El despertar de Javier

Javier se adentra en el mundo de los deseos de manos de un familiar, su tío.

El despertar de Javier.

Javier debía tener unos doce años, era un niño tímido y se había convertido para sus tíos en el hijo que  aún no habían podido tener. Pasaba casi todos los veranos en la casa de campo de éstos. Javier encontraba que con su tío político tenía más conexión que con su propio padre, el cual siempre se había mostrado distante  y hosco con él. Su padre era un hombre de personalidad fuerte que quería forjar en su hijo ese mismo carácter, porque siempre pensó que eso sería lo mejor para el chico.

A pesar de su timidez y de su corta edad, Javier ya había tenido sus primeros juegos amorosos con una niña del pueblo el verano anterior, fue ella la que le sedujo, hubo abrazos, roces, mostrarse sus respectivos sexos y acariciarse. Aquello se prolongó durante varios días a lo largo de aquel verano. Al año siguiente no se reanudó el contacto, tal vez porque  la niña ya se había desarrollado, y nunca más volvió a buscarlo. En aquella época (finales de los setenta) y en una sociedad rural, aún  las madres recordaban a sus hijas la importancia de conservarse vírgenes hasta el matrimonio, de ahí que nunca más volvió a haber encuentro entre ellos.

Javier pasaba casi todo el día con su tío, le acompañaba en las faenas del campo, iba a comprar con él en aquel todo terreno destartalado que tanto le gustaba, lo enseñaba a conducir, a pescar… Así pasaban los días de aquel cálido y delicioso verano; a su tía apenas la veía, sólo a la hora de cenar, ya que ésta pasaba casi todo el día ocupada en las faenas de  la casa, y el domingo era el único día que los tres compartían.

Javier aún no se había desarrollado, en aquella época debía medir 1´58, tímidamente asomaban los primeros vellos púbicos en torno a su pene, eran rubios y apenas perceptibles porque se camuflaban con el color de su piel blanquecina.

Su tío tenía cuarenta y dos años, estatura media, aproximadamente 1´75m, de tez morena, curtido por el sol y por el campo, de complexión fuerte, nariz aguileña, espaladas anchas, pelo castaño y ondulado, que ya empezaba a escasear; de fuertes brazos, producto del trabajo en el campo, pecho amplio. Camisa, que dejaba asomar los primeros vellos rizados de su frondoso pecho, ya que le gustaba mantener  abiertos los tres primeros botones para trabajar más cómodamente; y debajo de ésta, siempre camisilla sin mangas. Su tío debió ser un hombre muy atractivo de joven, pensaba Javier, y aún  seguía conservando gran parte de ese atractivo.

Fue ese verano, el de sus doce años, cuando Javier empezó a fijarse en su tío, en ese físico, al que algún día le gustaría que el suyo se pareciera. A veces, acariciaba sus axilas sin rastro alguno de vello, esperando que pronto se poblaran tanto como las de su tío. Todo respondía a una admiración por la persona y el físico del adulto, nunca hubo deseo sexual, a pesar de que sus erecciones se hacían cada vez más frecuentes, sin saber a qué era debido. Aún no se masturbaba, había oído hablar de pajas a algunos compañeros de la escuela, pero no tenía ni idea como un pito podía soltar la leche de la que hablaban sus amigos.

Aquella tarde del mes de agosto, cuando ya estaban a punto de regresar a casa tras la jornada trabajo, algo ocurrió que iba a cambiar la relación entre Javier y su tío. El cielo empezó a cubrirse con unos enormes nubarrones que amenazaban lluvia. Era sin duda una tormenta de verano, comenzó a llover incesantemente, sin arreciar. Su tío sugiere refugiarse en el cobertizo anexo a la finca hasta que pase la tormenta, para luego regresar a casa y cenar. Ambos, tío y sobrino entran empapados.

-         Vaya tormenta- exclama Javier.

-         Sí, chaval. Mira como nos ha puesto a los dos. Quitémonos la ropa, que tu tía me mata si coges una pulmonía.

El tío comienza a desabotonar su camisa, mientras Javier lo observa tiritando desde un rincón del cobertizo, una vez colocada la camisa sobre una silla prosigue con la camisilla, al alzar los brazos Javier contempla aquellas axilas llenas de pelo negro que tanto le fascinan. El tío pasa sus manos por el frondoso matorral de su pecho, intentando secarlo, ya que sus rizos están húmedos.

-         Vamos - le dice a Javier -¿no vas a quitarte esa ropa? no quiero que pilles alguna enfermedad por mi culpa. Quítate esa camiseta para que se vaya secando.

Javier, tiritando, obedece lo que su tío le indica. Como la camiseta se le adhiere al cuerpo y no logra despegarla, es su tío quien le ayuda a quitarla. Una sensación muy agradable recorre el cuerpo del crío cuando los brazos de su tío entran en contacto con los suyos y le tocan por los costados.

-         Ves, así nuestra ropa podrá secarse- indica su tío

El tío prosigue con el

pantalón, primero el cinturón, luego la cremallera y luego el resto, que coloca sobre la silla al lado de la camisa. Parece que el calzoncillo, también se ha mojado un poco, por lo que se adhiere al cuerpo del hombre insinuando sus partes más íntimas. Javier no deja de mirarlo, le fascina ese pecho poblado de vello castaño oscuro,  que baja por el ombligo y se pierde tras el elástico de su calzoncillo, le llama la atención el enorme bulto que se insinúa tras el calzoncillo el hombre. No era la primera vez que veía a su tío en ropa interior o en bañador, pero nunca antes le había prestado esa atención.

-         ¿no te vas a quitar los pantalones?

El chico obedece mientras da la espalda a su tío. Cuando se incorpora, observa que también la parte delantera de su slip está algo húmeda y que se le marca todo.

Le da vergüenza que su tío lo vea así, aunque éste no parece prestarle atención. El tío coge una manta que hay sobre la cama del cobertizo y le dice a Javier.

-         Venga que te seco un poco, estás tiritando.

El niño se acerca a la cama donde el tío permanece sentado y deja que éste seque su cuerpo: la cabeza, la espalda, el pecho, las piernas. Javier se siente bien, y nota un hormigueo debajo de su slip. Hace todo lo posible por no tener una erección, pero no ha podido evitar que se le ponga morcillona.

Ambos se han sentado sobre la cama, esperando que amaine. El chico sigue tiritando, el tío sugiere tumbarse sobre el colchón a la espera que cese la tormenta, Javier así lo hace. El tío saca otra manta de una cómoda y arropa a su sobrino; lo que éste no espera es que su tío se tumbe a su lado.

-         Hazme sitio Javier, parece que esto va para largo y así entraremos en calor.

La cama no es suficientemente grande para evitar el roce de los dos cuerpos. El tío se cubre también con la manta y pregunta al sobrino:

-         Mejor así, ¿no?

Javier asiente con la cabeza. Su tío mostrando toda la ternura que es capaz con su sobrino, le pasa el brazo por debajo del hombro, intentando que éste entre en calor.

Inevitablemente, la cabeza de Javier va a parar casi al mismo pecho de su tío y su slip se apoya contra el muslo del adulto, que permanece boca arriba. Atraído por el abrazo del tío, la cabeza del chico queda a escasos centímetros del pezón masculino. Sensaciones increíbles hasta ahora desconocidas comienzan a pasar por la mente del niño, su pene comienza a moverse, el niño decide flexionar la rodilla un poco, para evitar que su tío sienta la erección que se está manifestando en su entrepierna; aún así no logra zafarse del abrazo del adulto. Mezcla de sentimientos afloran en el chico, placer por esa nueva sensación de estar abrazado por su tío y miedo por no poder controlar esa erección y lo que  su tío pudiera pensar.

Sin saber cómo, la mano izquierda del niño va a parar al pecho del adulto y la deja en reposo allí, sin que su tío dé la mayor importancia. Parece complacer al adulto tener a su querido sobrino ahí tan cerca de él, indefenso. Despierta en él un sentimiento de protección hacia su pequeño cachorro. Una paz infinita envuelve aquel minúsculo cobertizo, sólo rota por el estruendo de la lluvia que cae en el exterior.

Poco a poco el sueño parece vencer a su tío, mientras Javier permanece inmóvil en la misma posición. El contacto de la palma de su mano con el pecho peludo de su tío provoca en él una sensación indescriptible, es como acariciar a un animal peludo. Javier observa como su tío duerme en la penumbra de aquel pequeño habitáculo, mantiene los ojos bien abiertos, puede observarle con total descaro puesto que su tío empieza a emitir pequeños ronquidos, Javier comienza a respirar el olor corporal de su tío, su sudor, producto de la jornada de trabajo en el campo; sin embargo no le desagrada. Abajo, dentro del slip del niño, su pene se tensa. Aún mantiene dobladas las rodillas, no quiere que su tío lo note. El niño decide aventurarse y dar un paso más, desea sentir el cuerpo de su tío, se arma de valor y extiende la palma de su mano sobre el pecho y comienza a acariciarlo de forma suave. Se detiene, no sea que su tío se despierte, y lo reanuda otra vez. Qué sensación tan nueva y tan sensual para el niño. El hombre no parece inmutarse, el sueño le ha vencido por completo. Javier baja un poco más hasta llegar a su ombligo, la deja allí unos minutos, en reposo. La excitación del niño está a punto de reventarle el slip. Está decidido a dar un paso más, baja por el ombligo y la deja inerte en el mismo elástico del calzoncillo del hombre. Javier siente como el vello de su tío allí se vuelve más hirsuto. Pasan los minutos y no retira su mano del lugar. Parece que su tío está comenzando a despertarse, así que el crío aparta rápidamente la mano y finge dormir. El dedo de su tío le despierta haciéndole cosquillas en su nariz.

-         Javier, ha amainado. Volvamos a casa.

El crío finge despertarse, mientras que el hombre ya se ha levantado de la cama y comienza a ponerse la ropa. Javier observa como en la entrepierna de su tío, el bulto adquiere mayores dimensiones de las que tenía en el momento de desnudarse. Mientras tanto, el muchacho mete la mano dentro de su slip para acomodar su pene, y evitar que cuando se incorpore de la cama su tío se percate de su erección.

Durante el trayecto a casa apenas hablaron, Javier creía intuir una atmósfera de tensión entre ambos, pero tal vez eran sólo conjeturas suyas.

Esa misma noche en su habitación, Javier no pudo evitar recordar la situación vivida y dio rienda suelta a su primera masturbación, se imaginaba con tío, sintiéndolo, deseándolo y sintiéndose deseado por él, encontrándose aún más menudo entre sus fuertes brazos, y en pocos minutos una emulsión de líquido le bañó el pubis.

Este fue el despertar de Javier, a través de una relación con su tío en la que hubo futuros encuentros.