El Despertar de Claudia
Desvirgue a mi cuñada y no se si me arrepiento
El despertar de Claudia
Han pasado cuatro años desde que inicié mi relación con Valeria, y a pesar de lo que podáis pensar después de leer mi relato, sigo enamorado de ella hasta las trancas. Cuando empezamos a salir, yo tenía diecinueve años y ella dieciséis. Desde el primer día, fue una relación complicada por las reticencias de sus padres. Ellos son de una moral muy estricta y era difícil poder tener momentos para estar solos, ya que los horarios que le marcaban, eran muy restrictivos. Siempre tenía que volver a casa pronto y las vacaciones juntos era algo que ni siquiera soñábamos.
Con el paso de los meses, la necesidad agudizó el ingenio y encontramos una solución momentánea a nuestros problemas, esa solución se llamaba Claudia o “Clau” como todo el mundo la llama. Claudia es la hermana de doce años de Valeria y desde ese momento se convirtió en nuestra carabina. Durante el primer año de relación, cada vez que nos queríamos ver, mi chica acudía con su hermana, de esa forma, sus padres nunca sospechaban. Después, a partir del primer año, los padres terminaron por enterarse de lo nuestro. Pero la labor de su hermanita no terminó ahí, ya que, era también la carabina durante las vacaciones. Aunque a sus padres no les hacía mucha gracia, no ponían impedimentos si me llevaba también a la hermana, seguros ellos de que su presencia, sería un obstáculo insalvable. Por supuesto, eso no fue así… pero eso, ya es harina de otro costal.
En aquella época “Clau” era una chica muy poco desarrollada, bajita y esmirriada y, aunque alguna de sus amigas ya empezaba a desarrollar, ella estaba a años luz de ser siquiera un proyecto de mujer. A pesar de todo, era una chica muy vivaracha y alegre, con uno preciosos ojos azules que me recordaban a un perro Husky siberiano. Yo estaba seguro que cuando abandonara la niña y se convirtiera en mujer, los chicos iban a volverse locos por ella.
Como dice el dicho, “el roce hace el cariño” Con el paso de los años, mi cuñada se convirtió en la hermanita pequeña que nunca tuve: Me acompañaba a comprar los regalos para su hermana, confiaba en mí para hablarme de los chicos que le gustaban y le ayudaba con las tareas de matemáticas y física y química.
Yo sentía un cariño especial por Claudia, pero ella sentía adoración por mí. Me imagino que, para una niña de doce años, un chico de mi edad era algo así como un Semidiós. Le encantaba venir conmigo a todos los lugares y aunque no viniera su hermana, ella se apuntaba. La tenía siempre encima incordiando como una lapa, y la sonrisa que reflejaba en su rostro cuando me veía, era de total y absoluta admiración.
De repente, casi sin darnos cuenta, habían pasado cuatro años… aquel primer mes de junio del 2015, teníamos planeado un fin de semana en Santander. Aunque por aquel entonces, ya podíamos ir solos sin necesidad de carabinas, siempre invitábamos a Claudia. Nos habíamos acostumbrado a su presencia y no nos molestaba en absoluto.
Reconozco que cuando la vi el primer día en bañador, se me cayeron los ojos al suelo. La chica huesuda y esmirriada que había conocido hace cuatro años y que todavía pensaba encontrar, se había esfumado, y en su lugar, había aparecido en la toalla por arte de magia, una preciosa mujercita con un cuerpo de escándalo. Valeria siempre había sido un “pivón”, pero su hermana lo era más si cabe. Claudia había crecido hasta llegar al 1.70, eso le profería unas piernas estilizadas y perfectas, un culito redondo y carnoso, y unos pechos breves recién estrenados, que se adivinaban duros y firmes bajo el bañador. Para colmo, se había comprado una tanga brasileña de un naranja llamativo, que debiera estar prohibida por la asociación española del corazón.
Cuando de improviso se quitó la ropa y se quedó en bañador junto a su hermana, intente disimular como pude la cara de sorpresa que se me quedó, aunque con lo expresivos que somos los hombres con las tías, estoy seguro que algo notaría. Con el tiempo, he pensado que nada fue casual ese día, nadie más que ella estaba interesada en que todos supieran que ya era una mujer.
Todo cambió a partir de aquella tarde en la playa; aunque seguía siendo la misma persona y su relación conmigo no había cambiado ni un ápice, no pude seguir viéndola igual. Claudia se había trasformado, ya no era una cría inocente, ahora era una belleza, una preciosa mujercita con un cuerpo lleno de curvas, valles y colinas sinuosas. Sin embargo y para mi sorpresa, el que se su cuerpo se trasformara, no modificó sus hábitos conmigo, ella continuó siendo la pegatina que estaba siempre encima, aunque ahora, en mi caso al menos, resultaba un poco más embarazoso.
Después de cuatro años, Valeria y yo teníamos una relación consolidada. Hacía dos años que entraba en su casa y a menudo solía pasarme por allí, aunque ella no estuviera. Aunque, por un lado, sus padres siempre habían sido muy estrictos, por el otro, también eran personas llanas que me acogieron como un hijo.
Era un viernes a la tarde a principios de octubre. El padre de Valeria es gerente en una conservera y se encontraba en campaña. Valeria me había llamado para decirme que iba a acompañar a su madre a la ciudad para ir de compras. Por lo visto, los padres tenían boda a final de mes y necesitaba renovar vestuario. Yo cursaba el último año de empresariales y ese viernes había vuelto a las doce a casa, había tomado café con los amigos y a las cuatro, había quedado con Claudia para retomar las lecciones particulares de matemáticas. Reconozco que las clases eran un martirio con mi cuñada, todo lo que tenía de encantadora, lo tenía de cabeza de serrín con las matemáticas. A pesar de su total inoperancia con la asignatura, había ido aprobando a trancas y barrancas. Podía decir orgulloso, que este año había empezado primero de bachiller gracias a mi ayuda.
Cuando llamé a su casa tardó en abrir, pensé que no habría nadie y cuando estaba a punto de largarme, su voz contestó por el telefonillo. Subí al piso con mis apuntes y encontré a Claudia espatarrada en el sofá con el móvil en la mano. Me quedé bajo el quicio de la puerta del salón observándola. Llevaba puesto un pijama sin mangas gris con el pantalón corto y cuando me vio aparecer me saludó como siempre.
—Hola “cuñi”(siempre me llama así). Que puntual eres.
—Yo pensé que estarías estudiando…
—Bufff. Me da mucha pereza empezar… —no sé por qué, pero ya me imaginaba.
—Cuanto antes empecemos antes terminaremos. ¿Te crees que yo tengo muchas ganas de empezar con el tostón este?
—No sé si te he dicho alguna vez cuñi… pero el tostón eres tú.
Después de un rato de tira y afloja, apagó la televisión, paso a mi lado mirando el móvil y tomo el camino del pasillo hacia su habitación. Tanto su hermana como ella, solían estar en pijama o con ropa cómoda cuando estaban en casa, y nunca les había importado que yo estuviera allí, pero en esta ocasión, a mi cuñada se le marcaban claramente los pezones a través de la tela, lo que me hizo suponer que no llevaba sujetador. Dejé espacio entre los dos en el pasillo y casi sin quererlo, mi mirada se clavó en su culito respingón que se movía con gracia a ambos lados mientras andaba.
Hoy la lección iba de derivadas… un tostón imposible de entender para Claudia. Según ella: “no las voy a tener que usar en la vida”. Después de escuchar su razonamiento, pensé en las veces que las había tenido que utilizar yo, y la verdad sea dicha, salvo en las clases particulares, tampoco recordé que las hubiera usado nunca.
Llevábamos veinte minutos de clase y ya me estaba poniendo enfermo; yo le explicaba una y otra vez utilizando el razonamiento lógico, ella parecía entenderlo y, en el momento que hacíamos un ejercicio, me daba cuenta para mi desgracia, de que no sabía por dónde le pegaba el aire. Para colmo, se sentaba espatarrada en la silla y no paraba de moverse de un lado a otro. Todo esto, unido a la cantidad de veces que se adivinaba su desnudez bajo el pijama, me estaba poniendo malo de verdad.
Pero la paciencia llegó a su límite cuando estando explicando por cuarta vez, cogió el móvil y se puso a chatear con una amiga… en ese momento se me hincharon las pelotas, se lo quité de mala manera y me lo guardé en el bolsillo.
— ¡Ehhh! Devuélveme el móvil. Estoy hablando con Paula —su amiga del alma.
—Mira “Clau” a mí tampoco me apetece tener que estar dando este tostón, preferiría estar haciendo otra cosa, así que, el tiempo que estemos me haces caso.
—Tienes razón “cuñi” pero es que estoy esperando un mensaje súper importante de Paula.
— ¿Que puede haber más importante para ti en estos momentos que las derivadas ? —se me quedó mirando durante un instante con cara de “que me estas contando” y al momento se dio cuenta de que era una broma.
—Joder… pensaba que lo decías en serio. Déjame solo un momento. Contesto a Paula y te lo devuelvo.
Se lo devolví, de lo contrario iba a estar dándome todo el rato la matraca con el móvil.
—Bueno… ¿y qué es eso tan súper importante que te tiene que decir Paula que no puede esperar hasta dentro de un rato?
—Un amigo de Asier que tuvo un lio con Paula la semana pasada, le ha contado que tenía pensado pedirme el sábado —Asier es el chico que le gusta a mi cuñada.
— ¿Pedirte qué?
— ¡Qué corto eres cuñado! ¿Qué va a ser? Pedirme salir…
El tal Asier, es un muchacho de veintiuno que ya tiene una dilatada lista de conquistas. Al escuchar sus palabras, sentí una pequeña punzada de celos, pero también preocupación por el hecho de que Claudia, acababa de salir del cascarón y este era un chico mucho mayor, y encima experimentado.
—Tu hermana y tus padres me imagino que no saben nada…
—Nooo. ¡Ni se te ocurra contarles! Si lo haces, no confiaré más en ti.
—Es un poco mayor para ti. ¿No?
Yo tenía mis reticencias, pero tampoco quería poner el grito en el cielo como hacen los padres habitualmente; si lo hacía, no volvería a confiar más en mí. Para mí ella es una chica encantadora y hermosa, pero también incauta e inocente. Sin embargo, él es un depredador; un tipo que solo buscaba lo que todos los tíos buscamos. Pero eso, no se lo podía decir así, y si lo hacía, pasaría de mí. Así que, durante unos segundos, intenté pensar como decirle que era una mala decisión, sin parecer su padre.
—Voy al baño, tengo que hacer pis — estaba claro que las derivadas iban a quedar aparcadas para otro día.
Mientras Claudia meaba, yo me quede jugando con el bolígrafo frente a los apuntes, pensaba cómo iba a afrontar la nueva situación. Si contaba lo que sabía a Valeria o a sus padres, mi cuñada se enfadaría mucho conmigo y se rompería la relación especial. Pero si no se lo contaba, y al final se enteraban de que estaba al corriente de que su pequeña salía con un tipo cinco años mayor, la bronca y la pérdida de confianza también seria de órdago. A la única conclusión que llegue fue que: me encontraba entre la espada y la pared.
Estaba tan enfrascado en mis deliberaciones que no la oí llegar. De repente se enganchó a mi cuello como tantas otras veces había hecho. Sentí su suave aroma, la presión de sus pequeños senos en mi espalda y el susurro meloso de sus palabras resbalando en mi oído.
—Cuñi. ¿Me prometes que no vas a contar nada verdad?
Sus palabras erizaron mi piel. De repente, percibí en mí una sensación de incomodidad, o mejor dicho… me sentí excitado. La nueva Claudia; su presencia, su aroma, sus palabras, habían conseguido encenderme y no quería que ella se percatara de lo que provocaba.
—Siii. Te lo prometooo. No contaré nada a nadieee —Apliqué a mis palabras un tono cansino y despreocupado, como si tener detrás su sensual cuerpo pegado y el cálido aliento resbalando en el cuello, no me afectara para nada.
Entonces ella me dio un beso en la cara, no un beso cualquiera, un beso sonoro de esos que estas varios segundos dándolo y luego suena como un estruendo.
— ¡Eres el mejor cuñi!
Ella permaneció enganchada a mi cuello, segura de que mientras siguiera ahí, no retomaríamos las derivadas.
—No voy a contar nada, pero quiero que me escuches…
—Venga… soy todo oídos.
Ella había conseguido que no contara nada y tampoco estábamos haciendo derivadas, así que continuaba animada.
—Quiero que te quede clara una cosa… el chico ese, Asier, es mucho mayor que tú y, ¿sabes lo que va a querer verdad? Piensa que todos, todos, todos los tíos sin excepción, tenemos en mente una cosa… tú ya eres mayorcita y te puedes imaginar que es.
—Pero no todos son iguales… tú no eres así.
—He dicho todos —mis últimas palabras fueron categóricas y seguramente le hicieron pensar, mucho más que todas las parrafadas anteriores. O quizás, no se esperaba imaginarme de una forma sexual.
—Si ya… pero es que es tan majillo… —definitivamente las adolescentes son superiores a mis fuerzas.
Continuaba enganchada a mi cuello y sus palabras me producían un escalofrío cada vez que salían de su boca. La sangre comenzaba a amotinarse en mi miembro, e intentaba disimular el bulto del pantalón como podía.
—Mira “Clau” … tú, luego harás lo que quieras, pero yo conozco a los chicos y se cómo piensan, bueno, se cómo pensamos…
—Sí, papa… —precisamente eso era lo que quería evitar.
—El primer consejo que te daría sería que: nunca te entregues a un chico de primeras. Piensa que todo lo que cuesta más, se valora más. Si le das todo a un chico a las primeras de cambio, no te va a valorar y terminara dejándote.
—Yo tengo amigas que ya lo han hecho… yo parezco la tonta del pueblo.
—El segundo consejo que te doy es que: cuando lo hagas con un chico, procura que este sea especial; no hace falta que sea el hombre de tu vida, pero si es importante que sea alguien especial. Eso es algo que vas a recordar siempre, y a nadie le gusta recordar ese momento con un gilipollas.
—El segundo consejo me parece que es imposible…
— ¿Por qué es imposible? —ahora me saltaba con eso.
—Pues porque ese chico que es especial para mí, yo no lo soy para él.
—Si no se lo preguntas… no puedes saberlo.
—Cuñi. ¿Yo soy especial para ti? —susurró entonces en mi oído.
Al escuchar sus palabras, el corazón dio un vuelco y me costó contestar. Lo hice de la única manera que podía; esta no era otra que decirle que sí, que la quería como a mi hermana pequeña.
—Pero yo te veo especial de otra forma... —seguía hablando al oído sin soltarse de mi cuello.
— ¿De qué forma me ves? —casi me daba miedo a preguntar
—No se… ya sabes… no te veo solo como a mi cuñado.
Ese era el momento exacto en que debía de haber salido de allí. Todo lo que fuera permanecer más tiempo sentado en aquella habitación con mi cuñadita colgada al cuello, suponía dar un paso más hacia el abismo. Yo lo sabía y sin embargo me quedé.
—Pero no me puedes ver de otra forma.
El corazón golpeaba contra el pecho como si del galope de un caballo se tratara. Me sentía nervioso e inseguro, pero, sobre todo, estaba excitado. Giré el cuello para poder verla; una lágrima se deslizaba por el tobogán de su mejilla y la sequé. Sus inmensos ojos azules no dejaban de mirarme. Entonces, mis labios acortaron el espacio que nos separaba y se quedaron varados a escasos centímetros de ella, tan cerca que podía sentir su aliento resbalar en la boca. Fue Claudia quien terminó de recorrer el espacio que yo había acortado. Sus delicados labios se fundieron con los míos y un instante después, las lenguas se unían de forma indecisa.
El primer beso la hizo despertar, al igual que el vino que espera media vida a ser descorchado, Claudia se encendió y me rodeó el cuello con sus manos, después, se sentó sobre mis piernas para volver a besarme. Por un momento quise detenerla, el remordimiento era fuerte e hice un amago de retirarme; pero la lucha era muy desigual… la razón estaba perdida ante la mayor de las tentaciones.
—No podemos “Clau” Está mal… —las palabras se mezclaban con la respiración entrecortada.
Pero ella no escuchaba. Ahora se movía para situarse sobre mis piernas frente a mí, como si estas fueran su cabalgadura. Sus manos se aferraban a mi rostro y sus besos no me daban tregua.
Sujeté sus manos y la miré a los ojos para que entendiera.
—No podemos Claudia…
Mis palabras decían algo que ya no era capaz de cumplir. Sabía que no había marcha atrás. Ella me volvió a mirar, su boca entreabierta respiraba con dificultad. Sujetó mis manos, las introdujo por debajo de su camiseta y las llevó hasta sus cálidos senos recién formados. En el mismo momento que las manos los cubrieron, ella se estremeció, escuché un leve gemido emanar de su boca y sus ojos se cerraron. Sus tetitas reaccionaron al tacto al instante; sentí como se erizaban, a la vez, los diminutos pezones se endurecían bajo las yemas de mis dedos. Era una auténtica delicia notar su textura y suavidad. Sentir el tacto rugoso de sus pezones puntiagudos.
Cada instante que pasaba me aceleraba más. Ya todo me daba igual; hubiera renegado de mis creencias por tenerla. Levanté la camiseta y sus dos pequeñas frutas maduras quedaron al descubierto. Seguía manteniendo el contraste de la marca del bikini, la tenue tersura de su piel blanca era coronada por dos pequeños pezones rosáceos. Percibí como temblaban bajo mis manos al abrigarlas. Sus pezones quedaron expuestos, me agaché y lamí la aureola; la punta de la lengua los recorrió degustando su erizada textura y provocando en mi cuñada nuevos jadeos. Ahora eran mis labios los que atrapaban uno de sus pezones para después presionarlo. Hice el vacío y ella se estremeció.
Me levanté de la silla para quitarme la ropa; lo hice con la torpeza que provoca la ansiedad del deseo, tirando de los pantalones como podía para dejándolos después hechos un ovillo. Estaba desnudo frente a ella con mi miembro erguido y majestuoso apuntándola. Claudia lo miró y acto seguido su mano lo agarró con vacilante torpeza. La noté indecisa e insegura, la sujetaba y se movía sin saber bien cómo hacerlo, estoy seguro era su primera vez y, eso me excitaba. Agarraba mi miembro y yo sujeté su mano para guiarla en su movimiento.
Observé la expresión de su bonito rostro congestionado por el deseo. Le indiqué que bajara. Obedeció sumisa, y al momento su boca quedó a la altura de mi polla. Las venas hinchadas la recorrían, la sangre se amotinaba y el glande asomaba majestuoso. Claudia se apartó el pelo a un lado y la sujetó insegura con los dedos sin saber bien cómo hacerlo. Sus labios la rodearon de forma indecisa y entonces la besó; tras de ese beso, llegaron otros… los labios la abrigaron con su suave caricia y la punta de la lengua asomó para lamer el glande. Poco a poco mi erección fue entrando en su boca, su húmeda caricia fue recorriéndola en su camino. Cerré los ojos, posé las manos sobre su cabeza y comencé a guiarla. Mi pene se perdía en su interior para volver a emerger. Mientras mamaba, ella me miraba; su imagen con mi erección llenándole la boca, era algo que nunca iba a poder olvidar. Si existía el paraíso en la tierra, estaba seguro de que se encontraba en aquella habitación
— ¡Dios! Sigue, no pares.
Posé de nuevo las manos sobre su cabeza para guiarla. Los dedos se filtraron a través del pelo y la atraje hacia mí. Al principio, despacio; la empujaba con suavidad, degustando el momento. Poco a poco, el instinto y la necesidad animal me empujó a moverme con más brío. Mi erección entraba en su boca, y el maravilloso abrigo de sus labios carnosos me consumía de gusto. La velocidad del bombeo iba en aumento y la cercanía al precipicio del éxtasis también.
Tuve que parar, de lo contrario me hubiera corrido en su boca. Claudia se incorporó. Sus manos se entrelazaron al cuello con sensualidad y me besó. Terminé de quitarle la camiseta y su desnudez se fundió con mi desnudez. Aparté los peluches que había sobre la cama y se recostó. La miré. La única prenda que le quedaba eran las braguitas con puntilla blancas y lazo rosa. Mi cuñada era la imagen de la diosa de la virginidad, una diosa pagana a punto de a ser profanada.
Me situé en el borde de la cama y tiré de ella, al momento, el vértice que se encuentra entre sus piernas se presentó frente a mi boca. Posé los labios sobre sus braguitas y la besé… noté la humedad impregnada en la fina tela de algodón. Saboreé el tibio olor a pecado que emanaba de su sexo y disfruté sintiendo como su cuerpo se arqueaba por la presión que ejercía mi lengua en su recorrido.
La despojé de las braguitas tirando de ellas a través de sus muslos. Abrí las piernas y su rajita se abrió como un capullo de una flor. Al instante, acorté el espacio que me separaba y me sumergí en ella; Claudia gimió y se arqueó al notar la invasión. Mi lengua se abrió paso entre los pliegues de tu sexo y no paró hasta alcanzar su puntito de placer; volvió a jadear al percibir por vez primera el contacto de mi lengua en su clítoris. Ahora eran sus manos las que se posaban sobre mi cabeza y presionaban. Gemía como una gatita en celo cada vez que mi lengua la castigaba, y con cada castigo, su cuerpo se movía sinuoso buscando una y mil veces el roce.
El dedo corazón acarició la vulva y esparció el néctar de su deseo por cada rincón. Después, no pude evitar la tentación e introduje la punta de la falange en su vagina apretada; de repente, Claudia se tensó al sentir la presión que profanaba en su coñito virgen; este se resistía al empuje que intentaba penetrarla y decidí parar.
No podía aguantar mucho más, sabía que mi cuñadita estaba a punto; mientras mi lengua se movía en círculos sobre el clítoris, la falange impregnada en su néctar, se trasladaba a su otro orificio virgen y se adentraba en él. Ella repetía una y otra vez la palabra “sigue”, palabra cuyo sonido parecía perderse al mezclarse con los gemidos. De repente, Claudia comenzó a convulsionar y se corrió entre espasmos incontrolados. Su coñito sufrió varios temblores y todo su cuerpo se arqueó hacia atrás mientras se derramaba. Las ingles iniciaron un movimiento de vaivén y varias descargas entrecortadas de sus músculos internos, apretaron el dedo que la profanaba.
Todo había terminado, pero ella seguía jadeando. Me incorporé sobre la cama y me situé encima a horcajadas. Asomaba en su rostro la pícara mirada juvenil despreocupada. La respiración entrecortada provocaba que su pecho se hinchara y deshinchara. Sus manos se aferraron a mi culo para atraerme hacia ella. La volví a observar, mi rostro quedo varado a escasos centímetros del suyo y entonces lo supe; sus gestos, su cuerpo, su mirada… suplicaba ser mía, y no se lo iba a negar.
La punta de mi polla acarició su vulva, se abrió paso entre los labios vaginales para esparcir sus fluidos. Durante unos instantes utilicé mi polla para acariciarla como si de un consolador se tratara. No perdía detalle de sus expresiones; como gemía, como se mordía el labio inferior y como su cuerpo se estremecía cada vez que el glande rozaba el clítoris.
Por un momento me asaltó el remordimiento, pero ya habíamos llegado al punto de no retorno, mi cuñadita iba a ser mía y no había marcha atrás.
Me situé a la entrada, la polla quedó encajada en su puerta y mis manos se entrelazaron con las suyas. Sabía que había llegado el momento y percibí el miedo a lo desconocido en su mirada. Presioné con mis caderas y el glande se encajó un poco más. Claudia lanzó un pequeño quejido por la impresión y mi miembro siguió presionando. La miré a los ojos, quería mantener en mi retina para siempre su imagen, quería que ese momento fuera infinito.
Ella emitió un pequeño gemido de dolor al entrar un poco más. Su cuerpo se tensaba a la vez que percibía la resistencia del himen a mi empuje. Anclé mi mirada en su rostro y ella cerró los ojos como el condenado que espera su castigo. Levantó las piernas para entrelazarlas por encima de mi culo y en ese instante, mi acometida penetró su inocencia… empujé con fuerza y mi erección entro en ella, sentí la resistencia a mi empuje, pero no fue suficiente. Claudia lanzó un grito sordo de dolor y durante unos segundos permanecí inmóvil en su interior. La observé, sus dedos entrelazados comprimían con fuerza los míos. Notaba la presión de las paredes vaginales abrigar mi miembro, y tras unos instantes, comencé a moverme… pequeñas acometidas que iban seguidas de un pequeño quejido sordo. Mi erección se abría paso en el interior de su coñito apretado, pero poco a poco, el dolor dio paso al placer y los quejidos se convirtieron en gemidos ahogados.
Esos primeros instantes la penetración fue de una sensualidad mágica, un encuentro único en el que las paredes de su vagina se acoplaron a la forma del pene, para cubrirlo y abrigarlo al mismo tiempo.
Claudia gemía, mi cuñadita se estremecía con cada sacudida y comenzó a repetir la misma palabra mientras me recibía.
—Te siento, te siento, te siento… — una y otra vez lo repetía sin parar.
Las embestidas se hicieron cada vez más secas y posesivas. Claudia abría la boca buscando el aire. Nuestros gemidos se fundieron en uno solo. Cada embestida mía era un jadeo suyo.
Una y otra vez, la empalaba y su coñito apretado me recibía. Sabía que estaba en el punto de no retorno, ese instante en el que no es posible dar marcha atrás. Tenía que haber salido, pero no me fue posible, en ese momento, grité de placer al sentir la llegada del clímax y me dejé ir entre espasmos mientras me hundía por última vez en ella.
Cuando todo hubo terminado y la razón volvió a nuestro encuentro. Permanecí durante unos instantes abrazado a ella. Había desvirgado a mi cuñada y mi semen estaba en sus entrañas.
Fui a la cocina y cogí papel para limpiar las huellas de nuestro error. El coñito de Claudia desprendía los restos de mi corrida, estos se mezclaban con el rojo intenso de su desfloración y se lo retiré con delicadeza.
No podía haberlo hecho peor y, sin embargo, sabía que ese momento iba a quedar anclado para siempre en la memoria, era consciente de que ese error marcaría la relación con mi chica y, quizás, también mi existencia. Tenía dos caminos a elegir: ser sincero con Valeria y contarle la verdad o, por el contrario, no decir nada y continuar follando con las dos hasta que sea la vida la que decida.