El despertar de Ana - Posesión

Luego de seducirla, Carla entrega a su sobrina Ana a su abuelo.

Ana se cayó del sueño plácido unas tres o cuatro horas despues del último orgasmo. Tremendas ganas de ir al baño le impidieron sopesar la situación que dejaba en el sillón que había hecho las veces de lecho casual en la sesión lésbica con su adorada tía Carla. El agua del inodoro se llevaba los restos de vodka que quedaron en su vejiga y la del bidet trataba de borrar las huellas del placer. Raro, Ana sentía de todo menos culpa. El agua del lavabo despejó la niebla del corto sueño, intentó sacarse el sabor del alcohol con dentrífico. Se percató que estaba completamente desnuda, le resultó gracioso. En otro momento le hubiera dado pánico el recorrer la casa del abuelo Roberto sin ropa. No se había dado cuenta.

La imagen que le devolvía el espejo del baño era grata, nunca se había detenido a mirarse, Su piel blanca tenía un tinte rojizo muy leve por el sol de la tarde anterior, marcaba el terreno de aquellas partes que aún continuaban inmaculadamente blancas gracias a la protección de su ropa interior que como improvisada bikini había causado la sonrisa de Roberto. Le gustaban sus senos. Tenían un buen volumen, unos pezones delicados. Una especie de suave corriente eléctrica la navegaba la sangre. Ana se sentía rara pero bien. La noche de lujuria de Carla había sembrado el deseo en su carne, pero ella aún no lo reconocía como tal. Un mordisco en su muslo izquierdo permanecía indeleble como prueba del frenesí que había hecho pie en su sexo. Sexo. Ana se asomaba al sexo. El espejo le mostraba algo más de ella que no se reflejaba en el vidrio. Pensar en la boca de su tía dedicada a incendiarla le aceleraba el corazón. Deseo. Pero Ana no sabía reconocerlo. Sentía. Quería más.

Vaya que eres hermosa niña, toda una mujer! (el trance se hizo añicos, pánico, allí estaba con la puerta del baño abierta, y su abuelo Roberto calzando su pijama celeste observando su desnudez autocontemplada) Abuelo!Yo...digo...(no había nada lo suficientemente grande y al alcance de su mano para cubrir su ignominia, sólo sus manos lo intentaron con sus pechos)

La mañana pronosticaba tormenta, la casa permanecía en penumbras con las cortinas bajas, el sol escondido era cómplice involuntario de la prolongación de una noche fogosa. Sin agregar palabra, el abuelo Roberto se retiró de la puerta del baño. La imagen de Carla con su bata abierta le sonreía ahora.

Que vergüenza Carly...no escuché venir al abuelo...estoy toda desnuda!

Eso se nota Anita. La risa de Carla llenó el baño y ahuyentó la turbación y el tartamudeo insistente que se le había instalado.

Divertidas por la situación, ambas soltaron sonora carcajada. Carla tomó la mano de Ana. Así de fácil y natural era todo en ella y con ella. Como volando la subió por la escalera, y la acomodó junto a la puerta entreabierta del dormitorio del abuelo. Sin previo aviso, como si la noche no hubiera terminado, sus labios le regalaron un beso tierno a la boca sorprendida de Ana.

Qué haces Carla, el abuelo puede vernos, no tuvo tiempo de dormirse de nuevo!

Los ojos de Carla centelleaban deseosos. Salvajes. Nunca había visto ojos como esos.

Te dije que la noche no había terminado aún. Ven conmigo. La tía Carla va a enseñarte anatomía masculina ahora...

Sin tocar el piso Ana se depositó en la habitación que tantas veces visitara de niña para desayunar en la cama con sus abuelos. Allí estaba sostenida por vaya a saber que extraña fuerza, y todavía seguía desnuda. Y muda. La voz que le llegaba a sus oídos y no alcanzaba a comprender como se animaba a decir eso era la de Carla.

Buen Día Roberto, no te molesta que haya traído a Anita verdad? No te dormiste cierto? Siempre usaba ese tono de pregunta con respuesta incluída que desarmaba cualquier negativa posible.

El abuelo lucía su pantalón celeste del pijama, más la parte superior se había extraviado por el agún rincón, dejando al descubierto un abdómen un poquín voluminoso, bajo el tórax musculado y cubierto de un vello entrecano abundante. Sus brazos descansaban a los lados, sus piernas gruesas como columnas llegaban casi al final de la cama. Ana nunca se había tomado el tiempo para mirar un cuerpo de hombre, sus propias piernas le decían que se marchara a cubrir su propia desnudez, sus ojos estaban perdidos en la escena. Y Carla que la miraba espectante, con la mirada le indicó que flanqueara el lado izquierdo de aquel barco encallado tal como ella lo había hecho con el derecho. Tomó el lado que le ofrecía su tía con la delicadeza de una pluma.

Roberto continuaba sin abrir los ojos, como ajeno a la trama que Carla escribía aquella mañana gris. No te molesta servir de modelo para Anita no? El susurro apenas movió las moléculas del aire que rodeaba al  trío. Verdad que no te molesta? Quiero enseñarle a Ana lo que ningún otro hombre va a mostrarle. Puedo sí?

Ana y su estupor. Ana y algo que la mantenía clavada a la cama y no le dejaba apartar la vista de la boca de Carla. Ana y su desnudez estremecida por una corriente de aire traviesa. Demasiado vodka y demasiado deseo para una niña mujer de dieciseis años.

La mano derecha de Carla tiraba sutil del cordón del pijama. Los ojos de Ana incrédulos. Sus labios mudos. Un botón, dos botones, vello púbico varonil, tambien entrecano. Descansando mas abajo, un gran trozo de carne dormida, sólo asomaba el lomo, como una ballena nadando en superficie. Ana hipnotizada siguiendo la mano juguetona y develadora de Carla. Junto a la tela del pijama asomaron los cabellos, y todo el rostro de Carla, sus ojos llameaban deseo.

Vení! Vení a ver de cerca esto Anita! Carla desenfadada, fresca, no era lo que decía, era cómo lo decía. El deseo le movió los músculos tensos a la niña mujer. Ahora estaba de frente a su tía, a un palmo, con aquella incógnita carnal entre ambas.

Tercer botón, y los dedos de Carla rozan la piel. Con delicadeza, extrae la carne de entre las ropas. Ana no respira. El miembro se dobla y sale de su guarida, ahora descansa totalmente expuesto a las miradas ávidas de aquellas mujeres desaforadas en silencio. La sangre de Roberto comienza a llenar los senos cavernosos. Un espasmo leve anuncia que su miembro cobra vida. Apenas a centímetros de él, el rostro de Ana continúa en trance. No percibe la mirada de aquel hombre devorando su desnuda figura. Sólo ve las dos manos de Carla que derrotan finalmente a la prenda celeste que desciende por las piernas musculosas, bronceadas. Signos de vida en aquel cuerpo exánime pero no tanto, la cadera se levanta apenas, dejando escarpar al pijama para siempre.

Los dedos de Carla desandan el camino, los otros dedos toman el objeto de adoración y lo vuelcan sobre el pubis, lo aprisionan fuerte, dejando a la vista el saco generoso que alberga los testículos del abuelo Roberto.

Carla deposita un beso en ellos.

Mirá Anita, la mano sopesa, palpa, presiona, ofrece generosa. Los labios de Ana están sellados. Su manita de nena con uñas sin pintar acaricia tímida. Las piernas de Roberto se separan, ofreciendo a ambas una mejor visión y acceso a su sexo. Media hora antes desayunó un Viagra con soda. Su pene comienza a levantar insistente la otra mano de Carla. Los dedos se cierran fuerte alrededor del tronco, Ana percibe movimiento en su visión periférica, un gigante se eleva desde la planicie de vello suave. Carla presiona, descorre el velo de piel que esconde un glande enorme. Ana nunca había visto algo semejante. En realidad nunca había visto nada pero aquel miembro se le antojaba enorme y desmesurado. El deseo le mojaba su entrepierna.

Detrás de aquel monstruo, la cara de Carla, la boca de Carla, labios húmedos que aprisionan a Roberto y le ofrecen su parte del botín a la niña mujer en llamas. No sabe qué hacer por supuesto. Mira sin articular palabra. Carla invita con un parpadeo lento y lascivo. Los labios de Ana ayudan a Carla a retener la presa. Sus lenguas se buscan rodeando la piel rosa y caliente de Roberto. La sangre se agolpa furiosa, mientras aquellas bocas suben y bajan alternadas por el tronco venoso y fuerte, ahora enhiesto en una erección dolorosa. Ana comprende, clava los ojos en los de Carla, y copia cada movimiento de su cabeza. Poseída por el deseo Ana se inicia en el abismo de la carne. Ana la mujer, sigue palpando los enormes huevos del abuelo Roberto. Ana exacerba sus sentidos, al sabor delicioso que flota en su boca, se le agrega el olor, el sonido del quejido que exhala de aquel rostro lejano, depositado en la cabecera de la cama. Ana locura.Carla desenfreno.

Una manaza la arranca de allí abajo, tira de ella hacia arriba, rumbo a los ojos celestes.

Ana...vení.... Su cuerpo desnudo se acurruca bajo el hombro, un brazo cálido y familiar la abraza. Su lengua guarda su sabor, y el de la boca de Carla, su tía, aquella que ahora monta a horcajadas el pecho velludo, para continuar devorando en solitario.

Ves que hermosa es Carlita? Habías visto un culo como este? El murmullo soez la enloqueció. O fue el cuadro que se plantó frente a sus ojos. Carla de espaldas, hace unas horas estaba desnuda junta a ella, pero no la había mirado así. Ciertamente su culo era hermoso, sus nalgas abiertas invitaban a contemplar una vulva depilada, y unos centímetros más arriba el orificio anal más oscuro pero no menos perfecto. Ana estallaba por dentro en miles de vibraciones. Jadeo. La manaza de Roberto delicada bordea con sus dedos los labios mayores de Carla. Espalda que se arquea, insistente, el hombre roza y acaricia, moja y dilata. Un grito. Corto y violento, Carla tiembla. Ana puede sentir en su rostro pese a la distancia el calor que emana de aquella hondonada chorreante.

Es hora que le devuelvas a Carla un poco del placer que te dió no? Roberto sabe que cuerdas tensar. Y sabe cuándo. Los dedos de Ana exploran, se resbalan, otro grito apenas contenido le dice que lo hace bien.

Métele dos dedos y empuja hacia abajo niña. Y entre ambos abren la boca de la caverna palpitante de Carla. Ana puede ver el interior rosado pese a la penumbra de la habitación, frota y empuja hacia abajo, bien adentro, enloquecida. El pulgar de Roberto se encarga ahora con movimientos circulares de presionar el primer esfínter anal de Carla, que vuelca la cabeza hacia atrás en un espasmo que parece va a romperle la espalda. Ya no puede comer más, necesita la boca para respirar entre el orgasmo violento que la sacude. Sus manos se afirman en los muslos musculosos para soportar la embestida manual de que es objeto. El aire quema. Ana sigue y sigue entrando y saliendo, su mano empapada percibe las contracciones vaginales que preceden a cada gemido. El dedo medio de su abuelo busca en el interior del otro agujero de la mujer el placer extremo.

Carla poseída. Desenfrenada. Les arranca su sexo de las manos para clavarse violentamente el miembro enorme del abuelo Roberto. Comienza un sube y baja infernal. Furioso, rápido y lento. Ana ve estirarse la piel, abrazar y mojar el tronco que antes tuvo en sus labios. Ana se quema con Carla en cada grito. Viaja con ella en la montaña rusa. Arriba, abajo, a Roberto ya no le quedan fuerzas para más.

Igual de violenta es la separación, Carla gira, expone su rostro desencajado, sus pechos cuelgan hermosos. Ana apenas puede respirar. Roberto la levanta como una pluma, y la sienta sobre su rostro. El mundo le dá vueltas. De frente a su palpitante compañera femenina, un rictus de placer la transfigura el rostro mientras la lengua experta de Roberto la penetra. Carla besa sus labios. Todo es locura. Pasión. Sentir. Respira el aliento de Carla, siente que unas manazas cariñosas le separan las nalgas y los besos y lamidas se desparraman por todos lados. Sus cavidades palpitan. Aquella mujer que ya no reconoce besa sus pezones, tiene que cerrar los ojos sin saber por qué. Ahora es ella la del grito. La del espasmo. La devorada. Otra vez. Se cree morir. Desfallece. La niña mujer late inerme cuando entre ambos adultos la levantan para correrla hacia los pies de la cama. Aquel trozo de carne antes saboreado, presiona y resbala dentro suyo. Demasiado violento.

El dolor la hace gritar, su hímen intacto aquella mañana se desgarra sorprendido.

Apenas duele mi amor, jadea Carla, apenas duele, y viene lo mejor mi amor

Las caderas de abajo empujan, el calor la invade, destellos inentendibles en su bajo vientre. Desesperada, su lengua busca la de Carla, su vagina se desata en estertores inenarrables. Respiración compartida. El hombre que la posee explota. Abundante el esperma la llena, regalándole por primera vez el calor, ese calor del que alguna vez Carla le había hablado. Lo mejor de la vida es coger Anita. Dos o tres embestidas más de aquella bestia y Ana se derrama en un clímax brutal, Carla la sostiene, la retira exánime del cuerpo de Roberto. Ana no puede abrir los ojos. Es Clara la que vé brotar un hilo de semen sanguinolento. Obra consumada. Suspira satisfecha cuando su mirada se cruza con la de su amante de toda la vida.

Delicadamente entre ambos acomodan a la niña en el medio del lecho, y abrazados así, los tres, dejan que el sueño entre en escena.

Te dije que ya estaba lista amor. Has criado toda una hembra mi vida.

Satisfechos se durmieron. La iniciación de Ana palpitaba aún entre sus piernas. Era sábado, empezó a llover remordimiento.