El despertar de María.

Historia basada (hasta cierto punto) en hechos reales. Narra el despertar de sexual de María, desde una inocente chiquilla hasta la chiquilla que es a día de hoy.

Al contrario que el resto de las historias que he empezado en todorelatos la historia que vengo a contaros ahora es "pseudoreal", me explico: si bien algunos de los hechos que voy a narrar en esta historia son reales, otros son inventados o magnificados, producto de mis fantasias o de las fantasías de mi coprotagonista. Siendo esto, el ver nuestras experiencias aquí plasmadas, es una de nuestras fantasías comunes.

Para mantener nuestro anonimato cambiaré nuestros nombres y no daré detalle alguno sobre barrio de Madrid, calle o cualquier otra cosa que pueda permitir reconocernos a mi o a mi coprotagonista.

Dicho esto, espero que os guste a todos vosotros y, sobre todo, que te guste a ti.

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En primer lugar voy a empezar por describirme: me llamo Fernando y, en el momento que se inició esta historia contaba con 23 años. Soy un chico normal: mido poco más del metro setenta, ni guapo ni feo y con algo de barriguilla producto de una vida sedentaria. Gracias a mi cara dura, falta de vergüenza y algo de labia he conseguido mantener una vida sexual bastante activa, aunque no soy un casanova, me he mantenido lo suficientemente ocupado los últimos años como para no aburrirme.

Ella se llama María, una chiquilla que cuando esto empezó tenía 20 añitos, prácticamente tan alta como yo, pelo castaño, gafas y sonrisa angelical. Pese a esto no es una chica que destaque demasiado, lo cual acentuado por su gran timidez y falta de experiencia para relacionarse con los demás hacía que rápidamente la relegases a un segundo plano.

Ambos nos conocimos un año antes, en una archiconocida página de contactos online. Ambos simplemente buscábamos hablar y desconectar, nada de echar un polvo tras intercambiar dos frases. La verdad es que congeniamos bastante rápido y, poco después, intercambiamos nuestros números para seguir con nuestra incipiente amistad por whatsapp.

Antes de que os lo preguntéis: no, no sentía ni siento nada especial por ella, más allá de un bonito cariño y afecto, claro. Nada de sentimientos románticos o algo así y, os aseguro, que ella tampoco sintió ni siente, eso por mí.

María recibió una educación católica en el más estricto sentido de la palabra: durante años cursó en un colegio y un instituto religioso y, por si eso fuera poco, sus padres son extremadamente reservados en el tema sexual.

Por esas razones, junto a unas amistades con una educación y un ambiente similar al suyo y una recién descubierta bisexualidad (antes se consideraba lesbiana), cuando nos conocimos prácticamente no tenía ningún tipo de conocimiento sexual y, mucho menos, experiencia. Asi que, por extraño que resulte, tenía entre mis manos a una jovencita de 20 añitos, completamente virgen y con una curiosidad tremenda.

Cuando pasaron los meses y entre nosotros había cierta confianza ella empezó a preguntarme poco a poco algunas de sus dudas en la vida en general y en el tema sexual en particular, me convertí en algo así como su consejero.

Pasado un tiempo ella me sorprendió con aquello que da el pistoletazo de salida para esta historia: me pidió que la diese una clase de educación sexual personalizada. Puramente teórica, claro. Entre sorprendido y divertido acepté a su petición y decidimos quedar en casa de un familiar suyo que en ese momento no estaba en Madrid, aprovechando ambos para estudiar (yo mi oposición y ella su carrera) y, después, realizar "la clase".

Durante los días que pasaron entre su petición y el día que habíamos fijado me bombardeó a preguntas sobre que la iba a decir, cómo iba a enfocar la clase... pero yo me cerraba en banda, quería tenerla expectante. Pero no por segundas intenciones, mal pensados, simplemente por joderla un poquillo. He de admitir que me maté a pajas con absurdas maquinaciones de como podía acabar esta "clase", siendo la fantasía que más pajas provocó el acabar en la cama ese mismo día desvirgando a mi amiguita.

Finalmente llegó el tan esperado día y ambos quedamos prontito por la mañana para estudiar y, de paso, dar nuestra clase. Me duché, desayuné y fui hasta la estación de metro donde habíamos quedado. Durante el trayecto (apenas quince minutos) entre la estación de metro y la casa del familiar de María esta intentó sonsacarme información sobre la clase, pero yo mantuve mi política de no decir ni pío.

Tras llegar a la casa en cuestión y ponernos cómodos empezamos a estudiar. Pese a que ambos sabíamos cual era la segunda parte del plan de ese día, somos especialmente responsables por lo que durante la primera hora y medía no se escuchó más que nuestras respiraciones y el sonido de nuestros bolígrafos. Finalmente, una hora y poco después, ambos nos dimos por satisfechos con el estudio y decidimos pasar a lo realmente interesante e importante para esta historia: la clase de educación sexual.

Empezamos en la misma mesa donde estudiábamos unos minutos antes pero finalmente nos trasladamos al sofá. Yo empecé a explicarla lo típico: unos consejos generales para hacer distintas cosas según como me gustaba a mi que me lo hiciesen: desde una paja hasta una mamada. También la expliqué cosas de sentido común: como se pone un condón, por ejemplo.

Tras esto empezó a preguntar sobre el aparato reproductor masculino, preguntas que yo contestaba como podía. Tras dos o tres preguntas de María decidí jugar con ella un poquillo y la dije:

—Si quieres te enseño la mía—refiriéndome a mi polla—para que no te quedes con dudas.

A lo que ella, tras una carcajada, contestó aquello que no se puede decir jamás:

—No te atreves.

Entonces empezó un pequeño tira y afloja hasta que, tras  liarme la manta a la cabeza y sufrir un pequeño cruce de cables con la situación me levanté del sofa y me bajé los pantalones y el calzoncillo a la vez: enseñando mi polla, medio erecta.

En ese momento esperé una reacción de histeria y cabreo por parte de María pero, para mi sorpresa, solo se quedo quieta. Mirándome la polla con la boca abierta y sin perder detalle de lo que veía. Finalmente reaccionó con una risilla nerviosa y se levantó para cerrar las cortinas, para que no viese ningún ojo indiscreto nuestra "clase".

Ella se acercó hasta mí y estiró un poco el brazo, cuando estaba a punto de rozar con su dedo mi polla se paró en seco y preguntó:

—¿Puedo tocarla?

—Claro.

Pese a mi respuesta tardó todavía unos segundos en decidirse del todo y, con cuidado y temblando, rozó mi polla con su uña. Durante unos instantes se dedicó a rascarme la polla con la uña, hasta que al final decidió avanzar un pelín más y acariciarla con el dedo para, finalmente, agarrármela con toda la mano.

En este punto quiero decir que mi polla no es extremadamente grande: en torno a los 14 centímetros, la medía nacional, vamos. Pero si es más gruesa de lo normal.

Ante las dubitativas atenciones de María mi "amiguito" empezó a mostrarse más preparado para la batalla. Poco a poco adquirió su tamaño máximo mientras María empezó lentamente a hacerme una paja. Su mano subía lentamente hasta la punta del glande para luego volver a bajar hasta la base de mi polla.

—¿Lo hago bien? —Preguntó ella tras unos segundos.

—Perfectamente —Dije mientras me dejaba caer en el sofá para disfrutar plenamente de la paja—Puedes apretar un poquillo más, si quieres.

Eso hizo ella al instante, provocando un imperceptible gemido por mi parte.

—No esperaba que se pusiese tan dura —Dijo ella con los ojos brillantes.

—¿Por qué? —Contesté yo— Te recuerdo que una de sus funciones es entrar dentro de un coño. Y para conseguirlo tiene que estar dura para poder penetrar.

En ese momento se pasó la lengua por los labios, en un gesto que no me pasó desapercibido.

—¿Te estas calentando? —Ella asintió— ¿Quieres probar a lamerla?

Ella pareció dudar. Pese a estar disfrutando de la situación y la excitación que la provocaba aún sentía un mínimo de rechazo a metersela en la boca.

—¿Estas segura? —Presioné yo un poquillo más—Lo suyo es aprender bien ahora para que cuando te toque hacerlo con el chico que te guste, no te pueda la presión.

Eso pareció ser suficiente y ella asintió. Yo me levanté del sofá y me coloqué en frente de ella. Mi polla quedó a pocos centímetros de su cara. Ella se inclinó sobre ella y, tímidamente, dio unos pocos lengüetazos. Hasta finalmente recorrer toda la extensión de mi polla con la lengua. Pero, para mi desgracia, no estuvo mucho tiempo. Finalmente decidió volver a la paja, donde se sentía más cómoda en ese momento.

Seguimos en ese plan unos minutos más hasta que sentí como poco a poco me acercaba al orgasmo.

—María, dentro de poco voy a correrme.

Ella paró la paja y se levantó, fue a la cocina y volvió con varias servilletas. Me las dio y volvió a sentarse a mi lado, volviendo a la paja.

—Ve más rápido —Supliqué. Ella no se hizo de rogar y empezó a masturbarme a una velocidad endiablada. Menos de un minuto después tapaba mi glande con las servilletas y me corría abundantemente.

—He notado como temblaba —Dijo ella, que había enrojecido—Ha sido increíble.

Ella intentó volver a empezar la paja, pero se lo impedí.

—No, no —Dije alejándome un poco de ella— Ahora mismo la tengo sensible, si quieres repetir déjame descansar unos minutos, por favor.

Ella sonrió tímidamente.

—¿Que te ha parecido la primera paja de tu vida? —La pregunté.

—Ha sido divertido. La verdad es que me he puesto super cachonda.

—¿Quieres que te devuelva el favor? —Pregunté tensando la cuerda del todo. Reconocí el temor en sus ojos, asi que procedí a calmarla— Tranquila, no pienso desvirgarte. Paja por dedo, me parece lo más justo del mundo.

Ella se debatió mentalmente. Finalmente la calentura que sentía la dominó.

—Vale, pero prometeme que pararemos después y no iremos más lejos.

—Lo prometo —Dije con una sonrisa— Ahora quitate los pantalones y la ropa interior y coge unas toallas, no quiero dejar el sofá perdido.

Rápidamente fue a la habitación y sacó una toalla de las de playa y cubrió con ella parte del sofá. Acto seguido se quitó el pantalón y las braguitas, que estaban empapadas, dejando ver un peludo y brillante coñito. Se recostó encima de la toalla y abrió todo lo que pudo las piernas mirándome expectante.

Coloqué la mano derecha en una de sus rodillas y, poco a poco, centímetro a centímetro, fuí subiendo por la cara interior de sus muslos hasta que mis dedos por fin alcanzaron su coño, acaricié su mojada rajita con mi dedo índice.

María, que hasta ese momento estaba encorvada para no perder detalle sobre lo que la iba ha hacer, se dejó caer sobre la toalla soltando un pequeño gemido. Empecé a masturbarla lentamente, mientras los gemidos de María eran cada vez mayores, mientras que sus manos se posaron sobre sus tetas, empezando a acariciarlas por encima de la ropa.

Con toda mi habilidad y pericia la llevé rápidamente a un intenso orgasmo. Cuando llegó María arqueó completamente la espalda y soltó un profundo gemido, dejándose caer en el sofa, sin moverse, para recuperar fuerzas.

—¿Qué te ha parecido? —Pregunté con curiosidad.

—Nunca... había... sentido... algo... así —Ella cogió aire— Ha sido... mucho más intenso... que cuando... lo hago yo... sola.

Como prometí no seguí presionando y me levanté. Me puse el calzoncillo, los pantalones y fui a la cocina. Preparé dos vasos de agua, cuando me vio llegar me miró agradecida.

—Muchas gracias —Dijo bebiéndose todo el agua con rapidez— Se me ha quedado la boca completamente seca.

Tras unos minutos se levantó del sofá y se vistió. Dejándose caer en el sofá de nuevo, apoyada a mí.

—¿La clase ha ido como esperabas? —Pregunté con sorna, ganándome un pequeño golpecito en el hombro.

—Ni de coña —Dijo con una sonrisa— No esperaba que esto acabase así.

Tras hablar un ratillo ambos decidimos que no podríamos volver a estudiar en un buen rato, asi que recogimos todo y nos fuimos cada uno a nuestra casa. Durante todo el trayecto hasta mi casa no hice otra cosa que pensar como poder llegar más lejos con María. Sin embargo, como la última vez, fue ella quien me sorprendió con un mensaje de whatsapp esa misma tarde:

—Profe, tenemos que hablar.