El deseo se hizo carne

Jamás imaginé que a la edad de 18 años tendría una de mis más calientes aventuras eroticas con un hombre completamente prohibido.

EL DESEO SE HIZO CARNE

Sentimos gran atracción desde el momento justo en que nos presentaron. Fue en una cena de cumpleaños y era la primera vez que conocía a la familia de Manuel, mi novio de aquel entonces, cuando yo apenas cruzaba los 18 años mientras que él se preparaba para los 23.

Fue tan sólo un instante en el que Pedro y yo nos quedamos con la mirada fija el uno con el otro, como si en esos segundos ya supiéramos que juntos íbamos a traspasar las fronteras del pudor, pues no sólo me llevaba casi cuatro décadas de edad, en su casa ya preparaban con qué lo sorprenderían en el día de sus 57 abriles, además, era él, el padre de mi novio, algo impensable para mí, pero que me ocurrió.

A Manuel lo conocí casi ocho meses atrás, cuando nuestros horarios en el Gym empezaron a coincidir. Él, culminando los estudios de arquitectura, mientras que yo en los primeros semestres de odontología, empezó a ser usual que Manuel me recogiera en la universidad para ir juntos al gimnasio.

Allí, llegaba con uno de mis típicos uniformes comunes en las carreras de salud, para allí cambiarme con pantalones largos licrados ajustados, junto a tops que abarcaban completamente o hasta la mitad mi busto talla 36, el cual, dicen, va muy bien con mis caderas amplias, mis piernas gruesas pero torneadas, además de mis nalgas carnosas que me exigen mucho ejercicio para mantenerlas en su punto.

Aunque Manuel suele decir que lo cautivé con mis ojos color miel, piel blanca y cabello largo castaño oscuro, bien sé que por mi amor al ejercicio, la forma sexy como visto y mi 1.70 de estatura, lejos estoy de pasar desapercibida. Pero sea por una u otra razón, terminamos siendo novios a los 4 meses de conocernos.

Confieso que enamorada no estaba. Había gusto, la pasábamos bien y nos divertíamos. Era la justa medida para salir con alguien sin complique alguno. Por eso me sorprendió el día en que me invitó al cumpleaños de uno de sus familiares en su casa, pues allí me presentaría a toda su familia, como si nuestra relación fuera ya seria.

Al final, no le dije nada de lo que pensaba y asistí sin reparo alguno. Para ir, me puse un pantalón negro al cuerpo algo brillante, junto a un body vinotinto que cubría completamente mi busto, lo cual lo hace ver mucho más grande. Claro, todo acompañado de un buen abrigo.

No sé qué tiempo había transcurrido, pero la mirada hipnótica en la que habíamos caído con Pedro, fue interrumpida por su esposa, la madre de Manuel, quien se ofreció a recibirme el abrigo, incluso me ayudó a quitármelo. Al desabotonármelo y desprenderme de él, sentí como los ojos de Pedro me recorrían toda. No lo hacía de manera sutil, cuando levanté la mirada vi como sus ojos eran unas manos invisibles que manoseaban mi cuerpo a placer, con un morbo extremo, cosa que antes de molestarme, me produjo una excitación que casi me hace desvanecer las rodillas y mi tanguita, negra, brasilera, semitransparente, se empezó a humedecer de una forma descomunal, simplemente incontrolable.

El contacto visual entre los dos se mantuvo durante toda la velada, siempre al filo de ser descubiertos. Nada tenían que decir nuestras bocas, todo lo expresaban nuestros ojos.

Al despedirme fui al segundo piso de la casa donde habían dejado mi abrigo, mientras Manuel iba por el carro y su mamá atendía a los últimos invitados. Ya con el abrigo en la mano me encontré a las afueras de la habitación a Pedro. No sabíamos qué hacer o que decir, pero había mucha lujuria en la mirada mutua, una conexión interrumpida por el sonido del automóvil, así que nos despedimos con un beso largo justo al lado de los labios, además de un abrazo casi íntimo, a través del cual pude constatar que el deseo que me demostraba con sus ojos, también era evidente en sus pantalones, lo que me hizo enloquecer de lujuria, la misma que necesitaba liberar cuanto antes, pero mi novio tenía que dejarme en casa y volver pronto a la suya.

Así, en el camino, lo calenté a tal punto que estacionó el auto en una zona apartada y empezamos a devorarnos a besos y caricias. Yo deseaba su pene, por lo que se lo saqué con gran desespero para darle lo que él me dijo después, había sido la mamada de su vida. De hecho, fue la primera vez que permití que se viniera en mi boca, tragándomela completica con todo gusto.

Lo que él nunca supo es que todo lo que pasó en su auto lo produjo la excitación de su padre. Cuando se lo mamaba imaginaba que era la verga de Pedro, lo que produjo un orgasmo en mí, sin siquiera tocarme.

Esa noche, tras una buena ducha, me consentí solita pensando en mi suegrito y la poderosa herramienta que sentí entre sus pantalones y que pegó a mí mientras me tenía por unos segundos entre sus brazos.

Quizás por respeto o temor, me mantuve alejada me mantuve alejada de la casa de Manuel por unas cuantas semanas, hasta que un día me citó en ella, pues su madre saldría por unos días de la ciudad y Pedro estaría en la oficina. Era la oportunidad para estar a solas con Manuel en la comodidad de su habitación.

Mi teléfono móvil se había estropeado unos días atrás y nada que me entregaban el nuevo. Eres día no tenía clase, entonces le dije a mi madre que iría a casa de unos compañeros para adelantar un típico trabajo en grupo.

Manuel por su parte, sólo tenía una clase temprano, ir a la secretaría académica y volver a eso de las once de la mañana a su casa. Esa fue la hora pactada del encuentro.

Debo confesar que me producía excitación volver a dicha casa y que en los últimos encuentros sexuales con Manuel habían sido extremadamente ricos por imaginarme copulando no con el hijo, sino con el padre, lo cual, el día de la cita hizo que llegara al frente de su casa completamente húmeda, con mi ropa íntima más sexy para el deleite de mi novio.

Toqué el timbre dos veces a la espera que abriera Manuel, pero para mi sorpresa quien abrió fue Pedro, lo cual me puso en estado de shock, no podía decir nada, apenas pude saludarlo y preguntar por su hijo, a lo cual me dijo que no había llegado, mientras me invitaba a pasar.

Debí desistir de dicha invitación, decir que pasaría luego o le llamaría, pero no lo hice. Automáticamente ingresé a la sala y con mi suegro detrás de mí. No tenía que ser adivina y ni mirarlo para saber que su mirada estaba clavada en mi trasero cubierto por un pantalón azul celeste, el preferido de Manuel, quien exagera diciendo que con dicho pantalón se me ven perfectamente el contorno de mis glúteos y la belleza de mis muslos.

Al llegar a la sala me ofreció algo de tomar y fue por ella a la cocina, dándome ahora a mí de apreciarlo en su camiseta sin mangas y su pantalón de deporte, dejando en evidencia que en el momento de mi llegada estaba haciendo ejercicio.

Solo hasta que me dejó sola en la sala pensé en que debía alertar a Manuel sobre la presencia de su padre en casa, pero sin teléfono móvil era complicado. Para mi fortuna vi tirada al lado del sofá su computadora. La idea era ingresar a internet y enviarle un mensaje por correo o a su teléfono.

-Don Pedro, será que puedo usar la Pc de Manu para ver un momentito mi e-mail?

-Claro que sí, consulta lo que necesites –Me dijo mientras dejaba sobre la mesa la bebida-, mientras tanto aprovecho y me doy una ducha.

-Que pena, seguro usted está de afán y yo aquí quitándole tiempo-le dije-.

-Para nada, ya había terminado mis ejercicios y acomodé todo para no ir a la oficina y quedarme en casa trabajando.

Ante esto, más me afanaba alertar a mi novio, por lo que me conecté al internet. Para mi fortuna él también andaba conectado y me habló antes de que yo pudiera decir algo.

-Que bueno que te conectas, he tenido un problema en la universidad y sigo en ella. Tendré que quedarme todo el día aquí. Creo que debemos cancelar todo hoy.

Hasta ahora no entiendo por qué no le dije la verdad, y simplemente le respondí que saldría hacer unas compras y verme con unas amigas. Así nos despedimos.

Así, luego de la charla con Manuel, apagué el equipo y lo dejé en el sitio que lo encontré. A eso, Pedro bajó duchado, esta vez con un vaquero bien puesto, camiseta de cuello redondo manga corta blanca y algo ceñida al cuerpo, la cual le quedaba espectacular.

De nuevo mi mirada me delató. Mientras le decía que su hijo se quedaría en la Universidad hasta tarde, mis ojos ardían de deseo por el padre, quien al conocer la noticia se le iluminaron los ojos y de inmediato me invitó a quedarme para que almorzamos juntos. El deseo respondía por mí y de inmediato dije que sí.

Tomó el teléfono, solicitó una comida ligera, volvió a la sala con vino blanco y tuvimos una amena charla de mediahora, lo que tardó en llegar el domicilio. La conversación nada tenía que ver con las miradas que seguíamos dándonos, llenas de lujuria, las cuales tenían mis senos verdaderamente hinchados y mis pezones duros, junto a mi tanguita completamente empapadita y ardiendo, más aún cuando me fijé que su vaquero no ocultaba que a Pedro le sucedía exactamente igual que a mí, mostrando un pen cada vez de mayor tamaño y grosor.

Por mí, me hubiera abalanzado hacia él para morderle sin igual pedazo de carne eréctil por encima del pantalón. De hecho, cuando llegó el domicilio y fue por él, aproveché esos instantes de soledad para frotar mi panochita de manera intensa, intentando inútilmente calmar mi hiper calentura.

El almuerzo fue casi igual, en medio de una tensión sexual que casi ninguno podía contener más. Al terminar, me ofreció otra copa de vino, con la cual propuso un brindis: “Por la mejor compañía que he tenido en años para una comida”. Un detalle galante que aproveché para agradecérselo con un abrazo y que mis pezones duros se clavaran en su pecho fibroso producto de sus años de ejercicio.

Él no se quedó atrás, respondió con un beso largo en la mejilla justo al lado de mis labios. Yo hice exactamente lo mismo, a lo cual él respondió con uno aún más cerca, y en ese juego, cuando yo le iba dar otro beso, el corrió el rostro y terminamos con los labios juntos.

No había marcha atrás, ninguno quería darla, nos entregamos a la pasión desbocada que los dos veníamos conteniendo desde que nos conocimos, y sin despegar nuestros labios nos pusimos de pie olvidando la diferencia de edad y que éramos suegro y nuera, para entrelazar nuestros cuerpos en una danza erótica sublime.

El deseo se hizo carne. Sus manos me apretaron contra él para sentir en mi abdomen, mi vagina y parte de mis muslos, el gran trozo de verga dura que esa tarde estaba destinado para mis más pecaminosos placeres.

Sus manos no se quedaban quietas. Con ellas recorría cada centímetro de mi espalda, imprimiéndole la fuerza suficiente para que mis pezones, duros hasta el éxtasis del dolor, se clavaran en su pecho viril.

Ahí no terminaba todo. Mientras nuestros labios se besaban permitiendo el espacio suficiente para el encuentro y el movimiento entrelazado de nuestras lenguas, sus manos descendían a mis nalgas, paraditas y más firmes de lo acostumbrado, al yo estar de puntitas para alcanzar la boca del más exquisito suegrito que en mi vida he tenido.

A veces me agarraba del culo de manera fuere para apretarme más contra él y frotarme de manera morbosa su vergota que paso a paso parecía ganar más en tamaño y grosor, mientras mi cuquita se preparaba para brindarme el primer orgasmo de la tarde.

Recorrió con los labios y la lengua todo mi rostro, mientras yo hacía lo mismo en él. Luego se dedicó a mi cuello, orejas y detrás de ellas, uno de mis puntos débiles, a la vez que, de forma magistral, me desprendía de mi blusa y admiraba con morbo extremo mis excitadas tetas en mi brassier media copa, que hacía perfecto juego con mis tanguitas, pues era transparente negro, el cual me había puesto para el deleite de su hijo, pero que ahora emocionaban a su padre.

-Me encanta como se te ve ese brassier, -me dijo- y aunque mi respuesta fue tomarlo de la cabeza y hundirlo entre mis senos hipersensibles, entre mí me dije: “Tienen los mismos gustos papá e hijo”.

No crean que mientras él hacía todas esas maravillas mis manos se quedaban quieticas. No dejé de manosearle, incluso con las dos manos, su herramienta viril de grandes proporciones, y a la vez que el padre de mi novio e desprendía del brassier, yo liberaba su potente barra que prometía placeres infinitos, comenzando por el cinturón y 2 o 3 botones del vaquero, para introducir mi mano y palpárselo por encima del bóxer, punto en el cual llegué a tener cierto miedo porque su tamaño sobrepasaba, con honores, cualquier verga que hubiera comido hasta aquel entonces.

Con mis senos desnudos no dejó de amasarlos, aplicando cierto grado de dolor que en instantes se convertían en placer sublime. No habían movimientos repetitivos en él. Lamía, chupaba, succionaba mis tetas como ninguno y yo sólo podía gemir de placer.

En ese momento decidí dar el siguiente paso, introducir mi mano en su bóxer y agarrar esa boa que deseaba domesticar de una vez por todas a través del tradicional arte del sexo oral, el cual me encanta practicar.

No lo podía soportar más. Así, bajé un poco el pantalón y el bóxer, pese a ello costó sacarla, por el volumen, el grosor y la dureza de semejante belleza, para empezar a masturbarla recorriéndola entera con mis manitas. Eso sí, sin olvidar nunca sus guevotas perfectamente afeitadas, por lo que ya podía imaginarme de rodillas frente a divino monumento varonil.

Sin embargo, el parecía ir un paso delante de mí, y casi sin darme cuenta había desapuntado mi pantalón y empezaba a bajármelo hasta los tobillos sin dejar de pasar sus labios y la lengua glotona por toda mi piel.

Me quito los zapatos y luego me ayudó con el pantalón, para sentarse por un instante en el sofá y recorrerme de nuevo con sus ojos, con la mirada llena de deseo. Así, desfilé y modelé para él. Le di la espalda a Pedro y me incliné con las piernas juntas para que pudiera tener una imagen única de mis muslos y mi culo, entre el cual se perdía el hilo de mi diminuta tanga negra.

No lo resistió mucho. Él, con toda su ropa puesta pero con su vergón por fuera, se levantó y se pegó a mí por detrás, frotando su mástil en mis nalgotas desnudas, su mano derecha a jugar con mis tetotas, mientras que la otra urgó dentro de mi tanga para encontrarse con mi vagina inundada de verdadera lava caliente, para empezar a masturbarme mientras su boca volvía a mí cuello y orejas, haciendo que mis gemidos aumentaron en la medida que el segundo orgasmo de la tarde llegaba.

El ánimo y la arrechera siguieron vivas tras ese orgasmo. Pedro descendió por mi espalda besándola, lamiéndola y acariciándola hasta llegar a mis nalgas que sencillamente devoró con su boca, lengua y manos, mientras que desprendía de mí mi húmeda tanga, que la hizo descender hasta mis tobillos para luego acariciar mis piernas con sus manos, llegando una de ellas hasta mi encharcada cuevita y seguir estimulándola frenéticamente.

Luego me pidió que me agachara para así poder tenerme a su merced y empezar a lamer mi cuquita que en ese momento estaba tan sensible que el primer contacto de la punta de su lengua con mis labios vaginales me hicieron emitir un chillido de verdadero placer.

-Ahora voy hacerte algo que mi mujer nunca ha querido que le haga.

Esa fue su sentencia antes de tomar mis nalgas, abrirlas y empezar a lamer mi anito. Fue una especie de placer narcótico, más cuando sus dedos empezaron a penetrar mi chochita y la punta de la lengua intentaba abrirse paso por mí estrecho culito, a quien le encantaba ese forcejeo.

Corrimos la mesa del centro de la sala, pues ya tenía la intensión de montarme como si yo fuera su yegua en celo, y en ese momento lo era. Pero yo quería algo más antes. Así, aún de pie, me pegué a él besándonos para liberarlo de su camiseta y besarle y acariciarle el pecho mientras yo empezaba a descender directo hacia su vergota tiesa.

Tomé su pantalón y boxer y los bajé hasta sus tobillos, se loa ayudé a quitar como él hizo conmigo, y ya de frente, el de pie y yo de rodillas, pude ver la magnitud de pene que me iba a comer. No tengo idea de cuánto tenía de largo o grosor, pero sólo les digo que lo tomé con ambas manos y aún le sobraba la cabezota, y les puedo asegurar que no soy mujer de manos pequeñas.

Sin dejarlo de verlo a los ojos la tomé con mis manos y empecé a mastúrbalo mientras poco a poco me acercaba a él, hasta que sintiera mi respiración agitada en la cabeza de su pene.

Sin querer perderse detalle alguno, Pedro vio como la novia de su hijo entraba en contacto con el orificio de la cabeza de su verga con la punta de su lengua. Lo suyo eran sólo gemidos mientras veía como mi boca se apoderaba de su inquebrantable falo.

Aunque Manuel posee un pene de buenas proporciones, no se compara con el que poseía su papi, pues era imposible tragársela entera como le acostumbraba hacer a su hijo, por más esfuerzo sólo llegaba a la mitad.

No solo se la mamaba así, le succionaba la cabeza, lo lamía entero, hacía el amague de morderlo, me lo frotaba por todo el rostro y luego se lo mamaba a gran velocidad.

Eso sí, no olvidaba sus guevotas, que tampoco pude meterme a la boca, las dos al tiempo como me gusta, pero si se l chupé mientras con mis manitas lo masturbaba, dejándolo perfectamente listo para la acción.

Me tomó con sus grandes manos y me acostó en el suelo. Se puso entre mis piernas para tomar su vergota con una mano y empezar a frotarla con fuerza a lo largo de mis labios vaginales, dejando un espacio para que su otra mano consintiera mi clítoris.

No me podía contener. Movía mis caderas al ritmo de su estimulación y mis manos, sin pensarlo, tomaron mis tetas para empezar a manosearlas con mucho morbo, lo cual convirtió a Pedro en un animal en celo, ensartándome su pene de un solo golpe, hasta las guevas.

Por mi grito de placer y dolor intentó retirarla un poco pero no lo dejé Lo enganché con mi piernas y lo atraje hacia mí por la cintura, para disfrutar de semejante vergon completamente dentro de mí, lo cual me produjo un nuevo orgasmo.

Poco a poco lo liberé de su prisión y empezó a empujármelo a un ritmo fantástico, con su cuerpo pegado al mío, apoyando sus manos en mis glúteos para hundírmelo entero.

Luego se levantó y me clavó mucho más rápido mientras se apoyaba en mis tetotas o colocaba mis rodillas contra mi cuerpo, para así sentir mayor profundidad en las penetraciones. En ocasiones llegué a sentir que me faltaba el aire con la forma bestial de clavarme.

Luego me puso en cuatro y se montó sobre mí. Parecíamos dos perros en celo que no se pueden despegar. Me agarraba de las nalgas y las cacheteaba sabroso. En un momento, con un dedito, empezó a estimular mi anito, lo cual hizo que viniera un nuevo orgasmo en mí.

Más adelante me acosté completamente encima de él, sin que su pene se saliera de mí, para que me pudiera manosear a placer, pero él quería tener las riendas del momento y yo lo dejé, se volvió a montar encima de mí y la clavada fue intensa mientras nuestros cuerpos expedían sudor sexual.

Quizás en el único momento de lucidez mía, sabía que él tenía que venirse por fuera, pues nunca pensamos en un preservativo. Así que empecé a decirle: “Venite en mis tetas”, y el muy obediente, junto al producirme un nuevo orgasmo, inundó sus senos con su exquisito líquido viscoso y aliente que las empaparon enteras…

Los minutos siguientes fueron acostados en la alfombra para recuperar el aliento y pensar en lo que había ocurrido.