El despertar de Fernando II: Visita del Doctor

Continúan las dudas de nuestro protagonista, aunque cada vez entiende mejor lo que su cuerpo le pide. ¿Estará enfermo?

Antes que nada quisiera agradecerles sus comentarios, tanto en la página como a mi correo personal. Me han servido mucho sus observaciones y me han divertido sus propuestas… algunas de ellas tentadoras jajajaja. Aclarándoles que no es un relato real, si se basa en diversas experiencias que han sucedido a lo largo de mi vida. Aunque ya había pensado en la continuación del relato (constará al menos de tres capítulos) escribirlo tan pronto es gracias a ustedes.

Abrí los ojos lentamente. El sol se colaba a raudales por la ventana calentando mi cuerpo desnudo. Lo sentía abrazar mis piernas, nalgas y espalda. Me costaba trabajo creer todo lo que había sucedido el día anterior. Nunca pensé que me pudiera sentir tan bien con algo que yo abiertamente rechazaba. ¿Sería gay? Era una pregunta que no quería ni buscaba responder, sino solamente disfrutar lo que estaba viviendo. Tenía un brazo de Adri abrazándome por la espalda y traté de moverlo sin despertarlo para tocar mi culito y verificar que todo estuviera correcto. Lo sentí un tanto abierto, aunque para nada dolorido. Incluso me gustó la sensación al palparlo, caliente y rebosante aún de ese líquido viscoso que me había llenado la noche anterior. Creo que exclamé un pequeño gemido pues Adri abrió los ojos y nos quedamos viendo directamente. Nadie dijo nada. Ninguno de los dos nos movimos. En su mirada había una mezcla de amor y goce que nunca había observado. Llevó su mano a mi cabeza y me acarició el pelo.

-          Hola – me dijo

-          … hola

-          ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?

-          Bbbb… bien. Adri, no quiero que pienses que… bueno, yo… digo, nunca…

Adri se acercó y me besó en los labios. Fue un beso tierno, desprovisto de toda carga sexual.

-          No digas nada. Ya podremos aclarar nuestras ideas. Gracias por ese regalo tan especial que me diste.

-          ¿Te refieres a mi… colita?

-          Así es. Nunca había desvirgado a nadie y la verdad te portaste como todo un campeón.

-          ¿Te refieres a que nunca habías tenido relaciones con otro hombre no?

-          No. A que nunca había tenido un primerizo. Fer, hay muchas cosas sobre mí que no conoces, pero que ya estarás aprendiendo.

Me besó nuevamente aunque ahora en la frente y sin dejarme siquiera pensar en lo que acababa de decir, se paró de la cama de un brinco. La imagen que ví me confirmó que Adri me encantaba. Sus músculos tensos y su cabello rubio ondulado y despeinado lo asemejaban a una estatua griega. Era todo un Adonis.

-          Vamos. Párate y ponte algo encima. ¿No creerás que vas a bajar en pelotas a desayunar verdad?

Nos pusimos las pijamas con las que debimos de haber dormido y bajamos al comedor. La madre de Adrián ya estaba allí preparando el desayuno.

-          ¡Buenos días huevoncitos! ¿Ya despertó la bella durmiente?

-          Ya mami y creo que tiene hambre ¿Verdad Fer?

Yo no me di por enterado si el chiste se refería a mí o a mi amigo, pero prefería no hacer ningún comentario, mas que saludar a Miriam y darle los buenos días.

-          ¿Qué desmadre se traían ayer? ¡Se escuchaba como si estuvieran matando a alguien! ¿Pues qué hacían?

¡No podía de la pena! ¿Y si me había escuchado?

-          Ya sabes mamá. Jugábamos play station. ¿Te acuerdas del juego de los zombies, ése en el que gruñen mientras te persiguen?

-          Ay hijo, pues se escuchaban unos gemidos tan alto que hasta fui a ver si estaban bien pero creo que cuando llegué a tu cuarto lo acababan de apagar, porque ya no oí nada… bueno. No se desvelen tanto ¿va?

-          Ok madre. Prometemos no hacerlo… digo, lo de develarnos. ¿Verdad Fer?

Yo sólo asentí con la cabeza, sin poder ver a Miriam fijamente a los ojos. Nos dio nuevamente el famoso licuado, que según esto era para recargar energías y nos preparó unos hot cakes, los cuales devoramos. Yo tenía un hambre atroz, imagino que por tanto esfuerzo físico del día anterior, así que no dejé en el plato ni las migajas.

Terminando el desayuno, nos pusimos los trajes de baño del día anterior y nos fuimos los tres a la alberca a tomar un poco de sol y reposar los alimentos para poder continuar con el estudio. ¡Francamente ya ni me acordaba que había ido allí para estudiar!

Traté de no mirar muy fijamente a Miriam para evitar una erección, pues como dije antes, su trajecito amarillo le sentaba divino.

Adrián corrió y se dio un chapuzón en la alberca con un clavado que nos salpicó a todos.

-          Nooo hijo. No salpiques. Me acabo de poner mi protector solar.

-          Perdón mamá, es que estoy muy contento el día de hoy ¿Por qué no le dices a Fer que te lo ponga? Creo que le gustaría bastante

-          ¿Es cierto Fer? ¿Te gustaría ponerme el protector solar?

-          ¡Ay noooo! Cómo cree señora

-          A ver Fernando. Donde me vuelvas a decir señora te voy a dar un par de buenas nalgadas hasta dejarte el culito adolorido ¿me oíste?

-          Ay madre, ¡si ya le duele! – interrumpió Adrián

-          ¡No es cierto! – me apresuré en decir. No podía creer lo que oía  – Lo que pasa es que ayer me di un sentonazo y pues si me pegué fuerte, pero ya estoy mejor.

-          Uy, ¿seguro? ¿No necesitarás que te llevemos al doctor?

-          No, para nada. Estoy bien. En serio.

-          Bueno. Pero no me has contestado lo del protector. ¿Me lo podrías poner?

-          Bueno… este… no es que me guste… bueno, aunque tampoco que no me guste… no me malinterpretes…

-          Venga ya. Déjame secarme y me ayudas con el protector. Caso cerrado.

Miriam se recostó boca abajo en el camastro, doblando sus brazos bajo su barbilla. Su espalda era surcada únicamente por el sujetador y su espectacular trasero se encontraba apenas cubierto por un pareo.

-          Ponme el protector solar en spray en todas mis piernas y espárcelo con tus manos por favor… y cuidadito de ensuciarme el pareo, porque esas manchas no salen fácil.

-          Si Miriam, tendré precaución.

Me senté junto a sus pies y tomé el spray protector, aplicándoselo en las pantorrillas y el inicio de los muslos, justo por detrás de las rodillas. Me sentía algo inseguro con Adrián viéndome desde la alberca. Coloqué mis manos en sus pies y de ahí lo embarré por todas sus piernas.

-          ¡Pará! ¡Que no soy un pedazo de carne únicamente! ¿Qué no sabes cómo acariciar a una mujer?

-          La verdad no mucho…

-          Ay Fernando, se me olvida que tu experiencia es muy poca. Mira: tienes que tomar un poco de protector entre tus yemas y aplicarlo no pensando que estuvieras pintando una pared, sino que tus manos esculpen una obra de arte, con cariño. Piensa como si tuvieras mucho deseo contenido pero algo o alguien te impidiera dar rienda suelta a tu instinto. ¿Me entiendes? Como si fueras un amante y tuvieras todo el tiempo del mundo para hacerlo.

Las palabras de Miriam lograron turbarme. Incluso se me empezó a formar un bulto entre las piernas. Coloqué un poco más de protector, ahora directo sobre las palmas de mis manos y comencé a esparcírselo desde los tobillos, sin hacer mucha presión, casi como si fuera una caricia superficial. Creo que a Miriam le gustó porque ya no me dijo nada y escuché un resoplido contenido. Llegué hasta el inicio de sus muslos y teniendo en mente la tarea de no ensuciar su pareo, decidí levantarme de mi asiento y arrodillarme en la tumbona, justo entre sus piernas. Ella intuyó el movimiento y separó un poco los pies para dejarme espacio. Coloqué una mano en la base de cada muslo y fui subiendo algo nervioso. Su piel era suave pero a la vez firme. Mis dedos pulgares se juntaron en el centro de sus piernas y llegué casi hasta el inicio de pareo. Por un momento dude en continuar, pero la amenaza era tal que decidí volver a descender con mi aplicación.

-          Listo

-          ¿Listo? ¿Tú crees que el sol me llega únicamente a la mitad del muslo?

-          Pero es que no quieres ensuciarte… a menos que quisieras quitarte el pareo.

-          ¿Quieres que me quite el pareo Fernando? ¿Acaso deseas ver mis nalgas de cerca, cubiertas solo por mi tanguita amarilla?

-          Noooo.

-          ¿Ah, no te gustan?

-          No, siiii. Ay Miriam, yo solo decía para ponerte más protector

-          Jajajaja Ya sé, hombre, estoy jugando contigo.

Tomó su pareo con sus dos manos y lo quitó rápidamente de encima. Lo que yo no esperaba era que se desabrochara también el sujetador dejando su espalda desnuda, sin decir nada más.

Volví a rociar el protector y sin que me lo pidiera continué por su espalda. Traté de no voltear a ver más que el área de mi trabajo, pero me estaba costando un demonial. Puse cada mano en la parte de atrás de sus muslos y fui subiendo ejerciendo una presión firme. Estrujaba y amasaba. Creo que apliqué demasiado porque en la parte superior, sería por la curvatura de sus nalgas, se escurrió un poco hacia adentro.

-          No me vayas a dejar ninguna zona blanca, porque mancha la piel. Quiero que lo esparzas todo.

Diciendo esto, separó las piernas un poco más. Metí los dedos pulgares para tomar el protector escurrido y aproveche para masajear esa zona. Me pareció que Miriam arqueaba un poco el cuerpo, posiblemente para que tomara todo el protector, aunque esto hizo que la crema sugiera su curso, llegando hasta el borde de su traje de baño. Mis dedos lo alcanzaron y recorrieron el elástico interno. Pude sentir un poco más de calor en esa zona de su cuerpo, percibiendo la sensibilidad de sus ingles. Estaba ya con una erección aunque el traje de baño lograba disimular un poco. Masajee sus muslos hacia los lados, viendo fijamente sus apetitosas nalgas y pensando si debía aplicarle protector ahí o no. Recordé el reclamo del día anterior, acerca de que no se quería achicharrar, así que me decidí a continuar. Mis manos subieron inseguras por su curvatura, estirando mis dedos para cubrir el mayor espacio posible.

-          Muy bien Fer. Tú si sabes cómo hacerlo. Me encanta tu delicadeza.

Esas palabras retumbaron en mi cabeza. Envalentonado, le abrí los cachetes con ambas manos y vi cómo su tanguita se metía en su culito. Estaba en la gloria. Sus nalgas bronceadas me mostraban brevemente su culito rosado atravesado únicamente por un pequeño pedazo de tela amarillo. Amase sus glúteos varias veces y continué hacia arriba, disimulando mi excitación con una aplicación profesional. Para poder alcanzar su espalda, me senté sobre el inicio de su trasero, para lo cual Miriam junto sus piernas. Coloqué mis manos en la base de su espalda y haciéndole un masaje ascendente, fui recorriéndola cuan larga era. Lo que no pensé fue que para llegar a su cuello, tendría que estirarme y al hacer esto, mi erección se posó directamente sobre sus nalgas. Esperando un empujón y posiblemente alguna reprimenda, regresé sobre mis pasos, hasta la base de su espalda. Lo único que obtuve por parte de Miriam fue un gemido contenido.

-          Así Fer, que rico.

Yo no podía creer mi suerte. Una mujer en sus treintas me estaba dejando aplicarle protector. Más que eso, me la estaba sabroseando ¡y me decía que eso le gustaba!

Volví a recorrer su espalda y esta vez Miriam levantó un poco la colita, por lo que mi pene ejerció mayor presión en sus nalguitas, pudiendo colocarse directamente entre ellas. Sentía la raja de su culo abrazando mi verga. Yo ya había olvidado el protector. Lo único que quería era poder restregarle mi miembro otra vez en tan deliciosas nalgas.

-          Fernando, ya vente a jugar que me estoy aburriendo. Así como estás, mi madre no se va a asolear no por el protector, sino por la sombra que le hace tu cuerpo.

Caí en la cuenta de que todo este tiempo había estado acariciando a la madre de mi amigo… ¡con mi amigo presente! Entre la pena y la vergüenza, combinadas con la excitación que sentía, salté a un lado como si fuera un chapulín.

-          Ya está señora… perdón Miriam. Espero le haya gustado… digo, le haya servido…

Me di la vuelta y salí corriendo. Lo único que quería era echarme un clavado y esconderme en el fondo de la alberca tanto para pensar que le diría a mi amigo como para que mi erección pudiera disminuir un poco.

Estaba ya por brincar hacia el agua cuando crucé el charco formado por el chapuzón de Adrián. La distracción no me permitió conservar el equilibrio y sentí como ambos pies se me deslizaban sin control hacia adelante. Todo me dio vueltas. Recuerdo ver el techo de la casa, el cielo con el sol radiante y de pronto… obscuridad total.


-          ¿Do… dónde estoy?

Voltee a mí alrededor. Estaba acostado de lado en una cama que en lugar de cabecera tenía un enorme espejo. Las paredes del cuarto tapizadas en rosa, todo muy femenino. Sentía frío en la cabeza.

-          ¿Mamá?

-          Shhhh shhhh shhhh. No soy tu mamá, soy Miriam, la mamá de Adrián. Tuviste un accidente, ¿lo recuerdas?

Seguí la voz con la mirada. Vi que se levantaba de un sillón y venía en dirección a mí.

-          ¿Cómo te sientes?

-          Ouch. Me duele la cabeza

-          Y cómo no. Volaste casi dos metros y caíste de pura maceta. Afortunadamente no te pegaste en el filo de la alberca, pero si se te formó un chipote. No te preocupes. Ya te pusimos hielo y le hablamos al Doctor. Justo ahora está abajo platicando con Adrián. En un momento subo con él. No intentes moverte. ¡Que susto nos diste!

Se acercó, me dio un beso en la frente y salió por la puerta, regresando en pocos segundos con el Doctor.

-          Buenas tardes Fernando. Soy el Doctor Andrés Echeverría. ¿Te molesta la luz?

-          Un poco… no mucho

-          ¿Sabes qué día es hoy?

-          Mmmmm ¿sábado?

-          ¿Cuántos años tienes?

-          … 16

-          Correcto. ¿Qué te pasó?

-          Me resbalé al ir a la alberca…

-          Efectivamente. ¿Qué estabas haciendo antes de caerte?

Recordé la aplicación del protector… faje sería un mejor término para describir lo que había estado sucediendo.

-          Mmmm no sé.

-          Pérdida de la memoria. Edema cerebral por una contusión craneal. Tendremos que hacer pruebas.

-          ¿Qué tipo de pruebas? – pregunté inquieto.

Desde niño me daban mucho miedo los doctores y sus inyecciones, así que esta vez no sería la excepción.

-          Descuida Fernando – intervino la mamá de Adrián – El Doctor Echeverría es nuestro médico de cabecera y es todo un profesional.

-          Está bien Miriam. Es normal que el chico tenga miedo. Sin su familia y con tremendo golpe debe de estar algo confundido. No te preocupes Fernando, no haremos nada con lo que no estés de acuerdo. Es tu derecho como paciente.

El Doctor se sentó a un lado de la cama y abrió su maletín. Traía todo tipo de objetos extraños. Sólo pude reconocer ese aparatito para escuchar el corazón y el otro para revisar la presión.

-          Bien Fer. Voy a revisar tu cabeza, cuello, brazos y piernas para ver que no te hayas afectado la columna.

Me hizo hacer varios círculos con la cabeza y él mismo me la sostuvo con sus manos. Sus movimientos eran refinados y seguros. Sus manos se sentían cálidas y expertas. Revisó mis brazos y piernas. Escuchó mi corazón y pulmones.

-          Hasta el momento todo bien. Ahora necesito que te pares por favor.

Quedamos parados frente a frente. No había reparado en la altura del Doctor que seguramente pasaba del 1.80. Era de tez morena, ojos y pelo obscuros, rondando los 40 por lo que tenía algunas canas que le daban un aire de intelectualidad. Parecía de esos madurones que se cuidan al máximo. Su barba de 3 días no era obra de la casualidad sino algo completamente estudiado. No puedo negar que con su bata y estetoscopio al cuello emanaba sex appeal. Sus miradas cómplices con Miriam me hacían pensar que había habido algo entre ellos.

Al ponerme en pie sentí una pequeña punzada en mi culito, no propio del golpe que me había dado sino de la noche de pasión previa. No pude exclamar un quejido.

-          ¿Te dolió la espalda? – preguntó el médico

-          No, creo que fue un poco más abajo

-          Es cierto. Platícale que ayer también te caíste – me interrumpió Miriam y prosiguió, acusándome – Fer se dio un golpe de sentón y no quiso que lo revisaran ¿No se habrá roto algo?

-          Es improbable por la zona afectada, pero habrá que explorarlo. Quédate bien derechito.

Me gustaba la seguridad del Doctor al momento de dar órdenes. Hice exactamente lo que me pidió, pensando que no habría problema, pues no había absolutamente nada en mi cuerpo que pudiera delatarnos. El médico caminó alrededor mío, como un felino estudiando a su presa. Sentía su ojo crítico en todo mi cuerpo, recorriéndome de arriba hacia abajo.

-          Mmmm ciertamente tiene un poco desviada la columna… lo que se llama una hiperlordosis.

-          ¿Es eso grave doctor? ¿Fue por el golpe? – quiso saber Miriam, quien estaba más preocupada cada vez

-          No, en la mayoría de los casos. Pero habrá que ver si no existen complicaciones. Sinceramente no puedo valorar bien al paciente con ese short tan holgado que tiene. Tendría que quitárselo.

-          ¿Y quedar totalmente desnudo? Es que me da pena. Lo que me duele es la espalda… baja, no veo necesidad de quedar encuerado

-          Te entiendo perfectamente. Y en efecto, no es necesario tenerte desnudo por el momento. El problema es tu short, que es demasiado holgado. Si fuese más pequeño, no nos daría problema

-          ¿Y si te pones mi short Fer?

-          ¿Ponerme un short de niñas? No gracias Miriam – contesté ofendido

-          Ay, no te hagas, que lo usaste desde ayer y te gustó tanto que no te lo quitaste ni para dormir

Sentí como me ruborizaba. Una cosa era que nos estuviéramos volviendo amigos y otra muy distinta ¡que le dijera prácticamente al Doctor que me gustaba ponerme ropa de mujer!

-          Pues si es pequeño será suficiente

Fue de esos momentos en los que piensas tanto lo que vas a decir, que otorgas con tu silencio. Miriam ya había salido de su cuarto y en un santiamén regresaba con el shortcito en sus manos. Me lo extendió y yo me metí al baño para cambiarme. A pesar de que lo había usado el día anterior, no recordaba su tamaño tan diminuto. Me vi en el  espejo y mi trasero se marcaba redondito, cubierto mínimamente. Regresé con el Doctor para ser evaluado.

-          Bien. Será suficiente. Date la vuelta Fernando, quiero revisarte. Pon ambas manos con las palmas contra la pared.

Hice lo que el Doctor me ordenaba. Usar ese short y recordar mi tarde con Adrián empezaba a pasarme factura y mi respiración se empezaba a agitar un poco.

El Doctor se acercó a mí y sus manos recorrieron mi espalda, provocándome un escalofrío. Bajó palpando mi columna hasta el borde del shortcito, el cual bajó un poco, hasta el inicio del huesito de más abajo. Casi podía ver mis nalgas.

-          Párate en puntitas

Obedecí. Al hacerlo, mis nalguitas se quedaron un poco más paraditas. El Doctor se acuclilló detrás de mí y comenzó a revisar mis piernas. Subió desde mis tobillos hasta el inicio del short, en la parte superior de mis muslos. Creo que emití un gemidito.

-          ¿Te dolió verdad?

No tuve más remedio que asentir, pues ¿cómo podría justificar entonces el gemido?

-          Hay que evaluar como caminas. Así de puntitas date la vuelta y camina hacia el otro extremo de la habitación y regresas por favor.

-          ¿Caminar de puntitas?

-          Si, como si trajeras tacones… pero sin ellos. Tenemos que valorar la fuerza de tus pantorrillas

Me di la vuelta y caminé como me lo habían pedido. Sentía la mirada crítica del médico posaba sobre mí, lo que me daba un morbo terrible. Llegué al otro lado y giré para regresar.

-          Levanta un poco más las puntas Fer

¿Fer? Lo sentí de lo más natural, pero me turbó un poco esa familiaridad. Continué mi camino lo más erguido posible y casi al llegar junto al médico uno de mis tobillos se dobló haciendo que trastabillara. Afortunadamente el Doctor estaba allí, pues me cachó evitando un  nuevo golpe.

-          Lo esperaba. Tienes disminución de la fuerza. Tendremos que aplicarte un tratamiento ahora mismo para que no siga progresando.

Me tomó en sus brazos y me llevó hacia la cama, depositándome en ella. Mientras me llevaba, me recosté en su hombro, algo mareado, más por la situación que por el golpe en la cabeza, que la verdad ya ni me dolía. Quedé boca arriba, esperando el dichoso tratamiento. El Doctor abrió su maletín, sacó una bolsa de plástico y me la entregó.

-          Necesito que te pongas esto. Miriam y yo esperaremos afuera mientras tanto.

Los dos salieron del cuarto, cerrando la puerta detrás de ellos. Alcanzaba a escuchar sus voces aunque algo lejos.

-          ¿Qué tipo de tratamiento le harás, Andrés?

-          ¿Recuerdas el que le tuvimos que aplicar a Adrián hace unos meses?

-          ¿Cuál, el de su depresión? ¿Crees que Fernando tiene lo mismo?

-          No exactamente aunque tiene síntomas muy similares digo, aparte del traumatismo que acaba de sufrir. La idea es aplicarlo de forma temprana para que el cuadro no se establezca. Va a requerir de un tratamiento intensivo y personalizado. ¿Por qué no vas saliendo a comprar los medicamentos? Llévate a Adrián contigo por si no recuerdas algún nombre.

-          Ok. Te lo encargo mucho.

-          Claro que sí. Está en buenas manos.

Escuché las pisadas de Miriam alejarse. Yo estaba intrigado por el contenido de la bolsa, ya que casi no pesaba. ¿Será una pomada, algún parche o una venda tal vez? Introduje mi mano, tomé el objeto y lo saqué a la luz para estudiarlo e identificar como tendría que utilizarlo. A simple vista parecía una bola de tela color azul cielo. Fui desdoblándola paso a paso y al ver el resultado final, quedé sorprendido. ¡Era una tanga! Revisé bien pensando que se trataría de un error, pero no. Hasta la etiqueta traía ¿Se habría equivocado el Doctor?.

-          Doctor, disculpe…

-          Dime. ¿Ya estás listo? ¿Puedo entrar?

-          No. Es que creo que se equivocó de bolsa

-          No. Esa era la correcta

-          Es que… es una…

-          Te digo que es la correcta. Póntelo y avísame cuando estés listo. Miriam y Adrián salieron por unos medicamentos que se requieren para tu tratamiento, pero necesitamos prepararte previamente. Apúrate.

La voz del Doctor no permitía discusión alguna. Dudé por un instante, pero estaba algo asustado por lo que le había dicho acerca de la importancia de que no se establecieran los síntomas, así que hice caso.

Me quité el shortcito de un jalón y me enfundé la tanga. La parte de atrás era diminuta y se metía completamente entre mis nalgas. La frontal apenas contenía mi pene arrugadito, aunque comenzaba a crecer, producto de sentir la licra pegada a mi cuerpo, por lo que me puse rápidamente el short. Por la vergüenza que me daba, destendí la cama y me cubrí con la sábana.

-          Estoy listo

El Doctor entró nuevamente en el cuarto. Continuaba con su seriedad acostumbrada aunque me parecía notar una sonrisa incipiente en su boca. Sacó un ámpula de su maletín y la golpeteó en varias ocasiones. Al ver eso la verdad me dio un poco de miedo y cerré los ojos fuertemente. Le tenía pavor a las inyecciones y todo parecía indicar que me iban a aplicar una. Escuché el ámpula al tronarse y nuevamente el cierre del maletín. Pude identificar el sonido de una jeringa llenándose de líquido. El Doctor se acercó a mí y tomándome de la cadera me volteó, quedando boca abajo. Retiró lentamente la sábana que me cubría y al verme comenzó a reír.

-          Jajajaja. La tanguita era para poderte inyectar sin necesidad de bajar el shortcito Fernando, y así no tener que verte el culito, no para que la usaras como ropita interior.

No sabía en donde esconderme. Me puse colorado y era tanta la pena que quería desmayarme nuevamente.

-          ¿Creíste que te pedía usar tanguita de mujer, shortcito de mujer, en una habitación de mujer? ¿Pues quién crees que soy? O… ¿Te gusta travestirte?

-          ¿Qué es eso doctor?

-          Sí. ¿Vestirte de mujercita?

-          Ay nooo.

-          Dime la verdad Fernando. Los doctores lo sabemos todo. ¿Te gusta la ropa de nenita? No te preocupes. No le diré a nadie, sería parte del secreto profesional.

Si me hubieran preguntado hacía 2 días lo habría negado rotundamente, pero a raíz de lo sucedido en las últimas 24 hrs yo ya no sabía ni quien era. Decidí ser sincero, pues Andrés me inspiraba mucha confianza.

-          Bueno… un poquito. Me gusta cómo se siente la licra en contacto con mi piel

-          Está bien Fer. No tiene nada de malo. No por eso te vuelves gay ni mucho menos. Anda, quítate el shortcito. ¿O quieres que te ayude?

-          Si me hace el favor Doctor

Tomó el shortcito por el borde y lo fue bajando lentamente. Sentí el aire frío chocar con mis nalguitas desnudas. Tuve que levantar  la cadera para que el short saliera, lo que hizo que la tanguita se me metiera un poco en el culito que estaba algo sensible por lo del día anterior.

-          ¿Te dolió? - Preguntó el doctor extrañado

-          No. Creo que fue el frío del cuarto Doc

No pude convencer al Doctor, pues inmediatamente al retirar el short se acercó a mi colita. Yo la fruncí lo más posible, cerrando con ello el acceso visual a mi ano. Sin embargo, lo que le llamó la atención fueron mis nalgas.

-          Fer ¿Te dan acaso nalgadas? Tienes una mano marcada en tus pompis

-          Sssi. Es que me porté mal y mi papá me pegó – mentí.

Andrés examinó visualmente mis glúteos.

-          Pobre Fernando. Se ve que te pegan seguido, tienes las nalgas algo inflamadas. Si no supiera que son tuyas, yo diría que son de una chica. ¡Y mira que soy Doctor eh!. ¿Sabías que puedes demandar a tu padre en Derechos Humanos?

-          Doc… la verdad no quiero hablar de eso

-          Está bien, solo quiero que sepas que yo aparte de tu Doctor soy tu amigo y que cualquier cosa que te pase debes de tener la confianza de decírmelo ¿lo oyes? Cualquier cosa, sin importar la que sea. Prometo no juzgarte sino ayudarte en lo que pueda.

-          Gracias Doctor, es usted muy amable

-          Pero bueno. A lo que veníamos

-          ¿Me va a inyectar?

-          Si Fer

-          Ay Doc… es que me dan mucho miedo las inyecciones. ¿No hay medicamento tomado o untado… o algo?

-          Híjole… hay una forma, pero no sé qué tan molesta sería para ti

-          Todo sería mejor que una inyección Doctor

-          Normalmente no se utiliza en chicos de tu edad, pero te podría indicar un supositorio

-          ¿Cómo de los de bebé?

-          Exacto. También se absorbe rápido y la dosis la cubriríamos colocándote dos ¿Qué prefieres?

-          … es que las inyecciones me dan mucho miedo

-          Pues mira, si lo pensamos bien no estaría tan mal pues también te serviría para disminuir la inflamación de tus pompis

-          Ok doctor. Confío en usted.

Se dio la vuelta, dejó la jeringa preparada junto al buró de la cama y extrajo una cajita del famoso maletín.

-          Ten Fer. Cuando lo apliques trata de introducirlo lo más que puedas. Yo esperaré afuera

-          Ay Doc… es que nunca me he puesto uno. ¿Es fácil?

-          Si, cuando tienes la experiencia. El único problema es que cuando la presión intraabdominal es fuerte, el supositorio es expulsado del recto. Si eso sucede habría que repetir la operación. Venga. Aplícatelo y me avisas cuando estés listo.

El Doctor salió del cuarto y me quedé completamente solo. Sentándome en la orilla de la cama, abrí la cajita con 3 y tomé uno de ellos. Era bastante más grande de lo que me imaginaba. De consistencia aceitosa, tenía forma de rombo alargado. Lo tomé entre mis dedos y noté que era bastante resbaladizo. Me recosté boca abajo y bajé un poco mi tanga, dejando al descubierto mi culito. Estirando mi mano logré poner la punta del supositorio exactamente en mi ano y presioné un poco, consiguiendo únicamente que se me zafara y cayera entre mis piernas. Volví a tomarlo entre los dedos y lo llevé a la antesala de mi recto. Esta vez traté de separarme una nalga con una mano mientras con la otra lo colocaba en posición para penetrarme. Pude meter aproximadamente la mitad de él siendo incapaz de continuar, tanto por la posición como por lo resbaloso de mis dedos. Los limpié con la sábana y volví a intentar por tercera ocasión, sin obtener un mejor resultado. Dejando el supositorio ya algo desecho sobre el buró, subí mi tanguita y le hablé al médico.

-          ¿Ya te lo aplicaste? Muy bien.

-          No Doc. No pude. Creo que no sirvo para esto. ¿Podría ayudarme?

-          A ver, claro. Déjame a mí.

Entró en el cuarto y cerró la puerta con seguro. Se frotó las manos para calentarlas entre ellas y se sentó en la cama junto a mí. Me levantó la cadera y colocó una almohada bajo de mi cadera para levantarla un poco.

-          De verdad que tienes nalgas de mujer ¿sabes? y así aceitadas por el medicamento se ven perfectas

Yo lo sentí como un halago que una persona le diría a otra sin ningún interés particular, por lo que le agradecí el comentario.

-          ¿Dónde está el supositorio?

-          Ahí, sobre el buró

-          ¿Pero qué hiciste con él? Lo deshiciste casi todo.

-          Si, perdón. Es que se empezó a reblandecer y no entraba fácil.

-          No hay problema, pero tenemos que aplicártelo rápido porque si no, va a perder su efecto. A ver, déjame hacer.

Esperaba que me bajara la tanga, sin embargo solamente la corrió a un lado con su mano, lo cual me calentó sobremanera.

-          Ya dejaste la tanguita toda embarrada y manchada. No podré utilizarla con otro paciente así que te la regalaré si te portas bien ¿Te gustaría?

-          Si Andrés

-          Bien. Te pido que tomes tus nalgas con las manos y las abras un poco, necesito revisar que tan cerradita tienes la colita.

Hice como me pidió y me sentía de lo más excitado. Ya tenía mi pene fuera de la tanga por la erección que me había provocado. Sentí su dedo acariciando alrededor de mi ano, buscando lentamente mi centro para poder introducirse en él. Cuando lo localizó, hizo un poco de presión y mi esfínter fue dilatándose lentamente, admitiéndolo apenas unos centímetros. No sentía dolor en absoluto, y Andrés lo movió en círculos brevemente. Sentí un pequeño vacío cuando lo sacó.

-          No es la primera vez que te meten algo por el culo

Su comentario fue certero y no permitía negaciones. Lo hizo como si estuviera dando el pronóstico del clima, como si fuera algo totalmente intrascendente. Tomó el supositorio entre sus dedos y lo acercó a mi ano.

-          Quiero que estés tranquilo. Voy a tener que ayudarme con mis dedos porque ya lo deshiciste casi todo, pues de otra forma se saldría

Asentí con la cabeza y procuré separar aún más mis cachetes. Andrés sostuvo el supositorio con maestría entre su dedo índice y medio. Escupió un poco de baba en mi culo pero antes de que pudiera reclamarle, comenzó a acariciar mi ano con la punta del dedo y en el momento en que vio que este se abría un poco, los metió todos juntos. Increíblemente tenía dos dedos y un supositorio en mi cola y no sentía nada de dolor. Puso su mano en mi cadera y haciendo palanca con ella penetró un poco más. La sensación de sus dedos moviéndose dentro de mi cuerpo era placentera y vino a incrementar mi excitación.

-          Tendré que dejar mis dedos un momento en tu colita, para que no se vaya a salir. No te muevas

Sin haberme dado cuenta, estaba moviendo mi cadera hacia atrás por lo que su penetración era más profunda. Me quedé inmóvil. Andrés comenzó a acariciar mi espalda llegando hasta mi cabello.

-          Eso, buen chico. Tienes casi tres dedos en tu culito y no te has quejado. Si sigues así te vas a ganar un premio, ¿Te gustaría?

-          Ajá mmmmm.

-          Te lo daré al terminar. Por lo pronto relájate. Tu esfínter se va a contraer varias veces y si te mueves te puedes lastimar.

No había terminado de decirlo cuando sentí como mi colita se apretaba involuntariamente. Cada vez que esto pasaba, Andrés abría los dedos un poco, dilatándome. Cuando finalmente acabaron las contracciones y sacó sus dedos, mi culito quedó completamente abierto.

-          ¿Qué me has hecho? ¡Ya no puedo cerrarlo!

-          No te preocupes. Es una técnica médica y si necesitas algún día podría enseñarte a hacerlo

¿Para qué iba a querer yo dejarlo así? No alcancé a preguntar pues Andrés ya había abierto la caja otra vez y tenía el segundo supositorio en sus manos. Se levantó de la cama y se arrodilló frente a mi cabeza, lo cual me turbó bastante. Tenía su entrepierna a escasos centímetros de mi cara y podía notar un bulto de considerables dimensiones. Me tomó por el cuello agachando mi cabeza y sentí nuevamente la punta fría del supositorio en la entrada de mi agujero. En lugar de introducirlo con sus dedos, simplemente lo dejó caer. Quedé asombrado pues se deslizó por mi interior hasta llegar al recto, sin necesidad de ningún empujón. Yo había estado disfrutando el toqueteo en mi interior, por lo que no iba a dejar que fuera tan fácil. Recordé lo que me había dicho de la presión abdominal, así que apreté la panza lo más que pude. El supositorio brincó hacia afuera, quedando sobre una de mis nalgas. Andrés se quedó mirando fijamente hacia mi culo sin creer lo que había pasado.

-          Va a ser más complejo de lo que había pensado. Voy a quitarme la bata para no sudar, porque si no, se va a volver a derretir

El Doctor dejó su bata a los pies de la cama y ahora sí pude comprobar que el bulto que se le formaba era evidentemente por una erección, pues incluso tenía una pequeña mancha de líquido preseminal en el pantalón. ¿Cuánto tiempo llevaría empalmado y yo sin darme cuenta? Me sentí un poco usado, aunque no me desagrado totalmente. Ahora sería mi turno de jugar.

Andrés volvió a colocar el supositorio dejándolo caer en mi interior, pero volviendo a obtener el mismo resultado, terminando fuera de mi colita.

-          Es impresionante la fuerza abdominal que tienes. Desafortunadamente no vamos a poder dejarte el supositorio dentro así que habrá que inyectarte, lo siento.

-          ¿No podrías mantenerlo adentro como hiciste con el anterior?

-          No. Como es el segundo, tendría que quedarse más profundo y mis dedos no te alcanzan. En mi consultorio tengo aparatos que pueden servir, pero no los cargo conmigo cuando hago consultas a domicilio. Es una pena.

-          ¿Y no se te ocurre nada con lo que podrías dejármelo adentro? No sé, ¿algo que pudiera ser suficientemente largo y ancho como para impedir que se regrese? ¿Tal vez algo como esto?

Al decirlo estiré una de mis manos y le acaricié el pene por encima del pantalón. Fue una experiencia hermosa. Teniéndolo a escasos centímetros de mi cara, le estaba acariciando el paquete a mi doctor.

-          ¿Estás seguro? Es un tratamiento del que no hay retorno

-          Estoy seguro Doctor… “todo sea por mi salud”

-          En ese caso creo que podré ayudarte

Rápidamente se bajó los pantalones y los boxers. Sus piernas velludas eran fortísimas. Su camisa quedó cubriéndole el pecho junto con su corbata, las cuales nunca se retiró. Se veía guapísimo con esa cara de lujuria y profesionalismo al mismo tiempo. Me tomó por la cadera y me movió como si fuera un muñeco de trapo, dejándome al borde de la cama, con las piernas abiertas a ambos lados de las suyas y el culito en alto. Colocó el supositorio en mi entrada y en seguida me tomó por la cadera. Su pene era aún más grande que el de Adrián, completamente venudo y me lo introdujo de un solo golpe. No hubo dolor, en absoluto, solamente placer. Me la dejó un momento adentro y lo retiro despacio por completo. Sentí como el supositorio pugnaba por salirse.

-          Fer, voy a tener que bombearte rápido para que se deshaga pronto y ya no pueda salirse

-          Haga lo que tenga que hacer… usted es el doctor.

Inmediatamente comenzó un mete y saca a un ritmo bestial. Sentía sus testículos bambolearse hasta chocar con los míos. Sus manos me jalaban de la cadera provocando que la embestida fuera lo más profunda posible. Yo por mi parte, aproveché el momento para tomarlo por las piernas y sostenerme de allí, haciéndolo hacia mí. Escuchaba su pelvis chocar contra mis nalgas. Yo me dejaba llevar y me embarraba contra la cama. Recordé el espejo que había enfrente y voltee a verlo. La imagen era grandiosa: yo acostado boca abajo bañado en sudor, mordiendo mi labio por el placer que estaba recibiendo de mi doctor. Él, un hombre maduro en su máximo esplendor, detrás de mí todavía con la camisa y la corbata puestas, cogiéndome de lo lindo con el pretexto de dejarme un supositorio adentro.

Su miembro no cejaba en su intento por partirme en dos. Su salvajismo era contrastado con sus palabras de aliento, felicitándome por lo bien que me estaba portando. Me estaba gustando tanto, que empecé a acompañar sus movimientos con mi propia cadera, friccionando mi pene contra la cama. Que delicia. Sentía como si estuviera en un trío y yo fuera el centro del sándwich.

Mi excitación crecía y con ello las ganas de eyacular. Traté de aguantar al máximo pero no pude.

-          Aggghhhhh me vengooooo.

Mi culito se contrajo alrededor de la verga de Andrés, lo que generó que él también se viniera. Sentí sus chorros de semen estrellarse contra mis paredes intestinales, remojando así lo poco que quedaba del supositorio. Andrés se recostó sobre mí un momento solamente. Al incorporarse me dijo:

-          Has sido un paciente excelente, el mejor de todos. Por eso te voy a dar el premio que te prometí

Y diciendo esto tomó su verga con una mano, la sacó de mi culito y aún erecta me hizo señas para que me acercara. Pude observar los hilillos de semen resbalando por su tronco. Entendiendo lo que quería, la tomé entre mis manos y me la metí de lleno a la boca. Saboree su esperma caliente y me lo tragué sin chistar. Ocasionalmente sacaba su pene, veía en donde había más semen y se lo volvía a chupar. Se la dejé limpiecita y reluciente.

-          Eres un putito goloso

A mí ya no me daba problema que me llamaran así. Había descubierto que las vergas me encantaban pero aun así no me consideraba gay. Pensaba que era algo pasajero.

Andrés y yo nos vestimos y arreglamos el lugar dejándolo como si nada hubiera pasado. A los pocos instantes regresaron Adrián y Miriam con los medicamentos solicitados. El Doctor les dijo que debían de darme una tableta cada 8 horas durante 2 días y que todo estaría bien, que afortunadamente el procedimiento había resultado de lo mejor y mi pronóstico era bueno. Eso sí, insistió en el reposo y me citó en 1 semana para volver a valorarme en su consultorio. Por supuesto que ahí estaría.

Andrés se despidió de Adrián y de mí dejándonos solos en el cuarto, mientras Miriam lo acompañaba a la salida.

-          Que gusto, ¿cuánto te debemos? – preguntó Miriam antes de salir del cuarto.

-          No es nada. El placer ha sido mío – contestó el cínico del doctor, agregándole a Miriam en voz baja – ya después podrás darme algo a cambio.