El Despertar (01)

Amanecer adolescente al sexo. Recuerdo de secundaria. La primera vez.

El despertar I (Amanecer adolescente al sexo. La primera vez. Anal)

Antes hubiera dado un salto y me hubiese alejado graciosa y seductora.

Hoy gozaba esa mano que me tomaba el culo en una escandalosa orteada.

Ante la invasión del dedo en mi agujero, mi culo se paró y entregó sumisamente a la mano de Martín.

Sentí dilatarse y contraerse el agujero y una sensación de calidez se apoderó de mi carne.

Mi espalda quiso apoyarse en su pecho, mientras los glúteos buscaron su verija.

Las ropas no impidieron que su dedo se introdujera en mi conducto.

Íbamos camino al curso cuando me dio esa orteada, caricia súbita con la que reafirmaba su dominio sobre mí y que dejara recuerdos indelebles grabados en mi carne.

Poco importaron los demás, las miradas indiscretas y los cuchicheos.

Lo dejaba manosearme y mi culo buscaba su sexo, siempre sensible al tacto de mis nalgas a pesar de las ropas que aislaban nuestros cuerpos.

Aquel día se hizo pública esa relación y mis gustos.

Dos meses atrás, en bicicleta, debimos atravesar el parque, un verdadero bosque, con abundantes árboles y escondites como para que dos chicos puedan jugar al sexo sin ser vistos.

Anochecía y había poca gente.

En esos años de secundaria el sexo se aprendía por intuición, conjeturas y el Sida no existía.

Veníamos imaginando eso, de cómo se hacía para hacer el amor, cuáles eran las posibles posiciones, qué papel jugaría cada uno y cómo esquivar las consecuencias.

En el cole estaba bastante difundido el sexo anal, que sabíamos seguro y a su dolor domable, aunque de eso no se hablaba.

Nos apeamos en uno de esos claros para enamorados, cercados por ligustros, y nos sentamos bajo un árbol, donde continuamos nuestra charla conjeturando qué se sentiría, por qué agujero debía efectuarse el acoplamiento y nos averiguamos sobre nuestras sensaciones al palparnos.

Me dijo que debíamos intimar mejor, que le gustaba tocarme y que sabía que mí me gustaba que me manoseen y que al fin y al cabo lo hacíamos en el cole con orteadas y apoyadas.

Debió haber percibido mi sutil consentimiento. Sin cuidado, bajó el cierre del pantalón y me mostró su sexo. "Para conocernos", dijo. Mis ojos se clavaron por primera vez en su pene semierecto. Quedé boquiabierta, absorta en el pedúnculo exhibido. Tomó mi mano y, a pesar de mi resistencia, la posó en su miembro que supe cálido, suave, inofensivo, necesitado de ternura.

Retuvo mi mano hasta que sintió a mis dedos enlazar y palpar su cavernoso rabo. Me enseñó el movimiento de su paja, corriendo y descorriendo su piel, aprendí la forma de su glande, percibí sus jadeos de placer y lo sentí crecer y endurecerse.

Sentí los latidos de su pecho al abrazarme.

Nuestras manos nos acariciaban torpemente porque era la primera vez, para ambos, que protagonizábamos un juego tan ardiente.

Sus yemas incendiaron mis pechos, se posaron en mis muslos, caldearon mis glúteos y no descansaron hasta quitar todo escollo y desnudar y calcinar mi sexo.

La verga de Martín se había endurecido y agrandado y su ardor se transmitía mi cuerpo.

Se bajó el pantalón y el calzoncillo, que se remangaron a sus tobillos, dejando ver la plenitud su sexo casi imberbe.

Levantó mis piernas sobre sus hombros y escondí mi sexo.

Sus dedos humedecidos encontraron y dilataron mi ano.

Se lubricó con abundante saliva y sentí a su lanza buscar entre mis nalgas mi agujero virgen y caliente a la espera de su espada.

La estocada fue certera y el dolor intenso. Supo contenerme a la fuerza cuando intenté liberarme y, doblegándome, logró meter su glande y, a pesar de mi resistencia, continuó penetrándome, desgarrando mis carnes milímetro a milímetro.

Con la cabeza de su choto entre mis carnes me quebré, dejé de resistirme, me relajé todo lo que pude y, abriéndome por dentro, posibilité su enculada hasta que su pubis selló la entrada de mi cueva.

Luego del desgarro, del ardor y del dolor, vino la entrega a ese cuerpo que me cabalgó sin descanso, cada vez con más vehemencia, cada vez mas profundo, hasta que conocí sus estertores, las sacudidas de su cuerpo y las pulsaciones de su sexo ante cada eyaculada que llenó de hirviente líquido mi gruta.

En su apuro me dejó insatisfecha.

Lo abracé con ternura y lo retuve hasta que su aparato se tornó fláccido, saliéndose de mi ano. Éramos demasiado jóvenes.

Hoy, en un lugar público —como el colegio— a plena luz del día y ante la mirada de los demás compañeros, sentí su mano acariciar mi traste y a su dedo perderse en mi agujero en una orteada inolvidable y placentera.

Cuando me soltó, otra mano se posó en mi raja pero no despertó las sensaciones de pertenencia y calidez de la mano de Martín.

Agradeceré comentarios.

Paradaparada41@hotmail.com