El Despertar de los Sentidos (3)
Fabrizzio Hace realidad su fantasía y Madeleine empieza a formar parte activa en nuestra relación.
La puerta del baño se cerró tras Fabrizzio con un leve chasquido, no podía apartar la vista del irresistible panorama que se dibujaba ante él. Esa imagen se había repetido muchas veces en sus mas intimas fantasias, incluso antes de conocernos a Madeleine y a mí. Esa precisamente era la imagen que había acompañado sus manipulaciones juveniles y era la que lo atormentaba cada noche en su lecho desde aquella mañana en la que Madeleine había irrumpido como un vendabal en el estudio, mientras nos acariciabamos despues del amor.
Los abultados y preciosos labios de la bella italiana se estiraban en una provocadora sonrisa, que era al mismo tiempo una invitación y un desafío, su cabello oscuro y mojado caía sobre una blanquísima y esbelta espalda, mientras su mirada entornada y azul irradiaba todo su avasallante poder de seducción. Sobre el borde de la tina se asomaba coquetamente la tersura de una larga pierna y el brillo rojo de un pequeño y erecto pezón, que coronaba un blanco pechito respingón. Mis labios descansaban entreabiertos junto al pezón erecto, mientras que mi rostro se abandonaba sobre el suave y agudo pecho, unos húmedos mechones de cabello rubio se deslizaban por mi cuello y enmarcaban graciosamente mis tetas, grandes y redondas de pezones rosados. Mientras Fabrizzio se acercaba a la tina, podía notar mas claramente como se enredaba mi dorado cuerpo en la blancura radiante de Madeleine.
Sintió al mismo tiempo un enorme deseo y una leve aunque punzante inquietud, y tuvo la certeza de que su poderosa exitación nos arrastraría a los tres a ese oscuro lugar que había estado tratando de evadir desde hace algún tiempo, pero ya no era posible evitarlo, lo único que deseaba en el mundo era poseer ese par hermosos cuerpos que tan seductoramente se le ofrecían.
Nos incorporamos en la tina para hacerle un espacio a Fabri que dejó caer la toalla al entrar, revelandonos su potente erección, abrió la ducha y bajo el calido torrente de agua empezamos a acariciarnos. Un delicioso estremecimiento me invadió al sentir sus grandes y tibias manos apoderarse de mis tetas, mientras su erección se apoyaba en la parte baja de mi espalda, acariciando mis nalgas. Sentí la mano de Madeleine cerrarse sobre su pene y mientras lo acariciaba el dorso de su mano se deslizaba por mi piel. Los hábiles dedos de Fabrizzio atenazaban mis pezones y los acariciaban con firmeza, mientras besaba mi cuello y chupaba suavemente mi oreja.
Me di la vuelta y fuí asaltada por una extraña sensación al ver a Madeleine y a Fabrizzio besarse, mientras ella le masturbaba con destreza y restregaba su entrepierna y sus rojos y afilados pezones en la bronceada piel de el hombre que yo amaba con desesperación. Era una mezcla de celos y un deseo sublime, algo que me superaba por completo y que era al mismo tiempo doloroso y encantador. Fabri abrió sus verdes ojos y su mirada me penetró hasta los huesos, mientras extendio un brazo y me atrajo hacía él. En ese momento los celos desaparecieron y solo fuí habitada por la exitación y el placer.
Comenzó a chuparme deliciosamente los pezones y en ese momento Madi se arrodilló entre ambos, tomó con una mano el erguido miembro y lo engulló entre sus gruesos labios, mientras que con la otra mano se dedicó a frotar mi clitoris. Ambos jadeabamos ante las expertas caricias de la bella italiana, que por momentos sacaba de su boca el pene de fabri y mientras lo frotaba con sus delicadas manos, daba furtivas lamidas a mi intimidad que se derramaba de placer. Tomandome delicadamente de la mano me hizo descender hasta ella y luego de un eterno y apasionado beso, nos dedicamos por completo a Fabrizzio. Madeleine comenzó a lamer y chupar sus testículos, mientras que yo me ocupaba del erecto falo, extaciandome en el disfrute de lamerlo, chuparlo y acariciarlo con mi lengua, pero sobre todo deleitandome con el intenso placer que le generabamos a él. luego sentí como Madi se deslizaba bajo mi cuerpo hasta situarse entre mis piernas para regalarme el increible don de su lengua de fuego. Quise agradecerselo acariciando su conchita empapada con mis dedos.
Fabrizzio enajenado de placer me incorporó tomandome por las axilas y le dio vuelta a mi cuerpo situandose detras de mi. nos arrodillamos en la tina al tiempo que madeleine apoyaba sus duros gluteos en el borde de azulejos, abrió de par en par sus largas piernas y me atrajo hasta su rosada y hambrienta bulba, que empecé a lamer embriagandome con el exitante sabor de sus abundantes flujos. Mi cola levantada ofrecía a Fabrizzio el impúdico panorama de mi conchita chorreante, completamente depilada y mi culito apretado entre las dos masas redondas de mis nalgas. Empezó a acariciar mi clitoris con su miembro, que se deslizaba con facilidad entre la humedad del agua y mis fluidos, así lo hizo hasta que se deslizó suavemente hasta mi interior, haciendome soltar un tremendo gemido que se perdió entre los brillantes labios de mi dulce amiga.
Los movimientos de Fabrizzio fueron acelerandose gradualmente al igual que las oleadas de placer que provocaban, al mismo tiempo que mi lengua y mis labios se volvían cada vez mas apasionados en su tarea de saborear los encantos de Madi. Nuestros gemidos se elevaban entre las nubes de vapor que nos envolvían, creando una sensacíon de ensueño a nuestro alrededor. Madeleine y yo tuvimos nuestros orgasmos casi simultaneamente y se manifestaron gloriosos y rotundos en un grito a duo que resonó entre el vapor. Sentí mis fluidos empapar abundantes el pene de Fabrizzio que saliendo de mi interior derramó sobre mis nalgas su simiente calida. Madeleine salió de su laxitud para ir a lamer sobre mis gluteos el hirviente semen de Fabrizzio.
Luego nos acomodamos los tres en la estrecha tina dejando el agua de la ducha correr sobre nosotros, Fabri en una esquina rodeandome con sus piernas y brazos y Madeleine en el otro extremo, con sus largas piernas entre las nuestras. Por un momento permanecimos callados los tres, reflexionando sobre la intensa experiencia que acababamos de compartir, luego comenzamos a charlar como siempre y entre bromas y anecdotas cotidianas, nos dimos una ducha y salimos secandonos al estudio, pero antes de que empezaramos a vestirnos terminamos cayendo en el mullido desorden del lecho donde continuamos experimentando nuevas maneras de placer. Ese día no cumplimos con nuestras habituales responsabilidades, no pudimos y no quisimos librarnos del hechizo. Sin embargo al caer la tarde Madeleine fingió acordarse de algo importante y se marchó con premura, no se porque pero sentí cierto alivio al igual que Fabrizzio. De nuevo eramos solo los dos ¿Pero que tan real era esta premisa? Ya tuvimos tiempo y muchas experiencias insolitas para descubrirlo.