El Despertar (03)
Amanecer adolescente al sexo. Recuerdo de secundaria. Buscando lugar para la cogida: la segunda me lo hizo vez en el yuyal.
El despertar III
(Amanecer adolescente al sexo. La segunda vez fui suya en el yuyal)
Por las tardes estudiábamos con Martín, ya en su casa, ya en la mía, mientras nos toqueteábamos como podíamos, a medias y a escondidas.
Para escapar de las miradas vigilantes y persecutorias de los mayores (padres, tíos, hermanos, primos, vecinos y otros devenidos en guardianes) Martín y yo nos aventurábamos en bicicleta por los arrabales, al límite de la ciudad, a la vera del río en la búsqueda de espacios para saciar la sed de poseernos.
El parque donde me había desvirgado no era lo suficientemente seguro, así que esa tarde buscamos algún refugio entre el yuyal de la ribera. Al encontrarlo nos precipitamos de las bicis y rodamos abrazados.
Sus besos apasionados parecían arrullo y sus manos sobre mis pechos me llevaron a paraísos insospechados.
Abrió mi camisa y con el hambre de un indigente se abalanzó sobre mis pezones que lo alimentaron con premura. Abracé su cabeza mientras su lengua castigaba dulcemente los botones de mis senos, ora uno, ora el otro, que se endurecían al compás de los calores que me invadían.
Así, guiaba su cabeza por mi vientre hacia mi pubis, mientras me lengüeteaba matizando con pequeñas mordidas que erizaban aún más mi piel ardiente.
Hacía que lo necesite.
Afuera el pantalón, mi cuerpo semidesnudo se entregó a su lengua que paseaba por mis muslos, mi ingle, despertando intensas sensaciones de locura.
Su boca mordisqueaba y lamía mi sexo y yo me retorcía. Siguió bajando hasta encontrar mi ano y su lengua se transformó en el taladro que lo perforó con intenso placer, lubricándome el agujero en un entrar y salir como si estuviera cogiéndome, con más un movimiento circular que me enloqueció. "Por favor, métela, por favor ponla, cogeme", susurraba.
Esta vez me enaceitó el ojete.
Como la primera vez, izó mis muslos por sobre sus hombros, acercó su masa ardiente a la puerta de mi culo ya dilatado y engrasado y, de a poco pero con firmeza, me fue penetrando sin descanso, abriendo mi interior con esa verga que se imponía quemándome las entrañas.
Y la sentí profunda y me sentí llena.
Mansamente mi recto se acomodó a aquel intruso y el dolor cesó para dar paso al doble placer de gozar la lanza de Martín culeándome y de percibir en su rostro el deleite que experimentaba ante cada estocada.
Con mis manos le acariciaba el culo y lo apretaba contra mi cuerpo aprisionando su ariete en toda su dimensión.
Y aceleraba, y me besaba, y transpiraba, y bufaba. Se erigió sobre sus piernas, se tensó, su sexo se inflamó al máximo y me clavó con toda su alma al tiempo que se deshizo en mis esfínteres en chorros de leche hirviente.
Lo sujeté con mis piernas impidiéndole bajarse. Su arma caliente, alojada en mi culo y su cuerpo sobre el mío, me desencadenaron en las oleadas el orgasmo tan esperado.
Me distendí mientras la poronga de Martín se desinflaba en mi conducto y salía flácida y sin aliento, dejándome el vacío de su ausencia, sensación que ya había conocido y empezaba a controlar.
Estábamos casi desnudos en el yuyal, tirados sobre el pasto, abiertos al viento. "Te codicio", dijo. "Yo también", contesté.
Y me besó en la boca y yo le agarré el pene.
Y me besó los pechos y sentí crecer su verga.
Abrigué su boca en mi sexo y me desarmé.
Me puso a cuatro patas y desde atrás me enculó con toda su potencia.
Le recibí con pasión y sin dolor porque ya tenía el traste abierto y bañado con su leche. Me cabalgó como quiso: asiéndome de las caderas dirigía mi grupa contra su cuerpo.
Y lo metía y lo sacaba y lo rotaba. Y yo lo recibía abriéndome al entrar y cerrándome al salir, exprimiéndole la verga con mi traste.
Entraba y salía en un mete saca cada vez más frenético. Y mi esfínter lo chupaba como ventosa dilatándose y comprimiéndose hasta que se quebró con un grito ahogado, detonado en chorros de caliente esperma.
"¡Que lindo que cogés!", me dijo. "Vos me enseñás", le respondí.
Un poco recuperados nos vestimos, tomamos las bicis y retornamos a nuestras casas, uno a la par del otro.
En las condiciones que me había dejado el agujero, la silleta despertaba una singular sensación en mi orificio. Le dije que el asiento de la bici estaba culeándome, y sonriéndome, me contestó que me aguante hasta mañana.
Al otro día en el colegio, antes de entrar a clases, me saludó preguntándome cómo estaba y yo le respondí al oído "aún te siento dentro mío".
En cada recreo Martín se acercó por detrás imprimiéndome su poronga en el culo y dejándose acariciar el nabo por mis golosas nalgas. El agujero adolorido comenzó a humedecerse.
Agradeceré comentarios.