El despertar
Cuento mis encuentros con el sexo y unido a la imaginación lo que han porovocado en mi. Relato real desde mi niñez hasta hoy.
Les parecerá curioso lo que les voy a contar pero tan cierto como que los peces se mueren si los separas de las gotas que siempre les acompañan.
Yo soy una chica morena con muslos generosos una cintura de avispa y pechos redondos rematados por una aureola rosa y unos pezones prominentes, bueno no siempre he sido así, cuando era una niña mi pubis estaba lampiño y mi tetas no eras más que dos pequeños puntos perdidos en los costados de mis carnes. La aparición del primer bello entre mis piernas me despertó de un letargo inconsciente. Mi cuerpo experimentó una sacudida similar al comienzo de la primavera en el campo. Mi cabello se rizó y mi larga melena brilló con el sol de los atardeceres. Mi melena negra como el carbón se apodero de los alrededores de mi sexo y cegó mis sentidos hasta el momento que les escribo.
Ahora que lo recuerdo empiezo a sentir la misma humedad en mi coño que sentí en aquella ocasión. Ya no soy aquella niña que se escondía de si misma cuando mi sexo protestaba de la poca atención que le prestaba. Y con el despertar de mis deseos, y no mucho después se despertó mi imaginación. El más poderoso tesoro del que he sido agraciada y el que me provoca los más increíbles y placenteros orgasmos que cualquier mujer quisiera alguna vez tener. Desde ese momento deje de preocuparme por mis sacudidas y comencé a dejarme llevar sin preocuparme por nada más que el dosificar mis caricias y hacerlas coincidir con los momentos más sensuales de mis historias imaginarias.
Recuerdo el primer orgasmo que tuve. No lo provoco un hombre, ni un niño, ni una imagen de una revista o un fotograma de una película. Al llegar del colegio solía sentarme en un banco cerca de donde vivía. Ocurrió uno de esos días grises y oscuros de otoño donde las parejas se pierden entre los árboles del parque y escondidos por las ramas se precipitan uno hacía el otro hasta confundirse. Mi mirada despistada se encontró con la silueta de una de ellas y se paró justo en el momento que un rayo de luz iluminó la cara de la chica. No fueron más de unos segundos pero nuestras miradas se cruzaron y ella la mantuvo. En sus ojos se adivinaba el deseo y en su boca el placer y la belleza. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y se incrustó en mi memoria.
Esa noche tumbada en la cama recordé ese momento y quise ser esa chica. Mi respiración empezó a hacerse más profunda y rápida, y mis piernas tomaron vida acercándose, tocándose una con la otra. Cerré los ojos a pesar de que nada se veía y me di la vuelta hasta rozar con mi pubis las sábanas recogidas. Mi pequeño sexo empezó a encogerse y a agrandarse, se llenó de gotas de placer que hacían que mis movimientos se hiciesen más precisos y más certeros. No tardó en encontrar su objetivo, los roces de las sábanas se centraron en un punto escondido y nuevo dentro de mi sexo. El sonido de mi respiración era como la de un tren a toda máquina. Mi boca cerrada para no dejar escapar un grito y mi culo se alzaba y se pegaba. Entonces dejé caer mi mano entre los pliegues y por primera vez rocé el causante de mi ardor. Abrí la mano y la llevé al centro de mi sexo justo entre mis piernas, quería prolongar aquel instante, quería descubrir más sobre aquello que me estaba volviendo loca y que hacía que el tiempo se parase. Y mi otra mano rozó uno de mis pechos y se estremeció todo mi cuerpo en un espasmo, y en otro, y así hasta que mi mano, se separó de la fuente de mi placer, mojada por el deseo de una chica que con su mirada me abrió las puertas de mi imaginación y que con su sonrisa me llevó hasta aquel lugar donde el tiempo parece detenerse.