan dura, tan excitante, tan necesitada de ser acariciada. Pamela se preguntó si el falo de su futuro marido tendría esa calidad animal. Sí entraría por sus agujeros. Coño, se dijo, qué me pasa que ya estoy otra vez cachonda a tope.

Abandonó el museo mucho antes de lo que se hubiera propuesto. No podía dejar de pensar en su guerrero indio desnudo, incluso, ya fuera, sentía la llamada del guerrero para que volviera a visitarle, pero poco a poco consiguió que la nieblilla del deseo se disipara en su cabeza, despejándose aunque ahora sabía que volvería aparecer con más intensidad.

Cuando emergió bajo un sol de justicia, se aturdió por un momento por el calor abrasivo del ambiente. Sus ojos buscaron a Cecilia en la fuente. No la vio al principio porque esperaba verla sola, pero comprobó que estaba sentada al lado de un joven con mostacho en el borde de la fuente. Cecilia se apoyaba hacia atrás con ambas manos inclinando su cuerpo sobre el borde con las piernas cruzadas revelando sus blancos muslos, sonriendo y hablando animadamente. El hombre girado hacia ella descansaba una mano sobre su rodilla mientras le contaba algo, que debería ser muy chistoso por las risotadas nerviosas de Cecilia.

—¿Ya de regreso? —Cecilia preguntó cuando divisó a Pam.

—Sí, me estaba sintiendo algo mareada —contestó Pam—. Venga pongámonos en marcha.

—Espera tía, este es Oscar, un amigo. Y aquí mi compañera Pamela, ambas vamos a la misma escuela.

—Hola Pamela —el joven la miró catalogándola—. ¿Cómo estás? Podías descalzarte y relajarte un rato con los pies en el agua como hace tu amiga.

—No, nosotras en realidad tenemos que ponernos en marcha. Tenemos una larga caminata hasta casa.

—Vamos, no, no es necesario —replicó Cecilia—, Oscar se ha ofrecido a llevarnos en su furgoneta.

—Qué… no... no sé... —titubeó Pam, pero antes de que continuara. Oscar abrazó a ambas por la cintura y las arrastró hacia su furgoneta sin escuchar ninguna queja. Cecilia llevaba sus zapatos en sus manos, sus pies desnudos chasqueaban sobre el cemento del camino.

—Ya estamos —Oscar dijo. Cecilia abrió la puertezuela y entró primero en el asiento delantero colocándose en medio de ambos. Oscar entró por su puerta, miró con una sarcástica mirada a la blusa de Cecilia y metió la mano entre las piernas de ella para alcanzar la palanca de cambio y meter una marcha.

La cabeza de Pamela le daba vueltas. Todo había ocurrido tan rápido que sentía como si hubiera perdido el control y se dejaba llevar. Oscar era tan arrogante, tan dominante. Era alto con una profunda voz masculina, y era evidente que llevaba el completo control de la situación. Le vino a la mente el guerrero indio.

Cambiaba de marchas a medida que la furgoneta alcanzaba más velocidad. La mano la descansaba en el muslo interior de Cecilia que la deslizaba hasta toparse con el borde de la braguita.

Cecilia suspiro y se arrimó a él como si fuera un osito de peluche necesitado. Soltaba una tonta risita cada vez que él decía algo o cambiaba de marcha y picaba con su dedo la tela de la braga entre sus labios vaginales. Se reculaba de placer, se apretujaba a ese brazo peludo restregando sus tetas contra él.

Estaban parados con la luz roja, con un denso tráfico, cuando Oscar dijo. —¿Cuál de estas bellas chavalas son buenas haciendo mamadas?

Pamela pestañeó con sus ojos insegura de lo que acababa de oír, pero Cecilia que estaba excitada por un dedo ajeno que se estaba deslizando por su almeja soltó una risita, a la par que se contorneaba del placer que estaba recibiendo.

—Tengo una hermosa palanca que necesita ser atendida —Oscar dijo— ¿Cuál de las dos está hambrienta de una carne dura?

Pamela cerró sus ojos y tragó. Cuando los volvió a abrir se quedó pasmada, Cecilia estaba encorvada bajando la cremallera del pantalón y liberando el botón de la cintura.  Oscar se izó sobre su asiento y Cecilia entre sonrisas como si estuviera borracha aunque en realidad estaba cachonda y calentona por ese experto dedo que la había hecho estragos entre sus labios vaginales, tiró de su calzoncillo arrastrando también las perneras del pantalón hasta dejarlo a la altura de sus rodillas.

—Ahhh, esto está mejor. —El hombre satisfecho suspiró, se levantó los faldones de su camiseta para enseñar su orgullosa palanca. —¿Te gusta pequeña, todo tuya?

Cecilia jadeaba y murmuraba sobre la rígida polla de Oscar. Su mano pequeña a duras penas podía agarrar la mitad de ese tarugo. Su nariz, a escasos centímetros de ese morado champiñón semi oculto por el pellejo, aspiraba el purgante hedor que emanaba contrayendo sus fosas nasales. Su mano se deslizó hacia abajo retrayendo el prepucio hasta dejar al descubierto su enorme cabezón. El agujero de mear se abrió y unas gotitas de lubricante grueso y claro rezumaron entre sus bordes.

—Dieciocho centímetros de sólida carne. —Oscar dijo orgulloso, mirando a Pam.

Pamela apartó la mirada, miraba el tráfico a través de la ventanilla, pero su vista estaba desenfocada. Un volcán interno de lujuria desenfrenada la impedía pensar. A su mente volvía el falo de bronce del guerrero indio del museo que la había estremecido de deseo, pero este era real. El escultor no exageraba. ¡Hay pollas como mi brazo! Le pareció tan vivo, tan hermoso tan desafiante aporreando el aire en espera de ser acariciado que todo le pareció algo irreal.

Cecilia con la punta de la lengua lamió el glande arrastrando la viscosa leche. —Mmm, Oscar, es delicioso —Cecilia hablaba entre dientes

—¡Oh, tía mira lo grande que es! Sabe a pirulí del bueno.

La cabeza rubia de Cecilia con codicia, se retorcía de un lado para otro con sus labios aprisionando la punta mientras su lengua correteaba por la superficie humedeciéndolo con su propia saliva. Le lamía como si fuera la bola de un helado a punto de derretirse.

A cada lamida, el lubricante continuaba fluyendo por la bocana de su polla.

—Oh, como me gusta tu jugo.

—Seguro que tú amas las pollas necesitadas. —dicho esto, Oscar levanto el píe del freno y presionó el acelerador— Y la mía está muy necesitada, ahhhh ¡qué placer!, eres una golfilla. Yo amo a las mamonas que son tan cariñosas como tú. Ahhh, sigo chupando, trágatela perra, dame placer.

La fragancia fruto del sudor, jugos de follar y otros pestilentes hedores del macho Oscar invadieron el habitáculo por completo. Pamela contuvo su aliento, repulsado por lo intenso, almizclado aroma. ¿Cómo podría lamer Cecilia algo que olió así? ¿Cómo podría estar ocurriendo esto?

La boca de Cecilia se ceñía alrededor de la corona de ese pomo bruñido. Sus labios se abrazaban como tensas gomas elásticas deslizándose en un movimiento de vaivén a la par que la lengua a la grupa cacheteaba a ese carnoso champiñón.

—Oh dios, !Chúpala! —Oscar jadeaba—. Lame, traga. Ohhh Qué perra profesional eres.

Cecilia en lugar de ofenderse por las vulgaridades que oía, se excitaba más y cuando más cachondo y vulgar se ponía él, más quería ella complacerle.

Electrizantes sensaciones empezaron a corretear por el cuerpo de Oscar, su mente se embotó, sus ojos vidriados perdieron el rumbo y la furgoneta dio un viraje que casi se sale de la vía.

—Ahhh. ¡Ten cuidado! —Pamela gritó, apoyando su mano en el salpicadero.

Ante el desesperante grito, Oscar regreso a sus sentidos y con un volantazo volvió a situarse en la vía la furgoneta en medio de una tronada de bocinazos. Tras algunas profundas respiraciones, acarició la cabeza de Cecilia. —Hazlo con suavidad, pequeña, cuida esa lengua, casi me corro sin remisión.

—Casi nos matas, lo mejor es que pares y salgamos de aquí —Pamela exigió.

—No seas tonta, aquí no es posible. Hay un parque más abajo detrás de esos bloques de casas, allí pararé.

Mientras se oía el balbuceo de Cecilia al lamer y besar su lindo pirulí, Pamela se quejaba y bramaba por la situación pasada que Oscar ignoraba en todo momento. Tras unos arbustos, se paró echando el freno de mano en un sitio recóndito.

—Todo el mundo atrás —ordenó Oscar. Se subió los pantalones y un instante después obligaba a las chicas a pasar a la parte trasera, donde unas cortinas sobre las ventanas impedían miradas indiscretas.

Pamela pensó en escaparse, pero algo dentro de ella bullía impidiéndole marcharse. Aunque murmuraba que prefería estar yendo a su casa, siguió mansamente a Oscar a la parte trasera donde se sentó sobre una manta en el suelo de la furgoneta.

—Bueno aquí estamos solos sin nadie que nos moleste y podemos hacer lo que queráis, pero antes desnudémonos para estar más cómodos —Oscar sugirió.

—Yo no, y me voy a marchar. Cecilia te espero fuera —Pamela replicó, haciendo un intento de levantarse.

—Como tú quieras, nadie te obliga —contesto Oscar.

—¡No me jodas! Pam, no te va a pasar nada. Déjanos que nos divirtamos un poco. Mira y disfruta pero no me dejes.

Pamela tras unos segundos de duda, se recostó sobre el lateral y se deslizó hasta sentarse en el suelo a ver lo que pasaba.

Ambos Oscar y Cecilia ente risas y algún que otro beso se desnudaron.

El olor de vulva caliente llenó el aire del compartimiento, Pamela observaba como un reguero blancuzco espumoso y grasiento discurría por medio de los muslos de Ceci, saliendo de los labios hinchados de su coño que no dejaban de rezumar ese pegajoso fluido.

Oscar se recostó sobre la pared opuesta a Pam, se abrió de piernas para facilitar el trabajo a la mamona de Cecilia. Estiró una pierna y apoyó su píe desnudo sobre el regazo de Pamela que ésta, con un fuerte empujón, lo apartó de ella cayendo delante entre sus piernas. El la sonrió y Pamela apartó su mirada.

Cecilia, entretanto, boca abajo engullía esa dura carne saboreándola. A la par que se lo tragaba, con una mano bamboleaba hacia la base la piel de la nervuda lanza, y con la otra manoseaba esas negras y peludas pelotas. Su cálido aliento avivaba, si más cabía, los estímulos a ese falo acariciado. A veces su lengua se deslizaba a lo largo de una vena desde la cabeza a la raíz con los huevos para meterse uno de ellos en su boca para retornar a su glande.

Todo estaba en silencio solo se oía el glu, glu del tragar y la respiración acelerada de Oscar. La polla erecta y dura se ensanchaba más, se estiraba más, el fluido seminal empezó a volver a rezumar por el agujero de mear y Cecilia ahora con más intensidad, tragaba y devoraba el exquisito manjar que tanto deseaba.

Oscar puso su mano izquierda en la cabeza de Cecilia, entrelazando sus dedos con los cabellos rubios de ella y tiró de ella hacia arriba mientras que con la mano derecha agarró su percutor y comenzó a deslizarlo por la cara, ojos y mejillas de ella dejando un rastro brillante de sus fluidos sobre ella. Ambos se miraron, a Cecilia le brillaban los ojos de deseo.

—Te lo vas a tragar toda.

—¿Sí? ¿Me vas a obligar?.

Oscar soltó una carcajada y como jugando empezó a aporrearla con su porra sobre sus mejillas, que Cecilia aguanta sin rechistar. El lubricante saltaba y la empapaba ojos, cejas, frente y orejas.

—Ohhh, Oscar —Cecilia gimió—. Lo amo. Te haré cualquier cosa que quieras.

—Vaya, vaya, mi adolescente perra está calentona —Oscar se complacía del estado de la pequeña perra—. Un simple cacheo de mi porra caliente para empolvarte tu cara con mi crema de follar y te pones a 100 ¿Te gusta, golfilla?

—Lo adoro, mi amor

—Bien vas a tragártelo poco a poco, yo te guiaré con mi mano hasta que te lo metas hasta el mango.

Sin más emboco su picha en su boca y se lo metió como una buena estocada.

Cecilia tragó más que la mitad de su falo. Su garganta se hinchó, se ensanchó, se estiró con esa dura carne que penetraba en su cavidad bocal. Respiraba con fuerza a veces parecía que se atragantaba pero chupaba, lamia y tragaba con inusual codicia. Mientras mamaba, abierta de piernas, exhibía su ano y su peluda almeja que ahora rezumaba copiosamente entre sus hinchados labios.

Los ojos de Pamela se quedaron prendidos de la situación, sus pulsaciones se incrementaron, su respiración se aceleró. Veía atónica ese nervudo faro entrando en la boca de su amiga, ¿Cómo sabrá?, se preguntaba. Veía esas peludas pelotas, cargadas de semilla, acariciadas por los dedos de su amiga.

Ante los mimos de la rubia al jugar con sus huevos mientras se lo comía. Oscar aumentó su respiración impulsaba la cabeza de la niña con más decisión.

Un sofoco inundó a Pam. Se cruzó de brazos y con sus manos atrapó sus senos y empezó a apretujarlos. Un profundo suspiro se le escapo al acariciarse y ver esa húmeda vulva como rezumaba. Esos labios de la boca que rezumaban un líquido blancuzco igual que los de su coño. Nunca había visto el coño excitado de Cecilia o de otra chica abrirse y contraerse luciendo sus rosáceas interioridades. Recordó cuando Cecilia se comió el suyo y un latigazo de pasión recorrió su cuerpo.

La imagen la enturbiaba más de lo que creía su ojos saltaban de ese tronco erguido, desafiante que aporreaba el aire y esa boca peluda viciosa con ese borde blancuzco que asomaba entre sus piernas.

Oscar observó a Pamela mirando entre las piernas de Cecilia, mordisqueándose nerviosa sus labios.

—¿Te gusta lo que ves, mirona?

Pamela se sonrojó, pero mantuvo sus ojos en el palpitante y empapada concha.

Absorta en ello, Pamela no se percató que Oscar estiró su pierna y con el dedo gordo de su píe empezó a empujarlo rítmicamente sobre la tela encima de su coño, manoseándolo, apretujándolo, excitándolo, hasta que una mancha se expandía entre los pliegues del pantalón. Al verla sonrió para sí, estas recatadas son las mejores, cuando rompen sus ataduras son unas verdaderas ninfómanas. Solo hay que encontrar el momento oportuno.

—Vamos Pam, porfa ayúdame y córreme como yo te lo hice el otro día —suplicó Cecilia que en ese momento había dado un descanso a su boca—. Sabes, es que es muy tímida, necesita un impulso, pero cuando se libera de perjuicios es una golfilla. Ven vamos a desnudarla.

Entre sonrisas ambos se levantaron y se apoderaron de la chica que con desesperación negaba con la cabeza en un intento de evitar lo inevitable.

Oscar la cogió de las muñecas. mientras Cecilia la despojaba de su blusa y tiraba de su pantaloncito y su braguita, dejando al descubierto su ensortijada mata que terminaba en su coño que lucía ya un húmedo brillo. En su trajín la cabeza de la polla golpeaba y se deslizaba por la barriga de salpicándola de gotas de saliva y pre seminal.

Desnudada, Oscar la atrajo hacia él rozando sus pezones con el bello de su pecho y apretó su polla contra su monte de venus. En ese instante sus ojos se enturbiaron del deleite que sentía.

Cecilia, que capto el momento, se mosqueó más de la cuenta y uno ataque de celos se apodero de ella. Al ver esos blancos glúteos, no lo pensó más y los atizó con la palma de su mano hasta que el blanco color se tornó en rosa intenso.

Pamela se retorcía en dolor y ahuyentó, suplicándola que la soltaran y la dejaran en paz.

Pero Cecilia conocedor de la naturaleza de su amiga empezó mordisquear el pabellón de su oreja, al tiempo que le susurraba soeces palabras y con una mano apretujaba y acariciaba sus seños y con la otra hacia deditos con su coñito.

—Pam, cariño sabes que te quiero mucho pero a veces eres insoportable y no entras en razón y me desesperas—Cecilia mientras le susurraba iba manoseando sus seños y penetrando sus dedos en la sonrojada raja de su amiga provocando estragos en ella.

—Vas a hacerme lo mismo que yo te hice el otro día, ¿verdad?, porque esto te gusta mucho y si no voy a enfadarme más porque quiero que las dos disfrutemos mucho.

Al final retrayendo la cabeza de Pan hacia atrás, le dio un beso metiendo la lengua en una boca entregada.

Mas que sugerencias parecieron órdenes para la mente de Pamela. Mecánicamente, sin mirar a Oscar, asentó con la cabeza. Su mente vagaba en un mar de confusiones, embravecido por tal número de estímulos sexuales que la absorbían y la lanzaba a lujuriosas pasiones que ya no podía refrenar. El quemazón del intenso calor de sus nalgas se unían el escozor insatisfecho de su coño que la envolvía en una extraña sensación de humillación, placer y necesidades que la confundían y la deleitaban. Al soltarse vio como los ojos de Oscar la escudriñaban desde sus vigorosas tetas a su negrura caverna y de sus lustrosos muslos a sus descalzos píes. Un escozor placentero recorrió su peludo conejo por lo que no tuvo más remedio que apretujarse las piernas para calmar su ardor.

—Esta es mi chica. —exclamó Oscar con entusiasmo—. Ahora por qué no te pones en medio de las piernas de tu amiga y ves de cerca su húmedo coño, olfatéalo un poco y quizás, si te gusta, lamerlo.

La visión de Pamela era borrosa. Su cabeza aturdida no comprendía, su corazón latía con fuerza. Nunca se había sentido tan desnuda y tan caliente en su vida. Se puso de rodillas detrás de su amiga y con sus dos dedos empezó a acariciar las oquedades de la vulva de su amiga que ante tal inesperado halago empezó a cimbrearse.

Empapado dos dedos se los llevó a su nariz para olerlos para después lamer la yema de los mismos y finalmente saborearlos dentro de su boca hambrienta. Ahora ya decidida a disfrutar se retorcía debajo de las piernas de su amiga como había sugerido Oscar.

El intenso hedor del ardiente coño aturdió momentáneamente a su amiga por esa esencia repulsiva pero a la vez excitante. Inhaló con fuerza ese purgante olor embriagador y metió la punta de su nariz entre esos rosados pliegues, más y más profundo con más fuerza hasta que su nariz quedó empapada de esa esencia que ahora le recordaba la suya propia.

Un trallazo de lujuria le recorrió todo su cuerpo y abriendo con sus dedos los labios empapados metió la lengua hasta el fondo relamiendo todo lo que encontraba en su camino.

—Mmmmmmmm —Cecilia gimió. Su culo se contoneó y empezó a frotar su coño sobre la cara de Pam. Estimulada hasta el delirio, bajó su boca sobre la rígida estaca tragándosela hasta la campanilla de su garganta. La mandíbula empezó a dolerla pero le dio igual. Su coño se estrujó como una esponja y empezó a gotear ese agrio fluido hacia la garganta de su amiga.

Pamela aprisionaba el clítoris de su amiga con sus labios, lo lamía y lo maltrataba mordisqueándolo con suavidad. Enloqueciendo a su amiga hasta casi el orgasmo. Desenfrenada de cualquier cortapisa, excitada hasta la lujuria, estiró su mano hasta su propio botoncito y con inusual furor lo titilaba con ardor, provocándose ondas dolorosas mezcladas con otras placenteras que la iban llevando hasta el gozo final.

—Vaya, parece que he cogido a dos hambrientas gallinas necesitadas de ardientes estímulos —y apretando la cabeza de Cecilia sin contemplación alguna consiguió embocar toda su caña dentro de esa cálida caverna—. Ahhh, qué placer parece que toda mi polla esta enfundada en carne trémula.

Cecilia se atragantó. Respiraba pesadamente a través de su nariz, se meneaba, boca abajo sobre la manta, rotando la pelvis para mejor estrujar su coño sobre la cara de Pam.

Pamela gruñía fuera de control, absorbía, lamia y tragaba los jugos de ese peludo y caliente conejo con avidez. Disfrutaba al saborear los jugos amorosos de otra mujer. Hambrienta trataba de saciar sus ávidas necesidades pero no parecían saciarla. Lamia en círculos alrededor de su clítoris abofeteándolo con su lengua. En un instante lo succionó con fuerza provocando un delirante gemido de Cecilia.  Los hinchados y ardientes labios internos palpitaban de gozo al estrujarse contra los labios de su boca. El delirio se aproximaba. Rebañaba esos pliegues internos con ahínco, rozando y dejando un reguero de punzadas placenteras que correteaban por las entrañas de Cecilia.

Un agudo grito se le escapó a Cecilia. Gemía y gemía, alocada se contorneaba sobre el colchón, con su garganta rellena de la enorme estaca de Oscar.

Aunque Pamela estaba chupando y comiendo la vulva de su amiga, no dejar de pensar en ese maravilloso tronquito de Oscar. No dejaba de admirarse que una polla pudiera ser tan inmensa, tan venosa, tan enrojecida, tan jugoso y tan maloliente y al mismo tiempo tan hermosa. Unas punzadas de envidia recorrieron su ser al no ser ella la que estuviera lamiendo ese exquisito manjar. Estiró la mano y empezó a manosear esas peludas bolas cargadas de semillas y que pronto iban a descargarse.

—Oh Jesús, voy a correrme —Oscar gruñó—. Oh, baby traga. Ahhhh. —Sus dedos se tensaron, su regazo se encabritó y su polla empezó a escupir su lava en repetidas sacudidas sobre la garganta de su animosa mamona que su cabeza era retenida para que se tragara todo su blancuzco néctar.

Cecilia respiró fuertemente con dificultad, gorjeaba y tragaba saliva hasta atragantarse. Por la comisura de sus labios escupía riachuelos de la exquisita golosina que entraba en su garganta como si una manguera de incendios estuviera conectada a su boca. Gimoteaba mientras se atragantaba y sucesivas arcadas se le producían hasta que consiguió tragar como una posesa lo más rápido posible. Al tiempo su cuerpo sin control se agitaba, se retorcía y repentinamente, los labios de su coño se hincharon y se cerraron hasta estallar sus jugos sobre la cara de Pam.

Pamela notó como su boca se llenaba a borbotones del cálido, agrio y lustroso jugo deslizándose por su garganta. Un chorro de jugos del coño de su amiga avisaba de la llegada del intenso orgasmo. Pamela bebió con glotonería el néctar de la dulce niña. Chupaba y comía esos trepidantes y temblorosos labios. Presionó el interior de los muslos separándolos con fuerza para forzar su propia boca en la cavidad vaginal. Con su lengua la metía sobre la caverna de amor como si la follara con ella, produciendo delirantes sensaciones en su amiga. Chupaba ávidamente, lamia con furia desenfrenada, y ora mordisqueaba, ora succionaba ese erguido botón a su placer, escuchando con deleite los chirridos, alaridos de éxtasis de su amiga.

—Oh Dios, ha sido genial —Oscar suspiró. Apartó la cabeza de Cecilia de su flácido percutor y se recostó relajado sobre la pared de la furgoneta—. Realmente ha sido grande, justo lo que necesitaba, descargar en una dulce boca mis cantaras lechosas.

Cecilia, salida, siguió a esa polla hasta conseguir lamer los restos pegajosos sobre el glande al tiempo que gemidos placenteros se le escapaban por su garganta con las últimas sacudidas de su orgasmo a la vez que las exquisitas vibraciones de su coñito peludo terminaban.

Oscar, satisfecho de lo golfa que era esta ninfómana niña, ordeñó su polla con su mano y estrujó las últimas gotas de su pastoso semen del hueco de su agujero de mear, para untar su nariz con ello. Alejándose presto para salvaguardar a su exhausto miembro de las intenciones de ella de seguir ordeñándoselo hasta agotar todo fruto existente.

Pamela se incorporó con su nariz y su boca empapada con la corrida de su amiga, algunos pelos del claro vello de su amiga estaban pegados a sus labios y su mandíbula. Al notar la socarrona mirada de Oscar sobre ella, rehuyó su mirada avergonzada.

—¿No eras tú la tímida? —le dijo a Pamela con sarcasmo, mientras arrodillado al lado de Cecilia acariciaba su flácido pene—. Apuesto a que no eres tan tímida si nos ponemos a follar, solo necesitas un empujoncito ¿Qué te parece, muñeca?  Todo lo que tienes que hacer es conseguir que se me endurezca otra vez y yo te lo meteré entre esas preciosas piernas.

Pamela ni lo miró, ni rechistó pero una punzada notó en su coño. En su estado febril, no estaba segura de sus convicciones, y menos aún de oponerse a sus peticiones si la obligaba a masturbarle.

Al llegar todos a casa de Cecilia y cerrar la puerta del vehículo, Oscar abrazó a Cecilia dándole un beso en la boca y mientras se enroscaban sus lenguas metió un papel entre sus senos. — Cuando quieras si andas necesitada llámame, no te defraudaré y si quieres te traes a tu amiga contigo.

Tranco 4 ¡Oh! aquí lo tienes toda mi carne embutida en su salsa.

Pamela no durmió bien esa noche. Se paso la noche saltando y dándose vueltas sobre la cama. Soñaba con un hombre con mostacho y su gran polla erguida que la cimbreaba delante de ella mientras sonreía. También soñaba con Cecilia que se burlaba de ella mientras se lo mamaba al hombre bigotudo.

En los intervalos entre esos sueños, Pamela permanecía despierta en su dormitorio con la puerta cerrada. Desnuda y sudorosa sobre las sábanas de la cama, con su mano derecha se frotaba su ardiente almeja con los dedos agitando su duro y resbaladizo clítoris o metiéndoselos en la palpitante y húmeda oquedad. Excitada y fuera de control se tocaba el peluche una y otra vez, hasta exhausta, con las primeras luces del día, se durmió.

El abuelo ante la tardanza de levantarse su nieta golpeó la puerta advirtiéndole que si se entretenía mucho en levantarse se quedaría sin desayuno.

Durante el desayuno, su calentura no tenía descanso, a veces se cruzaba de piernas y se apretujaba los muslos para aminorar el escozor de su coño, en otras por el contrario, se relajaba y apoyada sobre el respaldo de su asiento se quedaba traspuesta. Sus acciones no pasaron desapercibidas a su abuelo.

—¿Estás bien, Pamela? —le preguntó su abuelo al ver el extraño comportamiento de su nieta—. Nunca te he visto tan inquieta. Te quedas dormida enseguida. ¿No dormiste anoche? Y ese rubor ¿tienes fiebre?

—Estoy bien —le contestó, mientras el abuelo le tocaba la frente—, solo es que anoche hizo un calor horrible, y claro no pude dormir bien.

—Te veo un poco febril —sentenció el abuelo con mirada recelosa.

—Tranquilo abuelo, que esto se me pasará —concluyó Pamela, rehuyendo su mirada.

Después del desayuno, que apenas tocó, y de haber acabado de recoger y limpiar los platos, Pamela dijo al abuelo que se iba a juntar con unas amigas del colegio para preparar un trabajo de literatura. Aunque en realidad lo que tenía en mente era juntarse con Cecilia en el parque.

Cecilia estaba observando a algunos chavales que estaban haciendo saltos con sus monopatines, cuando Pamela se sentó a su lado en el banco.

—¿Me pregunto qué tan grandes tendrá sus nabos? —Comentó Cecilia a modo de bienvenida mientras miraba a los chicos sin quitar ojo de ellos.

—¿Por qué no se lo preguntas? Pamela dijo sarcásticamente. —Ella frunció la cara— ¿Cómo puedes mirar incluso dos veces a estos ladronzuelos? Pero si tienen granos en la cara y son unos guarros que nunca se lavan. No lo ves.

—No estoy pensando en besarlos, sólo me pregunto cómo de grande serán sus pollas.

—Y seguro que si te lo mostraran, abrirías tu boca y se lo chuparías.

—En ese tienes razón, lo admito. Ya se lo he mamado a uno y quiero saborear más. Tú también los buscaras cuando saborees por fin uno.

El corazón de Pamela comenzó agitarse y con un susurró le preguntó:

—¿Le llamaste?

—Por supuesto —Cecilia contestó—. Me ha dado su dirección pero aún le quedan dos horas de trabajo en el gimnasio. Me ha dicho que me fuera a su aparcamiento y si todavía no había llegado que cogiera la llave debajo del felpudo y entrara.

—¡Oh Dios! —Pamela exclamó. Al tiempo que un tembleque se apoderaba de sus piernas y una desazón oprimió su pecho—. ¿De verdad quieres que vaya contigo?

—Si Pam necesito que estés conmigo. A lo mejor te animas y disfrutas un poco y dejas esas estupideces de la virginidad.

—No Ceci yo...

Cecilia se volvió hacia ella y abrazándola le dio un beso en la boca mientras metía su mano por debajo de la falda acariciando la ranura de su coño.

—Por favor Pam, se mi amiga —Le decía mientras seguía castigando el conejo de su amiga masturbándola— Se que te va a gustar tanto como a mí.

Pamela la miro a sus ojos, se relamió sus labios de la saliva de ella y al final aceptó. —Vele, pero te acompaño solo para ver.

—Bueno tú haz lo que quieras, pero yo me lo voy a follar. Ya estoy harta de ser virgen y mártir.

—Pero que quede claro que voy solo a mirar —volvió a repetir Pamela.

Cecilia se sonrió ante su advertencia, pero no dijo nada. Agarró su mano y se encaminaron hacia el apartamento de Oscar, Pamela oía como su amiga le hablaba sin poner mucha atención. A mitad del camino se para y girándose hacia su amiga, le pregunta. —¿No estás asustada?

—Por supuesto —le contesta y guiñándole un ojo—. Pero eso lo hace incluso más emocionante, ¿no crees?

—¿Qué ocurre si duele? ¿Qué ocurre si él te hace sangrar? He leído que puedes perder mucha sangre.

—No será para tanto, pero me da igual si me sangró, voy a conseguir ser follada de cualquier forma.

El apartamento de Oscar estaba en la planta baja de un edificio de tres plantas. Su apartamento estaba en medio de varios todos iguales. Cecilia tocó el timbre, pero no hubo respuesta. Cogió la llave debajo del felpudo y abrió la puerta entrando dentro.

El lugar era un verdadero cuchitril, La mesa estaba llena de latas de cervezas vacías y resto de pizzas. Revistas, periódicos aparecían desparramados por todos los sitios. Cecilia apartó unos cuantos del sofá y ambas se sentaron juntas a esperar.

Cecilia se descalzó. —Dijo que me pusiera cómoda. Vamos como si estuviera en mi propia casa.

Pamela se encogió de hombros y se quitó sus zapatos también. Las dos chicas esperaron.

Un cuarto de hora después, la puerta se abrió y Oscar entró, vestía una camiseta de baloncesto con su pantalón corto, en la mano llevaba una bolsa de deportes. Sus peludos músculos se marcaban a través de la camiseta.

Detrás de él entró un hombre rubio, muy bronceado y rasurado parecía un socorrista.

—Bien —dijo Oscar con una irónica sonrisa. —Para nuestro placer, nuestras señoritas han llegado —Él dejó caer su bolsa del gimnasio— Este es mi compañero de cuarto, Derek, y estas dos señoritas, son de las que te he estado hablando. Candy y Patty.

—Cecilia. —Corrigió Cecilia.

—Pamela —Pamela dijo con una risa nerviosa.

—Ah, bueno, vale. Cecilia y Pamela han venido aquí para digamos hacer un curso de iniciación.

—Estupendo —dijo Derek, cerrando la puerta y echando la llave.

—Pensé que sólo ibas a estar tú —inquirió Cecilia a Oscar.

—Derek vive también aquí y como veras no puedo echarle de su propia casa. Bien, por qué no nos desnudamos y nos ponemos en marcha, ¿señoritas?

— Me suena muy bien. —Aprobó Derek quitándose su camisa y luciendo un tórax muy musculoso. Su piel bronceada presentaba una tonalidad suave y lustrosa como si se hubiera afeitado todo el cuerpo.

Los dos hombres se desnudaron completamente antes de que Cecilia y Pamela incluso hubieran pensado en quitarse la ropa. Las chicas estaban abobadas mirando esos escultóricos cuerpos y sus ojos seguían el febril balanceo de sus pollas. El nabo de Derek no tenía prepucio y era más grande y larga que el de Oscar.

—Bien, ¿qué esperáis, muchachas? —Oscar preguntó— Sonaste bastante ansiosa acerca de saciar tus necesidades cuando hablamos por teléfono, Candy.

—Cecilia —Cecilia volvió a decir.

—Ok, ok, perdona —Dijo Oscar. Que comenzaba a acariciar su enorme aguijón y ordeñándolo, hasta que un pegote de lubricante goteó y colgó de la punta del bastón.

Cecilia y Pamela tragaron saliva, y Cecilia se levantó y comenzó a arrancarse sus ropas con violencia. Pamela azarosa empezó a desabotonar su blusa sus manos temblaba de nerviosismo, pero se detuvo.

—Yo... Yo solo… solo voy a mirar —Pamela dijo—. ¿Okay?

—Ésta es una voyeur —Oscar dijo, apuntando con la cabeza hacia Pam—. A ella no le gusta hacerlo, hay que darla un impulsito, pero cuando se anima se enciende como una viciosa desesperada.

—Me gusta ella —Dijo Derek, atisbando a Pamela como se desvestía—. Amo esas piernas largas, esbeltas, con ese cuerpo tan ágil y esa cola de caballo, con sus deliciosas tetas puntiagudas mirando al frente. Sí, se parece a una atleta.

Pamela se ruborizó al escuchar esos elogios de sus atributos. Turbada se atrevió a mirarle y le encontró acariciándose su verga, lamiéndose sus labios mientras la contemplaba.

—Sí señor, es una sexy y muy bonita Lolita —Derek concluyó con admiración.

Pamela se estremeció por lo que oía y veía, su corazón golpeó con fuerza, su cuerpo se sonrojó con el calor sofocante que emanaba. El hombre grande, hermoso y musculoso le estaba codiciando. Podía sentir su lujuria como lengua que lamía todo su cuerpo. Estrujo su coñito para calmar sus pulsaciones. La ropa le empezaba a molestar.

—¿Eres tan bonita que mira cómo me has puesto, no deseas acariciármela un poco? —Le preguntó Derek mientras se acercaba a ella. Seguía meneándosela y el glande se hinchaba y se enrojecía. Por su agujero rezumaban gotas blancuzcas que se escurrían por su piel. Delante de ella levantó su pierna para posarla sobre el sofá acercando su erguida lanza a escasos centímetros de la boca de Pam.

—Acaríciala, no te va a comer

Por un momento le asalto un miedo irracional, ¿qué iba hacer? ¿Me atrevo o no? Pero qué tonta soy, me masturbo pensando en meterme pollas y ahora que tengo una, dudo. Resuelta se enderezó en el borde de la cama. Su corazón latía desbocado. Estiró la mano y agarró el nabo, enseguida le vino a la mente el falo del indio, pero aquel era frio y rígido, este era cálido aunque duro y maleable. A medida que apreciaba las cualidades de ese percutor, tragaba y se lamia compulsivamente sin quitarle la vista.

Ante los estímulos que recibía, la polla empezó a supurar por su agujero de mear un fluido viscoso incoloro que se deslizaba por el glande y embadurnaba su mano.

—Lámelo —Le ordeno.

Pamela levantó la vista y le miró algo azarosa, volvió a centrarse en ese glande que relucía y con parsimonia pero decidida a satisfacerle, sacó la lengua y con la punta la deslizó por el cabezón de la polla, humedeciéndola de esa aguada leche.

Lo paladeó y descubrió que no sabía tan mal, algo salino y un poco hediondo pero llevadero, pensó. Ahora le miró sonriendo y continuó limpiando su polla, mientras la mantenía fuertemente agarrada y deslizaba su piel arriba y abajo.

Un suspiro placentero se le escapó a Derek al comprobar lo bien aplicada que era la niña. Estiró la mano empezó a desbotonar la camisa y aflojó los corchetes de sus ganchos, y sus hermosas y erguidas tetas, se liberaron de sus ataduras.

Se inclinó y acercando su boca la dio un beso rozando sus labios. —Desnúdate cariño —Le susurró.

Sin quitar la vista de ese percutor que se cimbreaba en el aire y que había contagiado a su coño de eses espasmos. Se desnudó y volvió a jugar con su juguete, ahora desinhibida. Por su cuerpo corría un sofoco de necesidades que tarde o temprano debían ser satisfechas que hacían escocer su almeja.

—¿Ahora muñeca, vas a saborear esta carne tan grande y cálida? Apuesto a que posees una dulce y cálida boca que me va a enloquecer.

Se colocó delante de ella, con el glande al borde de su boca. Con la mano derecha la sujetó por el cogote y con la derecha guio su polla a sus labios.

—Abre la boca, cariño, ábrela bien y saboréalo.

Pamela temblaba. Solo había venido a mirar y ahora se iba a meter una cosa que no sabía si iba a podérselo tragar.

Derek, atrajo con decisión su cabeza a su polla y empezó a deslizarla por sus labios embadurnándolos con sus oleosos fluidos.

Pamela volvió a saboreó su salinidad y con timidez entreabrió su boca. La suave pero insistente embestida de ese ardiendo falo abrasó sus labios enviando un calor palpitante que se propagó por su carne. El olor hediondo de su lanza, ahora tan intenso debajo de su nariz la dejó mareada por su intensidad.

—Vamos colegiada, saborea mi polla —Derek presiono más y su falo se deslizó a través de sus labios en su boca, llenándolo. Sus labios se tensaron a lo máximo. Su boca si abrió todo lo posible que pudiera ser. Sus lubricantes fluidos engrasaban sus amígdalas al chocar con ellas. La cabeza y unos centímetros del tronco llenaban su boca y garganta. La cabeza de Pamela retumbaba con cada pinchazo de la enorme polla embutida en su cara.

—Chúpala —Derek exigía mientras jadeaba del placer que recorría su cuerpo— Usa tu lengua y tus labios.

Las mandíbulas de Pamela dolían. Parecía como si hubiera recibido un puñetazo en su boca. Notaba como el lubricante que salía del agujero de mear de su ariete resbalaba hacia su garganta. Comenzó a rozar gentilmente con su lengua esa carne lampiña que se deslizaba adelante y atrás de su boca. Ante los nuevos estímulos la polla se encabritó y casi levanta a Pamela del asiento.

—Ahhhhh Fantástico—Derek gimió—. Ohhh, pequeña qué cálida, húmeda y suave lengua posees. Sigue, sigue lamiendo y chupando.

Agarró su cabeza con suavidad obligaba a su boca a que se moviera arriba y abajo de su falo y poco a poco, pinchazo tras pinchazo, enculada tras enculada, fue entrando más y más en las profundidades de su garganta.

Pamela apenas podría pensar. Un trémulo recorría cada celda de su ser. Temblaba en cada celda de su cuerpo, pulsaciones de excitación fluían a través de ella. Sentado al borde del Sofá, arqueó sus piernas. Su mano derecha se deslizó entre sus muslos y comenzó a marear su chumino. Derek apartó con fuerza su mano de su conejo con su pie, y comenzó a deslizar su dedo gordo arriba y abajo en la raja de los hinchados labios del peludo conejo. Metió su dedo gordo en su coño y comenzó a follarla.

Los ojos de Pamela casi saltaron del imprevisto visitante. Nunca había tenido una cosa tan grande dentro de ella. Cierto que una vez se metió la punta de una zanahoria pero era mucho más delgado. El dedo de Derek era mucho más grueso, parecía una polla gruesa pero cortita. Se lo estrujaba y lo frotaba a la fuerza hasta dentro. Pamela gemía, su respiración se aceleraba, se iba encendiendo, se contorneaba y se impulsaba cuando el dedo entraba dentro de su húmedo coño para clavárselo más. Sus jugos del amor hacían espuma alrededor de ese dedo follador al ser batidos por la intensidad de esos vaivenes.

—Oh Dios, ¡qué coño más caliente tienes! —Derek jadeaba— Más caliente que su boca.

Pamela se follaba mientras el dedo del pie de Derek golpeaba su virgo estirándolo. La uña del pie hizo un corte pero no lo traspaso. Ella estaba contenta de que no pudiera ir más allá.

Oscar inhalo con fuerza, tiró de la cabeza de Cecilia forzando de una tarascada su ariete a entrar en la boca de ella hasta la empuñadura. La nariz de la mamona se enterró en la maleza de su negro pelo púbico.

Cecilia se atragantó, carraspeaba y su saliva salía a trompicones por la comisura de sus labios, con ojos enrojecidos por la tensión. Pamela echó una mirada a su amiga, sentada a su lado en el sofá, con sus piernas abiertas y su garganta atiborrada con el grande y duro salchichón de Oscar.

—Cómetelo, pequeña ramera —Oscar gruñó. Tenía sus manos en su cabeza y le seguía follando con su polla entrando y saliendo de su boca—. Lubrícalo bien con tu saliva así podré metértela hasta el fondo.

A pesar de su ahogo, los labios de Cecilia se ceñían a ese tubo carnoso y nervudo al tiempo que con su dedo medio actuaba como un pistón en su cueva de amor entraba y salía al compás de que tragaba la polla. Algunos cabellos de su pelo rubio habían caído hacia delante tapando sus ojos.

Derek deslizó su falo más profundo en la garganta de Pamela, provocando que también se atragantara. Respiraba con mucha dificultad. Retiró su verga un poco hasta que el ahogamiento se superó para volver a la carga.

Pamela consiguió controlarse. Su respiración se hizo más pausada y sin tanta dificultad, iba aprendiendo a mamar. Alzó la vista hacia el musculoso semental y él la sonreía con placer.

—Te aseguro que eres una pequeña y hermosa perra —dijo Derek—. Especialmente con mi polla en tu viciosa boca. Veamos cual profunda es tu garganta y cuanto puedes tragarte.

Tiró de la cabeza de Pamela hacia él mientras empujaba su falo con ardor consiguiendo que los últimos centímetros de su nabo entraran en su boca.

Pamela apenas podría respirar, pero no se atragantó. Se encontró con su nariz enterrada en un amasijo húmedo de hebras del color de la paja y con su barbilla siendo golpeada por un par de grandes y casi calvas bolas.

Derek, en agradecimiento, trabajaba con dureza su dedo dentro de ese coño tragón.

La chica se retorciera de placer, su vista se nublara, y engatillaba los dedos de sus pies como garras entre las fibras de lana de la alfombra.

—Ahh, ssssii —Derek gimió. Agarrándola por ambas manos. Reculaba para empujar con renovado esfuerzo. La follaba sin contemplación alguna—. ¡Lame, golfilla, lame!

Pamela hizo girar su lengua humedeciendo la parte inferior del nabo según entraba y salía de su boca y garganta. Sus mandíbulas abiertas casi a punto de desencajadas. Las venas del falo rozaban y se frotaban contra los delgados y tensos labios. Saliva caía desde su falo cuando retrocedía de esa cavidad bucal y gotas golpeaban sus tetas y otras se deslizaban por su barbilla. Se agachó un poco para agarrar bien el puente del píe del hombre para dirigir los movimientos del dedo gordo dentro de su caliente coño y poder cepillarse ella misma con más ímpetu, con más fuerza, con más decisión.

—Ohhh mierda, qué coño más caliente tienes —con delirio Derek rodaba sus ojos azules—, y una cálida y dulce boca de mamona.

Pamela embelesada de las nuevas sensaciones cloqueaba al tragar. Chupeteaba con sus labios, rebañaba con su lengua y succionaba con su garganta. Mordisqueaba ese enorme pedazo de carne de follar como un perro roe un hueso, con verdadero apetito. Era tan caliente, tan dulce, y tan salado que no podía creer que tuviera ese ariete en su boca. Cada latido de esa barrena producía múltiples latidos en su coño. Su almeja se contraía al unísono a cada trallazo de ese exquisito bocado. Una locuaz hambruna se apoderó de ella de ese viril arpón al sentir las primeras descargas de su ardiente semen.

—Baby, baby —Derek se quedaba sin aliento durante un instante—. Ohhhhh, mamona, aquí lo tienes toda mi carne embutida en su salsa. —Inhalaba con profundidad, gemía con fuerza a la par que su polla se estremecía y un caudal de semen caliente fluyó a chorros hacia la garganta de la chavala—. Ahhhhhhh.

Pam respiró con dificultad. El semen tenía un sabor más fuerte y penetrante de lo que había esperado, llegó cálido y rápido como la lava de la erupción de un volcán. Antes de que pudiera tragar una descarga, venía otra que llegaba su boca. Volvió a atragantarse pero pudo engullir un inmenso y fangoso ovillo de espumarajos de semen. La polla se encabritó otra vez en su boca y volvió a correrse y esta vez su coño explotó metiéndose ese dedo follador con verdadero furor.

—Ohhhh, amor —Derek gimió, acariciando su cabeza y contoneándose su dedo en su coño—. Siéntelo, cariño. Oh, estas más cachonda que las perras en celo.

Pamela estaba en el cielo. Nunca se había sentido tan bien en su vida. Se estaba ahogándose de placer, sumergida desde cabeza a los pies en éxtasis. Atrapó el pie con sus muslos y trituraba su coño contra ese gordo dedo. Siseo y gimió con el delirante orgasmo mientras exprimía, estrujaba y ahogaba ese instrumento de placer.

Al lado de ella en el sofá, su amiga empezó a gimotear. Oscar refunfuñaba para después bramar. Cecilia carraspeó. No podía tragar tan rápido y el semen se escapaba por las comisuras de sus labios empapando el vello y los huevos de Oscar. Arqueó sus piernas incluso más de lo que ya estaban, para poder follarse con más intensidad hincándoselo lo más que podía su propio dedo follador. Sus jugos de follar chorreaban sobre la tela del sofá como la saliva babea de una boca abierta.

—Mierda —Exclamó Oscar—. Zorra, me la has chupada con tantas ganas que me la has vaciado. Ahora tendrás que esperar hasta que me ponga otra vez a tono para follarte.

Sacó su flácida polla de su boca y sus labios dieron un chasquido como hacen los labios de un bebe que justo al perder su querido biberón.

Derek dejó que la niña se la succionara hasta que no quedó ninguna gota de su lefa fuera de su agujero de mear. Quito su dedo del coño y deslizó su polla fuera de su boca. Su polla flotaba flácida sobre sus pelotas aunque todavía lucía sus impresionantes 18 centímetros.

—Gracias, cariño, lo necesitaba tanto. —Derek agachándose la cogió por la barbilla y la besó en su boca metiendo su lengua hasta el fondo.

Pamela se hizo gelatina. Solo la había besado al soldado y Ceci pero eso fue algo espurreo comparado con esto. La sensación fue tan sublime que casi se desmaya del gusto. Se recostó sobre el respaldo del sofá, y recordó lo que iba a venir a continuación, giró la vista y miró el medio flácido pene de Derek y un escalofrío recorrió su cuerpo.

Pam deseó más besos como esos, necesitaba sentir esa lengua en su boca. Tumbó a Derek a su lado sobre el diván y él puso su brazo alrededor de ella, deslizando su lengua dentro de su boca y succionando la de Pam. Su mano se deslizó entre los muslos y comenzó a acariciar su peludo conejo. Ella en agradecimiento comenzó a palpar y estrujar suavemente sus pelotas, que parecían inmensos huevos cocidos, para seguir con esa porra lustrosa que incluso en su estado de flacidez era tan gorda que solo podía abarcar la mitad de ella con su mano.

Él acarició sus tetas, pellizcándolas y tirando de sus parduzcos pezones.

Ella gimiendo de placer arqueó su espalda ofreciéndoselos a él. Sentía sus dientes castigar a sus pezones, enloqueciéndola.

Derek a la par que castigaba sus pezones, se abalanzó sobre su cuello besando, lamiendo y pellizcándolo con sus dientes.

La chica se derretía y se le ponía la carne de gallina.

—Que muñeca más sexual eres —le susurraba, besándola por toda la cara: ojos, mejillas, nariz y barbilla—. Amo a las jóvenes con tú tan bonitas, activas y tan entregadas.

Pamela seguía delirando, casi tanto como había estado durante el orgasmo. Quería estar allí para siempre, mamando, besuqueando y acariciando a este encantador hombre. Acarició su tórax con la yema de sus dedos, y acercando su boca, lamió su pezón con la punta de su lengua.

—¿Te gustará follar conmigo? —preguntó Derek, mientras mordisqueaba la nuca de su presa.

—Oh —respondió Pamela, sin saber que decir sonrojándose hasta los dedos de sus pies, para al final contestar con una voz que apenas era un susurro —: ¿No sé?

Un grito ahogado de Cecilia hizo que ambos rompieran el encantamiento y miraran hacia donde estaba la pareja tumbados encima de la alfombra. Oscar había empezado a embocar su ariete en el triguero conejo de Cecilia.

Tranco 5 ¡Oh!, Dios, como me gusta.

Pamela con los ojos desorbitados miraba a su amiga como iba a ser follada sin piedad.

La rubia estabas tumbada boca arriba con sus piernas en alto y sus rodillas presionando sus hombros. Movía su cabeza de lado a lado mientras gemía, lloriqueaba y suspiraba.

Oscar con su grande y peludo punzón la montaba. Estaba forzando su erecto falo entre los trigueros labios de la vulva de ella. Le había costado dos minutos en volver a darle vida a su ariete y ahora él parecía un sátiro lascivo que deseaba empalar a esta pequeña temblorosa ninfómana con todo su ser.

—Relájate —le aconsejaba mientras Oscar jadeaba.

—Ve despacio —la chica compungida lloriqueaba—. ¡Oh, como duele!

—Es que todavía estás rígida, relájate. Veras como lo vas amar más que cualquier otra cosa.

Oscar se recostó sobre la pequeña que reculaba tratando de zafarse. Su glande desapareció entre los labios de su coño y el prepucio se replegó ante la estrechura del coño.

La espalda de Cecilia se arqueó y sus ojos se dilataron. Su cuerpo golpeo al de él. ¡Oh!, dios, dios, repetía mientras jadeaba como una perra en parto.

—Ahhhhhh —Oscar gruñó, y hundió toda su polla dentro de ella. Hubo un desgarramiento, el chasquido de algo cuando el punzón entró—. Asiiiii.

La boca de la chica se quedó boquiabierta, pero ningún sonido salió. Sus ojos retornaron y parecía haberse desmayado. Los dedos de sus pies se retorcieron con fiereza formando un ovillo dando la apariencia de quedarse congelados. Unas pocas gotas de sangre rezumaron de su conejo relleno de carne de follar de él y goteaban entre su entrepierna.

Pamela se quedó con la mirada fija, horrorizada.

Derek se rio ahogadamente. —¿Conseguiste su premio, Oscar?

—No lo sé —gimió Oscar—. Pero que bien se siente —reculo para tomar impulso y comenzó a cepillarla adentro y afuera con ritmo sosegado—. Ahhhh, no sabes como de jodido estrecho lo tiene.

La polla de Derek se hinchaba ante las suaves fricciones de la mano de Pamela endureciéndose como un hueso. Le pajeaba mecánicamente como le había enseñado el soldado. Parecía como si estuviera en trance, viendo a su amiga contorsionarse bajo el peludo hombre encima de ella bramando como un toro.

Cecilia había recobrado el conocimiento. Si se había desmayado, había sido unos breves segundos. Ahora se mordisqueaba sus labios, respingando cuando Oscar golpeaba su sexo. Sus jugos mezclados con gotas de sangre rezumaban por el ahora bien follado coño, goteando una especie de rosado jarabe hacia su entreplanta y más allá embadurnaba el agujero de su ano. Sus manos se agarraron a sus costados, hundiendo sus uñas en su chicha.

—¿Cómo lo sientes ahora? —Oscar preguntó.

—Todavía duele, pero me gusta… Ohhhhh, si me gusta mucho Oscar

Oscar se rio ahogadamente. —Te dije que te gustaría, ahora, ¿Lo quieres más fuerte? ¿Más rápido?

—Siiiiiiiii—contestaba jadeando—. Más duro. Más rápido.

—Yeahhhhh —Oscar gruñó, estrellándose contra la beldad adolescente que meneaba todo su cuerpo ante sus desenfrenados impulsos—. Ahhh, cómo sabía yo que habías nacido para esto. Yeahhhhh.

Pamela se relamió los labios, sus ojos fijos en el ariete, engrasado en zumo de follar enterrándose entre los grasientos y peludos labios vaginales de su amiga. Con expresión bobalicona se quedaba prendada de esas bolas pelonas que se ondulando y hacían un chasquido cuando golpeaban las nalgas de ella.

Ahora los jugos de ella, exudaban al compás de los vaivenes del nervudo falo, eran blancuzcos y claros, sin gota alguna de sangre, parecía que la fricción era tan grande que el calor generado había cauterizado la herida.

Absorta en su amiga que jadeaba y se retorcía debajo del gruñón y musculoso hombre que la estaba jodiendo sin miramiento alguno, su mano imprimió un ritmo más frenético bajando y subiendo la piel del rígido tronco carnoso de Derek.

Derek acariciaba con su nariz el cuello de su chica chupaba y mordisqueaba el lóbulo de su oído. —Contente un poco baby —le susurró—. No querrás que me corra ya otra vez.

Aunque Pamela no había oído lo que le susurraba Derek, su mano poco a poco se fue refrenando. Miraba ensimismada como el falo de Oscar producía jugos y un sonido de chapoteo mientras penetraba en la bocacha de amor de su amiga.

¡Ohhhhh, Oscarrrr! —Cecilia gemía—. Ohhh siiiiii, fóllame, fóllame ¡Lo quiero!

Ella se retorció como una anguila, empalada por una inmensa polla. Sus tetas daban la apariencia de haberse hinchado casi dos veces su tamaño inicial Infladas como globos a punto de explotar. Su culo, húmedo con los zumos del follar de ambos se retorcía y temblaba abriéndose y cerrándose en cada una de las acometidas de esa daga percutora. Retorcía los dedos de sus píes al tiempo que movía alocada su cabeza de lado a lado chillando de placer.

—Oh, dios estoy tan cerca, Oscar.

Oscar aullando la follaba con toda su fiereza. Goteaba su sudor sobre la cara y tetas de la chica. Él se cayó encima de ella y con sus anchos hombros arrastró las rodillas de ella goleándose con sus propios hombros. Sus ojos se miraron uno en el otro. Sus bocas se unieron y sus lenguas se zambullían en la boca del otro. Su polla como una cuña presionaba, entraba, martilleaba y escupía su carga en cada envite. Los ojos de Cecilia se quedaron en blanco y empezó a lloriquear y temblar.

Oscar enrolló sus ojos también, saltaba y se corría como si estuviera siendo zurrado con la verga de un toro. Ambos en su frenesí gemían al unísono, y Pamela pensó que podía oír la salpicadura de semen golpeando las paredes del coño de su amiga.

—Eeeeeeh —Cecilia chilló, su espalda se arqueó, sus caderas se mecieron y, su convulsivo y empapado conejo, se aferró a esa manguera ordeñando sin freno alguno su leche. Jadeaba y gemía por cada espasmo del caliente semen como si fueran ráfagas explosivas de una metralleta.

—Ahhhhh —Oscar gimió—. Uhh, uhhh, uhhhhh.

Él colapsó corriéndose encima de la chica, que casi desapareció debajo de él. Su vientre se sacudía mecánicamente, su polla se retraía y se cargaba escupiendo a chorros su simiente. Las únicas partes que sobresalían de ella eran sus sensuales pies desnudos.

Derek se puso de pie, levantó en volantas a Pamela como si fuera una pluma y se la llevó a través de la sala de estar. Tuvo que pasar por encima de las piernas estiradas de Oscar en dirección al pasillo para ir a su habitación. Su abrasado, y duro como una piedra, nabo palpitaba contra el desnudo culo de Pamela. Entró en la habitación, cerró la puerta con el pie y lanzó a la chica encima de la cama. Se la iba a follar sin piedad.

Pamela estaba temblando. Se imaginaba lo que iba a venir a continuación. Por un instante, solo uno, se le formó una muesca de desagrado en su cara. Había sido acarreada pasando el umbral de la habitación, como si hubiera sido una recién casada que pasa el umbral de su casa en brazos de su marido, pero en este caso era Derek, y aunque no era su marido la iba a follar igual.

Había querido llegar virgen al matrimonio, pero una vez que se disfruta el placer del sexo es absurdo quedarse reprimida y rechazar ese nuevo mundo de pasión y disfrute que se le abría. Su cuerpo y ella necesitaba el sexo y lo iba a disfrutar a tope.

—Lo quiero —Afirmó Pamela con decisión.

—¿Qué? —contestó Derek, sin entender todavía su significado

—Lo quiero —volvió a repetir, extendiendo su mano y acariciando esa carne folladora.

—Lo sé —dijo Derek con una sonrisa en sus labios—. Lo pides a gritos.

Él se puso encima de ella deslizando su mano por su cuerpo. Se dieron un largo y profundo beso donde sus lenguas se enroscaron. Su polla latía como una caliente y gigante bicha entre sus barrigas.

Pam se disolvió entre la colcha de la cama y el cuerpo varonil del atractivo socorrista encima de ella. Todo lo que olía era varonil. La cama apestaba a macho igual que Derek en ese momento. Acariciaba los músculos de su torso, de sus brazos, y un placentero cosquilleo le recorrió su cuerpo. Embadurnó sus dedos en el reguero de sudor que salía del vello de sus axilas. El levantó su brazo y acercó el sobaco a su nariz, dejándole que lo esnifara. Su placer de oler a macho cabrío fue tan intenso que casi se marea del deleite. Estaba entregado totalmente a él. Su coño temblaba como una ternera recién nacida.

—¿Pequeña estás lista para el disfrute? —Derek se izó levemente para acariciar su miembro a la vista de ambos—. ¿Quieres que sea yo el que te meta esta cosita en tu húmedo conejo o quieres ponerte a ahorcajadas encima de mí y metértela como si fuera una pica?

Situó la cabeza del ariete restregándolo por entre los rosados labios de la chica y por un momento pensó, ante la cantidad de zumo de follar que rezumaba, que Pamela ya se había corrido sin ni siquiera clavársela.

A Pamela le era imposible hablar, su garganta estaba seca. Convulsiones de su coño hacían eco en todo su cuerpo. Los únicos sonidos que se le escapaban eran suaves gemidos.

Derek se llevó a la boca la punta de los dedos después de rebanarlos por el glande de su polla. —¡Ohhhhh! Amo el sabor de los coñitos de las adolescentes.

Se deslizó hacia abajo esparció las piernas de la chica y empezó comerse esa almeja abierta que deliraba en sus propios jugos.

Ante el contacto de esa lengua, Pamela se arqueó, jadeando y lloriqueando.

Llego a su clítoris, atrapándolo entre sus labios, chupando, lamiendo succionándolo hasta izarle por completo. La crema blancuzca de su coño baño sus labios y mejillas. Codicioso del pastoso jugo lo absorbía con verdadero fervor. Replicas de su frenesí se repetían en su polla, haciendo que se hinchara y se endureciera por el bombeo incesante de sangre en sus venas.

—¡Jesús, cómo de cachonda estas! Goteas como un manantial de montaña. Todas las jóvenes sois iguales —Se recostó en sus talones, y mientras le miraba a ella se pajeaba. Pronto el agujero de mear rezumó su lubricante de follar. Mojó sus dedos y los empapó sobre los pezones que al tacto se izaron en busca de ser mamados. Volvió a enjugar algo más de lubricante y lo pringó en su nariz y sus labios.

Pamela, glotona, lamió los dedos del lubricante. Le sabía a savia dulce con ligero sabor amargo, delicioso. Bajo la vista y contempló ese brillante arpón que se lo iba a clavar. Pensaba cómo había sido posible que se lo hubiera mamado hasta dentro algo tan grande y grueso. Se abrió lo máximo posible de piernas estirando los dedos de los pies, abriendo a la par su palpitante conejo en busca de atemperar ese picazón que le consumía.

Se abrasaba por el calor entre sus piernas. Su almeja dolía por estar colmado de carne caliente. —Fóllame. Oh, Derek, hazlo ya.

—¿Eres virgen como tu amiga?

Asintió la virgen, a lo que Derek se sonrojó un poco y sonrió abiertamente. Se cimbreó un poco su porra. —Jesús, esto me pone todavía más cachondo, va ser la primera vez que se la meta a una virgen.

—Pero, por favor, no me hagas daño.

—Solo lo justo, no te preocupes. Soy un golfo, pero también un caballero.

Él se descolgó encima de ella otra vez, guiando su falo en las piernas abiertas de ella, colocando otra vez la empalmada polla en esa lechosa ranura. Los labios estaban abiertos con excitación y la oquedad lucía un rojo intenso de sus vírgenes paredes. La cabeza del ariete como si fuera la cabeza de un carnero en la punta de un puntal de derribo, entró estirando y tensando esos labios a igual que una goma elástica y desapareció dentro de la bocacha.

Pamela se quedó sin aliento, jadeaba alarmada sin descanso. Nunca había sido abierta en canal de esa forma. Notaba esa cosa en su interior que expandía sus entrañas a su paso. Levantó sus piernas abrazándolas sobre las caderas de él. Sus uñas se clavaron en su espalda y su mordió su labio inferior con decisión. Su mirada se enturbio por las lágrimas dolorosas al sentir la cabeza empujando su telilla.

El se retraía un poco para coger impulso y volver atacar esa puerta que le separaba del paraíso del placer inmenso.

—Ohh, Qué perra tan caliente eres —jadeaba sin parar—. Tu coño es tan jodidamente estrecho que va a enloquecer a cualquier hombre que lo use.

Con una estocada seca y violenta se la metió con fuerza hasta la empuñadura. Sus sudorosos huevos produjeron un chasquido al golpear el culo de la chica.

La boca y ojos de Pamela se quedaron abiertos. No respiró, Pensaba que estaba gritando pero de su garganta no salía ruido alguno. La polla en su frenesí había entrado hasta su útero golpeándolo. Se colgó de ese rubio socorrista como haría una extenuada nadadora que se agarra con fuerza porque ve peligrar su vida.

—Joder. —Derek puso sus ojos en blanco al notar que ese ariete había traspasado la puerta y pinchado en carne—. Oh, cariño vaya coño que tienes.

Ella yacía temblando en medio de un estado de shock. Su almeja dolía por la abrupta dilatación, pero no sintió el dolor producido por el corte o desgarró de la carne que hubiera esperado. Ni siquiera había oído el sonido producido por la carne agujereada, rajada o desgarrada como fue cuando Oscar se lo clavó a su amiga. Pero en cambio si noto como un fluido se deslizaba fuera de su coño hacia su entrepierna aunque dudaba si era sangre o sus jugos de joder.

Derek relajado sonreía por su hazaña, la besucaba y lamia por todas las partes.

—Eres tan linda, muñeca. Estoy todo dentro de ti ¡Hasta el final! Noté como tu telilla se rompía. Oh que caliente estas hay dentro, mi amor.

Cuando Derek meneo su percutor dentro de ella, Pam casi pierde su mente. Jadeaba y gritaba retorciéndose bajo la piel tensa sudorosa del musculoso hombre. Su hueco de amor se tensaba con cada pulsación de su corazón, con cada pulso del placer generada por sus entrañas de ser follada. Para ella la polla de él era como si fuera parte de su cuerpo, Cada penetración, lenta pero profunda, de la polla era para ella como si la estuviera clavando en la cama con un ardiente clavo que se metía cada vez con más fuerza.

—¿Empezamos a joder, cariño? —Derek preguntó—. ¿Estás lista para que te monte como es debido?

Pamela gimió, demasiado delirante para decir cualquier cosa, afirmó con su cabeza.

Derek empezó a moverse encima de ella. Reculaba para sacarla para volverla a meter como las bielas de un pistón, cada vez más rápido, cada vez más profundo.

La chica aprendía muy rápido, posiblemente por su instinto sexual dormido y ahora despierto para siempre, cuneaba al tiempo que se izaba para ir al encuentro de esa cuña que se metía en sus entrañas abriendo y rozando las paredes de su cavidad. Calentándose cada vez más.

—Esto sí es follar —Derek gimió—. ¿Lo sientes, muchacha? Joder, para ser una principiante follas como una pro.

—Sí —respondió entre gemidos—. Sí, sí, Oh Dios, Derek, lo que tú digas.

Ella se clavó en su espalda, echando hacia atrás la cabeza La ladeaba de un lado para otro, se mecía como una mecedora embrujada al tiempo que agitaba sus caderas con total frenesí.

El respondía ondulando su espalda bajo las garras de ella clavadas empujando su ariete con más ahínco. Su polla al entrar abría y ahuecaba la piel del conejo ciñéndose como una vaina a su espada.

Ella aprovechaba cada sacudida para rozar sus pezones contra el pecho de él, ondulando su espigado cuerpo. Cada deslizamiento de ese interminable polla-espada entrando en la vaina-coño, le enviaba descargas eléctricas que correteaban a través de sus entrañas y subían por su columna hacia su cerebro donde explotaban en una multitud de luces incandescentes.

Los ojos de Derek se desenfocaron del placer que sentía, por momentos rodaban poniéndose en blanco. La perforaba con su pica metiéndosela entre sus labios, Se deslizaba por esa caverna que atrapaba el falo intentándolo frenarlo y llegaba a su útero punzándolo. Los jugos de follar de ella se batían saliendo como escupitinajos adheridos al sedoso tronquito en su retirada. Cuando lo clavaba meneaba su culo, como un tornillo que entra en un taco, expandiendo y aumentando la presión haciendo que ambos gemían con lujuria y delirante placer.

—Oh, baby no he follado un coño tan estrecho en mi vida. Dios, casi me corro cada vez que te la meto, muñeca tienes un conejo tan cálido, Ohhhhh.

Los dedos de los pies de Pamela se encorvaban, tensándose. Su cuerpo se contorsionó. Su corazón golpeaba con fuerza, los pulmones pesaban y su mente se perdía por los recovecos de tanto placer. Por cada penetración, gemía y boqueaba girándola cabeza de lado a lado golpeándose contra el colchón. Al notar el castigo a un lóbulo de su oído por los mordisquitos y chupetazos de él, gritó desenfrenada de éxtasis.

—Ohhhh, dios, como me gusta. ¡Fóllame, más rápido, más duro! Sin miramiento alguno. Ohhh, soy una perra sabes y necesito que me folles.

Aceleró sus acometidas meciéndose sobre sus caderas al encuentro de esa cuña que la abría en dos. La polla en su impulso producía un chapoteo audible que iba aumentando de escala. Los jugos se deslizaban por su entrepierna y se alojaban en el agujero del ano.

El chirrido de los muelles del somier retumbaba en toda la estancia haciendo comparsa a los bramidos del socorrista:

—¡Uh! ¡Uhhh! ¡Uhhhhh —Derek tronaba. El sudor goteaba por su nariz cayendo sobre la cara de su desvirgaba muñeca—. Oh, baby, ¡Cómo follas!

—Derekkkk. —Pamela lloriqueaba, y explotó en un ataque de espasmos. Sus uñas se clavaron su espalda, surgiendo rasguños sangrientos—. Ooooooh, me voy.

Los ojos de Derek se pusieron en blanco con éxtasis mientas sentía que los espasmos del coño de la viciosa niña atrapaban, como si mordisquearan, su falo cuando lo atravesaba. Arqueó la espalda y sin control daba tumbos con la cabeza. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron como si estuvieran cincelados en el mármol. Su polla se replegó, como el muelle de un fusil en su retroceso, y empezó a disparar balas de incandescente lava con tal intensidad que salpicaban las entrañas de ella contrayendo su vientre.

—Ahhhhhh —Derek bramó—. Ohhhhhh, mierda. —Sacudiéndose sin control alguno, mientras su semen salía a chorros desde su macizo nabo, enturbiándose su visión.

—Ohhhhh, Derekkkk. —Pamela gimoteaba, follando su convulso peluche contra esa manguera que la chorreaba sin descanso—. Ohhh, mi amor, si supieras como lo siento. Qué feliz.

El hombre acarició su cara, su frente y deslizó sus dedos sobre su negra cabellera y agachándose la besó con uno, intenso y húmedo. Su lengua se coló en su boca y Pamela la atrapó succionándola con verdadero placer, tragándose su saliva a la vez que su coño se tragaba su semen.

—Te amo —Dijo Pamela, pero siguió pensando: Te amo, te amo, te amo.

Sus órganos de follar se estremecieron al unísono hasta que el último espasmo de sus orgasmos desapareció de sus entrañas. El pene se reblandecía y al sacarlo Derek de esa cueva de amor, ella ciñó sus piernas en un intento en vano de mantenerlo atrapado dentro.

Él se levantó poniéndose encima con su culo sobre sus tetas, sonriéndola, para ponerse a jugar con su flácido pene dándole guantazos con él. Lo restregaba sobre sus mejillas, boca, ojos, dejando un reguero de semen mezclado con los jugos de ella. Apuntó la polla sobre su boca, ella lo abrió y se lo metió hasta sus sudorosos huevos.

Ella se lo chupó con codicia, limpiando y absorbiendo hasta el último grumo que quedara, en un estado lasciva entrega total.

Exhaustos ambos se quedaron, uno al lado de la otra, boca arriba recuperándose del esfuerzo. Al cabo de un rato Pamela se puso a reírse a carcajada. Ante la interrogante mirada de él. Se giró y se puso encima de él. —Que ridícula he sido, soñaba con ir virgen al matrimonio sin saber que el sexo es lo más delicioso de la vida —se abrazó a él y le dio un beso mordisqueándole sus labios, al tiempo que pegaba sus húmedos y pegajosos labios vaginales contra su flácida polla—. Lo repetimos, mi amor.

Tras su sorpresa inicial, una risotada inundó toda la habitación.

—Pequeña golfa, te has convertido en una insaciable viciosa que estas dispuesta a exprimirme hasta los huesos. Pero tendrás que buscarte a otro que te folle, yo tengo que reservarme un poco para mi novia.

Ahora era la cara de Pamela que se quedaba perpleja.

—¿Qué? Hemos pasado un rato fantástico, ¿verdad? Tú y yo, pero nada más —sentenció Derek, incorporándose de la cama.

Pamela se quedó confusa boca abajo sobre la cama. Ya no era virgen y esto no había sido amor, sino solo un pasatiempo placentero para él… y para ella. Estaba dándole vueltas a esto cuando sintió el escozor de un cachete en sus nalgas.

—Vamos muñeca vístete que tengo todavía que hacer unas cuantas cosas.

Tranco 6: Ahh, duele mucho qué me haces. Follarte tu culo, puta, como me has suplicado.

Pamela repasaba sus apuntes en la biblioteca de la escuela durante su período de libre elección. Concentrada enroscaba indiferente su dedo sobre un mechón de su melena haciéndose tirabuzones. Ensimismada no noto la presencia de alguien próxima a ella hasta que oyó el sonido de un carraspeo. De refilón miró por un instante y vio a un compañero alto y corpulento que masticaba con vehemencia un chicle. En seguida le reconoció, era Pedro el capitán del equipo de baloncesto, alto guapo y musculoso, con un hoyuelo en la barbilla.

El chico se sentó enfrente de ella su mesa. Comprobó como Pamela se hacia la tonta mirando fija su cuaderno, hizo un chasquido con la lengua en señal de autosuficiencia. Estiró la mano para alcanzar el cuaderno de Pamela y en la última página escribió una frase, devolviéndole el cuaderno por la página escrita.

Pamela no tocó el cuaderno pero pudo leer lo que estaba escrito en él: Estoy muy necesitado, quiero que me hagas una mamada. Se sonrojó hasta las orejas. Echó un vistazo alrededor, seguro que todo el mundo en la biblioteca sabía lo que había escrito. Para su sorpresa, nadie los estaba mirando ni siquiera el bibliotecario con ojos de lince les había cazado.

Levantó la vista y se fijó en él. Oh, pensó, el sueño de todas las chicas y me está invitando a mí. Pero ¡cómo es posible si nunca se ha fijado en mí!

Él le devolvió la mirada con pícara expresión. Estiró la mano por debajo de la mesa acariciando la rodilla de Pamela, susurrándole. —Llevo varios días viéndote y al verte aquí me he dicho, este es el momento. Lo vamos a pasar de fábula, es grande, esta alterado y necesita que lo calmes.

Un espasmo recorrió el cuerpo de Pamela al notar esa mano nervuda pero delicada, que la sobaba. Esa voz honda y sonara se estaba dirigiendo a ella. Estrujó sus muslos debajo de la falda para contener las punzadas de su conejo. Ya lo notaba grasiento y caliente. Se preguntaba cuántas veces se había masturbado pensando en su polla.

El fornido capitán se levantó y Pamela recorrió su cara, su tórax, su cintura y se quedó prendida del paquete que sobresalía en la bragueta de sus pantalones. Salivaba intentando imaginar cómo sería su polla, cómo la sentiría entre sus labios, cómo sabría.

El sonrió de la manera que indicaba a las claras lo que ella estaba pensando y decidida a satisfacerle. —Te espero fuera en el vestíbulo.

Por unos momentos Pamela cerró los ojos, desde que la habían follado, se había despertado dentro de ella unas ansias lujuriosas que le hacían que cada vez estuviera más cachonda, más caliente, más necesitada de semen. Había sido unas semanas de desenfreno total con su amiga, y ahora iba a cumplir unos de sus sueños tragarse la polla del capitán del equipo de baloncesto.

Unos minutos más tarde, salió Pamela de la biblioteca con las piernas temblorosas. El, la estaba esperando, cuando la vio se agachó sobre el surtidor de agua para beber agua y al aproximarse ella, le dio un asentimiento con la cabeza.

Pamela se acercaba a él en trance. Sus senos se habían hinchado y sus pezones endurecido bajo la blusa en solo pensar de lo que iba a ocurrir. Su corazón latía con tal intensidad que apenas podía oír sus pensamientos.

Él rodeó con el brazo a Pamela y le masculló con suavidad que presentía que era una buena mamona y que lo iban a pasar genial. Sin más la dirigió por el vestíbulo hacia las escaleras.

Pamela estaba demasiado aturdida para preocuparse por donde el chico la estaba llevando. Subieron unas escaleras hacia la parte de atrás del edificio y luego bajaron por otra y tras recorrer un corredor bajaron por una angosta escalera hasta un pequeño cuarto oscuro, alejado de todo mundo. Tras entrar, él echó el cerrojo de la puerta y encendió la luz.

El cuarto olía a detergentes y líquidos limpiadores. Las fregonas y los cubos estaban apoyados en una esquina. Había un fregadero al fondo contra la pared.

El se acercó a ella, la miró desde arriba, y empezó a tentarla con la palma de su mano sobre sus nalgas hasta apuntar con el dedo medio a su ano y presionarlo a través de la tela de la falda. Pamela seguía expectante, como cuando una perra está a la espera de las órdenes de su amo. EL chico sonrió, bajó la cabeza y atrapó los labios de ella con los suyos.

Un gemido de placer se le escapó a Pamela al notar como una lengua inundaba su cavidad vocal y se hacía amo del lugar. Se abrazó a su cuello y las lenguas juguetonas se enroscaban como jóvenes víboras.

Mientras la besaba, la empujó contra la pared. Su cuerpo la presionaba y su manó trepó por su cintura, metiéndose debajo de la blusa para llegar al sujetador deportivo atravesando el elástico y con un tirón liberó sus blancos globos, de su prisión.

Los senos liberados, fueron aplastados y retorcidos por la palma de su mano que rotaba sobre erguidos pezones duros como la punta de una peonza. Satisfecho, comenzó a estrujar y castigar esas moras con el pulgar y el índice como si fueran dos garfios hasta que un alarido de placer y dolor se le escapó a su presa.

La respiración de Pamela se aceleraba, sus labios seguían soldados, las bocas inundadas de la saliva de ambos. En su calentura cogió el paquete de él y empezó a apretujarlo a través de su pantalón.

—Tía, ¡Oh! que dulces tetas tienen, respingonas y duras. —En su febril estado desbotonaba, nervioso los botones de su blusa. Un botón saltó e hizo un clic sobre las baldosas del suelo.

Pamela jaleaba como si justo hubiera terminado un sprint. —Ten calma.

El capitán tiró de la blusa y el sujetador sacándoselas por la cabeza y sus brazos, quedando desnuda de cintura para arriba. Sus manazas empapadas en sudor cayeron sobre sus tetas. Sus pezones se deslizaron entre sus dedos. Pamela se quedó sin aliento, su vulva contrayéndose. Se agachó y comenzó a chupetear sus pezones y Pamela casi se corre en ese instante.

—¡Oh Dios!, ¡para! —suplicaba intentando zafarse de él.

El la sujetó con fuerza, sus labios besaban y chasqueaban alrededor de las areolas de sus tetas, Su lengua cacheteaba con codicia las ennegrecidas moras con rápidos vaivenes. Absorbió un trozo de carne de teta y lo roía con furor, gruñendo como un perro hambriento.

Un trallazo de éxtasis recorrió el cuerpo de Pamela, sus ojos casi saltan de sus orbitas. Arqueó las piernas y con verdadero frenesí apretujaba y retorcía los labios de su vulva sobre el paquete de él. Su cremoso fluido empezó a empapar a sus hinchados y palpitantes labios.  Gemía y aullaba como una perra salida.

Como experto follador, comprendió que la zorra de la niña ya estaba bastante caliente. Metió la mano por debajo de la falda y bragas; y comenzó a toquetear su peludo conejo, deslizo un dedo por entre sus labios y metió un dedo por su coño comenzando a follarla para tenerla a punto.

—Ohhhhh Dios —Pamela mascullaba entre sollozos. Ofuscada por el inmenso placer que le proporcionaba el corpulento jugador al chuparle sus tetas y follarla con su dedo insertado. Sus dedos se retorcían en sus pies de la tensión. Se retorció con cada penetración de ese dedo percutor.

Al cabo de un rato cuando Pamela estaba batida a punto de nieve, sacó el dedo de la cueva y lo inspeccionó, observó cómo crema pegajosa empapaba su dedo, se escurría y empezaba a gotear. Se lo acerco a su nariz y tras olerlo se lo lamió con glotonería.

—No hay nada como el sabor de un dulce y caliente coño —exclamó.

Se quitó su camisita luciendo un torso grande y musculoso, se quitó los pantalones y sus calzoncillos quedando al descubierto su erecto miembro viril que se balanceaba, latiendo y rezumando en el aire. Su inmensa polla relucía a la luz de las bombillas con un glande lustroso algo cubierto por la piel de prepucio.

—Tía cómo me estas poniendo, eres una viciosa que hay que tratarte bien —agarró su lanza y se pajeó unas cuantas veces, para tenerla a punto.

Pamela podía oler el hedor que desprendía su polla en el pequeño cuarto. El hedor repulsivo, le excitaba, poniéndola más cachonda si cabía. Estiró su mano y acarició el húmedo y abrasivo cabezón. Su mano se embadurnó del lubricante que rezumaba del agujero de mear.

—La quieres, ¿Eh?, tranquila te la vas a tragar hasta la empuñadura, pero antes ponte cómoda. Desnúdate.

Pamela sin quitar la vista del lascivo percutor se deslizó la falda y las bragas por las piernas y en el suelo las tiró a un lado con los dedos del píe.

Desnuda, su suave cuerpo joven se arreboló, su piel brillante y cálida la producía tal hormigueo que trató de apaciguarlo presionándose contra el del musculoso jugador. Rozaba su vientre contra su polla y acariciaba su muscular tórax besando y lamiendo sus pequeños pezones. El la apretujó con sus brazos y las fuerzas la flaquearon. Estaba pérdida por él, dispuesta a hacer cualquier cosa que le pidiera.

El chico le susurró a su oído. —Veo que eres una pequeña lasciva necesitaba de dulces pirulís. A este lo vas a tratar con mucho mimo y hasta el fondo de tu garganta como una buena chica.

Aflojó el abrazó y empujo a la chica al suelo para ponerla de rodillas con la cabeza enfrente de su punzón. Frotó su polla por su cara, embadurnado con su prelefa nariz y mejillas, salpicando cejas y labios.

Pamela gimió, moviendo la cara de lado a lado disfrutando de sentir ese venoso aguijón contra su piel. Estaba tan caliente y resbaladizo, con una piel aterciopelada y sin embargo duro como el acero.

El capitán levantó su polla para enseñarle sus peludas pelotas empapadas en sudor, repletas de leche.

—Muñeca, lame mis bolas, mételas en tu dulce boca.

Pamela lamió las bolas sudorosas. El salado perfume con sabor almizclado la hizo marearse y emborracharse de lujuria. Agarró la polla y comenzó a lamer ascendiendo por el tronco venoso hasta el glande para después volver a bajar y meterse un huevo en su boca mordisqueándolo ligeramente. Tan cachonda se puso que empezó a follarse ella misma con sus dedos.

Le dejo disfrutar por un rato hasta que le quito el juguete y se lo apuntó a su boca. El niño metió su percutor en su boca, ordenándola. —Succiona la cabeza con tus labios y límpiamelo con tu lengua.

Pamela con glotonería succionaba y lamia la esponjosa cabeza del tubo del muchacho como si estuviera embadurnada de dulce miel. El sabor ligeramente amargo y guarro de la juvenil porra la hizo salivar. Chupaba sorbiendo ruidosamente, su lengua relamía con codicia alrededor y alrededor del cálido y palpitante manjar. A la par con una mano agarraba ese nervudo falo y lo pajeaba arriba y abajo. Gotas de leche lubricante caían dentro de su boca y resbalaban a su garganta. Poco a poco la porra se iba metiendo en las profundidades de su boca. Las mandíbulas le empezaron a doler pero daba igual, trataba de engullirlo y disfrutarlo. Levantó la mirada y sonrió al comprobar la cara de satisfacción de su amante.

Pedro extasiado de tanto placer. Sujetó la cabeza de la chica con sus dos manos y enculaba imprimiendo en cada balanceo más ímpetu, más fuerza. La pulla entraba más y más hasta llegar a sus amígdalas. Durante unos momentos la polla salía en toda su longitud para volvérsela a meter hasta dentro rozando en su avance paladar, lengua y carrillos.

Cuando ella se atragantó y tuvo una arcada, él aprovechó y de un viril empuje se lo metió hasta la base golpeando los huevos en su barbilla y entrando hasta la faringe, donde lo dejo un rato hasta que Pamela recuperara la respiración. Lubricado la faringe de su líquido lubricante, el vaivén fue más llevadero. Su nariz se sepultaba con la maraña de pelos ensortijados de la base, con la polla completamente sepultada en esa profunda cavidad.

—Vaya, vaya, sí que eres una excelente mamona y sabes cómo tragarte mi fornicador hasta el fondo. No hay muchas chicas tan expertas como tú, que puedan embuchárselo todo sin medio atragantarse hasta casi morir. Ohhhhh Que bien, cuando placer das. Chupa, chupaaaaa. Traga. Ohhhhhh.

Los labios tensados como una goma elástica a punto de reventar abrazaban ese grosor del nervudo falo produciendo ondas delirantes con su roce. La polla reptaba adelante y atrás con su cabeza masajeando las amígdalas. Pamela podría sentir la piel envolvente del prepucio como se desplazaba de acá para allá a lo largo del duro mango, estrujándose y ensanchándose como un acordeón.

—Oh Dios, que bien lo haces, mejor que muchas profesionales; y yo que siempre pensaba que eras una estrecha. ¡Joder! Las sorpresas que da la vida.

Pamela gimió, inclinando la cabeza, preparándose para sorber el néctar del gordo y palpitante falo que se metía en su boca viciosa. Batía la lengua en la parte inferior del pomo carnoso para conducirla a la erupción de su lava. Quería la lava con desesperación. Necesitaba saborearla. Ansiaba que esos pesados huevos chocaran contra su barbilla a la vez que su carga salpicara con fuerza su garganta. ¡Oh!, cómo amaba esas peludas bolas. Mientras mamaba, sus dedos atravesaban sus rosados labios del peludo conejito a la par que la palma de la mano chocaba contra su clítoris. Cuando él se corriera en su boca ella iba a correrse también como disciplinada mamona.

Pedro agarró su cabeza, utilizando su boca abierta y su garganta como un coño igual que como lo hubiera usado en caso de haberla follado. Sacaba la polla hasta casi los labios para volverlo a meter con fuerza. Cerró los ojos del placer que sentía. Estocada a estocada, fue aumentando el ritmo cada vez, más rápido, más violento. La saliva de la mamona Pamela empapaba el percutor como si fuera jugos del coño. Relajando su garganta era capaz de tolerar toda la longitud de la estaca pasando como una estocada sin atragantarse. Su polla chapoteaba en su boca y garganta, justo como si hubiera estado jodiéndola por su coño.

Pamela amaba como en cada estacazo, la estaca se hinchaba y se endurecía. Se estiró un poco para alcanzar y estrujar sus bolas.

—Oh, baby —el jugador empezó a balancear sobre sus pies, Su cabeza delirante se movía de lado a lado, su respiración se aceleraba, resoplaba. Los huevos estaban a punto de reventar su lava caliente—. Tienes una lengua eléctrica, y una boca como la de una becerra hambrienta ¡Hostias! Me voy a correr.

Pamela gimió, gruñía y succionada. Su cabeza se balanceaba de derecha a izquierda y de arriba abajo. Sus labios producían sonoros chasquidos. Tragaba el lubricante preseminal que babeaba en su garganta. Sus dedos, ahora eran tres, entraban y salían con fuerza inusitada en su húmeda cavidad restregándose por las paredes, agitando sus entrañas en ondas delirantes. Oh, quiero su cálida leche, se decía, quiero comérmelo toda ella, Quiero atragantarme de su manjar, chico grande dispáralo ya.  Su mano izquierda manoseaba y comprimía las peludas pelotas para que reventaran.

—Ahhhhh. —Un grito retumbó—. Toma mi leche —Atrajo su cabeza y la forzó en un impulso desesperado para meterla por completo y dejarla allí dentro. Su polla se estremeció, se arrugó y con espasmos uno detrás de otro descargó toda su cálida lava.

El semen ardiendo inundó la garganta de Pamela, cada escupitinajo que soltaba la porra, la cálida leche salía a borbotones del agujero de mear, se esparcía por la garganta, parte entraba al esófago, parte se deslizaba por las comisuras de sus labios creando regueros blancuzcos que bajaban por su barbilla.

El placer mareaba a Pamela, estaba en el Cielo, su boca rellena con los chorros de leche, sus sentidos mareándose con el gusto, sabor y aroma de fresco arroyo del adolescente. Su coño se estrujó en torno a esos dedos folladores y estalló con múltiples espasmos. Atenazó sus muslos contorsionándose en un éxtasis delirante.

— Ooooh, amor—Pedro gimió—. Córrete conmigo, siéntela conmigo. Oh, baby eres fantástica.

¡Mmmmm! Pamela gruñó y gimió mientras tragaba y chupaba los últimos colgajos cremosos de la leche espesa. Con cada espasmo de convulsión, decaimiento o flojera del exhausto ardiente arpón en su boca, le producían contracciones y espasmos en su empapada vulva. Sus jugos se derramaban por sus muslos y sus dedos se retorcían y se frotaban en lo hondo profundo con las sensibles paredes del coño.

El capitán empezó a gemir por el fuerte castigo que estaba recibiendo su flácido tronquito y raudo, se lo sacó de su hambrienta boca.

—Se pone demasiado sensitivo tocarle cuando termina de trabajar —le avisó—. Ha disfrutado pero ahora hay que dejarle reponer fuerzas.

Pamela se recostó en sus talones, mareada y jadeante, con su diestra todavía frotaba su conejo para que su delirante comezón mantuviera las últimas orgásmicas punzadas del placer. La polla doblada por su mitad se balanceaba sobre sus huevos como si fuera un húmedo salchichón. Ella se inclinó hacia adelante y beso la cabeza que ya estaba medio cubierta por el prepucio.

—Vaya como amas las pollas. —El se agarró su miembro viril y lo acaricio como si estuviera ordeñándolo consiguiendo que volviera a la vida al poco rato—. Muñeca, eres tan caliente que me enciendes de tal forma que ya estoy listo otra vez para ti. ¿Qué tal tú?

Pamela sonrió tímidamente, demasiado tímida para decir alguna cosa, pero mostrándole por su expresión que estaba dispuesta a otro asalto.

El chico la atrajo, para besarla y después darle la vuelta y ponerse a manosear su culo. —Dóblate e iza tu bonito culo, mi flor.

Las tetas de Pamela colgaban pesadamente bajo ella. Ella se agarró en el borde del fregadero para sujetarse, contorneando se ano, mientras él jugaba con él. El jugo de su conejo se escurría a lo largo de sus piernas.

—Qué ano más bonito —admirado se quedó sin aliento. Abrió con los dedos pulgares sus glúteos, quedando su malva flor al descubierto. Con la punta de la lengua lamía y punzaba su lengua dentro de ese agujero tratando de colarlo en esa calidad oquedad. Salivado en exceso, metió un dedo entre los pringados labios de su coño para embadurnarlos y decidido a explorar se lo metió por su ano. Primero la mitad después hasta el fondo y empezó a sodomizarla con el dedo castigador.

Pamela reculaba de placer al sentir esa avispa juguetona que picaba y humedecía su seco orificio, para luego escalofríos recorrerla por sus entrañas cuando un dedo invasor culebreaba dentro de su ano. Un dedo no fue suficiente, así que otro dedo se unió a la función y ambos empezaron a penetrar más y más hasta que ambos se ahogaron en la profundidad de ese oscuro pozo.

—Oh, como me está calentando ese pequeño agujero. ¿Lo has usado ya?

—No es virgen.

—Cariño, me encantaría sodomizarte ese prieto ano.

—Entonces hazlo —Pamela dijo, izando aún más su culo abriéndose de piernas para enseñarle su coño caliente listo para él—. Quiero ser follada.

—Vaya muñeca, estas más caliente que una perra en celo —Pedro restregó su mano entre sus piernas, empapándola con los jugos de su almeja que ante los roces volvía a gotear—. Oh ¿Cómo estás de cachonda?, te aseguro que te voy a follar bien para calmar tu calentura.

Él embadurnó los dedos empapados del blancuzco fluido por arriba y abajo de la raja del culo, para lubricarlo y se puso, otro poco, en la cabeza y el cuerpo nervudo de su polla para aceitarlo todo bien para clavársela hondo hasta los huevos.

—Oh, cariño, necesito que me penetres, por donde quieras —Pamela ronroneaba. Contorneaba su ano. No podía esperar más a esa cálida porra dentro de sus agujeros. Enrabietada de no tenerlo todavía, su conejo palpitaba y escocía aún más por ser atendido.

— Baby, nunca he visto a una tía tan salida ¿De verdad quieres darme el placer de clavártela por el culo?

—¡Siiiiiiii! —Pamela siseó.

Sí Cecilia viera ahora a Pamela como se retorcía y lloriqueaba por una polla como una vulgar golfa, se reiría de satisfacción de haber conseguido que su amiga fuera tan salida como era ella.

La agarró por sus caderas y cimbreando su bajo vientre con el ariete aceitado y empalmado lo restregaba por los labios hinchados del conejo. Al contacto, empezó a rezumar su lubricante para follar y con él embadurnaba esos peludos labios necesitados. Se agarró el mango por la base y dirigió la punta a esa rosada apertura llena de grumos pegajosos, comenzó a deslizarlo arriba y abajo sobre los pliegues internos, desde el erecto botoncito de placer hasta el hueco para follar.

Basto dos pasadas para que Pamela se encabritara, se apretujó los muslos para aumentar el roce y, jadeaba y tronaba cada vez que el percutor se metía en su tronera.

Preparándose para sodomizarla, él prefirió follarla un rato para calentarla más. Se lo clavo sin miramiento alguno por el chocho indómito.

Por cada penetración, Pamela se retorcía de placer. —Oh, tío que polla más grande y dura tienes, me enloqueces.

—Y tú, que ano más dulce, apretado y pequeño tienes —exclamó, alucinado de ver esa pequeña malva flor que iba a ser desvirgada—. ¿Por cierto quieres que te encule desde aquí o prefieres otra postura?

—Así, está bien —Pamela exclamó. Aunque nunca había sido sodomizada presentía que esa era la posición natural, inclinada en el aire con el ano recto en línea con su perforador. Impaciente esperaba que la dura carne de su colega la penetrara para disfrutar—. Métemela de una puta vez, no aguanto más.

—Tranquila putilla, que vas a recibir lo que te mereces. Golfa, ¡suplícamelo!

Pamela contoneó su culo rotándolo contra los músculos del bajo vientre de él. —Rómpemeeeee.

—Ooooh, ahí voy —el capitán chilló. Sacó el perforador chorreando del jugo de ella de su deliciosa almeja y con decisión posicionó su ariete en frente del ano, agarró la polla para dirigirla mejor.

El culo de Pamela sentía un cosquilleo al deslizarse la cabeza del ariete por el valle. El cagador se abría y se contraía cada vez que pasaba por su puerta ese perforador que le daba confianza para relajarse ante el impulso rompedor.

—Te gusta esto, perra, porque ya sé que eres una perra salida, ¿verdad?

En su mente enviciada por la lujuria no comprendía muy bien lo que le decía. Solo quería ser follada una y otra vez. —Siiii, soy lo que quieras, amo a tu polla.

Corneó con fuerza la bola de su bastón, pero el esfínter no se dejó perforar.

Pamela, contoneaba su culo, gemía con excitación por ese suave castigo, su coño se contraía rítmicamente, calambres lujuriosos le atravesaban, el placentero picor la enloquecía. —Clávala, clávala.

Espoleado, por el fracaso y las exigencias de esta salida hembra, nuevos bríos le insuflaron. Reculo y empujo, y empujó y entró.  El glande se había colado en la entrada, pero su ariete solo había conseguido astillar la puerta del ano, no atravesarlo.  La forzada dilatación del esfínter y el recto, produjo el efecto contrario en la mente de Pamela.

—Ah, qué me haces. Ohhhh, duele mucho.

—Espera un poco cariño, solo es uno momento, es casi como cuando te hicieron mujer.

No había llegado tan lejos para dejarlo ahora. Seguía martilleando con su martillo percutor. Ya estaba bien embocado, la mitad estaba dentro. Al recular el ariete, retraía, manchas parduzcas, rojas y blancas.

Pamela se quedó sin aliento otra vez, apenas consciente de lo que la estaba ocurriendo, apenas capaz de creer lo que sentía dentro de ella, ese dolor aterrador, como un comezón al desgarrar y deformar sus tripas.

—Oh que estrecho ano posees, mi flor. No te imaginas el place que das con ese ano como un guante ciñéndose a la polla.

— Ay, qué escozor. Pero qué... pero qué me estás haciendo.

—Follando tu culo, puta, como me has suplicado, relájate un poco y estarás en los cielos. —Echándose sobre ella, alcanzó sus tetas y comenzó a magrearlas, a pellizcarlas y retorcerlas al tiempo que suavemente mordisqueaba su nuca.

Pamela vio las estrellas. Sus entrañas se contrajeron repetidamente, su coño se abría y se cerraba al unísono, su culo abrazaba con tesón ese percutor que dilataba su recto. No podía creerse lo que le estaba ocurriendo a ella. Ella nunca se había imaginado uno cosa así. Pero estaba demasiado cachonda para pensar en ello. Poco a poco las clavadas le producían tanto dolor como placer. Se coló dos dedos por su coño para masturbarse de forma febril. Ondas placenteras se montaban sobre otras dolorosas, incrementando el deleite, el delirio, el arrebato.  El ritmo de sus dedos aumento. Sollozaba, suspiraba. Ahora se follaba con todo su ser hasta dentro. Se sentía una golfa, pero que lo iba hacer si le encantaba. Con arrebato intenso empezó a culear para sentir ese percutor mejor. Oh como la iba gustar que la sodomizaran.

—Baby, muñeca. ¡Oh que bien culeas! —su vientre chocaba contra esas blancas y tiernas nalgas de ella. Sus huevos contra su coño y su gran polla, ahora todo dentro, estaba constreñida en ese ceñido hueco, produciéndole un delirante placer como jamás había tenido antes—. Amo tu culo, golfa. ¡Nunca me he follado un culo tan ceñido! Putona, necesito aflojar un poco la marcha, no quiero correrme tan pronto.

Sus manos volvieron a su barriga, agarrándola por las caderas, sus manos fácilmente abarcaron su delgada cintura.

—Vamos a contenernos un poco —requirió él. Con sus manos rotaba la cintura de ella y ésta sus entrañas, consiguiendo que el recto aumentara su placer. Aflojó las penetraciones, ahora eran más acompasadas, casi sacaba todo su ariete carnoso para volverlo meter hasta los huevos—. Oh tía, como amo esto.

Los ojos de Pamela estaban llenos de lágrimas subidas de tono. Un cosquilleo se producía en cada celda de su desnudo cuerpo.  Gemidos placenteros se le escapaban al sentir ese percutor como entraba y salía haciendo estragos en sus terminaciones nerviosas. Dejo de follarse con sus dedos un momento. De su mano se derramaba copiosos cuajarones que se deslizaban por sus muslos como cálido jarabe. Sentía su polla como una cálida y oleosa serpiente corriendo por sus tripas, despertando nuevas y delirantes sensaciones placenteras.

—Vamos fóllame bien —Aulló fuera de sí, delirando con placer, borracha de excitación— Vamos rómpeme el culo, cabrón.

A pesar de que él intentaba mantener las penetraciones suaves y constantes, Pamela se las arregló para cimbrearse y culear con verdadero frenesí su culo, consiguiendo que su ano sorbiera y royera con fuerza a ese gigante gusano que transitaba por él.

—¡Mierda! —jadeó el muchacho—. Qué me haces, furcia. Te vas a enterar, te la voy a sacar por tu boca, ninfómana.

Agarrándose bien de su cintura, empezó a desplazarla adelante y atrás a compas de sus punzadas. La calzaba y la clavaba con rabia. La sacudía con fuerza, zambullendo su ariete en ese pozo lleno de chocolate lo más hondo posible en un intento vano de sacársela por la boca.

— Ahhhh! ¡Ahhhh! ¡Yeahhhh.

—Sí, así —Pamela rechinó, siguiendo con los contoneos, tratándose de follarse ella misma con ese penetrante y triturador falo de su amigo. Parecía como si esa polla disparaba ráfagas eléctricas que explotaban por todo su ser enloqueciéndola de lujuria.

Pedro gemía como si estuviera siendo azotado. Su musculoso bajo vientre sacudía su ano como si fueran sonoros cachetazos. Los golpes eran tales que casi dejaba a la chica sin aire en los pulmones. Las tetas se agitaban como los balones llenos de agua a punto de reventar. Su cabeza se retorcía de lado a lado y su cola de caballo flotaba en el aire. El muchacho atrapó la cola de negro pelo y tiró de ella, haciendo que Pamela arqueara su espalda y forzando su recto a combarse más. Su ano cruelmente se tensó sobre ese perforador. El la calzó con un final ráfagas de puyazos hasta explotar dentro de ella.

—Uhhhhh —Bramó, su cuerpo sacudió con fuerza un espasmo produciendo que su polla exhausta disparara el semen a borbotones regando el ano.

—Siiiiii —Pamela canturreó, nublándose la vista mientras espasmos delirantes estallaron dentro de su ser por la reacción simultanea de su coño follado y su culo ensartado.

Ambos se movieron al unísono como si fueran bailarines. Sus cuerpos se sacudían y se estremecieron al tiempo que espasmos orgásmicos eran producidos como ondas pulsantes por sus órganos de follar invadiendo cualquier parte de sus jóvenes cuerpos. La polla flexionaba tan poderosamente en cada eyaculación que estuvo a punto de levantar a Pamela en el aire.

Ella sintió como el semen chorreaba su dilatado recto, un montón del jugo salpicaba y chapoteaba por sus tripas. Su culo contrayéndose rítmicamente succionada esa polla como si fuera su propia boca, ordeñando cada gota del agujero de mear.

Jadeante, él sacó bruscamente su polla fuera de ella. El culo de Pamela se quedó boquiabierto durante varios segundos antes de que comenzara a cerrarse. Puso dos dedos dentro de la apertura y deja que el culo los atrapara para después comenzar follarla con ellos hasta que exprimiera su último orgasmo y el semen saliera fuera rezumando sus dedos percutores.

—Oh qué culo tienes. Cálido y prieto —él masculló—. Nunca me he follado un culo igual.

Él se cayó sobre sus rodillas detrás de ella, besando y lamiendo su culo, mordisqueando sus nalgas. Con su lengua volvía a sodomizaba con verdadero furor y Pamela gemía mientras su cálida lengua manoseaba y aliviaba su dilatado esfínter.

Él saco la lengua del agujero del culo y comenzó a lamer su peludo coño. Sus viscosos fluidos goteaban en su barbilla, en su cuello y se deslizaban por su pecho. Pero no se paró en su coño sino que sediento del exquisito manjar arrebañó los restos existentes en sus muslos y entrepierna y satisfecho volver a succionar su coño otra vez. Empujaba su lengua como un pequeño aguijón dentro de ella, comiéndola con verdadera voracidad produciendo ruidos de chasquidos, sorbos y chupeteos.

Pamela estiró su brazo para cogerle y tirar desde su nuca para meter profundamente su boca en su entrepierna restregándolo como una posesa.

—Mmmmm! —él gruñó—. Mmmmm Mmmm.

Lamió, chupó y rayó, y la follo con la lengua hasta que el coño de Pamela explotar en su boca, absorbiendo sus jugos como si se tratara dulce miel.

—¡Perra salida! Oh, dulce perra.

Pamela follando su coño en su boca, enloqueció perdiendo el conocimiento. No escucho las palabras finales de Pedro, mientras se vestía y la dejaba allí tirada:

—Tu amiga Cecilia me dijo que follabas como una leona. Se ha quedado corta, más bien follas como una ninfómana desesperada.

Tranco 7 ¡Oh! ¡Si! Chorreadme sin piedad.

Un timbre resuena en su habitación. Pamela se tapa la cabeza con la almohada pero el ruido es insistente. A tientas coge el móvil y para el chirrido del despertador. Por Dios, si me acabo de dormir, se queja. Al volver a mirar el móvil, sus facciones se relajan, hoy es viernes y las clases acabaran pronto.

Algo que tensa su piel le hace estirar la mano y rascarse el muslo hasta desprender un reguero seco.  Se lleva sus dedos a su nariz y sonríe. Claro, se dice así misma, cómo no voy a estar muerta de sueño si me he pasado media noche conectado al chat con esos tíos diciéndome guarradas hasta que me encendieron y tuve que masturbarme dos veces.

Al ducharse se preguntaba que iba hacer por la tarde después de clase. El abuelo se iría con sus amigos a jugar la partida y volvería medio borracho a altas horas de la noche. Pasar la tarde en casa, no era una opción, y menos ir a casa de alguna amiga para decir estupideces. Cecilia le había dicho que se iría a casa de Oscar para follar a gusto. Tras pensárselo se decide por ir al centro comercial a ver ropa, a lo mejor encontraba alguna ganga o mejor, quizás ligara con alguien.

Miró el reloj y empezó a correr. Abrió el armario y tras dudar un momento se puso una camisa rosa pálida de manga corta a juego con su sostén y su braguita, la falda de tela negra abotonada por delante, su chaqueta tejana y salió con los zuecos al autobús escolar.

En clase, Pamela se sujetaba la cara con la mano y con el codo apoyado en su mesa. Escuchaba a la profesora Rocío pero sus palabras le entraban por un oído y salían por el otro. Qué largo se me hace, se quejaba. Su mente vagaba por el chart que había atendido esa noche con esos de nicks: Castigador y Profanador.

Cómo se calentó cuando le llamaron guarra y uno le envió esas fotos de su polla toda erecta con su glande morado con una capa lechosa chorreando de él. Qué rico, si hubiera estado con él se lo hubiera lamido al instante.  Y todo porque le acusaron de ser la culpable de ponerles calientes por enviarles la foto que la habían pedido de su coño con los ensortijados pelos negros empapados de su loción de follar.

Luego viendo esa polla y pensando cómo sería tenerla dentro de ella tuvo que hacerse deditos hasta que se calmó y exhausta se durmió.

El ruido de las sillas moviéndose y la gente hablando en voz alta la devolvió a la realidad. Por fin había acabado el día, se dijo. Cogió su chaqueta con el macuto y salió por la puerta despidiéndose de los compañeros. Al salir oyó que la profesora decía que recordaran que la semana que viene tendrían un examen.

Con su macuto colgado de un hombro, Pamela se paseaba por los brillantes pasillos del centro comercial. Entró en los servicios y al mirarse de soslayo en el gran espejo sobre los lavabos, se retocó el maquillaje: un poco de rimel, otro poco de sombra de ojos y remarcó sus labios con una tonalidad algo más atrevida de rojo pasión. Parecía algo buscona, pero le daba igual. Se tiró un beso mirándose al espejo con una amplia sonrisa. Qué madura ya soy. Se paseaba por entre las tiendas y miraba las ropas. En una, cogió un sostén negro sin aros y se lo superpuso encima de su camisa mirándose en el espejo de pared.

Se sonrió con lo que reflejaba el espejo. Qué bien me queda, se dijo, es parecido al que llevo puesto pero este es de encaje más sexy. Se sentía hermosa con esos tacones de los zuecos que resaltaban sus piernas y esa faldita que poco ocultaba. Al levantar la vista pilló a un tío que mientras hablaba con una dependienta le estaba contemplando con una sonrisa embaucadora.

Se sonrojó al instante por la intensidad de su mirada. Su corazón se aceleró un poco y un cosquilleo se le despertó en su coño. Qué ojazos con esa negra barba de tres días y esa mandíbula cuadrada. Con cierto aire tímido le devolvió la mirada y se alejó del lugar.

A partir de ese instante la ropa perdió interés, miraba a la gente, en especial a los tíos y trataba de adivinar su paquete haciéndose una idea de cómo sería su polla, cómo sabría y en ese caso si estaría a la altura de él.

Sí parecía una buscona, y todo por culpa de su amiga Cecilia que había despertado en ella esa lujuria desenfrenada que nunca se saciaba. Había empezado a masturbarse, como todas, para luego aprender a disfrutar de pajear a un hombre. Luego la locura con Cecilia follándola en su cama y empujándola a más, con eso de acompañarla en sus correrías sexuales. El salto llegó, con la mamada a Derek, donde aprendió a correrse disfrutando de una buena carne entre sus labios.  Pero fue más tarde al follar por primera vez cuando descubrió su verdadera naturaleza de ninfómana. Y la consagración vino con la sodomización de Pedro. ¡Oh, que placer! solo de pensarlo se ponía cachonda. Ahora tenía todos sus orificios desvirgados y disfrutando del maravilloso sexo.

Pamela seguía paseando y contemplando tiendas sin poner mucha atención mientras seguía recordando. Desde entonces a cuantos me he follado ¿seis? No siete. Sabía que las compañeras murmuraban a sus espaldas como si ellas no lo hicieran con sus novios, o por lo menos lo pensaran cuando se masturbaban, pero son muy cortitas y retraídas. Sí tenía que reconocer que esto se empezaba a salirse de madre y no podía dejar que la encasillaran de facilona o putona. Tenía que cambiar de aires si quería que su reputación no se resquebrajara más y llegara a oídos de su abuelo.

La tarde se echó encima, los pasillos se llenaron de gente con sus críos chillando y alborotando así que Pamela decidió irse a casa. Justo al salir se desató una trompa de agua que le obligó a volverse al centro. Sintió un repelús de frio y se fue en busca de la cafetería Startbucks para tomarse un café caliente.

Vio una mesa vacía al lado de la vidriera y allí se fue con el vaso de café en la mano.  Recostada en el butacón con las piernas cruzadas balanceaba, sin percatarse, un zueco sobre la punta de los dedos del píe de la pierna levantada.  Con ambas manos abrazadas al vaso por el calor que desprendía, miraba el vaho que emanaba el café caliente cuando notó que alguien se sentaba en un butacón de su misma mesa.  Levantó la vista y se encontró con esa mirada que la había estado observando en el espejo de la lencería.

—Perdona no te importa que me siente aquí, es que no hay sitios libres.

Pamela miró alrededor y la mitad de las mesas estaban vacías. Le sonrió por la ocurrencia y dejo de jugar con el zueco. Le encantó su mentira.

—Parece que se ha puesto a llover y nos ha atrapado dentro —Dijo el hombre.

—Sí, yo ya pensaba irme a casa cuando se ha puesto a llover y he tenido que meterme aquí hasta que escampe.

—SI tienes prisa te puedo llevar a casa tengo el coche en el aparcamiento.

—No, no hace falta, no tengo prisa.

—Pero tus padres se preocuparan por ti si no vas.

—Bueno, vivo sola con mi abuelo y los viernes se va con su panda y no vuelve hasta muy tarde.

—¡Ah! Bueno, entonces nadie te espera… ¡Oye! Iba a ir al cine, pienso que con todo lo que está lloviendo a lo mejor no escampa hasta muy tarde. Qué tal si te vienes conmigo al cine en lugar de aburrirte aquí.  Vemos una película y después te llevo a tu casa o donde quieras ir.

Ante las dudas reflejadas en la cara de Pamela. El continuó:

—Fíjate si no para de llover en toda la tarde. Te vas a quedar aquí aburriéndote viendo pasar a la gente cuando puedes estar viendo una buena película.

Por unos momentos Pamela le miró a sus ojos, mentía pero le dio igual.

—Y ¿qué película quieres ver?

Titubeo unos instantes

—Bueno lo primero es lo primero, yo soy Marcos y ahora que vamos a ir juntos al cine creo que lo mejor es que seas tú la que escoja la película.

Por un momento ambos se rieron. Pamela le dijo su nombre y él se incorporó para darla un beso en la mejilla. Se sentía en el cielo con un hombre tan guapo flirteando con ella.

Por el pasillo, se oía el repiqueteo de las alzas de los zuecos de Pamela. Sus manos se rozaban. Sus juveniles senos se bamboneaban subiendo y bajando a la par de cada paso. Marcos no quitaba la vista de esa carne magra y sensible que despuntaba a través de la camisa.

Pamela siguió su vista para comprobar que su ceñida camisa tenía desbotonado los botones superiores y sus pezones se marcaban por entre el encaje de la tela. Un pequeño chisporroteo de sensaciones y premoniciones recorrió su cuerpo. Le encantó que se fijara en sus senos.

Marcos le dijo que con esos zuecos casi eran de la misma altura. Ella le miró a sus ojos y él a sus labios.  Ambos sonrieron y el agarró con delicadeza su mano y siguieron andando hacia la entrada del cine.

Pamela se quedó mirando indecisa la cartelera con las películas que se proyectaban en cada sala. Realmente le daba igual solo esperaba pasar un rato agradable con Marcos.

Ante sus dudas, Marco se aproximó por detrás, puso sus manos sobre sus brazos inclino su cabeza y le susurró que película él prefería.

El murmullo de sus labios rozando su oído, el cálido aliento sobre su cuello y nuca, y su varonil colonia, hicieron estragos en Pamela. Una agitación calenturienta invadió su bajo vientre y suaves pulsaciones empezaron a despertarse. Tuvo que estrujar sus glúteos para acallar esa repentina exaltación de su peludo conejo.

Al final decidieron ir a ver la reposición de una película antigua de guerra: Los cañones de Navarone de Gregory Peck.

Sacadas las entradas Marcos guio a Pamela a la puerta de entrada del cine poniendo su mano sobre su espalda.  Al pasar por el pequeño bar del hall del cine, refrenó a Pamela y se fue a comprar palomitas.

—Es por si nos aburrimos.

Ambos sonreían relajados mirándose a los ojos. El tenía un furor de cazador en su mirada que estremece a Pamela por un momento.

Le dio el cubo de palomitas, y con la mano, ahora abrazada a su cintura, la llevó a la sala.

No era muy grande, unas cien butacas, todas tapizadas en terciopelo rojo con pequeños reposabrazos de madera. Cómo él se imaginó, estaba casi vacío, un par de parejas y tres o cuatro tíos desparramados por el patio de butacas.

Pamela indiferente se sienta y cruza sus piernas. Su falda se sube hasta casi enseñar sus rosadas bragas. Marcos le pide su chaqueta y su macuto para ponerla junto a la suya en el asiento de al lado, pero no puede evitar admirar esas largas piernas.

Una pícara sonrisa se dibuja en su cara al cazar la obscena mirada de él. Se estira un poco la falda y le da su ropa. La tela negra de la falda hace resaltar sus suaves y blanquitos muslos, así como su melena casi negra sobre su pecho resalta la blancura de sus tetas puntiagudas.

Marcos con el cubo de palomitas en la mano se lo aproximaba a ella para que coma, pero lo que busca es que se aproxime para poder así, rozar y deslizar su codo sobre su tierno seno.

Pamela nota la presión del codo sobre su seno pero se deja llevar. Le chifla ese sutil magreo. Su cuerpo lentamente se ve encendiendo.

Después de unos breves instantes hablando de tonterías, sonriendo y comiendo palomitas. Marcos cogió un puñado y con los copos en la palma de la mano se los acerco a la boca de ella, de tal forma que Pamela se vio obligada doblarse y lamer su palma para conseguir los copos. Ambos se rieron, a él le brillaban los ojos.

Tras los créditos iniciales de la película, Marcos con la vista puesta en la película, le da el cubo con las palomitas para que Pamela lo retenga en alto en su mano y la abrazó con su brazo izquierdo por encima de sus hombros. Con indiferencia coge un puñado de palomitas con la mano derecha y se los llevó a la boca.

Pamela al notar el varonil brazo a su espalda se apoya hacia atrás descansando su nuca sobre su brazo. Sus palpitaciones se aceleran. Siente los músculos de su brazo como se tensan bajo su nuca. Estira la mano y se mete un puñado de palomitas en la boca, al tiempo que se descruza sus piernas y ligeramente las abre para que el aire refresque su incipiente calentura interior. De reojo ve como Marcos se recolocaba su polla que empezaba a estar constreñida en su guarida.

En ese momento, sin poner mucha atención, comprueba que otro hombre se sienta a su lado quedando Pamela franqueada por dos hombres que miraban con aparente atención la película.

Marcos excitado por la joven hembra que acepta sus caricias. Se gira para ver el perfil de su cara. Esa boca con esos rojos labios carnosos entreabiertos y punta de la lengua lamiéndolos le enloquecía. Su estado febril iba en aumento.

Se inclina sobre su cuello y le susurro con sus labios pegados al pabellón de su oreja. —Sabes que enloqueces a los hombres. —Con descaro mete la punta de su lengua por su oreja, mientras la estrujaba hacia él.

—Oh, Marcos me haces cosquillas —gimió Pamela, al sentir esa lengua que se deslizaba por su cuello lamiendo y dejando un reguero de cálida saliva. Sentía como esos húmedos labios besaban y succionando su cuello. Un suspiro se le escapó—. ¡Oh! Marcos, qué me haces.

En su calentura, el cerebro de Pamela no se había percatado que el hombre de al lado, deslizaba la yema de sus dedos sobre su rodilla y con sus uñas rascaba con suavidad su muslo, levantando su falda.

Marcos, se inclinó y atrapó los labios de ella con los suyos. Con su lengua presiona esa muralla de blanco marfil hasta que se abrió y una lengua invasora culebreaba esa cavidad bucal hasta que se hacía amo de ella. A la par con la otra mano empezó a manosear un seno entrujándolo y con la punta de los dedos se metían entre la blusa acariciando la suave y tierna piel de una teta que ante tal sobo se estremeció. En su mente solo existía la exigencia de follarse a esta pequeña furcia que le había puesto a mil.

Pamela como pudo retuvo la mano de Marcos agarrándola sin mucha convicción por su muñeca para frenar algo el ataque a sus tiernos senos, pero tardo un rato en comprender que algo más la estaba acariciando y no era Marcos.  Consciente ahora que una osada mano subía por su muslo arrastrando su falda, liberó la mano de Marcos y retuvo esa mano traicionera retirándola de su muslo, bajándose la falda. Su mano insegura ora subía para retener una mano, ora bajaba para agarrar al borde de la falda, en un intento en vano de proteger su intimidad. Pero todo fue inútil, una mano seguía penetrando entre la tela de su sostén y la otra volvió al ataque deslizándose y trepando con su muslo interno despertando placenteros escalofríos a su pasar.

Cerró las piernas para frenar el ataque o retener esa mano entre sus muslos, no sabía bien la razón, pero una zozobra la invadía al pensar en lo que diría Marcos si descubría que otro hombre la estabas magreando. Pero su cuerpo, que no atendía a razones, despertaba un lujurioso picazón que lo recorría al sentirse avasallado por dos desconocidos hombres que la deseaban a la vez.

Tantos estímulos enturbiaron su mente. Su cuerpo era ya devastado por un fuego interno que la abrasaba. Su boca era aprisionada por unos labios avasalladores, un pezón era pellizcado por dos dedos castigadores, y un dedo percutor había entrado en sus dominios deslizándose y apretujándose sobre su raja por encima de su rosa braguita. Gemía del vicio que poco a poco le consumía.

Refrenó como pudo un escozor de su coño al ser acosado, haciéndola comprender que no podía entregarse a dos hombres a la vez, debía reprimirse. Cogió la mano invasora y la retiró dándole un palmetazo, como si fuera una mosca cojonera que no se aleja de uno; y para confirmar al hombre su rechazo, se giró hacia Marcos, se cruzó de piernas blindando su raja de perturbadores dedos y se abrazó a él entregándose a sus caricias con renovada pasión.

Vano intento, el hombre de al lado no se dio por enterado, levantó su faldita dejando al descubierto su magro glúteo y empezó a acariciarlo, a pellizcarlo, a meter los dedos por su entrepierna hasta apuntar su dedo en su seca oquedad trasera, y presionar y presionar, con total impunidad hasta embocar al ano con tela y todo. Un suspiro se le escapó al disfrutar de esa cálida, suave y tierna piel.

El cuerpo de Pamela era ya un hervidero de trepidaciones, escozores y calambres que lo recorrían. Poco a poco se iba calentando y su lujuria empezaba a desbordarse por todo su ser. Echó la cara hacia atrás para liberarse de esos absorbentes labios y miro hacia el otro lado. Para comprobar con sorpresa que un fornido y joven mulato la miraba con una sonrisa de blancos dientes. Le dijo que se llamaba Fabio y sin poder reaccionar sintió que ahora sus labios eran aprisionados y una lengua ancha, áspera y larga como la de un dóberman penetraba y se enroscaba con la suya.

Su mano era a su vez atrapada por la del mulato, liberando a la de Marcos que libre de ataduras desbotona, uno, dos botones de la blusa. El rosado sostén queda al descubierto que brevemente encubra sus montículos de placer coronados por unas moras que se endurecen y yerguen marcándose con descaro a través de la lencería de la copa listo para ser castigado.

Marcos se saca su polla de su guarida que se cimbrea en el aire, erecto, duro y vibrante. Le quita el cubo de palomitas, que ya no tenía ninguna utilidad, y lo tira al patio para seguido llevar la mano de Pamela a su polla para que comience a calmarle sus inmensas necesidades.

Fabio dejó de besarla, y pasa su lengua por su cara, sus ojos, su oreja como lamidos de un perro excitado. Con sus largos dedos los metió por debajo de la braga y penetro hasta puntear su peluda almeja.

Pamela, retrocede con su cara negando con la cabeza de un lado al otro, como sin saber que está ocurriendo, suspira y su respiración se agita. Nerviosa se lame sus carnosos labios. Mira hacia abajo y ve que unos dedos penetran por el borde de la copa y sacan sus senos de sus guaridas quedándose liberados puntiagudos, hinchados, dolorosos.  No sabe cómo pero su blusa está abierta luciendo su ombligo. Los tirantes de su brasier cuelgan inertes sobre sus brazos.

Nunca ha estado con dos hombres a la vez, pero la sensación de impotencia, sumisión y el simultáneo disfrute de dos bocas y cuatro manos sobre su cuerpo le enloquecen. Ya solo desea ser follada, amada o sodomizada. Oye como Fabio pregunta a Marcos que si es una puta; y el otro contesta que no, que simplemente es una adolescente que busca sensaciones fuertes. Pero que él al final le dará una propina por aquello de la conciencia tranquila.

Los dos se jactan por la ocurrencia. Fabio se sacó su palo de ébano, lustroso y grande empieza a acariciarlo. No tarda en rezumar su lubricante follador.

—Míralo golfilla. Te va a gustar, es negro pero fuerte, duro y flexible como la porra de un poli. Te la voy a meter hasta los huevos. —y sin más metió la mano entre sus muslos y de un tirón tiró de sus bragas, deslizándolas por sus muslos.  Dejando su húmedo y peludo conejo a la intemperie.

Pamela es besada, mordisqueada por uno o por el otro. Ya sabe cómo sabe la saliva de uno, dulce y densa, y la de Fabio más agria y ligera. Pero ya quiere mayores sensaciones. Estira la mano y agarra el carnoso rabo de ébano y empieza a masturbar a ambos hombres. Ambos se miraron satisfechos. Había bastado unos pocos vaivenes para que sus pollas se endurecieran y lucieran en sus casi 20 centímetro de magra carne supurando sus jugos de follar como si fuera esencia de macho. La pulida piel de las pollas brillaba y se empapaba de sus propios fluidos de macho. Un círculo blancuzco se formaba alrededor del pulgar e índice de las manos de la chica. Ambos vieron como rauda la chica limpiaba sus glandes con sus dedos y, se lo metía en la boca para saborearlos hasta secar sus húmedos dedos. Los dos hombres alucinaban de lo que la pequeña furcia los estaba haciendo.

—Es una lástima desperdiciar semejante manjar —dijo la posesa muchacha.

—Cógele una pierna y ábresela bien— dijo Fabio. Cada uno cogió una pierna y tiraron de ella para poner su culo al borde del asiento paro luego poner sus piernas encima de sus muslos estiraron y tensando su coño que parecía la boca de un recién nacido boqueando y escupiendo saliva.  Con dos dedos como garfios se lo metían con decisión hasta el fondo, con más ritmo, con más intensidad. Los jugos salpicaban en todas las direcciones.

El abandono de ella era total. Ante los gemidos de ella, los dos dedos folladores penetraban en toda su longitud, Un chapoteo se oía en la sala, entre las voces de los actores de la película, por lo golpes de los dedos con los labios del coño. Al tiempo los dedos de la otra mano penetraban en su boca para que los lamiera como una ramera. Mientras tanto, El otro, mordisquea, boca, pezones, oreja y cuellos a su placer. La tenían en sus manos, necesita y calentona, y la iban a follar bien.

Pamela deliraba, se retorcía entre ambos hombres. Agitaba su culo para que la penetración de eses dedos folladores fuera mayor. Reculaba y culebreaba para que los dedos rozaran y se retorcieran más dentro de las paredes de su hueco de placer. Estrujó las pollas de ellos a la vez y los cimbreaba con verdadero ahínco.

Salida como una perra en celo, y harta ya de jueguecitos infantiles se levanta de su asiento desprendiéndose de sus zancos. Descalza, tira de Fabio para que se pusiera en su asiento. Los contempla a los dos expectante a sus reacciones. Agarra sus huevos y los tantea como si estuviera calculando la carga de leche que tienen. Pamela se sentía feliz de ser capaz de ponerlos a tono tan rápido.

—Me siento tan sexy —Declaró a plena satisfacción.

Se inclina sobre uno y se mete su polla para saborearlo por un rato al tiempo que entretiene al otro pajeándolo. Sus labios se ciñen como una goma elástica y mientras traga gira la cabeza como si el carnoso y caluroso falo fuera un tornillo para apretar. A la vez, abarca la base de la polla, y al unísono, boca y mano suben y bajan, enloqueciendo al hombre en su turno. Al rato, cuando se cansa cambia de sabores. Nota como unas manos le desprenden su blusa y su sujetador cayendo al suelo y su falda negra es gurruñada alrededor de su cintura quedando su coño peludo y sus tetas a la vista de todo el mundo en la sala.

—Oh, viciosa, mamas como una pro. Ahhh, sigue así. Ahhh, ¡traga más perra! —Entre jadeos, exclamaba Fabio.

Marcos veía por el reflejo de la pantalla del cine ese negro vello, lustroso y brillante, del que caían gotas pastosas blancuzcas. Como un poseso se puso debajo de la chica, obligándola a izar una pierna y ponerla sobre el asiento. Abierta de piernas metió su hambruna boca y comenzó a comerse ese coño juguetón mientras Pamela hacía lo propio con la negra barra de Fabio.

Ante tal estímulo, el coño empezó a estremecerse, abriéndose y cerrándose en espasmos placenteros. Un trallazo de Marcos con los dedos de su mano escocieron a esos labios rosados e hinchados ordenándolos que se abrieron aún más. Ahora los dedos penetran hasta el fondo y se empapan del néctar que resbalaba a borbotones.

Marcos con los dedos pringosos, mojó su polla para tenerla mejor engrasada y apuntando a esa oquedad, le susurro. —Desde que te vi en la lencería sabía que esto era lo que buscabas como una joven ninfómana. Furcia, prepárate. —Marcos apunto con su dardo y agarrándose a sus caderas, empujo con todo su fuerza su culo para que el ariete entrara hasta que los huevos golpearon los labios de su coño. Reculaba y empujaba con fuerza y la polla, como una cuña, entraba en esa peluda bocacha.

—Oh baby, que caliente y aprieto tienes el coño.

Pamela se dejaba llevar, su éxtasis era total, jamás había estado entre dos hombres y esa sensación de abandono, sumisión y deleite por esas dos bocas y manos sobre su cuerpo la enloquecían. Gemía, lloriqueaba sin descanso. Su coño era martilleado por un percutor, y sus envites impulsaban a su boca a tragarse ese inmenso falo hasta el fondo en su irritada garganta. Atrapada entre esos dos arpones, comenzó a pellizcarse sus pezones para aumentar su frenesí.

—Qué calentorra perra eres pequeña. —Fabio dijo— ¡y con una piel tan jodidamente suave y tensa!

—La piel es como seda caliente. —Marcos dijo— Cien por cien de dulce adolescente. Joder quiero sentir toda tu piel sobre la mía— Y sin más empezó a desnudarse.

—Oh, baby, aprovechemos ahora que tienes el coño libre. Ahhhh… No puedo más, eres una salvaje leona a domesticar y yo también quiero follarte y si no lo hacemos pronto voy a perder mi jodida carga y te lo quiero meter todo dentro —Fabio exclamaba sin aliento. La cogió y la levantó, se deslizó en medio del asiento y la dejo caer sobre su erguido ariete. Los labios del peludo conejo embadurnados, se abrieron abarcando en un sexual beso ese percutor que devorando toda esa carne nervuda que entraba hasta la empuñadura.

Ella se giró hacia él poniendo sus brazos alrededor de su cuello. Mirándole a sus ojos, se pegó a él besándole. Metió su lengua dentro de su boca, derramando su dulce saliva dentro de su garganta. Los duros pezones como moras congeladas se restregaban contra su peludo pecho. Estaba a la espera de lo que él quisiera.

—Ohhhhhh yeahhhhhh. —Fabio gimió, su polla se retorció y corcoveaba adentro del cuerpo de la muchacha. Él la venció totalmente en sus musculosos brazos, estrujando sus pezones contra ella. Sentía eses moras que más que rozar arañaban su piel, le enloquecía y le enfurecía más aún.

Ella empezaba a joderse montando, como una buena amazona, su montura preferida, se izaba y se caía con decisión, encima de esa negra asta. — Oooooh sí—jaleaba, al sentir la polla deslizándose dentro de ella ahuecando y tensando sus paredes.  En cada sacudida, el nabo entrara con toda su longitud en su vulva necesitada, hasta chocar sus huevos con sus glúteos.  A medida que el calor subía, las sensaciones placenteras aumentaban pasando de un suave trote a un descontrolado galope. Las tetas se batían delante de la cara de él. Cara y cabellos de su cabellera azotaban sus mejillas.

—Oh qué coño más ceñido. —Fabio se balanceó en el aire con sus glúteos, saltando en el momento que ella caía para que el encontronazo fuera más intenso, más profundo, más violento— Dios, ¡follas como una profesional!

Pamela soltó una risita. Se sentía tan bien, tan libre y tan golfa. —Amo tu hermoso y duro rabo y me enloquecen esas peludas pelotas que chocan a la puerta de mi coño.

Cada vez que rebotaba un chasquido se oía al golpear sus bolas los encharcados labios de su jodido coño.

Marcos, ahora desnudo detrás de ellos, observaba como cabalgaban. Su mano frenética no dejaba de pajearse en espera de su momento. —¡Cepíllate esa polla de una puta vez. Necesito follarte como te mereces, joder! —Bramaba, pero visto la situación decidió intervenir.

Aprovechó el trote de Pamela con el negro para rozar la espalda con su pecho y los glúteos con su erguido tronco. Sus manos se deslizaban arriba y abajo del delicioso cuerpo de la muchacha, estrujando sus senos y pellizcando sus pezones. Dobló el cuerpo de ella hacia adelante, para dejar paso a un dedo traicionero que deslizándose entre la ranura de su culo, apuntó a esa flor malva trasera indefensa y de un certero aguijonazo se metió con total impunidad.

—Ohhh sí —Pamela rechifló; su ano se contrajo alrededor de ese dedo traicionero que se colaba por atrás.

Tras unos pocos puyazos, se colaron dos dedos, abriendo y preparando ese otro seco y cálido pozo de dar placer para un dedo mayor.

—Ya sé lo que me voy a follar. —Marcos dijo. Saco bruscamente los dedos, para pasarlos por los huevos del negro que rezumaban los jugos de follar de ella, y tras embadurnar la punta de su polla con ellos, como si fuera la tiza de un taco de billar, agarró la empuñadura para dirigirlo y de un certero trallazo lo metió hasta dentro.

A pesar de la difícil posición, sin mucha movilidad, pero Marcos se la ingenió para aprovechar la caída de ella en cada cabalgada y metérsela hacia arriba por el culo. No sabía de su asombro de que se hubiera podido meter tan fácil sintiéndolo tan prieto como si fuera un guante de látex.

Pamela sintió una cuña humana que salvajemente penetraba, ahuecaba y tensaba sus tripas quejándose con insufrible intensidad. Su ano se desplazó en un intento de amortizando el golpe, pero ante el empuje de la estaca de Fabio empalándola, retrocedió hacia atrás clavándosela hasta los peludos huevos que chocaron contra su culo de una sola tacada.

El choque fue tan violente que casi los tres se caen al suelo. Pamela casi se desmaya en el acto, ensartada ahora por ambos orificios que la mantenía en el aire.

Un chorrito de sangre fluida por el muslo de la exhausta muñeca era evidente que sus tripas no se habían podido dilatar suficientemente reventando, pero a la vez, la enorme presión de ambos falos sobre las terminaciones nerviosas de su vagina enviaba una onda de placenteros alfilerazos que recorrían su cuerpo, excitándola y atormentándola llevándola casi a la inconsciencia.  Marcos excitado aún más ante la visión de la sangre asedió con más vehemencia. Le enloquecía lo ceñido del culito de Pamela pero le molestaba que ella no se contorneara en respuesta a sus caricias. Así que empujó con todo su ser. Pamela chilló por el insoportable dolor y entonces lanzó su vulva hacia adelante agarrotando el falo de Fabio que la recibió con inmenso placer.

Pamela se contorsionó, sus ojos rodaron poniéndose en blanco, sus entrañas se contraían y se expandían ante ahora dos pollas que se retorcían y se corcoveaban dentro de ella. —¡ Oh! ¡Oh!

—Parece increíble. —Fabio dijo— Pero noto como se lo has clavado por su cagador, ¡joder tío! —continuó entre gemido y gemido—. Puedo sentir algo duro deslizándose contra mi rabo.

Los dos hombres sintieron mutuamente como vagaban profundamente dentro por confines de territorio casi vírgenes. Debido a lo ceñido y la estructura compacta de la chica, los dos hombres prácticamente se frotaban sus sexos juntos.

Pamela sentía que iba reventar de un momento a otro por los macizos arietes que con cada tarascada iban penetrando más en su ser. Tuvo un pensamiento impreciso de cómo y dónde estaba y que todo marchaba a su fin. Lentamente un mar de negras y turbulentas aguas se expandía sobre su mente en un intento de desconectarse del insoportable dolor de su cuerpo, hundiéndose en un impredecible letargo.

Pamela sabía, no exactamente lo que era, pero estaba seguro de ello, como había sentido con anterioridad, esa dejación, esa entrega a los caprichos de otros. El sentirse humillada, la enloquecía, la excitaba y su cuerpo y su ser pedía más y más y con más intensidad. Dolor y placer, ambos intensos, ambos complementarios, eso es como el sexo debía ser.

— Siiiii, estoy en ella. —Marcos jadeó— La hostia, tiene un culo dentro tan resbaladizo como la mantequilla. Esta niña ya ha jodido por todos sus agujeros.

Él puso sus manos sobre los hombros de Pam, siguió tirando hacia abajo consiguiendo encorvar aún más su espalda para que su dura cánula penetrara bien a fondo dentro de ese seca y cálida cavidad.

—Mierda— Fabio gimió, mientas impulsaba su ariete dentro de ella. —Esta perra que caliente está, tiene un coño que abrasa.

Pamela lloriqueó, contorsionándose delirantemente entre los dos sudorosos y musculosos hombres. —¡Cepíllarme! ¡Oh, fuerte, duro, hasta el fondo! —Apoyó sus manos sobre el borde del asiento y vio con verdadero deleite como un tío en la fila de atrás, tenía la polla sacada y se masturbaba como un poseso mirándola a ella.

A cada envite, el cuerpo de Pamela se distendía y en agradecimiento del placer recibido contestaba con más cálidos fluidos. Su cara se relajaba, su respiración se aceleraba y su lujuria se desbocaba. Se abalanzó sobre Fabio y abrazándolo, con sus labios y dientes, absorbió y mordisqueo el lóbulo de él de puro deleite. Respingó con un enloquecido éxtasis sensual al sentir los lametazos y mordiscos de Marcos sobre su espalda.

Marcos mordisqueaba en sus hombros, en el cogote o en sus orejas, por cada mordisco un reguero de saliva se deslizaba por su cuerpo. Una tiritona corría por su cuerpo poniéndose la piel de gallina. Marcos metía su lengua como una cuña en su oreja y Pamela ante tanto estímulo se mareaba del inmenso placer que sentía. Fabio se estiró y con su boca atrapó un seno succionando su ennegrecido pezón.

Recuperada de las dolorosas puntadas iniciales, ahora las echaba de menos —¡Oh sí! ¡Oh sí! —jadeaba—Oh Dios, follarme, comerme con rabia.

Sin quitar la vista el hombre de atrás que se masturbaba, le sonrió con una mirada de viciosa necesitada y abriendo su boca le saco su lengua culebreándola enfrente de él.

El hombre se levantó y entre el hueco de los respaldos de los dos asientos, metió su magra polla y agarrando la cabellera de Pamela tiro hacia el embocando su taco en la tronera de la boca de Pamela.

—Joderrrrrrrr Marcos, esta colegiada es una ninfómana perdida, no le basta dos pollas si no que ahora se ha buscado una tercera. Está soltando de su coño tanta cantidad de su zumo caliente como si fuera mantequilla derretida que me voy a caerme fuera del asiento si sigue empapando todo el asiento con sus jodidos jugos. —Sentenció Fabio, al notar que cada vez que se izaba se iba desplazando hacia el borde del asiento.

Entre gemidos y susurros, el forcejeo hacia rechinar la fila de los asientos que se movían al unísono de las penetraciones de esas tres pollas percutoras.

Pamela no podría aguantar mucho más, la sensación de tener en sus tres agujeros pollas que la forzaban, la rellenaban y la ahocaban, la enloquecía con verdadero frenesí. Las tres pollas se deslizaban simultáneamente en su almeja, su culo y su boca. Parecía como si la fueran a sacar de su propia piel. Sus atiborradas entrañas se sentían listas para explotar. Impulsos nerviosos de todas las cavidades al rozarse, expandirse y contraerse enviaban un frenesí de estímulos placenteros que embozaban su mente. Sus pezones como su clítoris eran como lapiceros tensos, duros y puntiagudos como si fueran a separarse de su piel y que necesitaban ser arrasados por roces, manoseos o mordiscos. Su mirada se perdía en el placer. Gemía, lloriqueaba y se dejaba llevaba entregándose más y más a este placer que la consumía.

—¡Dios bendito! Marcos chilló, al batir su deshollinador en ese prieto ano. Retrocedía hasta casi sacarlo y lo impulsaba con decisión cepillándose esas secas y abrasivas tripas hasta que sus huevos chocaban con los de su amigo. — Nunca he follado a una zorra así de caliente.

—Oh, me voy a correr —Gimió el hombre que con su mano sobre su negra cabellera la empujaba con ardor para follarla con su hinchada polla en su boca—. Ooooooh me corro.

El semen del hombre se descargaba con violentas sacudidas en su boca. Entraba a raudales, rezumando por la comisura de sus labios. La leche caliente, salpicaba la cara embadurnando mejillas, ojos y nariz. El exceso, se deslizaba por la barbilla hasta caerse sobre sus agitadas tetas.

El hombre tras el último esfuerzo se derrumbó hacia atrás cayendo exhausto sobre su butaca.

—Joder, te aseguro que a esta golfa le voy a reventar su ano cuando descargue mi carga. —Marcos jadeaba mientras la sodomizaba— Hostias, la estoy barrenando tan fuerte que toda su mierda se la voy a sacar en papilla.

Él la enculaba como un poseso. Su vientre golpeaba contra sus glúteos sonando como si fueran bofetadas. Su ariete se hinchaba más y penetraba como si fuera un martinete estrujando las tripas en su envite y succionadlas en su retroceso. Marcos no pudo más, apretó sus dedos sobre ella como su fueran garras y comenzó a escupir su semilla en su culo a chorros incontrolados. —Ahhhhhh.

—¡Yo también! —Fabio gimió— Oh, esta perra me ha destrozado.

Mientras el peludo conejo se contraía alrededor de su polla, Fabio se izaba follándola con desesperación como la biela de un pistón a pleno rendimiento.  Gruñía como si fuera un hombre siendo torturado. Pero su cuerpo tembló y ya no pudo más, batió su aguijón clavándolo dentro de su coño y empezó a tener espasmos y sacudidas comenzando a escupir su cálida carga lechera como si fuera una torrentera. —Ohhh yeahhh.

—Ohhhh, siiiiiissss. —Pamela gemía de puro placer— Chorreadme sin piedad, soy toda vuestra. —Se relamía del semen que corría por su garganta, y a medida que notaba el semen que corría a borbotones por sus tripas, se contorneaba y se cimbreaba entre los dos hombres en un intento de ordeñar esas pollas. El placer de ser follada anegaba todo su ser.

— Ahhh. Así, así lo quiero todo—Pamela se aferraba a ambos hombres, a la par que su cuerpo se sacudía por los espasmos de sus entrañas— Ohhhh, escupirme vuestro manjar. ¡Qué maravillosas chorreras que me ahogan! Oh sí…, Ooooh así, ¡joderme sin piedad! —decía Pamela delirando y perdiendo la conciencia por unos minutos.

Al recuperarse, pegotes de semen se esparcían por todo su cuerpo: cara, tetas, culo, coño y piernas. Los folladores la miraban con satisfacción. Pamela como pudo, se levantó escocida y dolorida. Se puso su arrugada blusa, se estiró su estrujada falda y con una tímida sonrisa se despidió de ellos. Al coger el macuto y su chaqueta vio que le habían metido dinero en un bolsillo. Extrañada, levantó la cabeza y Marcos con un suave beso en su boca le dijo. —Cómprate ropa, mi dulce amor. Te lo has ganado.

Epílogo. ¡Oh! Las letras con sangre entran.

La clase estaba alborotada. Rocío, la profesora de ciencias, iba repartiendo el examen corregido entre sus estudiantes. A algunos le ponía una sonrisa, a otros los miraba con cierta severidad.

El sonido de un tono advierte a Pamela la llegada de un whatsApp. Levanta la cabeza para comprobar que hacía la profesora y miró el móvil. Era Cecilia avisándola que esta tarde irían a un club de baile para adolescentes aunque había de todo menos adolescentes. Ya sabes, es gratis. Nos pagan la entrada; decía el final del mensaje.

Se miró sus piernas, llevaba unos calcetines-medias hasta sobrepasar las rodillas a juego con su nueva faldita de pliegues que volaba y se izaba enseñando su negras braguitas cuando saltaba y giraba en el bailar para placer de sus amigos.

No se percató de la llegada de la profesora hasta ver su mano extendiendo su examen. Su mirada era dura.  Muy mal le dice mirándola a sus ojos.

Pamela se queda anonadada, sabía que había hecho un examen flojo pero no se esperaba un dos. Reconocía que no había estudiado mucho, bueno casi nada, se dijo con un gesto de contrariedad en su cara, últimamente salía de hurtadillas demasiadas veces por la noche de juerga con Cecilia y algunos nuevos amigos. Sí durante estos últimos meses había follado mucho y estudiado poco, pero esto no se lo esperaba.

El ring del timbre del colegio avisó del final de las clases. Pamela se levantó, puso la silla invertida encima de su mesa y con la nueva chaqueta en su mano comenzó a desplazarse entre los pupitres camino de la salida.

—¿Pamela?—Oyó que la llamaba la profesora.— ¿Si? —Contesto, sorprendida.

Rocío no contesto en ese momento dejo que los estudiantes se fueran marchando y cuando se quedaron solas la miro de arriba abajo:

—¿Nueva chaqueta, ¿ehh? ¿Qué, al abuelo le ha tocado la lotería… o ya haces trabajos lucrativos? —Le espetó Rocío con un mohín despreciativo. Tras fijar la mirada en ella en espera de alguna respuesta, sentenció— Vamos, quiero verte en mi despacho.

Sin más, Rocío empezó andar acarreando un montón de folios y papeles debajo de su brazo. Echo la cabeza hacia atrás para que su melena cobriza se desparramara sobre su espalda.

—No puede ser el lunes —se quejó Pamela yendo a remolque detrás de ella—, hoy es viernes y ya me esperan unos amigos.

—No te lo voy a repetir, pero por tu bien, sígueme.

Obediente, Pamela seguía a la profesora dando vueltas a esa severa advertencia. ¿A qué se refería? No era tanto suspender un examen, lo recuperaría. Era una buena estudiante, por lo menos había sido hasta ahora. Pero su corazón empezó a latir con fuerza, será que alguien le ha chivado que ha utilizado el cuarto de limpieza un par de veces para follar.

Con el rabillo del ojo Rocío miraba a su pupila. Estaba imponente con ese conjunto de putona adolescente, pero había que enseñarla modales antes que se convirtiera en una drogada putilla barata. La veía con la cabeza gacha a su lado andando en silencio. Un breve picor de su coño la hizo inspirar con intensidad. ¡Oh! contrólate, le decía a su coño, pronto serás recompensado.

Anduvieron por un pasillo hasta el pabellón antiguo del colegio reservado para los despachos de los profesores. Un gélido frio rezumaba por las galerías, el suelo era de mármol y las paredes de piedra.

Pamela detrás de Rocío esperó a que está abriera la puerta de caoba de su despacho. Al entrar, Rocío, giró el pestillo de la cerradura bloqueándola desde el exterior.  El despacho era luminoso con vídrielas traslucidas. La mesa ocupaba el centro de la estancia con anaqueles llenos de libros. Al fondo había una puerta como un reservado o trastero. La moqueta parecía una alfombra persa cubría todo el suelo.

Rocío se volvió a Pamela. —Descálzate no quiero que me manches la moqueta con eso zuecos de buscona.

Perpleja Paloma se descalzó y se quedó inerte sin saber qué hacer. Vio a su profesora irse a su reservado. Como tardaba, miró el sofá y se sentó con las piernas juntas y sus dedos de las manos entrelazados sobre su regazo. Las manos estaban sudorosas.

Al rato salió Rocío del reservado con una caja de madera, Pamela al verla se levantó como un resorte. Perpleja comprobaba que su profesora se había cambiado, llevaba una falda de cuero negra con medias a juego que resaltaban sus piernas. Una camisa blanca, abotonada hasta el cuello, se completaba con un ceñido chaleco negro. Se parece una institutriz del siglo pasado. Un hedor de coño rezumando sus jugos de follar flotaba en el ambiente, pero no dijo nada.

—Bueno Pamela, veo que has abandonado los estudios. Nunca has sacado estas desastrosas notas—Rocío la miraba, negaba con la cabeza y hacia muecas con la boca en señal de reprobación— llevas varios suspensos en este trimestre. Y tú no eres rica precisamente, tu abuelo a duras penas te mantiene. ¿Dónde está esa inteligente muchacha capaz de estar entre los mejores?

—He tenido unos problemas y no he estado concentrado lo suficiente, pero para el próximo esto cambiará.

—¿Cómo? Follando con más tíos —Pamela se quedó lívida a lo que oía—.Crees que no sé qué te llevas a tus amigos al cuarto del fondo de las limpieza y te los follas. Crees que no estás ya marcada como una salida que se está jodiendo al equipo de futbol. Basta ver las miradas que te echan. Con esa ropa de putilla barata que últimamente llevas. —Paró unos instantes, para que sus palabras surgieran efecto sobre la mente de su pupila para continúa:

—A mi pesar, me voy a ver obligada de avisar a tu abuelo. Más aún, incluso estamos pensando en expulsarte del colegio por digamos… buscona.

—Quéeee, No por favor no avise a mi abuelo, nada de esto volverá pasar. No me expulse—Pamela con el corazón desbocado, solicitaba clemencia.

Tras contemplarla unos segundos a Pamela que compungida lloraba con los ojos enrojecidos por las lágrimas que fluían y corrían por sus mejillas. Rocío sentenció. —Disciplina es lo que tú necesitas. Te voy a dar una oportunidad aunque no me fio de ti. Desde la desgraciada muerte de tus padres en tu infancia, tu abuelo te ha dado todos los caprichos que ha podido. Nunca te ha reprendido por nada. Y eso Pamela—Rocío estiro la mano para sostener la cara de Paloma—Tiene que cambiar, cariño debes ser castigada, para que aprendas a comportarte.

Oh, pensaba Rocío, que suave piel tienes. Te voy a azotar hasta hacerte tan sumisa que me voy a correr en tu boca a diario.

Pamela miraba con incredulidad, sin comprender el alcance de las palabras que decía su profesora, solo se atrevió a contestar. —Oh gracias por sus consejos, le aseguró que cambiaré.

Viendo que la profesora no decía nada, se atrevió a sugerir. —¿Puedo ir me ya?

—Disciplina. —Volvió a decir Rocío— Las letras con sangre entran. Bájate las bragas súbete la falda y túmbate sobre la mesa te voy a azotarte.

—¿Quéeee?

—No tengo paciencia con gilipolleces, como yo fui enseñada así te voy a enseñar yo. O te bajas las bragas o sal de aquí y empieza a buscarte la vida.

—No voy a bajarme las…

Una hostia sonó en la estancia y los cinco dedos se marcaron en rojo sobre la cara de Pamela que se quedó lívida e incrédula de lo que acababa de pasar.

—Vale ya de tonterías. Piensa, o azotes o la calle. Decide.

Tras unos momentos de duda, Pamela se levantó, miraba a un lado y a otro, como perdida sin comprender. Se levanto la falda y se deslizo la braga por sus muslos hasta los tobillos, sin rechistar. Se quedo en espera delante de ella.

Rocío, abrió el cajón y saco una fusta negra de cuero para domar yeguas. Con la lengüeta de la fusta, se dio unos golpes en la palma de mano para comprobar su dureza. Con ella fue deslizándola por entre las piernas de Pamela y al llegar al borde de la falda siguió subiendo arrastrando la falda hasta quedar su peludo conejo al descubierto.

—Te he dicho que te quites las bragas y te sujetes la falda en alto. Ábrete un poco —La voz de Rocío se había vuelto ronca y su mirada tenía una extraña luminiscencia.

Pamela en silencio miraba al suelo. Se subió la falda, se abrió de piernas y le enseño su peludo conejo quedándose a la espera de la siguiente orden.

Rocío se abrió de piernas y la falda suya de cuero se tensó elevándose y marcando sus muslos.

Deslizo la lengüeta sobre el coño de Pamela, tratando de meterlo por los labios, hasta abrirlos para dar un par de secos trallazos, enrojecerlos con un intenso dolor.

—Aaaaah —gimió Pamela retorciéndose de dolor, se mordió su labio, estiro la mano y frotó sus labios doloridos como si con ese gesto mitigara su dolor.

—Ábrete de piernas y túmbate sobre la mesa voy a castigarte hasta que aprendas disciplina. Pero antes de empezar te repito que si quieres puedes vestirte y marcharte pero ya sabes lo que te esperará: expulsada del colegio por indecente ramera.

Pamela angustiada se recostó boca abajo sobre la mesa, con el borde de la mesa clavándoselo sobre su vientre.

—Si quieres chillar puedes chillar, nadie te va a oír, pero cada vez que te oiga un grito tendrás uno latigazo de más. Ahora estira las manos.

En silencio Pamela dejo que la atara a las patas de la mesa por sus muñecas tensas. Una rara sensación de indefensión recorrió su cuerpo aturdiéndola un poco, sin saber por qué.

—Veinte, latigazos serán suficientes.

Atada e indefensa, Pamela oyó el siseo de la fusta al cortar el aire antes de que un calor insoportable del trallazo sobre su blanco glúteo llegara con toda su intensidad a su mente precedido de un dolor insufrible. Una línea roja se tatuó al instante.

—Aaaaah —Aulló con desesperación mientras movía el culo a derecha e izquierda intentando buscar una forma de suavizar el dolor.

Zaaas, zasss, zasss. Los latigazos se sucedían, era como truenos seguido de rayos que caían sobre sus muslos y nalgas, sin misericordia alguna.  A cada sacudida Pamela, gemía, chillaba y lloraba. Por piedad no más, decía y repetía sin cesar.  Rayas de rojas intensas se marcaban al instante. Verdugones, rojos, morados y negros se iban sucediendo.

Rocío veía excitada, ese tierno, suave y blanco culo marcado por todos los lados por su fusta justiciera. Oía los maravillosos sollozos de su niña. Contemplaba con deleite la dejadez de su cuerpo que se iba acostumbrando ante la brutalidad del castigo. No pudo más, sentía el picazón de su propio coño y empezó a hacerse deditos como aperitivo de lo que vendría después.

—Veo que no aprendes te he dicho que por cada chillido, o grito recibirías uno más y siguen con el contador a 20 latigazos. Pero para usar este culo para que te meta tu negro amigo su verga no chillas, ¿verdad? ¡Puta barata! Hay madres que han venido quejándose de que hay alumnas que alardean de follar por sus tres agujeros. Tu amiga Cecilia es una degenerada y tú vas camino de ser peor.

Pamela se quedó frenada en sus quejidos, levantó como pudo la cabeza y miro a su profesora que expectante la observaba con delirio.

—Ah, no sabías que conocemos tus correrías, que tu amiga Cecilia va contando tus aventuras.

—No, eso es solo entre ella y yo. —Contestaba angustiada ante el escarnio público que se podía producir.

Rocío se aproximó a su cara y agarrándola de su cola de caballo la levantó la cabeza. —¡Payasa! Es la primera lección que tienes que aprender, no decir a la mano derecha lo que hace la izquierda.

Le desató las cuerdas de las muñecas. Pequeños surcos de piel despellejada aparecían por el brutal roce.

—Desnúdate, no quiero que te manches la ropa de sangre… No te atrevas a mirarme así. ¡Vamos, ya! Desnúdate.

Pamela con un ahogado gemido se quitó la blusa y la falda, dejando caer su sostén a su lado. Con sus manos se tapó su negro felpudo en medio de la estancia.

La severa profesora se paseaba dando vueltas alrededor de ella golpeándola con suavidad con la fusta allí o acá a su antojo, evaluándola. —Ponte como una perra en el suelo a cuatro patas.

Del cajón sacó una correa de cuero marrón de caballero y la doblo por el medio.

—Dicen que las letras con sangre entran, bien vamos a seguir formándote.

Un cimbreo se oyó antes que una descarga de ira marrón doblara la espalda de Pamela. Está se retorció cayendo en la moqueta por la brutal sacudida.

—La segunda lección es no escupir donde te pueda caer encima. Si ya has aprendido a follar y tanto te gusta hazlo con hombres o extraños no con críos que van de corrillo en corrillo contando sus folladas con las golfillas del colegio.

Los correazos siguieron cayendo como una maldición divina.

— La tercera es no provocar la ira de las falsas doncellas, te joderán en el instante que le des la espalda. Ve a clase con decencia, nada de blusas medio desbotonadas sin sostén, nada de falditas luciendo tus bragas.

—La cuarta, cuida tus amistades. Olvídate de putas baratas, como tu amiga Cecilia, que te va empujando a su mundo de puterío con sus chulos de amigos.

Pamela correteaba por el despacho a cuatro patas pero Rocío la perseguí allí donde fuera sacudiéndola sin piedad. Zaaas, zasss, zasss. Espalda, gluteos y piernas eran tatuadas por la incesante lluvia de correazos.

Pamela lloraba, gemía y gritaba a cada trallazo que quemaba su piel.

—Cinco Fórmate. Los pobres de solemnidad solo tienen esa salida. No quiero volver verte una nota debajo de un notable. Estudiar no impide follar.

Pamela se refugió debajo de la mesa para frena el tormento que estaba sufriendo. Pero Rocío la agarró de un tobillo para arrastrarla fuera y ponerla en medio del despacho. Desde arriba veía a su pupila toda escocida, lloricona y sumisa, levantó el brazo para la última tanda, cuando Pamela se abrazó de rodillas a su pierna.

—No por favor, no me pegues más, haré todo lo que me pidas.

Sorprendente para Pamela cuando izó la vista vio un reguero de jugos de follar de su profesora que se deslizaban por su media. Más aún, incrédula comprobó que ella no llevaba bragas y su cobrizo conejo lucia puntitos brillaba de sus jugos.

—Bien pequeña, vamos a ver cómo te comportas. Túmbate sobre mi regazo.

Rocío se sentó en el sofá con la caja de madera a su alcance, se desprendió de su falda. —Con este trabajo mío sudo por todos los lados. Me obligas a que me quite la ropa para refrescarme. Vamos túmbate encima de mí.

Al sentir el cuerpo de Pamela sobre sus muslos, al pasar su mano sobre ese cuerpo castigado pero tierno y suave como el culo de un recién nacido, empezó a gotear copiosamente cayendo sobre el suelo. Su respiración se aceleró. Por un momento se le nublo la vista del placer de tenerla así para ella sola. Cogió una paleta flexible. Metió su mano por debajo de ella, apoyándola sobre el negro coño de Pamela izando su culo. Y empezó a baquetearla, no con fuerza, sino con la suficiente intensidad para provocar dolor pero llevadero para ella. Ya sabía el nivel de tolerancia al dolor de su futura esclava.

—Ves pequeña lo que te pasa por no sabe ser viciosa. —Mientras, la sacudía por las nalgas, cada vez que descargaba un paletazo, con dos dedos engatillados se los metía en su coño y empujaba hacia adentro.

El cachetazo sobre su culo retumbaba en su vientre y la sacudida producía un temblor en esa oquedad del disfrute. Entre paletazo y paletazo, a veces empezó a meter el mango circular ancho y duro por su coño como un dildo hasta el fondo como un premio. Al tiempo que el intenso calor de la zurra es expandía por su dolorido cuerpo.

Una y otra vez, los gemidos dolorosos se fueron apagando, Pamela no comprendía ondas de placer y dolor se superponían sobre su cuerpo y su mente aturdida se dejaba llevar. Sus terminales nerviosos se estimulaban, se agudizaban su sensibilidad. La follada se aceleraba con más intensidad así como el diluvio de cachetazos. Empezó a gustarle.

El sonido que emitía Pamela cambió, ahora eran pequeños quejidos, suaves lamentos. Su coño empezó a rezumar. Ondas placenteras se extendían por su todo su cuerpo. Su respiración se hizo más profunda, más lenta.

—Te gusta, ehh golfa. Esto sí que te gusta que te follen. Te voy a dar una oportunidad para que seas una puta de verdad. Te voy a llevar a un club privado y vas a joder con gente de clase. Vas hacer películas porno para circuitos exclusivos. Y ganaras dinero y lo invertirás para tu futuro. Y si vales iras a la universidad para dominar el mundo ¿Qué dices?

—Bueno, no sé, quizás—contestó aturdida Pamela mientras su lujuria se disparaba con nunca antes había llegado, entregada y sumisa

—Bien ahora pequeña estoy necesitada. ¿Quieres comerte mi coñito, aunque te pegue… ¿Si? ¡Oh, qué bien! Te gusta el castigo… ¿no, no sabes? Lo amaras, ya lo veras.

Rocío ahora ponía a la chica a horcajadas ente sus propias piernas. Se desbotonó su blanca blusa luciendo sus hermosas tetas, duras y erguidas.  Ambas se contemplaron desnudas una enfrente de la otra, ambas con sus húmedos conejos empapados, ambas con sus senos hinchados.

Pamela abrazó por la espalda a Rocío y se metió una teta en su boca, lamiendo y mordisqueando sus pezones con desesperante hambruna.

Roció sacó un dildo ancho y largo de goma negra de la caja y embocándolo en su coño se lo metía con dureza. El artificioso nabo penetró como una estocada hasta la bola y empezó a follarla. No tardo el falso pene en producir estragos en la ya débil mente de la adolescente.

Rocío le quito el pelo de la cara para verla como la excitaba. —Oh Pamela desde el primer momento que te vi te he deseado con locura. Te voy a enseñar el arte de sacar dinero a los tíos y a disfrutar de ellos. Pero debes cumplir las normas a rajatabla.

Se sentó en el suelo sobre un gran cojín, al lado de la pata de una mesa baja.  La base del dildo lo pegó al borde de la pata y puso a la chica encima de ella entre sus piernas juntándose sus necesitados coños. Mientras le daba un beso y sus lenguas correteaban, se enroscaban y jugaban de una cavidad a la otra. Ahuecó con sus manos sus glúteos y la empujo para que el dildo penetrara en su ano, que lo recibió con verdadero entusiasmo.

Pamela, empujaba hacia adelante y su coño rozaba con la de ella, sus clítoris se friccionaban, en su retroceso el falo penetraba profundamente en sus entrañas enviando millones de alfilerazos placenteros.

Primero lento, como tanteando el terreno, después rápido disfrutando del roce y al final frenético enloquecidas del inmenso placer. Ambas se restregaban, se abrazaban y sus bocas de arriba y abajo se juntaban en medio un delirio de gritos, susurros y gemidos.

—Oh Rocío que me haces que me gusta tanto, siempre he sido algo débil y he necesito a alguien que me guie.

—Oh cariño, claro que vas a ser mi sumisa putona. Te follaré, te exhibiré, te alquilaré y te sacaré los cuartos, pero aprenderás a valerte por ti misma y ser algo más que un putona juvenil.

Retozaron toda la tarde, hasta que ambas agotadas descansaron una en brazos de la otra rezumando sudor, saliva y jugos de follar como rameras salidas.


Un sol radiante entra por los amplios ventanales del hall. Un alboroto de decenas de voces hablando, riendo y chillando se oían por todas las partes.

Una larga fila de personas aguantaban su turno. Una hermosa chica, con pelo castaño oscuro recogido en forma de cola de caballo esperaba su turno.

—Siguiente.

—Hola, soy Pamela Anderson y tengo una preselección concedida para la facultad de exactas.

Final

autor: jthomas para TodoRelatos.