El deseo prohibido v

Una historia morbosa en la oficina

De repente sintió que frenaba. Entreabrió un ojo y mierda!, su estación. Cojió su cartera y salió corriendo del tren despavorida, provocando una oleada de miradas asesinas entre quienes ya intentaban subirse desde el andén.

Maldijo su manía de quedarse dormida en el tren y maldijo más aún esa obsesión por ese chico del trabajo.

No sabía por qué cada mañana se levantaba antes de tiempo para arreglarse para él y dedicaba un tiempo desmedido en elegir la ropa que se iba a poner. Total, jamás se fijaría en ella. Disimuló una sonrisa pensando en la braguita rosa que llevaba por él, pero la sonrisa se le esfumó cuando pensó en que jamás la vería. Al fin y al cabo, podría ir desnuda por la oficina que él ni se daría cuenta.

Como siempre, iba corriendo, pues los arreglos de por la mañana siempre la hacían llegar tarde. Torció en la esquina y entró en el edificio que albergaba sus oficinas. No era bonito, ni estaba bien pagado, pero ella había rechazado trabajos mejores por no perder verle todos los días.

Y hoy no era una excepción. Cuando se abrió el ascensor de su piso, le vio sentado en su mesa con una camisa azul y una corbata a juego. Le encantaba su cara de concentración mirando el ordenador y se le imaginaba igual de concentrado explorando su cuerpo.

Deshechó rápidamente tal imagen y se encaminó rápidamente a su mesa. Al acercarse a su mesa le entró la temblequera de todos los días. Susurró un tímido "buenos días" que él ni se molestó en contestar. Si ni siquiera había apartado la mirada del ordenador.

Mal empezaba el día, como todos, pensó.

Se sentó en su mesa ahogando una lágrima, encendió su ordenador y se dispuso a leer su correo.

Y como todos los días el mismo fastidioso mensaje desde una cuenta llamada el trovador. Maldijo a sí misma por ser imán de bobos insulsos sin ocupación. Abrió el mensaje que ya sabía lo que contenía y leyó lo mismo de todos los días:

"Hoy he soñado con vos"

Pensó un momento que ojalá fuera de Jesús el mensaje y fantaseó un segundo en que él soñaba con ella como ella lo hacía en el tren cada mañana.

Negó con la cabeza, tiró el mensaje a la papelera y siguió leyendo.

Pero como todas las mañanas su imaginación volaba lejos de la pantalla del ordenador...

Continuará...