El despertar de Ana-Seducción

Introducción en la vida de Ana, primera seducción a cargo de su tía, la querida Carla.

No eran las cosas que decía su tía Carla, era como las decía. Ese tono casual, certero, nunca sabría cuanto había de espontáneo ó premeditado en ella. Cuanto de lúdico ó perverso escondían sus palabras y acciones. La monotonía de la ruta la estaba volviendo loca. El recuerdo de lo sucedido el fin de semana se clavaba detrás de los ojos, el film lleno de perversión pasaba una y otra vez proyectado directamente sobre sus retinas. Aunque fingiera dormir, seguía viendo los cuerpos, oyendo los gemidos, el motor del auto tal vez tapara sus sollozos. Quería romper en llanto. No faltaba mucho para llegar a casa. Como entrar, que decir, como callar para siempre el secreto que la asfixiaba. Cargada de culpa, Ana levantó los párpados pesados, miró fijo a Carla buscando una palabra que la arrancara ilesa de aquel océano de lujuria atroz que había navegado las últimas cuarenta y ocho horas.

Sé como te sentís Ana, ya pasé por eso tambien. Haceme caso, no hables ahora. Tenés la cabeza hecha un lío, y el cuerpo ardiendo. Estamos por llegar. Vas a tu cuarto, directamente a dormir, no pienses más por hoy si? Mañana cuando te despiertes hablamos. Me quedo a dormir en tu casa hoy, mañana hablamos, todo va a estar bien.

Todo va a estar bien. Era cómo lo decía. Como afirmaba cada palabra con esa mirada dulce y llena de ternura. Siempre la aliviaba. Desde chica sus palabras calmaron dolores y decepciones. Ella siempre la entendía. Sus ojos marrones podían abrazarla y hacerle sentir esa calidez que nunca había experimentado con nadie más.

Carla estuvimos mal. todo estuvo mal!

Carla, nunca le había dicho tía, pese a ser la hermana de su madre. Si me dices tía, yo te digo sobrina, y entonces para que los nombres no? Ella siempre hizo todo simple. Así era ella. Y fueron Carla y Ana para siempre.

Anita, mi amor, todo está bien. Cuando pase la confusión, la mujer que nació este fin de semana va a saber que su tía Carla tiene razón. Alguna vez te traicioné?

Era como lo decía, la mirada, y esa sonrisa. Bálsamo de cualquier duda, cómplice de cualquier diablura, esa sonrisa la acompañaba desde que tenía memoria. Nunca la había traicionado.

Llegaron, sus padres habían terminado de cenar. Apuró el paso luego de los saludos de rigor, y marchó a la paz de su habitación. Oía la conversación animada de las dos hermanas, acerca de todo lo que no había pasado el fin de semana en la quinta del abuelo Roberto. Oyéndolas hablar así, Ana pensó que tal vez, si se dormía rápido, en la mañana nada habría pasado. Por ahí Carla tenía razón. Ella hablaba y cotilleaba , iba a quedarse a dormir tal como había dicho. Si cuando despertaba, aún estaban la vergüenza y el arrepentimiento, Carla iba a estar allí para mitigarlos. Si. Lo mejor era dormir. Desaparecer los cuerpos desnudos, el placer pecaminoso e incendiario que había convertido su niñez y adolescencia en cenizas.

Apretó los ojos todo lo que pudo. Igual la película volvió a empezar. Como en el auto. Desde el viernes a la tarde y hasta el domingo antes del regreso. Otra sesión de culpa para alimentar sus pesadillas...

El calor apretaba muy duro aquella tarde, Ana cargaba todo el aburrimiento que podía llevar en sus hombros de apenas dieciseis años. Como odiaba el hastío de las vacaciones. Si hasta ganas de ir a clases tenía. Todo con tal de escapar de allí. De esa monotonía tórrida de su hogar. Frenada violenta. Toques ostentosos de bocina, esa era Carla, su adorada tía al rescate. Sólo ella trocaría el viernes mortal en tarde soñada. Salió corriendo a recibirla. Hermosa como siempre, fresca, parecía que el calor no podía tocarla. Sus largas y bronceadas piernas saltaron del auto, la ropa deportiva le sentaba de maravillas. Traía con ella su sonrisa.

Anita! Aburrida? Acá está Carla, siempre lista a rescatarte Jaja!

Definitivamente le leía la mente. Siempre podía contar con ella.

Carlaaaaa!! Que bueno que viniste!!!

Deja que salude a mi hermana, un café, una charla y nos vamos, vé a prepararte un poco de ropa

Así de fácil. Así de casual. Así era ella. Ni falta hacía preguntar nada. Corrió a su habitación.

Carla era cinco años menor que su madre. Y vaya que se notaba. Los límites siempre los puso su madre, el rigor su padre, el descontrol, los mimos, la complicidad, Carla. Le bastaron cinco minutos de conversación sobre vaya a saber que nimiedades, para rematar antes del beso de despedida:

Ana se viene conmigo si? No te molesta que se quede el fin de semana verdad? Adiós hermanita, saludos a Antonio!

Listo, del sopor del aburrimiento mortal a la libertad del aire entrando por la ventanilla del auto.

Gracias por rescatarme Carlita, y dónde dices que vamos?

Vamos a visitar al abuelo Roberto, que te parece la idea? Te acuerdas de la casa quinta en aquel Barrio cerrado tan exclusivo? Sigue allí, con su piscina azul, y los árboles, y los perros que tanto te gustaba acariciar.

El abuelo Roberto, hacía mas ó menos dos años que no lo veía. No tenía idea por qué, cortocicuitos familiares que se le escapaban. Roberto se había casado en segundas nupcias con su abuela, luego que ésta enviudara y durante años viviera en soledad. Su madre nunca había digerido del todo esa relación, pero al ver a la pareja tan feliz con el correr de los años se acostumbró a sobrellevar la situación. Eso le habían contado a Ana, por cierto, debido a su corta edad, no conoció a su abuello de sangre, y Roberto siempre había sido "el" abuelo. El que la recibía al caer del columpio, el que le contaba cuentos fantásticos interminables,  hasta que Carla disparó su nombre, no se había dado cuenta de cómo lo extrañaba.  Las mejores tardes de su reciente infancia las había pasado en la casa a la que se dirigían.

Te veo los ojitos Ana, te gusta la idea eh? Seguro, tengo muchas ganas de ver al abuelo! Pues sigue siempre igual, buen mozo, simpático y cariñoso como siempre, todo un abuelo Roberto! Pero cómo, tú lo has visto durante este tiempo?

Tenía que haberlo supuesto, por qué no se lo había preguntado nunca. Carla nunca seguía la corriente de los conflictos familiares. Los sobrevolaba y seguía. Seguramente aprovechaba las salidas a navegar de los fines de semana de su tío para visitar al abuelo.

El tío sabe? Digo, que venimos a lo del abuelo... Bah, no sabe ni le importa Anita, tiene su barco, sus amigotes, eso le alcanza...

Carla y su acelerador acortaron el viaje. Frenazo estentóreo, bocina y listo, habían llegado.

Vamos Ana, Roberto espera!

Ni trató de tocar el timbre, obviamente estaba acostumbrada a entrar así, directamente encaró la puerta lateral, bordeó unos canteros de flores primorosas y pasó directamente a los fondos de la casa. El abuelo Roberto ya sonreía, sentado en una reposera de teca, al borde de la piscina siempre azul, con un short de baño exageradamente pequeño para alguien de 67 años, recibió a Carla con un afectuoso y sostenido abrazo. No se sorprendió de ver a Ana unos pasos atrás. Carla le había contado de su visita.

No me das una abrazo pequeña?

Los mismos ojos celestes, la misma sonrisa seductora, Ana abrazó y besó a su abuelo como si lo hubiera visto ayer nomás. Tan natural era el mundo que proponía su alocada tía.

Qué calor, muero por nadar un poco! Carla no perdía un segundo de su tiempo, de inmediato comenzó a desvestirse, y luciendo un hermoso conjunto de ropa interior negra saltó al agua. Así de rápido. Así de casual. Ana cayó en la cuenta que en su bolso no había traje de baño alguno.

Vamos Ana! Abuelo suelta a tu nieta preferida! Ven al agua ya! Pero no traje ropa! Niña, Carla asomó con su pelo castaño al borde de la pileta, a estas alturas tienes vergüenza con nosotros?

Carlita y su sonrisa y sus ademanes convincentes y su ejemplo. Quince segundos despues Ana saltaba al agua con su inocente conjunto de ropa interior blanca de algodón. Risas, aplausos del abuelo Roberto. Estaba en otro mundo. Todo era hermoso.

Casi media hora de juegos acuáticos determinaron la urgencia del hambre. Al salir del agua Ana se olvidó de lo transparente que luce el agodón mojado. Su cuerpo estaba muy bien esculpido por la naturaleza. Piernas juveniles y atractivas, senos abundantes vaya a saber por qué capricho de la genética, ya que no abundaban los promontorios de aquel tipo en su familia. El abuelo recibió a ambas con sendas toallas blancas. Su mirada recorría el cuerpo húmedo y expuesto de Ana.

Vaya que has crecido en este tiempo niña. Que mujer tenemos aquí!. La niña-mujer lo estrechó en un abrazo de oso, sus pezones erectos por el cambio de temperatura se clavaron en el pecho velludo de su querido abuelo Roberto.

Sus manazas la acompañaron hasta la casa. Esas manos enormes y seguras que tanto la habían hecho volar al cielo cuando pequeña. Al entrar a la casa, sintió sobre su trasero la inspección de una de aquellas manos. Casual y natural.

Ve a cambiarte Anita, estás empapada, vas a enfermarte con este aire acondicionado, por favor.  Siempre cuidándola. Siempre amoroso.

Pasó la comida, pasó la tarde entre charlas llenas de recuerdos, pasó una cena deliciosa. Carla y Ana compartían el sillón de la sala principal contemplando una de vaqueros en la tv gigante del abuelo Roberto. Siempre le gustaron las cosas grandes al abuelo.

Y como dices que vá el fin de semana Anita? Mejor que en casa no? Jaja! Ya lo creo Carlita, que bien que he pasado la tarde, hace mucho no la pasaba tan bien!

Fue rápido el movimiento, apenas audible el susurro

Y la noche recién empieeeeeeza.....Casual y natural el comentario. Por qué no preparas unos tragos? Voy a ver si encuentro un dvd como la gente, estas de vaqueros me aburren.

Mientras buscaba sin entender entre todas las botellas, Ana contempló a Carla como revisaba los estantes cercanos a la chimenea. Carla era realmente hermosa. Aún con esa bata enorme que Roberto le había prestado, su cuerpo irradiaba plenitud, frescura. Volvió con las manos vacías. No sabía que elegir.

El abuelo Roberto saludó con un beso a cada una de sus mujeres.

Voy a descansar chicas, a esta altura me gusta mirar la tele en la cama hasta quedarme dormido, no les molesta no?

Ana recordó  la sensación que le producía oir a su abuelo encarar la escalera  de roble que iba a la planta alta donde estaban los dormitorios. No la subía, parecía que la escalaba como a una montaña. Pasos fuertes, rápidos, ágiles como el deportista que siempre fue.

Y la bebida amor? Carla introdujo un disco en el reproductor de dvd. No sé que preparar Carla, sabés que en casa no me dejan beber! Pues no estás en tu casa, ni están tus padres amor! Carla rió, y en un santiamén se sentó junto a ella con una botella de vodka y dos vasos cortos. Operó el control remoto, y lo arrojó al otro silón, como para que no volviera. Sirvió abundante bebida en ambos vasos.

Dos mujeres se besaban, se desnudaban mecánicamente en la pantalla. Carla! Qué has puesto! Porno mi vida. Porno y bebida fuerte. Todo lo que no te dejan no? Carla casual y natural, Carla siempre decidida. Ambas rieron.

Un vaso cada una, otra vuelta. Ana no sabía beber. Menos de quince minutos despues y casi tantos orgasmos televisivos, a la niña mujer le costaba enfocar las siluetas en la película.

Cuéntame Anita, te has estado masturbando ultimamente?

Directa, siempre directa. No temía preguntar y por supuesto no se le podían negar las respuestas a Carlita. Ella le había enseñado a depilarse, ella le mostró como maquillarse, siempre ella, quien sino le iba a mostrar las bondades de la autosatisfacción. Como quien indica la forma de escribir correctamente le había instruído en el arte de la masturbación, como lo llamaba. Y Claro que lo había hecho. El primer orgasmo la catapultó al paraíso de los dedos y las caricias autoinflingidas. Vaya si lo había hecho. Sin ir más lejos, la noche anterior había estado repasando la lección.

Ay Carla mira lo que preguntas! Vergüenza, y un río de electricidad corriendo por su cuerpito alcoholizado. Otro vaso. Carla la miró reclamando su respuesta.

Ayer mismo lo hice, a la noche. Ambas rieron. El vodka era muy fuerte. Yo lo hice hoy a la mañana rió Carla. La niña mujer sintió endurecer sus pezones. Imaginar a su tía tocándose entre aquellos vapores etílicos provocaba a su cuerpo.

La pantalla estaba llena de muejeres. Desnudas.Gimientes.Húmedas.

Sabes que eso nunca lo hice? Que Carly? A Ana le costaba hablar claro. Eso, lo de allí, besar a una mujer entre las piernas, chuparla toda!

La brutalidad del cambio de vocabulario era muy propio de ella. La reacción fue inmediata. Ella nunca había hecho nada más que masturbarse. Era muy virgen Ana con sus dieciseis añitos llenos de hormonas y curvas.

Bajó la mirada justo para ver la mano bronceada de Carla sobre su blanco y puro muslo derecho. El contacto la estremeció.

Lo harías por mi Anita? Me dejarías besarte hoy?

Besarme? Ahí? Carla por favor suspiró, algo estaba mojando su bombachita de algodón blanca y negra.

Carla no esperaba la respuesta. Su mano descorrió el telón de la bata de Ana, sus lindas piernas completamente expuestas le provocaron un corto jadeo.

Su mano inmisericorde jugaba ahora con su seno derecho. Rodeaba en pequeños círculos el montículo alrededor del pazón. Algo estaba muy mojado allí abajo. El vodka era muy fuerte y Carla era irresistible cuando se lo proponía.

Ana echó la cabeza hacia atrás, pensaba como era posible contener el arroyo que empezaba a fluir entre sus piernas. Hacía calor, mucho calor y el aire acondicionado estaba al máximo. Los labios de Carla rozaron su cuello perfumado, empezaron a caer de lado, justo cuando su mano traviesa corría la tela suave del corpiño, para terminar atrapando el ansiado montículo que coronaba ese pecho expuesto. Sus labios besaron, succionaron, tenues mordidas le cortaron a Anita el aliento. Esto no está bien. Es su tía. Esto no  puede estar pasando.

El pensar que era su amada tía Carla disparó aún más su excitación en lugar de acallarla. Los labios bajaron por su vientre aterciopelado, no Carla no, pero sus dedos habían capturado su prenda inferior, húmeda, bajó por sus muslos, centímetro a centímetro de piel blanca y suave. Virgen.

Ana alcanzó a levantar la cabeza y quiso mirar a Carla, justo en el instante en que ésta separaba con ambas manos sus muslos. Era como una caricia sobre ellos. Quien los estaba separando, Carla o Ana? Sintió que se mareaba. Era el vodka, o era esa boca que amenazaba con devorar toda su pureza y castidad. Ana gime, Carla recoge la primera humedad con su lengua. La cabeza de Anita cae derrotada por el deseo, irrefrenable ya, como la boca de Carla que se cierra sobre los labios de su vulva inmaculada. Huele a su sexo, a su flujo, nunca se había parado a pensar en su propio olor como algo excitante.

La punta de la lengua de Carla vibraba sobre su clítoris, un gemido, otro, un viento de placer recorre su cuerpo. No puede evitar empezar a temblar. La cara de Carla se abate sobre la suya ahora. Salvaje, su aliento trae su olor, su sabor.

Te gusta tu olor Anita, te lo traigo para que lo pruebes.

Ana abre su boca para tratar de hablar. Carla la toma por asalto con su lengua llena de sabor a sexo.

Su vagina siente que algo se asoma en su interior. Ana explota al instante, el primer orgasmo de aquella noche alucinante Carla lo recoge de la boca de Ana. Desciende nuevamente, separa suavemente la carne que protege su tesoro perfumado, hunde su lengua como si quisiera alcanzar su garganta desde el centro de las piernas blancas de Ana. El segundo clímax es brutal. Una tras otra las sensaciones cruzan el cuerpo de Ana como latigazos. Le falta el aire, no aguanta el frenesí con que Carla la devora. El dolor de algún mordisco incontrolable solo acrecienta el placer de la niña mujer.

Los remezones , como movimientos secundarios de un terremoto colosal, dejan indefenso aquel cuerpo vibrante. El tercer orgasmo llega incontenible, Ana no puede reprimir los gritos. Carla aprisiona sus pezones entre sus dedos. Pellizca justo en el momento indicado. Anita casi se desmaya. Su cuerpo late, Carla satisfecha abandona su presa inerme en el sillón. Levanta la vista hacia la escalera, donde el abuelo Roberto observa la escena con sus penetrantes ojos celestes. Sonrie con aprobación a Carla, justo cuando ésta comienza su danza manual clitoriana frenética para acompañar a Ana al país de las sensaciones.

Pero Anita no vió nada. Sus ojos cerrados se apretaban tratando de mantener dentro suyo aquel placer increíble que comenzaba a abandonarla, dejándola exánime y morbosamente satisfecha. Por lo menos aún era virgen. Carla depositó un suave beso sobre su mejilla acalorada.  La noche aún no termina mi niña.

Ana tembló.